Irlanda Total

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Irlanda

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Un magnífico instrumento para conocer o revisitar la isla, cuya información se distribuye en tres grandes secciones. La primera sección, titulada Itinerarios por Irlanda, proporciona a través de siete rutas información detallada sobre las distintas regiones, ciudades y sus alrededores, paisajes de montaña y litorales, proporcionando un buen número de alternativas a la hora de visitar los lugares que reúnen los mayores atractivos. A continuación el capítulo Irlanda a vista de pájaro ofrece un recorrido panorámico por la geografía, la historia, el arte y la cultura irlandeses. Su lectura constituye una buena forma de preparar el viaje, antes de salir. La tercera sección se denomina Informaciones prácticas y ofrece abundante información sobre diversos temas a tener en cuenta como documentación necesaria, medios de transporte para desplazarse por Irlanda, gastronomía, horarios, principales acontecimientos culturales y festivos, etc. El Directorio de servicios que prosigue incluye una cuida

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Irlanda

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Dublín

DUBLÍN★★

Baile Átha Cliath o Áth Cliath (D5; 481.000 habitantes). Leinster, Dublin.

Capital de la República de Irlanda desde que se constituyó como Estado indepen­diente en 1922, es desde hace al menos ocho siglos el centro político y el principal asentamiento de la isla. La ciudad se extiende a lo largo del estuario del Liffey, puerto natural que se asoma a la costa oriental situada frente a Gran Bretaña. Desde el punto de vista geográfico, su paisaje es ondulado, con subidas y bajadas que se prolongan hasta las orillas del curso medio del río, y su relieve no alcanza alturas destacables.

Trinity College

Dublín ocupa una modesta extensión, y so-bre su horizonte de casas y puentes se abre un cielo inestable –debido a los efectos del viento–, que en verano es muy luminoso de bi do a la latitud de la ciudad (53° 23’ de latitud norte). Además del curso del Liffey, está atravesada por dos canales que rodean el casco histórico, y por innumerables zo-nas verdes: am plias superficies rectangu-lares ajardinadas en los green centrales y extensiones de césped en el Phoenix Park.

La ciudad ha sufrido grandes transfor-maciones sociales y culturales durante el siglo xx, anticipando lo que siguió de forma difuminada en el resto del país.

La localidad cayó en el olvido tras la unificación forzosa con Gran Bretaña,

ocurrida en 1801. Durante más de un siglo careció de los medios necesarios con los que sustentar a sus indigentes y contener el deterioro de sus edificios más destaca-bles. El renacimiento que ha experimen-tado la ciudad ha tenido como consecuen-cia un renovado vitalismo, permitiendo tejer una trama social capaz de aliviar atá-vicas miserias y poner en marcha progra-mas de restauración para restablecer su patrimonio histórico arquitectónico.

También en Dublín se manifiesta en la forma más evidente el impresionante cre-cimiento económico de los años 90, que entre sombras y luces parece haber trans-formado no sólo a la propia Irlanda, sino también la idea que se tiene de ella, su-

perando la imagen de amadísima tierra algo dejada moralmente con la que el país se presentaba tanto a los ojos del mundo como a los de sus propios hijos.

Los dos grandes períodos del Dublín del siglo xx han sido anticipados por un fer-vor cultural de ámbito internacional. El pri-mero tuvo su máxima representación en los grandes nombres de la literatura, el segundo la tuvo, sobre todo, en la música, que ha he-cho de la capital de Irlanda uno de los lu-gares preferidos por los jóvenes europeos.

HistoriaDubh Linn es un topónimo gaélico que sig-nifica “pantano negro”. Durante la Alta Edad Media, el desaparecido río Poddle –afluente de la margen derecha del Liffey– comenzó a ensancharse formando unas marismas en la zona. Aquellas aguas bajas, salobres por la acción de las mareas, favo-recieron en el siglo ix el desembarco de los drakar vikingos. Para los celtas, en cam-bio, Dublín era Baile Átha Cliath, es decir, “ciudad del vado de cañizo”, debido a los trenzados de cañas arrojados para conso-lidar el terreno pantanoso.

❙ Gaélicos y anglonormandos. Durante los primeros decenios del siglo xi, el desa rrollo de la ciudad estuvo caracte-rizado por un proceso de asimilación entre la población gaélica y los incurso-res escandinavos, tal como ocurrió en otros lugares de la Irlanda centro-meri-dional. Viviendas, calles y granjas ocu-paron el terreno irregular que se exten-día entre el Poddle y el Liffey (cerca de la zona del castillo y de Christ Church, con eje en la actual Castle Street), mien-tras que en el vado se construyó un pri-mer puente.

Dublín, que era en aquella época un re-levante lugar de intercambio, contaba con más de mil habitantes y fundía moneda propia. Por ello parece comprensible que fuera precisamente en ella donde tuvo lu-gar la segunda gran invasión de la histo-ria irlandesa, la de los anglonormandos, en 1172. Irlanda se vio em-pujada a establecer con la mayor de las islas britá-nicas ciertos vínculos que no podrían rom-perse en el futuro.

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Dublín

DUBLÍN★★

Baile Átha Cliath o Áth Cliath (D5; 481.000 habitantes). Leinster, Dublin.

Capital de la República de Irlanda desde que se constituyó como Estado indepen­diente en 1922, es desde hace al menos ocho siglos el centro político y el principal asentamiento de la isla. La ciudad se extiende a lo largo del estuario del Liffey, puerto natural que se asoma a la costa oriental situada frente a Gran Bretaña. Desde el punto de vista geográfico, su paisaje es ondulado, con subidas y bajadas que se prolongan hasta las orillas del curso medio del río, y su relieve no alcanza alturas destacables.

Trinity College

Dublín ocupa una modesta extensión, y so-bre su horizonte de casas y puentes se abre un cielo inestable –debido a los efectos del viento–, que en verano es muy luminoso de bi do a la latitud de la ciudad (53° 23’ de latitud norte). Además del curso del Liffey, está atravesada por dos canales que rodean el casco histórico, y por innumerables zo-nas verdes: am plias superficies rectangu-lares ajardinadas en los green centrales y extensiones de césped en el Phoenix Park.

La ciudad ha sufrido grandes transfor-maciones sociales y culturales durante el siglo xx, anticipando lo que siguió de forma difuminada en el resto del país.

La localidad cayó en el olvido tras la unificación forzosa con Gran Bretaña,

ocurrida en 1801. Durante más de un siglo careció de los medios necesarios con los que sustentar a sus indigentes y contener el deterioro de sus edificios más destaca-bles. El renacimiento que ha experimen-tado la ciudad ha tenido como consecuen-cia un renovado vitalismo, permitiendo tejer una trama social capaz de aliviar atá-vicas miserias y poner en marcha progra-mas de restauración para restablecer su patrimonio histórico arquitectónico.

También en Dublín se manifiesta en la forma más evidente el impresionante cre-cimiento económico de los años 90, que entre sombras y luces parece haber trans-formado no sólo a la propia Irlanda, sino también la idea que se tiene de ella, su-

perando la imagen de amadísima tierra algo dejada moralmente con la que el país se presentaba tanto a los ojos del mundo como a los de sus propios hijos.

Los dos grandes períodos del Dublín del siglo xx han sido anticipados por un fer-vor cultural de ámbito internacional. El pri-mero tuvo su máxima representación en los grandes nombres de la literatura, el segundo la tuvo, sobre todo, en la música, que ha he-cho de la capital de Irlanda uno de los lu-gares preferidos por los jóvenes europeos.

HistoriaDubh Linn es un topónimo gaélico que sig-nifica “pantano negro”. Durante la Alta Edad Media, el desaparecido río Poddle –afluente de la margen derecha del Liffey– comenzó a ensancharse formando unas marismas en la zona. Aquellas aguas bajas, salobres por la acción de las mareas, favo-recieron en el siglo ix el desembarco de los drakar vikingos. Para los celtas, en cam-bio, Dublín era Baile Átha Cliath, es decir, “ciudad del vado de cañizo”, debido a los trenzados de cañas arrojados para conso-lidar el terreno pantanoso.

❙ Gaélicos y anglonormandos. Durante los primeros decenios del siglo xi, el desa rrollo de la ciudad estuvo caracte-rizado por un proceso de asimilación entre la población gaélica y los incurso-res escandinavos, tal como ocurrió en otros lugares de la Irlanda centro-meri-dional. Viviendas, calles y granjas ocu-paron el terreno irregular que se exten-día entre el Poddle y el Liffey (cerca de la zona del castillo y de Christ Church, con eje en la actual Castle Street), mien-tras que en el vado se construyó un pri-mer puente.

Dublín, que era en aquella época un re-levante lugar de intercambio, contaba con más de mil habitantes y fundía moneda propia. Por ello parece comprensible que fuera precisamente en ella donde tuvo lu-gar la segunda gran invasión de la histo-ria irlandesa, la de los anglonormandos, en 1172. Irlanda se vio em-pujada a establecer con la mayor de las islas britá-nicas ciertos vínculos que no podrían rom-perse en el futuro.

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DublínRepública De iRlanDa

No obstante, aunque entre los gaélicos y los anglonormandos se produjo una es-pecie de asimilación recíproca, semejante a la que había ocurrido con los vikingos, el intercambio fue acompañado por una virulenta oposición. También en esta oca-sión fueron numerosos los intentos de re-sistencia contra los nuevos invasores: du-rante siglos, los límites del territorio que se extendía en torno a Dublín (The Pale), bajo dominio inglés, cambiaron según la mayor o menor beligerancia que se regis-trara en el interior de la isla.

En cambio, la ciudad como tal no se caracterizó por su antibritanismo, como pone de manifiesto el hecho de que cuando, a partir del año 1536, se introdu jo una Re-forma de inspiración anglicana no se pro-dujo ninguna reacción en contra por parte de los fieles a la Iglesia de Roma.

Desde el punto de vista urbanístico, la Dublín medieval fue ampliándose, en parte sobre terreno desecado y robado al Liffey, al tiempo que estableció sus ba-luartes políticos, como el castillo (1220), y religiosos, como la nueva colegiata de-dicada a San Patricio (1192). Desecadas paulatinamente las ma rismas originarias del Poddle, adquirie ron forma propia al-gunas zonas de la ciudad, y se constitu-yeron al nor te del río los primeros ba-rrios. La ju risdicción de la ciudad no so-brepasaba las murallas construidas entre el castillo, el río y el puente. Algunas zo-nas exteriores, que no estaban obligadas a pagar tasas, recibieron el nombre de Liberties.

Con el estallido de la guerra civil in-glesa (1642-1648), la ciudad, en un prin-cipio, permaneció fiel al rey Carlos I, pero se vio obligada a rendirse en 1647 ante las fuerzas del Parlamento republi-

cano. Recibió su rendición el propio Oli-ver Cromwell, que llevó a cabo una mar-cha extremadamente represiva sobre la isla. A finales del siglo xv, además de las guerras que atormentaban al país, Du-blín atravesó un período de sustancial re-cesión: el crecimiento y la prosperidad de la ciudad no llegaron hasta después de la muerte de Cromwell y la restaura-ción en 1660 de la monarquía británica con Carlos II.❙ La capitalidad. El decenio posterior a 1680 está consi derado habitualmente como el inicio de la formación de la ciu-dad histórica tal como la conocemos en la actualidad. Desde entonces hasta la época napoleó nica, Dublín –capital de una Ir-landa pacificada finalmente y libre para desa rrollar la actividad comercial, expe-rimentó un aumen to de la po blación (de los 65.000 ha bitan tes que había a finales del siglo xvii a los 200.000 ha bitantes de 1800), consolidando su aris to cracia –repre-sentada en el Parlamento du bli nés, reco-nocido en Londres– e in cre men tan do sus edificaciones.❙ La independencia. Este prolongado pe-ríodo de prosperidad contribuyó al resur-gimiento de un nuevo espíritu de indepen-dencia. Un número creciente de irlande ses reclamaba entonces libertad de acción y, a consecuencia del estallido de la Revolu-ción francesa, no faltó quien se opusiera, con las armas y con el corazón, a los an-tiguos ocupan tes ingleses. La reacción de estos últimos –no sólo militar– fue contun-dente. En el año 1801 la aristocracia de la isla se vio obligada a votar la supresión de su propio parlamento: Dublín se convirtió en la capital de una provincia desdeñada y abandonada por Londres.

La ciudad, paulatinamente relegada al olvido, afrontó la época victoriana (1837-1901) en medio de endé micas privaciones sociales y desórdenes políticos.

Fachadas de pubs emblemáticos. Algunos de ellos, fundados en el siglo xviii, son auténticas instituciones de la ciudad.

Dublin Castle, sede de la Presidencia

de Irlanda.

A principios del siglo xx, en algunos edificios ruinosos de los barrios del an-tiguo casco medieval se hacinaban hasta 138 habitantes por acre, frente a la cifra má xi ma tolerable para la salud pública que se situaba en 50 personas por acre.

La vida cotidiana en la ciudad se ha-llaba sumida en un caos interminable de movilizaciones continuas, actos de guerri-lla y represiones, como la insurrección de Pascual de 1916, reprimida con dureza, y la sangrienta revolución de los años 1919-1921, cuyo objetivo era el reconocimiento de la independencia irlandesa. El 6 de di-ciembre de 1921, Dublín era al fin capi-tal de Irlanda.

Los siglos xix y xx vieron la decaden-cia de la ciudad, consecuencia de las gra-ves dificultades económicas que atravesó la isla. Dublín vivió sus peores mo mentos al inicio del siglo xx, en los años pre-vios e inmediatamente posteriores a la independencia. El levantamiento de 1916 y la guerra civil provoca-ron graves daños a edificios como la GPO o the Four Courts, y las cosas no mejoraron con el cese de las hostilidades. La ciudad an-tigua fue completamente aban-donada a su suerte por las auto-ridades irlandesas y la población se desplazó a zonas residenciales, lo que explica que se produjeran los desmanes urbanísticos que desgraciada mente “adornan” la capital.

❙ La actualidad. El boom económico de los últimos años ha sido el detonante de una nueva edad de oro para Dublín.

La capital ha sufrido un lavado de cara, con el desarrollo de Temple Bar, que pasó de estar casi en ruinas a ser una de las zo-nas culturales más conocidas de Europa.

❚ VISITALa visita de la capital [planos en las pág. 14-15 y 16-17] se divide en cinco itinera-rios, cada uno dedicado a un sector de la

ciudad, y en un itinerario que ex-plora los alrededores.

El primero recorre la zona al sur del río Liffey y tiene su punto central en la visita al Tri-nity College y a los principales

museos de la ciudad, entre agradables descansos en

las verdes plazas de St. Stephen’s Green y Ma-

rrion Square, donde se en cuentran ele-

gantes edificios de época geor-giana.Ambiente ru-

tilante en Temple

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DublínRepública De iRlanDa

No obstante, aunque entre los gaélicos y los anglonormandos se produjo una es-pecie de asimilación recíproca, semejante a la que había ocurrido con los vikingos, el intercambio fue acompañado por una virulenta oposición. También en esta oca-sión fueron numerosos los intentos de re-sistencia contra los nuevos invasores: du-rante siglos, los límites del territorio que se extendía en torno a Dublín (The Pale), bajo dominio inglés, cambiaron según la mayor o menor beligerancia que se regis-trara en el interior de la isla.

En cambio, la ciudad como tal no se caracterizó por su antibritanismo, como pone de manifiesto el hecho de que cuando, a partir del año 1536, se introdu jo una Re-forma de inspiración anglicana no se pro-dujo ninguna reacción en contra por parte de los fieles a la Iglesia de Roma.

Desde el punto de vista urbanístico, la Dublín medieval fue ampliándose, en parte sobre terreno desecado y robado al Liffey, al tiempo que estableció sus ba-luartes políticos, como el castillo (1220), y religiosos, como la nueva colegiata de-dicada a San Patricio (1192). Desecadas paulatinamente las ma rismas originarias del Poddle, adquirie ron forma propia al-gunas zonas de la ciudad, y se constitu-yeron al nor te del río los primeros ba-rrios. La ju risdicción de la ciudad no so-brepasaba las murallas construidas entre el castillo, el río y el puente. Algunas zo-nas exteriores, que no estaban obligadas a pagar tasas, recibieron el nombre de Liberties.

Con el estallido de la guerra civil in-glesa (1642-1648), la ciudad, en un prin-cipio, permaneció fiel al rey Carlos I, pero se vio obligada a rendirse en 1647 ante las fuerzas del Parlamento republi-

cano. Recibió su rendición el propio Oli-ver Cromwell, que llevó a cabo una mar-cha extremadamente represiva sobre la isla. A finales del siglo xv, además de las guerras que atormentaban al país, Du-blín atravesó un período de sustancial re-cesión: el crecimiento y la prosperidad de la ciudad no llegaron hasta después de la muerte de Cromwell y la restaura-ción en 1660 de la monarquía británica con Carlos II.❙ La capitalidad. El decenio posterior a 1680 está consi derado habitualmente como el inicio de la formación de la ciu-dad histórica tal como la conocemos en la actualidad. Desde entonces hasta la época napoleó nica, Dublín –capital de una Ir-landa pacificada finalmente y libre para desa rrollar la actividad comercial, expe-rimentó un aumen to de la po blación (de los 65.000 ha bitan tes que había a finales del siglo xvii a los 200.000 ha bitantes de 1800), consolidando su aris to cracia –repre-sentada en el Parlamento du bli nés, reco-nocido en Londres– e in cre men tan do sus edificaciones.❙ La independencia. Este prolongado pe-ríodo de prosperidad contribuyó al resur-gimiento de un nuevo espíritu de indepen-dencia. Un número creciente de irlande ses reclamaba entonces libertad de acción y, a consecuencia del estallido de la Revolu-ción francesa, no faltó quien se opusiera, con las armas y con el corazón, a los an-tiguos ocupan tes ingleses. La reacción de estos últimos –no sólo militar– fue contun-dente. En el año 1801 la aristocracia de la isla se vio obligada a votar la supresión de su propio parlamento: Dublín se convirtió en la capital de una provincia desdeñada y abandonada por Londres.

La ciudad, paulatinamente relegada al olvido, afrontó la época victoriana (1837-1901) en medio de endé micas privaciones sociales y desórdenes políticos.

Fachadas de pubs emblemáticos. Algunos de ellos, fundados en el siglo xviii, son auténticas instituciones de la ciudad.

Dublin Castle, sede de la Presidencia

de Irlanda.

A principios del siglo xx, en algunos edificios ruinosos de los barrios del an-tiguo casco medieval se hacinaban hasta 138 habitantes por acre, frente a la cifra má xi ma tolerable para la salud pública que se situaba en 50 personas por acre.

La vida cotidiana en la ciudad se ha-llaba sumida en un caos interminable de movilizaciones continuas, actos de guerri-lla y represiones, como la insurrección de Pascual de 1916, reprimida con dureza, y la sangrienta revolución de los años 1919-1921, cuyo objetivo era el reconocimiento de la independencia irlandesa. El 6 de di-ciembre de 1921, Dublín era al fin capi-tal de Irlanda.

Los siglos xix y xx vieron la decaden-cia de la ciudad, consecuencia de las gra-ves dificultades económicas que atravesó la isla. Dublín vivió sus peores mo mentos al inicio del siglo xx, en los años pre-vios e inmediatamente posteriores a la independencia. El levantamiento de 1916 y la guerra civil provoca-ron graves daños a edificios como la GPO o the Four Courts, y las cosas no mejoraron con el cese de las hostilidades. La ciudad an-tigua fue completamente aban-donada a su suerte por las auto-ridades irlandesas y la población se desplazó a zonas residenciales, lo que explica que se produjeran los desmanes urbanísticos que desgraciada mente “adornan” la capital.

❙ La actualidad. El boom económico de los últimos años ha sido el detonante de una nueva edad de oro para Dublín.

La capital ha sufrido un lavado de cara, con el desarrollo de Temple Bar, que pasó de estar casi en ruinas a ser una de las zo-nas culturales más conocidas de Europa.

❚ VISITALa visita de la capital [planos en las pág. 14-15 y 16-17] se divide en cinco itinera-rios, cada uno dedicado a un sector de la

ciudad, y en un itinerario que ex-plora los alrededores.

El primero recorre la zona al sur del río Liffey y tiene su punto central en la visita al Tri-nity College y a los principales

museos de la ciudad, entre agradables descansos en

las verdes plazas de St. Stephen’s Green y Ma-

rrion Square, donde se en cuentran ele-

gantes edificios de época geor-giana.Ambiente ru-

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DublínRepública De iRlanDa

Bar, el barrio en el que se centra el se-gundo itinerario. Invita a perderse entre el laberinto de calles, animadas por nu-merosos pubs.

El castillo y las dos catedrales de la Church of Ireland son la visita principal del tercer recorrido, superviviente de un anti-guo centro medieval que ha dejado pocas huellas. La visita prosigue en la zona sep-tentrional de la ciudad, más popular con algunos edificios públicos de cierto re lie- ve y con la que es actualmente la zona más de moda de la capital, la de Smithfield. El río y los parques (especialmente el pulmón verde de Phoenix Park) son el principal mo-tivo de interés del itinerario siguiente. El último recorrido sale de la ciudad y llega a balnearios y lugares de inspiración litera-ria, como la torre Sandycove, desde donde comienza el Ulyses de Joyce.

LA CIUDAD GEORGIANA AL SUR DEL RÍO

Gran animación, calles peatonales, tien-das que exhiben artículos de lujo; por un lado museos y por otro edificios históricos que orgullosamente recuerdan, gracias a bonitas placas, a los personajes que vivie-ron en la zona. No hay ninguna duda: es-tamos en el pleno centro de la ciudad. Sin embargo, si se han visitado otras ciuda-

des europeas se pueden ver diferencias: ¿dónde está la catedral?, ¿dónde están los símbolos del poder medieval y de la Edad Moderna? Se encuentran desplazados del centro, lo que constituye una particulari-dad de la capital irlandesa.

También a la vista de esto, no parece ex-traño que se proponga salir a descubrir la ciudad desde un puente, aunque sea algo más que bonito. Es O’Connell Brigde –mide 42 m sobre las aguas del río Liffey– donde convergen, de hecho, las diferentes partes, distintas y reconocibles, en las que se divide históricamente la capital. Primer punto de interés artístico cultural del iti-nerario, que explora la parte suroriental de la ciudad histórica, es el Trinity College, lugar que puede tomarse como emblema de toda Irlanda.

Joven y animado, pero con un corazón antiguo, que custodia preciosas perlas de la cultura occidental, ha visto desaparecer en los últimos decenios su función de ba-luarte protestante en la católica Irlanda. Después, siguiendo la peatonal Grafton Street se llega a St. Stephen’s Green, una agradable plaza con un parque que segura-mente permanecerá en el recuerdo de mu-chos. El paseo por las calles adyacentes lle-vará a descubrir los principales museos de la ciudad así como la nobleza de los mejo-res ejemplos de la arquitectura georgiana.

O’Connell Bridge (I, C4) En el mismo emplazamiento que tiene el puente actual, entre 1792 y 1794 se cons-truyó un primer puente, bajo la dirección de James Gandon, según el proyecto ur-banístico que entre 1757 y 1800 se llevó a cabo para redistribuir el centro –la única planificación de relevancia en la historia de la Irlanda británica–. En aquella época el puente recibió el nombre de Carlisle Bridge. En 1880 fue ampliado y, después de que Irlanda obtuviera la independen-cia, fue rebautizado con su nombre ac-tual. El puente está dedicado a Daniel O’Connell, gran dirigente político, figura muy popular en la primera mitad del si-glo xix, que aparece retratado en la esta-tua que hay en la parte septentrional, donde conecta con la arteria del mismo nombre.

Westmoreland Street (I, C4)En la cabecera meridional del O’Connell Bridge se bifurcan dos calles –resultado ambas del mismo proyecto urbanístico por el que se construyó el puente–: D’Olier Street, hacia la izquierda, y Westmore-land, hacia la derecha. Esta última está dedicada al décimo lord de Westmore-land. En el siglo xix se concentraban en ella las sedes de las compañías de segu-ros, de las que todavía se con serva el edi-ficio que hace esquina con D’Olier Street (1895). Siguiendo por la calle Westmore-land y pasando el cruce con Fleet Street se llega al barrio de Temple Bar; comen-zando, por tanto, el College Green, frente al que se encuentran el Trinity College y el Bank of Ireland.

Bank of Ireland★ (I, C4) (El acceso depende del horario de atención al público; la visita guiada se realiza los martes a las 10.30 h, 11.30 h y 13.45 h, con acceso a la Parliament Chamber). El edificio fue construido entre 1728 y 1739 como Parlia-ment House, sede de la Cámara de los Lo-res y la Cámara de los Comunes de la isla. Está considerado la obra maestra de Sir Edward Lovett Pearce, que junto al ale-mán Richard Cassels –colaborador suyo en esta obra– fue el principal exponente del estilo palladiano en Irlanda. En el ex-terior destaca el pórtico corintio añadido en 1785 según un proyecto de James Gan-don. No todos están de acuerdo en el lo-gro de la estructura, debido a su gran mo-numentalidad, el palacio resulta pesado y un mazacote más que monumental. Ésta es la causa de que a muchos dublineses no les guste el palacio.

Surgido como sede del parlamento ir-landés, el conjunto perdió su función po-lítica en 1800, cuando Londres obligó al reino de Irlanda a unificarse con el de Gran Bretaña mediante la firma del Act of Union. En aquella época, se decidió su reutilización con fines financieros, encar-gando en 1803 las obras de remodelación a Francis Johnston.

En el interior destaca su gran lámpara de cristal, la Golden Mace, compuesta por 1.233 piezas, que pende de la Parliament Chamber, estancia donde se reunían los

Puertas de estilo georgiano (siglo xviii) en el centro histórico. Este estilo clásico, instigado por la bonaza económica de la época, se basa en la elegancia y la simetría en las proporciones.

Aunque el tráfico auto movilístico de Du­blín sea intenso y las zonas peatonales escasas, no resulta fácil orientarse en esta ciudad, entre los sentidos únicos y las di­recciones obli gatorias, sin mencionar las dificultades que supone el condu cir por la izquierda. Ade más, las calles del centro urbano no son muy amplias, y detenerse para mirar el plano puede suponer un obstáculo para el resto del tráfico.

Por todo ello, es aconsejable explorar Dublín a pie, ya que no se trata de una ciudad gran de, y además los autobuses –gestionados por la empresa Bus Átha Cliath– son muy efica ces.

Para los recorridos más largos se puede utilizar la línea férrea del Dart. Ésta toma su nombre de las siglas de “Dublin Area Rapid Transport”, y además forma la voz inglesa que significa “dardo”, palabra muy relaciona da con el pub irlandés.

El ferrocarril local llega hasta Howth (al norte) y Bray (al sur), pero con la conexión con el Suburban Rail se llega hasta Dunda­lk y Arklow y, en el interior, hasta Mullin­gar y Kildare. Conviene prestar atención a los horarios, ya que el Dart siempre los respeta mientras que los autobuses ge­neralmente no lo hacen.

MoveRse poR la ciuDaD

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Bar, el barrio en el que se centra el se-gundo itinerario. Invita a perderse entre el laberinto de calles, animadas por nu-merosos pubs.

El castillo y las dos catedrales de la Church of Ireland son la visita principal del tercer recorrido, superviviente de un anti-guo centro medieval que ha dejado pocas huellas. La visita prosigue en la zona sep-tentrional de la ciudad, más popular con algunos edificios públicos de cierto re lie- ve y con la que es actualmente la zona más de moda de la capital, la de Smithfield. El río y los parques (especialmente el pulmón verde de Phoenix Park) son el principal mo-tivo de interés del itinerario siguiente. El último recorrido sale de la ciudad y llega a balnearios y lugares de inspiración litera-ria, como la torre Sandycove, desde donde comienza el Ulyses de Joyce.

LA CIUDAD GEORGIANA AL SUR DEL RÍO

Gran animación, calles peatonales, tien-das que exhiben artículos de lujo; por un lado museos y por otro edificios históricos que orgullosamente recuerdan, gracias a bonitas placas, a los personajes que vivie-ron en la zona. No hay ninguna duda: es-tamos en el pleno centro de la ciudad. Sin embargo, si se han visitado otras ciuda-

des europeas se pueden ver diferencias: ¿dónde está la catedral?, ¿dónde están los símbolos del poder medieval y de la Edad Moderna? Se encuentran desplazados del centro, lo que constituye una particulari-dad de la capital irlandesa.

También a la vista de esto, no parece ex-traño que se proponga salir a descubrir la ciudad desde un puente, aunque sea algo más que bonito. Es O’Connell Brigde –mide 42 m sobre las aguas del río Liffey– donde convergen, de hecho, las diferentes partes, distintas y reconocibles, en las que se divide históricamente la capital. Primer punto de interés artístico cultural del iti-nerario, que explora la parte suroriental de la ciudad histórica, es el Trinity College, lugar que puede tomarse como emblema de toda Irlanda.

Joven y animado, pero con un corazón antiguo, que custodia preciosas perlas de la cultura occidental, ha visto desaparecer en los últimos decenios su función de ba-luarte protestante en la católica Irlanda. Después, siguiendo la peatonal Grafton Street se llega a St. Stephen’s Green, una agradable plaza con un parque que segura-mente permanecerá en el recuerdo de mu-chos. El paseo por las calles adyacentes lle-vará a descubrir los principales museos de la ciudad así como la nobleza de los mejo-res ejemplos de la arquitectura georgiana.

O’Connell Bridge (I, C4) En el mismo emplazamiento que tiene el puente actual, entre 1792 y 1794 se cons-truyó un primer puente, bajo la dirección de James Gandon, según el proyecto ur-banístico que entre 1757 y 1800 se llevó a cabo para redistribuir el centro –la única planificación de relevancia en la historia de la Irlanda británica–. En aquella época el puente recibió el nombre de Carlisle Bridge. En 1880 fue ampliado y, después de que Irlanda obtuviera la independen-cia, fue rebautizado con su nombre ac-tual. El puente está dedicado a Daniel O’Connell, gran dirigente político, figura muy popular en la primera mitad del si-glo xix, que aparece retratado en la esta-tua que hay en la parte septentrional, donde conecta con la arteria del mismo nombre.

Westmoreland Street (I, C4)En la cabecera meridional del O’Connell Bridge se bifurcan dos calles –resultado ambas del mismo proyecto urbanístico por el que se construyó el puente–: D’Olier Street, hacia la izquierda, y Westmore-land, hacia la derecha. Esta última está dedicada al décimo lord de Westmore-land. En el siglo xix se concentraban en ella las sedes de las compañías de segu-ros, de las que todavía se con serva el edi-ficio que hace esquina con D’Olier Street (1895). Siguiendo por la calle Westmore-land y pasando el cruce con Fleet Street se llega al barrio de Temple Bar; comen-zando, por tanto, el College Green, frente al que se encuentran el Trinity College y el Bank of Ireland.

Bank of Ireland★ (I, C4) (El acceso depende del horario de atención al público; la visita guiada se realiza los martes a las 10.30 h, 11.30 h y 13.45 h, con acceso a la Parliament Chamber). El edificio fue construido entre 1728 y 1739 como Parlia-ment House, sede de la Cámara de los Lo-res y la Cámara de los Comunes de la isla. Está considerado la obra maestra de Sir Edward Lovett Pearce, que junto al ale-mán Richard Cassels –colaborador suyo en esta obra– fue el principal exponente del estilo palladiano en Irlanda. En el ex-terior destaca el pórtico corintio añadido en 1785 según un proyecto de James Gan-don. No todos están de acuerdo en el lo-gro de la estructura, debido a su gran mo-numentalidad, el palacio resulta pesado y un mazacote más que monumental. Ésta es la causa de que a muchos dublineses no les guste el palacio.

Surgido como sede del parlamento ir-landés, el conjunto perdió su función po-lítica en 1800, cuando Londres obligó al reino de Irlanda a unificarse con el de Gran Bretaña mediante la firma del Act of Union. En aquella época, se decidió su reutilización con fines financieros, encar-gando en 1803 las obras de remodelación a Francis Johnston.

En el interior destaca su gran lámpara de cristal, la Golden Mace, compuesta por 1.233 piezas, que pende de la Parliament Chamber, estancia donde se reunían los

Puertas de estilo georgiano (siglo xviii) en el centro histórico. Este estilo clásico, instigado por la bonaza económica de la época, se basa en la elegancia y la simetría en las proporciones.

Aunque el tráfico auto movilístico de Du­blín sea intenso y las zonas peatonales escasas, no resulta fácil orientarse en esta ciudad, entre los sentidos únicos y las di­recciones obli gatorias, sin mencionar las dificultades que supone el condu cir por la izquierda. Ade más, las calles del centro urbano no son muy amplias, y detenerse para mirar el plano puede suponer un obstáculo para el resto del tráfico.

Por todo ello, es aconsejable explorar Dublín a pie, ya que no se trata de una ciudad gran de, y además los autobuses –gestionados por la empresa Bus Átha Cliath– son muy efica ces.

Para los recorridos más largos se puede utilizar la línea férrea del Dart. Ésta toma su nombre de las siglas de “Dublin Area Rapid Transport”, y además forma la voz inglesa que significa “dardo”, palabra muy relaciona da con el pub irlandés.

El ferrocarril local llega hasta Howth (al norte) y Bray (al sur), pero con la conexión con el Suburban Rail se llega hasta Dunda­lk y Arklow y, en el interior, hasta Mullin­gar y Kildare. Conviene prestar atención a los horarios, ya que el Dart siempre los respeta mientras que los autobuses ge­neralmente no lo hacen.

MoveRse poR la ciuDaD

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Irlanda, el pasado y el futuro

IRLANDA, EL PASADO Y EL FUTURO

Cualquier isla, sobre todo para quienes lle-gan del mar, constituye antes que nada un lugar de costas y muelles, de gaviotas y playas, de escollos azotados por el viento. El mar moldea a su antojo a Irlanda. Es el océano que no da tregua a las rocas de Dingle, que empuja las nubes a la llanura del Shannon, que envuelve a Dublín in-cluso en las noches de invierno. El viaje a Irlanda es también una experiencia de in-mersión total en la naturaleza. Su fama de país verde, tranquilo, rico en testimonios artísticos y culturales no es una imagen falseada para vender a los turistas. Es la realidad de un país donde la vida discurre con ritmo menos frenético, más humano, que en otros muchos lugares de Europa. Puede que por poco tiempo. Irlanda se ha transformado en el mayor fabricante de ordenadores, ha entrado en el grupo de países de economía emergente, provocado por el afán de recuperar el tiempo perdido. Y sin embargo puede vanagloriarse de no haber perdido ni destruido sus paisajes, en un tiempo en que Europa se llenaba de ce-mento y prestaba menos atención que hoy al medioambiente y la calidad de vida. Y seguirá estando orgullosa de sus extrava-gantes récords: el porcentaje más alto de mujeres pelirrojas, del número de orde-naciones sacerdotales y días de lluvia, del mayor consumo de té per cápita, del ín-dice más bajo de suicidios y de la inven-ción del libro más difundido en occidente tras la Biblia, el “Guinness de los récords”, invento del rey de la cerveza local.

Todavía no se ha marcado una fecha concreta en el calendario para normali-zar la convivencia en la zona nororiental

del Ulster, en posesión del Reino Unido. Por fortuna Belfast y Derry/Londonderry ya no aparecen en las noticias por actos terroristas y enfrentamientos entre pro-testantes y católicos. Ahora las calles es-tán libres de puestos de control y las verjas que aislaban barrios enteros permanecen abiertas. Es quizá el principio de la paz.

Una isla y el océanoIrlanda está conformada por una llanura central rodeada por cortas y fragmentadas cadenas montañosas. La Central Plain, formada por un antiguo sustrato de cali-zas carboníferas cubierto por depósitos de morrena, se corresponde en gran medida con la cuenca hidrográfica del Shannon, el río más largo (386 km) y de mayor cau-dal de todo el archipiélago británico. La llanura central, modelada por glaciacio-nes del cuaternario, está salpicada de la-gunas y pequeños lagos, los Lough, en los que afloran con frecuencia las turberas.

Las montañas, modeladas por forma-ciones volcánicas como el basalto y rocas metamórficas, han sufrido la erosión de los agentes atmosféricos, de ahí que al-cancen cotas modestas: al norte la cadena montañosa de Donegal, al sur los montes de Wicklow y de Kerry, que se elevan hasta los 1.041 m del Carrantuohill, el pico más alto de la isla.

Las costas orientales, que se asoman al mar de Irlanda y Gran Bretaña, son más bien rectas, mientras que las del Atlán-tico occidental aparecen mucho más re-cortadas por la acción erosiva del mar y por la inundación de antiguos valles, que hoy aparecen como profundas ensenadas

semejantes a las rías gallegas de España. Estos entrantes, resultado del aumento del nivel del mar en época postglaciar, es-tán rodeados por promontorios rocosos y acogen la desembocadura de ríos como el Lee, a cuya orilla se halla la ciudad de Cork, o el Shannon, que desemboca junto a la ciudad de Limerick.

En la costa atlántica aparecen numero-sas islas, como el archipiélago de las Aran, situado en la embocadura de la bahía de Galway y formado por tres islas principa-les, Inishmore, Inishmaan e Inisheer. La costa occidental, además del espectáculo fascinante de las Aran, ricas en testimo-nios precristianos y medievales, posee los paisajes de mayor reclamo turístico de la isla, como las bahías y las penínsulas de Kerry, los acantilados verticales de Done-gal o, en Irlanda del Norte, la Giant’s Cau-seway, extraordinarias formaciones de ba-salto hexagonales.

Enya, una célebre cantante irlandesa contemporánea, tituló una de sus cancio-nes “A day without rain”, un día sin llu-via. Es una melodía alegre, derivada de lo excepcional del suceso, dado que en Ir-landa la lluvia es un fenómeno persistente: llueve de media 200 días al año, aunque la percepción común es que llueve todavía más, así una antigua cantinela dice que “Irlanda es el país más limpio del mundo porque el buen Dios lo lava todos los días”. A la lluvia acompaña un cielo con frecuen-cia lleno de nubes y un aire muy húmedo, esparcido en la isla por los vientos occi-dentales que llegan del Atlántico.

El sol, cuando sale, obviamente es una fiesta y puede repetirse varias veces en el día, ya que la variabilidad del tiempo es otra característica climática importante. Es un sol que acentúa la suavidad del

clima irlandés, fresco en verano, difícil-mente se superan los 20 ºC, no muy frío en invierno, gracias a la influencia de la corriente del Golfo, que impide que las temperaturas alcancen valores negativos. Un clima, pues, templado que permite la proliferación de especies vegetales insóli-tas en estas latitudes, como la flora medi-terránea de las regiones sudoccidentales de Kerry y Cork.

Por último el viento, otro elemento at-mosférico ligado a la insularidad y que mantiene el aire siempre cortante y lim-pio y el mar en continuo movimiento. En el caso de Irlanda con frecuencia se trans-forma en tempestad, temida por los pes-cadores, fondo trágico de algunas obras maestras de arte ambientadas en la isla, como la novela de Tristán e Isolda o la pe-lícula La hija de Ryan, del director inglés David Lean.

PoblaciónIrlanda está marcada por una historia trágica que ha visto diezmarse su pobla-ción (de 8 a 4 millones de habitantes) de-bido a la mortalidad que se produjo du-rante la hambruna de 1847-1848 y por la emigración masiva, sobre todo a Estados Unidos. Es el único estado del mundo que hoy cuenta con menos habitantes de los que tenía antes del siglo xix. La pobla-ción irlandesa (5,2 millones de habitan-tes, de los cuales 1,6 corresponden a Ir-landa del Norte) no ha comenzado a cre-cer hasta los últimos treinta años, cuando el flujo migratorio se ha detenido y la na-talidad se ha mantenido en índices muy elevados, los más altos de los países de la Unión Europea, que por el contrario en el mismo período se han acercado al índice cero.

Irlanda se ha convertido así en el país más joven de Europa, con cerca de la mi-tad de la población menor de 25 años, y empieza a acoger a un número creciente de emigrantes que vuelven a casa. Ba-luarte católico en una zona de Europa de mayoría protestante (sólo en Irlanda del Norte los católicos son minoría), Ir-landa siempre ha considerado la religión como un rasgo fundamental de la identi-dad nacional, tanto que la iglesia todavía

De izquierda a derecha: población irlandesa de carácter rural y urbano.

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Irlanda, el pasado y el futuro

IRLANDA, EL PASADO Y EL FUTURO

Cualquier isla, sobre todo para quienes lle-gan del mar, constituye antes que nada un lugar de costas y muelles, de gaviotas y playas, de escollos azotados por el viento. El mar moldea a su antojo a Irlanda. Es el océano que no da tregua a las rocas de Dingle, que empuja las nubes a la llanura del Shannon, que envuelve a Dublín in-cluso en las noches de invierno. El viaje a Irlanda es también una experiencia de in-mersión total en la naturaleza. Su fama de país verde, tranquilo, rico en testimonios artísticos y culturales no es una imagen falseada para vender a los turistas. Es la realidad de un país donde la vida discurre con ritmo menos frenético, más humano, que en otros muchos lugares de Europa. Puede que por poco tiempo. Irlanda se ha transformado en el mayor fabricante de ordenadores, ha entrado en el grupo de países de economía emergente, provocado por el afán de recuperar el tiempo perdido. Y sin embargo puede vanagloriarse de no haber perdido ni destruido sus paisajes, en un tiempo en que Europa se llenaba de ce-mento y prestaba menos atención que hoy al medioambiente y la calidad de vida. Y seguirá estando orgullosa de sus extrava-gantes récords: el porcentaje más alto de mujeres pelirrojas, del número de orde-naciones sacerdotales y días de lluvia, del mayor consumo de té per cápita, del ín-dice más bajo de suicidios y de la inven-ción del libro más difundido en occidente tras la Biblia, el “Guinness de los récords”, invento del rey de la cerveza local.

Todavía no se ha marcado una fecha concreta en el calendario para normali-zar la convivencia en la zona nororiental

del Ulster, en posesión del Reino Unido. Por fortuna Belfast y Derry/Londonderry ya no aparecen en las noticias por actos terroristas y enfrentamientos entre pro-testantes y católicos. Ahora las calles es-tán libres de puestos de control y las verjas que aislaban barrios enteros permanecen abiertas. Es quizá el principio de la paz.

Una isla y el océanoIrlanda está conformada por una llanura central rodeada por cortas y fragmentadas cadenas montañosas. La Central Plain, formada por un antiguo sustrato de cali-zas carboníferas cubierto por depósitos de morrena, se corresponde en gran medida con la cuenca hidrográfica del Shannon, el río más largo (386 km) y de mayor cau-dal de todo el archipiélago británico. La llanura central, modelada por glaciacio-nes del cuaternario, está salpicada de la-gunas y pequeños lagos, los Lough, en los que afloran con frecuencia las turberas.

Las montañas, modeladas por forma-ciones volcánicas como el basalto y rocas metamórficas, han sufrido la erosión de los agentes atmosféricos, de ahí que al-cancen cotas modestas: al norte la cadena montañosa de Donegal, al sur los montes de Wicklow y de Kerry, que se elevan hasta los 1.041 m del Carrantuohill, el pico más alto de la isla.

Las costas orientales, que se asoman al mar de Irlanda y Gran Bretaña, son más bien rectas, mientras que las del Atlán-tico occidental aparecen mucho más re-cortadas por la acción erosiva del mar y por la inundación de antiguos valles, que hoy aparecen como profundas ensenadas

semejantes a las rías gallegas de España. Estos entrantes, resultado del aumento del nivel del mar en época postglaciar, es-tán rodeados por promontorios rocosos y acogen la desembocadura de ríos como el Lee, a cuya orilla se halla la ciudad de Cork, o el Shannon, que desemboca junto a la ciudad de Limerick.

En la costa atlántica aparecen numero-sas islas, como el archipiélago de las Aran, situado en la embocadura de la bahía de Galway y formado por tres islas principa-les, Inishmore, Inishmaan e Inisheer. La costa occidental, además del espectáculo fascinante de las Aran, ricas en testimo-nios precristianos y medievales, posee los paisajes de mayor reclamo turístico de la isla, como las bahías y las penínsulas de Kerry, los acantilados verticales de Done-gal o, en Irlanda del Norte, la Giant’s Cau-seway, extraordinarias formaciones de ba-salto hexagonales.

Enya, una célebre cantante irlandesa contemporánea, tituló una de sus cancio-nes “A day without rain”, un día sin llu-via. Es una melodía alegre, derivada de lo excepcional del suceso, dado que en Ir-landa la lluvia es un fenómeno persistente: llueve de media 200 días al año, aunque la percepción común es que llueve todavía más, así una antigua cantinela dice que “Irlanda es el país más limpio del mundo porque el buen Dios lo lava todos los días”. A la lluvia acompaña un cielo con frecuen-cia lleno de nubes y un aire muy húmedo, esparcido en la isla por los vientos occi-dentales que llegan del Atlántico.

El sol, cuando sale, obviamente es una fiesta y puede repetirse varias veces en el día, ya que la variabilidad del tiempo es otra característica climática importante. Es un sol que acentúa la suavidad del

clima irlandés, fresco en verano, difícil-mente se superan los 20 ºC, no muy frío en invierno, gracias a la influencia de la corriente del Golfo, que impide que las temperaturas alcancen valores negativos. Un clima, pues, templado que permite la proliferación de especies vegetales insóli-tas en estas latitudes, como la flora medi-terránea de las regiones sudoccidentales de Kerry y Cork.

Por último el viento, otro elemento at-mosférico ligado a la insularidad y que mantiene el aire siempre cortante y lim-pio y el mar en continuo movimiento. En el caso de Irlanda con frecuencia se trans-forma en tempestad, temida por los pes-cadores, fondo trágico de algunas obras maestras de arte ambientadas en la isla, como la novela de Tristán e Isolda o la pe-lícula La hija de Ryan, del director inglés David Lean.

PoblaciónIrlanda está marcada por una historia trágica que ha visto diezmarse su pobla-ción (de 8 a 4 millones de habitantes) de-bido a la mortalidad que se produjo du-rante la hambruna de 1847-1848 y por la emigración masiva, sobre todo a Estados Unidos. Es el único estado del mundo que hoy cuenta con menos habitantes de los que tenía antes del siglo xix. La pobla-ción irlandesa (5,2 millones de habitan-tes, de los cuales 1,6 corresponden a Ir-landa del Norte) no ha comenzado a cre-cer hasta los últimos treinta años, cuando el flujo migratorio se ha detenido y la na-talidad se ha mantenido en índices muy elevados, los más altos de los países de la Unión Europea, que por el contrario en el mismo período se han acercado al índice cero.

Irlanda se ha convertido así en el país más joven de Europa, con cerca de la mi-tad de la población menor de 25 años, y empieza a acoger a un número creciente de emigrantes que vuelven a casa. Ba-luarte católico en una zona de Europa de mayoría protestante (sólo en Irlanda del Norte los católicos son minoría), Ir-landa siempre ha considerado la religión como un rasgo fundamental de la identi-dad nacional, tanto que la iglesia todavía

De izquierda a derecha: población irlandesa de carácter rural y urbano.