La agonía de la cultura

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76 La agonía de la cultura JONATHAN DIEZ Life Para Vargas Llosa, los jóvenes que chatean “piensan como un mono”. TIERRA Y CULTURA

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La agonía de la culturaJonathan Diez

Life

Para Vargas Llosa, los jóvenes que chatean “piensan como un mono”.

tierra y cuLtura

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L a civilización del espectáculo es un libro sobre la agonía de la cultura. Una agonía en la que la reflexión y

la introspección, valores esenciales para una vida virtuosa en tiempos pasados, desaparecen de la cotidianidad para abrir paso a un enemigo multiforme: el entre-tenimiento. Para Mario Vargas Llosa, la vieja cultura, el conocimiento profundo, el valor estético y trascendental, han desaparecido para permitir el acceso a una “nueva cultura”. Cultura que, para el nobel, no es más que la decadencia intelectual de nuestros tiempos.

Vargas Llosa es hijo del siglo XX. Encarna épocas que van desde mayo del 68 hasta la caída del Muro de Berlín. Para el nobel, en cada proceso político y social la cultura siempre ha sido de vital importancia, ya que, durante siglos, ha tenido diferentes acercamientos al saber humano: en Grecia, la filosofía; en Roma, el derecho; en el Renacimiento, el arte; y en la Ilustración (proceso más cercano a nuestro tiempo por la influencia en la cultura occidental), el conocimiento científico marcó la pauta de la evolución de la cultura.

Vargas Llosa, en un libro de resonancia mundial, abre nuevamente el camino a la discusión sobre la importancia (y crisis) de la cultura en el mundo contemporáneo: ¿Cuál es el rol de la cultura en nuestros tiempos? ¿Cómo nos acercamos los jó-venes a la cultura? ¿Qué es considerado cultura actualmente? ¿La cultura está muerta?

Del libro Notes toward the definition of culture del famoso poeta T. S. Elliot, publicado en 1948, Vargas Llosa recoge

el pesimismo respecto al futuro de la cul-tura. Para aquel, la cultura se ha apartado del “modelo ideal que representó en el pasado”, ese modelo en el que imperaba el conocimiento, el contenido, el fondo; en el que la sensibilidad y el conocimiento del espíritu eran orientaciones reales de la creación artística.

Ahora la cultura se enfrenta a un gran abismo, a la nueva pauta social de nuestros tiempos: la civilización del espectáculo. Pauta que le rinde culto al entretenimiento como pasión universal para escapar del aburrimiento. Pasión universal que ha banalizado la cultura, masificándola para satisfacer el hambre de la industria del entretenimiento.

Vidas representadas

Luego de la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo económico de las sociedades europeas (golpeadas por el holocausto pero con grandes expectativas de desarro-llo) y americanas favoreció el surgimiento de nuevas clases medias que, ávidas de conocimiento e información, crecieron vertiginosamente: dejaron de existir los parámetros morales de la religión, del sexo y de los partidos políticos. Las angustias de las primeras décadas del siglo XX, una vez terminadas, abrieron el paso a una búsqueda insaciable por la liberación de lo antes prohibido. El rumbo fue la diversión y no la reflexión.

Los espacios políticos y sociales crecieron y ampliaron el espectro de participación ciudadana. Las libertades se incrementaron y el ocio constituyó un estímulo central para la aparición

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de un pulpo que extendió sus tentácu-los a cada espacio de la sociedad, de la familia, del hombre: la industria de la diversión. Apoyado en el libre mercado, en el liberalismo económico, el pulpo ha tocado todas las áreas del conocimiento: el cine (Hollywood “mundializa” las películas), la escultura (“elegirse artista es empinar hacia la gloria aunque sea sobre una montaña de mierda paquidér-mica”), la literatura (la cultura libresca ha perdido vitalidad y hoy es desplazada por literatura light que no trasciende), el periodismo (el sensacionalismo y la cantidad de muertos marcan la pauta de las noticias) y la política (el político hoy debe estar del lado de las frivolidades y modas publicitarias, antes que creer en ideas, doctrinas e ideologías).

Pues ha triunfado el capitalismo, por-que en el “fetichismo de la mercancía” el consumo “sustituye toda preocupación de orden intelectual, cultural o política”. Lo que Vargas Llosa argumenta es que, cumpliéndose la profecía marxista, el hombre se ha enajenado debido a la com-pulsión obsesiva del consumo, alejándose de sí mismo en pos de mantener activo su consumo sistemático. Vargas Llosa escribe que el individuo, carente de decisión y engañándose cada vez que consume, ha sustituido la verdad de lo humano por “lo artificial y lo falso” y vive una “vida representada”.

¿Es el hombre moderno incapaz de desligar el consumo del valor real de lo comprado? ¿Es en realidad el consumo lo que aliena al hombre? ¿O el hombre se aliena a sí mismo porque no es cons-ciente de que los objetos son solo meras

mercancías? ¿Por qué el hombre se ha alejado de sí mismo para hacer que el consumo se convierta en la madre de todas sus angustias? Vargas Llosa afirma que el mundo contemporáneo, marcado por el consumo, se ha tragado la conciencia del hombre.

Es verdad que el consumo impone valores morales y económicos sobre una sociedad. Es verdad también que es el eje central del mundo actual. Sin embargo, no es el consumo por sí mismo el que doblega la conciencia: es el hom-bre quien se deja vencer por el valor y el precio de la mercancía. El consumo es una característica del mundo con-temporáneo, como lo fue la religión en la Edad Media. El valor de un objeto no está dado por el consumo, sino por el significado simbólico que le da el hombre. El consumo explica una parte esencial, la económica, de la decadencia cultural del mundo contemporáneo, pero es el hombre el responsable de los simbolismos que le atribuye a la mercancía. ¿Crisis de la cultura o del hombre?

¿reír o pensar?

La cultura se ha democratizado: ahora es de fácil acceso para todo el mundo. Para Vargas Llosa, el mundo actual está impregnado por la “cultura de masas”. No es difícil ni caro adquirir un libro de Borges, tampoco lo es escuchar una sin-fonía de Brahms. Punto positivo: el hecho de que la cultura ya no sea patrimonio de una élite es bueno porque se masifica y puede estar al alcance de todos. Punto negativo: esa promoción de las artes ha

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logrado el “indeseado efecto de trivializar y adocenar la vida cultural donde cierto facilismo y superficialidad del contenido de los productos culturales se justifican en razón del propósito cívico de llegar al mayor número. La calidad a expensas de la cantidad”.

Cuando Vargas Llosa afirma que la “alta cultura” se vulgariza porque su democratización (es reprochable mientras exista una exclusión de clase en el acceso a la cultura) sacrifica la “calidad a expensas de la cantidad”, quiere decir que la “alta cultura” es de “élite” porque requiere un ejercicio y sacrificio de profundidad llegar al quid de la intención del objeto artístico. Vargas Llosa dice que la “alta cultura” se ha masificado a causa de las leyes del consumo: para venderse debe generar patrones universales de valores como la diversión y el entretenimiento. La reflexión no vende, la sensibilidad tampoco. Es más fácil reír que pensar.

Vargas Llosa señala que la “alta cul-tura es obligatoriamente minoritaria por la complejidad y a veces hermetismo de sus claves y códigos”. Recién compren-diendo este nivel de argumentación, nos podemos preguntar: ¿es necesariamente compleja la “alta cultura”? ¿Tiene que ser “hermética en sus claves y códigos” para que sea considerada “alta cultura”?

¿Alguien podría decir, por ejem-plo, que los libros de Hemingway son abrumadoramente complejos? ¿No es acaso su bella y sencilla prosa lo que lo vuelve un referente clave en la literatura mundial? La “alta cultura” no necesaria-mente está caracterizada por la cantidad de reproducción, pero tampoco por la

complejidad de sus códigos. La cultura debe ser enfocada por cómo nos cambia la percepción de la vida, de la realidad. Luego de apreciar una pintura de Picasso, escuchar un mito ayacuchano o leer un cuento de Cortázar, ¿nuestra vida puede seguir siendo la misma?

Si una manifestación artística nos toca esa cuerda esencial que todos los humanos tenemos, creo que podría ser considerada cultura. Si lloramos con una canción de David Bowie o sudamos con un cuento de Edgar Allan Poe, es cuando la cultura revela los misterios del hombre: en el fuero interno, en las sensaciones, en las emociones. La cultura, me parece, debe siempre revelar, o intentarlo al menos, los distintos y misteriosos anillos de nuestra existencia.

Crisis de la palabra

En la era del espectáculo, la imagen es la verdad. El famoso refrán “una imagen vale más que mil palabras” encuentra en nuestra época su máximo significado. Marshall McLuhan llamaba “el baño de imágenes” a una entrega total a las imáge-nes que capturan nuestra concentración, aunque ellas, escribe Vargas Llosa, sean de “naturaleza primaria y pasajera”. Hoy un producto artístico es considerado “cultu-ra” dependiendo de su valor publicitario mas no por su trascendencia intelectual.

Siguiendo la línea de McLuhan, Vargas Llosa escribe que “hoy vivimos la primacía de las imágenes sobre las ideas”. El capi-talismo del entretenimiento ha logrado que el hombre moderno no se esfuerce por la concentración, por la reflexión,

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Ni la cultura ha podido librar al hombre del vacío de su existencia, sentencia Vargas Llosa.

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por la introspección. Los tiempos actua-les, veloces y fugaces en la red, no van de la mano con el hombre de discurso y pensamiento. En esa línea, Vargas Llosa sostiene, a partir de George Steiner, que es la palabra la que sufre una aguda crisis. La palabra y su contenido. En la concepción más tradicional de cultura, “el discurso hablado, recordado y escrito fue la co-lumna vertebral de la conciencia”. Hoy la conciencia, víctima del capitalismo, es violada por el poder de la imagen.

Vivimos en sociedades donde los esfuerzos por crear una conciencia inte-lectual no son bien recompensados. La intensidad de una lectura de Joyce no va con la fugacidad de la cultura actual (por eso los que se animan a esta aventura li-teraria son realmente “unos pocos”). Y si la profundidad ya no es valorada, ¿dónde queda la imagen social del intelectual? Ya no es la figura moral como lo fueron Kafka o Cervantes. Hoy pareciera que los intelectuales están destinados a ser felices en el mundo privado porque en el espacio público (qué lejos estamos de la época de Camus) el espectáculo lo impide.

El 4 de abril, Günter Grass levantó su voz con un poema incendiario que retumbó en el mundo (obtuvo portadas y reportajes televisivos) denunciando un posible ataque armado de Israel contra Iraq. Este ejemplo contradice la idea de que el intelectual ya no tiene peso en la discusión pública actual porque el poema de Grass generó más de una fuerte crítica contra todos los gobiernos relacionados con el armamentismo nuclear. Sin embar-go, ¿en qué quedó la protesta? ¿No fueron solo uno o dos días lo que la televisión y

los diarios le dedicaron? Al final, el poema desapareció de los medios y la voz de Grass fue olvidada.

¿Fin de la Cultura?

La civilización del espectáculo es un libro crítico con la época. Mario Vargas Llosa no se guarda nada. Además de un libro sobre la crisis de la cultura, lo es sobre la decadencia del hombre de los tiempos modernos. La lectura es obligatoria para comprender los patrones morales y sociales que dominan el mundo con-temporáneo. El libro profundiza en los males de la modernidad. Hacia el final, cuando me queda la intranquilidad de vivir en una sociedad frívola y sin con-tenido, el nobel escribe que la cultura, más aún ahora destruida por su banali-zación, no ha podido liberar al hombre del “desamparo y extravío” de la soledad de la existencia.

La cultura agoniza. No creo que esté muerta. Todavía hay esfuerzos de análisis y reflexión, aunque aislados y menosca-bados por la velocidad de internet. La tecnología debe ser entendida como un instrumento para que la cultura, a la vez de estar al alcance de todos, pueda influir en la conciencia de los ciudadanos. ¿Puede convivir el capitalismo con conciencias y sociedades críticas e inteligentes? Si la cultura continúa en cuidados intensivos, las sociedades seguirán comiendo infor-mación que beneficia a futuros gobiernos despóticos y autoritarios. La tecnología es un mal necesario, es el hombre quien, con conocimiento e inteligencia, debe poseerla. No al revés. n