La Bagatela - Colección Facsimilares Bogotanos

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GUSTAVO PETRO URREGO Alcalde Mayor de Bogotá D.C. / MARÍA SUSANA MUHAMAD GONZÁLEZ Secretaria General / GUSTAVO ADOLFO RAMíREZ ARIZA Director Archivo de Bogotá. / BERNARDO VAScO BUSTOS Coordinación editorial / ORLANDO DÍAZ Corrector de texto / IGNAcIO PRIETO Foto de portada (Antonio Nariño, obsequio del alcalde Ernesto S. de Santamaría a la ciudad) BLANcA DUARTE Edición digital y diseño gráfico / ALBERTO cÁcERES Digitalización del original / Subdirección Imprenta Distrital - D.D.D.I. Impresión.

El trabajo de depuración digital de La Bagatela comenzó con el proceso de escaneado, que se hizo a una resolución de 300 dpi, a partir de los originales. Las páginas digitalizadas fueron sometidas a un proceso manual de limpieza y restauración en

el que se corrigieron defectos de impresión y deterioro causados por el tiempo.

© Secretaría General - Alcaldía Mayor de Bogotá - Archivo de Bogotá2014

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ANTONIO NARIÑO Artífice de Bogotá

Aunque la sabana donde hoy está Bogotá fuera inicialmente poblada por los hijos e hijas de la diosa madre Bachué, aunque Santafé fuera fundada por el español Gonzalo Jiménez de Quesada en 1538, y aunque la ciudad fuera definitivamente liberada para ser capital de la República por Simón Bolívar, se puede decir que su verdadero creador fue Antonio Nariño, nacido en una de sus calles el 9 de abril de 1765 (parece que el nueve está ligado íntimamente con la historia de la capital).

Nariño fue quien la enseñó a ser la ciudad que hoy conocemos, ilustrada y progresista. Primero como librero, invirtiendo sus riquezas y sus fuerzas en esta empresa de la que se obtienen pocos beneficios económicos, pero para aportar infinitamente a la modernización mental de los habitantes de la villa. Como librero también enseñó a la ciudad a respetar y apreciar los poderes del papel impreso, y tuvo la genial idea de traducir e imprimir los Derechos del Hombre y el Ciudadano en 1793, que habían sido proclamados por la Asamblea francesa en 1789.

Por qué tradujo Nariño los derechos ha sido motivo de discusión: los oficiales españoles dijeron que lo hizo como parte de un complot internacional para derrocar al Imperio, los historiadores posteriores dirían que lo hizo pensando en alcanzar la independencia para Colombia (entonces Nuevo Reino de Granada), y el propio Nariño arguyó que simplemente lo había hecho porque el papel podía ser de interés para los lectores de la ciudad, que sin duda pagarían buen dinero por él.

GUSTAVO ADOLFO RAMÍREZ . DIRECTOR ARCHIVO DE BOGOTÁ

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Todas estas versiones tienen algo de cierto, y en todas se puede apreciar cómo Nariño consideraba el papel y las ideas lo suficientemente fuertes como para cambiar el curso de la historia. Y tenía razón. Sus ideas y escritos cambiaron la historia de la ciudad: con los periódicos que produjo en su famosa Imprenta Patriótica, con los periódicos que él mismo sacó durante el interregno de la primera República -llamada por él la “Patria Boba”-, siendo el más famoso La Bagatela, en la declaración de independencia del Estado de Cundinamarca del 16 de julio de 1813, y en la famosa defensa que hizo de su vida y su gestión ante el Congreso en 1823.

Pero Nariño también fue un hombre de acción y de gobierno. Siendo todavía muy joven fue alcalde de segundo voto y tesorero de diezmos, cargos en los que se desempeñó correctamente a pesar de que sus enemigos políticos trataran de enlodar su administración con reclamos infundados sobre su manejo de los diezmos.

Luego de escaparse en Cádiz de la prisión impuesta por su traducción de los Derechos, Nariño usó sus años en Europa para contactar a otros revolucionarios en potencia o acción y a defender la libertad total de las colonias españolas. Después, durante la primera República, fue presidente de Cundinamarca y comandó la famosa Campaña al Sur, que este 2014 cumple 200 años, y finalmente fue nombrado por el propio Bolívar vicepresidente del Congreso de Cúcuta, aunque las intrigas de Francisco de Paula Santander y sus seguidores dieran al traste con su carrera política y lo condenaran al ostracismo y a la muerte en 1823.

Ya sea con la pluma o la espada, desde el taller de impresor o desde el palacio de gobierno, desde la gloria del triunfo o la frustración de la cárcel, Antonio Nariño fue artífice de la Bogotá moderna y le enseñó a sus habitantes de ayer y hoy a valorar los documentos impresos como ”el alma de la ciudad”, a gobernar la ciudad con escrúpulos sin medida, y a defender las ideas que abogan por la libertad y la igualdad aunque en ello se nos vaya la vida.

Antonio Nariño estaba convencido de que se debía conformar un único gobierno central fuerte y que debía abogarse por la libertad absoluta; de ahí que en la mayoría de sus escritos los temas recurrentes sean el centralismo y la unidad nacional. El gobierno central suponía la más apropiada alternativa de organización y la única forma de impedir una posible reconquista en la República Granadina; por lo

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tanto Nariño se dedicó a convencer con sus ideales a los ciudadanos, a través del periodismo político que, en el Reino de la Nueva Granada, fue un medio sumamente importante para la difusión de las ideas republicanas y democráticas. Allí, como plantean Daniela Castellanos y Luis Guillermo Venegas, en su libro sobre la Historia del periodismo colombiano, se rendía culto a la libertad, se defendía al centralismo y criticaba y argumentaba porqué iba en contra de las ideas federalistas defendidas por Jorge Tadeo Lozano; Nariño reiteraba la importancia de las razones de la independencia y la legitimación de ésta. Así mismo, criticaba a la Constitución monárquica en la cual se reconocía a Fernando VII como soberano y también defendió fuertemente a la libertad de imprenta e hizo énfasis en los peligros que suponía la falta de unión entre los patriotas, ante una posible reconquista española, por eso hacía un llamado urgente a la necesidad de la unión entre todas las provincias.

El Archivo de Bogotá, en el marco de su política de difusión de la memoria histórica y documental de la ciudad, pone a disposición esta nueva edición facsimilar del que es considerado el primer diario de oposición del país, La Bagatela, desde cuyas páginas Antonio Nariño tumbó al presidente Jorge Tadeo Lozano, y que inició los vínculos tan directos que siempre han tenido en Colombia la prensa escrita y la política.

Con esta nueva entrega de nuestra colección de facsimilares, queremos poner a disposición del público en general algunos de los más importantes libros e impresos patrimoniales de la ciudad, que por su antiguedad y estado de conservación tienen restringuido su acceso o son de difícil consecución

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Don Antonio Nariño fue casi toda su vida un perseguido por abrazar la causa de los derechos humanos y de la autonomía territorial. Para el régimen imperante, Nariño fue un conspirador que, traducido en una palabreja de nuestro tiempo, equivalía a ser ‘terrorista’.

Más allá del conspirador o terrorista o guerrillero, pues también se alzó en armas contra el régimen imperante, Nariño era un visionario progresista, con una inteligencia superior que sus contradictores no solo envidiaban sino que buscaban aniquilar, entre ellos un Azuero, y un Gómez, que levantaron acusaciones para impedir que un hombre de su talante e inteligencia se convirtiera en un obstáculo para sus intereses clasistas en el Senado.

De esa acusación es la célebre defensa de Nariño, una pieza oratoria magistral que no podrán leer y entender la mayoría de los congresistas actuales y mucho menos cualquier Gómez.

El subversivo Nariño fue de los primeros en conocer el valor de la imprenta, un instrumento difusor de ideas que había llegado por primera vez a América por México en 1539, pero que llegó a Bogotá dos siglos después, en 1739, cuando ya se había establecido en otras regiones como Lima (1584), Guatemala (1641), Paraguay (1705), La Habana (1707) y Córdoba, Argentina (1766). Posteriormente llegaría a Ambato, Ecuador (1754), Quito (1760), y luego en otras ciudades del sur del continente.

RODRIGO SILVA VARGAS . PERIODISTA

LA BAgATeLA Símbolo de la imprenta, de la libertad y la independencia

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De esa imprenta se valió no solo para traducir del francés los Derechos del Hombre, sino apelar al periódico, que en su tiempo llamaban ‘papeles públicos’ para exponer sus ideas progresistas sobre el gobierno de la república en tiempos de la Patria Boba, apelativo perfecto en aquellos tiempos como en los de ahora.

La Bagatela fue su gran producto periodístico y tal vez el elemento sustancial que nos deja conocer el genio de Nariño y su causa libertaria e igualitaria. Las salidas de la misa de la Catedral en plena calle real, se convertían en el momento preciso para difundir las ideas y entregar los análisis de lo que ocurría en el país y en el mundo, ya en las provincias de Neiva, Popayán o Cartagena, como en Estados Unidos, España, Francia o Inglaterra.

Durante 36 domingos, desde el 14 de junio de 1811, y con varias ediciones extras, La Bagatela creó opinión pública, a favor la más de las veces, y en contra en unas pocas, en especial de quienes creen en el ‘orden establecido’ o en la ‘ley natural’ como principios rectores venidos del más allá para usufructo de unos pocos iluminados. La Bagatela terminó llevando a Nariño a la Presidencia del incipiente Estado de Cundinamarca, mientras algunos genios díscolos, y otros con sus intereses, concebían ese breve periodo de la Independencia como el simple cambio de un régimen de ultramar por uno ultramontano.

Ya lo había advertido Nariño desde el primer número de La Bagatela, contando un cuentito a manera de prospecto de su publicación: “Un egipcio tocador de laúd soñó que tocaba delante de un burro. Se dice que por lo pronto no reflexionó sobre ese sueño; pero que habiendo pasado a Menfis Antioco, rey de Siria, a visitar a su sobrino Tolomeo, este envió a llamar al músico para que divirtiera a su tío. El tal Antioco ni entendía, ni gustaba de la música, y así oyó tocar con distracción, y al fin mandó retirar al músico. Bien había soñado yo, dijo el músico al salir, que tocaría delante de un burro”.

El símil no podría ser mejor para “presentar” La Bagatela en la sociedad que solo hacía unos pocos años había conocido ese vehículo subversivo que era la imprenta, mediante el cual los aventajados de su tiempo pudieron entregar informaciones diferentes a lo que decían algunos curas que la Biblia decía, y a las novenas y cantos religiosos, en un régimen que impedía contar que no es el sol el que le da vueltas a la tierra como dice el texto bíblico. No en vano el Observatorio

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Astronómico santafereño fue un centro de reunión de conspiradores y terroristas de su época.Ese fue el mensaje de Nariño desde el periodismo político: enseñar a mirar las cosas de una manera distinta, pensar de manera diferente “al orden natural”, abrir los ojos de los ciudadanos sobre lo que venía, e ir delante de su tiempo. Un mensaje que aterrorizaba a algunos porque se convertía en amenaza frente a sus intereses, un progresista que se convertía en peligro para los Gómez y Azuero, y a esos sectores clericales medievales que recitaban muy bien en sus latines pero no entendían la voz del pueblo.

Por algo se le llevó a Nariño a la cárcel, a la tortura, a la pérdida hasta de su familia (recuerdo que hay muy pocos ciudadanos que lleven su apellido) y hasta que algún sector oscurantista impidiera una misa en su memoria en la Catedral de Bogotá, para no molestar a los detentadores del nuevo poder que consideraban al más grande de los bogotanos, como una especie del “comunismo ateo”, aunque no fuese ni lo uno ni lo otro.

Para citar a un escritor profano, temido y perseguido como José María Vargas Vila (también bogotano): “El Calvario de la Justicia sobre la Tierra: eso es la Historia”. Lo increíble es cómo ese Calvario se repite una y otra vez

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En 1774, en el parlamento británico, mientras improvisaba uno de sus memorables discursos, Edmund Burke señaló al palco de la prensa y dijo: “Hay tres poderes en el Parlamento. Pero allí, en la galería de los periodistas está el cuarto poder, el más importante de todos”. La sentencia de este pensador y parlamentario se cumplió a cabalidad porque -al amparo de la política y el auge económico que trajo consigo el capitalismo en el siglo XIX- la prensa se constituiría en fuente de poder por sí misma, como consecuencia de su desarrollo económico, técnico y organizativo.

El descubrimiento del valor político e ideológico de la noticia, ya advertido por Burke, fue el motor del desarrollo del periodismo en Inglaterra, primero, y luego en el resto del mundo. A comienzos del siglo XVIII, los políticos se dieron cuenta del enorme potencial de la prensa para moldear la opinión pública y de hecho, como ocurrió en Francia, en los tiempos de la revolución de 1789, se promulgaron leyes para su ejercicio, censura y control. En América Latina, y en particular en la antigua Nueva Granada, el periodismo también creció a la sombra de los partidos políticos, de las ideologías cambiantes y de los intereses y compromisos de clase de las élites gobernantes.

Desde poco antes de 1810, los criollos habían comenzado a concebir ideas a favor de la independencia como consecuencia de la situación inestable de España por la invasión napoleónica. Como consecuencia, en toda hispanoamérica aumentó el número de imprentas que sirvieron de plataforma a los nuevos intereses políticos. Aparecieron el Diario

LA BAgATeLA y el periodismo político

BERNARDO VAScO BUSTOS . PERIODISTA

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Político y la Constitución Feliz en la Nueva Granada, El Semanario de Caracas, La Aurora de Chile, El Pensador Americano, El Diario Secreto de Lima, el Correo del Comercio, de Buenos Aires y, entre otros, La gaceta de Cartagena de Indias. Desde estos diarios se llevó la relación de los acontecimiento bélicos de los procesos de separación de España y se dio cabida a las proclamas de los diferentes líderes, así como a la defensa del derecho de los americanos de crear sus juntas de gobierno; derecho a decidir el camino a seguir en ausencia del Rey, igualdad de representación americana en España y derecho a expresarse libremente.

A lo largo de aquel siglo, al igual que en Europa, los periódicos en Hispanoamérica se vincularon de forma definitiva a un partido o ideología, en un proceso que consolidó la prensa política, que adquirió un gran poder como resultado de su influencia social. En la Nueva Granada surgieron periódicos personalistas, en realidad una especie de panegíricos diarios o quincenales dedicados a ensalzar a los héroes patrios, como Bolívar, Santander, Nariño, etc. Posteriormente, aparecieron diarios políticos, surgidos al calor de la lucha revolucionaria, y –finalmente- hacia mediados del siglo XIX, el periodismo partidista, que creció de la mano de las batallas y guerras entre liberales y conservadores.

En aquellos años, en el ejercicio del cuarto poder no importaba tanto informar como sí persuadir; se fundaban periódicos para lograr las más altas dignidades de los partidos, de la democracia y de la administración pública y, por supuesto, para llegar al solio presidencial. Sin embargo, no pocas veces, aquellos mismos periódicos –muchos de los cuales tuvieron una existencia efímera- alimentaron la lucha sectaria entre liberales y conservadores. Con razón, Germán Arciniégas sostenía que “…el periodismo (colombiano) del siglo XIX no fue lugar de reposo sino de combate. No se dio la libertad al periodista para gozarla sino para defenderla. Se luchaba en un siglo de caudillaje bárbaro”.1

Desde la aparición de La Bagatela, considerado como el primer modelo de periodismo de oposición, hasta la fundación en Medellín de El Espectador, finalizando el siglo XIX, los diarios colombianos fueron el reflejo de las contradicciones políticas de la naciente República.

1. G. Arciniegas, “Dos siglos de periodismo”, Revista Lámpara, XXVIII (114), 1991.

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Nariño, por ejemplo, uso aquel folletín político y satírico para apoyar el centralismo y advertir sobre las consecuencias de la falta de unión de los patriotas en una eventual reconquista española de la Nueva Granada.

En la edición del jueves 19 de septiembre de 1811, estampó una Bagatela Extraordinaria, con el título “Noticias muy gordas”, un editorial que tumbó al presidente federalista. Allí espetó:

“Abramos, por Dios los ojos! la hora ha llegado: nuestra ruina es irremediable si no nos unimos, si no deponemos todas las miras personales. Todos los resentimientos pueriles, y sobre todo esta apatía, esta confianza estúpida, esta inacción tan perjudicial en momentos tan críticos. Que el fuego sagrado de la Patria penetre en nuestros corazones y los inflame con la justicia de nuestra causa y los riesgos que nos amenazan; que no haya más que un sentimiento, un fin; que no se conozcan más distinciones de patria, de profesiones, para defender nuestra libertad, que el ser ciudadano de Cundinamarca; y finalmente, que no se oiga más que una sola voz: salvar la Patria o morir”.

Este editorial y otras noticias del mismo cuño tuvieron una consecuencia previsible: cayó el gobierno y el periodismo político entró en escena haciendo gala de un extraordinario poder al alentar un golpe de opinión que sacó a Jorge Tadeo Lozano de la presidencia de las Provincias Unidas de la Nueva Granada y lo llevó a él, al propio Nariño, a encabezar el nuevo gobierno.

La Bagatela de Nariño sirvió también para otros menesteres, como quejarse ante el gobierno de los desmedidos impuestos que se le cargaron al oficio periodístico. Ya en el número 2 escribió:

“Es cosa bien sabida que cuando se quiere prohibir directamente un órgano, no hay método más sencillo que recargarlo de impuestos. Aquí se sabe lo que cuesta el papel y la mano de obra de los impresores; cargando pues con una contribución de 20 ejemplares, a los autores, ¿Quién ha de poder imprimir? El Gobierno y sólo el Gobierno. De aquí nace que no veamos en la capital de Cundinamarca, después de haber proclamado una absoluta libertad de imprenta, más que un

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semanario ministerial para don José Acevedo y Gómez; y ahora que querían aparecer estas bagatelas, antes de venir el primer ejemplar, me quita el Gobierno 20, es decir 20 reales semanales, con que hay para hacer mi pobre mercado, y que al año componen la suma de 130 pesos; contribución espantosa para un miserable periódico y mucho más para su autor”.

Con el éxito de su gestión periodística, Nariño se convirtió entonces en crítico implacable de la Patria Boba y desde La Bagatela expresó sus ideas sobre la administración, insistió en la reforma de la Carta Constitucional y polemizó con sus enemigos. Tras unos meses de escándalos y debates, este diario político cerró sus páginas con un editorial el domingo 12 de abril de 1812: “Me había reservado la última bagatela con el fin de hacer una confesión pública de la victoria de mis enemigos, sudaban otro papel que contuviera en sí una verdadera utilidad, y que por sus pensamientos y por su idioma contribuyera a nuestra ilustración: pero el público ha visto, y seguirá viendo que la pandilla montalvánica solo se ha propuesto destruir La Bagatela y atacar al Gobierno”. Con esta edición terminó su vida la célebre publicación.

Tras Nariño y su bagatela, la prensa neogranadina encontró terreno fértil para prosperar. El mismo Bolívar, quien muy pronto advirtió los beneficios de usar la prensa en provecho de la causa libertadora, solía decir que “la imprenta (era) tan útil como los pertrechos en la guerra y (era) la artillería del pensamiento”, palabras cargadas con sentimientos de ideales de justicia revolucionaria, por los que estaba dispuesto a utilizar los medios de comunicación como su principal arma para internacionalizar la revolución, que se presentaba ante el mundo como una insurrección de vasallos en contra de su rey, Fernando VII. Para entonces, The Times –fundado en 1814- presentaba a Simón Bolívar como una leyenda. Su valor, heroísmo, persistencia y agresividad, también colmaban de atención los titulares en los diarios de Francia, España, Inglaterra y Alemania. Se le presentaba como un soñador que pretendía un imposible al intentar crear una república poderosa por su extensión y riquezas, derrotando la impenetrable resistencia española.

Bolívar ratificó la influencia del periódico como creador de matriz de opinión y como el vehículo más efectivo para expresar ideas y combatir dogmas: “El que manda debe oír aunque sean las más duras verdades y, después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que producen los errores”.

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El 4 de octubre de 1817, el Libertador celebró la llegada a Caracas de una imprenta importada de Londres, cuyo costo fue de 2.200 pesos. Al año siguiente puso en práctica su genialidad militar para sorprender al mundo intelectual con un arma devastadora, a la que llamó Correo del Orinoco, que se convirtió en el órgano de divulgación de las ideas revolucionarias, estandarte del pensamiento universal y adoctrinador de la filosofía bolivariana. El “Correo” circuló en medio de la guerra, disparando ideas de una manera tan demoledora como las balas de los fusiles y de los cañones; de ahí su eslogan: “Los soldados ganan batallas y el Correo del Orinoco gana la guerra”.

Se imprimía en cuatro páginas en “papel lino”. Se hicieron 133 publicaciones, más cinco ediciones extraordinarias, y la última -después de tres años y nueve meses de existencia- el 23 de marzo de 1822, cuando el Libertador mudó su teatro de operaciones a Bogotá y luego a Caracas, tras lograr la victoria en la batalla de Carabobo.

En la primera edición, el periódico anunció en su página cuatro decenas de becas artesanales ofrecidas por el nuevo gobierno para instruir a los jóvenes en artes gráficas, en el interés de Bolívar por crear más editoriales y hacer del periodismo una profesión. Sin duda, Bolívar fue pionero en incentivar y promover las artes gráficas, como la única manera de crear conciencia patriótica y nacionalista: “Un hombre sin estudios es un ser incompleto... La instrucción es la felicidad de la vida; y el ignorante, que siempre está próximo a revolcarse en el lodo de la corrupción, se precipita luego infatigablemente en las tinieblas de la servidumbre”.

El Correo del Orinoco fue el primer diario del continente que se publicó en varios idiomas a la vez: castellano, inglés y francés. A partir de ese momento, la revolución trascendía las fronteras, ocupando las primeras páginas en miles de periódicos en todo el mundo, motivando a los intelectuales a debatir sobre el tema de la guerra de Bolívar y obligando a España a justificar lo injustificable: “La opinión pública es el objeto más sagrado, ella ha menester la protección de un gobierno ilustrado, que conoce que la opinión es la fuente de los más importantes acontecimientos”.

Bolívar, consciente del poder de penetración de los medios de comunicación, impulsó la libertad de prensa, para lo que redactó toda una legislación innovadora en su proyecto de Constitución, la

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cual sometió a discusión pública, en la edición 36 del 7 de agosto de 1819: “En un Decreto especial del Libertador, se declara el derecho imprescriptible de comunicar todos nuestros pensamientos por todos los medios posibles. El artículo respectivo se halla concebido de la manera siguiente: El derecho de expresar sus pensamientos, y opiniones de palabra, por escrito, ó de cualquier otro modo, es el primero y más estimable bien del hombre en sociedad. La misma Ley jamás podrá prohibirlo; pero tendrá poder de señalar justos límites, haciendo responsables de sus impresos, palabras y escritos, a personas que abusaren de esta libertad, y dictando contra este abuso penas proporcionales”.

José Luis Ramos, último de sus redactores, escribió el 13 de octubre de 1834: “El Correo del Orinoco, ganó más batallas, hizo más prosélitos que las memorables jornadas de nuestra guerra de independencia”.

Bolívar era consciente de que el periodismo era un instrumento al servicio de las necesidades de información, organización, propaganda y movilización de los ejércitos patriotas. Y así ocurrió “definitivamente” al término de la contienda secesionista de España, cuando los periódicos se convirtieron en herramientas del debate político y, como tales, estuvieron al servicio de próceres civiles y militares, caudillos y caciques regionales, ligados todos ellos por múltiples lazos de camaradería, estirpe, amistad y compadrazgo con la élite intelectual del nuevo orden.

Hasta casi entrado el siglo XX, en todo caso, el periodismo colombiano fue hijo de una época de activa efervescencia política, consecuencia del nacimiento y consolidación de los partidos políticos, que se auparon alrededor de diarios a medio camino entre el pasquín y el panfleto. “En medio de la efervescencia patriótica, como afirma Isidoro Laverde, todo el mundo se creía obligado a emitir sus opiniones”.2 Con La Bagatela, Nariño fundó un estilo y un género que, en su esencia, se mantiene inalterado hasta el presente y sólo mecido por el vaivén de las pugnas políticas de cada época. Desde los primeros libelos de este prócer hasta las páginas de opinión de los grandes diarios actuales, la prensa colombiana ha sido muchas veces trasunto fiel de la enconada lucha sectaria en el país

2. Isidoro Laverde Amaya, El periodismo en los primeros años de la República. Biblioteca Luis Ángel Arango. En: http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/lagreen/lagreen8.htm

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© Primera edición 1000 ejemplaresSecretaría General - Alcaldía Mayor de Bogotá - Archivo de Bogotá

Impreso en Colombia. 2014

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