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JVANdeCONTCECAS MARODf S de LOZO/A PfiBMIO FASTENRItAT Í310 A BIBLIOTEa-NUM iriíTüiwii- i

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JVANdeCONTCECAS MARODf S de LOZO/A

PfiBMIO FASTENRItAT Í310 A

BIBLIOTEa-NUM

iriíTüiwii- i

P O E M A S

GRÁFICA INFORMACIONES - ORELLANA, 7 - MADRID

JUAN DE CONTRERAS MARQUES DE LOZOYA

J \ D (PREMIO FASTENRATH 1920)

MADRID B 1 B I I O T E C A N U E V A

< __ ^Almagro, 38

P R O L O C O

Cuando me determiné a impr imir de nuevo al­gunos da los versos—no muchos—que he ido escri­biendo a lo largo de un cuarto de siglo, fué porque así puedan llegar a mano de las personas que lo de­sean, pues las anteriores impresiones fueron esca­sísimas y algunas no se pusieron nunca a la venta. Y no me parece inút i l el escribir antes brevemente de cómo y en qué circunstancias estos versos fue­ron escritos.

No van en este volumen sino composiciones de una relativa madurez; sin contar con ensayos caei infantiles, antes de publicar el más antiguo de los aquí recopilados, que es Poemas Castellanos, etií-té otros dos volúmenes: uno titulado Poemas ar­caicos y e l otro Poemas de añoranzas, ambos im­presos con mucho esmero por mis buenos amigos los cajistas de la antigua imprenta de Antonio San Mart in, en Segovia, enfrente de las iglesia de este nombre, y de los cuales el primero lleva la fecha de 1913. Anterior a él había publicado un ensayo histórico, que ti tulé Doña Angel ina de Grecia.

Los dos primeros tomos que aquí van reimpre­sos están del todo inspirados en e l ambiente de mi caca y de mi ciudad. Yo nací y pasé mi primera juventud en Segovia, en el caserón que se llamó & i lo antiguo "de l Mayorazgo de Cáceres", sobre la, mu­ral la que mira a l naciente, cérea de la puerta de San Juan. Es este edificio de los más viejos de ciu­dad tan vieja, como lo atestiguan sus vestigios ro­mánicos, y tal es su fama de vetustez que el cro­nista Diego de Colmenares af i rma que sentó sus fundamentos nada menos que Hércules Egipcio y que sirvió de fortaleza a los cristianos cuando la en­trada de los moros. Es, si, cierto que tuvo allá sus calabozos la Santa Inquisición y que jugó un papel en todos los asaltos y combates que sufrió e l recinto hasta la entrada del carlista Zariátegui en 1837. Conserva un patio claustral tan cubierto de yedra, que apenas deja ver su noble arquitectura del góti­co Isabel; salones amueblados y decorados a la ma­nera de los de una "Casita del Príncipe''' de Car­los IV, y un huerto con resabios de jardín corte­sano, a l cual, hasta hace paco, servían de ornamen­to por e l Sur dos torreones de la mural la que de­jaban ver, entre los sarmientos de caducáis parras, inscripciones romanas, que pedían que fuese leve la tierra sobre segovianos muertos hace dos mi l años. Desde este huerto, o desde los balcones de los apo­sentos—entre ellos de aquel donde nucí y he se­guido morando—, se divisan las torres doradas de

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Sara Junto y del Salvador sobre las sierras de Peña-tara y de la Muerta, bellas a todas horas y con to­das las luces del día.

Eramos uieis hermanos los que jugábamos en este vergel, que había sido e l deleite de tantas genera­ciones. Sin duda, de nuestro l inaje materno, que cuenta can poetas como el autor de E l rimado de Palacio (pues los de m i línea paterna apenas deja­ron su afán por l a caza sino cuando el destino los dispuso espantable\$ y maravillosas aventuras gue­rreras), tuvimos todos gran faci l idad para hacer versos, hasta el punto de que casi jugábamos ver­sificando. Cuando comencé a ser mozo me vino la idea—acaso sugerida por m i viejo profesor de "Retórica y Poética'\ que aun vive—, de poner en verso tantas leyendas de la ciudad como encontra­ba en las crónicas y genealogías barrocas, que eran mi lectura ordinar ia; y así, cuando pasaba poco de los quince años hice los primeros romances. Junta­mente con e l inf lujo de la ciudad sentí entonces el de la montaña vecina, en cuya falda, en el rancho de Torrecaballeros, solíamos pasar e l meis de mayo. M i padre era dueño de rebaños de merinas, y ew este tiempo tenían lugar los esquileos, una de las más bellas y alegres fiestas que puedan prea^nciar-se en parte alguna. A l l í me penetró la poesía del pastoreo trashumante y de los misterios y peligros, de los escondidos y humildes encantos de las serra­nías castellanas.

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Tardé mucho tiempo en decidirme a publicar riadas hasta que, después de mi l dudas, titubeos y temares, envié unos sonetos a la "Pagina l i terar ia" de E l Adelantado de Segovia, en la que el viejo poeta José Rodao gobernaba patriarcalmente la grey bullanguera de los noveles. Hice mis pr i ­meras armas cosí a l mismo tiempo que dos mu­chachos de m i edad: Juan José Llovet y Mariano Quintanil la y a l lado de otros de más vieja eje­cutoria: José Zamarriego, José Rincón Lazcano y e l cura de Arcenes, D. Eulogio Moreno, Con el es-critar Jul ián Otero formábamos la pléyade lite-paria de Segovia en aquel tiempo, por los años de 1912. E n pasear y leer—fui un mediocre y fá­c i l estudiante—se pasaba mi tiempo. Solía gastar las largas noches del invierno en tertulia en los sa­lones isabelinos del palacio de Cheste, frontero de mi casa. Había en ellos una dama cuya ¿alud preca­r ia y débilísima complexión estaban compensadas par un temperamento extremadamente propicio a la emoción artística. E l l a fué, durante muchos años, m i confidente. A ella dediqué mi l ibro Cantar de las tierras altas, con una composición que va también en este volumen. Las musas de esta pr imera época están recogidas en los volúmenes Poemas castella­nos y Romances del l lano.

Yo no sé cómo, a l f inar mi primer cuarto de si­glo, comencé a pensar que aquella vida no era bas­tante para llenar la actividad de un hombre. Pren-

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dio en mí una inquietud que ya no había de aban­donarme y cuyos primeros atisbos están apuntados en alguno de los Sonetos espirituales. Hubo en m i vida grandm cambios, y no fué e l menor la muer-te de mi amiga del palacio vecino. M e lancé a la lucha agotadora que supone una cátedra universi­taria y, conseguido este anivelo, hube de dejar m i plácida residencia de Segovia para trasladarme a Valencia, donde m i fervor por la nueva tarea me situó en un p lan de trabajo excesivo y, a la larga, agotador. Corrían por España vientos de tormén' m, y no era posible ya para quien no estuviese desprovisto de todo sentido de responsabilidad, so­ñar en la placidez de una vida horaciana. Este "do­lorido sentir", este "cuidado", inquietud apaswnay da por e l momento, se transparenta en todos los versos que agrupé en e l volumen Cantar de las tie­rras altas, aun en aquellos inspirados en l a histo­r ia o en e l campo de mi tierra nativa.

E l 7 de abr i l de 1931 murió m i madre, de la cual no sé hablar sino con la ternura reverente con que a la suya se refería e l valenciano Juan Luis Vives. E l 14 presencié e l desenfreno de la orgía republicana en las calles de Valencia, y v i arriar, entre clamores de júb i lo que partían el alma, por lo ingenuos y sinceros, la bandera que simboliza^ ba todo cuanto amo en e l mundo. Aquel la tarde, la más triste de mi vida, escribí un Canto a la ban­dera vieja. Luego dejé Valencia. Corrí otra vez los

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campos ségovianos—ahora en violentas camparías políticas—, viajé mucho y, a l reanudar Zas tareas del curso, me encontré sobre m i mesa aquellos versos, que en absoluto recordaba haber escrito nunca. Un amigo mío los publicó en un periódico, desde cuyas páginas adquirieron una enorme d i ­fusión clandestina. A este mismo espíritu corres­ponde la Oración a España, escrita en Segovia, bajo los bombardeos de la aviación roja, en los co­mienzos de la guerra.

E n este l ibro va, pues, recogido casi todo el l icor que dio de sí un venero ya extinguido, a lo menos por ahora. No san mis actividades de este momento propicias a l reposado comercio con las musas, y me doy cuenta, además, de que las nuevas corrientes llevan el gusto por otros derroteros, a los que ya no sé adaptarme. Tienen estas líneas la melancolía de un adiós a algo que se va y que me ha regalado con horas muy dulce en e l camino de una existencia no larga aún, pero m la cual la fatiga—la fatiga de los españoles en estos diez años trágicos'—ha veni­do a producir los efectos de la ancianidaid-

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POEMAS CASTELLANOS (1920)

R O M A N C E D E L O S F U N D A D O R E S

P R E C I A N los infanzones — que fuero de hidalgos han, los que mantienen caballo — y están horros de pechar:

" E l Rey l lama a junta nueva •— ¡ n i uno sólo faltará! Y a calienta el sol de marzo — buen tiempo de pelear. Los que tornen a sus tierras •— al invierno folgarán. Cadaño nuestras espadas •— a CaEtilla ensanchan más. Y a llega a orillas del Duero — hasta el Tajo llega ya. ¡Tiempo vendrá en que a encerrarla — no se baste e l

[mismo mar ! "

Cantaban los segadores — que segando el trigo están: "Torna el moro a Morería, — del Rey acosado va. Las Castillas quedan libres — pero yermas y en e r ia l ; nosotros los hombres llanos — las vinimos a poblar. Plantamos c pas de vino — y aramos tierras de pan; hicimos nuestras casucas; — b r i l l a el fuego en su fogar; el rumor de los molinos — de bul l ic io l lena el caz; con un vuelo de palomas — resplandece el palomar; a la aurora canta el gallo — so las bardas del corral. Hicimos nuestros concejos, — cofradías y hermandad;

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labramos iglesias nuevas — con alegre campanar; en la tierra de su osario — nuestros huesos dormirán."

Rezaban los frailecicos — del cerquillo y del sayal: "Señor Diosi: e l cuerpo es fuerte—pero de alma falto está; nosotros le haremos alma — sedienta de eternidad. E l saber de los pasados — nuestros l ibros guardarán; el marti l lo y los cinceles — gastaremos en labrar el bello jardín de piedra — de la iglesia conventual. Y en ella, nuestra plegaria — día y noche subirá por Castil la, que se yergue — con un recio despertar."

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CANTO A LOS VILLANOS DE CASTILLA ANTIGUA

| — T E L O S , helos por do vienen, los villanos de Cast i l la; los de manos sarmentosas que esparcieron la semil la;

los de rostros aguilenos, los de frente sin mancil la. Los de frente sin mancil la, toda ungida de sudor; los que bailan viejas danzas de dulzaina y alambor cuando ríe por los campos la mañana del Señor. Los que en tiempo de los moros repoblaron la comarca afirmando aquel terreno que oprimían con su abarca al amparo de una puebla de perlado o de monarca. Los que alzaron sus iglesias a la Virgen y a San Juan, San Martín y San Miguel , San Llórente y San Mi l lán. ¡Viejas piedras que doradas por el sol de antaño están! Ellos son los hombres - buenos que se asientan altaneros cabe Obispos muy letrados y muy nobles caballeros, cuando llama el Rey a Cortes bajo el árbol de los fueros. ¡ A rezar, los frailecicos, los maitines en el coro! ¡A reñir, los caballeros, en la guerra contra el moro! ¡A segar, los segadores, el maduro trigal de oro! Aprended, los ricos - hombres del pendón y la caldera, que la tierra que ganasteis sostenerse non pudiera sin servicios n i alcabala n i moneda fonsadera.

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Aprended que de tres brazos ge formó la cristiandad; ei estos brazos se juntasen en amor de caridad, no reinaran como bogaño la injusticia y la maldad.

Dios os guarde, los vil lanos; los villanos de m i t ierra; los labriegos de los llanos, los pastores de la sierra. ¡La virtud de nuestra raza, sois vosotros do se encierra! Salve, salve, los pecheros de las épicas edades que por Cristo trabajabais, alegrando las ciudades con las fiestas bulliciosas de los gremios y bermandades. Bataneros del Eresma, curtidores del Clamores, tejedores y pelaires, tintoreros, tundidores... ¡ Los que bicisteis muy famosa la ciudad de mis amores! ¡Dios bendiga vuestra sangre, que es venero de energía! E n la guerra de cruzada, non ganasteis bidalguía. ¡Vuestra lucha fué la lucha por el pan de cada día!

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CAMINOS DE CASTILLA

/ ^ A M I N O S de Segovia, de Olmedo y Tordesil las! ^ "^ ¡Sendas de Peñafiel, de Roa y de Ontiveros! Bajo la faz del polvo, yo busco de rodil las la huella de los santos y de los caballero®.

¡Caminos de Casti l la, cintas de blanca plata que os perdéis a lo lejos, en los campos desiertos! E n las noches de luna toma la cabalgata de los Reyes caídos, de los jinetes muertos.

Como alcotán altivo que anida en las almenas, vcon su hueste de algara, pasa un recio adal id :

arrastra, por gualdrapas, banderas agarenas; las gentes, temerosas, le dicen "Mió C i d " .

Han pasado los siglos; por el camino, un día, van dos mozos, henchidos los pechos de ilusión. Les lleva su miseria, su orgullo y su hidalguía al puerto de Sanlúcar, do espera un galeón.

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E n las claras estrellas quieren leer su suerte, y las estrellas dicen, temblando en el azur, que domarán imperios y que hallarán la muerte en ignoradas costas, bajo la cruz del Sur.

L a l luvia de noviembre golpea los caminos; aullan los lebreles del viento en la l lanura; la Reina Doña Juana, de los tristes destinos, pasea por Castil la la Muerte y la Locura.

E n la noche sombría, br i l lan los cuatro hacheros que alumbran vagamente, con su luz funeral, el ataúd, cubierto de negros reposteros donde explaya sus alas el águila imperial .

E l chapeo sin plumas y el bolsil lo sin b lanca; arrastrando las capas, como manto de Reyes, caminan los sopistas que van a Salamanca buscando amores nuevos, mejor que viejas leyes.

Ta l vez r iñen dos de ellos al salir de la venta y juegan ágilmente de espada y de broquel. E n sus brazos abiertos, una cruz nos lo cuenta: "Mataron aquí un hombre, rogad a Dios por é l " .

Una tarde de jul io, bajo el cielo de fuego que reseca los campos y que dora el tr igal, recogido en sí mismo, marcha un fraile andariego, camino de Medina, de Aranda o Madrigal .

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E n las sierras azules hay reflejos de ocaso; humean los hogares; una campana euena. Las yuntas, fatigadas, toman con lento paso; va cayendo la noche, sosegada y serena.

E n los campos del cielo, sobre la tierra oscura, se encienden las estrellas, como flores de luz. ¡Noches esplendorosas de estío en la llanura,,. _ ,. que ponéis en las almas el fervor de la cruz!

Todo canta en la tierra, todo br i l la en el cielo para el viajero humilde, que de la paz va en pos. Su alma, tan fatigada, siente un dulce consuelo, y en soledad escucha la palabra de Dios.

¡Caminos de Segovia, de Olmedo y Tordesil las! ¡Sendas de Peñafiel, de Roa y de Ontiveros! Bajo la faz del polvo, yo busco de rodillas la huella de los santos y de los caballeros.

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L A Q U E R E L L A

A N T E eu consejo, sentado en su si l la, dijo estas palabras e l Rey de Cast i l la:

"Hombres de Segovia, llegaos y hablad". Y en el Crucif i jo poniendo las manos, clamó el más anciano de los tres ancianos: "Juramos por Cristo, decir la verdad".

¡Cuan firme era el porte de los hombres buenos! Loe torsos erguidos, los rostros serenos; de calma y de orgullo pleno el corazón. Batía los paños el uno en Riaza, guardaba ganados el otro en Pedraza y el otro labraba los campos de Ayl lón. Di jo el más anciano de los segovianos: " R e y : sobre el Alcázar que guarda los llanos como ave de presa, flota el pendón rea l ; la casa que hiciste labrar en la sierra cobija a los lobos que arrasan la tierra, que esquilman los pueblos, que siembran el mal. E'n tu Real Alcázar mora un caballero; es mozo y gallardo, famoso montero, alto su l inaje, grande su valor.

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Tercias y alcabalas de las siete villas gasta en gerifaltes, potros y traillas, le dicen las gentes " E l mal cazador": llama a montería su trompa de plata; pasa el torbellino de la cabalgata, el azor al puño los jinetes van. Los recios corceles de ricos arneses huellan los sembrados y tumban las mieses que son nuestra vida, que son nuestro pan. E l mal caballero se goza en los daños; ceba sus lebreles en nuestros rebaños; en los palomares ensaya el halcón. Siguiendo a un lobezno llegó a la cabana de una cabreri l la; dejó la alimaña y trajo a la moza sujeta al arzón. Nos, los que las vil las poblamos por fuero, amparo pedimos contra el caballero; de nuestras justicias iremos en pos. Si tu Señoría remedio no toma, irán nuestros pleitos al Papa de Roma o le emplazaremos delante de Dios."

E l Rey de Castilla quedó pensativo y d i jo : " Y o juro, por Cristo, Dios vivo, que sobre el hidalgo cumpliré la ley". Y dijo el anciano: "Ba jo el manto della nos, los de Segovia, ponemos querella contra Don Alonso, bastardo del Rey" .

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L A H E M B R A D E L G A V I L Á N

P E M P L O sus aceros de guerra Castil la en las aguas mansas del antiguo Duero,

que canta los versos de su romancero a los rumorosos chopos de su or i l la. Y es como un espejo para el cielo claro cuando, adormecido, se extiende en la presa; y es como un amante, que rendido besa el huerto y la vega de Castro-Mendaro. Al lá donde tiene descanso y labranza Martín Ruiz d'Otores, el buen burgalée, que en estos solares desciñe el arnés y deja en reposo la espada y la lanza. Un Rey ee los diera, con sus aledaños; tierras de buen pan, eras y mol ino; los majuelos agrios del dorado vino, las praderas frescas para sus rebaños. Tan fuerte y alegre como un viejo roble lleno de jilgueros, es el infanzón. Es toda su vida como una canción de gestas antiguas, aguerrida y noble.

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Porque las labores del hogar rigiera e hiciese fecundo y alegre e l hogar, buscó una doncella del mejor solar de hidalgos de fuero que hay en la ribera. Es ésta, la esposa, delgada y morena, de negros cabellos y dulce mirar, cual Santa María del Monte-Bustar que siempre sonríe, graciosa y oerena. E n todos sus gestos, tranquila y pausada, la sabiduría br i l la en su respuesta; en su señorío de mujer honesta, hay algo de Reina y algo de Prelada. Junto al ajimez, en lo más del día, h i la de su l ino con siete doncellas; hay una, cautiva, que canta querellas con el ritmo triste de la morería. Partió el castellano con gente de guerra, vestido de hierro, la adarga embrazada, a robar ganados en una algarada por tierra de moros, allende la sierra. Y la dama otea, de las amarillas mieses ya maduras de la tierra llana a la cordil lera sombría y lejana que guarda los cotos de entrambas Castillas.

¡Mala fué la algara de esta primavera, que ha matado el filo de un dardo lobero a Martín d'Otores, el buen caballero, y le traen a lomos de su yegua overa!

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Le aguarda la esposa bajo el portalón y besa su frente, sin casi l lorar, que las ricas hembras saben ocultar sus mayores penas en el corazón. Traj ina la dueña, diligente y fuerte, y escancia los vinos del rudo festín; en tanto, en las cijas, aulla el mastín, a los tenebrosos lobos de la muerte. Y a la comitiva cubre los senderos; los seis hijosdalgo portando las andas; los monjes benitos, que rezan las mandas; el tropel de hierro de los mesnaderos; y las plañideras, todas doloridas, y los hombres llanos que labran la tierra, y el doncel de escudo y el corcel de guerra que los: escuderos llevan de las bridas. Y a duerme el hidalgo bajo el frío suelo de la iglesia humilde, campesina y ruda. Su ánima de niño, candida y desnuda, entre querubines se remonta al cielo.

" E n e l santo nombre de Dios, uno y tres, porque a los que luchan se dé en encomenda, yo Teuda Ferrandes, entrego m i hacienda a vos el muy noble Maestre de Uclés. M i Castro-Mendaro, con cotos y anejos, lagar y paneras, homo y caserío, y el molino nuevo que en el caz del rio hace la molienda de siete concejos.

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Los campos de trigo que van al confín de tierra de Burgos; las yuntas de bueyes, el hato de cabras y las pingües greyes de ovejas merinas, con yegua y mastín. Vos doy mis ajorcas y mis arracadas, y los relicarios que m i gala fueron, y aquellos zarcillos que tal vez vinieron ornando cabezas recién cercenadas. E n cambio yo pido, con toda humildad, vuestros santos velos y un rincón desierto, donde rece y l lore por m i dueño muerto y busque las vías de la eternidad. A mis hijos mando que cumplan m i ley; su herencia es Casti l la, su campo lá guerra y si hacienda quieren, ganen otra tierra luchando como hombres al lado del Rey. Y o , Teuda Ferrandes, invoco al Señor porque mis palabras lo que el mundo fuere, sean perdurables y el que las vulnere yazga en los infiernos con Judas traidor."

¡Flor de las llanuras de nuestra Cast i l la! E n la paz serena de tu monasterio, una vieja carta me contó el misterio de tu vida austera, piadosa y sencilla. Contemplé tu efigie, que fingió el cincel yacente a la diestra del rudo infanzón; una cruz campaba sobre tu blasón y bajo tus plantas, dormía un lebrel.

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Y pensé en m i tierra de Casti l la, fuerte por sus hembras, madres de conquistadores; en la santa tierra, donde los amores traspasan los cotos del Tiempo y la Muerte.

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E L R E Y

C L campo de batalla queda solo y sangriento en el lluvioso ocaso; es el clamor del viento

largo como un responso, triste como un lamento. Los cuervos tienden vuelo delante de un tropel de armados infanzones; sobre un negro corcel pasa un recio jinete de luenga barba; es él. Como no soy cronista, no sé si este hombre rudo que lleva un león rojo pintado en el escudo, se l lama Don Ordoño, Don Sancho o Don Bermudo. Sólo sé que es el Rey : en una catedral guardar los fueros viejos juró sobre un misal y un anciano arzobispo le ungió la frente real. Veló las armas nuevas, y le ciñó una infanta la espada, guarnecida de una rel iquia santa, que a los siervos protege y a los moros espanta. Y desde aquel entonces lucha en la buena gueira, puebla aldeas y vil las, a los monjes da tierra, y ciñe con castillos los cerros de la sierra. Este Rey de cristianos, fustigador del moro es simple como un n iño ; en un cuerno de toro bebe el vino del Puerto, mejor que en copa de oro. Se duerme en los Concilios y en las Cortes bosteza;

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incl ina en las iglesias humilde la cabeza y la levanta altivo cuando el combate empieza. E n la caza y la guerra pone sus ansias todas. No ostenta en el palacio las ricas gemas godas, a la señora Reina no ve desde las bodas. Mas, allá en sus andanzas, tal vez el cuello humi l la al suave yugo de Eros ; de alguna pastorcilla descienden los linajes más claros de Castil la. ¡ E l Rey ! Ante este nombre tiembla el pueblo y se aterra, el Rey tiene en sus manos las paces y la guerra, el Rey es e l alférez de Dios sobre la tierra.

Hasta que, rebosante la copa del destino, muere en una batalla o en el fervor del vino le mata el afilado puñal de un asesino. A l cabo de los años se apodera la Histor ia de sus altas hazañas y ciñe su memoria con un nimbo esplendente de virtud y de gloria. Los monjes coronistas, letrados monjes eon; de Idacio y de Isidoro gustaron la l ic ión, y a su manera, han hecho del Rey un cronicón. E n sus acciones ponen la majestad de Octavio; en sus juicios, la ciencia de Salomón el Sabio y del cantor David las mieles en el labio. Pintaron en las orlas su semblante y su al iño; alta corona de oro, noble manto de armiño como los santos reyes que adoraron al Niño. Sus gestas generosas divulga la leyenda;

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juglares sabidores las cantan en la senda a los que en romería llevan devota ofrenda. Las mozas le imaginan, cuando piensan en él, rubio el cabello, de oro la espada y el broquel como el Señor San Jorge y el Arcángel Miguel . Yo vos le pintaría como un gran sembrador que ha sembrado los yermos en todo su redor con villas y lugares y templos del Señor.

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E L V E N C I D O

X ^ A no saldré de aquí, m i dulce amiga; la espada he de colgar del talabarte;

vencido estoy y muerto de fatiga, huyendo del recuerdo que me hostiga de m i antigua traición, vengo a buscarte. Acógeme cual soy; no he de ofrecerte el cuerpo recio, el ánimo gallardo que se alejó de t i , sereno y fuerte; vengo pobre y enfermo y a la muerte sin impaciencia y sin temor aguardo. Para esperar, la vida silenciosa que por quimeras vanas d i al olvido, busco en mis lares y tu amor de esposa, no extinguido tal vez... ¡Sé generosa, que es muy mucho, mujer, lo que te p ido! Estos campos dorados, esta aldea que hallaba, en m i locura, tan pequeños, me sobran ya, después de la pelea. L a casa en que nací, quiero que sea sepulcro de mis glorias y mis sueños.

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Y en ella, un aposento, do las cosas sean recuerdos de la edad florida, y de un l ibro las páginas gustosas que me hablen de las vías misteriosas de Dios, y del Amor, y de la V ida . Y una ventana donde el aire puro y la fragancia del jardín respire, y un antiguo sillón de roble duro y un Cristo renegrido sobre el muro que con sus ojos de piedad me mire. ¡Cuántas veces soñé, cuando la nave hendía el llano de la mar lejana, mecida de los vientos, como un ave, en la casa, en tu voz, tranquila y grave, en el l ibro, en la Cruz y en la ventana! De todos mis ensueños peregrinos tan sólo tú me quedas; si tú callas la palabra que guarda mis destinos, el pan mendigaré por los caminos perdida la postrer de mis batallas. He de contarte la derrota mía. ¡Triste historia en verdad! Mujer, escucha: partí al amanecer de un bello día... ¡Si tú supieras cuan me parecía pequeño el mundo, al comenzar la lucha!...

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I M P R E S I Ó N D E S E G O V I A E N O T O Ñ O

F l E N E el paisaje el candoroso encanto del fondo de una tabla pr imit iva,

pintada al temple, con reflejos de oro; entre huertas el río se desliza y en la altura, las torres almenadas corona son de la ciudad antigua, toda bañada en luces del Ocaso. De los chopos las copas esbeltísimas, rojizas cual las llamas de los cirios, destacan de las nubes que, sombrías, cubren el fondo; sus postreros besos lanza a la tierra el sol. Una colina cubierta toda de viñedos gualdos parece en l impios cobres esculpida. Una a una las hojas van cayendo, melancólicas, leves, fugitivas, como nuestras ideas. Tan profundo es el silencio, que los ecos vibran con el rumor de un vuelo entre las frondas o de unas voces en la lejanía. E n la vieja alameda, junto al r ío.

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las hojas nuestros pasos amortiguan con una alfombra de oro; es e l follaje como un dosel de lumbres encendidas. Un ambiente dorado nos rodea. ¡Noble quietud de la ciudad tranqui la! Tan solemne es la calma, que sentimos deseos de postramos de rodil las, cual los santos que adoran a la Virgen en las ingenuas tablas primitivas.

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I M P R E S I Ó N D E S E G O V I A E N I N V I E R N O

T - J A N caído los lobos de la sierra cerca del arrabal, sobre unos hatos;

dejaron, al huir , roja la tierra de sangre de corderos y chivatos. No le valieron a l mastín sus hierros, n i su alerta al pastor. Todo dormía y oímos los ladridos de los perros y unos aúllos en la lejanía. H a traído la nueva del pi l laje, después de amanecer, un pastor mozo. ¡Aún temblaba de miedo y de coraje! ¡Aún lloraba la rabia del destrozo! Hoy comienza a nevar; blanquea el cielo y luego se deshace en copos leves; la ciudad se engalana con el velo de la casta Madona de las Nieves. E n las murallas y en las torres viejas la nieve esfuma los contornos rudos, tiende un tapiz real en las callejas y marca un perfil blanco en los escudos, y en las secas olmedas, a l ramaje, presta una vaguedad como de bruma, y pone luz de ensueño en el paisaje

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que en lontananza su blancura esfuma. A la noche la luna esparce apenas una vaga y difusa c lar idad; toda blanca, detrás de sus almenas^ parece como muerta la ciudad. Tan grande es la quietud y tan profundo es el silencio y tan intenso el f r ío, como han de ser cuando navegue el mundo sin vida y sin calor por e l vacío. Sigue nevando aún y vacilante nace la tenue claridad del día. Cuentan que se ha arrecido un caminante que cruzaba el pinar de Navafría.

Es el aire tranquilo y transparente; son de un azul purísimo los cielos; se quiebra con m i l luces el naciente en las finas agujas de los hielos. ¡Mañanita de sol, clara mañana que rebosas de luz y de alegría! Los viejos pensarán en la solana que es la vida muy dulce todavía. E l sol arranca un ir is de reflejos del huraño vitral de los balcones. Como jugando, en los palacios viejos alegra los sombríos portalones; y en las nobles basílicas doradas pule las tallas de las piedras bellas, y hace añorar el sol de otras jomadas

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a los guerreros y a los santos dellas. E l sol lleva la gente a los caminos que van a la ciudad: acompasados el andar y la voz, los campesinos comentan de la mies y los ganados. ¡Carreteras de Cuéllar y Med ina ! ¡Caminos de Sepúlveda y Pedraza! Parece que entre el polvo se adivina la huel la firme y honda de la raza. llegan del manso Eresma los rumores de los batanes y de las aceñas y gimen con agudos estridores las pesadas carretas lugareñas. E l claro sol de las mañanas de oro alegra las plazuelas provincianas. Late en las forjas el metal sonoro y vibra en el clamor de las campanas. A la tarde en los sotos, cabe el río •—el río con sus chopos a la or i l la— pasean los ancianos el hastío de las viejas ciudades de Castil la. Cuando esmaltan los picos de la sierra los postreros reflejos vesperales, toman loando a Dios, que dio a su tierra destas templadas tardes invernales, la noche cae, muy l impia y sosegada, destacan del azul los ventisqueros de la Muerta; del cielo azul de helada donde tiemblan de frío los luceros.

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D E L A J U D E R Í A V I E J A

l l J ü N D I E N D O en el oro la mano avarienta el judío viejo sus monedas cuenta.

¡Guarda, guarda, viejo, que yo v i a l Amor que te desgranaba tu perla mejor!

¡Oh cuantas riquezas Don Mosé tenía en su tendezuela de la Judería! Tapices de Oriente guarnecen el muro ; relumbran las gemas en el antro oscuro; pero hay en un cuarto, que no abre jamás, unos ojos negros que relumbran más.

Hundiendo en el oro la mano avarienta el judío viejo sus monedas cuenta.

Hi lando su l ino, la niña decía: ¡Ay, quien fuera mora de la morería! Si en alguna vi l la fuera yo vi l lana, bailara en las fiestas a toda mi gana. ¡Padre, que me matas, de quererme tanto! ¿No me ves solica y en amargo llanto?

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Guarda, guarda, viejo, que yo v i a l Amor que te desgranaba tu perla mejor.

Judío, judío, no cuentes el oro, que rondan ladrones tu mejor tesoro. E n aquel silencio de tu callejuela ¿no oiste un murmullo como de vihuela? Sobre los guijarros, ante tu dintel, ¿no oiste los cascos de un bravo corcel?

Hundida en el oro la mano avarienta el judío viejo sus riquezas cuenta.

Y a ronda el amante las tapias del huerto; ya sale la niña, que el postigo ha abierto; ya la sube el mozo sobre el alazán; ya por los caminos galopando van. De la madrugada las primeras brisas se l levan los ecos de sus frescas risas.

Guarda, guarda, viejo, que yo vi a l Amor que te desgranaba tu perla mejor.

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CETRERÍA

r \ A . M A del sayo verde; cazadora que en los bosques del Rey, yo vide un día,

en que hicieron función de altanería las damas de la Reina, m i señora.

¡Oh cuan me acuerdo, en soledad, agora, de aquella discreción y bizarría con que volvisteis la braveza mía dulce y sumisa, mansa y amadora!

Un alcotán se remontaba altivo. ¡Vedle, clamé, que vuela tan ufano como suele subir m i pensamiento!

Se desprendió un neblí de vuestra mano y a vuestros pies lo trajo, apenas vivo, las alas rotas y el plumón sangriento.

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E L A C O S O

A U N el venado, sin cejar, corría; aún derribó a un sabueso, enardecido;

cauteloso y mañero, aún ha sabido apartar los monteros de su vía;

mas dímosle alcanzada en la Fonfría y se detuvo al fin; alzó dolido los dulces ojos y cayó rendido ante el feroz aullar de la jauría.

Cuando la trompa resonó triunfante nuestra dueña exclamó: "P ieza tan bella tendrá, de manos reales, muerte honrosa!"

Tomó el cuchil lo, se llegó hasta ella y, herida ya, la res agonizante lamió la mano tan cruel y hermosa.

LirmiLLA

Í j E C I S que no gusta de cosas de Estado;

que el reino se pierde por desgobernado; que Ñapóles bulle, Portugal también.

Madre, aunque asi eea, yo le quiero bien.

Que entiende en comedias más que en preces santas; que bebe los vientos por las comediantas; que lo tomaría el diablo entre cien.

Madre, aunque así eea, yo le quiero bien.

Que por sus pecados se pierde Cast i l la;

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que para las fiestas de su camaril la, empeña hasta el oro que ciñe su sien.

Madre, aunque así sea, yo le quiero bien.

Roba las miradas su mostacho blondo; sus ojos azules miran triste y hondo ¡Oh, cuántas miserias esos ojos ven!

Madre, aunque así sea, yo le quiero bien.

De V a l de Lozoya llegóse aquí un día; de lobos feroces hizo montería; con otras zagalas le d i e l parabién.

Desde aquello, madre, yo le quiero bien.

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SONETOS ESPIRITUALES (1925)

Del autor, a la memoria del Conde de Cheste, su padrino.

Y * ) conocí a un anciano, tan anciano, que en los profundos surcos de su frente

vislumbrábase un siglo, y en la ingente barba, y en el cabello undoso y cano.

Y o he besado una flaca y larga mano siempre leal, que peleó valiente, y que volvió, muy suave y doctamente, rimas del Dante en verso castellano.

Alguna tarde que en mi alegre huerto buscaba sol para su cuerpo yerto, le dio m i brazo reverente auxi l io.

E ra yo un niño, y por la vez primera, llegóme al alma, de su boca austera, la plácida cadencia de Vi rg i l io .

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^ ^ j O creáis que mi tierra de Casti l la, por árida y por yerta, no da flores;

no penséis que tan sólo de rencores prendió en su recia entraña la semil la;

el Hidalgo inmortal de Argamasil la es gala y prez de firmes amadores; Rodrigo de Vivar, en sus amores, su generosa condición humil la.

Po r la desdicha de un amor, perece la dulce Mel ibea, y enloquece por un amor, la reina Doña Juana;

y, encastillada en su ciudad roquera, Teresa de Jesús, como una hoguera, alumbra la l lanura castellana.

I A Y , corazón! ¡Ay, corazón! Mendigo * que en vano has de tocar todas las puertas. ¡Ay, desterrado, que a buscar no aciertas la patria amada n i el seguro abrigo!

¡Errante peregrino! ¿Con qué hostigo buscas las sendas de la dicha, inciertas? ¡Ay, cuánta carga de esperanzas muertas, de hastio y de dolor, llevas contigo!

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¡Pobre aguilucho de las alas rotas! ¿Quién te dará un lugar donde esconderte para curar tus llagas, en sosiego?

¿Quién te verá subir hasta perderte en las regiones límpidas, ignotas? ¡Ay, corazón, desamparado y ciego!

j X A R A noche estival! E l firmamento tan cerca br i l la , que sus gemas de oro

parecen enredarse en el sonoro follaje del pobar, que mueve el viento.

Llena los campos, compasado y lento, de las cigarras el solemne coro... ¡ Señor y Padre mío ! ¡ Oh cuánto añoro la Eternidad, que tan cercana siento!

¡Noche serena, rutilante, santa!, cuando todo en m i torno br i l la o canta, ¿por qué yo he de callar, confuso y triste?

Bajo m i pecho, que de amor suspira, hoy vibra el corazón como una lira... ¡Púlsale Tú , Señor, ya que lo hiciste!...

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I j E un gran caudal eres señor, hermano, del cual hubiste la encantada l lave;

no es, como el oro, desabrido y grave, sino siempre dulcísimo y l iviano.

Nunca podrás gastarlo, porque en vano lo habrás de prodigar, sin que se acabe. ¡Bendito aquél que derramarlo sabe para consuelo del dolor humano!

Esparce luego, sin temor n i coto, para que más se aumente cada día, ese tesoro, de virtud secreta.

—Pues rico soy, y pobre me creía, ¿cuál es, hermano, m i caudal ignoto? •—Tu corazón de mozo y de poeta.

L A B I O : es muy triste condición humana el apegarse al mundo y a las cosas,

pasadas las jornadas generosas, muerto el amor, la juventud lejana.

Es así el moribundo, que se afana en alargar sus horas dolorosas, por ver, una vez más, las nuevas rosas, por saludar al sol de la mañana.

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Pajar i l lo del ánima, cautivo; ¿amas tanto a tus cárceles, que, abiertas, ya no quieres trocarlas por un cielo?

¿Por qué, olvidando tu soñar altivo, cuando tienes, al fin, rotas las puertas te me acongojas de emprender el vuelo?

A M O R , como una lámpara votiva, humildemente en mis santuarios arde;

como el primer lucero de la tarde br i l la tranquilo, en soledad altiva.

Ea como un niño, y en la cuna viva del corazón, requiere que le guarde. E n ella, por zahereño y por cobarde, huye de las miradas, y se esquiva.

Aunque peno por él, en él me gozo al contemplarlo, hermoso y escondido como un diamante singular y claro.

Yo , que lo recogí, nunca he sabido de si lo oculto por pudor de mozo, o por codicia sórdida de avaro.

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k estancia, toda blanca, estaba llena del apacible encanto mat inal ;

en un claro jarr i l lo de cristal florecía una vara de azucena.

Cesó la niña en su oración serena, y se turbó su rostro virginal cuando una voz alada, en el umbral, Ave María, dijo, gratia plena.

E l celestial beraldo tendió el vuelo, y quedó palpitando en el ambiente la dulce invocación ¡Ave María!

Todo fué así: sencilla y suavemente; y se enlazó la tierra con el cielo, y el nuevo siglo comenzó aquel día.

Sino coragao da a lde ia ; corasao, sino da gente...

(Cantar portugués.)

j-c R O N C E de catedral, amplio y sonoro, que, lentamente, tu clamor desgranas,

en la penumbra azul de las mañanas, y en el sosiego de las tardes de oro !

¡Alegre voz que convocando a coro, en la espadaña conventual te afanas!

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¡Canción de la c iudad! ¡Claras campanas! ¡Oh cuánto en mis ausencias os añoro!

Esqui la viva que mi pecho bate; mi corazón, que os ama como hermano, se place en recordar vuestro concierto;

y, adivinando vuestro son lejano, alegremente con vosotras late, y a muerto dobla, si dobláis a muerto.

A M O R que en el silencio sufre y vela, es de muy alto precio y hermosura;

es la gracia de amor más noble y pura si en soledad y en sombra se recela.

¡Dichoso aquél que, por humilde, anhela hundir sus penas en la noche oscura! ¡Cuando el ánima esconde su amargura, Dios mismo en su regazo la consuela!

¡Vidas llenas de amor y doloridas que relumbráis entre las otras vidas como gemas dispersas en el lodo!

¡Vuestra huella en la sombra resplandece por el dolor, que todo lo ennoblece; por el amor, que lo embellece todo!

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... sed timor et minae scandunt eodem quo dominus: ñeque decedit aerata trirremi, et post equitem sedet atra cura.

(Horat. Od., l ib. III, od. I.)

A L emprender la ruta del destino, un secreto pesar se entró en m i nave;

es tan mañero y tan sutil, que sabe quebrar m i l i ra y amargar m i vino.

Nunca le pude ver, mas de contino siento en el corazón su huella grave, y oigo a veces lat ir sus alas de ave cuya sombra oscurece mi camino.

¡Compañero de viaje, tan osado! Pues nunca te apartaste de m i lado, como a un amigo fiel, llegué a quererte;

y espero el día, con temor y pena, en que vendrá a romper nuestra cadena la poderosa mano de la Muerte.

Laúdalo si, mi signore per sor aqua, la quale e multo utile et humile, et pretiosa, et casta.

San Francisco: Cántico del Solé.

A G U A : casta y alegre creatura, hermana del de Asís; agua serena

de los quietos remansos; agua buena que en los arroyos límpidos murmura.

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Agua salobre, que en la gran l lanura del mar, reza la eterna canti lena; agua ciega, dormida, la que llena del frío aljibe la oquedad oscura.

E l agua es voz que l lama suavemente; la plácida canción de la corriente sosiega el alma, y a soñar convida.

¡Voz de la fuente que en m i huerto mana! ¡Habíame quedo, con piedad de hermana, hasta adormir la pena de m i v ida !

Th L sabio orfebre, despaciosamente fué cincelando el cáliz de su vida.

E n el metal de su alma dolorida labró hondas huellas el cincel ardiente.

Como una perla de precioso Oriente engarzó cada lágrima vert ida; de cada pena la sangrienta herida br i l ló como un rubí resplandeciente.

A l contemplar sn joya, noble y bel la, el orfebre tal vez se complacía, pensando en sus trabajos sobrehumanos;

Amor, que iba de paso, la vio un día; como muchacho que es, prendóse de el la, y la quebró, jugando, entre las manos.

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I L l E R M A N O mío, ¿ío recuerdas?, era cerca del mar. La noche descendía

y, oteando la vaga lejanía, fingíamos paisajes de quimera.

Hablábamos despacio; en la escollera con manso ritmo el agua se rompía, y el campo de los cielos encendía las florea de su eterna primavera.

Sobre la enhiesta roca, sin testigo, hablamos largamente del anhelo de eternidad, que en nuestras almas arde.

A solas con el mar y con el cielo, yo sentí que Jesús, el buen Amigo, estaba con los dos aquella tarde.

I—I E de cantar la generosa mano por la que el oro, pródigo, fluía

como en roto venero; bella y pía mano de gran señor y de cristiano.

Un anillo ostentaba, gaje vano de un muerto amor, que floreció en su día; y las caladas guardas oprimía de una espada de temple toledano.

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Su dueño fué español y caballero; en servicio del Rey, dio placentero su sangre, su quietud y su tesoro;

y, derrotado en cortesana intriga, sin tener ya que dar, dio a una mendiga la l impia espada y el anil lo de oro.

| ^ 0 M 0 palomas, en tropel alado, las horas pasan, y se va con ellas

la dulce mocedad. ¿Qué fué de aquellas sus ansias de hacer cierto lo soñado?

¿En qué copioso fruto hanse cuajado del joven corazón las flores bellas? Nuestra espada, ganosa de epopeyas, ¿qué vasto y noble Imperio ha conquistado?

¿Qué fué de nuestro impulso generoso? Guarda sólo el Señor en su memoria este poema, que jamás se ha abierto.

¡Tal vez, en el enigma de su gloria, alcance un cumplimiento esplendoroso aauel anhelo, sin lograrse muerto!

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V o he sentido. Señor, tu voz amante, en el misterio de las noches bellas,

y en el suave temblor de las estrellas la armonía gocé de tu semblante.

No me llegó tu acento amenazante entre e l fragor de truenos y centellas; ¡al ánima llamaron tus querellas como el tenue vagido de un infante!

¿Por qué no obedecí cuando le oía? ¿Quién me hizo abandonar tu franca vía y hundirme en las tinieblas del vacío?

Haz m i dulce Señor, que en la serena noche, vuelva a escuchar tu canti lena; ¡ya no seré cobarde, Padre mío!

L J l E D A D , Señor, piedad: que tus lumbreras aviven mi esperanza, que se apaga!

Busco yo en T i , para curar m i l laga, fuentes de amor, palabras verdaderas.

Humi l la mis miradas altaneras, la eternidad, aterradora y vaga. Glor ia , deseo, amor... ¡Todo naufraga en ese mar sin fondo y sin riberas!

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V a muriendo el rescoldo de la tarde y, al extinguirse su reflejo incierto, la noche ha de venir, honda y combría:

¡Condúceme al seguro de algún puerto donde el roto navio se resguarde para esperar la luz del nuevo día!

• ^ " "NUIEN me dará, Señor, llegar a hablarte O ^ ^ . en la dulce penumbra, sin testigo, como el amigo fiel con el amigo, alegremente y sin temor departe?

Y sólo por T i te amé, y llegué a amarte olvidado de premio y de castigo; y embebecido con estar contigo, del todo me perdiera, para hallarte.

¡Oh con cuánta verdad veré ese día la nada de las cosas, y cuan graves aquellos lazos que me impiden verte!

¡Habíame ya, Señor, como T ú sabes, y sufriré e l dolor con alegría y llegaré sin miedo hasta la muerte!

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ROMANCES DEL LLANO ( 1 9 2 4 )

M I S A L C O T A N E S

T A L C O T A N E S altaneros * de vuelo firme y veloz que anidáis en las almenas de m i castillo inter ior!

Los que tan alto volabais que vuestra vista oteó el desfile de los siglos en solemne procesión;

¿quién abatió vuestro orgullo? ¿quién r indió vuestro valor, que andáis zahereños y huidos, con miedo en el corazón?

¿Qué abismo visteis, tan hondo aue os llenase de pavor? De tanto subir, ¿cegasteis en las lumbreras del sol?

Tended el vuelo, mis aves, con nuevo y pujante ardor,

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en el azur explayadas como piezas de blasón;

vuestra mirada avizore los llanos que Dios tendió del confín de las Castillas a los montes de León;

allá donde el Duero engrana con plata que br i l la al sol, ciudades que son joyeles de rica y noble labor.

Tal vez veáis levantarse la generosa nación que fué señora de pueblos cuando así lo quiso Dios.

Si hambre tuvierais, yo os diera por cebo mi corazón. ¡Alcotanes altaneros de mi castillo inter ior!

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L A PARTICIÓN

"Conf i rmo que sea perpetuamente firme a vos, e l Concejo de Segovia, aquel p r iv i leg io que el Emperador A l ­fonso, m i abuelo, os h izo de los hitos que é l m ismo, entre vuestro término y e l de A v i l a , fijó y señaló."

(Pr iv i leg io de A l fonso V I H a los segovianos.)

Ü L A N T O el buen Rey de Castil la su tienda en unos [canchales;

con el viento de la sierra, ílamean las señas reales prendidas sobre los nidos de las águilas caudales. Con Don Alonso el osado, de toda España señor, sobre las Peñas Buitreras, de Castil la está la flor. ¡Cuánto rico-hombre aguerrido! ¡Cuánto Obispo sabidor! En la tarde sosegada, desde los canchos bravios se ve el campo de Segovia, con sus pinares sombríos; en el fondo de los valles, relumbran al sol los ríos. Contemplando tanta tierra ¡ cuan se ensancha el corazón! Llanuras, como un celaje, que Tierra de Campos son, y montes, como una bruma, que son montes de León. En los altos de la sierra, que guarda los cotos viejos, verá hoy el Rey de Castil la los pleitos de dos concejos:

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Av i la con sus lugares; Segovia con sus anejos. Por fuerza, los avileses pretendieron eeparar Campo-Azálvaro y sus prados del alfoz del Espinar. ¡Sólo la espada del Rey puede los hitos marcar! L a voz de Av i l a trajeron tres viejos y tres donceles del bando de Mingo Esteban, que en adargas y broqueles llevan, en campo de plata, pintados trece róeles. Segovia, la muy enhiesta, mandaba seis personeros; cuatro por ambos linajes de hijosdalgo y escuderos, y, por lugares y aldeas, dos hombres-buenos pecheros. Di jeron los avileses: "Recuerda agora. Señor, cuando, niño y fugitivo, buscaste nuestro favor y, dentro de nuestros muros, amparo hallaste y amor. L a ciudad veló tu sueño, como una madre lo haría; por tu causa, en las Hervencias, la sangre nuestra corría; si contra nos sentenciase;, muy grande agravio sería". Di jeron los segovianos: "Escucha, Rey, la razón de los que a Córdoba fueron, rodeando tu pendón; los que hoy buscan tu justicia, mejor que tu corazón. Nos poblamos ese campo cuando era yermo y baldío; trajimos nuestros ganados a pastar, en e l estío; ei de justicia te pagas, sostén nuestro señorío". E l Emperador de España, bien quisiera non fal lar, porque ambos concejos pechan su montazgo y eu yantar. De condes y de prelados consejo quiso tomar. E n tanto que se lo daban, oteó un punto lejano; llamó a los de las ciudades, y les mostró con la mano un alcotán altanero, suspendido sobre el l lano, y di jo: "Santa María nos enseñe con e l vuelo

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de aquel ave, que «e explaya sobre el l impio azul del [cielo;

por dónde he de abrir agora vuestras lindes en el suelo". Miraron todos al ave. ¡Con qué temeroso afán los hombres de ambos concejos e l vuelo siguiendo van, y nombrando los lugares por do pasa el alcotán! A l collado de Ojosalbos bajó por los Malagones; por la venta Paramera pasó el arroyo Serones, y perdióse hacia Cubi l lo, do yacían los mojones. ¡Load a Santa María que guió la part ic ión! Campo-Azálvaro y sus prados, tierra de Segovia son. Los que antes lo demandaban, se avinieron a razón. Segovianos y avileses besaron al Rey las manos; diéronse paz en los rostros, en buen amor de cristianos, y, alegres los corazones, descendieron a los llanos. Y a el sol tocaba en la tierra, tersa y azul como el mar ; el Rey y sus ricos-hombres tornaron a cabalgar, y se hundieron, silenciosos, en la sombra del pinar.

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LA VIRGEN DE LOS TRIGOS

T T/RG-EiV de l a ermita que encontré en la vía que va por Hoyuelos a Santa Mar ía !

Rema ipíe Zas campos: a tu Niño-Dios cuenta nuestras penas y ruega por nos.

Entre los trigales, vive una Señora de rostro moreno, como labradora; ojos de paloma, candidos y buenos; labios que sonríen, dulces: y serenos. Lleva nobles tocas, a uso de Casti l la, y sostiene un niño sobre la rodi l la. Corona de plata ciñe el rapacín y ríe, jugando con un colorín.

Reina ¡de los campos: a tu Niño-Dios cuenta nuestras penas y ruega por nos.

Regalo y frescura brindan al romero un álamo viejo y un chorro parlero. E n las sosegadas tardes estivales salmodian los grillos entre los trigales;

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vibran las chicharras sobre los tomillos y cubren el olmo gayos pajaril los —juglares alados, que vienen de lejos buscando el cobijo de los olmos viejos— frente a los palacios de la Reina Santa, en las noches bellas, la l lanura canta.

Reina de los campos: a tu Niño-Dios cuenta nuestras penas y ruega por nos.

Virgen de los trigos: ¿Do están los cristianos que te hicieron casa con sus rudas manos? Los que en estos campos, ganados al moro, vertieron de nuevo la simiente de oro; polvo son sus huesos, en el polvo santo de estas mismas tierras que labraron tanto. Pero yo en mis sueños. Señora, los v i vestidos de gloria, muy cerca de ti.

Reina de los campos: a tu Niño-Dios cuenta nuestras penas y ruega por nos.

Como ellos danzaban, danzan todavía los mozos labriegos en lá romería; cuando, en una alegre mañana de abr i l , juega la dulzaina con el tambori l . Bajo el verde palio del álamo viejo con simple decoro pasa tu cortejo, y tus ojos negros, miran con amor la aldea tranquila, los trigos en flor.

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los ágiles mozos, y los niños bellos que en otros abriles danzarán como ellos.

Reina de los campos: a tu Niño-Dios cuenta nuestras penas y ruega por nos.

Las niñas te dejan su ofrenda de flores; te cuentan las mozas sus castos amores; y las vejezuelas te quieren mirar con sus ojos, ciegos de tanto l lorar. Todas las jornadas escuchas serena en distintos labios, una misma pena; como un río eterno, de manso rumor, pasan las palabras de amor y dolor.

Reina de los campos: a tu Niño-Dios cuenta nuestras penas y ruega por nos.

Camino de Hoyuelos a Santa María, en la ermita blanca me detuve un día. Ba jo el olmo viejo, desde el altozano, v i en las lejanías esfumarse el l lano, y calmé las ansias de m i labio ardiente en el saludable chorro de la fuente. ¡Oh, quien fuera el olmo recio y solitario para hacer la guardia cabe tu santuario! ¡Oh, quien fuera fuente cristalina y clara que tus letanías por siempre cantara!

Reina de los campos: a tu Niño-Dios cuenta nuestras penas y ruega por nos.

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C A N T O A L L A B R A N T Í O

P l E R R A S de pan y v ino! ¡Campos de la r ibera, donde, en tiempos heroicos, hicieron sementera

los hombres que hasta el Duero llevaron la frontera!

Con púrpura y con oro fuisteis engalanadas por la gracia divina. ¡Barbecheras doradas! ¡Inmensas lejanías, azules y moradas!

¡Tierras de la l lanura, del claro sol esposas! Espigas son la gala de las bodas gozosas, y cárdenos racimos, como piedras preciosas.

Las lluvias otoñales os besan con amor, y en el surco reciente, que exhala un suave olor, simientes bendecidas esparce el sembrador.

E l sembrador, que sueña con la rubia gavilla, las hoces relumbrantes, las eras de la t r i l la, ¡las ardientes jornadas bajo el sol de Cast i l la!

¡Los carros de las mieses ya cubren el camino! ¡Ya canta sus cantares el agua del mol ino! ¡Ya cuecen las hornadas del buen pan campesino!

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E l pan, que desde el arca l lena toda la casa de un olor saludable. ¡Pan que se da sin tasa a la Iglesia de Cristo y al mendigo que pasa!

E l trabajo de un año se cifra en su rondel ; por eso, al repartirlo sobre el blanco mantel, los viejos labradores hacen la cruz en él.

L a vid de nuestras tierras es un divino don; sus pámpanos jugosos, cristiano emblema son; el vino es un regalo que alegra el corazón.

V in i l lo de cosecha: ¡cuánto yo te venero! De todos los ancianos amigo verdadero, que el sol de otros agostos guardas para el enero.

E n el fondo del cuenco, duerme el viejo cantar de los mozos de antaño, que hollaron el lagar, y hoy buscan, temblorosos, la lumbre del hogar.

Tú guardas la alegría de vendimias lejanas; cuando era el sol más tibio, y eran mozas galanas las viejas que gobiernan su rueca en las solanas.

¡Llanos amplios y alegres! ¡Dichosa tierra mía que ofrece en los altares su ofrenda cada día!... ¡Tierras de pan y vino para la Eucaristía!

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N O C H E E N L A S E R A S

? T A R G O S días est ivales, en que abrasa e l sol l a tierra » y se ve, en e l ho r i zon te , l a l ínea a z u l de l a cierra, tan vaga como u n ensueño de es fumada l e j a n í a ! T r a b a j a r o n s in reposo los labr iegos todo e l d ía , y, a l t e n d e r e las t i n ieb las p o r e l haz de l a l l a n u r a , ee r i nd i e ron a l cansancio de l a v i d a rec ia y d u r a . E l ru ido de l a j o m a d a cesaba en e l caserío... V e l a b a yo en e l s i l enc io de aque l l a noche de estío.

E n e l m a r de los t r iga les, de sonoras ondas de oro, cal ló de las saband i jas e l len to y so lemne c o r o ; no tu rbaban e l s i lenc io de l a camp iña t r a n q u i l a n i e l m u r m u l l o de una fuente, n i e l l a t i do de una e s q u i l a ; ba jo e l c ie lo constelado de aque l l a noche serena ve laba sólo m i duda y h a b l a b a sólo m i pena .

Pensaba en los agosteros, do rm idos sobre los haces ; les v i en su l a b o r de l d ía , valerosos y tenaces. ¡Hasta e l v ie jo , casi i n ú t i l , t e m p l a b a l a sed de l mozo l levando en sus cantar i l los e l agua fresca de l p o z o ! ¡Hasta los n iños ganaron su t rozo de p a n moreno , guiando a los mansos bueyes de du lce m i r a r eereno!

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Entonces mi ré m i vida con vergüenza y con hastío; ¡Todos cumplieron tus leyes; todos menos yo, Dios mío! ¡En el día de Justicia tendrá m i frente rubor ante las frentes ungidas por el polvo y e l sudor!

Bajo el cielo rutilante, que hablaba de eternidad, por nuestras hondas miserias sentí una inmensa p iedad; recordaba mis ensueños, marchitados siempre en flor; mis anhelos de ser ú t i l , mis ansias de ser mejor; y l loré sobre m i v ida ; la pobre vida baldía, que no corrió por sus cauces, n i supo encontrar su vía. Dióme entonces en el rostro como el soplo de un aliento y oí una voz, confundida con el susurro del viento: " ¡La vida no es siempre lucha, que es amor y es oración; reza por los que trabajan, y levanta el corazón!"

Bajo el claro firmamento del estío de Castil la, en el polvo de las eras doblé luego la rodi l la. Encomendé nuestras penas a Aque l que sabe contar las estrellas de los cielos y las arenas del mar; y recé por los ancianos caducos y tembloroso» que añoran el sol de antaño; por los mozos vigorosos que al compás de las segures cantan cantares de amores, y por los niños pastores dormidos junto al rebaño. Y , rezando todavía, oí a una alondra temprana y v i temblar en los cielos la estrella de la mañana.

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LA GALANA

C O M O estaba el monte de nieve cubierto, buscando el camino que lleva hasta el puerto,

detuvo la yegua, medroso e incierto.

Fué en esa ladera de la Mar ichiva donde, de una grieta de la peña viva, mana un agua clara que desciende esquiva.

E l sol se apagaba de las cimas blancas, cuando, entre el estruendo de aquellas chorrancas, oyó como un ruido de herradas carlancas.

Le alcanzó un mastín, adornado de ellas, y vio que, saltando, con sus breves huellas sembraba la nieve de un rastro de estrellas.

A l acaricialle, temor y alegría sintió, que en sus ojos muy bien conocía que era la Galana la que le seguía.

Y de allí a un momento pareció la dueña entre unas retamas, hermosa y zahareña, el rostro encendido y al aire la greña.

¡Cuan bien parecía, la moza serrana!

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^Mrig •

Era alta y gallarda como una Diana vestida con paños de verde y de grana.

Pidióla el hidalgo que fuera su guía, y el la, placentera, le mostró la vía, entre los canchales de la serranía.

Andando tras ella, le d i jo : "Pastora, si en la m i tordil la subieses agora, allá en las ciudades serías señora".

D i jo la Galana: "Oí yo a las viejas, cuando, junto al fuego, dicen sus consejas, que non vieron bodas de lobos y ovejas".

D i jo el gentilhombre: "Niña, yo te digo que si ahora los puertos pasaras conmigo, por toda tu vida tendrías amigo".

D i jo la Galana: "Sosiegue el montero, que, cuando a la Corte vaya, en otro enero, le tendré en las rúas por m i caballero.

Pero aquí, en los cerros, quiero tener tratos con galán que entienda de regir los hatos y sepa las trochas do van mis chivatos".

Y bajó hacia el valle, graciosa y lozana, turbando a su paso la quietud serrana con sus risas, claras como la mañana.

Quedó el caballero tan solo y perdido, que ya desde entonces buscar no ha sabido sosiego apacible n i gusto cumplido.

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LA MORADA

I j E la vieja encina busco yo la miel ^ "^ y las nuevas rosas de antiguo verjel.

Guardar mis amores quiero en el espacio amplio y recatado de un noble palacio. Con ancha portada, de enormes dovelas; cartel blasonado con trece roelas, torre de granito, merlones cimeros en Av i la santa, de los Caballeros. Sillares dorados al fuego del gol; de traza ital iana y ornato español; con rejas de forja, sobrias y elegantes, en la Salamanca de los estudiantes; y en esta Segovia, cuna de mi raza, balcones volados que den a una plaza hidalga y tranquila, y un huerto sombrío sobre las murallas que miran al río.

Y todaa las cosas guardarán las huellas que dejan las vidas al pasar por ellas.

Sobre la blancura de los tersos muros hallaré retratos de tonos oscuros;

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y glaucos espejos—huecos siempre abiertos que miran al vago país de los muertos—. Desde las ventanas, veré las llanadas, las sierras azules, las torres doradas.

Viv i ré la vida generosa y buena, y seré una pieza de aquella cadena por la que, en los siglos, quedaran unidos los que ya murieron con los no nacidos.

Tendrá la morada donde he de morar ternura de nido, resplandor de hogar; ¡castillo y santuario; torre santa y fuerte donde huir del mundo y esperar la muerte! La piadosa muerte que vendrá, en su día, a tocar las puertas de la casa mía, cuando Dios quisiere que parta desde ella para otra morada más noble y más bella.

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L A P E R E G R I N A

• T ^ \ O N D E vais, la reina Juana O de Castil la y de León? Huérfana está nuestra tierra. ¡Ya no espera sino en vos! ¿Y andáis por esos caminos a solas con vuestro amor? E l Rey era muy galán, más rubio que el mismo so l ; venía de altos linajes. ¡Alcuña de Emperador! E l cuerpo que va en las anda» era todo cuanto os dio, que allá en su tierra de Flandes robáronle e l corazón. Cubríamos los caminos que la l luvia encenagó, siguiendo a nuestra señora desamparada de Dios: cruzamos Tierra de Campos, entre Dueñas y Carr ión; tierra de negros pinares y amplias hojas de labor;

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dejamos a Torquemada y a las huertas de su al foz; acampamos junto a Horni l los en noche de cerrazón; el ataúd en el suelo sobre una alhombra quedó, a la luz de cuatro cirios de vago y frío fulgor. Cantaba el viento en los llanos una muy triste canción, y entre sus largos gemidos oímos como una voz: ¿Dónde vais, la reina Juana de Castilla y de León? Huérfana está nuestra tierra. ¡Ya no espera sino en vos! Estaba de pie la Reina recogida en su dolor, fijos los ojos tranquilos en una dulce visión; con los labios entreabiertos quedamente murmuró: ¿Qué me importa de Castil la si se ha apagado mi sol? ¡No hay reino en toda la tierra tan noble como mi amor!

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LA FLOR DE OLMEDO

De noche le mataron al caballero; la gala de Medina, la flor de Olmedo.

(Cantar de tierra de Medina.)

T—jIDALGO que vais corriendo romerías y feriales:

no crucéis, anochecido, la sombra de los pinares; en tratos y en galanteos malos enemigos se hacen; de uno sé que al diablo diera cuerpo y alma por vengarse. E n la feria de Medina, cofradía de merchantes, en un trato y un cortejo por dos veces le humillasteis. Y o he visto lumbres sangrientas en sus pupilas de sacre. ¡Guárdeos Dios, Juan de Viberos al amor de vuestra madre!

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¡Mala noche de camino para arrieros y feriantes! L a l luvia azota los campos, gime el viento en los pinares. ¡Guarde Dios a l caballero que de penas aún no sabe! Galopa alegre el galán, pues le espera al fin del viaje amor de novia en la reja, y en la casa amor de madre. E n la cruz de Velorado, sobre él unas sombras caen, como caen sobre los cisnes los certeros gavilanes; el cantar en su garganta hielan buidos puñales; tiembla en los ecos del l lano un clamor de "¡Cristo, va lme!" y tendido en e l camino queda e l mozo agonizante, bajo la inmensa negrura del cielo sin luminares.

¡Olmedo, la bien cercada, cuna de nobles l inajes! ; a las luces de la aurora va un cortejo por las calles. Un hidalgo l levan muerto,

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que mataron sin combate; sobre la negra ropi l la de fino paño de Flandes campa la cruz de Santiago como un reguero de sangre, ¡Flor de Olmedo, flor de Olmedo, cuan temprana te agostaste!; al pasar ante sus casas todas las mozas le plañen; de una sé que en un convento para siempre ha de encerrarse. ¡Helo ante sus mismas puertas, que para acogelle se abren! A l resplandor de los cirios, que empuñan dueñas y pajes, aparece una matrona de dulce y grave semblante; ¡es tan inmensa su pena que en llanto romper no sabe! Y en su regazo recibe el cuerpo del hi jo exangüe, cual la Madre Dolorosa que nos muestra en los altares el corazón traspasado por siete agudos puñales.

¡Mala la hubiste, e l mancebo que la traición preparaste!

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A encubrirla no bastaron las sombras de los pinares; los juglares en las ferias la comentan en romances; todas las mozas de Olmedo la cantan en sus cantares; los niños de la doctrina bien de corrido la saben; por no oírla, una mañana tu solar abandonaste, y, huyendo de tus recuerdos, cruzaste en vano los mares.

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C I E L O C L A R O D E C A S T I L L A

í / ^ I E L O claro de Cast i l la! t-^-^ ¡Noches de estío, serenas, en que las almas escuchan el cantar de las estrellas!

Cielo claro de Cast i l la: ¿Quién te ve, que no enloquezca con esa noble locura que es la cordura suprema?

Anhelo de cosas grandes, sed de verdades eternas, amor tan suti l y altivo que con nada se contenta.

¡Don Alonso e l estrellero tan despreciado en la tierra porque perdías ciudades cuando contabas estrellas!

¿Qué culpa tuviste. Rey, de haber nacido poeta.

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y que el cielo de Castil la el ánima te prendiera?

M i Castil la la gentil no tuvo mejor grandeza; tu Reino vence a los siglos y no conoce fronteras.

Del Reino que tú fundaste habían de ser lumbreras Luis de León el divino, Juan de la Cruz y Teresa.

Cielo claro de Castil la, noches de estío, serenas: al veros ¿quién no olvidara los cuidados de la tierra?

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CANTAR DE LAS TIERRAS ALTAS (1926)

OFRENDA

A D." X. de C E .

P ^ E N T R O de los viejos muros segovianos ha tiempo que había dos mozos hermanos.

Eran los vestigios de una antigua raza; el mayor gustaba de lances de caza y sabía el arte de la montería. Por la blanca nieve los rastros ceguía y al pato salvaje buscaba en el caz. ¡Era generoso, bravo y montaraz! E l menor gustaba de la vida quieta; era algo anticuario y un tanto poeta, y "en su l ibrería, de estantes repletos, con calma de orfebre, l imaba eonetos. A l amor del fuego, y en largas veladas, solían contarte sus bellas jornadas, y al llegar tu santo, como de dineros andaban escasos ambos caballeros, en vez de brocados antiguos y raros, copas cinceladas o diamantes claros,

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a tus pies traían presentes diversos: e l Marqués perdices; e l poeta, versos. Hogaño la ofrenda te llega incompleta; solos van los versos del mozo poeta, pero en su presente, yo sé bien de cierto, que está el gran cariño del hermano muerto.

III-XII.MCMXVIL

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CANTAR DE LAS TIERRAS ALTAS

r R u á r t e l e s de Cabamiias! * ¡Pobres tierras centeneras labradas en los resaltes de las faldas de la Sierra!

¿Quién fué el primer labrador que vino a arar las laderas? ¿Quién concibió la locura de sacar pan de las peñas?

Desde aquel día se siguen las heroicas sementeras. A u n queda nieve en los alto» cuando las mieses verdean.

¡Nunca v i por las Españas tan humildes primaveras! Entre los ralos centenos los claveles azulean.

Cantan grillos en las lindes escondidos en la h ierba;

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palpitantes corazones las amapolas semejan.

Relumbran al sol de agosto las hoces para la siega; por la Virgen de septiembre aun queda parva en las eras.

¡ Labrador de tierras altas que a la cruz de mayo rezas porque la helada tardía no te abrase, las cosechas!

No envidies a los pastores que emigran con sus ovejas y corren tantas cañadas y cuentan de tantas tierras.

Los que pasan al sereno las noches tibias y bellas, y con hogueras de piorno las altas cumbres alegran.

Cielo claro y tierra pobre te fué dado por herencia. ¡Tierra de pocas espigas! jCielo de muchas estrellas!

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E L M O L I N O

1-(L viento gime: en la sierra no hay lomas tan desoladas

como las del valle angosto que el río Pirón eocava.

Es en la sierra desnuda que yergue sus cimas calvas, donde los hoscos jabinos ponen manchas azuladas.

E l viento gime: constante sus tristes cantares canta; parece a veces que l lora y a veces parece que habla.

Por el cauce de granito corren las aguas, tan claras que apenas se ven sus linfas si en las pozas se remansan.

Murmuran en los peñascos, por la presa se derraman.

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y mueven el viejo ingenio del molino de la Mata.

E l viento gime: sin tregua agita las secas ramas de los tres álamos yertos que, junto al caz, se levantan.

¡Pobre molino, perdido en la desierta cañada, adormido por el canto de los vientos y las aguas!

Terminaron su molienda las gentes de la l lanada; queda sólo el molinero en su casuca serrana.

¡Soledad tan temerosa no padece ningún a lma! N i en la mar el marinero, n i el soldado en su atalaya...

E n las noches estivales, tan rutilantes y claras, veía arder las hogueras de los pastores de cabras.

Como luceros caídos en las laderas bri l laban.

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¡Una a una se apagaron, al comenzar la otoñada!

Con la luna de noviembre br i l la en las cumbres la escarcha; formando un arco en el cielo emigra un bando de garzas.

E l viento cal la: la noche es serena y sosegada; las estrellas, ateridas, t iemblan con claror de helada.

Por la cuesta suben luces que al Viático acompañan. E l molinero se muere y Dios viene a su morada.

No murmura e l caz; los hielos retienen presas las aguas. E n el silencio solemne late una esquila de plata.

9$

EL FORJADOR

ThS clara y t ibia la mañana; en la plazuela provinciana

las cuatro acacias tienen flor. ¡Canción del yunque y del mart i l lo ! con el compás de su estribillo golpea el hierro el forjador.

E l quieto ambiente—rosa y oro— de la ciudad, se hace sonoro con el latido del metal. ¡ T i n , tan! E l eco se despierta y con su ritmo se concierta una campana conventual.

¡T in , tan ! ¡T in , tan ! E l hierro inerte en ascua viva se convierte, y e l corazón arde con él. ¡T in , tan! L a novia, en la ventana, oye la música lejana como las coplas de un rondel.

H

¡T in , tan! E l mozo marti l lea, y al son del fuelle, que jadea, vibra su cántico tr iunfal. Arde en la fragua un roble entero, y el forjador, fuerte y certero, triunfa del fuego y del metal.

Vencido, el hierro brota en flores: rejas de novia; los primores de un candelabro o de un cancel. Ramos de esbeltos lirios de oro, que de la verja, sobre el coro, liarán un místico vergel.

E l viento canta en las almenas canción de otoño: hastío, penas... Murió de frío un nuevo amor. ¡T in , tan! ¡T in , tan! Sigue el concierto, pero esta tarde dobla a muerto con su marti l lo, el forjador.

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jardín in ter io r

Y ' A lo veis: río y canto con vosotros y con vosotros juego,

pero en el hondo mar de m i conciencia, como una perla, duerme m i secreto. Aunque vivamos juntos años y años, jamás acertaréis a comprenderlo. De la Uamita que, sin treguas, arde tranquilamente, dentro de m i pecho, apenas si aparece en mis pupilas, de tarde en tarde, algún fugaz reflejo. ¡ M i vida es apariencia! ¡ M i vida de verdad, queda por dentro! Me veis reir a veces cuando de hastío y soledad me muero, y, a veces, cuando l loro, de goces inefables estoy lleno. Como fiera acosada de hambre y de sed, me rendiría luego, si el alma no pudiera guarecerse en la quietud de su jardín secreto.

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CAMINITO DE SANTIAGO

(RONDEL)

I ^ A M I N I T O de Santiago! • ¡Sendero claro de estrellas, que enseñas a los romeros la vía de Compostela!

L a vía de Compostela va siguiendo un peregrino. ¡Decidme si le encontrasteis a lo largo del camino!

A lo largo del camino va un frailecico andariego; su faz parece de cera, y en los ojos l leva fuego.

E n los ojos l leva fuego del que arde en bu corazón. Le cubre un hábito pardo ceñido con un cordón.

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Ceñido con un cordón va el cuerpo mortificado. Su rostro recuerda el rostro de Cristo crucificado.

De Cristo crucificado es el fraile tan amante, que ríe y l lora de amores por el camino adelante.

Por el camino adelante se detiene en las fontanas; hermanas llama a sus linfas y a las aves l lama hermanas.

A las aves l lama hermanas, y ellas comen en su mano; hermanos llama a los lobos, y al mismo sol l lama hermano.

A l mismo sol l lama hermano cuando arde en el mediodía; cantando como un juglar hace el romero su vía.

Hace el romero su vía por el camino francés. ¡Dichosa tierra de España que en tus sendero» le ves!

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Que en tus senderos le ves, en tus campos y en tus v i l las; de Navarra hasta Santiago pasando por las Castillas.

Pasando por las Castillas bendijo la tierra l lana; por desnuda y por austera, la tomó por franciscana.

La tomó por franciscana al ver la tierra de erial pobre como sus conventos, parda como su sayal.

Parda como su sayal, que va dejando una estela de amores y dé fervores camino de Compostela.

¡Camino de Compostela llévamelo sano y salvo! ¡Clara senda de luceros! ¡Caminito de Santiago!

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C A N T O T R I U N F A L

. T ^ O L O R : Padre de todo lo noble y lo fecundo! 1 " ^ Cada día que pasa, vuelves a ser, del mundo,

redentor. Porque tú las heriste, saben volar las almas. Por t i es bella la v ida ; tú las pasiones calmas.

¡Oh Dolor ! Tú eres radiante y puro como el hermano fuego; tú abrasas a las almas, para que br i l le luego

bu fulgor. Sin t i no habría santos n i poetas habría, y, hastiado de sí mismo, el mundo moriría,

¡Oh Dolor ! Dios te bendiga, que eres la luz en el camino; ¡Mensajero del Rey ! , del tesoro divino . ,

portador. Dios te bendiga, heraldo de la vida y la glor ia; T ú los claros diamantes separas de la escoria.

¡Oh Dolor ! Artífice supremo, que en el metal viviente, de raras maravillas, eres sabio y paciente

forjador.

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¡Compañero de v ia je! Tú , e l que prenderte sabes del arzón del jinete, del marino en las naves.

¡Oh Do lo r ! ¡Guerrero infatigable! Y o , en tu blasón he visto la corona de espinas, sobre la cruz de Cristo,

m i Señor. ¡Las puertas de la gloria me abra tu llave de oro, y, por t i , me perdonen los ojos que yo adoro!

¡Oh Do lor ! Cuando a un alma conduces al umbral de l a muerte, el coro de los Santos suele salir a verte

con amor. Con el Rey Jesucristo va la Virgen María, de mártires y ascetas la augusta teoría...

¡Oh Do lo r ! Ta l vez tú me acompañes más allá de la fosa; tal vez el alma escucha, cuando el cuerpo reposa,

tu clamor. Sólo al jardín del cielo no pasarás conmigo; yo te daré, en las puertas, un dulce adiós de amigo.

¡Oh Do lo r ! Sólo entrará a m i lado tu ardiente compañero, más fuerte que t ú mismo: e l noble caballero

del Amor. Tú , impasible y sereno, volverás a la Tierra a ser luz o castigo, a llevar paz o guerra.

¡Oh Do lor !

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V E N D I M I A

T - J A S T A que no quisiste que comiera del rubio moscatel de que comías

con codicia infanti l , nunca creyera se dejasen comer las pedrerías.

Vendimiando amatistas y topacios^ mozos y mozas, en alegre coro, lanzaban su cantar a los espacios entre la pompa del viñedo de oro.

Seguimos conversando junto al río. Po r las olmedas hondas y desiertas. F lot i l la de oro sobre el caz sombrío, bogaban hacia el mar las hojas muertas.

¡Tarde otoñal! L a calma del ambiente fué penetrando en m i sentir de mozo, y el corazón, latiendo locamente, se quería romper de puro gozo.

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Dejáronme esas horas, tan tranquilas, tanto dulzor en corazón y boca, que aún se nublan un poco mis pupilas «cuando la mente su recuerdo evoca.

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I N Q U I E T U D

Pío tienes aquí morada permanente, y en cualquier parte que estuvieres eres extranjero y peregr ino.

Kempis .

X ^ O quise hacer m i estancia sobre el haz de la tierra en m i ciudad antigua, la de las torres de oro,

y al resguardo del muro que mis moradas cierra, de cosas familiares reuní m i tesoro. Con deleite de avaro, yo amé mis cosas bellas —estampas y medallas—en soledad al t iva; apenas si a mi torre llegaban las querellas de la miseria humana, siempre sangrante y viva. ¡Para el v iv i r gozoso, basta un exiguo espacio! E n mis cosas pequeñas puse todo m i amor. Gusté tranquilamente la suave miel de Horacio y olvidé que en m i tomo palpitaba el dolor. Olvidé que en la vida no hay hora sin combate. L a vida es romería que no admite descanso; así es eterna el agua que los cantiles bate; así el agua se pudre, si para en el remanso.

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Me sentí cada día más solo en mis moradas; como blancas palomas, huían las virtudes; para ocupar sus nidos llegaron en bandadas, cual pájaros de presa, las negras inquietudes. Pasaron como un sueño, mis jomadas serenas; ¡En un exiguo espacio, cabe muy gran dolor! Como hambrienta jauría, me buscaban las penas hasta en lo más oculto del castillo iüterior. Oí, entre mis angustia^ que una voz me decía: "Poeta: en tu posada, no eres sino un viajero. Para buscar reposo, no es tiempo todavía. ¡Renuncia a lo que amabas y retoma al sendero!" Lloré sobre la ruina de mis horas felices; pero Dios da un consuelo, si quita una ilusión. A l tiempo en que arrancaba sus últimas raíces, sentí que le nacían alas al corazón!

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O T O Ñ A D A

A noche es ya larga: va cayendo octubre; las cimas de Arcones, que la escarcha cubre,

en llamas están. Relumbran hogueras en la noche oscura. ¡Los últimos fuegos! Hacia Extremadura

los pastores van. ¡Alegres fogatas de piorno y jabino, de retamas áureas y jugoso pino

de fragante o lor ! Las altas estrellas son vuestras hermanas. ¡Las altas estrellas! Hogueras lejanas

de eterno fulgor. V a cayendo octubre; la tierra está muerta. Y a no hacen los grillos en la tierra yerta,

su coro estival. E n la noche fría, callada y tranquila, quiebra entre las sombras una sola esquila

su voz de cristal. Se i rán los pastores al romper el día, por las blancas sendas que, en la lejanía,

parten el azur.

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Aun los flacos lobos, pupilas de brasa, siguen a l rebaño que, balando, pasa,

camino del eur. ¿Por qué este silencio me pesa en el alma? ¿Qué mortal angustia late en esta calma,

que me hace l lorar? ¡Soledad mar ina! ¡Soledad sonora! E n las tierras altas, él alma te añora.

¡Voz de pleamar! Con un terror nuevo, que es nuevo y eterno, el alma presiente las noches de invierno,

las cumbres desiertas; aulla en las cijas el mastín que advierte en las madrugadas, pasar a la Muerte

ante nuestras puertas. Llenando de pronto las hondas cañadas, de entre las hogueras, ya casi apagadas,

se eleva un cantar. Como hambrientos lobos, los negros temores el alma rondaban, y el cantar de amores

los vino a espantar:

No sólo tienes castillos, vieja tierra de Cast i l la; en todos los altozanos v i blanquear tus ermitas. Junto a un olmo y una fuente, una gran Señora habita.

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que 66 apareció a pastores y es de pastores cérvida. ¡Virgencita de Hontanares! velando estás todavía; en esta noche tan negra sólo tu lámpara br i l la. Voy a correr las cañadas con mis ovejas merinas; ¡haz que para e l mes de mayo las traiga todas paridas! E n las Vegas de Pedraza hi la su l ino la n iña; ¡di la que al granar los trigos siga moza todavía! ¡Para t i , el cordero blanco de lana más suave y f ina! Para t i m i corazón, ¡Reina de la serranía!

U O

SONETOS DE EL ESCORIAL

ANTE LA TUMBA DEL EMPERADOR

Ih iSTE es el César: caballero andante del Redentor; su alférez en la guerra;

e l que a la recia espalda e l mundo aferra, y se rinde a su peso, como Atlante.

No temáis que en los siglos se levante otro poder igual sobre la T ier ra ; de Augusto y Carlomagno el ciclo cierra la Sacra Majestad, Cario de Gante.

Austria le dio l inaje; Flandes, cuna; lauros, I ta l ia; Portugal, amores; oro, las Indias, y Germania, Imperio.

España, su ideal y sus fervores, y, por úl t imo don de la Fortuna, la paz de un escondido monasterio.

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II

LA GALERÍA de convalecientes

Su arquitectura—renaciente gloria— sabe a Vi t ruvio, como a Horacio cabe el verso de Fray Lu i s ; es como un grave concierto de Salinas o Victor ia.

E l agua canta su constante historia, y del estanque en el espejo, cabe la fría majestad del arquitrabe, del arco la graciosa trayectoria.

Y , delante, el jardín, yerto y austero, en el que un alarife-jardinero labró los bojes como piedra dura.

¡Al to balcón, donde, al mor i r la tarde, se llena e l alma del fulgor con que arde —en púrpura y en oro—la l lanura!

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III

LA MUERTE DEL REY

L a mansa l luvia los vitrales h iere; gime en los claustros su responso el viento; el toque de agonía, sordo y lento, conmueve E l Escor ia l : el Rey se muere.

Entre las sombras, el paisaje adquiere la gravedad augusta del momento; del coro monacal, como un lamento, llega el hondo clamor del miserere.

Va a amanecer. ¡ Cuan larga la refriega en la que pugna por partirse el alma de la cárcel del cuerpo, dolor ida!

Hay un instante de solemne calma, y en manos del Señor, el Rey entrega el temeroso enigma de su vida.

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ESTAMPA DE VIAJE

p R A el sol en las Castillas una gloria y un castigo. Cruzaba yo en el expreso los amplios campos de trigí

las bandas de segadores decían ¡adiós! al tren, flameando sus pañuelos con un tranquilo vaivén. E ra para ellos el monstruo que corría la l lanada, una pauEa en su trabajo; la i lusión de la jornada. Br i l laban los dientes blancos sobre los rostros cetrinos. ¡Cuan diversas nuestras vidas! ¡Cuan varios nuestros

[caminos! Me pareció que trazaban, con su mano generosa, el perdón sobre m i vida, m i vida inú t i l y ociosa, cuya miseria es tan honda, que no mueve a compasión, pues, como un guEano oculto, va royendo el corazón. ¡Mis amigos de un instante! ¡De un instante nada más, que os cruzasteis en mi vida, para no volver jamás! Por la gracia, tan cristiana, de vuestro gesto de adiós al viajero fugitivo, habrá de premiaros Dios, guardando en vuestra mirada la lumbre de e;a alegría, tan sencilla y tan serena, que no es posible en la mía.

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EL CABALLERO DEL VERDE GABÁN

^ A B A L L E R O del verde atavío: Ten un poco esa yegua tordi l la,

que se place en batir, con su brío, los caminos de la ancha Castil la. ¡De fatiga abrumado, y de hastío, quiero hincar, ante t i , la rod i l la !

¡Buen hidalgo de l impia conciencia! M ie l de Horacio l ibé en tu decir; de Fray Luis l a tranquila cadencia he sentido en tu mente latir. ¡En tu noble y serena existencia yo quisiera aprender a v iv i r !

¡Cazador sin azor n i lebre l ! Pescador que en el caz l impio y manso, turbar sueles, con tu esparavel, el inmóvi l cristal del remanso! ¡Cazador el de hurón y c imbel ! E n tu umbral, yo te pido descanso.

« 5

Como en rojo bocal del Toboso, se serenan las aguas del río, esta paz del zaguán silencioso da sosiego a l espíritu mío. ¡Yo deseo con ansia el reposo del zaguán, apacible y sombrío!

Y el silencio que reina en la estancia, con los muros tendidos de ca l ; esa alegre y discreta abundancia del yantar, generoso y cordia l ; ¡esas rosas, que dan su fragancia al claustrado jardín señorial!

¡Abrenuncio a las bellas locuras del doncel Amadís, engañosas! Gustar quiero las viejas lecturas, con que el ánima inquieta reposas, y, en el campo, aprender las dulzuras del amor hacia todas las cosas.

¡E l correr, en abr i l , las praderas los ganados llevando a pastar! E l holgarse, en estío, en las eras; e l henchir, en octubre, el lagar, ¡y en el tiempo de las cementeras, la velada a l calor del hogar!

116

¡No encontré en tu morada el reposo, n i la paz en tus campos! ¡Adiós! He sentido un cantar misterioso y me voy, de aventuras en pos; ¡otra vez volveré al fatigoso caminar por las sendas de D ios !

117

L L A N T O

j T L A N T O varonil 1 i Cuando una tragedia de amor o de muerte rinde a quien se hacía triunfador y fuerte y deja en el alma ternura infanti l . ¡Llanto ein consuelo, que una vez tan sólo se l lora en la vida, cuando la alta frente se incl ina, vencida, y pesan sobre ella la tierra y el c ie lo! ¡Corazón alt ivo! Como treme el roble bajo el huracán temblabas entonces, ¡pajari l lo aun vivo, en el que sus garras clavó el gavilán! Pasó la tormenta; queda enhiesto el roble, pero en el ramaje perdura el destrozo; el hombre es más sabio, más fuerte y más noble, pues sabe la ciencia que encierra un sollozo.

¡Llanto de mujer, manso y silencioso cual l luvia otoñal ! ¡Por borrar la pena que lo hizo verter, diera yo la gloria de un trono imper ia l !

1J8

¡Llanto de la madre por el h i jo muerto! ¡Llanto de doncella que enterró su amor! ¡Sangre de la herida, que tal vez yo he abierto! ¡Llanto de vergüenza! ¡Llanto de dolor! ¡Llanto de los niños, mezclado entre r isa, como entre la l luvia suele el eoI br i l la r ! Rocío en las rosas, que la aurora ir isa, ¡quien como los niños supiera l lorar !

¡Llanto varoni l ! Yo he probado un día tu amargo sabor. ¡Nubló mis pupilas tu velo sutil y v i un mundo nuevo, más bello y mejor!

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R E C U E R D O D E L M A R

C O B R E la cima del cantil marino de extraña flora por la mar cubierto,

embriagado del hál i to salino, yacía inmóvi l , como cuerpo muerto.

E ra , en m i tomo, de la mar sonora tan dulce la constante cantilena, que pensé que la roca era una prora guiada por cantares de sirena.

L a calma del azul de mar y cielo sólo quedaba, algún instante, rota por una vela, leve como un vuelo, o por un blanco vuelo de gaviota.

¡Tenía tanta sed el alma mía de azul, de claridad y de reposo que vi del sol poniente la agonía con un renunciamiento doloroso!

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¡Loado sea Dios! Como un tesoro, en lo más hondo de la mente, llevo un vivo resplandor de azul y de oro, y un ritmo, siempre igual y siempre nuevo.

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LOS CAMINOS Y LOS DÍAS (1935)

DEL AUTOR A LA CIUDAD DE SEGOVIA, SU PATRIA

A M O yo a m i Segovia, si el ambiente es de cristal, y br i l la en el nevero

el t ibio resplandor del sol de Enero que a los viejos conforta suavemente.

Y cuando A b r i l apenas se presiente en la flor de un almendro tempranero: y en las tardes de estío: reverbero de la sangrienta hoguera del poniente.

Amo yo a m i ciudad, cuando en Octubre un regio manto de oro antiguo, cubre los senderos umbríos y desiertos.

Y al hundirse en las sombras misteriosas de la tarde otoñal, todas las cosas nos hablan quedamente de los muertos.

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T I E R R A S de Meáina; leguas de camino polvoriento.

E n la cinta del camino vamos enhebrando pueblos. Romp;n el ritmo del surco —romance de tono serio— sombra azul de las pinadas, verdegay de los viñedos. Pasan los pueblos iguales (aún su nombre no sabemos; — e l nombre que es, para tantos el centro del universo—). Y al pasar, la pena antigua se hace más viva un momento. La paz, que en vano buscamos, ¿estará en alguno de ellos? E n este ambiente de hastío ¿espera acaso el sosiego de nuestra inquietud constante, de nuestro cansancio inmenso?

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A la vera del camino está el jardín de los muertos. Sobre los blancos tapiales asoman cipreses negros. ¡Cuan dulce será el descanso en la tierra de ese huerto en donde cantan los grillos ocultos entre el cantueso! ¿Por qué nos llamáis, campanas? ¿No veis que vamos huyendo de ese centauro implacable que lanza flechas de tedio?

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... el Lozoya, por su pesca famoso y dulces aguas.

Jóveixanos: Epístola a Anfriso.

D O R Q U E en tu or i l la , el nido se alzó de mis altivos gerifaltes;

porque copiaste en tu cristal bruñido de m i blasón el oro y los esmaltes, quiero loar a tu corriente mansa que la dureza pule del granito y si en las anchas pozas se remansa es mirador, de cara a l infinito. Corriente casta y f r ía que la caricia del vergel desdeña porque su pompa ha de morir un día y cauce busca en la desnuda peña que mancil lar sus aguas no sabría. ¡Cuantas veces he visto, en el deshielo, cuando tu l infa clara se desata

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entre el blanco y azul de nieve y cielo saltar la trucha, rápida y certera como saeta de luciente plata donde un punto de sangre persevera. No mi cincel imaginarte quiso de ovas la undosa barba entretejida como el divino Orontes o el Cefiso. Mejor te cuadraría la cristiana figura, tan antigua y siempre nueva del regali l lo, que en la roca mana, donde el venado montaraz se abreva. ¡Oh arroyo, que al pasar por la Cartuja supiste de los monjes el secreto de un vivir que a la vida "sobrepuja! Caudal manso y discreto agua andariega y casta? agua piadosa que llega a la ciudad atormentada y en cántaros humildes se reposa. ¡Da a aquéllos que te buscan, el consuelo de esa tu l infa viva, que la belleza reflejó del cielo, del hondo bosque y de la nieve altiva.

De la nieve cimera naciste, y al sediento caserío de la ciudad, orientas tu carrera. ¡Oh generoso y dulce señorío! Pues tu nombre me dieron, ¡oh, si fuera humilde y ú t i l como tú , mi río!

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^ ^ J O te pongas el dengue n i e l sayo fino.

¡Mira que los pastores van de camino! No te adornes, mocita, con arracadas. ¡Que hoy estará nevando por las cañadas! ¡No dejes que a tu puerta canten los mozos. Los lobos a estas horas rondan los chozos! No te engañen galanes de tierras llanas. ¡Guardar fe a los ausentes es de serranas! Y a no llores, mocita. ¡Reza y espera! que esta noche, en l a sierra br i l la su hoguera.

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Q U I S I E R A ser pequeño, tan pequeño como una sabandija, y esconderme

entre la selva de los trigos de oro. E n esa selva luminosa, donde entra la luz tan suave y tan cernida, y e l viento hace cantar cosas eternas a las espigas, y lat i r los pétalos de las sangrantes amapolas rojas. Quisiera que m i vida—vida breve; ¡sólo el espacio de una pr imavera!— discurriese entre el bosque de los trigos, entre claveles, de un azul tan puro como un esmalte heráldico, tomillos y margaritas, de áureos corazones y fragantes cantuesos, que recuerdan el día en que el Señor, bajo su palio, recorre las callejas pueblerinas. Serían mis hermanos, las cigarras y los grillos, menudos tañedores que en esta noche de San Juan, sonora,

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ofrecen su concierto a las estrellas y la ranita de esmeralda viva y de oji l los estáticos, saltones. Yo tendría un cantar, sólo una nota y una vez y otra vez la lanzaría uniéndome al inmenso y amplio coro de las noches de Junio, tan cereñas. Yo quisiera vivir en los trigales y nacer un poquito cada día en la fiesta tr iunfal de las auroras, y mor i r un poquito cada tarde en largos, melancólicos ocasos y dormirme en e l seno de la tierra cuando, al compás de rítmicas eegures mi f rági l selva se rindiese al suelo.

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S E M A N A S A N T A

p A R D E de Miércoles Santo. ¿Dónde vas, el carpintero?

—Las monjas de San Antonio me l laman a su convento para armar las mismas gradas que labraron mis abuelos—. ¡Pompa humilde de las monjas! ¡Majestad del monumento de percales deslucidos! — A su púrpura, dio el tiempo claros tonos de amatista, matices de vino viejo—. Entre tablas carcomidas ramos de fragante espliego. ¡Alabaría estas galas Francisco, juglar del C ie lo ! Cuando los martil los laten Hora una monja, al recuerdo de aquellos clavos agudos de Jesús el Nazareno.

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X—ÍE de loar vuestro encanto •—mis ciudades castellanas—

el día de Jueves Santo que hace callar las campanas.

Que hace callar las campanas en todos los campanarios porque el Señor, escondido, velando está en los sagrarios.

Velando está en los sagrarios en memoria de la pena de aquella su despedida después de la santa cena.

Después de la santa cena nos dejó la Eucaristía y el huerto vio los misterios de la divina agonía.

De la divina agonía la tristeza persevera en tanto que por los campos anda ya la primavera.

Anda ya la primavera por los manzanos en flor.

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Las gentes van por las calles buscando a Nuestro Señor.

Buscando a Nuestro Señor que en e l monumento espera. —Suave murmullo de rezos; olor de flores y cera—.

Olor de flores y cera l lena toda la ciudad. Hasta los niños adoran a Cristo en su soledad.

A Cristo en su soledad no turbe vuestro clamor. ¡Ya le cantaréis, campanas, día de Pascua Mayor !

A U N la Muerte huía de e l la ; que hasta la Muerte [se aterra

del br i l lo de aquellos ojos, que ya no saben llorar. ¡Era su pena tan grande, que no cabía en la T ie r ra ! ¡Era inmensa como el cielo, y era amarga como el mar ! ¡La madre del asesino! Se apartaban a cu paso las mujeres, conmovidas por un espasmo de horror;

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la madre del asesino vagaba sola, al acaso, medio muerta de fatiga, de vergüenza y de dolor.

¡Señor, que en todas las penas guardas secretas [dulzuras,

y con la mirra del llanto mezclas un poco de m ie l ! •Señor, que tan suavemente nuestras hondas llagas curas! ¿Qué consuelos encontraste para un dolor como aquél?

¡Viernes Santo! Por las rúas llevaban a Cristo muerto; preludiaban los clarines una marcha funeral. ¡Viernes Santo! Ab r i l cubría de nuevas flores m i huerto y llenaba de fragancias la brisa primaveral. Con matices de violeta se va oscureciendo el cielo; avanzan, en largas filas, trémulos puntos de l uz ; con la faz de blanca cera sobre el negro terciopelo, va la madre dolorosa, llorando al pie de la Cruz. Stabat Mater..., cantaban los coros pausadamente, y su voz, como un sollozo, se perdía en un temblor. Las dos madres enlutadas se encontraron frente a frente, pasados los corazones por la espada del dolor. ¡Señora!—clamó la anciana—, tú llevas al hi jo inerte; pero m i pena es tan grande, que n i aun la tuya es igual : si m i hi jo fuera inocente, ¿qué me importara su muerte? ¡Tú sabes que el tuyo es Santo!, ¡y el mío es un cr iminal ! Espantada de sí misma, cayó a los pies de María, y sus labios temblorosos dijeron una oración.

L a Madre de los Dolores, más pálida todavía, sin que nadie lo entendiera, la habló quedo al corazón.

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Y la di jo así: " H i j a mía, ¿quién puede medir mis [duelos?

¡No hay angustias en la tierra que en m i corazón no [estén!

No lloro por Jesucristo, que vive y reina en los Cielos; m i pena es tu misma pena: ¡l loro por tu hi jo también!"

P N O M I N G O de G lo r i a ! ¡Campanas al viento! Relumbran las luces del altar mayor.

¡Corazón que el pecho bates, de éontento! ¡Campanita her ida! ¡Dobla tu clamor!

¡Aleluya, amigos! E n la tumba abierta los candidos lienzos plegados están. Aleluya, amigos, que la nueva es cierta ¡oidla en los labios de Pedro y de Juan !

Santa Magdalena llorando porf ía: —¿Dónde me escondisteis al B ien que perdí?-E l buen jardinero la dice: —¡María!—• y, a través del llanto, conoce a l Rabbí.

Los dos peregrinos, la esperanza muerta por las agrias sendas caminando van;

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la voz del Viajero su fervor despierta y le reconocen al part ir el pan.

¡Domingo de G lo r ia ! Los siglos han visto vencida la muerte, triunfante el Dolor ; , con Cristo sufristeis, gozad hoy con Cristo, los amigos fieles de Nuestro Señor!

m

Y ' O te invito a mis boda», como al mejor amigo; sin t i , no será alegre m i banquete nupcial.

Tu paz llene m i casa. Tú , Señor, sé testigo de que doy sin reservas m i corazón leal.

Como en Cana, las hidrias del banquete de bodas quedarán rebosantes de un generoso vino; y toda nuestra vida y nuestras obras todas han de guardar fragancias de tu l icor divino.

E n tu l icor divino, que las almas embriaga, encontraremos fuerzas para llevar la cruz. ¡Conversa con nosotros! ¡Que tu verbo nos haga mejores y más puros, sedientos de tu l uz !

Y o te invito a mis bodas, con tu madre María. ¡El pisar mis umbrales, no desdeñes. Señor! Que, si t ú la bendices, será la casa mía alegre, santa y fuerte, mansión del buen amor.

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¡Señor, sé nuestro huésped, como en Betania fuiste! ¡Parte el pan con nosotros, viajero de Emaús! Que no haya en nuestra vida jornada alegre o triste en que no nos conforte tu presencia. ¡Oh, Jesús!

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P O E M A S I N É D I T O S (De 1931 a 1939)

CANTO A LA BANDERA VIEJA

f R A N D E R A de sangre y oro» • bandera vieja de España, vibrante como un clarín, ardiente como una l lama! Bandera de las derrotas: ¡Yo más que nunca te amaba! ¡Por toda la faz del mundo, tus hogueras flameaban y se fueron apagando al viento de la desgracia! Bandera que arriada fuiste en tanta tierra lejana, bandera de nuestros muertos, ¡hoy te han arriado en España! ¡Borraron tus armas Reales, rompieron la cruz del asta y por luto te ciñeron con una franja morada! ¡Bandera de sangre y oro vibrante clarín de España, no me podrán impedir que me sirvas de mortaja!

145

L A C A R A C O L A

I A N distante del mar, en la consola del pomposo salón isabelino,

la espiral de la vieja caracola que en un rayo de sol se tornasola llena m i mente de rumor marino.

E n un viaje lejano. ¿Qué fragata te trajo un día hasta las playas de oro? ¡Breve bajel de nácar y escarlata que entre las ondas de cobalto y plata en labios de un t r i tón, fuiste sonoro! Juguete de delfines y sirenas que en este árido pueblo de Castilla donde el viento se quiebra en las almenas aun guardas las eternas cantilenas del mar en las rompientes de la or i l la. Dime que historias de piratas cuentas a las flores de trapo, en e l fanal, y a las zagalas, que al oír te atentas su danza olvidan cuando suenan lentas del reloj las campanas de cristal.

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¡Tú, que serviste un día de modelo del capitel de Jonia a la voluta, y entre el bri l lante azul de mar y cielo viste pasar, tan leves como un vuelo, naves de Atenas en heroica ru ta ! Gracias te doy, porque a mis sueños fuiste siempre propicia, en m i niñez remota. ¡Oh caracola amiga, que fingiste junto a m i oído, la salmodia triste de la marea, en los cantiles rota! Po r t i supe de playas y navios y del bul l ic io alegre de los puertos y de los glaucos senos, tan sombríos, que tumba son de los marinos muertos. Y de radas de Oriente, donde riela la clara luna con reflejo vago. ¡Aguas del Ponto, que partió la estela de aquella venturosa carabela que a hispanas costas aportó a Santiago!

U n día, vieja amiga, he de volverte del mar a las caricias y a los juegos para que otra vez ruedes, nunca inerte, del hondo estero donde el Tur ia vierte hasta la gloria de los mares griegos.

145 lü

O R A C I Ó N A E S P A Ñ A

ThS esta la cuadrada fortaleza erguida proa del navio inmóvi l

hacia el tremendo mar de los misterios que bate día y noche sus rompientes. Aquí llegó, al final de sus jornada?, el Apóstol Santiago, y su barqui l la quedó sujeta en el profundo estero. Volaron sus palabras, cual centellas entre madura mies, y la fogata prendió toda esta tierra en llamas vivas y la Virgen María la hizo suya en dulce señorío, y fué por ella la patria de los mártires de Cristo cuyos combates esculpió Prudencio en el bronce de exámetros sonoros; L a patria de Domingo, luz de brasas, como un haz de sarmientos encendido y de Javier, conquistador de Oriente más fuerte que Ale jandro; la que el alma troqueló de Teresa de Cepeda.

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Por esto, España, fuiste inquebrantable sostén de la Verdad. ¡Oh el duro cielo cuya implacable luz, va enumerando la calidad exacta de las cosas! De aquí la luminosa Teología de Salamanca y ese noble anhelo de buscar las extremas consecuencias y de hui r de cobardes transacciones con el mal y el error. ¡Oh Santa España cuando todos claudican, y se rinden al suave maleficio del Oriente y la traición aceptan de Lulero contra la augusta majestad de Roma tú sola, España—la razón contigo— la faz de Europa azotas con tu guante y lanzas a la rosa de los vientos en reto hidalgo, tu pregón de guerra! No es digna Europa de mirar tu rostro; de comprender la caridad suprema del fuego redentor de Torquemada y aquella apasionada poesía qus acaso guarda, en sus aristas duras del Escorial , el arquitrabe adusto. Nunca los hombres que nacieron solo para la fáci l fiesta de la carne, comprenderán el bello teorema que fué tu vida toda. ¡Oh Rey Fe l ipe ! N i e l signo que dibuja con su espada el Duque Don Fernando de Toledo.

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¡Tú la augural sibi la de Occidente eoñadora del mar, cuyas pupilas reflejan de los glaucos horizontes el azur, y las llamas del ocaso! Po r quien no es ya e l extremo de la tierra la postrera Thulé. L a exploradora de la hondura de océanos y selvas. ¡Tú , la gran sembradora, que pudiste áurea cosecha recoger de imperios y la trocaste por cosecha de almas! L a que a través del cielo constelado de estrellas rutilantes, nunca vistas por ojos de cristianos, te lanzaste a explorar otros mundos, aun más bellos. Por esa intransigencia salvadora que hizo que para t i no cuenten nada l a sangre, y el dolor, y los martirios, hoy, temblando de amor, yo beso el polvo de tus reales caminos. ¡Oh, m i España!

Como a Pelayo en Covadonga otrora; como al C id en los áridos barbechos de Castilla gentil, o como al César ante el E l b a fangoso y el Danubio, España, para t i llegó el momento de medir y pesar cereñamente de la mentira v i l , la infame oferta

148

y tú has vencido, como siempre hiciste la tentación hacia la vida fáci l . ¡E l momento es venido en que al sol bri l le de tu sangre la púrpura encendida! ¡No crea e l mundo que la vía augusta que Cristo señaló para su reino cubierta está de rosas, y trazada a placer de cobardes y holgazanes! Y a no hay opción: la afrenta o el martirio y tú , m i santa España, tú escogiste como siempre, lo amargo y lo d i f íc i l y la Guerra segó, con sus segures la flor de tus altivos caballeros y se pudren los cuerpos de tus mozos por las sierras azules v los campos^ ya no labrados por los mansos bueyes, sino heridos por la áspera metralla. Como en la ge;ta de leyendas de oro, las esposas de Cristo, a hierro mueren y la tierra se empapa con la ofrenda de la sangre de ancianos y de niños. Y perdiste el tesoro de tus l ienzos: las piirpuras ducales del Ticiano y del Greco las vírgenes buidas preciosas cual marfiles bizantinos. Se abaten las vetustas catedrales que el tiempo, sabio orfebre, fué labrando y se derrumban, al plebeyo impulso, las claves imperiales del alcázar.

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E l triunfo de las gubias de Castil la, las tallas de polícromos reflejos se abrasan en sacrilegas hogueras. ¿Qué importa si conservas e l aliento, ¡oh, España!, para nuevas catedrales que vibren como un canto de Victor ia? ¡Bendita seas, Madre! Aun más, ahora, que cuando hallaste el escondido rumbo del Orbe Nuevo. Que ahora nos devuelves otro mundo mejor: el reino eterno que no conoce cotos n i fronteras.

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AI margen de la edición de Virgilio del P. Petisco, S. J . , para uso de los escolarei. Madrid 1804.

F U , que al ritmo y compás de tu deseo las áureas playas y los mares mides,

y, sobre el l ibro abierto, al Cielo pides de Eneas la fortuna, y de Odyseo.

¡Oh, el escolar en cuyos ojos leo anhelos de aventuras y de lides, y los trabajos ínclitos de Alcides envidias, y la gloria de Teseo!

Nunca abandones tu heredad nativa que en tanto tu V i rg i l io va contigo de todo el Universo eres el dueño.

Y en gratas siestas, en l a tarde estiva los anchos mares surcarás, amigo en la velera nave de tu ensueño.

151

V A C A C I Ó N

X n S T A tarde no hay escuela porque se ha muerto el Maestro,

iremos a buscar nidos al soto de Reboleño. ¡Viva el buen t iempo!

E l Maestro era muy joven; vestía siempre de negro; andaba por los caminos leyendo un l ibro de versos. ¡Viva el buen t iempo!

Trepando por las ventanas le vimos, rígido y yerto; una mujer sollozaba de rodillas en el suelo. ¡Viva el buen t iempo!

De flores están cubiertas las pomaradas del huerto.

152

Danzan al sol las avispas con un euave bordoneo. ¡Viva el buen t iempo!

Esta tarde hay vacaciones porque se ha muerto el Maestro. E n todas las cañaveras cantan mirlos y jilgueros. ¡Viva el buen t iempo!

153

Í N D I C E

Prólogo

Pág$.

P O E M A S C A S T E L L A N O S

(1920)

Romance de los fundadores 15 Canto a los v i l lanos de Cast i l la antigua 17 Caminos de Cast i l la 19 L a querel la 22 L a hembra de l gavilán 24 E l Rey 29 E l vencido 32 Impresión de Segovia en otoño 34 Impresión de Segovia en inv ierno 36 De la Judería v ie ja 39 Cetrería 41 E l acoso 42 Le t r i l l a 43

S O N E T O S E S P I R I T U A L E S

(1925)

Y o conocí a u n anciano, tan anciano 47 N o creáis que m i t ierra de Cast i l la 48 l A y , corazón! ¡Ay , corazón! Mend igo 48

155

Págs.

tC la ra noche est ival ! E l firmamento 49 D e un gran caudal eres señor, hermano 50 F a b i o : es muy triste condic ión numana 50 A m o r , como una lámpara vot iva 51 L a estancia, toda blanca, estaba l lena , 52 Bronce de catedral, ampl io y sonoro 52 A m o r que en e l si lencio sufre y vela 53 A l emprender l a ruta de l destino 54 A g u a : casta y alegre creatura 54 E l sabio orfebre, despaciosamente 55 Hermano mío , ¿lo recuerdas? r.... 56 H e de cantar la generosa mano 56 Como palomas, en t ropel alado 57 Y o he sentido. Señor, tu voz amante 58 P iedad , Señor, p iedad : que tus lumbreras 58 ¿Quién me dará, Señor, l legar a hablarte 59

R O M A N C E S D E L L L A N O

(1924)

M i s alcotanes 63 L a part ic ión 65 L a V i rgen de los Tr igos 68 Canto a l labrant ío 71 Noche en las eras 73 L a Galana 75 L a morada 77 L a peregrina 79 L a flor de Olmedo 81 C ie lo claro de Cast i l la 85

C A N T A R D E L A S T I E R R A S A L T A S

(1926)

Ofrenda 89 Cantar de las tierras altas 91 E l mol ino 93 E l for jador 96

156

Págs.

Jardín in ter ior 98 Camin i to de Santiago (rondel) 99 Canto t r iunfa l 102 V e n d i m i a 104 Inquietud 106 Otoñada 108 Sonetos de E l E s c o r i a l :

I. An te la tumba de l Emperador 111 II. L a galería de convalecientes 112

III. L a muerte del Rey 113 Estampa de v ia je 114 E l caballero del verde gabán 115 L lanto 118 Recuerdo de l mar 120

L O S C A M I N O S Y L O S D Í A S

(1935)

A la C iudad de Segovia 125 Tierras de M e d i n a ; leguas 126 Porque en tu o r i l l a , e l n ido 128 N o te pongas e l dengue 130 Quis iera pequeño, tan pequeño 131 Semana Santa 133 Y o te invi to a mis bodas, como e l mejor amigo 139

P O E M A S I N É D I T O S

(1931-1939)

Canto a la Bandera v ie ja 143 L a caracola 144 Oración a España 146 T ú , que a l r i tmo y compás de tu deseo 151 Vacación 152

157

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(VOLÚMENES DE 250 A 300 PAGINAS)

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L u i s T o r r e s

F f l l P E II iRsj di España y Menina éel UDinno)

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Mar iano Tomás

M A G A L L A N E S - ELGANO POR

Armando Me lón y r u i z de gorde jue la

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J. Garc ía M k r c a d a l

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FERNANDO EL CATÓLICO

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Josí Llampayas

OQX J U H OE SUSIR I3 (PALADÍN DE H CRISTIANDAD)

POR

M a n u e l P'brrXndis

EN PRENSA

EL GR 11 C A P U B I POR

Juan M o n h v v P u y o l

A L E J A N O R O F A R R E S I O ( D U Q U E D E P A E M A )

POR Ju l iXn Mar ía Rub io

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L O P E DF V E G A POR

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; Marqués de Lozoya

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