Jesus Martinez Carazo

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JESUS MARTINEZ CARAZO

Licenciado en Filosofía Pura por la Universidad Cen-tral, es profesor del Instituto desde 1968. Tiene estrenadas ocho obras: PALABRAS PA-RA DOS HOMBRES (Valla-dolid, 1962), LA NOCHE DE ANIMAS (Tánger, 1971), EL CIRCO (Tánger, 1972), LOS SUEÑOS DE PAPEL (Tánger, 1972), EXTRAÑA MADRU-GADA EN NUESTRA CASA (Tánger, 1973), CIERTO RUIDO ALARMANTE (Tánger, 1973) y LAS ORE-JAS DE ADALBERTO (Tánger, 1974).

La FARSA DEL REY QUE UN BUEN DIA DECI-DIO PASAR A LA HISTORIA fue estrenada en Tánger el 7 de Abril de 1973.

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JESÚS MARTÍNEZ CARAZO

FARSA DEL REY QUE

UN BUEN DÍA DECIDIÓ

PASAR A LA HISTORIA

INSTITUTO POLITÉCNICO ESPAÑOL DE TÁNGER

Departamento de publicaciones 1974

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JESÚS MARTÍNEZ CARAZO ES PROPIEDAD. RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS

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El lado malo de las cosas está a la vuelta de su lado bueno. La luz produce sombras. Es inevitable y, por tanto, trágico.

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Esta obra fue estrenada en el teatro del Instituto Politécnico Español de Tánger el 7 de abril de 1973

REPARTO

Rey ......................................... Manuel Lisbona Bufón ..................................... Cecilia Fdez. Suzor Cronista .................................. Juan Antonio Prat Médico ................................... Carlos M. Pereda Pedro Machuca ....................... Jaime Sanjuán Pedraja .................................... Pedro Luis Vivó Suca de Metileno. ................... Abdeslam M'Rabet Cerrojo .................................... Francisco Calvet Heribertus ............................... Gaspar Vallejo Bolonius .................................. Manuel Robledo Malpinus ................................. Francisco Moreno Un Caballero ........................... Gonzalo Maté Soldados .................................. J. Arias Cabrejas

Francisco Campos Pajes ........................................ Carolina Fdez. Suzor

Blanca López Arriba

La acción se desarrolla en el castillo de un imaginario Rey medieval.

La escena representa, en ambos cuadros, el salón del trono. Una puerta comunica con la cámara del Rey, otra con el resto de la fortaleza. A la izquierda una ventana de ojiva enmarca un cielo azul, limpísimo.

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CUADRO PRIMERO (Amanece. Desde el estrado en que se alza el trono, el

BUFÓN contempla las idas y venidas del MÉDICO, un viejecito cascarrabias que se arrastra renqueando por la estancia.)

BUFÓN. -Acabaréis rendido si comenzáis el día a ese galope. MÉDICO.-¡No puedo estarme quieto! BUFÓN.-Tal parece, doctor, que fuerais vos quien tiene dolor

de muelas. MÉDICO.-No te burles. ¿Le has oído quejarse? BUFÓN.-Le oí llamar a un paje. Pidió vino y almendras. MÉDICO. -Eso es que está mejor. BUFÓN.-O que ha decidido embriagarse para olvidar sus ma-

les. MÉDICO.-¡Modera tus palabras cuando hables de Su Majes-

tad! BUFÓN.-Sentado en este trono es el Rey, pero para el dolor

de muelas es un hombre como cualquier otro. MÉDICO.-¡Un día cortarán tu lengua impertinente! BUFÓN.-¡Pues será una injusticia! Mi lengua no hace más que obedecer la impertinencia de mi pensamiento. MÉDICO.-¡Vas a acabar con mi paciencia!

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BUFÓN.-Y vos con la mía si seguís dando vueltas de ese mo-do.

MÉDICO.-¡No olvides que tienes delante al Médico de Su Majestad!

BUFÓN.- Veo que sois de esos que no saben zanjar una cues-tión si no es sacando a relucir sus laureles.

MÉDICO.- Acostumbras a olvidarlos con demasiada frecuen-cia.

BUFÓN.-Por notables que sean vuestros cargos, es a mí y no a vos a quien el Rey tiene mayor estima. Os lo demostraré en pocas palabras: ¿Con quién comparte el Rey sus alegr-ías? ¡Con su bufón! Y en cambio a vos, doctor ilustre, ¿qué os reserva? ¡Tan sólo sus dolores!

MÉDICO.-(Yendo hacia la salida.) ¡Ea, ya estoy muy viejo para escuchar más necedades!

(Se abre la puerta que comunica con la cámara del REY.) BUFÓN.-¡Esperad! MÉDICO.-¡Prefiero hacerlo ahí fuera! BUFÓN.-No es elegante que os marchéis ahora que llega el

Rey. (Entra el REY. EL MÉDICO se vuelve e inclina la cabeza.

EL BUFÓN hace una exagerada reverencia.) REY.-¡Alzaos! MÉDICO.-¿Y vuestra muela, Majestad? ¿Pasó ya el dolor? REY.-Como pasa la guardia por las almenas. Va y viene. MÉDICO.-¿Tomasteis la pócima? REY.-Tomé el brebaje. ¡Sabía a diablos! MÉDICO.-Tal vez aún no os hizo efecto. REY.-Sí lo hizo doctor: ¡Sobre mis tripas! MÉDICO.-Si lo deseáis, puedo extraeros la muela. REY.-Eso no, que, una vez pasado el dolor, no sabrías volver-

la a su lugar. MÉDICO.-Entonces, os prepararé otro calmante.

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REY.-¡Ya basta de pócimas! No utilices mi cuerpo para tus experimentos.

MÉDICO.-Esta será diferente, Majestad. Estoy seguro de que os aliviará.

REY.-Si es así, ¿por qué no me la hiciste tomar primero? MÉDICO.-Señor, yo... REY.-(Sonriendo.) No te excuses, doctor. Bien sé que, si pu-

dieras, cambiarías mis muelas por las tuyas. Ve a preparar tu medicina. ¡y procura acertar esta vez! (El MÉDICO sa-le. El REY se sienta en el trono.) (Al BUFÓN.) ¡Títere!

BUFÓN.-(Acercándose.) ¿Majestad? REY.-Cuéntame algo para distraerme. BUFÓN.-Hoy soñé que llegará un tiempo en que una grajea

del tamaño de una alubia bastará para acabar con todos los dolores de muelas.

REY.-¡No me interesan tus sueños fantásticos! BUFÓN.-¿Queréis ver mi nueva pirueta? REY.-No estoy para piruetas hoy. He pasado la noche saltan-

do de dolor a los pies de mi cama. Prefiero oírte contar los comadreos que corren por palacio.

BUFÓN.-(Tras un silencio.) Señor, la Corte se aburre. REY.-¿Se aburre? Para eso estás tú, bufón. Tú debes divertir-

la. BUFÓN.-No os burléis, señor. Hace ya tiempo que en el Re-

ino no sucede nada importante. Ninguna ilustre boda, ningún enemigo en nuestras fronteras... Desde que vos lleváis esa corona, el país está en calma. Y, sin bodas ni guerras, la Corte empieza a languidecer.

REY.-¿Por qué ha de suceder siempre algo importante? BUFÓN.-Sois un rey, señor. Y un rey debe hacer grandes co-

sas para la posteridad. REY.-¡La posteridad no me preocupa! BUFÓN.-Al cronista sí. Ya no sabe qué anotar en sus libros.

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REY.-No voy a declarar una guerra sólo para que el cronista pueda escribir una página de Historia. Y en cuanto a las bodas de que hablabas, ya casé a mis dos hijas.

BUFÓN.-Podéis casaros vos. Vuestra viudez va a durar diez años.

REY.-¿Quién tomaría por esposo a este viejo? BUFÓN.-Bastará con que alcéis una mano para que la Corte

se llene de doncellas deseosas de lucir, en lo más alto de sus peinados, una corona como la vuestra.

REY.-Tú lo has dicho ¡Sólo la ambición las llevaría a aceptar! Y, además, el cronista diría que esta nueva boda era un claro indicio de que su rey comenzaba a chochear.

BUFÓN.-¡Siempre estaríais a tiempo de cortarle el cuello! REY.-Entonces, ¿quién relataría mis bodas a la posteridad? BUFÓN.-Yo podría hacerlo. A nuestro cronista empieza a fal-

tarle imaginación. (El CRONISTA aparece en la puerta.) REY.-(En voz baja.) Será mejor que vigiles tu lengua, porque

ahí llega. Y, mientras tenga la cabeza en su sitio, le será posible darte un puntapié en las posaderas.

BUFÓN.-Sólo para eso sirven algunas cabezas: ¡Para dar puntapiés!

CRONISTA.-(Con una reverencia.) ¡Majestad! REY.-Alzate. El títere me dice que ya no encuentras materia

para tus crónicas. CRONISTA.-¡Vuestro bufón habla demasiado, señor! BUFÓN.-(Asustado.) Sólo repito lo que la Corte dice. CRONISTA.-¡Como un miserable espía! BUFÓN.-(Burlón.) Como un miserable bufón. REY.-¡Basta de pleitos! (Al CRONISTA.) ¿Qué le ocurre a tu

pluma, cronista? CRONISTA.-Día tras día, señor, he dado cuenta en mis libros

de todo aquello que en nuestro Reino se hacía digno de fi-

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gurar en las reales crónicas. En ellas hablé de vuestras bo-das y de las bodas de vuestras hijas, de la muerte de nues-tra reina, que Dios tenga en la gloria, y de las virtudes y excelencias que adornan vuestra Real Persona. Sin embar-go...

REY.-¿Sin embargo ...? CRONISTA.-Disculpadme, señor, pero me inquieta que pod-

áis pasar a la Historia sin dejar tras de vos alguna página memorable. Un episodio que los siglos venideros tengan ocasión de recordar para orgullo de nuestro pueblo y de vuestro nombre.

REY.-¿No te parece motivo de orgullo el que puedan decir de mí que mantuve en paz a mi Reino desde que ocupé este trono?

CRONISTA.-La paz no ofrece interés para el historiador. REY.-Entonces habla de la justicia. Pasaré a la Historia como

un rey justiciero. CRONISTA.-¿Un rey justiciero? REY.-¿Acaso piensas que no merezco ese título? CRONISTA.-No es eso, Majestad. Es que ya existió un rey

justiciero. REY.-Pues haz de mí un rey prudente. CRONISTA.-Ya hubo un rey prudente. REY.-¿y sabio? CRONISTA.-También. REY.-Entonces, pasaré a la Historia como un rey sin más. Un

rey que no hizo nada excepcional. CRONISTA.-La Historia está llena de reyes que no hicieron

nada excepcional. REY.-Pues yo seré uno de ellos. Bastará con que recuerden mi

nombre.

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CRONISTA.-Majestad, vuestro pueblo os ama y desearía que legaseis a la posteridad algo más que vuestro ilustre nom-bre.

REY.-(Levantándose y yendo hacia la ventana.) No seas in-genuo. Aunque alguien, dentro de mil años, tratara de aproximarse a mi persona, de averiguar cómo era aquel rey que un día ocupó este trono, ¿qué llegaría a saber en realidad? ¿Pasará a la Historia esa nube? (Señalando hacia el exterior.) Aquel bosquecillo de encinas ¿pasará también a la Historia? Y mi bufón ¿pasará mi bufón a la Historia? O este dolor de muelas. ¿Alguien sabrá de mi dolor de muelas? Y en cierto modo, mi buen cronista, yo soy también la nube, las encinas, el bufón, mis muelas y mil cosas más que dentro de mil años se habrán perdido para siempre.

BUFÓN.-Admirable discurso, señor. ¡Lástima que ya hubiera un Demóstenes en la antigua Grecia!

CRONISTA.-Majestad, aunque el gran hombre desaparezca, aunque quede de él sólo una vaga imagen, siempre estarán sus hechos dando fe de su paso por el mundo. ¿Podemos olvidar a Alejandro conquistando el Oriente? ¿O a Aníbal atravesando los Alpes a lomos de elefante? ¿O a Julio César creando el más grande imperio que haya existido nunca?

REY.-Aquellos eran otros tiempos. ¿Imaginas acaso que a mis años puedo lanzarme a conquistar el mundo como un nue-vo Alejandro? No, cronista, el sol dio muchas vueltas des-de entonces. Además, la gloria es caprichosa y no siempre se encuentra donde uno va a buscarla.

CRONISTA.-Os he citado sólo a héroes de la guerra, pero también hubo escritores, filósofos y santos que alcanzaron la gloria sin empuñar un arma.

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REY.-Para ninguno de esos menesteres debió dotarme la Na-turaleza. Jamás compuse un verso ni entendí muy bien lo que era un silogismo. Y en cuanto a santidad ¡resulta tan difícil alcanzarla cuando se lleva encima una corona de oro!

CRONISTA.-Podríais iniciar la construcción de un monumen-to que recordara a la posteridad los años de vuestro reina-do. Pensad en el Partenón de Atenas o en el Coliseo de Roma.

REY.-Mi buen cronista: No sería justo que mi pueblo pusiera el trabajo y yo cosechara la gloria. (Pausa.) Ya ves que tendré que pasar a tus libros como un rey que no hizo nada en especial.

CRONISTA.-Aún os queda una última esperanza. Vuestro pueblo, señor, no carece de ingenio y es seguro que hay sabios y alquimistas que sólo esperan vuestra ayuda para sacar a la luz nuevos inventos. Tal vez alguno de ellos pu-diera ser para la humanidad de... utilidad insospechada.

REY.-Y ¿cuál sería mi mérito en todo eso? CRONISTA.-Ya que la gloria del descubrimiento no podría

ser vuestra, al menos tendríais la que corresponde a quien hizo que el invento fuese difundido entre las gentes. Si el ingenio de nuestro pueblo sigue en pie, vos podríais ser el Mecenas de una nueva era.

REY.-(Sentándose de nuevo en el trono.) ¿El Mecenas de nueva era?

CRONISTA.-Eso dije, señor. REY.-¿Qué piensas tú, bufón? BUFÓN.-Pienso que el cronista confía demasiado en la buena

fe de nuestros sabios. ¿Quién nos asegura que no emple-arán vuestros ducados en necedades tales como hallar un nuevo método para anudar los cordones de las botas o

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averiguar cuántas vueltas da una mariposa antes de ir a posarse en una flor?

REY.-¿Qué dices a eso, cronista? CRONISTA.-Digo, señor, que este país nunca estuvo falto de

imaginación, y que, de cualquier modo, si no llevamos a cabo este proyecto, jamás llegaremos a saber de lo que es capaz el talento de nuestro pueblo.

REY.-(Tras una. breve reflexión.) Está bien. Haremos una lla-mada a todos los sabios del Reino y les ofreceremos la ayuda necesaria para que pongan a prueba su ingenio. Aquel que logre el artificio más notable, recibirá como premio mil ducados de oro y la promesa de que su invento será difundido dentro y fuera de nuestras fronteras para bien de la humanidad y... gloria nuestra.

CRONISTA.-Majestad, tal vez en este instante habéis comenzado a escribir una página de la Historia.

BUFÓN.-O a despilfarrar un montón de reales de vellón. REY.-Concederemos un año de plazo para que presenten sus

invenciones ante esta Corte. Encárgate de que la noticia sea difundida por todos los rincones del Reino. Reúne a alquimistas, matemáticos, astrónomos y físicos y ordena que todos reciban la ayuda necesaria para comenzar sus trabajos.

CRONISTA.-Así lo haré, Majestad. (Sale.) REY.-Esta empresa me ha devuelto el buen humor. y hasta

parece que me alivió el dolor de muelas. BUFÓN.-Espero que no os duelan después vuestros ducados. (Entra el MÉDICO con una copa en las manos.) MÉDICO.-Aquí tenéis, señor, la medicina. REY.-He pensado, doctor, que eres tú quien va a tomarse esa

pócima. MÉDICO.-De ese modo, Majestad, jamás se os quitará el do-

lor de muelas.

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REY.-Pero,al menos, lograré quitarte la costumbre de hacer experimentos con mis tripas. (Indica al MÉDICO que in-giera el brebaje.)

MÉDICO.-Señor, yo... REY.-¿Te niegas? MÉDICO.-No, no, señor... REY.- ¡Pues bebe! (El MÉDICO, tras dudar unos instantes, apura la copa

con evidente disgusto) REY.- ¿Cómo te encuentras ahora? MÉDICO.- Bien... yo... ¡Hum! ¡Disculpadme, Señor! (El MÉDICO, sintiendo náuseas, sale apresuradamente.

El REY y su BUFÓN sueltan la carcajada) (Cae el telón)

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CUADRO SEGUNDO

(Ha pasado un año. Los últimos rayos de sol se cuelan a través de la ventana. Dos SOLDADOS guardan la puerta que comunica con la cámara del REY. En escena, char-lando animadamente, se hallan algunos de los más ilus-tres CABALLEROS de la Corte. Entre ellos vemos a los nobles PEDRO MACHUCA, PEDRAJ A, SUCA DE ME-TILENO y CERROJO. El MÉDICO camina de un lado para otro, según su inveterada costumbre. El BUFÓN ob-serva la escena, pensativo.) (En seguida aparece el cronista y anuncia:)

CRONISTA.- ¡Su Majestad el Rey! (Todos se inclinan. El REY entra y va a sentarse en el tro-

no.) REY.-¡Alzaos! (Hace una seña al CRONISTA, que comienza

a leer en un pergamino.) CRONISTA.-Esta audiencia especialísima, nobles señores,

viene a desvelar el misterio que a lo largo de un año ha mantenido a la Corte en la más viva expectación. Durante ese tiempo, tres de nuestros sabios trabajaron en secreto en una remota fortaleza, al amparo de indiscretas miradas. Nuestro Rey no escatimó medios para que estos trabajos fueran llevados a cabo; incluso se enviaron a lejanas tie-

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rras emisarios encargados de traer los materiales que los sabios precisaron para sus experiencias. Ha sido tan costo-so este proyecto que, como sabéis, nuestro Ministro de Hacienda se vio obligado a aumentar la cuantía de los im-puestos. Sin duda, es la primera vez en la Historia que un rey manifiesta tanta preocupación por el porvenir de la Ciencia. Y, más aún, mil ducados de oro fueron reserva-dos para aquella invención que lograra el beneplácito de nuestro Monarca, y con ellos la promesa de que el hallaz-go sería difundido dentro y fuera de nuestras fronteras pa-ra utilidad de todas las gentes y mayor gloria de nuestro Reino. Vivimos una época en la que empresas como ésta pueden iniciar una nueva era en el progreso de la humani-dad.

REY.-Ea, señor cronista, si sigues prodigando de ese mudo tus palabras, llegará la noche y no habremos visto ninguno de esos prodigios.

CRONISTA.-Pensé, Majestad, que la ocasión bien merecía un parlamento.

REY.-Si lo merece o no, habremos de verlo después. Ahora haz entrar a tus sabios. La Corte está impaciente.

CRONISTA.-Como gustéis, señor. ¡Preséntese el primero en esta sala, el físico Heribertus! (Entra HERIBERTUS, anciano y torpón. Habla con un fuerte acento germánico. Todo parece salirle mal y se apura en seguida. Dos PAJES vienen tras él, llevando un complicado aparato del que asoma un enjambre de tubos metálicos y una gran rueda. HERIBERTUS hace una re-verencia. Los PAJES depositan el invento sobre una mesa y salen.)

REY.-Álzate, Heribertus, y veamos qué secreto encierra ese extraño aparato.

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HERIBERTUS.-Se trata, señor, de un artefacto capaz de hacer girar esta rueda.

REY.-Gran maravilla parece con todo ese enredo de hierros y chatarra.

HERIBERTUS.-Sí lo es, señor. REY.-¿Qué nombre le has puesto? HERIBERTUS.-Le he llamado "Motor", porque produce

movimiento. REY.-Veamos, pues, en qué consiste. HERIBERTUS.-(Tomando un recipiente de cristal lleno de un

líquido negruzco y vaciando su contenido por una abertu-ra de la máquina.) Primero es necesario verter en su inter-ior una sustancia que se destila de un cierto aceite negro que viene de Oriente. Llámanlo allí aceite de piedras, o petróleo. Este líquido hace explosión dentro del aparato cuando se le acerca una pequeña chispa y la fuerza de esa explosión mueve el brazo de metal que hace girar la rueda.

REY.-Lo que dices parece tener algún sentido. Estoy impaciente por ver cómo funciona.

HERIBERTUS.-En seguida, señor. Veamos... (HERIBERTUS manipula en su aparato y pronto se oye un resoplido metálico que cesa a los pocos segundos. El sabio, algo apurado, hurga entre los tubos y en seguida escuchamos de nuevo el resoplido, esta vez con mayor intensidad. La rueda comienza a girar mientras una espesa humareda invade la sala. Los presentes tosen y se frotan los ojos.)

REY.-Está bien, está bien. Haz callar esa maldita máquina. HERIBERTUS.-(Satisfecho.) ¿Visteis cómo se movía la rue-

da? REY.-Lo vi, Heribertus, lo vi. Y también mis narices lo olie-

ron. ¡Por esa abertura sale un humo de mil diablos! HERIBERTUS.-Y ¿qué os parece el invento, Majestad? REY.-Algo ruidoso. ¿Para qué podría servir?

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HERIBERTUS.-Señor, construido a mayor escala, movería las ruedas de nuestras carretas y haría inútiles los animales de tiro.

(Murmullo entre los NOBLES.) REY.-¿Mover nuestras carretas? La idea es original. ¿Qué

piensas tú, noble Machuca? MACHUCA.-Que prefiero seguir utilizando mi caballo antes

que confiar mis huesos a un artefacto como ése. HERIBERTUS.-A un caballo es necesario cuidarlo y darle de

comer aunque no esté en uso. Este aparato, en cambio, sólo necesita alimento cuando comienza a funcionar.

MACHUCA.-De cualquier modo, me parece más... complica-do que un caballo.

(Los NOBLES ríen.) REY.-Oigamos tu opinión, noble Pedraja. PEDRAJA.-Estoy con Machuca. Sigue siendo preferible el

caballo. Incluso llega uno a encariñarse con él. Pero ¿cómo podríamos tomarle cariño a ese armatoste?

(Los NOBLES ríen de nuevo.) HERIBERTUS.-¿No se encariña uno con su espada o con los

hierros de su armadura? ¿Qué tendría de extraño que un día las gentes comenzaran a tomarles afecto a estas máquinas?

PEDRAJA.-¡Eso sería una gran locura! REY.-El alma humana está llena de rincones oscuros, Pedraja,

y la locura duerme sin duda en alguno de ellos. ¡No apues-tes nunca por la sensatez humana!

HERIBERTUS.-Majestad, los caballos enferman, se quiebran las patas y hasta tienen malos humores. ¡Este artefacto no padece ninguno de esos defectos!

REY.-¿Qué dices tú, noble Cerrojo?

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CERROJO.-Con todo ese enredo de hierros y clavos pienso que pasaríamos el día en casa de Heribertus pidiendo que nos reparara nuestra máquina. ¡Prefiero el caballo!

HERIBERTUS.-(Irritado. A CERROJO.) ¡Un caballo enveje-ce en seguida y después ya no es posible hacer uso de él! ¡Esta máquina duraría lo que dura el hierro!

SUCA.-Si las cerraduras de nuestras puertas se llenan de herrumbre con la lluvia, ¿qué sería este armatoste con tan-to embrollo de hierros? Apenas resistiría el primer aguace-ro.

HERIBERTUS.-(Igual.) ¡Pero el invento podría mejorarse! En uno o dos años conseguiríamos que no se llenase de herrumbre y que apenas sufriese roturas. Todo es cuestión de tiempo, Majestad.

REY.-Estoy contigo, Heribertus. La inteligencia humana podría hacer grandes cosas. Pero dime: ¿conseguirías que tu aparato dejara de lanzar ese humo apestoso?

HERIBERTUS.-(Tras un silencio. Compungido.) Eso es im-posible, señor. Los gases han de escapar por algún lado, si no, el artefacto acabaría reventando.

REY.-Entonces, querido Heribertus, temo que tu invento habrá de seguir ignorado para siempre. ¿Te imaginas lo que acabarían siendo nuestras ciudades cuando esas máquinas comenzaran a recorrer sus calles? Pronto se har-ían inhabitables y las gentes tendrían que salir protegidas para que esos gases no acabaran envenenando sus pulmo-nes. Lo siento, Heribertus, pero no puedo atentar contra la salud de mi pueblo. (Indica con un gesto a HERIBERTUS que se retire. El sabio hace una reverencia y va hacia la puerta, furioso. Antes de salir, se vuelve y grita:)

HERIBERTUS.-¡Un día, señor, alguien inventará de nuevo esta máquina!

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REY.-No lo dudo, Heribertus, pero hasta ese día, al menos, nuestro Reino se verá libre de este humo pestilente.

(HERIBERTUS sale. Los PAJES retiran el artefacto.) REY.-Veamos quién es el siguiente. CRONISTA.-Se trata, señor, del mágico Bolonius, doctor en

ciencias fantásticas. (Entra BOLONIUS, un brujo con aires de charlatán de fe-

ria. Los PAJES depositan sobre la mesa una especie de cajoncillo con una abertura que orientan hacia el REY y, por tanto, queda invisible para el espectador.)

BOLONIUS.-(Con exagerada reverencia.) ¡Majestad! REY.-Álzate, Bolonius. Estoy impaciente por ver qué nueva

maravilla has descubierto. BOLONIUS.-Señor, os traigo algo que sin duda os asombrará. REY.-¿Está dentro de esa caja? BOLONIUS.-Sí y no. REY.-¿Sí y no? ¿Qué quieres decir? BOLONIUS.-Mirad atentamente a esta abertura. REY.-Estoy mirando, Bolonius, pero no veo más que un

enjambre de líneas que cruzan temblorosas de un lado para otro.

BOLONIUS.-Aguardad un instante. Primero es necesario des-plegar estos dos bastoncillos. (Extrae del aparato dos antenas "medievales" de televisión.) Fijaos bien ahora y decidme qué estáis viendo.

REY.-Los mismos trazos alejándose en sentido opuesto. El efecto es curioso. ¿Cómo lo has conseguido?

BOLONIUS.-Disculpadme, Majestad. Algo debe ocurrirle a mi aparato. No he venido ante vos a mostraros esas líneas saltarinas. (BOLONIUS hurga en el interior de la caja.)

REY.-(De pronto, asombradísimo, con los ojos fijos en la abertura.) ¡Cielo Santo! ¡Bolonius! ¿No son esas las puer-

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tas del castillo? ¿Y aquellos los soldados que montan guardia? ¡Títere, dime si es cierto lo que ven mis ojos!

BUFÓN.-(Acercándose.) Si no lo es, ambos nos engañamos. Ahí están las puertas y también los guardianes que decís.

REY.-¡Luego no es ilusión mía! Los soldados caminan ahora junto a la entrada. ¿Puedes verlo, títere?

BUFÓN.-Lo veo, señor, y parece increíble. REY.-¡Doctor! ¡Caballeros! ¡Cronista! ¡Acercaos a ver este

prodigio! (Todos acuden junto al REY. Diversas exclamaciones de

asombro.) MÉDICO.-¡Es cosa de brujas! REY.-¿Cosas de brujas? ¿Acaso, Bolonius, nos tienes bajo

algún encantamiento? ¿Te has atrevido a hechizar a tu Rey?

BOLONIUS.-No es hechizo, señor, o también yo estoy hechi-zado. Todo lo que veis en ese aparato es real y sucede en este mismo instante. El prodigio está en que podáis contemplarlo desde aquí.

PEDRAJA.-¡Majestad! ¡Las puertas se han abierto! MACHUCA.-¡Es el sabio Heribertus que sale del castillo! BUFÓN.-(Acercándose a la ventana.) ¡Es cierto! ¡Veo alejar-

se al físico Heribertus! REY.-¡Maravilla de maravillas! ¡Grande es tu invento, Bolo-

nius! CRONISTA.-¡Mirad! ¡Ahora las puertas vuelven a cerrarse! REY.-¡Sí! ¡Y los guardianes reanudan su paseo! (Ríe muy ex-

citado.) Ahí están. ¡Uno, dos! ¡Uno, dos! ¡Bolonius! La humanidad entera te estará agradecida. Mandaré que insta-len artificios como éste en todos los rincones del Reino. Los pondremos en las plazas públicas y en los jardines de todas las ciudades. Cada familia podrá tener el suyo. Quie-

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ro uno a los pies de mi cama. ¡Será magnífico! Ambos pa-saremos a la Historia gracias a tu... ¿Cómo vas a llamarlo?

BOLONIUS.-Aún no tiene nombre, señor. Había pensado po-nerle el vuestro.

REY.-Es demasiado honor, Bolonius. Es demasiado honor. BOLONIUS.-Insisto, Majestad. Vos habéis hecho posible este

ingenio. Es natural que lleve vuestro Real Nombre. SUCA.-¡Mirad! ¡Las puertas se abren! REY.-¡Jo! ¡Jo! ¡Las puertas se abren! ¡Veamos qué sucede! BUFÓN.-(Que no participa de la euforia general.) Llega un

hombre con una carreta de mulas. REY.-¡Ajá! ¡Ahí aparece! ¡Ya veo la carreta! CERROJO.-¡Los soldados se acercan! CRONISTA.-Están inspeccionando la mercancía. MÉDICO.-¡Es cosa de brujas! MACHUCA.-¡La carreta se mueve! PEDRAJA.-¡Ahora entra en el castillo! REY.-¡Sí! ¡Mirad cómo tira el hombre de las mulas! ¡Jo! ¡Jo!

¡Asombroso! ¡Asombroso! SUCA.-¡El relevo! ¡Llega el relevo de la guardia! PEDRAJA.-Retiraos a un lado, Machuca, que no me dejáis

ver. MACHUCA.-(Enfadado.) ¡Sois vos quien no cesa de empu-

jar! (Discusión entre ambos NOBLES.) REY.-¡Silencio! ¡Si no dejáis de alborotar, doy por terminada

la audiencia! CRONISTA.-¡Han cambiado la guardia! REY.-¡Jo! ¡Jo! ¡Magnífico! CERROJO.-¡Las puertas se cierran! REY.-¡Sí! ¡Las puertas vuelven a cerrarse! Y ahí están los sol-

dados paseando de nuevo. ¡Uno, dos! ¡Uno, dos...! TODOS.-¡Uno, dos! ¡Uno, dos...!

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BUFÓN.-(Acercándose.) ¡Majestad! ¡Majestad! REY.-¡Chist! BUFÓN.-¡Señor! ¡No perdáis la cabeza! REY.-¿Qué estás diciendo, títere? BUFÓN.-¡Alejad de vos ese invento endemoniado! REY.-¿Invento endemoniado? ¿De qué invento hablas? BUFÓN.-Del que tenéis ante vuestros ojos. BOLONIUS.-Señor, no consiento que éste... REY.-Calma, Bolonius, calma. Vamos, títere, acércate tam-

bién a contemplar este prodigio. BUFÓN.-Majestad, no necesito acercarme para ver cómo pa-

sea la guardia. Puedo hacerlo desde esta ventana. Y vos también, señor.

REY.-No se trata de ver cómo pasea la guardia. Hoy son esos soldados. Otro día veremos nuevas cosas. ¿No es cierto, Bolonius?

BOLONIUS.-En efecto. Con el tiempo será posible contem-plar otros lugares y otras gentes.

BUFÓN.-Toda la vida habéis tenido esta ventana a través de la cual siempre pudisteis ver las puertas del castillo.

REY.-¿Y bien? BUFÓN.-¿No comprendéis? ¡Jamás os asomasteis a mirar

quién entraba o salía! REY.-Explícate mejor, títere, o acabarás haciéndome perder la

paciencia. BUFÓN.-¿No os dais cuenta? Hay en ese artefacto un

inexplicable poder que hace que cualquier majadería que se os muestre por esa abertura, parezca tener una extraña fascinación, un encanto misterioso que ¡sólo puede ser obra del diablo!

REY.-¿Del diablo?

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BUFÓN.-Sin duda, señor. Si no, ¿cómo se explica que hace un instante estuvierais como embobado, contemplando al-go a lo que jamás prestasteis atención?

REY.-(Confuso.) No lo sé... BUFÓN.-¡Es el diablo, Majestad! ¿Quién, si no, podría lograr

que las gentes se enajenasen con sólo mirar por esa aber-tura? Os repito que este invento tiene el poder de sorberle el seso a quien lo contempla. ¡Y, si es capaz de embobar a un Rey, imaginad lo que haría con el resto de los morta-les! Señor: si permitís que este aparato se difunda por todo el país, conseguiréis que nuestro pueblo se idiotice sin re-medio. Pronto, las gentes no desearán otra cosa que sen-tarse frente a estas máquinas y hartarse de ver necedades día tras día. ¿Quién escuchará entonces los versos de nuestros poetas, la palabra de nuestros sabios, el pensa-miento de nuestros filósofos? ¡Nadie, señor! Nuestro pue-blo acabará embrutecido, incapaz de pensar a derechas, y dejándose llevar por la maravilla de tontería tras tontería.

BOLONIUS.-Señor, yo os aseguro ... REY.-¡Silencio, Bolonius! ¡Déjame reflexionar! MACHUCA.-¡Es un invento asombroso, Majestad! ¡Las gen-

tes harían cualquier cosa por tenerlo en sus hogares! PEDRAJA.-¡Vendrían de todos los reinos de Occidente a

pedirnos aparatos como ése! SUCA.-¡Es un prodigio! ¡No dejéis que se pierda! MÉDICO.-¡Es cosa de brujas! REY.-¡Silencio! El títere tiene razón. Este ingenio puede ser

peligroso. Yo mismo he pasado un rato como un boba-licón contemplando cómo dos soldados caminaban de un lado para otro. Sin embargo ... no hay duda de que este aparato tiene un misterioso atractivo.

BUFÓN.-¡Es obra del diablo!

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REY.-Me has convencido, títere. ¡Llevaos de aquí ese inven-to!

(Los PAJES retiran el artefacto.) BOLONIUS.-(Suplicante.) ¡Majestad! REY.-En cuanto a ti, Bolonius, te prohibo que participes a na-

die tu descubrimiento y te ordeno que vayas al punto ante nuestro abate para que vea si tienes dentro algún demonio.

(BOLONIUS va a decir algo, pero el REY se lo impide.) REY.-¡Puedes retirarte! (BOLONIUS sale compungido. Murmullos de descontento

entre los NOBLES.) REY.-¡Silencio! Cronista, haz pasar al último de los sabios. CRONISTA.-Es Malpinus, señor. Espero que os agrade su in-

vención. Tengo entendido que es algo prodigioso. REY.-He comenzado a desconfiar de los prodigios, pero vea-

mos de qué se trata esta vez. CRONISTA.-¡Preséntese en la sala el alquimista Malpinus! (Entra MALPINUS, varón de mediana edad y rostro ma-

quiavélico. En sus manos lleva algo oculto por un paño negro. Tras una reverencia, deposita su invento sobre la mesa.)

MALPINUS.-Majestad, os traigo algo que cambiará la faz del mundo.

REY.-¿Algo que cambiará la faz del mundo? Sin duda ha de ser muy grande.

MALPINUS.-Al contrario, señor. Pensad que siempre fueron pequeñas cosas las que cambiaron el destino de la huma-nidad: Una rueda, un pergamino, una espada ...

REY.-Me tienes intrigado. ¿Qué ocultas bajo ese paño? MALPINUS.-(Descubriendo su invento: una bola negra de la

que asoma una mecha.) ¡Una bomba, Majestad! REY.-¿Una bomba? ¿Yeso qué es?

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MALPINUS.-Una arma terrible. Bastaría con encender esta mecha para que todo el castillo volara en pedazos.

(Los NOBLES ríen con precaución.) REY.-Sin duda, estás bromeando. MALPINUS.-No bromeo, señor. Dentro de esta esfera hay

una sustancia capaz de derribar la más recia fortaleza. REY.-¡Te advierto que no estoy para burlas! MALPINUS.-Mirad a través de esa ventana y os demostraré

que no estoy burlándome. ¿Veis allá, a lo lejos, aquel bos-quecillo de encinas?

REY.-Lo veo, Malpinus. Es mi rincón favorito. Me gusta con-templar esas encinas al atardecer, con los últimos rayos de sol.

MALPINUS.- No las perdáis de vista mientras hago una se-ñal.

(Todos miran hacia el lugar indicado) REY.- ¿Qué te propones? MALPINUS.- En seguida podréis verlo. (Desde la ventana, MALPINUS agita el paño negro que

cubría la bomba. Segundos más tarde se oye una lejana explosión. Diversas exclamaciones de asombro.)

REY.-(Levantándose como un autómata. Con desconsuelo.) ¡Mis encinas!

MALPINUS.-Ya veis que no os engañaba. Un artefacto como éste acaba de hacer explosión en medio del bosquecillo, con las consecuencias que habéis podido observar. ¿Qué decís ahora de mi nueva invención?

REY.-(Desplomándose en el trono, apesadumbrado.) ¡Mis encinas!

BUFÓN.-¿Qué os ocurre, señor? ¡Estáis muy pálido! MACHUCA.-¡Majestad, con el ingenio de Malpinus seremos

invencibles! PEDRAJA.-¡El mundo entero será nuestro!

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CERROJO.-Reinaréis sobre todas las tierras conocidas. ¡Ser-éis el más poderoso monarca de todos los tiempos!

SUCA.-¡Ningún país podrá hacernos frente! Las espadas re-sultarían ridículas ante esta nueva arma.

MACHUCA.·-¡No habrá fortaleza que se resista ni enemigo que no se someta!

SUCA.-¡Tendréis en vuestras manos el destino de la humani-dad!

CRONISTA.-¡Vuestro nombre será glorioso hasta el fin de los siglos!

REY.-(Poniéndose en pie.) ¡Silencio, caballeros! ¡No consen-tiré que mi nombre se vea unido para siempre al de los fantasmas de la guerra y de la destrucción! ¡Soldados: en-cerrad a este hombre en la más oscura mazmorra! ¡Que nadie se acerque a él! Respondéis de ello con vuestra vida.

PEDRAJA.-¡Pero no podéis encerrar a Malpinus! ¡Su invento es grandioso! ¡Y Malpinus, el más ilustre de nuestros sa-bios!

REY.-¡Si la Ciencia ha de seguir este camino, no vacilaré en encerrar a todos los sabios del reino! ¡Lleváoslo!

(Los SOLDADOS se llevan a MALPINUS. Murmullos de desaprobación entre los NOBLES.)

MACHUCA.-¡Señor, estáis entorpeciendo el progreso de la humanidad!

REY.-¡Sólo trato de evitar su destrucción! CRONISTA.-Podríamos utilizar el artefacto de Malpinus úni-

camente como arma persuasiva. Una demostración como la que acabamos de ver, bastaría para que cualquier ene-migo se rindiese.

REY.-Y ¿quién nos asegura que un día alguien no querrá uti-lizarlo contra ese mismo enemigo?

PEDRAJA.-Y a vos, Majestad, ¿quién os asegura que Malpi-nus no ha dado ya a conocer su invento a otras naciones?

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(Murmullos de aprobación entre los NOBLES.) REY.-¡Tendremos que correr ese riesgo! (Se acentúa el descontento general.) SUCA.-¡Señor, estáis atentando contra la seguridad de nuestro

pueblo! REY.-¡Silencio! ¡Dejadme solo! ¡La audiencia ha terminado! (Los NOBLES salen furiosos. El CRONISTA y el resto de

la Corte van tras ellos.) REY.-¡Doctor! ¡Aguardad un instante! MÉDICO.-¿Majestad? REY.-Esta audiencia me ha levantado un terrible dolor de

cabeza. Prepárame una de tus pócimas. MÉDICO.-Os la traeré en seguida. (El MÉDICO sale. Un silencio. El REY se levanta y se

acerca a la ventana.) REY.-¡Títere! BUFÓN.-¿Señor? REY.-¿Tú crees que estoy loco? BUFÓN.-Creo que estáis muy cuerdo. Tal vez demasiado para

lo que hoy se acostumbra. REY.-Los nobles salieron enojados. BUFÓN.-Lo he notado, señor. REY.-Y yo perdí mi ocasión de pasar a la Historia. Tendré

que resignarme a ser un nombre más en una interminable lista de reyes que algún estudiante recitará de memoria dentro de mil años.

BUFÓN.-Será una lástima. REY.-Pienso que en el fondo será mucha suerte. BUFÓN.-No os comprendo. REY.-Sí, bufón, será mucha suerte porque cosas más bellas

habrán desaparecido para siempre. Mis encinas, por ejem-plo. ¿Recuerdas el brillo de sus hojas o aquella transpa-rencia inigualable? ¿No eran muy hermosas? Pues, pasado

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algún tiempo, nadie sabrá que existieron un día. Dime en-tonces, mi buen títere, si este Rey viejo y feo no ha de es-tar satisfecho con que la humanidad recuerde al menos su nombre dentro de mil años.

BUFÓN.-Mirado de ese modo... tal vez tengáis razón. (Desde los corredores del castillo llega un rumor de lu-

cha.) REY.-(Prestando atención.) ¿Has oído? BUFÓN.-¿Qué, señor? REY.-Me pareció que alguien gritaba ahí fuera. BUFÓN.-Estáis cansado. Debéis acostaros. REY.-¡Calla! ¡Se oyen voces y ruido de espadas! BUFÓN.-Es cierto. ¡Parece una pelea! REY.-Ve a ver qué sucede, ¡pronto! (El BUFÓN sale. EL REY pasea nervioso. Entra el MÉDI-

CO.) MÉDICO.-Disculpadme, Majestad, pero olvidé si deseabais la

pócima para el dolor de cabeza o para vuestras muelas. REY.-Es para mi cabeza, doctor. MÉDICO.-(Yendo hacia la puerta.) Estoy ya muy viejo.

Perdonad. REY.-¡Aguarda!¿No has oído nada extraño ahí fuera? ¿Como

un rumor de lucha? MÉDICO.-¿De lucha? No, señor. ¿Sucede algo grave? REY.-Aún no lo sé. Ve a preparar la medicina. MÉDICO.-Vuelvo en seguida. (El MÉDICO sale. Entra el BUFÓN, agitado.) BUFÓN.-¡Majestad, los nobles han liberado a Malpinus e

intentan salir del castillo! REY.-¿Los nobles? ¡Tráeme mi espada! BUFÓN.-¡No iréis a luchar contra ellos...! REY.-¿Estoy demasiado viejo? BUFÓN.-Son muchos, señor. Y tienen también sus soldados.

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REY.-Debo impedir que Malpinus abandone el castillo. ¿Te imaginas lo que sería su invento en manos de los nobles? ¡No consentiré que mi reino se tiña de sangre! ¡La espada, títere!

BUFÓN.-Es inútil, Majestad. No llegaríais a tiempo. Ya esta-ban cerca de las puertas del castillo.

REY.-¿Las puertas del castillo? (Queda pensativo un instan-te.) Ve a la ventana y dime si han logrado salir. (El BUFÓN se asoma a la ventana.)

BUFÓN.-Aún no, señor. Están luchando con los soldados que guardan la entrada.

REY.-Entonces trae una antorcha, rápido. BUFÓN.-¿Una antorcha? REY.- ¡No hagas preguntas! (El BUFÓN sale. El REY toma en sus manos la bomba de

MALPINUS.) REY.-¡Vuestra ciencia servirá para destruiros! BUFÓN.-(Entrando con la antorcha.) ¿Qué vais a hacer, se-

ñor? REY.-¡Acabar con toda esa chusma! BUFÓN.-¡Pero, si utilizáis ese artefacto, el castillo volará en

pedazos! ¡Malpinus lo dijo! REY.-¿Tienes miedo, títere? ¿Quieres ponerte a salvo? BUFÓN.-No, Majestad. ¿A dónde iría un bufón sin su rey? REY.-Entonces, ¡acerca esa llama y encomienda tus huesos a

Dios! (El BUFÓN aproxima la antorcha a la mecha.)

OSCURO

(Se oye una formidable explosión.) (Lentamente, el escenario se llena de estrellas.) VOZ REY.-¿Estás ahí?

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VOZ BUFÓN.-Aquí estoy, señor. VOZ REY.-¿Qué ha sucedido? VOZ BUFÓN.-No lo sé, Majestad. El castillo se deshizo en el

aire y, de pronto, me encontré volando bajo las estrellas. (Una pausa.) VOZ REY.-¿Puedes oírlo, títere? VOZ BUFÓN.-¿Qué, señor? VOZ REY.-Este silencio. VOZ BUFÓN.-Lo oigo, Majestad. Es como un silencio de si-

glos. VOZ REY.-Es la muerte, bufón. ¡La muerte! VOZ BUFÓN.-Lo sé, señor. (Una pausa.) VOZ REY.-¡Títere! VOZ BUFÓN.-¿Majestad? VOZ REY.-Temo que nuestra hazaña no haya servido para

nada. Tarde o temprano, la humanidad poseerá todo aque-llo que quisimos destruir.

VOZ BUFÓN.-Al menos habrá servido para que vos paséis a la Historia. Algún día, un poeta recordará este episodio en uno de sus libros.

VOZ REY.-¿Cómo podrá hacerlo si nadie ha quedado para contarlo?

VOZ BUFÓN.-Los poetas no necesitan que nadie les cuente lo sucedido. Pueden imaginarlo.

VOZ REY.-¿Imaginarlo? VOZ BUFÓN.-En efecto, señor. VOZREY.-¿Y ese poeta hablará también de ti, bufón, y de mi

bosquecillo de encinas y de los nobles y de tantas otras cosas que han formado parte de nuestra vida?

VOZ BUFÓN.-Sin duda, señor. Y contará que jamás hubo un rey como vos y que tal vez el caso no vuelva a repetirse.

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VOZ REY.-Espero, títere, que diga también de ti que fuiste el más grande bufón de la Historia.

VOZ MÉDICO.-(A lo lejos.) ¡Majestad! ¡Majestad! VOZ REY.-Aquí estamos, doctor. Acércate. VOZ MÉDICO.-Señor, vuestra medicina ... VOZ REY.-¡Siempre llegas tarde! ¡Ya no me duele nada! VOZ MÉDICO.-Me alegro, señor, porque traía la pócima en

mis manos y de pronto, inexplicablemente, echó a volar ... (El eco repite sus palabras.) (Cae el telón.)

Tánger, Marzo de 1973

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INSTITUTO

POLITECNICO ESPAÑOL

DE TANGER

Publicaciones:

Jesús Martínez Carazo: FARSA DEL REY QUE UN BUEN DIA DECID !O PA-SAR A LA HISTORIA

Carlos Posac Mon: EL

EPILOGO DE LA OC UPACION PORTUGUES.4 DE TANGER (1643-1662)

Carlos Prieto García:

NOTAS PARA UN ESTU-DIO LEXICO DE LA LI-TERATURA ESPIRITUAL ESPAÑOLA

Carmen Madrid Duque: "TETRAGLUMA" (Estudio de una forma aberrante de Triticum aestivum L.)