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José Carlos Becerra
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Transcript of José Carlos Becerra
Universidad de Guanajuato
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Maestría en Literatura Hispanoamericana
Campus Guanajuato
Seminario de Poesía Hispanoamericana
Los espacios de la ausencia: una lectura de Oscura palabra, de José
Carlos Becerra, en torno al [re]conocimiento del yo lírico a partir del
ser-en-ausencia.
.
Nancy García Gallegos
Dra. Lilia Solórzano
5 de junio de 2015
Los espacios de la ausencia: una lectura de Oscura palabra, de José Carlos
Becerra, en torno al [re]conocimiento del yo lírico a partir del ser-en-ausencia.
Nancy García Gallegos
En 1965 aparece en el mercado editorial “Oscura palabra”, editado por Juan José Arreola;
ésta es una obra que nutre su realidad poética a partir de la muerte de la madre del poeta
tabasqueño José Carlos Becerra. El poema se presenta como el recuento del duelo, un
poema elegíaco dividido en siete segmentos y conformado por versículos que imprimen al
texto un ritmo alargado al tiempo que fracturado, dada la ruptura evidente de ciertos versos,
como si la intención del poeta fuese que el lector aprehendiera cada palabra no como un
lamento, sino como una exacta confesión del estado del alma del yo lírico. Sobre este
poema, Roberto Vallarino afirma: ““Oscura palabra” es un poema/recuento que Becerra
escribe al morir su madre, a través del cual se intenta rescatar lo perdido desde la evocación
del recuerdo que, en el lenguaje literario se vuelve otra vez presencia” (2006: 193-194). Lo
perdido no es sólo la madre, también esa parte del sí mismo que se va con ella; es por eso
que el yo lírico comienza a rescatarse, a reconocerse a partir del discurso poético en el que
se integran la casa, los objetos, los ruidos, la lluvia y la evocación:
“Oscura palabra”: el verbo velado por la sombra de la muerte y la desaparición de la figura materna; reino que no es ni antes ni después del principio y en el que, trastocados por el vértigo de la ausencia, los recuerdos laceran la memoria; ámbito en el que las texturas, los olores, los sitios, las vestimentas del humo en que se albergaba la presencia del ser amado, son los únicos residuos de esa madre que un día habitamos para luego negarla al nacer y, finalmente, afirmarla dolorosamente cuando, ya muerta, los designios insondables del tiempo vuelven una y otra vez a corporeizar la realidad última de la mater universalis: estigma del origen (2006: 194)
“Oscura palabra”, dado su origen en el orden natural de las cosas del mundo, es una de esas
obras que, si bien, no puede dejar de leerse sin la conexión inmediata de la esfera obra-vida,
también se presenta como la develación del trayecto mediante el cual, el yo poético intenta
recosntituirse a sí mismo a partir de la ausencia de la figura materna (el origen), como lo
expresa Vallarino, pues sólo a partir de la pérdida del origen puede generarse el proceso de
recuperación, la vuelta hacia el sí mismo, es decir, en “Oscura palabra” el acontecimiento
de la muerte de la madre, al tiempo que evoca al ser materno también origina un espacio de
[re]conocimiento del yo lírico. Una vez que la usencia de la madre se asume como
presencia, el yo poético emprende la acción del habla y este hablar a la ausencia es hablarse
a sí mismo para enunciar la ruptura provocada por la muerte y asumirse como un otro
distinto que puede llegar, sólo a partir del deceso de la madre, a comprender esa ruptura:
nada nos tiene ahora reunidos, nada nos separa ahora,ni mi edad ni ninguna otra distancia, y tampoco soy el niño que tú quisisteno pactamos ni convenios nada (2010: 68a)
Ahora, el presente ensayo se instala en el análisis de los espacios mediante los cuales se
hace presente la ausencia: la casa y la noche, además de una nota crítica sobre la lluvia
porque, aunque ésta no funge como espacio, es un elemento clave en la conformación del
imaginario de la ausencia en el texto. Para tales efectos, la casa se analizará desde La
poética del espacio, de Gaston Bachelard, específicamente el primer capítulo, “La casa. Del
sótano a la guardilla. El sentido de la choza”; para abordar la noche, el capítulo cinco, “La
inspiración” del El espacio literario, de Maurice Blanchot; por último en cuanto al tema de
la lluvia, se hará uso del Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier; de igual manera se
establecerán relaciones de correspondencia con otros poemas en los que el tema de la lluvia
tiene el mismo efecto que en “Oscura palabra”. La propuesta de análisis aquí planteada se
origina en la captación del fenómeno de la acción imaginante1 que configura al ser-en-
ausencia2 que es la madre difunta, lo que se quiere decir es que el ser-en-ausencia se
convierte en el detonante del discurso poético y se lo puede localizar a partir del estudio de
los espacios representativos del poema (casa, noche). Esto conlleva a la formulación de la
hipótesis del presente estudio: la evocación del ser-en- ausencia en “Oscura palabra”
1 En El aire y los sueños, Bachelard explica la acción imaginante de la siguiente manera: “Si una imagen
presente no hace pensar en una imagen ausente, […]no hay imaginación” (2012: 9).
2 Me refiero a un ser-en-ausencia y no a una presencia de la ausencia porque el primer término remite a un
ente que está siendo, pues como ocurre en el poemario, este ser-en-ausencia se encuentra activo mediante el
discurso poético. Referir sólo una presencia de la ausencia no reviste al ente del dinamismo que Becerra
inyecta en la figura de la madre muerta.
plantea un dinamismo imaginante, mediante el cual, el yo lírico ejerce el discurso poético
no sólo como una estrategia para el recuento del duelo, sino también como la experiencia
de la recuperación, del rescate del sí mismo por medio de la poesía –como ya se ha
mencionado al inicio de este trabajo–, y como lo señala Octavio Paz en la nota introductoria
a El otoño recorre las islas: “la marea verbal mece al joven poeta que, en un estado de
duermevela, se dice a sí mismo más que a la realidad que tiene enfrente” (Becerra, 2010:
15).
La casa como efecto del espectro del ser-en-ausencia.
“Oscura palabra” presenta como espacio principal la casa natal y si se sigue la lógica
espacial según Bachelard, la casa, en este caso, materna, se convierte en el primer cosmos
que los seres humanos habitan: “Porque la casa es nuestro rincón del mundo. Es –se ha
dicho con frecuencia– nuestro primer universo. Es realmente un cosmos” (2011: 34).
Enunciado así, el primer cosmos –con sus espacios y sus objetos– del yo poético se ve
alterado con la muerte del ser esencial – la madre– de este espacio:
Y esta casa también está ausente, estos muebles me engañan; me han oído venir y han salido a mi encuentrodisfrazados de sí mismos.Yo quisiera creerles, hablar de ellos como antes,repetir aquel gesto de sentarme a la mesa,pero ya lo sé todo.Sé lo que hay donde están ellos y yo, cumpliendo juntos el pai- [sajede una pequeña sala, de un comedor sospechosamente en orden (2010: 66)
La frase pero ya lo sé todo, además de anunciar la repentina distorsión del espacio –la
casa–, en el fragmento anterior, también advierte un nuevo conocimiento y es que, a partir
de la ausencia de la madre, el yo poético descubre un nuevo modo de ser del espacio
conformado por la casa y de sí mismo: Sé lo que hay donde están ellos y yo, cumpliendo
juntos el pai-/saje/de una pequeña sala, de un comedor sospechosamente en orden. La
percepción de la casa, inundada del ser-en-ausencia, detona en el yo poético una especie de
ensoñación perturbada, pues éste, tras la pérdida de la madre, experimenta el hogar como
un espacio que, aunque aparentemente permanece igual, ha sufrido una alteración en su
devenir cotidiano; Ignacio Ruíz-Pérez3 señala: “La muerte en el poema es presentada como
3 Es doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de California, Santa Bárbara y actualmente es
catedrático en la Universidad de Arlington, Texas.
la irrupción de lo informe e indeterminado que desintegra el orden cotidiano” (201: 42).
Para el sujeto poético este acontecimiento implica un cambio de percepción en torno a la
casa:
y yo voy tropezando, abriendo puertas que ni siquiera estaban [cerradas;
y sé que no debo seguir, porque los mueble y los cuartosy la comida en la cocina y esa música en un radio vecino,todos se sentirían de pronto descubiertos, y entoncesninguno en la casa sabríamos qué hacer (2010: 66)
La irrupción de lo cotidiano, indicada por Ruíz-Pérez, converge en un saber y un resistir;
por una parte, se encuentra nuevamente la reafirmación de un saber desprendido del
acontecimiento de la muerte y, por la otra, el intento de tratar de preservar el estado
cotidiano de las cosas. El yo lírico se encuentra en un estado que Bachelard explica de la
siguiente manera: “ el ser […] sensibiliza los límites de su albergue. Vive la casa en su
realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y los sueños” (Bachelard, 2011: 35). El
hecho de que el yo lírico advierta lo “sospechosamente ordenado” de las cosas que
constituyen la casa proviene de esa otra captación del mundo que es la poesía. Dado lo
anterior, “la casa del recuerdo se hace psicológicamente compleja. A sus albergues de
soledad se asocian el cuarto, la sala donde reinaron los seres dominantes” (Bachelard, 2011:
45). El ser-en-ausencia determina la esencia alterada de la casa; el yo poético es testigo
parlante de los cambios silenciosos que ocurren al interior de ella. Si el yo lírico habla al
ser-en-ausencia no es sólo para evocar su recuerdo, sino para intentar la comprensión del
cambio que en la casa impera a partir de la ausencia de la madre. Si este sujeto imaginario
nombra la casa y sus espacios, ambos permeados por el espectro del ser-en-ausencia es para
recuperar a ese sí mismo que ha perdido con la muerte de la madre, para volver a morarse:
“Nuestro inconsciente está “alojado”. Nuestra alma es una morada. Y al acordarnos de las
“casas”, de los “cuartos”, aprendemos a “morar” en nosotros mismos” (Bachelard, 2011:
29). Así, la casa queda constituida como la extensión simbólica del ser-en-ausencia.
La noche como espacio del discurso del yo poético.
En “Oscura palabra”, el reconocimiento del ser-en-ausencia ocurre en el auspicio de la
noche; el yo poético encuentra en el espacio nocturno la ocasión para reconocimiento del
ser-en-ausencia:
Te oigo ir i venir por tus sitios vacíos,Por tu silencio que reconozco desde lejos, antes de abrir la puer- [ta de la casacuando vuelvo de noche (2010: 64)
La noche se instaura en el poema como el espacio de revelación de la madre difunta y el yo
lírico. Blanchot afirma que en el espacio de la noche convergen la ausencia y el silencio:
La noche es la aparición del “todo ha desaparecido”. Es aquello que se presiente cundo los sueños reemplazan al sueño, cuando los muertos pasan por el fondo de la noche, cuando el fondo de la noche aparece en los que han desaparecido (2012: 153)
Enunciada de tal manera, la noche se convierte en el lugar de la aparición del ser-en-
ausencia y la acción de reconocimiento por parte del yo poético se agudiza, se prolonga
hasta el silencio –lenguaje del ser-en-ausencia–. Basta retomar el título del poema para
reafirmar la clara significación que adquiere la noche; ésta es el espacio en el cual se
produce el discurso del yo poético; incluso, la noche permite la aproximación entre los
cuerpos (el ausente y el presente) y con ello se abre el horizonte de comprensión en que el
yo lírico confirma que él ya no es el mismo ser:
Esta noche yo te siento apoyada en l luz de mi lámpara,yo te siento acodada en mi corazón;un ligero temblor del lado de la noche,un silencio traído sin esfuerzo al despertar de los labios (2010: 65a)
Tras la confirmación viene el reconocimiento, la revelación del sujeto poético como otro ser que ahora se presenta como una presencia ahora extraña para el ser-en-ausencia :
Esta noche hay algo tuyo aquí sin mí aquí presente,y tus manos están abiertas donde no me conoces (2010: 65b)
La frase de la cita anterior, donde no me conoces, además de entenderse en su significación
primera, también comprende otra acción oculta: cuando el yo lírico enuncia esa frase es
porque, en el fondo, éste se ha reconocido como otro y frente al ser-en-ausencia ese otro
comienza a revelarse como un desconocido; he aquí la manifestación de una dialéctica
entre la muerte, la revelación. y el reconocimiento. Entonces la noche, en tanto que espacio
de evocación para la madre, es también la posibilidad del reencuentro del yo lírico consigo
mismo, pues mediante el diálogo que mantiene con ella, éste va reconstituyéndose,
resucitando a partir del ser-en-ausencia.
Valoración de la lluvia.
Respecto a la lluvia, Chevalier señala lo siguiente: “La lluvia es universalmente
considerada como el símbolo de las influencias celestes recibidas por la tierra. Es un hecho
evidente que constituye el agente fecundador del suelo, del que se obtiene la fertilidad”
(1986: 671). El planteamiento anterior conlleva la idea de vida, pero en “Oscura palabra”,
la carga simbólica de la lluvia, tal como la describe Chevalier, se ve turbada porque se
presenta como el primer indicio de que algo ha alterado la rutina de los días –la muerte– y
el yo poético anuncia la intuición de este acontecimiento que irá reafirmándose en la
percepción de la lluvia y su ritmo distorsionado:
Algo se ha roto. Algo se ha roto. Algo anda mal en el ruido de la lluvia (2010: 63a)
En el primer segmento, la palabra lluvia aparece 12 veces; la reiteración de esta palabra,
justamente en la primera parte del poema, recubre el espacio de la casa con una repetida
confusión, acentuando el dominio de la discontinuidad del día:
Hay algo ciego en el modo como golpea la lluvia en el tejado.Hay pasos precipitados, confusas exclamaciones, puertas cerrán-dose de golpe, escaleras por donde seres extraños suben y bajande prisa (2010: 63b)
Por otra parte, la lluvia también ejerce una especie de dominio y separación; dominio en
cuanto a que obliga a todos a entrar a la casa y separación porque, en realidad, sólo los
vivos han entrado al hogar, mientras que el ser-en-ausencia permanece afuera:
Hoy llueve, y la lluvia nos ha hecho entrar en casa a todos, me-nos a ti. (2010: 63c)
Respecto al elemento de la lluvia en “Oscura palabra”, Ruíz-Pérez advierte:
La lluvia ratifica la ausencia de la madre: señala (repite) la descompostura del tiempo (naturaleza), paralela a la descomposición de lo cotidiano. La cotidianidad está sujeta al tiempo: semejante orden es frágil porque su mínimo, impotente e imperfecto arquitecto (“artesano”, dice Becerra en su poema) es finito. Y la finitud es la fatalidad máxima: la voz poética se percata de que el hombre, como señala Heidegger (2002, 275), es un continuo estar siendo, pero también un continuo mo- rir: un dejar de ser. La descompostura del tiempo (lluvia que inunda y viento que arrasa) lleva consigo proporcionalmente la desintegración de la materia y la muerte. (2009: 43-44)
Par los efectos de este ensayo, se considera que la lluvia, si bien no participa activamente
en la travesía que el yo lírico emprende hacia el rescate de sí mismo, es precisamente este
elemento el que revela la descomposición de lo cotidiano, la distorsión de lo que está por
venir tras el deceso de la figura materna y de lo cual el yo poético será testigo.
Hacia el rescate del sí mismo.
A lo largo de este ensayo se ha venido manejando la hipótesis de que en “Oscura palabra”
el yo poético emprende una travesía de rescate de sí mismo. Pero ¿en qué momento se ha
perdido? Tras la muerte de la madre, algo en él se pierde, esa esencia suya que también
muere junto con su madre, por eso, “Oscura palabra” puede leerse como el intento de
rescate que el yo lírico emprende para reconstruirse, no ya a partir de la muerte, sino del
ser-en-ausencia que construye en el poema, pues en la medida que va descifrando a ese
ente, también se descubre él mismo como otro, un otro que configurado desde una ruptura:
también en mí hay algo tuyo a lo que deberían llevarle flores ese algo es el niño que fui,ya nada nos une a los tres, a ti, a mí, a ese niño (2010: 68b)
Referir “Oscura palabra” como una acción de rescate del sí mismo, que el yo poético
efectúa a partir de la construcción de la figura del ser-en-ausencia, implica un proceso de
reconocimiento a partir de la pérdida. Tal proceso se presenta en el poema como un suceso
gradual: primero como una intuición que viene anunciada por la lluvia; después con la
percepción de la silenciosa alteración del espacio de la casa y sus objetos, acontecimiento
seguido por la noche, espacio en el que el yo poético interactúa con el ser-en-ausencia y
para culminar este proceso con la separación del niño, el hombre y la madre que Becerra
refiere en la estrofa final y aunque el yo poético no llega a definir su ser renovado, el
carácter abierto de los veros finales permite asumir tal consideración. Queda, pues, el
discurso poético como eje de recate del sí mismo que también se pierde con la muerte de la
figura materna.
Bibliografía.
Bachelard, G. 2012. El aire y los sueños. México: Fondo de Cultura Económica.
_______________ 2011. La poética del espacio. México: Fondo de Cultura Económica.
Becerra, José C. 2010. El otoño recorre las islas. México: Ediciones Era.
Blanchot, M. 2012. El espacio literario. España: Paidós.
Chevalier, J. 1986. Diccionario de los símbolos. España: Editorial Herder.
Ruíz, Pérez, I. 2011. Nostalgia de la unidad natural. México: CONACULTA.
Vallarino, R. “José Carlos Becerra y la obra inconclusa” [en línea]. 2006. [fecha de consulta: 1 de junio de 2015]. Disponible en: http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/276/2/2006140P193.pdf .