Kapuscinski - La Cacería Del Otro

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http://www.insumisos.com/diplo/NODE/2376.HTM January 8, 2013 La cacería del Otro | El Dipló La cacería del Otro A pesar de haber sido perpetrados durante la era contemporánea en las más diversas sociedades y culturas, por gobiernos en legal ejercicio del poder y tras campañas cuidadosamente organizadas que presentaban a las futuras víctimas como "enemigos del pueblo", los genocidios son percibidos como hechos aislados e irracionales, sin vinculaciones mutuas, en un mundo sobreinf ormado y bajo vigilancia. La percepción del Otro como una amenaza, como representante de fuerzas extranjeras y destructoras, es común a todos los regímenes nacionalistas, autoritarios y totalitarios de nuestra época. Se trata de un fenómeno culturalmente universal. Ninguna civilización fue capaz de resistir a la patología del odio, el desprecio y la destrucción, propagada por diversos regímenes en todas las latitudes. Llevada a su extremo, esta enfermedad adoptó la funesta forma de genocidios, que constituyen uno de los rasgos trágicos y recurrentes del mundo contemporáneo. Hay quienes ceden a la tendencia, fácil y cómoda, de tratar los diferentes capítulos de la historia de los genocidios como otros tantos episodios "incomprensibles" y aislados. Y ven en cada uno de ellos una explosión de furia colectiva. Dado que, de acuerdo con la teoría de la culpa metafísica de Karl Jaspers, esos acontecimientos nos cubren a todos de infamia, tratamos de olvidarlos rápidamente y de delegar toda esa delicada y dolorosa problemática a los historiadores especializados. Sin embargo, alcanza con analizar más atentamente ciertos genocidios para rechazar la teoría de la explosión irracional. En el origen de todo acto genocida se halla en efecto una ideología del odio, amplia y metódicamente propagada. Cada genocidio estuvo invariablemente precedido de largos preparativos técnicos por parte del aparato burocrático del Estado moderno. Lo cual permitió a politólogos y a filósofos tales como Zygmunt Bauman, Walter Laqueur o Hannah Arendt, formular una tesis inquietante: la civilización contemporánea comporta en su carácter, en su esencia y en su dinámica, rasgos capaces, en condiciones y en momentos dados, de engendrar un acto de genocidio. Conclusión pavorosa, advertencia ética alarmante. Pero, ¿cuándo surge un peligro así? Justamente en el momento en que se produce una ruptura entre la cultura y el sacrum, es decir, cuando el componente espiritual de una cultura se halla debilitado o ha desaparecido, cuando un entumecimiento ético se apodera de una sociedad cuya sensibilidad al vacío y al mal se halla atrofiada, ahogada, adormecida En última instancia, el precepto cristiano más ignorado y escarnecido actualmente es el que predica el amor al prójimo. La relación con el Otro ya debía ser problemática en tiempos inmemoriales, pues uno de los textos escritos más antiguos contiene ese mandato inequívoco: "¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo!"¿Habrá que creer que el rechazo del Otro, y hasta la hostilidad hacia él, constituyen un rasgo inmanente de la naturaleza humana? El hecho es que todas las ideologías del odio contemporáneas -nacionalismo, fascismo, stalinismo, racismo- han explotado esa debilidad que representa la aptitud humana para rechazar al Otro y especialmente al Desconocido, sentimiento que algunos poderes logran transformar en hostilidad y aun en disposición criminal.

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La Cacería del Otro

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http://www.insumisos.com/diplo/NODE/2376.HTM January 8, 2013

La cacería del Otro | El Dipló

La cacería del Otro

A pesar de haber sido perpetrados durante la era contemporánea en lasmás diversas sociedades y culturas, por gobiernos en legal ejercicio delpoder y tras campañas cuidadosamente organizadas que presentaban a lasfuturas víctimas como "enemigos del pueblo", los genocidios sonpercibidos como hechos aislados e irracionales, sin vinculaciones mutuas,en un mundo sobreinformado y bajo vigilancia.

La percepción del Otro como una amenaza, como representante de fuerzas extranjeras ydestructoras, es común a todos los regímenes nacionalistas, autoritarios y totalitarios denuestra época. Se trata de un fenómeno culturalmente universal. Ninguna civilización fuecapaz de resist ir a la patología del odio, el desprecio y la destrucción, propagada pordiversos regímenes en todas las lat itudes. Llevada a su extremo, esta enfermedad adoptó lafunesta forma de genocidios, que const ituyen uno de los rasgos trágicos y recurrentes delmundo contemporáneo.

Hay quienes ceden a la tendencia, fácil y cómoda, de tratar los diferentes capítulos de lahistoria de los genocidios como otros tantos episodios "incomprensibles" y aislados. Y venen cada uno de ellos una explosión de furia colect iva. Dado que, de acuerdo con la teoría dela culpa metaf ísica de Karl Jaspers, esos acontecimientos nos cubren a todos de infamia,t ratamos de olvidarlos rápidamente y de delegar toda esa delicada y dolorosa problemát icaa los historiadores especializados.

Sin embargo, alcanza con analizar más atentamente ciertos genocidios para rechazar lateoría de la explosión irracional. En el origen de todo acto genocida se halla en efecto unaideología del odio, amplia y metódicamente propagada. Cada genocidio estuvoinvariablemente precedido de largos preparat ivos técnicos por parte del aparato burocrát icodel Estado moderno. Lo cual permit ió a politólogos y a f ilósofos tales como ZygmuntBauman, Walter Laqueur o Hannah Arendt, formular una tesis inquietante: la civilizacióncontemporánea comporta en su carácter, en su esencia y en su dinámica, rasgos capaces,en condiciones y en momentos dados, de engendrar un acto de genocidio. Conclusiónpavorosa, advertencia ét ica alarmante.

Pero, ¿cuándo surge un peligro así? Justamente en el momento en que se produce unaruptura entre la cultura y el sacrum, es decir, cuando el componente espiritual de una culturase halla debilitado o ha desaparecido, cuando un entumecimiento ét ico se apodera de unasociedad cuya sensibilidad al vacío y al mal se halla atrof iada, ahogada, adormecida

En últ ima instancia, el precepto crist iano más ignorado y escarnecido actualmente es el quepredica el amor al prójimo. La relación con el Otro ya debía ser problemát ica en t iemposinmemoriales, pues uno de los textos escritos más ant iguos cont iene ese mandatoinequívoco: "¡Amarás a tu prójimo como a t i mismo!"¿Habrá que creer que el rechazo delOtro, y hasta la host ilidad hacia él, const ituyen un rasgo inmanente de la naturalezahumana? El hecho es que todas las ideologías del odio contemporáneas -nacionalismo,fascismo, stalinismo, racismo- han explotado esa debilidad que representa la apt itudhumana para rechazar al Otro y especialmente al Desconocido, sent imiento que algunospoderes logran transformar en host ilidad y aun en disposición criminal.

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Las consecuencias de esta patología alcanzaron proporciones monstruosas en nuestraépoca, dado que en ella el poder se ve dotado de estructuras estatales ef icaces, equipadascon las tecnologías más modernas, incluso en materia de homicidio. Así es como apareció elespantoso fenómeno del genocidio industrial.

El genocidio es un acto criminal premeditado, sistemát icamente organizado y puesto enpráct ica, cuyo objet ivo es el exterminio de comunidades civiles elegidas según criterios denacionalidad, raza o religión.

La historia del siglo XX cuenta al menos nueve episodios de genocidio (la palabra "episodio"no es sin embargo la más adecuada, pues esas matanzas generalmente duraron muchot iempo): en orden cronológico, la matanza de armenios por parte de la Turquía moderna(1915-1916); el exterminio mediante hambrunas de millones de campesinos ucranianos porel régimen stalinista (1932-1933); el aniquilamiento de la población de Nankin y alrededorespor los ocupantes japoneses (1937-1938); el Holocausto de la población judía de Europaperpetrado por los nazis (1941-1945); el asesinato de millones de musulmanes e hinduístasen la India durante la secesión (1947-1948); los millones de víct imas de la revolución, llamadacultural, desarrollada en China por el régimen de Mao Zedong en las décadas de 1950 y1960; el aniquilamiento de la población camboyana (1975-1978); el exterminio de una parteimportante de la población de Timor-Oriental a manos del ejército indonesio y de las miliciaspro-indonesias a part ir de 1975; la liquidación de la comunidad tutsi por parte del régimen delos hutus en Rwanda en 1994. Esta lista no es exhaust iva, pues el siglo XX fue además fért ilen incidentes f ronterizos dif íciles de calif icar de manera unívoca (fundamentalmente enSudán, Sierra Leona y los Balcanes).

Si se buscan puntos de referencia, denominadores comunes en ese laberinto de crímenes,ment iras y odio, se desprenden algunos rasgos.

Todos ellos fueron organizados por gobiernos of iciales, en ejercicio legal del poder en elpaís, que se benef iciaron con la pasividad de la opinión pública mundial, lo que conf irma lacrisis de sensibilidad ét ica de las civilizaciones contemporáneas.

El genocidio no es el producto de una sola cultura, ya que lo cometieron paísespertenecientes a círculos culturales muy diversos. Esto muestra cuán ridícula es la idea deque una cultura part icular estaría genét icamente predispuesta al genocidio.

Existe una vinculación evidente entre genocidio y guerra. Todos los casos mencionados seprodujeron en un clima de guerra o de amenaza de guerra.

Ningún genocidio del siglo XX fue perpetrado en países donde reinaba la democracia. Estaaparece, hasta ahora, como la única barrera ef icaz contra las tentaciones genocidas.

Todos los gobiernos que planif icaron genocidios siempre comenzaron por destruir, a losojos de sus f ieles, la imagen del enemigo, futura víct ima. Cuanto más inserto en el corazónde la sociedad se hallaba ese enemigo -en la familia, en la aldea, en la ciudad, en lacomunidad- más peligroso parecía: viviendo bajo el mismo techo, podía incendiar la casa yenvenenar a los habitantes. Un enemigo lejano, abstracto, no hubiera tenido característ icassuf icientemente marcadas y fáciles de imaginar, lo bastante atemorizadoras como paraimpulsar a los sujetos a la matanza.

Crímenes análogosEl enemigo podía ser de un origen diferente -otra clase social, otra religión, otra etnia- pero,en términos de propaganda, siempre recibía la misma et iqueta: "enemigo del pueblo"(Nationfeind en alemán, vrag narodu en ruso, etc.). A lo largo de todo el siglo XX la amenazaa la existencia nacional siempre se percibió como el peligro supremo.

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Como lo comprueba el profesor Zygmunt Bauman en su libro Modernity and the Holocaust1,la voluntad genocida se benef ició con la ayuda de los avances tecnológicos: estospermit ieron, de alguna manera, matar a distancia, no personalmente, lo que libraba a losinst igadores de eventuales remordimientos. Pero ese caso t ípico no se puede generalizar.Por ejemplo, los organizadores del genocidio de Rwanda, en 1994, intencionalmenteordenaron a sus milicianos que no mataran con armas automát icas sino con machetes:obligándolos a masacrar con sus propias manos se proponían reforzar simbólicamente lacohesión en sus propias f ilas.

En todos los casos, el desenlace de la matanza y el exterminio de la comunidad perseguidaestuvo precedido de un periodo de sufrimientos, de hambruna, de humillación, de terror, a f inde que, de alguna manera, la muerte pudiera ser experimentada por las víct imas como ungesto de misericordia, como una liberación.

En f in, en todos los casos, el genocidio fue preparado y realizado en un contexto social deprofunda crisis económica, polít ica y moral, en un momento en que la conciencia religiosa sehallaba eclipsada, los sent imientos atrof iados, y anulada la capacidad de dist inguir el bien delmal.

El tema de la patología del poder contemporáneo que en casos extremos degenera engenocidio, suscitó la publicación de centenares de libros, miles de ensayos y una mult itud dedocumentos. En esos textos, cada acto genocida es ciertamente percibido, examinado ydescripto de manera objet iva, pero por separado, como un elemento aparte, sin vinculacióncon otros crímenes análogos. Sin embargo, aunque cada uno de esos vergonzososepisodios se dist ingue por su especif icidad -pensamos fundamentalmente en el carácterexcepcional del Holocausto- sus móviles y sus mecanismos criminales comportan rasgosanálogos. Más aún en la medida en que cada uno de ellos no concierne únicamente a ungrupo de personas dado -religioso, étnico, social o ét ico- sino que const ituye una catástrofecolect iva que afecta a toda la sociedad, una gran derrota del humanismo, una culpa queindirectamente abruma a todos quienes viven sobre esta Tierra.

Generalmente evaluado en términos sintét icos y globales, el siglo XX es analizado como elsiglo de dos totalitarismos -el fascismo y el comunismo- y de dos guerras mundiales. Es elsiglo de Auschwitz y de Hiroshima. En cambio, en ninguna parte hallamos la af irmación deque fue un siglo de genocidios (independientemente del cont inente, el período y la culturadonde tuvieron lugar) repet it ivos, premeditados, organizados por gobiernos en ejercicio yque dejaron cant idades monstruosas de víct imas, la mayoría de las veces completamenteinocentes. En efecto, los actos genocidas del siglo XX causaron más muertos que lasguerras mundiales. En cuanto a las destrucciones materiales que produjeron, son en generaldif íciles de evaluar.

¿Por qué nos negamos entonces a ver nuestro t iempo como una época que, regularmente,de una manera sistemát ica dif ícil de entender, engendra tales crímenes de masa? ¿Por quéno buscamos vinculaciones, sin embargo evidentes, entre el genocidio de la revolucióncultural de Mao Zedong, el exterminio de millones de habitantes en Camboya y los cientosde miles de rwandeses asesinados? Todo ello, no obstante, se produjo en el mismo períodoen nuestra aldea global, un universo de comunicaciones ef icaces, sof ist icado ysobreinformado, un planeta bajo vigilancia de una red de satélites y de una mult itud defuncionarios de las organizaciones internacionales…

Negación e impunidadEse reduccionismo que consiste en describir cada genocidio por separado, como si estuvieradesvinculado de nuestra cruel historia y más part icularmente de las desviaciones del poderen otras partes del planeta, ¿no es una manera de evitar las preguntas demasiado frontalesy fundamentales sobre nuestro mundo y sobre las amenazas que sobre él se ciernen?

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Descriptos y situados al margen de la historia y de la memoria, los episodios genocidas noson vividos como una experiencia colect iva, como un infortunio común que nos une a todos.

Otra desgraciada consecuencia: habitualmente, los seres humanos de una civilización y deun cont inente, ignoran que en otro cont inente, en la esfera de otra cultura o etnia, unacomunidad o un pueblo fue exterminado. Incluso un crimen como el Holocausto espráct icamente desconocido en África o en India. La matanza perpetrada en un país sóloconcierne a la conciencia de ese país: pocas veces sus ecos se propagan hacia otrasculturas.

El poder -sobre todo el poder estatal que comete un genocidio- goza de una granimpunidad. El t ribunal de Nuremberg representa una excepción, que además sólo juzgó a unaínf ima parte de los criminales nazis. A veces ocurre que un funcionario estatal ocupa elbanquillo de los acusados. En general, cuanto más alto en la jerarquía se sitúa el criminal,mayor es su impunidad. Un verdugo de menor cuantía t iene muchas posibilidades de acabaren la horca, mientras que el de gran envergadura generalmente es intocable. Ese es el puntodébil del sistema judicial internacional, que se dist ingue por su f ragilidad, su inconsecuencia,su oportunismo.

Son raros los casos en que un Estado cuyos dirigentes organizaron un genocidio reconozcasu falta. Los alemanes son la excepción que conf irma la regla. En la mayoría de los otroscasos, el poder o bien rechaza cualquier sospecha de genocidio, o bien guarda un silencioobst inado. El gobierno turco cont inúa negando que en ese país un millón y medio dearmenios hayan sido asesinados bajo el régimen otomano; el gobierno ruso silencia lamatanza de diez millones de campesinos ucranianos; el gobierno de China rechaza lassospechas de la masacre de veinte millones de ciudadanos en los años 1960…

Lo más agobiante es el desconcierto general de la opinión pública, la indiferencia moral, laincapacidad para reaccionar ante el mal. Estamos tan acostumbrados a él, que ya perdiópara nosotros todo valor de advertencia. Antaño demonizado, hace t iempo que el mal se habanalizado, adoptando una apariencia t rivial y engañosamente corriente, al punto defundirse completamente en nuestra vida cot idiana.

Si hace t iempo el mal se vinculaba con fenómenos tales como un estallido de irracionalidad,una erupción incomprensible de inst intos ciegos, una sed irrefrenable de venganza, ahoraaparece cada vez más bajo la forma de una organización fría y astuta: se habla de"delincuencia organizada", de "clandest inidad organizada", de "crimen organizado", etc.

Y como no existe ningún mecanismo ni ninguna barrera legal, inst itucional o técnicasuscept ible de impedir ef icazmente los futuros actos de genocidio, la única defensa contraellos reside en la moral elevada de los individuos y de las sociedades: una concienciaespiritual viva, una fuerte voluntad de hacer el bien, una escucha permanente y atenta delmandamiento: "¡Amarás a tu prójimo como a t i mismo!".

1. Zygmunt Bauman, Modernity and the Holocaust, Polity Press, Londres, 1991.

Ficha documental

Autor/es Ryszard Kapuscinski

Publicadoen

Edición Cono Sur

Número deedición

Número 21 - Marzo 2001