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Homenaje Jorge Abulaf ia Nomen adque ornen (El nombre manda el destino) "Abulafia", vocablo incor- porado por los árabes cuan- do ocupan España en el si- glo VIII, significa "padredela sa/ud"\i se aplicaba a todos aquellos que se dedicaban al arte de curar. Jorge Abulafia, "creador" de la patología cutánea de habla hispana. Maestro exi- gente, generoso y afectivo. Abulafia así simplemente, como si mencionáramos a Aberastury, J. M. Fernández, Pierini, Quiroga, Conti, Bor- da, Grinspan... Conocí a Abulafia en ju- nio de 1960. Iniciaba su cur- so de dermopatología en el Hospital Privado de Piel de Buenos Aires que dirigía Ju- lio M. Borda. El curso era in- tensivo y no existían aún las diapositivas color, el Maestro se manejaba a pura tiza y pizarrón. Eramos 4 alumnos: Aguirre Restrepo, colombia- no, Ávalos Vega, venezolano, y Carlos A. Bianchi y Óscar Bianchi, argentinos. Al año siguiente el curso era ya muy concurri- do y así seguiría durante muchos años. A los dos argentinos del año anterior se sum.aron otros alum- nos de Argentina y de otros países de Centro y Sudamérica. Aparecen las primeras diapositivas, eran en blanco y negro. Al siguiente curso de 1962, surgen las diapositivas en color, pero siempre la tiza y el pizarrón nos ayudaban a introducirnos en los laberintos de ia patología. Para entonces, ya se esbozaba la influencia in- ternacional de Abulafia, influencia que se comien- za a consolidar con el inolvidable V Congreso Ibe- ro Latinoamericano de Dermatología, que ocurre en Buenos Aires y Mar del Plata en 1963. Toda América y muchos países europeos estaban re- presentados. Abulafia fue el principal referente his- tológico. Al V Congreso Ibero Latinoamericano sucedie- ron permanentes invitacio- nes a relatos dentro y fuera del país; a cursos, congre- sos, reuniones en hospita- les, como los ateneos men- •1 suales "primeros sábados" del Hospital Ramos Mejía, "\mk "segundos sábados" áe\ Hospital Rawson y "de los «B jueves"en el Hospital Pri- vado de Piel. Actividades *• éstas que culminan en la Presidencia de la Sociedad Argentina de Dermatología, en la Vicepresidencia de la Asociación Argentina de Dermatología con la presi- dencia de Lidia Valle, Pre- sidencia del Colegio Ibero- Latinoamericano de Der- matología, titularidad de la Cátedra de Dermatología del Hospital de Clínicas de Buenos Aires y en la prime- ra presidencia de la Socie- dad Argentina de Dermato- patología, entidad de la que fuera cofundador. Distinguido con Maestrías por la dermatología argentina y por la Sociedad Inter- nacional de Dermatología. Todo ello cimentado en numerosas publicaciones argentinas y extrajeras que justifican su sólido prestigio. Sólido prestigio que se fundamenta en su inte- ligencia motorizada por su energía inagotable, en su optimismo, en su fe en la ciencia y en su exi- gencia para consigo mismo y para con sus discí- pulos. ¿Exigente?. Como ejemplo basta una frase que un día me dijo al terminar un ateneo del Hospital Rawson: -"...tenemos que hacer reuniones tan in- tensas que la gente salga con cefalea". -"Sí, doc- tor", respondo yo, que siempre salía con cefalea. O bien esta otra: "Quiero tomar un capítulo de la patología y dominarlo". -"Claro, doctor", respon- do, pues ambos creíamos que eso era posible. Naturalmente que esta manera de ser le acarrea- ría los inevitables choques propios de los elegi- 85

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Homenaje

Jorge Abulaf ia Nomen adque ornen (El nombre manda el destino)

"Abulafia", vocablo incor­porado por los árabes cuan­do ocupan España en el si­glo VIII, significa "padredela sa/ud"\i se aplicaba a todos aquellos que se dedicaban al arte de curar.

Jorge Abulafia, "creador" de la patología cutánea de habla hispana. Maestro exi­gente, generoso y afectivo. Abulafia así simplemente, como si mencionáramos a Aberastury, J. M. Fernández, Pierini, Quiroga, Conti, Bor­da, Grinspan...

Conocí a Abulafia en ju­nio de 1960. Iniciaba su cur­so de dermopatología en el Hospital Privado de Piel de Buenos Aires que dirigía Ju­lio M. Borda. El curso era in­tensivo y no existían aún las diapositivas color, el Maestro se manejaba a pura tiza y pizarrón. Eramos 4 alumnos: Aguirre Restrepo, colombia­no, Ávalos Vega, venezolano, y Carlos A. Bianchi y Óscar Bianchi, argentinos.

Al año siguiente el curso era ya muy concurri­do y así seguiría durante muchos años. A los dos argentinos del año anterior se sum.aron otros alum­nos de Argentina y de otros países de Centro y Sudamérica. Aparecen las primeras diapositivas, eran en blanco y negro. Al siguiente curso de 1962, surgen las diapositivas en color, pero siempre la tiza y el pizarrón nos ayudaban a introducirnos en los laberintos de ia patología.

Para entonces, ya se esbozaba la influencia in­ternacional de Abulafia, influencia que se comien­za a consolidar con el inolvidable V Congreso Ibe­ro Latinoamericano de Dermatología, que ocurre en Buenos Aires y Mar del Plata en 1963. Toda América y muchos países europeos estaban re­presentados. Abulafia fue el principal referente his­tológico.

Al V Congreso Ibero Latinoamericano sucedie­

ron permanentes invitacio­nes a relatos dentro y fuera del país; a cursos, congre­sos, reuniones en hospita­les, como los ateneos men-

•1 suales "primeros sábados" del Hospital Ramos Mejía,

"\mk "segundos sábados" áe\ Hospital Rawson y "de los

« B jueves"en el Hospital Pri-vado de Piel. Actividades

* • éstas que culminan en la Presidencia de la Sociedad Argentina de Dermatología, en la Vicepresidencia de la Asociación Argentina de Dermatología con la presi­dencia de Lidia Valle, Pre­sidencia del Colegio Ibero-Latinoamericano de Der­matología, titularidad de la Cátedra de Dermatología del Hospital de Clínicas de Buenos Aires y en la prime­ra presidencia de la Socie­dad Argentina de Dermato-patología, entidad de la que

fuera cofundador. Distinguido con Maestrías por la dermatología argentina y por la Sociedad Inter­nacional de Dermatología. Todo ello cimentado en numerosas publicaciones argentinas y extrajeras que justifican su sólido prestigio.

Sólido prestigio que se fundamenta en su inte­ligencia motorizada por su energía inagotable, en su optimismo, en su fe en la ciencia y en su exi­gencia para consigo mismo y para con sus discí­pulos.

¿Exigente?. Como ejemplo basta una frase que un día me dijo al terminar un ateneo del Hospital Rawson: -"...tenemos que hacer reuniones tan in­tensas que la gente salga con cefalea". - "Sí , doc­tor", respondo yo, que siempre salía con cefalea. O bien esta otra: "Quiero tomar un capítulo de la patología y dominarlo". -"Claro, doctor", respon­do, pues ambos creíamos que eso era posible. Naturalmente que esta manera de ser le acarrea­ría los inevitables choques propios de los elegi-

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Oscar Bianchi

dos. Por esta misma razón es que siente un res­peto profundo por los genuinos maestros, como ocurrió en aquel V Congreso Ibero-Latinoamerica­no de 1963 en ei que Xavier Vilanova, catedrático de Barcelona, ante una esclarecedora exposición sobre hipodermitis, basada en una gran experien­cia elaborada con L.E. Pierini y S. Wainfeld, le dice: "¿Cómo hace usted tan lindas biopsias?". Abula­fia, resignado, le explica detalladamente el uso del punch manual, cual un modesto alumno rindiendo un examen.

Todos estos atributos están gobernados por una intachable honestidad que ordena todos los actos de su vida.

Sus orígenes fueron humildes. Costea sus es­tudios trabajando en el hospital Ramos Mejía.

Ya graduado, en los primeros años de la déca­da de 1950 trabaja con Moisés Polack en el Hos­pital Fiorito de Avellaneda, practicando técnicas ar­génticas. Es entonces cuando aparece la varita má­gica del destino. Una fortuita causa de salud (¡erup­ciones pruriginosas por alergia al formol!) lo obli­ga a abandonar la patología y reemplazarla por Clínica Dermatológica. Concurre a la Cátedra de Graduados de Pierini en el Rawson. Allí es curado y Borda comienza su enseñanza clínica que haría de él un genuino dermopatólogo. En la cátedra escucha a destacados patólogos que le abren el hasta ese momento poco trillado camino de la pa­tología de piel: Hildebrando Portugal de Brasil, Pablo Bosq e Ismael Pomposiello de Argentina entre otros. Pomposiello, verdadero precursor, le brinda el laboratorio de patología de la Cátedra de Dermatología que quedaría finalmente bajo la di­rección de Abulafia.

Las biopsias de piel se realizaban con bisturí, técnica que restringía el número de estudios que se realizaban habitualmente. Por entonces ocurre en países americanos y europeos el tímido rena­cimiento del "punch", sacabocado de acero inoxi­dable que fuera diseñado en Alemania a fines del siglo XIX. Era accionado eléctricamente adosado a la ruidosa turbina del torno de dentista. En 1961 se hace manual gracias a gestiones de Augusto Cásala, Carlos Alberto y Oscar Bianchi, quienes consiguen un punch de este tipo que un sacerdote

usaba para sus estudios de botánica. Este instru­mento de práctico manejo, verdadero multiplica­dor de biopsias de piel, esperó a la llegada de Abu­lafia para que éste lo esgrimiera en su cruzada cutánea.

¡Con el formol y el punch el Destino concluyó su magistral jugada!.

Y así se sucederían entonces trabajos que to­caron numerosos capítulos de la inagotable cien­cia dermopatológica: clasificación citogenética de tumores cutáneos (erudita tesis de doctorado en la UBA); hiperplasias pseudoepiteliomatosas cu­táneas idiopáticas; linfomas cutáneos con el gru­po del Rawson; histopatología de dermatosis am­pollares (aún no se lograba diferenciar claramen­te una enfermedad de Dühring de un pénfigo); cla­sificación de nevos hasta la mencionada hipoder­mitis, poroma folicular atípico, melanoacantoma atí-pico, patogenia de la lepra con R. Vignale, estu­dios en genodermatosis y muchas ponencias en congresos nacionales e internacionales. Todos hallazgos propios de un histólogo razonador y sa­gaz.

Muchos fuimos sus discípulos. Me enorgullez­co de haber compartidos sus enseñanzas con aquellos de la primera hora como Efraín Buchs-baum, Ignacio Calb, José Casas, Alba Lopes Dos Reis, Eduardo Lacentre, Susana Romano, Oscar Sanguinetti, Mirta Traverso. Y extranjeros: Valdir Bandeira, Gloria Mendoza, Pastor Sangüeza... y otros muchos que hoy escapan a mi memoria.

Finalmente, unos instantes para Pola B. de Abu­lafia, esposa y madre de sus dos hijos. Mujer de gran temple que supo aunar las facetas de secre­taria, consejera y compañera. Fue la imprescindi­ble moderadora de tan brillante y comprometida personalidad.

Esta semblanza no quiere ser ni un recuerdo ni una despedida. Sólo despedimos al que parte y recordamos al ausente, con el que permanece pre­sente al lado nuestro, compartimos cada momen­to...

Dr. Oscar Bianchi

86 Arch. Argent. Dermatol