Jean Prouve

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Jean Prouvé La vida del herrero, constructor y fabricante Jean Prouvé, que durante mucho tiempo pareció incomprendida y olvidada, ha vuelto a despertar el interés del mundo de la arquitectura y del público en general. Sus trabajos son más difíciles de comprender y de clasificar que las obras de otros íconos de la arquitectura del Movimiento Moderno. Esto se debe al hecho de que Prouvé ha dejado una obra plural en extremo y muy compleja, que abarca desde objetos de uso corriente, muebles y fachadas de edificios hasta casas completas. Con razón, algunos arquitectos como Renzo Piano o Norman Foster apelan a la obra de este hombre que, con gran inteligencia, ha sabido relacionar las capacidades de los materiales con una estética resultante de la lógica de la construcción, y crear algo así como un manifiesto de la temprana arquitectura high-tech. Hay que dejar constancia de que, este hombre, que no había estudiado arquitectura, entabló amistad con los arquitectos más conocidos de la época y mantuvo con ellos un intenso intercambio a escala profesional. El no haber estudiado le impidió ser admitido, en vida, oficialmente como arquitecto. Por tanto, su obra arquitectónica se reveló a través de la obra de otros arquitectos con quienes colaboró o a quienes asesoró. Pero Prouvé no sólo tomó parte en los cambios radicales de su tiempo en el terreno artístico; en su faceta de empresario, abrió nuevos caminos trabajando en equipo y haciendo participar a sus colaboradores en la configuración del proceso laboral y en la solución de cuestiones de ámbito social. Jean Prouvé era un trabajador infatigable, impulsado por su afán de saber. Con gran seriedad intentó ahondar en la esencia de la materia y agilizó el desarrollo sin descanso e incluso con vehemencia. Al mismo tiempo, percibía los avances logrados en el terreno técnico, en los que él mismo había participado, con una dicha casi infantil. En 1964, por ejemplo, en el discurso con motivo de la exposición de productos industriales franceses que tuvo lugar en Varsovia, Prouvé se valió de un tono poético para alabar los logros de

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Jean ProuvéLa vida del herrero, constructor y fabricante Jean Prouvé, que durante mucho tiempo pareció incomprendida y olvidada, ha vuelto a despertar el interés del mundo de laarquitectura y del público en general. Sus trabajos son más difíciles de comprender y de clasificar que las obras de otros íconos de la arquitectura del Movimiento Moderno. Esto se debe al hecho de que Prouvé ha dejado una obra plural en extremo y muy compleja, que abarca desde objetos de uso corriente, muebles y fachadas de edificios hasta casas completas. Con razón, algunos arquitectos como Renzo Piano o Norman Foster apelan a la obra de este hombre que, con gran inteligencia, ha sabido relacionar las capacidades de los materiales con una estética resultante de la lógica de la construcción, y crear algo así como un manifiesto de la temprana arquitectura high-tech.

Hay que dejar constancia de que, este hombre, que no había estudiado arquitectura, entabló amistad con los arquitectos más conocidos de la época y mantuvo con ellos un intenso intercambio a escala profesional. El no haber estudiado le impidió ser admitido, en vida, oficialmente como arquitecto. Por tanto, su obra arquitectónica se reveló a través de la obra de otros arquitectos con quienes colaboró o a quienes asesoró. Pero Prouvé no sólo tomó parte en los cambios radicales de su tiempo en el terreno artístico; en su faceta de empresario, abrió nuevos caminos trabajando en equipo y haciendo participar a sus colaboradores en la configuración del proceso laboral y en la solución de cuestiones de ámbito social.

Jean Prouvé era un trabajador infatigable, impulsado por su afán de saber. Con gran seriedad intentó ahondar en la esencia de la materia y agilizó el desarrollo sin descanso e incluso con vehemencia. Al mismo tiempo, percibía los avances logrados en el terreno técnico, en los que él mismo había participado, con una dicha casi infantil. En 1964, por ejemplo, en el discurso con motivo de la exposición de productos industriales franceses que tuvo lugar en Varsovia, Prouvé se valió de un tono poético para alabar los logros de su tiempo: «Los cohetes espaciales son maravillosos y el avión, el coche, nuestra bicicleta, nuestra motocicleta, los trenes, las máquinas, las presas, los puentes, nuestros pequeños barcos de vela, etc. No quiero enumerar más; estos logros bastan para constatar que todo el rendimiento científico e industrial es realmente apasionante, y esto, sin que se tenga que hablar de ello». Esta actitud tan eufórica, producto de la creencia en un mundo mejor, no hay que perderla de vista a la hora de contemplar la obra de Prouvé, ya que nos revela la clave de su personalidad y nos acerca a aquel tiempo, a aquellos días de un optimismo sin límites, en los que todo parecía posible.

Jean Prouvé nació el 8 de abril de 1901 y descendía de una familia de artistas muy enraizada con la tradición artesanal de su ciudad natal Nancy. Su padre, hijo de un pintor de fayenza, era el pintor y artesano Victor Prouvé. Su madre era la pianista Marie Duhamel. En relación con la musicalidad de su madre, Prouvé dijo en una ocasión sobre su infancia: «He crecido en una caja de música». En aquellos tiempos, Nancy era uno de los centros de la herrería y de la industria del acero, pero también de la artesanía y sobre todo de la fabricación de muebles y vidrio. El padre de Prouvé había fundado junto a Émile Gallé, que además era el padrino de Jean Prouvé, la «Escuela de Nancy», una asociación de artistas y artesanos modernistas, así como de industriales, a la que también pertenecían los hermanos Daum, artistas del vidrio, y el ebanista Louis Majorelle. Esta asociación se

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volvió contra el Historicismo y se puso por objetivo, al igual que el movimiento de aquellos tiempos Arts and Crafts, no sólo renovar el arte, sino también penetrar en la vida cotidiana de la mano del arte y reestablecer esa unidad formada por la vida y el arte. La actitud progresista de Prouvé, su espíritu abierto a todo nuevo avance, su pretensión de facilitar a todo el mundo el acceso a productos industriales, su planteamiento global y su máxima de no dedicar jamás la propia creatividad a la copia, se debe sin duda a la influencia de aquella escuela.

«La artesanía de forja», contó en una ocasión Prouvé, «fue para mí desde los diez años una vocación que confirmó mi pasión por la mecánica y despertó el afán de construir, un afán que se incrementó desde entonces. La forja del acero, su transformación, adaptación, su combinación con la madera, regularlo, tornarlo, todo ello estaba en el espíritu yen los actos del niño Prouvé, ya fuera para construir una casa en el jardín, por supuesto habitable, o un automóvil con dispositivo de dirección y frenos, al que sólo le faltaba el motor. Esta pasión se desarrolló al mismo tiempo que aquella por los principios de la aviación».

El sueño de juventud de Prouvé de estudiar ingeniería, se vio truncado, ya que con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la familia atravesó años duros desde el punto de vista económico, pues el padre apenas recibía encargos. En 1916, Prouvé se marcha al barrio de la periferia de París, Enghien, y entra de aprendiz con el artesano de hierro forjado Émile Robert. De esta manera pasó los años de aprendizaje, según sus propias palabras, «en la fragua». Su tiempo de aprendizaje lo concluyó Prouvé con el artesano de hierro forjado, de origen húngaro, Adalbert Szabo, uno de los artesanos más prominentes de su tiempo. A través de Szabo, que trabajaba para una serie de estudios de arquitectura, Prouvé entró en contacto con el mundo de la arquitectura. Tras el servicio militar, que lo cumplió en el cuerpo de caballería entre los años 1921 y 1923, el antropólogo Saint-Just Péquart, también amigo del padre, ayudó económicamente a Prouvé para que pudiera abrir su propio taller de herrería y forja. A principios de 1924, Prouvé tomó un taller con una superficie de 250 m2. en la Rue du General Custine, 35, en Nancy. En ese mismo año contrajo matrimonio con la pintora Madeleine Schott, una alumna de su padre.

Prouvé empezó enseguida con la elaboración de lámparas de hierro fundido, barandillas de escalera y portales. Muy pronto empezó a desarrollar formas propias de gran originalidad, influido por el modernismo, y a interesarse por los materiales nuevos. Esto implicaba automática mente la adquisición de nuevas máquinas y herramientas. De esta manera, en 1926 experimentó por primera vez con el acero inoxidable, un material nuevo que se dejaba trabajar en modernas máquinas plegadoras. En este tiempo comienza también su interés por la arquitectura vanguardista. El encargo del arquitecto Robert Mallet-Stevens, uno de los representantes más importantes del Movimiento Moderno francés, para la realización de un portal de entrada para la Mansión Reifenberg en París, supone para Prouvé, en 1927, el primer paso hacia el éxito profesional. Con ello, Prouvé entró también en contacto con el círculo que rodeaba a Le Corbusier, el extraordinario arquitecto de la vanguardia francesa.

En los años que siguieron se produjeron los primeros muebles, como sillas y mesas; a éstos pronto habría que añadir ventanas, paredes correderas de planchas de acero, cabinas para ascensores, puertas (en 1929 registró su primera patente para puertas de chapa de acero). Es evidente que no sólo se produjo un desvió en el campo de actividades, sino que la empresa no dejó de crecer. A finales de 1920, Prouvé empleaba ya a casi 30 personas.

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En 1931, a consecuencia del aumento de encargos y la adquisición de nuevas máquinas, la producción se tuvo que trasladar a otro edificio situado en la Rue des Jardiniers y la empresa se transformó en una sociedad anónima: «Societé Anonyme Les Ateliers Jean Prouvé».

En 1930, Prouvé contaba junto con Mallet-Stevens, Charlotte Perriand, Le Corbussier, Pierre Jeanneret, Marcel Lods, Eugene Beaudouin y Tony Garnier entre los fundadores de la «Union des Artistes Modernes» (UAM.). una agrupación de arquitectos y diseñadores, que se había fijado como meta la unión del arte con la producción industrial. En las exposiciones de esta asociación de artistas, Prouvé mostró sus primeros muebles y puertas. En los objetos expuestos ya se anunciaba el carácter de los futuros trabajos. Se trataba de objetos técnicos, pensados hasta en el último detalle y elaborados con tanto esmero que no había nada que ocultar, incluso la construcción misma se presentaba como un elemento determinante de diseño.

Prouvé ha definido las directrices de su trabajo de la manera siguiente: «Mi trabajo ha estado determinado, por una parte, por el desarrollo científico, que sirve de base a la técnica y, por otra, por la información obtenida mediante el estudio de los materiales y su elaboración, además por la observación de aquellos que lo practican, por la búsqueda de inspiración y de decisiones acertadas desde la aplicación de la técnica y, por último, por el principio de ¡no dejar nada para mañana, para no aminorar el ímpetu y no perderse en vano en proyectos utópicos! Muy pronto descubrí que la satisfacción o la decepción se ponen de manifiesto no mediante la palabra, sino mediante la inminente puesta en práctica. No hace falta un proyecto de utopías, pues el desarrollo sólo es posible mediante el acto de la manifestación...».

Lo que menos ambicionaba Prouvé con su trabajo era la creación de monumentos. Más que nada, Prouvé estaba convencido de que el hombre debía convivir con una modernidad flexible y versátil. Ello significaba que también se habrían de perfeccionar, cambiar y renovar los edificios, automóviles o aviones. A este respecto, realizó la siguiente crítica: « Lo cierto es que los objetos industrializados en alto grado, que conduzcan, vuelen o estén parados, se encuentran en proceso de perfeccionamiento continuo, su calidad aumenta cada vez más e incluso los precios son cada vez más módicos. La única industria que no funciona es la de la construcción». La continua optimización y simplificación del proceso de fabricación era parte integrante del desarrollo de un producto, aunque también conllevaba una cierta imprevisión. Un antiguo jefe de taller recordaba en 1989: «Era difícil trabajar con él. Nos daba unos croquis, unos planos hechos deprisa y corriendo, y decía: 'Hazlo'. Ocho días más tarde, cuando el trabajo estaba concluido y, en realidad, debía ser suministrado, empezaba: 'Hay que modificarlo'... Hubiéramos deseado poder esconder los planos, para así terminar de una vez»..

Prouvé rechazaba todo tratamiento de los materiales que ocultara el proceso de construcción, lo consideraba engañoso. A este respecto, le desagradaba la estética del tubo de acero de Marcel Breuer, quien diseñó el primer sillón de tubos de acero, porque en el material no era legible el desarrollo interno de las fuerzas. La producción de Prouvé era más bien el resultado de un continuo buscar y mejorar, para combinar de manera prudente comodidad y gran margen de variación con una forma racional de producción. «Si hoy día, los aviones más modernos recuerdan a los pájaros, lo es por la simple razón de que es ahora cuando estamos capacitados para construirlos así. Los primeros aviones de Voisin (pionero

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francés de la aviación), aquellas jaulas de gallinas, sólo se podían construir así a principios de siglo, aunque Voisin también había observado a los pájaros». Prouvé se negó durante toda su vida a convertirse en un esclavo de la forma. En el aspecto del objeto debía reflejarse, en cierto modo, el proceso de su creación.

El éxito de la empresa se basó sobre todo en la universalidad de su fundador. Prouvé sabía dibujar, experimentar, soldar, conseguir encargos, hacer negocios y, sobre todo, dirigir una empresa. Porque francamente, digno de atención, era el perfecto trabajo en equipo de la empresa. Todos los participantes trabajaban en un mismo espacio, de manera que todos los colaboradores, ya fueran empleados, planificadores o trabajadores de metal, en todo momento estaban informados del estado en que se encontraba la producción. Lo característico del trabajo mismo consistía en un proceder que, por así decirlo, se podía palpar con las manos, que preveía la sucesión dibujo, prototipo, ajuste del prototipo, dibujos de ejecución y elaboración del objeto. Las fases de la elaboración estaban, por consiguiente, de tal manera coordinadas entre sí que se hubiera podido pensar que eran el trabajo de una única persona. Para Prouvé, los criterios fundamentales, que abarcaban hasta el último detalle, eran el ahorro de tiempo, material y mano de obra.

La obra más conocida de los años 30 es la excepcional «Casa del Pueblo», en Clichy, realizada entre 1935 y 1939. En este edificio, declarado monumento nacional en 1981, se pudo desarrollar todo el mundo ideal de su creador. Casi todas las piezas fabricadas eran de chapa de acero: tabiques flexibles, escaleras ligeras de acero, fachadas de muro cortina y techos prefabricados. Aquí se utilizaron por primera vez los paneles de fachada, predecesores de aquellas fachadas de muro cortina, de las que Prouvé está todavía considerado co-inventor. Al mismo tiempo se realizó el edificio del aeropuerto del club de aviadores «Roland Garros» en Buc, un edificio igualmente vanguardista. El edificio se fabricó en su totalidad en los talleres de Jean Prouvé y fue montado en tan sólo dos semanas. Las uniones estáticas del edificio se basaban meramente en uniones atornilladas.

Además de la fabricación de piezas para la construcción, los «Ateliers Jean Prouvé» recibieron el encargo de fabricar gran número de muebles para escuelas, oficinas, estaciones de tren y universidades. Otro campo de actividad fue el desarrollo de bicicletas y remolques. Por aquellos años, los talleres contaban con 47 colaboradores y 14 empleados de oficina. El capital de trabajo se invertía en máquinas nuevas para llevar ventaja a la competencia. En la empresa se introdujeron las vacaciones pagadas, los capataces consiguieron seguros adicionales, con esto, Prouvé realizó aquello de lo que otros sólo hablaban.

Durante la época de la ocupación alemana, el trabajo de los talleres se concentró en otros materiales como madera y aluminio, debido a la escasez de acero. Se concibieron los pabellones desmontables y se fabricaron carburadores de madera para camiones, estufas y cuadros de bicicletas de chapa de acero. Jean Prouvé participó con los talleres de forma activa en la Resistencia contra la ocupación alemana mediante el desmontaje y transformación de raíles de ferrocarril. A raíz de su activa participaciónen la Resistencia fue nombrado, tras la ocupación, alcalde de Nancy, pero su paso por la política no fue más que un interludio.

Tras la guerra, un amigo de Prouvé, el industrial René Schwartz, colaboró en latransformación de la empresa siguiendo las ideas de Prouvé. En Maxéville, un barrio periférico de Nancy, se erigió una fábrica en la que sólo se producía a gran escala y en la

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que se elaboraban todos los componentes para casas prefabricadas. El traslado a la nueva fábrica se efectuó en 1947. Los locales de fabricación estaban equipados con las máquinas más modernas para garantizar la optimación de la producción. El proceso de producción fue ajustado de tal manera que se crearon varios equipos de trabajo formados por los constructores, arquitectos, estudiantes de arquitectura y operarios. El procedimiento de elaboración se discutía en equipo, las ganancias se repartían de forma razonable entre los participantes y el superávit se invertía en máquinas nuevas. De esta manera se volvió a establecer la estructura ya existente en los talleres de Nancy.

La época en Maxéville marcó el punto culminante en el quehacer de Prouvé. Los talleres producían literalmente de todo, desde pasamanos, cocinas, muebles, elementos para la pared, puertas, ventanas, fachadas, elementos para el techo y hasta casas completas. Todo ello se fabricaba siguiendo el mismo principio: «En todo el mundo», explicaba Jean Prouvé en 1959 durante un discurso pronunciado en Brasilia, «se construyen muchas cosas: aviones, coches, maquinas-herramientas, objetos de arte, etc. ... Las casas unifamiliares o las colectivas, los edificios públicos son objetos construidos al igual que los que les precedieron. ... Todo objeto a producir parte de una «idea constructiva». El hombre, el constructor lo ve completamente acabado en un espacio. Los materiales que conoce le han inspirado. La idea directriz es fija. No creo que ningún objeto bien construido, ya sea grande o pequeño, haya sido creado fuera de esa norma». En Maxéville se pusieron en primer plano las formas de construcción fundamentales con las que Prouvé ya había experimentado antes, esta vez como estructuras básicas, como tipos. Los sistemas estáticos, que Prouvé, en parte, había presentado como un «alfabeto de sistemas», abarcaban los tipos con bastidor (portique), el núcleo portante (Alba), la cáscara (coque), las muletas (béquille) y la bóveda (voute). Más tarde, tras Maxéville, llegaron otros tipos como el taburete (tabouret), así como las celosías espaciales que, además, permitieron la planta abierta.

En este periodo se crearon obras que abrieron nuevos caminos en lo relacionado a la producción y al montaje de objetos arquitectónicos, como por ejemplo la Colonia de viviendas en Meudon, las Casas tropicales o el Edificio del Square Mozart en París. La producción de muebles aumentó debido al éxito obtenido en muchos concursos y a encargos sin intermediarios.

El espíritu pionero de los talleres, la forma poco convencional de trabajar y el éxito llamaron enseguida la atención de la industria del aluminio que los sedujo con grandes encargos y ayudas económicas para la investigación. En 1949, el consorcio Aluminium Francais entró en los Ateliers Jean Prouvé con una participación de capitales que habría de ampliar continuamente en los años sucesivos. Pocos meses más tarde, Prouvé firmó un contrato que aseguraba a la empresa Studal (Société Technique d'Utilisation d'Alliages Légers, una filial de Aluminium Francais que comercializaba sus productos) los derechos exclusivos de venta de los productos procedentes de los talleres. Prouvé perdió progresivamente el control de sus talleres. El desconocimiento total del potencial que encerraba el proyecto de trabajo de Prouvé, llevó a los nuevos socios a reestructurar enseguida los talleres. En 1950 se cerró la oficina de desarrollo en Maxéville y se trasladó a París. Con ello se separaba el desarrollo de la producción, pasando así por alto una de las máximas fundamentales de Prouvé. En 1952, le fue denegado incluso la entrada en sus talleres. El departamento de fabricación de prototipos, tan importante para Jean Prouvé, fue cerrado. Al año siguiente, totalmente resignado, Jean Prouvé abandonó el comité directivo

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de la empresa. Nunca más volvió a poner los pies en el recinto de Maxéville. Algunos años más tarde, Prouvé configuró en palabras aquel momento crucial de su vida, la separación de su propia obra: «Morí en 1952».

«Le han cortado las alas, intente arreglárselas con lo que le queda», fueron las palabras de consuelo de su amigo Le Corbusier. Con esta separación, Prouvé había perdido no sólo su trabajo, su fábrica y sus empleados, sino también los derechos de sus dibujos técnicos. Pero de las más de 30 patentes, que había registrado pudo mantener el nombre y los derechos de explotación. Entre ellas había inventos como las cubiertas «shed» desmontables, sistemas de puertas de metal y ventanas, tabiques corredizos de separación e incluso las construcciones de cercos metálicos desmontables de las «maisons a portiques».

Entre 1954 y 1955, Prouvé siguió trabajando durante algún tiempo de forma autónoma para Aluminium Francais. En este tiempo se construyeron el Pabellón para la celebración del centenario del aluminio, su propia casa en Nancy, anhelada durante mucho tiempo, y el Instituto Francés del Petróleo. Como la colaboración con el consorcio no resultaba satisfactoria, siguiendo el consejo de un amigo, el escritor y arquitecto Michel Bataille, Prouvé fundó en 1956 «Les Constructions Jean Prouvé», con domicilio social en París, en la Rue Louvois.

París era, por tanto, el centro de trabajo en la vida de Prouvé. De París, ciudad en la que trabajaba, tenía que trasladarse continuamente a Nancy, donde se encontraba su familia, una situación que afectaba a Prouvé, ya que era un hombre de familia. Los fines de semana, cuando regresaba a casa, tenía por costumbre llevarse algún autoestopista y a veces incluso les ofrecía alojamiento en su casa. Cuando su familia entraba por la mañana en la sala de estar, encontraba a menudo a gente totalmente desconocida durmiendo en las tumbonas.También en las «Constructions Jean Prouvé», el trabajo de Prouvé se limitaba a tareas de diseño. A pesar de mantenerse al margen de toda materialización de lo proyectado sobre el papel, lo que iba en contra de sus convicciones, en este tiempo se llevaron a cabo la planificación y ejecución de edificios extraordinarios, como la Nave de bebidas en Évian-Ies-Bains, la Escuela provisional en Villejuif y las casas para el abad Pierre.

No cabe duda que Prouvé buscó la oportunidad que le permitiera cambiar a una actividad mucho más relacionada con la puesta en práctica de lo dibujado sobre el papel. Ésta se le ofreció en 1957, cuando el importante consorcio, en proceso de expansión, especializado en equipamientos para el ferrocarril, Compagnie Industrielle de Matériel de Transport (C.I.M.T), que había fabricado el núcleo sanitario para la Casa Alba para el abad Pierre, decidió fundar un departamento de construcción. «Les Constructions Jean Prouvé» pasaron a formar parte del consorcio y Prouvé ocupó el puesto de jefe de departamento. Bajo su dirección, la C.I.M.T se puso a la cabeza en la fabricación de fachadas cortina. Jean Prouvé, por entonces, estaba ocupado en la búsqueda de soluciones para grandes proyectos, como, por ejemplo, el Museo del Havre o el Instituto I.N.S.A en Lyon, pero una vez más le fue impedido integrar el proceso de planificación sobre el papel en la materialización del mismo.

En ese mismo año, Prouvé ocupó la cátedra de artes aplicadas a los oficios en el Conservatoire National des Arts et Métiers (C.N.A.M.). Sus clases tenían lugar una vez a la semana y estaban siempre abarrotadas. Durante las clases, Prouvé no hablaba mucho, más bien se dedicaba a dibujar sus ideas en el encerado. De esta manera volvía a ilustrar cómo la teoría precede a la práctica, fiel a su convicción de que la transmisión académica del

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saber no está capacitada para despertar la creatividad. Lo que él demostraba, era mucho más que una simple transmisión de informaciones era una actitud artística.

En 1966, Prouvé abandonó la C.I.M.T. Una vez más volvió a abrir un estudio y se dedicó a asesorar arquitectos y empresas en la ejecución de proyectos. Así colaboró, por ejemplo, con los arquitectos Georges Candilis, Alexis Josic y Shadrach Woods en la planificación de la fachada para un edificio de la Universidad Libre de Berlín, y con Jean de Mailly y Jacques Depussé en la realización de la fachada cortina para la Torre Nobel en el barrio periférico de París, La Défense. Junto con el especialista en cálculo estático León Pétroff inventó las estructuras espaciales de malla tridimensional para estaciones de servicio y facultades que permitían grandes luces y así espacios libres de todo soporte.

En 1971, Prouvé tiene el honor de ser nombrado presidente del jurado del concurso para el nuevo Museo de Arte Moderno en París, el Centro Georges Pompidou. Su participación en el jurado del concurso y la selección del trabajo del equipo de arquitectos formado por Renzo Piano y Richard Rogers polarizó al mundo de la arquitectura. Motivo de ello fue el presidir el jurado de un concurso sin estar admitido oficialmente como arquitecto y presidir además una comisión que entrega la obra de un museo nacional a arquitectos extranjeros. Sin duda alguna, Jean Prouvé, en su función, intuyó acertadamente que se trataba de un proyecto sin precedente, al que apoyó para que se pudiera realizar.

Durante los años 70 y 80, Prouvé fue honrado en varias ocasiones con condecoraciones nacionales e internacionales. Recibió, entre otros, el premio holandés Erasmo por su obra. En el discurso de entrega se resumió: «Prouvé ha dedicado su vida a integrar la industria y la arquitectura, para favorecer el aspecto humano en nuestro medioambiente». En verdad, en Prouvé se aúna la pretensión de que tanto su quehacer como sus objetos sean artísticos y técnicos, dotados, al mismo tiempo, de una dimensión social. Prouvé ha sobrepasado la aplicación puramente estética. No le interesaba el simple montaje de elementos prefabricados. Más bien quería profundizar la esencia de los materiales, su capacidad de expresión y su importancia económica y social. De ahí que Jean Nouvel haya caracterizado la obra de Prouvé con las siguientes palabras: «En raras ocasiones, la ética ha producido belleza con tal evidencia».

Pero esa forma de belleza no estaba al alcance de todos. De ahí que en la sociedad de aquellos años existieran grandes reservas contra la construcción de tipo industrial. En los años de la posguerra, los franceses asociaron la construcción ligera de sus casas más bien a una situación provisional y a la pobreza, que a una forma poética de concebir edificios. Las novedades propagadas por Prouvé en la concepción del habitar, como, por ejemplo, la progresiva división de la planta y el vanguardista uso polivalente del espacio, algo que hoy día resulta natural, eran difícil de transmitir y, en parte, vehemente rechazadas. Por otra parte, no se puede por menos que dejar constancia del hecho de que Prouvé debió menospreciar el valor de lo duradero en la arquitectura y lo extraordinario de un edificio. Cuando una vez, por ejemplo, quiso proyectar una iglesia desmontable en materiales aptos para la construcción ligera, el proyecto se terminó antes de tiempo, ya que no importaba ni el tema del transporte ni el de la ligereza. Ello explica que muchos de los proyectos de Prouvé respondieran más a la fuerza de voluntad de Prouvé que al hecho de ser realizables o incluso deseados.

El desarrollo económico y técnico no le darían la razón a Prouvé. El acero y el aluminio no se han impuesto en la construcción como él esperaba. Al final, el hormigón se impuso

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sobre el metal, y se acabó así con aquella ligereza de la modernidad, tan característica en la obra de Prouvé.