Jóvenes y uso de drogas. Implementación de un dispositivo de atención en el ámbito escolar

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102 - 9 - Jóvenes y uso de drogas. Implementación de un dispositivo de atención en el ámbito escolar 1 Jorgelina Di Iorio; Paula Goltzman; María Pía Pawlowicz; Javier Castagnola; Damián Fernández Courel; Lila Solano, Gastón Núñez Intercambios Asociación Civil/ Fundación Armstrong Introducción Que en una escuela secundaria se conozca que tal o cual adolescente usa drogas suele generar preocupación y desconcierto. Surge la pregunta por cuál es la función de la escuela, cómo inscribir e sta situación, y cómo responder a estas problemáticas. Las “nuevas adolescencias” se entrelazan con los “nuevos consumos”. La reflexión sobre las propias concepciones y la forma de responder se transforma en un desafío para los adultos vinculados a las instituciones educativas. La ponencia desarrolla este tema a partir de la experiencia de la implementación de un dispositivo de atención en una escuela media del conurbano desplegando algunas ideas fuerza que estructuran la tarea. El reconocimiento del fenómeno de las drogas como una problemática compleja requiere del diseño de una propuesta de abordaje que incluya multiplicidad de intervenciones parciales, que respeten el principio de integralidad. Se incluye una dimensión procesual que supone recuperar las trayectorias subjetivas de los jóvenes, reconociendo la dimensión territorial como base de la propuesta. “Drogas en la escuela” En principio, y como marco teórico partimos de conceptualizar al uso de drogas como una trama compleja de representaciones y prácticas en donde se articulan procesos sociales, económicos, políticos, ideológicos y culturales. Se constituye en un problema, cuyos efectos implican el refuerzo de procesos de normatización y disciplinamiento social, y consecuentemente, de estigmatización y discriminación de grupos sociales (Touzé, 2006). En el caso de los jóvenes, la preocupación por el consumo de drogas es parte de la agenda pública en general, y de la de las escuelas medias en particular, siendo el enfoque preventivo el que hegemoniza dicha agenda. Según Touzé (2010), la formación sobre el uso problemático de drogas y 1 Algunos de los temas desarrollados en este escrito serán presentados en otro trabajo titulado “Jóvenes y uso de drogas: construcción de un dispositivo de atención dentro de la institución escolar” en el V Congreso Mundial por los Derechos de la Infancia y la Adolescencia. Infancia, Adolescencia y Cambio Social, que se realizará del 15 al 19 de octubre de 2012, en San Juan, Argentina.

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Di Iorio et alii (2012)

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Jóvenes y uso de drogas. Implementación de un dispo sitivo de atención en el ámbito escolar 1

Jorgelina Di Iorio; Paula Goltzman; María Pía Pawlo wicz; Javier Castagnola; Damián Fernández Courel; Lila Solano, Gastón Núñez Intercambios Asociación Civil/ Fundación Armstrong

Introducción

Que en una escuela secundaria se conozca que tal o cual adolescente usa drogas suele

generar preocupación y desconcierto. Surge la pregunta por cuál es la función de la escuela, cómo

inscribir e sta situación, y cómo responder a estas problemáticas. Las “nuevas adolescencias” se

entrelazan con los “nuevos consumos”. La reflexión sobre las propias concepciones y la forma de

responder se transforma en un desafío para los adultos vinculados a las instituciones educativas.

La ponencia desarrolla este tema a partir de la experiencia de la implementación de un

dispositivo de atención en una escuela media del conurbano desplegando algunas ideas fuerza que

estructuran la tarea.

El reconocimiento del fenómeno de las drogas como una problemática compleja requiere del

diseño de una propuesta de abordaje que incluya multiplicidad de intervenciones parciales, que

respeten el principio de integralidad. Se incluye una dimensión procesual que supone recuperar las

trayectorias subjetivas de los jóvenes, reconociendo la dimensión territorial como base de la

propuesta.

“Drogas en la escuela”

En principio, y como marco teórico partimos de conceptualizar al uso de drogas como una

trama compleja de representaciones y prácticas en donde se articulan procesos sociales,

económicos, políticos, ideológicos y culturales. Se constituye en un problema, cuyos efectos implican

el refuerzo de procesos de normatización y disciplinamiento social, y consecuentemente, de

estigmatización y discriminación de grupos sociales (Touzé, 2006).

En el caso de los jóvenes, la preocupación por el consumo de drogas es parte de la agenda

pública en general, y de la de las escuelas medias en particular, siendo el enfoque preventivo el que

hegemoniza dicha agenda. Según Touzé (2010), la formación sobre el uso problemático de drogas y

1 Algunos de los temas desarrollados en este escrito serán presentados en otro trabajo titulado “Jóvenes y uso de drogas: construcción de un dispositivo de atención dentro de la institución escolar” en el V Congreso Mundial por los Derechos de la Infancia y la Adolescencia. Infancia, Adolescencia y Cambio Social, que se realizará del 15 al 19 de octubre de 2012, en San Juan, Argentina.

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su prevención responde, generalmente, a enfoques reduccionistas y monodisciplinares, que reduce el

problema a los efectos producidos por el uso de drogas. Las cuestiones relativas a la atención del uso

problemático y al tipo de dispositivos posibles desde el espacio escolar están menos desarrolladas. Y

cuando aparecen se presentan como nuevas formas de castigo y de control social, en tanto que el

uso de drogas se define como práctica social desviada (considerada como delito o enfermedad),

individualizándose las dificultades humanas y minimizando su naturaleza social (Touzé, 2006).

El acercamiento en el ámbito educativo al tema drogas se caracteriza en general por

traducirse en propuestas centradas en lo preventivo, donde se focaliza en los jóvenes sobre la base

de definiciones del riesgo (Kantor, 2008).

Con frecuencia se escucha en el ámbito educativo que la función de la escuela debe ser

estrictamente prevenir y que la atención debe ser por “fuera” de la escuela. Son típicas por ejemplo

las clases donde se describen las sustancias ilegales y sus efectos químicos en el cuerpo.

Siguiendo a Di Leo y otros (2011), las propuestas preventivas, en su mayoría, podrían

responder a conceptualizaciones de los adolescentes y los jóvenes basadas en la negación de sus

capacidades y en la negativización de sus prácticas (violencias, transgresiones, riesgos sociales), que

configuran escenarios institucionales en los que se “obstaculizan las posibilidades de (re)construcción

de lazos sociales y los trabajos de reconocimiento mutuo, fundamentales no sólo para el

fortalecimiento y/o institucionalización de todo tipo de estrategias de promoción de la salud en

ámbitos educativos y, en general, para la reconstrucción, fortalecimiento y relegitimación de la

escuela secundaria en el contexto actual” (Di Leo y otros, 2011:7).

A esta característica de los espacios de atención, también se suman otras limitaciones

propias de los modelos sustentados en la abstinencia, así como también las dificultades en la

accesibilidad para los usuarios de drogas a los servicios de salud y salud mental. Frente a esto, los

dispositivos de atención basados en intervenciones territoriales, y fundamentados desde el paradigma

de la reducción de daños han ido ganando aceptación. En ellos se consideran las relaciones de las

personas, las sustancias y los contextos de uso, adecuándose las intervenciones a las características

de los usuarios y de la comunidad donde se implementan (Galante y otros, 2009).

Configurando la demanda: ¿cómo atender el problema en la escuela?

Avanzado el 2011 comenzamos una tarea conjunta a partir de un pedido de la Escuela

Secundaria La Salle/Fundación Armstrong a Intercambios Asociación Civil. La preocupación de esta

escuela no se centraba en el consumo de drogas, como podría esperarse de muchos de los discursos

enunciados al respecto. La preocupación se centraba en apoyar, sostener, acompañar las

trayectorias escolares de los jóvenes y sus proyectos vitales. El consumo de drogas era en ese

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discurso2 un elemento que sumaba complejidad a las ya complejas experiencias de los jóvenes del

conurbano.

Luego de varias reuniones de acuerdos y planificación, desde mediados de 2011, se

implementan diversas actividades con la intención de construir un dispositivo de atención sobre uso

de drogas en jóvenes con base comunitaria.

Con el fin de contextuar la experiencia, es importante considerar que este colegio secundario

tiene una población de 560 estudiantes y comenzó a funcionar en el año 2007. Se encuentra en la

localidad de González Catán, partido de La Matanza, Pcia. de Buenos Aires, formando parte de los

múltiples programas socio-educativos (formal de nivel inicial, primario y medio; no formal,

microemprendimientos) que se implementan desde la Fundación. Ubicado entre los barrios La Salle,

El Dorado, 25 de mayo y Las Casitas, trabaja con niños, jóvenes y adultos en situación de

vulnerabilidad social, llevando a cabo diversas estrategias que se traducen en la inclusión social y

educativa de los jóvenes que concurren.

El armado e implementación del dispositivo partió de la preocupación y la apuesta a la

permanencia dentro de la escuela de los y las jóvenes que tienen una relación problemática con el

uso de drogas; pero también para el conjunto ampliado de jóvenes, ya no en términos de un abordaje

específico, sino de circulación de información sobre el tema drogas.

Los dispositivos

Como ya señaláramos (Silberberg y otros, 2005) los dispositivos están constituidos por una

pluralidad de individuos, con uno o varios objetivos comunes, y se despliegan en un tiempo

determinado, un espacio dado, y con una inscripción institucional.3 Sus acciones se dirigen a una

población determinada e implican la utilización de cierto encuadre de trabajo y normas de

funcionamiento. Hay que destacar que en una misma institución pueden coexistir distintos

dispositivos (Pawlowicz y otros, 2008). En algunos casos los dispositivos se secuencian como pasos

progresivos de un mismo tratamiento, en otros son simultáneos o graduales como fases de un

proceso.

Como explica Minanese (2009) el dispositivo despliega un conjunto de acciones,

instrumentos, prácticas y conceptos organizados en un proceso que tiene como fin el mejoramiento

de las condiciones de vida de los y las jóvenes que abusan de drogas en contextos de vulnerabilidad

social. 2 Este matiz discursivo marca la línea de trabajo institucional, y en todo caso el horizonte de sus intervenciones, aunque se

juega en la práctica de los diversos y múltiples actores institucionales de manera contradictoria, y muchas veces conflictiva. 3 Reformulamos las ideas desarrolladas por Márquez, M. (1995): De la discriminación a la solidaridad. El grupo de ayuda mutua

y las personas infectadas de VIH/SIDA, Bs. As.: Ed. Kairós.

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Entonces, ambas instituciones iniciamos el proceso de planificación e implementación de un

dispositivo de abordaje del uso de drogas en jóvenes, apoyándonos en algunos principios

compartidos: la complejidad del fenómeno, la integralidad, la no linealidad de las trayectorias y el

reconocimiento de la dimensión territorial. A continuación desarrollaremos cada uno de estos

principios que se anudan con reflexiones y con criterios que se fueron adoptando en la construcción

del dispositivo.

El uso de drogas como fenómeno multideterminado: la complejidad

La complejidad del fenómeno de las drogas se expresa en el modo que hegemónicamente

se representa el problema. Las representaciones sociales estigmatizantes y criminalizadoras sobre

los usuarios y el uso de drogas, y los discursos que imaginarizan un destino inevitable de cárcel y

mayor exclusión para los jóvenes pobres, tienen efectos en los modos de intervención.

El uso de drogas se define como una trama compleja de representaciones y prácticas en

donde se articulan procesos sociales, económicos, políticos, ideológicos y culturales, siendo

imposible homogeneizarlo, como si fuera un fenómeno único, atemporal y ahistórico (Touzé, 1996).

Del mismo modo, cada comunidad escolar es única, y también constituye un fenómeno complejo con

múltiples manifestaciones.

El reconocimiento como “problemática compleja” no remite a lo difícil de las situaciones, ni

cierra las reflexiones acerca de la temática, sino que abre múltiples dimensiones para su abordaje.

Siguiendo a Morin (2000), “el pensamiento complejo integra lo más posible los modos simplificadores

de pensar, pero rechaza las consecuencias mutilantes, reduccionistas, unidimensionalizantes y

finalmente cegadoras de una simplificación que se toma por reflejo de aquello que hubiere de real en

la realidad” (Morín, 2000; 22). Es decir, la complejidad como palabra-problema más que como

palabra-solución invita a transitar la pluralidad, la diversidad de sentidos y la incertidumbre, que no

preceden a la experiencia, sino que emergen durante ella. La complejidad es un tejido (complexus: lo

que está tejido en conjunto) de acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que

constituyen nuestro mundo fenoménico, que se presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado,

de la ambigüedad, de lo inextricable.

La imposibilidad de intervenciones de talla única: la integralidad

Este principio se deriva del anterior, ya que si concebimos un fenómeno como complejo, las

intervenciones necesariamente (en un sentido lógico) deben ser integrales, para abordar las múltiples

dimensiones del problema, o por lo menos algunas de éstas. Desarrollar acciones que respeten el

principio de integralidad, se tradujo en proponer un dispositivo que está integrado por tres

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componentes –promocional, formativo y de atención- y diferentes dimensiones o niveles de

intervención -individual, colectiva/institucional y territorial.

También la idea de integralidad atraviesa la constitución de los equipos de trabajo. Se

conformaron dos equipos, el de atención y el de promoción, que trabajan de manera articulada con el

objetivo abordar las situaciones de uso de drogas en jóvenes, y a partir de algunas sugerencias de

los jóvenes que participan, se denomina “No te sientas Zarpado. Hablemos de drogas”.

Vale aclarar en este punto que en Argentina, el término zarpado se utiliza tanto para referirse

a un rasgo –ser un zarpado- como a un estado o sensación –sentirse zarpado. En el primer caso

alude a situaciones en las que se actúa de manera desubicada (pasarse de la raya). En el segundo,

se trata de sentirse afectado, ofendido o tocado por las acciones de otro. De lo que se está hablando

es de la posibilidad de establecer redes de confianza con los jóvenes, tengan o no relaciones

problemáticas con las drogas, reconociendo que no se trata de señalar ni de estigmatizar sino de

problematizar las prácticas y desnaturalizar ciertos saberes colectivos –representaciones sociales. Es

decir, propiciar prácticas de cuidado que se traduzcan en nuevos aprendizajes sociales.

El equipo de promoción incluye a profesores y docentes referentes del colegio secundario, y

educadores de otras dos propuestas socio-educativas para jóvenes (Casa Joven y Programa Envión

sede La Salle). Desde este componente promocional se pretende sensibilizar y proporcionar distintas

vías de acceso de información específica sobre el tema, facilitando el abordaje de aquellas

situaciones individuales que ya tienen una relación problemática con el uso de drogas y que requieren

un tratamiento específico. El equipo de atención, es un equipo mixto, integrado por profesionales, en

su mayoría psicólogos, y docentes, entre los que se incluyen ex usuarios de drogas. Tiene como

objetivo brindar asistencia psicosocial integral a adolescentes que tienen una relación problemática

con el uso de drogas y requieren un tratamiento especializado.

Lo que se pretende describir, entonces, es que en tanto problemática compleja, el uso de

drogas, no sólo no es posible de abordar desde un único lugar, sino que se presentan de manera

esquiva para poder ser definidas, etiquetadas, diagnosticadas desde un único campo del saber, en

ese sentido podríamos decir que son profundamente “indisciplinadas” (Volnovich, 2008). Estas

características, siguiendo a Megías (2000) “hace inviable la fantasía de ese recurso polivante,

multidimensional, omnipotente, capaz de actuar a diferentes niveles ofreciendo una tipología

completa de servicios y prestaciones, capaz en definitiva, de atender todas las necesidades de todos

los consumidores en todos los momentos” (Megías, 2000:373).

Las acciones que se vienen desarrollando integran procesos paralelos y articulados. Durante

la primera etapa de trabajo se implementaron espacios de sensibilización y formación del equipo

docente y no docente de la escuela, talleres promocionales con los estudiantes, y una investigación

diagnóstica sobre los circuitos de atención y derivación de los jóvenes entre instituciones que

comparten el territorio. Fueron estas instancias las que brindaron información clave para diseñar el

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dispositivo como una propuesta local que funciona 3 veces por semana que incluye: espacio grupal

con jóvenes, espacios de encuentro entre operadores de distintas instituciones de la comunidad,

secuencia de talleres sobre representaciones sociales y drogas, y centro de escucha. Éste último

tiene como objetivos la escucha inmediata, la orientación, el acompañamiento y la derivación, a partir

de construir un espacio amigable y confiable, que no sea amenazante, ni juzgante, ni estigmatizante

de las prácticas de los jóvenes (Milanese, 2009). Actualmente se está ampliando el trabajo en calle

así como también la conformación del equipo promocional.

La delimitación de tres componentes como parte del dispositivo –promoción, formación y

atención- permiten problematizar los modos de abordaje del uso de drogas en el ámbito escolar. Si

bien históricamente la prevención fue definida como el tipo de intervención más pertinente, se integra

una dimensión asistencial. Siguiendo a Goltzman (2008) “cuando se trata de grupos que ya están

consumiendo, atribuir toda la capacidad y la responsabilidad a la prevención es un exceso, como

también lo es suponer que solamente el especialista puede abordar la temática” (Goltzman,

2008:236). Por otro lado, se conceptualiza la prevención como promoción, “promoción de alternativas,

de protagonismo, de fortalecimiento de redes sociales. No se trata, por ejemplo, de decirles a

nuestros alumnos lo que deben o no deben hacer, sino de orientar las oportunidades y proveer los

espacios para que sean actores en la construcción de sus proyectos.” (Touze, 2006:65) Y finalmente,

la importancia de la formación, en tanto que se trabaja sobre las representaciones sociales con la

intención de construir una serie de miradas y estrategias de abordaje compartidos.

Avances-Retrocesos: el concepto de trayectoria para pensar el uso problemático de drogas.

Como sostiene Kantor (2006), la categoría “nuevas adolescencias” o “nuevas juventudes” es

limitada para poder comprender la especificidad de ser joven en los escenarios actuales. “Las

adolescencias y las juventudes siempre fueron nuevas; ellos son los nuevos entre nosotros, como

nosotros fuimos los nuevos para los de antes (…) son -como fuimos, como otros fueron antes, como

otras serán luego- difíciles de entender, provocadores, frágiles y prepotentes, dóciles y resistentes,

curiosos y soberbios, desafiantes, inquietos e inquietantes, obstinados, tiernos, demandantes e

indiferentes, frontales y huidizos, desinteresados…” (Kantor, 2006:16). Es decir, cada época tuvo sus

nuevas y extrañas adolescencias y juventudes, ya que es condición de lo nuevo resultar extraño.

Lo mismo puede afirmarse sobre el uso de drogas. Prácticas de uso de drogas hubo siempre

y en todas partes, y comenzaron a ser definidas como anormales y como problema recién en la

segunda mitad del siglo XIX (Touzé, 2006). El uso de drogas constituye un fenómeno plural, con

múltiples manifestaciones según el momento histórico, la cultura, el modelo económico, la situación

particular de un país, los diversos significados que les asignan los sujetos y las propias diferencias

entre las sustancias (Touzé y otros, 2008). De acuerdo con esto, lo que puede ser definido como

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“nuevo” en relación con los jóvenes y las drogas, alude a las transformaciones de las prácticas de

uso, a la diversidad de situaciones de consumo y a la heterogeneidad de los contextos.

Esto nuevo no sólo altera los modos conocidos y medianamente seguros de ser adolescente

o ser joven en estos tiempos, sino que también modifica la manera de reconocerse como adultos y

educadores frente a ellos, esos otros significativos que son condición necesaria del proceso de

subjetivación adolescente.

Ese proceso no puede definirse de manera lineal, sino que se organiza desde la

imprevisibilidad, con recorridos irregulares, con avances y retrocesos, en circuitos diversos (Efron,

1996). Esto, en clave de comprender y de intervenir en sobre el uso de drogas en jóvenes, se traduce

en entender que el uso problemático de drogas puede ser una situación de particular conflicto en un

momento de la vida de los sujetos (Goltzman, 2008).

En palabras de los chicos:

• “cuando me drogaba mal, era porque estaba re mal, y me querían internar (…) ahora estoy re

bien” (Romina, 16 años, espacio grupal);

• “yo ahora me rescaté. Sí birra, escabio cuando salgo, pero lo demás, nada [en referencia

consumos previos de marihuana y cocaína] (…) Cuando me dijo la defensora: “te sacó de acá [de

un instituto de menores] pero vas a una comunidad”, yo dije que sí, me iba de ahí, y ahí dejé. (…)

Cuando estaba en la comunidad estaba en una burbuja. Y en el barrio nada que ver, sigue todo

ahí” (Lucas, 17 años, orientación individual/Centro de escucha):

• “desde los 12 que consumo: marihuana, pasta base, cocaína, poxi, ahora no tanto (…) una vez

me internaron, tenía re mal los pulmones, y a mí no me gustan los hospitales, y me escapé, y por

mi abuela dejé un poco” (Nahuel, 16 años, orientación individual/Centro de Escucha).

Lo que se desprende de los relatos es que los problemas relacionados con las drogas se

desarrollan en una trayectoria con interrupciones, giros, reversibilidad del proceso, momentos de

consolidación de las situaciones, y otras etapas residuales. Se hace necesario, entonces, tomar en

cuenta el aspecto procesual que tienen los problemas de drogas, recuperando la trayectoria subjetiva

de los sujetos frente a estos problemas. Esto adquiere relevancia no sólo para el análisis del

fenómeno, sino en términos de intervenciones respetuosas de los derechos, de las necesidades y de

las posibilidades de los jóvenes.

El “rescatarse”, “bajar un cambio” o “no querer quedar enganchado” se traducen en ideas de

la moderación con las drogas, ya que es la idea de moderación, y no la de prohibición la que permite

abrir una puerta distinta para el diálogo. Entender que ese consumo constituye un momento en sus

vida, es entender que es “un momento en que si hay algo que precisa es no ser abandonado ni

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catalogado como una pérdida, sino todo lo contrario: necesita ser pensado en el marco de una

estrategia que intente sostenerlo, brindarle apoyo (…) construir puentes de encuentro” (Goltzman,

2008:237)

Siguiendo a Megías (2000) “intervenir en problemas de drogas (tratar que el proceso evolutivo

se acorte y transcurra con menos consecuencias negativas) es prestar asistencia y actuar

terapéuticamente pero también es prevenir, apoyar socialmente, hacer reducción de daños, favorecer

la reintegración o la incorporación social; incluso es educar” (Megías, 2000:370).

El mapa no es el territorio: el abordaje sobre uso de drogas como trabajo situado

El reconocimiento de la dimensión territorial es uno de los pilares de la propuesta. La

demanda nace de la escuela, pero no es sólo allí donde se desarrolla la respuesta. El concepto de

territorio resulta útil para definir un espacio de intervención donde se concentran recursos y vínculos,

presentes o potenciales, e interacciones que las personas establecen con los recursos que expresan

la forma en que perciben y “viven” ese territorio.

Los problemas asociados al uso de drogas atraviesan todos los espacios e instituciones

donde circulan y habitan los sujetos. No obstante, subsiste ciertas representaciones sociales que

fetichizan “la droga” como algo que está “afuera” de la escuela. Como señala Korinfeld (2010), la idea

de lucha con una especie de plaga, como algo extranjero que nos colonizará, “son modos de

imaginarizar aún hoy un fenómeno que amparado en la ajenidad y lo siniestro pretenden ocultar su

rostro tan humano como familiar” (Korinfeld, 2010: 50). El mismo autor señala que las relaciones

entre lo educativo y lo social son contingentes, múltiples y variables: “pueden ser articulaciones de

determinación, de traducción, de subordinación, de independencia, de ambivalencia, entre otras. (…)

Es en la vida cotidiana de las instituciones sociales en que se escriben los textos de la vida social, de

la vida de los sujetos”, (Korinfeld, 2010: 50) y de las relaciones que éstos establecen con la

sustancias.

Sin embargo, ciertas realidades como el uso de drogas, la sexualidad, la violencia son

representadas como algo ajeno a lo escolar. Duschatzky y Sztulwark (2011) explican que lo no

escolar es invisibilizado por lo escolar en un “cliché de percepción” que no permite concebir los

diversos modos de expresión en las escuelas. “Se presenta como un gran campo de presencias

reales que nuestro código previo no tiene cómo nombrar en su positividad. (…) Peter Pàl Pelbart

plantea que el problema fundamental es el de la modulación de las percepciones. Es decir, antes de

la desesperación por resolver qué hacemos, la tarea es problematizar la manera en que percibimos.

Una cuestión de registros de sensibilidad. Nuestros códigos de percepción difícilmente perciban

lateralidades, desvíos, signos periféricos a su grilla de prescripciones y transgresiones” (Duschatzky y

Sztulwark, 2011:48).

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Reflexiones finales

Lo que se presentó da cuenta de cómo en el ámbito escolar el uso de drogas plantea el

desafío de pensar en otras prácticas socio-educativas, no sólo las que hegemónicamente persisten. Y

pensar estos nuevos lugares, implica problematizar la posición de los adultos en relación con los

jóvenes, cuestionando posiciones normativas y de control, de estigmatización y de discriminación.

Este aspecto remite a la necesidad de contar con adultos capaces de ofrecer y sostener espacios de

inscripción subjetiva que se traduzcan en nuevas formas de inclusión y reconocimiento social,

capaces de dejar marcas, “marcas que habiliten oportunidades, sobre todo allí donde las condiciones

imperantes precarizan los destinos” (Kantor, 2010). La condición de adulto no se limita a los aspectos

cronológicos ni a los aspectos familiares en un sentido restringido, sino que alude a una posición

significativa en relación con los jóvenes desde la cual construir vínculos de confianza.

Esta dimensión es central para pensar las intervenciones con jóvenes. Las trayectorias, en las

que se van configurando los modos de ser y de estar de los jóvenes, requieren de puntos de sostén,

de algunas guías o mojones, que permitan trazar los recorridos. “Esos mojones pueden ser

monumentos infranqueables y enceguecedoras o luces que orientan. Puede ser la rigidez, el

autoritarismo y la represión que bloquean y hasta cierran los espacios o la voz firme, segura, pero al

mismo tiempo autorizadora que ayuda a trazar el camino. Esos mojones, esas guías, esas voces, los

pueden encarnar adultos conscientes y responsables” (Efron, 1996:39).

Los problemas relacionados con las drogas se desarrollan en circuitos no lineales, en un

movimiento permanente de avance-retroceso. Esta dimensión procesual permite tanto comprender el

fenómeno, como intervenir con él. En clave de atención, sería influir (positiva o negativamente) en la

trayectoria de los jóvenes que usan drogas. Tal como sostiene Megías (2000), “hay trastornos

puramente puntuales que no conviene complicar, hay dificultades que pueden y deben abordarse

desde una sola área o un sólo sector, hay circunstancias que hacen preferible actuar desde uno u

otro instrumento de intervención, hay elementos (desde la imagen de los dispositivos hasta la

representación social de los problemas) que matizan decisivamente la posible eficacia de los

servicios y recursos. En definitiva, existe una dimensión longitudinal del procesos patológico que,

combinada con la multidimensionalidad de éste, no permite fácilmente “poner vallas al campo” de la

actuaciones terapéuticas” (Megías, 2000:375). Esto nos interpela tanto en la necesidad de abordar

respuestas concretas a la atención como en la de problematizar las representaciones sociales

dominantes en el territorio.

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