Introspecciones 1: Dándome cuenta de que... "ME ENCANTA".

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Introspecciones I: Dándome cuenta de qué… Relato e ilustración: Juan Carlos Di Pane Sánchez©

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Listado de auqellas pequeñas grandes cosas que le dan sentido a mi vida....

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Introspecciones I: Dándome cuenta de qué…

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Relato e ilustración: Juan Carlos Di Pane Sánchez©

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Me Encanta Juan Carlos Di Pane Sánchez©

Tanto el texto como la ilustración están sujetos al derecho de autor

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�� Me encanta reír, y afirmando esto no pretendo caer en lugares comunes. Me gusta mucho reír, provocar situaciones que me den risa y que hagan reír a los demás. Es cómo ese fuego solidario que aunque uno encienda para si mismo da calor a quien desee acercarse. Lo mismo sucede cuando plantamos una sonrisa en nuestra cara -y ni hablar de las carcajadas- ¡Creo con fe plena y casi religiosa en el poder curador de la risa en mi vida! Aunque prefiero utilizar este medicamento de manera preventiva –aprovechando que no tiene contraindicaciones y que sus efectos secundarios siempre son para bien-. Por lo tanto: si tienes la capacidad de hacer reír a la gente, así, porque sí, sólo por reír… ¡siéntate a mi lado por favor!

�� La siesta; me encanta echarme una rica siesta cada vez que puedo hacerlo. Científicos de todo el mundo no logran ponerse de acuerdo si hace bien o mal. Unos dicen que sí, siempre que sea cortita. Yo, no discrimino: si tengo sólo quince minutos los invierto en tan delicioso menester, si tengo hora y media también –aunque debo confesar que cuando mi siesta sobrepasa los cuarenta minutos es perjudicial para la gente de mi alrededor, mi carácter muta y se despierta Mr. Hide-. ¡Pero que placer!; ¿las mejores…? en casa, en le sofá, si es invierno con mi mantita, la sala en penumbras y la tele suavecita de fondo… ¡mmm...! Me encanta.

�� … La comida. No se quien afirmó por ahí que todo lo rico o es pecado o engorda. ¡Putada cierta como pocas!… En honor a la verdad, no me preocupa mucho lo de pecar ¡Pero me encanta comer! Tras haber sido sometido a una reducción de estomago… me sigue gustando igual; solamente que ahora, al no poder como cuanto se me cruza por delante, estoy aprendiendo –aún- a ser más selectivo con los manjares. ¿Mis comidas favoritas? La pizza; los quesos -y todo lo que lleve queso, si a un tornillo le ponen queso, me lo como-; y en general toda la carta de una restaurante italiano, de los buenos -que le vamos a hacer, las raíces tiran y en cuanto a una dieta así, general, global, me quedo con la italiana –; eso sí, de mi tierra natal nunca renegaré del asado y las empanadas criollas, -las clásicas, nada de meterles huevadas-; y de las raíces españolas me quedo con el cerdo entero, aunque prefiero el buen jamón ibérico –dame pan y dime tonto ¡ja!- y los mariscos gallegos… sin igual. ¿Postres? Todo lo que lleve helado, chantillí y/o dulce de leche vale (digo “y/o” porque puede ir todo junto… encima del mismo tornillo previamente citado) y el dulce de batata –con queso claro-. Llegados a este punto debo pedir disculpas, he de hacer una pausa en la redacción. Me dio hambre.

�� Pero más que la comida, me encanta cocinar. La cocina es un acto polisemico para mí; es un plácido momento de relax cuando estoy harto, cansado de otra cosa y necesito desenchufar mis neuronas, o también cuando estoy aburrido, solo en casa, sin ganas de ver la tele ni

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energía para otros asuntos. Cocinar despierta mi creatividad como un pincel y una paleta repleta de óleos… Además, he heredado de mi madre el uso de la cocina como expresión de cariño. La diferencia: no atosigo a la gente para que se coma todo lo que preparo, si no quieren más lo acepto –bueno, más que aceptarlo digo para mis adentros, “¡Bien! ¡Un cacho más para la cena! Creo que en mi caso, además de servirme para dar cariño, cocinar también es otra forma de placer autoerótico –para mí cuando lo hago, para los demás cuando la prueban-.

�� Por ende, se pude deducir que ¡Me encanta recibir gente en casa! Nuestra casa está hecha siempre un lío, de cosas y de personas ¡Y eso me gusta!... bueno, lo del lío de cosas a veces me sobrepasa y me da el ataque agudo de compulsión por el orden, pero por suerte se me pasa pronto. En cuanto al quilombo de gente… no me preocupa organizarlo ¡que vengan todos! Me encanta invitar gente a comer, a jugar juegos de mesa, a ver películas, a conversar de la vida, a quedarse los días que necesiten… la compañía y sus historias enriquecen mi vida y les estoy muy agradecido por compartirlas bajo nuestro techo.

�� ¡Me encantan los mimos! Y muchos se preguntarán ¿y a quien no?... yo creo que hay gente a la que no les gusta. Y esta bien, allá ellos. Yo sí los quiero, lo necesito; me encantan las caricias -sobre todo en mi cabeza, en mi pelo, los pellizcos en la nariz, los abrazos largos y apretados, las palabras amables de bienvenida y de despedida, los halagos a los pequeños detalles y logros-. ¡Me encanta recibir y dar mimos! A quien los quiera, claro.

�� Me encanta mi mujer. Me encanta mi vida junto a ella; me encanta que no nos juremos amor eterno, porque eso nos obliga a renovar contrato día a día y a que ambos trabajemos el contenido de esos días con el empeño suficiente para que el otro tenga ganas de re-contractualizar. Me encanta que sigamos de novios; que antes de ser novios hayamos aprendido a ser amigos; que seamos también un equipo… Ni que decir de sus despistes, su inocencia –cuando es inocente-, su paz –cuando está en paz- y su serenidad –cuando está quieta-, su intolerancia a hacerle mal a la gente, su reivindicación justiciera adolescente, sus ganas de soñar, sus utopías. Me encanta que sea mi cómplice en cuanta locura se me ocurre -¡no logra decirle que no a las locuras!- y que respete mis espacios de silencio, de intimidad, de ostracismo y de humana idiotez. Me encanta que ambos tengamos tan claro que podemos hacer lo que deseemos solos, cada uno por su lado, pero que sin embargo prefiramos hacer casi todo juntos. Me encanta retozar con mi mujer, en el sofá, en la cama, en algún parque, donde sea. Me encanta el olor de su piel y la magia que posee en su tacto sanador. Me encantás…

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�� El cine… ¡Qué me encanta! Todo tipo de cine: de vanguardia, experimental, de acción, drama, comedia, musical, fantástico, de ciencia ficción, negro, de animación… este último es uno de mis favoritos porque sicretiza varias de las artes que más me gustan y si bien me maravillan las nuevas tendencias siento una especial predilección por la animación tradicional –los dibujos a mano, magia-. El cine es un verdadero vicio en mi vida. El DVD o el Blue Ray en casa están bien; ¿descargar películas de la Web? Una buena opción –económicamente hablando-... PERO IR A LA SALA DE CINE NO TIENE PARANGÓN ALGUNO ¡NO SEÑOR! Me encanta el cine ¡PERO AMO IR A LA SALA DE CINE A DISFRUTAR DE ARTE! Hay quien me dice que derrocho dinero yendo tanto al cine… bueno, otros fuman, otros beben, otros compran nueva tecnología, o ropa, o van a discotecas dos veces a la semana, otros se meten cagadas por la nariz o por vía parenteral; yo, voy al cine. Es que para mi ver una joya, como por ejemplo… “La cinta Blanca” de Michael Haneke en casa o en el cine, implica la misma diferencia entre ver el “Guernica” de Picasso en Google, y verlo en el Museo Reina Sofía en vivo y directo, o como pasar de la calculadora científica a una Tablet. No, no es lo mismo. Y también me encanta llorar con el cine, cuando veo alguna película me entrego totalmente y me parece maravilloso emocionarme con el sentir del realizador. Me encanta “Cinema Paradiso”, me identifico, me define, me provoca regresiones masivas, quiero que la vida de todos tenga el final de esa película.

�� Me encanta dibujar. No soy un verdadero prodigio, pero se me da bien. Lo que realmente me gusta –o me sirve- de dibujar y pintar son las sensaciones, las vibraciones que esto despierta en mí cuando lo hago. Cuando yo era pequeñín, después de unos días de iniciadas las clases, la Señorita Zulma -mi maestra de jardín de infantes- le dijo a mi papá que nunca se le ocurriera quitarme un lápiz de la mano. Mi papá se lo contó a mi mamá y ambos le hicieron caso… ¡qué bien! No porque sea un Da Vinci, sino por el regalo que esto significó para mi alma. Pocas cosas en el mundo logran ayudarme a armonizar mis neuras, a encontrar la paz, a encontrarme a mí mismo. Estoy poniendo todo en orden en el universo para tener mi propio taller creativo donde envejecer y les voy a invitar a todos ustedes ¿quien quiere jugar con colores?

�� Y también me encanta leer. Por suerte tuve muchas influencias para hacerlo… desde los cuentos e historias de aventuras que nos leía mi papá, hasta esos primeros libros de fábulas y piratas que me compró, pasando por excelentes recomendaciones de algunas profesoras en el secundario y la facultad. La carrera ayudó mucho. Imposible tener una visión global de la psicología si leer toneladas. Pero hace algunos años atrás, el dolor y el sufrimiento me empujaron irrefrenablemente al abismo de la lectura… afortunadamente ya nunca más pude escapar. Así comprobé lo que muchos dicen por ahí, el mundo interior de los demás también puede ayudarte a sanar el tuyo. Por eso, otro de los rasgos que me definen es que en el morral SIEMPRE llevo un libro. Ya casi no existe tiempos muertos, ya no espero al

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autobús, ni al médico, ni a nadie, ahora esos son tiempos de letras que vuelan alrededor de mis sienes como los aros de saturno. ¡Ah! Y que me regalen libros ¡¡¡ME-EN-CAN-TA!!!

�� Escribir. Esto es nuevo, un placer que llegó hace poco a mi vida. Fue otro de los métodos terapéuticos que me auto prescribí… y funcionó. Cuando tuve que pasar 24 meses entre bisturís, anestesias, analgésicos, suturas, gasas, reposos, desfibriladores y ganas de titarme al río, llegó un día en el que dije ¡basta! Como vivo junto al río Tormes, que no es muy profundo, presentía que no conseguiría el clima melodramático deseado y me puse a buscar respuestas en mi biblia postmoderna: “Google”; allí encontré un portal donde gente sin experiencia ni tradición literaria escribía. “¿Por que no puedo hacer yo lo mismo?...” me dije; y me lancé. Está resultando una vivencia maravillosa, aprender a escribir -que no a “ser escritor”, esas son palabras mayores- ha significado aprender a re-pensar, a organizar mi interior para expresarlo sin pretensiones. No espero que a la gente le guste lo que escribo, solamente espero sacarlo y dejarlo ahí, a disposición de quien desee curiosear un rato en lo que digo. ¡Me encanta escribir con el único fin de escribir! Me ha ayudado a: ser más humilde, a sintetizar mis emociones en palabras claras, a tolerar mejor la frustración –porque no me sale todo como quiero; porque a la gente no le interesa que yo esté aquí, gritando; porque todo llega cuando debe ser y no cuando a mi se me da la gana-.

�� Mi hogar natal ¡Me encanta! Llegados a este punto, no puedo evitar citar a Armando Tejada Gómez –mientras tarareo al ritmo de Ariel Ramírez-: “Un poniente de largos sauzales me busca la zamba para recordar, esas viejas leyendas de piedra y silencio que guarda el Tontal… Altas sombras de polvo y camino maduran el vino de mi soledad, cuando el sol sanjuanino como un viejo amigo, me sale a encontrar…” (1) . El cielo de mi San Juan; sus rojos amaneceres, sus dorados atardeceres, sus furiosas tormentas de verano. Esa imponente montaña, la desnuda piedra, lampiña de vegetales para exhibir colores desnudos. Los sauzales de San Juan en otoño, rígidos centinelas vestidos de verde viejo, de amarillo nuevo o de nostálgicas vibraciones anaranjadas y marrones. Tomar mates con amigos, amigas y semitas; compartir un generoso vino blanco de la tierra al comer en familia; eternas noches estivales entre hermanos y hermanas del alma y cervezas. Todo esto me encanta y lo extraño con la misma intensidad. NOTA: No, no me encanta ni extraño el viento Zonda.

�� Y por supuesto, también me encanta mi hogar actual, el hogar elegido. Salamanca es donde he decidido echar mis raíces presentes (¿las futuras?… pues eso, son futuras y nunca se sabe donde crecerán -esto es lo primero que me enseñó la emigración-). Las calles de Salamanca me hacen partícipe de historias, no tengo claro de cuales pero sin duda me gustan. Las piedras doradas se sus paredes me hablan y desde que me acogieron me hicieron

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sentir que estaba dónde debía estar en ese preciso momento. La belleza de sus monumentos y la paz de sus paseos encantados al poco de amanecer en un día lluvioso siguen cautivándome. Me fascina caminar junto al río Tormes; allí he aprendido cosas nuevas sobre mí mismo tras largas reflexiones al ritmo de pasos enmarcados por vistas privilegiadas que invitan a revolver el fondo del alma. En Salamanca aprendí el verdadero significado de valerse por uno mismo, me sentí reconocido por la calidad y el esfuerzo en mi trabajo y no por las “relaciones públicas” a las que pudiese “acudir” para que me “ayuden”… Es donde hemos aprendido a construir un HOGAR a todo pulmón junto a mi mujer y por ende a valorar el fruto del propio esfuerzo en lugar de las herencias inmerecidas. Y también me encanta porque es donde vive la familia elegida, la compuesta por todos aquellos miembros que han enriquecido la familia que ya teníamos, porque tanto ellos como nosotros hemos decidido adoptarnos mutuamente. Me encanta vivir donde y como vivo; le estoy agradecido al universo por esto, ya que sé positivamente que mucha gente no pueden decir lo mismo.

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�����������Juan Carlos Di Pane Sánchez©

(1) DE “Volveré siempre a San Juan”, Zamba. Letra de Armando Tejada Gómez y música de Ariel Ramírez.