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CRÍTICA DE LIBROS LA CONSTRUCCIÓN CONCEPTUAL COMO EXPLICACIÓN HISTÓRICA DEL CONCEPTO DE CRÍTICA: DE LA DEFINICIÓN A LA PERSPECTIVA KOSELLECK,REINHART: Crítica y Crisis. Un Estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, Madrid, Ed. Trotta/Uni- versidad Autónoma de Madrid, 2007. 287 pp. La construcción de un concepto implica la totalidad de los elementos que lo ca- racterizan, algo que se acentúa si atende- mos a la disposición de dichos elementos a lo largo del tiempo, ya que constituyen la manifestación de su contenido y su realidad efectiva. Por tanto, podemos de- cir que de tal concepto no se puede hacer más que una radiografía que lo explique históricamente, a la vez que una disec- ción que lo exteriorice completamente. Koselleck se propone ambas tareas en el presente estudio del concepto de Crítica en relación directa con el de Crisis. La génesis de dicha imbricación surge en el núcleo mismo de la Modernidad, precisa- mente como germen de la misma. Por este motivo aparecen en este estudio au- tores tan fundamentales como Hobbes, Locke o Rousseau, además de Turgot o Vattel, ya que constituyen un corpus nor- mativo histórico al que Koselleck reco- noce su importancia filosófica. Pero, antes de entrar en otras conside- raciones, nos gustaría señalar la importan- cia que poseen las notas marginales para la aclaración de términos centrales, las cuales completan la excelente traducción del texto de Koselleck. En dichas notas se nos ofrece el suficiente material concep- tual como para iluminar el cuerpo de texto e incluso llevarlo a su máxima expresión. En primer lugar, en la nota 52 del capítulo 1 (pp. 174-75) Koselleck lleva a cabo una reconstrucción conceptual que supera las diferencias entre los ámbitos de lo interior y lo exterior . La distinción entre ambas realidades la efectúa Lutero por primera vez y, a partir de ella, fundamenta la dife- rencia entre los ámbitos de lo público y de lo privado. Esta distinción acompaña el sentido de las acciones en las sociedades modernas, sobre todo en relación con la constitución de la opinión pública. En otra nota (95, p. 50), Koselleck reúne las ca- racterísticas que constituyen el elemento articular de su Historia Conceptual (Be- griffgeschichte) en torno a lo político. Este término comienza su andadura en la cons- trucción misma del Estado moderno, cu- yas bases descansan en la ruptura con el antiguo régimen —absolutismo en la ma- yor parte de los casos— y el resultado de una intención explícita que llevó a los re- volucionarios a destrozarlo hasta los ci- mientos. La Modernidad corre pareja al surgi- miento de dos fenómenos sobradamente estudiados: el capitalismo y el Estado mo- derno. Ambos se explican por medio de la peculiar separación que se hace entre la propiedad y la moralidad dentro de ellos. ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 37, julio-diciembre, 2007, 285-329 ISSN: 1130-2097 285

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CRÍTICA DE LIBROS

LA CONSTRUCCIÓN CONCEPTUAL COMO EXPLICACIÓNHISTÓRICA DEL CONCEPTO DE CRÍTICA: DE LA DEFINICIÓN

A LA PERSPECTIVA

KOSELLECK, REINHART: Crítica y Crisis.Un Estudio sobre la patogénesis delmundo burgués, Madrid, Ed. Trotta/Uni-versidad Autónoma de Madrid, 2007.287 pp.

La construcción de un concepto implicala totalidad de los elementos que lo ca-racterizan, algo que se acentúa si atende-mos a la disposición de dichos elementosa lo largo del tiempo, ya que constituyenla manifestación de su contenido y surealidad efectiva. Por tanto, podemos de-cir que de tal concepto no se puede hacermás que una radiografía que lo expliquehistóricamente, a la vez que una disec-ción que lo exteriorice completamente.Koselleck se propone ambas tareas en elpresente estudio del concepto de Críticaen relación directa con el de Crisis. Lagénesis de dicha imbricación surge en elnúcleo mismo de la Modernidad, precisa-mente como germen de la misma. Poreste motivo aparecen en este estudio au-tores tan fundamentales como Hobbes,Locke o Rousseau, además de Turgot oVattel, ya que constituyen un corpus nor-mativo histórico al que Koselleck reco-noce su importancia filosófica.

Pero, antes de entrar en otras conside-raciones, nos gustaría señalar la importan-cia que poseen las notas marginales parala aclaración de términos centrales, lascuales completan la excelente traducción

del texto de Koselleck. En dichas notas senos ofrece el suficiente material concep-tual como para iluminar el cuerpo de textoe incluso llevarlo a su máxima expresión.En primer lugar, en la nota 52 del capítulo1 (pp. 174-75) Koselleck lleva a cabo unareconstrucción conceptual que supera lasdiferencias entre los ámbitos de lo interiory lo exterior. La distinción entre ambasrealidades la efectúa Lutero por primeravez y, a partir de ella, fundamenta la dife-rencia entre los ámbitos de lo público y delo privado. Esta distinción acompaña elsentido de las acciones en las sociedadesmodernas, sobre todo en relación con laconstitución de la opinión pública. En otranota (95, p. 50), Koselleck reúne las ca-racterísticas que constituyen el elementoarticular de su Historia Conceptual (Be-griffgeschichte) en torno a lo político. Estetérmino comienza su andadura en la cons-trucción misma del Estado moderno, cu-yas bases descansan en la ruptura con elantiguo régimen —absolutismo en la ma-yor parte de los casos— y el resultado deuna intención explícita que llevó a los re-volucionarios a destrozarlo hasta los ci-mientos.

La Modernidad corre pareja al surgi-miento de dos fenómenos sobradamenteestudiados: el capitalismo y el Estado mo-derno. Ambos se explican por medio de lapeculiar separación que se hace entre lapropiedad y la moralidad dentro de ellos.

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Esta disociación llega a ser tal que la polí-tica se encuentra con dos vertientes clara-mente diferenciadas: la que nos proponeLocke para «el que el concepto de lo polí-tico no está unido ya a la soberanía estatalde modo exclusivo» 1, y la que hace refe-rencia a las sociedades marginales (y se-cretas) o paralelas al Estado que se deno-minan en Alemania Illuminaten, las cua-les: «querían implantar un gobierno éticoque tuviesen ellos en sus manos en todoslos países» 2. Ambas características se re-sumen en una, que las explica como con-cepto: la búsqueda de un Estado Natural(moral y ético) en cuyo fuero sea posibledesarrollar el proyecto de una sociedad ci-vil. De este modo podemos afirmar que laModernidad es la historia del secreto y desu desvelamiento. Las sociedades secretasrepresentan en el Estado moderno un ter-cer poder instituido al margen del primeroy principal: el gobierno mismo. Kosellecknos llega a decir que «Una vez extraestata-les, los Illuminaten creen que podrán sertambién supraestatales. Este salto radicaen la separación de moral y política» 3. Elconcepto de lo político se llena de suspica-cia de tal modo que las relaciones entre losseres humanos son puestas en entredichoy vapuleadas por los observadores exte-riores, por lo que los actores sociales —di-ría alguno de ellos— han de operar concautela. De esta manera, la transparenciaentra a formar parte de la realidad políticay social de los sujetos que se denominanmodernos e ilustrados. Ser social e ilustra-do equivale a ser progresista y moral. Estaasociación dicotómica de términos noslleva al desarrollo de unas acciones plena-mente calculadas, cuyo éxito radica preci-samente en la planificación y no en la con-secución de su contenido interno. De estemodo, el éxito social es una consecuenciadel deseo de totalizar la realidad. Esta to-talidad que representa el conjunto de lasacciones políticas exteriorizadas es expre-sada mediante la metáfora de lo «orgáni-

co», por lo que el Estado emerge como«cuerpo» político.

No hemos de retroceder mucho en eltiempo para encontrarnos con el padredel concepto «corporal» de la política.Rousseau construye su teoría política y elconcepto de ciudadanía de acuerdo con lametáfora corporal y, sobre todo, en rela-ción directa con Aristóteles, del cualbebe las aguas de la corporalidad. Asípues, el representante de la revoluciónconceptual pacífica y burguesa lo es tam-bién de la corporalización del conceptode lo político. Éste se relaciona directa-mente con el término médico «salud», enatención al cual una sociedad —inclusoun individuo— es examinada. De estemodo, la política o la sociedad gozan debuena salud si la exteriorización de susacciones constituyen un conjunto ordena-do y su disposición es proporcional (ar-mónica) a la función que le corresponde.Entonces nos referimos a la cabeza delEstado, al cuerpo de funcionarios, etc.Según Koselleck, las metáforas orgánicasque se realizan en torno a lo político nosindican que las relaciones entre la políti-ca como concepto y su gestación históri-ca, tienen que ver con el término crítica,el cual las designa totalizadamente.

La crítica se impone como un estadoen el que, al ambiente de suspicacia y vi-gilancia de las acciones, se le une la des-confianza propia que implica llevarlas abuen término. Los modernos ilustradossometen dichas acciones a una evalua-ción externa denominada precisamente«crítica». De hecho, todo buen ciudadanoilustrado —ocupe un cargo en el Estado osea un simple integrante del mismo— seencuentra sometido necesariamente a lacrítica de aquellos que le rodean. Los crí-ticos adquieren, por tanto, un carácter deinstitución y se profesionalizan hasta lle-gar a ser el acicate de la sociedad.

Seamos conscientes de que ser ilustra-do adquiere un matiz de pasiva admisión

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de la crítica que, como elemento constituti-vo, se convierte en el signo preciso de ladiagnosis del cuerpo estatal. De ahí que loscríticos surjan en la sociedad como los me-jores expertos en salud gubernamental.Una nueva profesión nace ante los ojos dela Modernidad: la de crítico.

Pero el término «crítica» en sus oríge-nes griegos respondía a la misma raíz quecrisis, puesto que, como señala Koselleck«Crisis en primer lugar significa escisióny pugna» 4. Los orígenes comunes del tér-mino «crisis» y su relación directa con elde crítica configuran la historia conceptualde su desarrollo. Por este motivo, Kose-lleck añade en el artículo denominadoCrisis 5 la génesis de su institución en to-dos los niveles: del lexicográfico a suconstrucción como término político. Suesfera y su contexto surgen de la defini-ción y culminan con la perspectiva.

Es especialmente relevante la evolu-ción de las parejas crítica y crisis ya queseñalan el mismo origen etimológico co-mún, aunque desarrollen caminos históri-cos divergentes. Dichos caminos desem-bocan, justo al final de su andadura, enuna realidad que nos desvela el descubri-miento del entramado de lo político apartir de la Modernidad.

La perspectiva que configuran am-bos términos es la siguiente: la caracteri-zación del momento fundacional de laModernidad y del Estado necesitan deelementos políticos que los completen.Para explicar dicha realidad, Koselleckemplea conjuntamente los términos críti-ca y crisis. Ante esta dualidad de térmi-nos no podemos más que manifestarnuestra extrañeza al preguntarnos ¿por

qué escindir la realidad en dos conceptosque responden a una sola y la misma? Larespuesta es mucho más evidente queesta inocente pregunta: porque la Moder-nidad se constituye de forma dual, escin-dida y, en último término, esquizofrénica.La Modernidad somete de tal modo a susintegrantes a la realidad que ha creado—la crisis misma— que los convierte enenfermos, cuyo único remedio de sana-ción lo guardaba ya en un frasco a priori:la crítica misma. Pensemos por un mo-mento en las corrientes más representati-vas que aparecen al final del período his-tórico de la Modernidad: el marxismo, elpsicoanálisis y la hermenéutica. Todasson deudoras de la herencia ambivalenteque las refrendó como las herramientasapropiadas para la diagnosis de nuestrotiempo actual: economía, neurosis e in-terpretación de la realidad.

Las artes del médico emergen comoremedo a la patogénesis del mundo bur-gués. Recordémolas: análisis, prognosis,terapia... hasta completar el concepto delo político que se contiene dentro deellas: la dominación, la servidumbre y ladepresión. Tres acciones de las que noso-tros «humanos, demasiado humanos» nopodemos sustraernos. ¡Quién fuera médi-co y pudiera recetarse la vacuna contra lacrítica social! Nosotros somos sólo enfer-mos de lo político, en la metáfora corpo-ral que más partido ha dado en la historiade las ideas conceptuales: la de libera-ción, a la que quizá tengamos incluso quesobreponernos.

José Manuel Sánchez FernándezUniversidad de Castilla-La Mancha

NOTAS

1 Cap. 2, nota 18, pp. 180-812 Cap. 2, nota 125, p. 194.3 Cap. 2, p. 90.

4 En la nota 158, p. 196.5 Que aparece como Apéndice en las

pp. 241-273.

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TIRANDO DEL HILO DE ARIADNA: UNA HISTORIACONCEPTUAL DEL PODER

DUSO, G. (coord.): El poder: para unahistoria de la filosofía política moderna,México, Siglo XXI, 2005, 408 pp.

Los seres humanos que habitamos este si-glo XXI creemos ser la punta escurridiza dela flecha de la Historia, peligrosa creenciaque vela nuestra interpretación del pasado.Lejos de dejar hablar a este pretérito siem-pre arrastrado, lo cuadriculamos al gustode nuestro tiempo al imponerle las catego-rías manejadas en el presente. Olvidamosla propiedad de cada concepto que, en sí,es el quiasma del contexto socio-culturalen el que surge y del peculiar diálogo entreun pensador y su mundo, plática que reto-ma la tradición y que puede dar lugar a uncorte en la misma para que ese universoplacentario sea objeto de un saber satisfac-torio. Este telar es aniquilado cuando apli-camos la definición presente a un cosmosdiferente —por mucho que reconozcamosla distancia histórica que los separa—, so-lapamiento que, en ocasiones, se apoya enun lenguaje caprichoso en el que perviveel rótulo y muta el significado. Ante lapresencia de un mismo vocablo en el sis-tema de un filósofo moderno y en el edifi-cio de un pensador contemporáneo cae-mos fácilmente en la trampa de considerarque esconden idéntico concepto con levesvariaciones fruto del devenir histórico.Creemos ser los guardianes de un concep-to universal que nos sirve como clave deinterpretación de la totalidad del pasado,pretérito que, de este modo, es deformadoa gusto del consumidor intelectual actual.Pensamiento, acción y un largo etcéterason presa de esta cuadrícula trampantoja,pero, sin duda, los términos que se prestancon mayor facilidad a este falseamientoson los relacionados con la esfera práxi-co-política: poder, soberanía, sociedad...

Son vocablos que hoy en día experimen-tan una terrible pujanza y su estar en bocade todos parece autorizar la lectura del fuepor el es. Ante dicho problema cabe pro-poner una lectura diferente de las filoso-fías: la historia conceptual, la cual es pues-ta magistralmente en práctica en el volu-men coordinado por G. Duso titulado Elpoder: para una historia de la filosofíapolítica moderna.

Tras una Introducción del propioDuso —11 páginas que bien valdríancomo la mejor reseña posible— comien-za la primera de las siete partes de estaobra que cubren desde la posición políti-ca de Maquiavelo —hoy deformada porel adjetivo peyorativo «maquiavéli-co»— hasta los últimos intentos de pen-sar allende el horizonte de soberanía.Amplio espectro que, curiosamente, noconlleva el desconcierto del lector alevitar saltos inesperados o terminologíadispar, riesgos que suelen ser comunesen volúmenes compuestos de colabora-ciones. Bien se nota aquí que se trata deun trabajo llevado a cabo por un equipode investigación coordinado que ha hui-do de la cómoda tentación de elaborarun libro a base de la suma de análisisparticulares. Sin embargo, estar anteeste telar perfectamente urdido hace su-mamente difícil una recensión justa por-que tirar de cualquiera de las hebrasarrastra a todas las demás, hermosa ma-deja que no puede ser recogida en cincopáginas. La única opción para combinardicho cañamazo con la limitación de es-pacio es una criba personal, relativa e in-completa de quien esto escribe. Léanse,pues, las páginas venideras como unacata de ideas que sólo podrán ser degus-tadas con la lectura completa del volu-men reseñado.

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Propiamente dicho, el libro se inau-gura con la figura de Maquiavelo (M.Riccardi) que ocupó una posición incó-moda interséculos en la que destaca laconsideración conflictiva de la naturalezahumana. Ésta hace necesaria la introduc-ción de la figura de un príncipe coerciti-vo-resolutivo, emblema de la obra ma-quiaveliana que será redefinido por Bote-ro y reubicado por G. Lipsio. Éstosdefienden que la cabeza gobernante ha desurgir de la clase noble pues es la únicaque posee la virtud de manejarse en losasuntos políticos. En definitiva, en losinicios del Estado Moderno nos topamoscon un gobernante a la par absoluto y vir-tuoso, conjunción extraña para nosotrosque hacemos equivaler poder absoluto ala atroz tiranía. Una vez más, la historiaconceptual nos devela la impropiedad denuestras palabras presentes para aprehen-der y reflejar un cosmos pasado.

La «deformación del trasplante» sehace más sangrante ante el concepto desoberanía de J. Bodin (M.Scattola), quela entiende como la concentración de po-der en un individuo al que hay que obede-cer. Ahora bien, ¿en base a qué los distin-tos sujetos se sienten forzados a acatar lasórdenes de otro? Althusius (del que seocupa Duso) propondrá un pacto civilque sólo tiene sentido sobre el telón defondo de una soberanía que ahora pasa aser del pueblo, el cual es representado porel rey en virtud de un contrato que impli-ca la sumisión de los súbditos. Esta idease dejará sentir en los planteamientosposteriores.

La noción bodiniana de soberaníaorigina una reestructuración del saber po-lítico. El discurso acerca de la soberaníay su despliegue en un Estado se convierteen objeto exclusivo del «derecho públicouniversal», relegándose el término «polí-tica» para los asuntos relativos al gobier-no. Esta modificación en el ámbito delsaber causa, a su vez, una transformación

del concepto de «poder», el cual devienecondición sine qua non de la sociedad ydel derecho. Asistimos aquí al nacimien-to del iusnaturalismo moderno que seplasma en las obras de Pufendorf (Scatto-la) y Thomasius, concepción que será su-perada por las filosofías de Kant, Fichte yHegel —objeto de estudio en la cuartaparte por G. Rametta y M. Tomba.

A mediados del siglo XVII tiene lugarun giro fundamental en la manera de pen-sar la sociedad, que, fácticamente, pare-cía presa del caos. Para aniquilar dichodesbarajuste era necesario hacer un usoparticular de la razón que permitiera ladeducción de la forma política adecuadapara la convivencia y el orden, tal y comose hace patente en Hobbes (M. Piccinini).Hobbes introduce la noción de «estado denaturaleza», estadio ahistórico cruzadopor conflictos que sólo podrán ser sofo-cados gracias a un contrato social que su-pone el nacimiento del poder civil. Spi-noza (S. Visentin) constata en esta pro-puesta un salto entre el poder natural y elcivil que no es salvado por la racionali-dad del contrato social. Para Spinoza larelación futura entre el gobernante y lossúbditos se asienta en las relaciones inte-rindividuales que ya se dan en el estadode naturaleza, interindividualidad primi-genia que no hace necesaria la interven-ción de la razón en la formación de la so-ciedad.

Si bien el poder recae del lado delcuerpo político, a efectos de su ejerciciopráctico es imprescindible un gobernan-te. Éste representa la voluntad del sujetocolectivo, sujeto no existente material-mente y al que, empero, ha de dar forma.Rousseau (L. Jaume) se opone a esteprincipio representativo defendiendo quela subordinación al cuerpo político no essometimiento a los designios de una per-sona, sumisión que, además, contradiceel carácter de la voluntad general del pue-blo que no conoce de ataduras. Sin em-

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bargo, Rousseau acaba teniendo que in-troducir una figura individual (el legisla-dor) para soslayar el problema de laconstitución del Estado, momento en elque el pueblo se revela inoperante. Ape-nas una década después, explota la Revo-lución francesa (G. Duso y M. Barberis)en la que continúa la cuestión de la rela-ción entre el instante constituyente y laorganización empírica de los poderesconstitutivos, así como se hace patente elrol clave de la representación que, inclu-so, fagocita el poder constituyente de losderechos de los seres humanos. En estaépoca se sueña con un Estado futuro cu-yas líneas básicas se acentuarán entre lapostrevolución y 1848, período en el quelos pocos restos de la sociedad estamen-tal se desintegran y la sociedad se con-vierte en la placenta de individuos libresque han de urdir la sociabilidad partiendode la voluntad de todos. La monarquíaabsolutista fenece en manos de una de-mocracia percibida ora negativamente—como se hace patente en Tocqueville yvon Stein (S. Chignola)—, ora positiva-mente como se deja notar en Marx (M.Merlo) que hace de ella el marco de la li-bertad-liberación.

En el siglo XX asistimos a otro girofundamental en el ámbito de la política dela mano de Weber (L. Manfrin), pensadorque postuló la diferencia entre hechos yactos sobre la que se asentó la distinciónentre la ciencia y el ámbito práctico. Deesta manera, se cerró definitivamente lailusión de Hobbes de un saber genéti-co-político que diese como resultado unEstado perfecto, así como cambió la con-cepción del poder que se tornó real y sóloaprehensible por una ciencia positiva delas conductas. Pero acabar con los restoshobbesianos también supuso repensar larepresentación, como hizo Schmitt (A.Scalone), filósofo que finiquitó la sobera-nía abriendo así una nueva polémica acer-

ca de conceptos afianzados en la Moderni-dad, debate en el que Voegelin, Strauss yArendt (Duso, Piccinini, Chignola y Ra-metta) participaron activamente. Estaspugnas intelectuales mostraron que lo queantes eran ideas firmes sólo eran castillosde naipes por aporías internas. Las tresprimeras décadas del XX —en las que tie-ne lugar un creciente solapamiento de lopúblico y lo privado, así como el asenta-miento de los Partidos divididos según suideología— serán fiel reflejo de esta pro-blematicidad que se deja sentir en la mul-tiplicación de conceptos que intentan cap-tar los escurridizos fenómenos práxi-co-políticos. Para frenar dicho maremágnum se instauran metodologías que,más que servir para edificar un nuevoEstado, pretenden surtir de medios parapensar la contemporaneidad. Es con estetelón de fondo con el que hay que com-prender los conatos de la centuria pasadade pensar allende la soberanía: Luhmann(B. Giacomini), Foucault (M. Gaureschi),etc.

La reseña de un volumen extenso nopuede aspirar a ser más que una pequeñamuestra de un ínfima parte de las ideasallí expuestas que, por otra parte, hansido elegidas desde el horizonte herme-néutico de quien esto escribe. En suma,esta recensión es subjetiva y parcial, locual, mirado positivamente, implica quesólo hemos tirado de una hebra de entrelas múltiples que hay por lo que el futurolector debe sentir la necesidad de leer laobra reseñada con la ilusión de descubrirsu propio camino. Desde luego, sendashay en este libro, afirmación que en estemundo actual de superproducción biblio-gráfica secundaria es todo un halago. Elreto está lanzado; que cada cual decida.

Karina P. Trilles CalvoUniversidad de Castilla-La Mancha

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QUENTIN SKINNER: IDEAS CON HISTORIA

ENRIQUE BOCARDO CRESPO (ed.): El girocontextual. Cinco ensayos de QuentinSkinner, y seis comentarios, Madrid, Tec-nos, 2007.

Es digna de celebrarse la aparición de unvolumen consagrado a la figura del queposiblemente sea uno de los mejores his-toriadores de las ideas, así como uno delos filósofos más consistentes y sustan-ciosos de nuestra tradición: el exquisitocantabrigense y contumaz republicanoQuentin Skinner. El libro en cuestión loforman una entrevista del editor conSkinner —donde brinda algunas aclara-ciones de sus tesis metodológicas másconocidas—, un Prefacio del editor—donde se aplica con estudiada agudeza,como si del propio Skinner se tratase, adesenmascarar algunos flagrantes ana-cronismos en nuestra propia historia delas ideas morales—, cinco ensayos esco-gidos por el propio Skinner —y que per-tenecen a su último libro, Visions of Poli-tics, del que se espera traducción a nues-tro idioma— y seis comentarios a cargode siete prestigiosos conocedores de laobra de Skinner.

Así como la prevaricación es la peoracusación que podemos dirigir contra unjuez, el anacronismo es el vicio que másenvilece la labor de un historiador. El mé-todo de Skinner, que de un modo u otro—y a veces paradójicamente— se pondráen funcionamiento en todos los ensayosque configuran este libro, lo que pretendees precisamente evitar los anacronismosque contaminan con tenacidad nuestra re-cepción del pensamiento del pasado: loque se propone su giro contextual es queno malversemos las ideas de nuestrospredecesores por una obtusa falta de con-ciencia temporal, por una torpe ilusión decercanía con los autores del pasado, fo-

mentada muchas veces por los espejis-mos que produce acceder a ellos en unalengua familiar: sea que los leamos enversión original, sea —y aquí la falta deextrañamiento es más pecaminosa toda-vía— que los leamos a través de traduc-ciones. Al empapar bien los textos en supropio contexto cultural, señala Skinner,podemos esperar comprender lo que que-rían decir a sus contemporáneos y, porende, lo que dichos textos realizaron opretendieron realizar en el momento enque se produjeron: pues como se ve cla-ramente en este libro, el giro contextuales digno heredero del giro pragmáticoauspiciado por Wittgenstein y Austin—el cual supuso, digámoslo por rizar elrizo, una vuelta más al giro lingüístico dela filosofía de principios del siglo pasado.

Skinner se ocupa de estas cuestionesmetodológicas tanto en la entrevista comoen los cuatro primeros capítulos del libro,y el quinto lo reserva para, wittgensteinia-namente, mostrar la riqueza de su métodoreconstruyendo un contexto intelectualconcreto: el de los usos retóricos en laInglaterra parlamentaria del XVII —y mos-trando, de paso, las veleidades de un nue-vo giro en su pensamiento: el giro retóri-co. Tener una metodología propia de lahistoria de las ideas es, como se vislumbraen los lúcidos escritos (tanto metodológi-cos como propiamente históricos) deSkinner, tener mucho, pero nunca es tenerdemasiado o tenerlo todo. La historia delas ideas no puede aspirar a alcanzar certe-za alguna sobre esos peculiares hechos delpasado que son los pensamientos y lasdoctrinas: por minucioso que sea el traba-jo del historiador y por lustrosos que seansus resultados, éstos podrán ser siempreobjeto de revisión crítica y de controver-sia. No obstante, esta condición provisio-nal y discutible no es en absoluto peculiar

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de esta disciplina: es la naturaleza propiadel saber histórico en general pero, tam-bién, de todos los saberes humanísticos y,por supuesto, de todos los saberes en ge-neral: las teorías científicas, incluso lasque han resistido los intentos más audacesde falsación, no son sino conjeturas cuyafirmeza reside en un sofisticado ensam-blaje que en cualquier momento puededesmoronarse. Que la verdad es un idealinalcanzable es quizá una de las más feha-cientes convicciones de nuestra época.Reconocerlo es fuente de un sano escepti-cismo y una prevención contra el dogma-tismo fanático. Pero, como decía, aunquenunca es tanto como quisiéramos, teneruna metodología es ya tener mucho: por-que podremos esgrimirla contra aquellosque —nunca faltan— hacen de la imposi-bilidad de la certeza la certeza más absolu-ta y, timoratos o displicentes, renuncian atoda búsqueda intelectualmente valiosa de(cuando menos) verosimilitud. Tener unametodología, pues, es tener un instrumen-to para trabajar, pero también para hacerfrente a dos formas extremas pero habi-tuales de ingenuidad: la del cándido posi-tivista que confía en que rascando rascan-do llegará a los hechos nudos y reales, y ladel postmoderno desencantado que renun-cia a todo intento de comprensión por es-tar condenada irremisiblemente a ser ideo-logía. Dada esta posición a la vez escépti-ca o, por lo menos, consciente de lacondición situada de toda interpretación,pero también segura del valor que mora enel intento hermenéutico, es del todo perti-nente la contribución de José María Gon-zález a este volumen: aquí muestra cómopodemos encontrar en Skinner una actitudante el conocimiento de la historia del es-píritu muy afín a la de pensadores alema-nes anteriores que, como Nietzsche, We-ber, Elias o Mannheim, nunca han renun-ciado a una comprensión audaz de sutradición y su cultura. Y eso, dicho sea depaso, a pesar de que han sido muchas ve-

ces inspiradores de aquellos que con másfirmeza se han rebelado contra la posibili-dad de obtener conocimientos culturalesseguros, de aquellos que reducen todo sa-ber humanístico a un desenmascaramientopolítico, sociológico, psicológico o psi-coanalítico: a un batiburrillo de conspi-raciones y genealogías encubiertas cuyoprocedimiento, paradójicamente, se hapreocupado poco de descubrirse a sí mis-mo. El giro contextual de Skinner, su pro-cedimiento de cargar a los textos de con-texto para reconstruir en toda su riquezalas circunstancias de su enunciación, esquizás la mejor forma de sortear el «mitodel contexto» 1: la idea de que estamosaprisionados en un tejido contextual cultu-ralmente estanco que nos impide comuni-carnos con cualquier otro contexto, puestodo contexto se define o se constituye porel hecho de estar culturalmente cerrado.

Pero ni muchísimo menos se espereque los comentarios a la obra de Skinnersean poco más que un ramillete de pane-gíricos o ditirambos entonados en honorde las virtudes del héroe de este libro: setrata de seis ensayos profundos y con-cienzudos que, tomándose muy en seriola figura del insigne Regius Professor, enocasiones emprenden la difícil tarea deseñalar sus puntos más débiles y contro-vertidos. El editor del libro, Enrique Bo-cardo, plantea una ristra de objecionesque alcanzan al núcleo mismo de la teoríahermenéutica skinneriana: la noción deconvención, que sirve a Skinner comopieza clave de la reconstrucción del senti-do de los textos en su contexto —obvia-mente— convencional. La objeción, quese articula en una argumentación prolijay sistemática, estriba en que la conven-ción no serviría, como pretende Skinner,ni para recuperar el sentido original delos textos ni para esclarecer el tipo de ac-ciones vinculadas a dichos textos: ni lasacciones que se proponían realizar (loque tiene que ver directamente con su

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significado, es decir, con la intención co-municativa de su autor o con sus actosilocucionarios) ni las acciones que de he-cho realizaban (lo cual tiene que ver conuna dimensión que Skinner deja expresa-mente de lado, la dimensión perlocucio-naria del discurso). La idea republicanade libertad propuesta por Skinner comoalternativa a la famosa dicotomía de Ber-lin ha sido minuciosamente desgranadapor Pablo Badillo en su contribución:este capítulo presenta un interés muy es-pecial porque nos muestra el rendimientoteórico de las investigaciones históricasde Skinner en la iluminación un conceptode libertad que pueda servirnos para re-construir nuestras propias experienciaspolíticas y morales. De ese modo, el his-toriador de las ideas se presenta a su vezcomo un lúcido productor de ideas degran valor para su propio presente. Tam-bién Kari Palonen, que en su capítulo tra-za un recorrido por los últimos escritosde Skinner, muestra el enorme valor quelos estudios rigurosos del pasado puedenrepresentar para iluminar nuestras pro-pias concepciones políticas: las últimasobras de Skinner, consagradas a la retóri-ca y al reforzamiento de las institucionesparlamentarias inglesas en el siglo XVII,constituyen una ocasión para pensar en elvalor que todavía tiene la cultura políticaparlamentaria como una «contraculturaretórica» cuyo potencial político (inclusomás allá del Parlamento mismo) está to-davía por explorar.

La elaboración republicana por partede Skinner del concepto de libertad entanto que anclado en los deberes de parti-cipación ciudadana y en el ejercicio deciertas virtudes públicas es deudora,como es bien sabido, del pensamientoneorromano de Maquiavelo, a cuya por-menorizada reconstrucción se ha dedica-do durante largos años. Como Pablo Ba-dillo, Sandra Chaparro y Rafael delÁguila abundan en la concepción repu-

blicana de Maquiavelo. Sin embargo, ensu contribución se ocupan de acercar alsabio florentino al pensamiento de Aris-tóteles el cual, lejos de presentar una con-cepción unitaria y monolítica del bien,consideran que puede haber iluminadotanto la idea maquiaveliana de virtudcomo su concepción de la prudenciacomo capacidad de adaptación a las cir-cunstancias y de resolución de problemasen un mundo donde el bien ofrece mu-chas caras. Como se apuntaba a propósitodel ensayo del profesor Badillo, tambiénaquí nos encontramos con el sutil perofundamental paso de la historia de lasideas políticas a la propuesta expresa deideas políticas cargadas de historia: el an-tiliberalismo de Skinner se fundamenta,como el pensamiento político neorroma-no de Maquiavelo, en una idea irrenun-ciable de compromiso público que, sinembargo, a decir de los autores, ganaríamucho si se enriqueciera con el pluralis-mo de fines que Arendt supo ver en elpensamiento aristotélico.

No obstante aquí se me debe permitiruna observación que, quizás, peque deatrevida dado que los autores son grandesconocedores del pensamiento de Maquia-velo 2. Sandra Chaparro y Rafael delÁguila objetan a Skinner que descarte lainfluencia de Aristóteles sobre Maquia-velo cuando, como muestran apelando aevidencia y bibliografía relevante, bienpudo ser que el florentino leyera algunatraducción de Aristóteles, y sostienen queno hay que dar por sentado que pesara so-bre su lectura la interpretación tomista(monista y platonizante) del estagiritaque por esos tiempos imperaba. Bien esverdad que ya en tiempos de Maquiaveloexistían lecturas humanísticas de Aristó-teles y que, de leerlo, el florentino no ten-dría por qué estar prisionero de la menta-da interpretación tomista. Pero lo que nome queda en absoluto claro es por qué ocómo pudo haber hecho la lectura más

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(por así decir) pluralista y política quedefendió Hannah Arendt o la más «trági-ca» propuesta por Aubenque y populari-zada por Nussbaum y Cooper. Es decir:lo que en ningún caso es verosímil es queleyera a Aristóteles con las gafas de lasinterpretaciones más de moda en nues-tros días 3.

Un libro que abordara las reflexionesmetodológicas de Skinner no podría con-siderarse completo si no se mencionara aun personaje hasta cierto punto especu-lar: Reinhardt Koselleck y su escuela deHistoria Conceptual. Dicha mención nofalta en la comparación con el pensa-miento alemán que ya se ha comentadoantes a propósito del capítulo de JoséMaría González, pero es sobre todo eltema de la contribución que correrá a car-go de Joaquín Abellán, quien se ocupa dedesentrañar la relación entre historia yconcepto en Koselleck: para el gran his-toriador y teórico de la Begriffsgeschich-te, los conceptos no tienen historia, peroestán impregnados de historia. Por suparte Skinner insiste en que no existenideas eternas: una de las quimeras de lahistoria intelectual que con más vigor hacombatido son esas ideas que se presen-tan exentas, descarnadas, desgajadas deun contexto y, por tanto, listas para apli-carse a cualquiera (la «idea de Estado»,por ejemplo, que lo mismo parece aludira la pólis clásica que al aparato guberna-mental prusiano). Por eso la historia delas ideas es contextual: porque las ideasestán impregnadas de contexto y su histo-ria es la reconstrucción de ese contextointelectual (y mucho más: social, políti-co, emocional: ese todo al que Castoria-dis denominaría imaginario social). Puesbien: si no existen ideas eternas, las ideas—o los conceptos en que van montadaslas ideas— tampoco son eternos, sinoque son un momento histórico congela-do. Las palabras sí tienen historia, perolos conceptos que expresan no pueden te-

nerla: son ideas condensadas, son hechosacaecidos y fosilizados que, de algunamanera, y como el resto de los aconteci-mientos, solo pertenecen a su tiempo.Los conceptos son cadáveres embalsa-mados: incluso cuando están vivos, losconceptos contienen historia, pero poreso mismo cada concepto pertenece pro-piamente al momento histórico —y portanto único— en que tuvo vida. Son, porasí decir, designadotes rígidos de unaconstelación de ideas y pensamientos queen un momento importaron y que por esoquedan así, fijados, para siempre en susdiferentes estratos. La historia de lasideas de Skinner, al tratar de reconstruirun contexto intelectual y de recuperar lasintenciones que animaban los textos quehan quedado, lo que hace es precisamen-te tratar de devolvernos ese trocito de pa-sado que se fue con el tiempo: ese pasadoy no otro, ese contexto preciso, único, pormás que otra versión de los hechos (deesos curiosos hechos, volátiles y confu-sos pero hechos igualmente, que son lasideas) pudiera parecernos más bonita,más interesante o más edificante. La afi-nidad entre la historia conceptual de Ko-selleck (consagrada a ilustrar la paradojade que la historicidad de los conceptosentrañe su no tener historia) y la historiade las ideas de Skinner no puede ser másestrecha, pese a diferencias sustantivasde procedimiento y objeto entre ambospensadores. Y en esa afinidad que amboscomparten, en ese entrecruzamiento au-toconsciente y riguroso de disciplinas(históricas, literarias, filosóficas, artísti-cas), estriba lo mejor de las humanidades.

Lo mejor de las humanidades y, porsupuesto, la esencia de la filosofía mis-ma: pues, como dice Antonio Gómez,«la filosofía no puede consistir en la de-puración terapéutica o escolar de losconceptos (...), sino que es la puesta aldescubierto de la imbricación históricade los conceptos (...), no tanto para acla-

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rarlos y fijarlos cuanto para, desde la in-digencia del pensamiento ante el lengua-je, renovar constantemente la tensión delpensar en la que se despliega el denuedodel concepto» 4. En definitiva, lo queeste precioso volumen nos ofrece no essolo un recorrido por una materia, la his-toria de las ideas, de la que Skinner es

quizás su más conspicuo representante,sino que es también un nutrido conjuntode valiosísimas ideas (políticas, históri-cas y metodológicas) que están llenas dehistoria.

Rocío OrsiUniversidad Carlos III

NOTAS

1 La expresión es de Antonio Valdecan-tos y fue el título de su tesis doctoral (todavíasin publicar), aunque sobre esta idea puedeleerse, con mucha más riqueza expositiva yargumentativa, su libro Contra el relativismo,editado por Visor en 1999.

2 Como lo revela el hecho de que sontambién autores de un brillante libro al res-pecto: La república de Maquiavelo, editadopor Tecnos en 2006.

3 Por otro lado, aunque leyera a Aristóte-les lo que en ningún caso se puede dudar es deque sus horizontes políticos e intelectualeseran fundamentalmente latinos, como ha mos-

trado persuasivamente no sólo el propio Skin-ner («Ambrogio Lorenzetti: l’artista come filo-sofo della politica», Intersezioni. Rivista distoria delle idee, 3 (1987), pp. 439-82) sinotambién Bausi (Machiavelli, Roma, Salerno,2005) y, en nuestro país, el erudito Guido Cap-pelli («Contradicciones, paradojas y ambigüe-dades. De un libro reciente y de la autonomíateórica del humanismo político», que saldrá enel próximo número de la revista Res publica).

4 Antonio Gómez Ramos, «Introduc-ción», en R. Koselleck, historia/Historia, tra-ducción e introducción de Antonio GómezRamos, p. 12.

GRACIÁN Y SU MAPAMUNDI CONCEPTUAL

ELENA CANTARINO y EMILIO BLANCO

(coords.): Diccionario de conceptos deBaltasar Gracián, Madrid, Cátedra, Teo-rema, 2005.

Después de Cervantes, acaso sea Graciánel clásico español más vivo en la culturaeuropea. Primero, entre los moralistasfranceses, como La Rochefoucault y LaBruyère, o en la Introductio ad philosop-hiam aulicam de Christian Thomasius,por donde pasará al mundo alemán, y pro-bablemente a través de Christian Wolf almismo Kant, cuya afinidad con la teoríagraciana del gusto ha sido señalada por

Gadamer. Más tarde, tras la entusiasta re-cepción de Schopenhauer y su traduccióndel Oráculo manual, alcanzará su influen-cia temática, y, sobre todo, estilística,como ya vio Azorín, en el pensamiento deNietzsche. Tanto el pesimismo ontológicode raíz schopenhaueriana, con su tenden-cia budista, que tendrá su máxima expre-sión en la Philosophie des Unbewusstende Eduard von Hartmann, como el nihilis-mo de inspiración nietzscheana y su con-trapropuesta del «superhombre», fueronlos heraldos, que acompañaron en el fin desiglo, el renacimiento de la fama de Gra-cián. En cambio, en el siglo XX, tras la cri-

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sis del racionalismo ilustrado, y ya en elnuevo clima de la postmodernidad desen-gañada y la mentalidad neobarroca, vuel-ve a haber una nueva coyuntura para unpensamiento como el de Gracián, que, adiferencia del objetivismo cartesiano, seinscribe en la gran tradición humanista ylingüística de Vives a Vico. En España,después de la obra erudita de Correa Cal-derón y Batllori, se ha dejado notar estenovísimo renacimiento en la investigaciónde Emilio Hidalgo-Serna, El pensamientoingenioso en Baltasar Gracián, desde elpunto de vista filosófico, y en la de AuroraEgido, La rosa del silencio, en el filológi-co y estilístico, dos grandes contribucio-nes a los estudios gracianos. De esta van-guardia renovadora en sus presupuestos ymétodos, forman parte dos maduros yprestigiosos investigadores, Elena Canta-rino y Emilio Blanco, que profesan res-pectivamente en la Universidad de Valen-cia y en la Universidad Rey Juan Carlosde Madrid, editores de buena parte de laobra de Gracián, fundadores y animadoresdel Seminario Internacional «Gracián ysus conceptos», así como de la Revista«Conceptos», dedicada a la investigacióngraciana, que codirigen, y que han coedi-tado el Diccionario de conceptos de Bal-tasar Gracián, objeto de esta recensión.

La historia de los «conceptos» —sugénesis, contextualización y desarrollo—es uno de los grandes capítulos de la in-vestigación histórico/filosófica, como yahizo notar Gadamer, porque permite ana-lizar en concreto aquellas categorías de-cisivas, que determinan la trama de undeterminado pensamiento. Este métodoes especialmente relevante en una obra,como la graciana, donde se inflexiona de-cisivamente la herencia conceptual de latradición escolástica, en que se formóGracián, y en parte se la reacuña en senti-do moderno. Ya la obra clásica de Hell-mut Jansen llevaba por título Die Grund-begriffe des Baltasar Gracián y abría

surcos decisivos en esta empresa. La pre-sente iniciativa toma la forma ilustradade un «Diccionario», en que se ordenanalfabéticamente y analizan las distintasvoces, formando, no obstante, con las re-misiones internas, una tupida red de rela-ciones, que permiten trazar su urdimbreconceptual. No se da el sistema, en senti-do holístico, sino los hilos decisivos de sutrama. Como se sabe, el estilo de Graciánes pensamiento a lo libre, al modo del en-sayo. «Heme dejado llevar —escribe enel proemio a Agudeza y arte de ingenio—del genio español, o por gravedad o porlibertad en el discurrir». De ahí que unmétodo adecuado para abordarlo sean es-tas sondas que exploran y registran sucaudal. El hecho de que estas voces esténdesarrolladas por distintos especialistas,no sólo enriquece las perspectivas de en-foque, a diferencia de un tratamiento ex-clusivamente monográfico, sino que dejaal lector ya avisado la ocasión de recom-poner, por su propia cuenta, los ajustesentre ellas. Por lo demás, el tratamientode cada voz obedece a un método común,que consta de cuatro partes: 1. Textos, enque se recogen muestras relevantes de lasformulaciones canónicas de tales concep-tos en la obra graciana; 2. Contextos, esdecir, textos gemelos, análogos o com-plementarios, de pensadores de la época,con el fin de esbozar la imagen barrocadel mundo; 3. Tema o análisis del con-cepto elegido, donde por lo general, se si-gue un triple esquema: historia interna dela cuestión, desarrollo temático con por-menor en distintas obras racionas, e in-fluencia histórica del mismo y, por últi-mo, 4. Bibliografía relevante en el tema.No se dan citas, lo que haría enojosa lalectura, pero se remite a las obras funda-mentales para seguir leyendo o enmarcarla cuestión. Cada voz va acompañada deuna «figura», al modo del pensamiento«emblemático», tan caro al barroco y almismo Gracián (cfr. Agudeza y arte de

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ingenio, disc. LVII), fundiendo así laimagen con el concepto. Éste es, a mi jui-cio, un gran acierto de los coordinadores.Es lástima, sin embargo, que al «emble-ma» le falte el «mote», que hubiera sidouna versión aforística de la voz analiza-da, y, sobre todo, que sean pocos los ana-listas que lo comentan en el cuerpo delartículo correspondiente.

Como vínculo unitario de las distin-tas voces del Diccionario era necesariodisponer de un buen friso biográfico y delo que se ocupan sus coordinadores, Ele-na Cantarino y Emilio Blanco en una am-plio proemio con dos partes: «BaltasarGracián: Vida... y Literatura». La biogra-fía es precisa, sobria y bien contrastada.En cuanto a la «Literatura», se expone unpanorama bien articulado y preciso de to-das y cada una de sus obras, que es hoypor hoy una excelente Introducción alpensamiento de Gracián, gemela en mu-chos sentidos, por su calidad y maestría,a la Introducción que le dedicara AuroraEgido en la edición de Luis Sánchez Aí-lla a las Obras Completas de Gracián enEspasa (2001). No obstante, se echa a fal-tar, como complemento de estas dos par-tes, una bibliografía selecta y comentadasobre Gracián, aparte de las referenciasparticulares, que incluye cada voz, lagu-na que espero pueda subsanarse en otrasediciones, teniendo en cuenta que esta ta-rea ya estaba hecha por Elena Cantarinoen algunas de sus contribuciones (cfr. Re-vista Anthropos, Suplementos n.º 37,1993, pp. 199-220).

Como puede adivinarse, la empresaclave en estos diccionarios consiste en laselección de los conceptos y de los espe-cialistas que han de tratarlos. De esta do-ble elección depende todo. Encuentromuy oportuna la selección realizada porlos editores/coordinadores, porque hansabido diseñar un mapamundi conceptualque constituye la retícula básica del pen-samiento graciano. Hay conceptos esti-

lísticos como «aforismo»; epistémicoscomo «crisis», «descifrar», «razón»; de-limitativos o de área, tales como «moral»y «política»; de potencias y disposicionesoperativas, como «genio» e «ingenio»,«ingenio»/«agudeza»/«concepto»; «jui-cio»/«prudencia»/«discreción»; «gusto»;estructurales, ya sean metafísicos o antro-pológicos, como «naturaleza»/«artificio»,«apariencia», «fortuna», «desengaño»,«hombre»/«héroe»/«persona», «fama»/«honra», «mundo», «ocasión», «realce»,«virtud», «vulgo». A veces, en campossemánticos o temáticos muy próximos,como las potencias y sus objetos forma-les, puede darse cierta redundancia, peroal ser tratados por autores distintos, se lo-gran escorzos o nuevas perspectivas deenfoque. Era inevitable, con todo, que eltratamiento fuera desigual. En algunoscasos se muestra una mano maestra, perosiempre al especialista exigente que porlo general ha escrito ya algo con anterio-ridad sobre esa cuestión. De la pléyade deinvestigadores, hay algunos que destacanpor su sólido prestigio y reconocimientointernacional en la materia, como el fran-cés Benito Pelegrin o el alemán SebastiánNeumeister. Otros son firmas ya habitua-les y con amplio crédito en la investiga-ción graciana, como Jorge M. Ayala, JoséMaría Andreu Celma, Javier García Gi-bert y Felipe Gambín. Y otros, en fin,como Karine Durin, Juan Francisco Gar-cía Casanova, Miguel Grande de Yánez yCarlos Vaíllo tienen bien acreditada sucapacidad investigadora, que corroborancon su contribución en este Diccionario.Como coordinadores de la empresa, en laque participan con la redacción de variasvoces, Elena Cantarino y Emilio Blancohan logrado una formidable nómina de co-laboradores, muchos de los cuales in-tegran el Seminario Internacional «Gra-cián y sus conceptos», que aparte de sussesiones habituales, proyecta sus activi-dades en la prestigiosa Revista Concep-

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tos, ya en el tercer número de su publi-cación.

En resumen, estamos ante una obrade alta divulgación universitaria, que hade redundar en un más amplio conoci-miento del pensamiento graciano en estenovísimo renacimiento, al que me refe-ría al comienzo. Por desgracia, la culturahumanística en España adolece de la se-paración convencional entre los estudioshistóricos, filológicos y filosóficos, quemuy a menudo llegan incluso a ignorar-se. Con tal estrechez de enfoque es muydifícil montar un cerco fecundo a una

obra de tan densa complejidad como lagraciana. Es de celebrar que empresascomo este Diccionario, o como el Se-minario de «Gracián y sus conceptos»ayuden a poner fin a esta incomunica-ción, de que tanto se resiente nuestracultura. Esto sería el mejor homenaje aGracián, escritor, filósofo y moralista,y, sobre todo, uno de los in-genios máscreativos y lúcidos de la cultura espa-ñola.

Pedro Cerezo GalánUniversidad de Granada

¿HACIA UNA REFORMULACIÓN ANALÍTICADEL MARXISMO?

AXEL HONNETH: Reificación. Un estudioen la teoría del Reconocimiento. BuenosAires, Katz, 2007, pp. 154.

La oportunidad que le ofrecen las TannerLectures de marzo de 2005 constituye,para Axel Honneth, el motivo ideal paratratar uno de los conceptos más represen-tativos de la teoría sociológica y políticadel siglo XX bajo un prisma muy distintoal que se venía frecuentando desde el si-glo pasado. «Me había propuesto refor-mular un tema del marxismo occidentalde manera tal que sus contornos teóricosy su urgencia fueran comprensibles paralos oídos analíticos del público de Berke-ley» (p. 7).

Reificación no significa otra cosa, se-gún el encuentro inicial con su primera de-finición, que el hecho de que en una rela-ción interpersonal, ésta, adquiera un ca-rácter de «cosidad» [Dinghaftigkeit].Algo que no ha poseído (ni debería poseera tenor de las connotaciones morales a quepodría conducirnos esto) «propiedades de

cosa —por ejemplo, algo humano— esconsiderado como cosa» (pp. 23-24). Dosvertientes del problema a que nos enfren-tamos trazan ya aquí sus líneas: la de loontológico y la de lo moral. El proceso dereificación conduce a una Weltans-chauung tanto como al juicio sobre ella.

La Historia hace aparecer de nuevoal concepto allá por 1930 y lo vuelve aocultar con posterioridad. Las conse-cuencias menos deseadas a que conduje-ron las experiencias históricas de la Re-pública de Weimar, las del creciente de-sempleo, las de la crisis económica,cristalizaron en el concepto de reifica-ción que, como tal, pretendía dar formamás o menos definida a esta serie de difu-sas tendencias. Georg Lukács y su Histo-ria y conciencia de clase de 1925 son ellugar y ocasión precisos para el naci-miento del término en su nueva nomen-clatura.

El hecho social a que se trata de darforma cualitativa es uno traído a primerplano por la práctica económica creciente:

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la del intercambio de bienes. La predomi-nancia del tipo de sociedad que conoce-mos como capitalista coloca a ese tipo derelación entre individuos como la de ma-yor importancia. Los individuos, en socie-dad, se rigen por la lógica de la transac-ción. En ella la idea de equivalencia conrespecto a bienes como norma de regula-ción de las relaciones conduce a la supre-sión de gran parte de lo cualitativo, que nopuede ser reducido (o traducido) a la cate-goría predominante, la categoría de lo co-mercial. Honneth habla de un cálculo ego-céntrico para señalar lo decisivo de un en-foque que coloca en el mismo plano tantoa los posibles objetos de un Mundo cir-cundante como a las personas, que se apa-recen al sujeto maximizador del beneficiocomo objetos posibles. Esta es la deriva-ción ontológica del problema y el punto entorno al cual quiere circunscribir su inves-tigación el texto fundador de Lukács. Secomienza a vislumbrar ya aquí que el con-cepto clave de la teoría económica, la uti-lidad, encuentra su sitio, lo que lleva, delcambio de actitud inicial que experimentael individuo en una primera red de relacio-nes comerciales, a la extensión de esta ló-gica a esferas que no son propiamente lasde la industria y el instrumento. Sus ac-ciones, su trabajo, él mismo, son «encar-dinados».

Para ello, Lukács llama a sus páginasla Zweckrationalität de Weber. De hecho,el éxito del modelo capitalista sólo puedequedar garantizado, según Lukács, por laasimilación de todas las esferas de la vidaal eje utilidad-instrumento (que equivaleal eje beneficio-medio), pero ya para él,«la “reificación” no designa un mero errorcategorial, ni un quebrantamiento de re-glas morales, sino una “actitud” o costum-bre incorrecta, es decir, una forma de pra-xis que se tornó un hábito» (p. 45). Es unaforma patológica (como señala Honneth)fruto, como toda patología, de un error enuna práctica que por lo general antes era

correcta. Se llega así a la tesis central delestudio de Lukács: la reificación se acabaconvirtiendo en una «segunda naturaleza»del hombre para todos aquellos sujetos in-mersos en el flujo de relaciones de inter-cambio capitalistas.

Todo puede ser visto como objeto, locual, conduce desde la primera perspecti-va —la ontológica que hace que nos pre-guntemos por el cómo se ve afectado elMundo de las «cosas»— a una segunda,de actitud, en la medida en que lo que seanaliza ahora son los cambios «que el su-jeto que actúa debe experimentar en símismo» (p. 28), una perspectiva que abreel camino ya a lo moral del asunto. Lossujetos se ven compelidos a «funcionar»como meros observadores del acontecersocial, sin influencia ni participación, yaque cualquier acción se diluye en un todorelacional, el cálculo, que además de losposibles beneficios exige una actitud de-sapasionada, puramente objetiva. Llega-mos pues a la paradójica situación por lacual el sujeto agente, al actuar, «no se im-plica» en su misma acción y es este elpunto en que se hace oportuna para Hon-neth la opinión del Heidegger de Ser ytiempo: el abuso del modelo sujeto-obje-to se encuentra a la base de esa separa-ción que, desde el plano cognoscitivo queotorga al observador la contrapartida delo observado, lleva a la separación quehace del objeto algo que puede ser poseí-do y, por ello, donado como algo que esde algún modo ajeno al sujeto. Nada máslejos de la realidad, la praxis originalbajo esa «segunda naturaleza» que nosrecuerda tan poderosamente a Rousseau,nos dice que «en la interacción humana laactitud de [...] “implicación” no está diri-gida sólo al otro sujeto, sino en principio,a todo objeto, en la medida en que éste seencuentre en el contexto de circunstan-cias de la praxis humana» (p. 49). A estaactitud, Heidegger la llama «cura» [Sor-ge] y sería el primer impulso del indivi-

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duo hacia el Mundo. Su auténtica actitudnatural.

Se introduce así, casi subrepticia-mente, el segundo y definitivo tema clavedel estudio de Honneth: todo movimientode implicación entraña uno de reconoci-miento. John Dewey acude a la memoriade Honneth. Sólo nos es posible la expe-riencia en cuanto tal como una prácticaholísitca en la que cada nuevo dato es in-cluido como experiencia en sí bajo laperspectiva de un compromiso interesa-do, compromiso que sólo puede ser, portanto, cualitativo (pp. 57 ss.). Se colum-bra de este modo el salto entre la Zuhan-denheit y la Vorhandenhaiet de Heideg-ger y se llega, tras un siglo y medio, alconcepto de reconocimiento. Es éste untérmino de cuño hegeliano, situación cu-riosa en tanto que precisamente fuera He-gel quien tipificó por primera vez esa ac-titud «contemplativa» de la que venimoshablando bajo el embozo de una relación(la del amo-esclavo) que fue la que sugi-rió a Marx el concepto de alienación, unapérdida de algo sustancial al ser humanoque ha sido tomado por otra «cosa»: eltrabajo.

El sujeto, dispuesto bajo la nueva ac-titud de implicación, reconoce algo de síen cualquiera de los contactos que desa-rrolla desde el principio con el Mundoque lo rodea. «Dentro de la psicologíaevolutiva y de los estudios de la sociali-zación, existe consenso desde hace tiem-po acerca de que el surgimiento de las ca-pacidades infantiles de pensar e interac-tuar debe ser concebido como un procesoque se efectúa mediante el mecanismo deadopción de perspectiva» (p. 62). El re-conocimiento del otro (en un primer pro-ceso que sitúa como «otro» tanto al obje-to, que se tiende a animar, como a la per-sona) es primitivo de cara a cualquieractitud posterior. En este sentido, Hon-neth se detiene en señalar cómo, desde elpropio enfoque analítico, Stanley Cavell

defiende incluso que «sólo estamos encondiciones de entender el significado deuna determinada clase de manifestacio-nes lingüísticas cuando nos encontramosen la postura o actitud que él designa [cu-riosamente] como acknowledgement [re-conocimiento]» (p. 78). De modo que,para cerrar el círculo de consecuencias,se puede decir sin temor a equivocaciónalguna que, toda reificación, en tanto pa-tología de la actitud natural que abstrae locualitativo del objeto, implica un olvidodel reconocimiento (pp. 92-93). La reifi-cación consiste en un olvido de lo indivi-dual de la cualidad, «el reconocimientode la individualidad de otras personas nosexige percibir los objetos en la particula-ridad de todos los aspectos que aquellaspersonas asocien con ellos en sus respec-tivos puntos de vista» (p. 102), con loque, desde nuestra relación con los obje-tos, llegamos de nuevo a una relacióncon las personas salvada la actitud en lanueva praxis; es más, de la correcta arti-culación de estas experiencias, esto es, desu correcta valoración con la inclusión dela perspectiva multifacetada, dependendos funciones clave de la conciencia, enprimer lugar, la posibilidad de la mismaabstracción del pensar conceptual (entanto el reconocer es primitivo, cualquierotra actividad mental es derivada) y, enúltima instancia, el evitar el mayor riesgoa que conduce todo el expediente reifica-dor: la autorreificación. El yo también hade encontrarse en su relación práctica consu entorno, de manera que, ni éste debeser absorbido por aquél, ni viceversa(pp. 121 y ss.). Un ego de este tipo se for-ma al mismo tiempo que los demás egosy, junto al sujeto, se despliega el Univer-so de los individuos.

«Los hombres pueden adoptar unapostura reificante frente a otras personas(o grupos de personas) sólo cuando hanperdido de vista el reconocimiento previode éstas [...] algo que se ha dominado in-

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tuitivamente con anterioridad se desapren-de luego» (p. 137) por causa de una prácti-ca continuada por el hábito o por el eternofantasma de la ideología. Un peligro delque aún no se ha escapado y que sigue aúnhoy existiendo bajo la forma del debilita-miento jurídico del contrato de trabajo, lamanipulación genética de las dotes del in-

dividuo, los vientres de alquiler...» (pp.139 ss.). Motivo más que suficiente paraexplicar el interés que pueda suscitar aúnel concepto que nos quiere acercar coneste libro Axel Honneth.

Ricardo Gutiérrez AguilarInstituto de Filosofía del CSIC

IDENTIDAD COMUNITARIA Y FILIACIONES PLURALES

AMARTYA SEN: Identidad y violencia: lailusión del destino, Buenos Aires, Katz,2007, 270 pp.

Las nociones de identidad y de comuni-dad han sido objeto de abundante litera-tura, con éxito e influencia muy dispares.La polémica iniciada por los filósofos co-munitaristas en los años ochenta, con suscríticas al liberalismo (entonces percibi-do como el paradigma dominante), nopuede darse por definitivamente termina-da. Como ha indicado Roberto Gargare-lla 1, la disputa puede ser interpretadacomo un nuevo capítulo del enfrenta-miento entre las filosofías kantiana y he-geliana. Frente al ideal de un sujeto hu-mano autónomo formulado por Kant, He-gel defendía que la realización personalsólo era posible mediante la integraciónmás completa posible del individuo en lacomunidad a la que históricamente perte-nece.

No resulta desproporcionado insertaren este marco teórico las reflexiones queAmartya Sen, premio Nobel de Econo-mía 1998, publicó en 2006 con el títuloarriba indicado, y que se han traducidorecientemente al castellano por V. InésWeinstahl y Servanda M.ª de Hagen. Sen,nacido en India en 1933, profesor en Cal-cuta, Delhi, Oxford y Harvard, es un es-

pectador (y un actor) privilegiado del de-bate entre liberales y comunitaristas,como antes fue representante activo de lacrítica al enfoque utilitarista de la econo-mía del bienestar 2.

Estas reflexiones de Sen, que seabren con la dedicatoria «con la esperan-za de un mundo más libre de quimeras»,son su respuesta apasionada al falso de-bate sobre el «choque de civilizaciones»y a la pretendida reducción de los con-flictos políticos globales a controversiasreligiosas y culturales. En un período «deterrible confusión y de temibles conflic-tos», Sen rechaza la creciente categoriza-ción de las personas en función de su per-tenencia a un único grupo (a una solaidentidad grupal, sea étnica, religiosa, na-cional, lingüística, o de cualquier tipo), yapuesta por su consideración como suje-tos libres y autónomos. Libres de elegir yde perfilar, a lo largo de los años, su iden-tidad personal; autónomos para configu-rar un plan de vida propio e irrepetiblemediante decisiones suficientemente in-formadas. Nacer en un entorno social es-pecífico no es ningún ejercicio de liber-tad; ni tampoco lo es aceptar acríticamen-te los patrones culturales propios de eseentorno dado.

Un fuerte sentido de identidad puedeser motivo de orgullo y de alegría; pero la

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identidad (dice Sen) también puede matar,y matar desenfrenadamente. La solidari-dad interna de un grupo puede ser fuentede discordia y de choques con otros gru-pos. Si el pensamiento identitario, a me-nudo unidimensional, admite estos extre-mos, ¿dónde está el remedio? No en sofo-carlo, ni en aparcarlo, como en ocasionesse plantea (es la tesis de la «indiferenciahacia la identidad»). La respuesta de Senes clara: «la historia y el origen no son laúnica forma de vernos a nosotros mis-mos... existe una gran variedad de catego-rías a las que pertenecemos simultánea-mente». Este autor apuesta por la tesis dela «filiación plural», que implica recono-cer que todos los sujetos pueden adscribir-se a múltiples caracterizaciones, y que esel cruce entre todas ellas lo que define suidentidad personal. Profesar una determi-nada religión, pertenecer a cierta etnia, noson más que filiaciones singulares queconcurren con otras, que ayudan a definiral sujeto, pero no determinan por sí solassu plan de vida. Nadie pertenece a efectosprácticos a un único grupo.

Esta toma de postura conduce, lógi-camente, a Amartya Sen hacia un debatecon Samuel Huntington y con los comu-nitaristas. La crítica a la teoría del «cho-que de civilizaciones» aparece en el Ca-pítulo 3 del libro. Para Sen es un burdoestereotipo definir a una persona en cuan-to miembro de una civilización, porquelos seres humanos no «pertenecen», noestán inscritos en tal o cual civilización,ni pueden reducirse a esta única dimen-sión. El atractivo de la teoría de Hunting-ton (y uno de sus más graves defectos) esque presenta conflictos modernos muycomplejos como si fueran, simplemente,una continuación de viejas rencillas, ren-cillas que, por lo demás, siempre habríanestado presentes y nunca terminarán deltodo. Así, afirma Sen, para esta teoría noes preciso analizar con rigor las causasdel problema, su evolución histórica, ni

las soluciones que políticamente seríaposible tomar hoy en consideración. Fi-nalmente, otro defecto es que la teoríapresupone que las civilizaciones son máshomogéneas de lo que realmente son, eignora las diversidades que existen en elseno de cada una de ellas.

En relación con el comunitarismo,Sen formula asimismo diversas críticas.Por un lado, discute si puede afirmarseque la identidad con la propia comunidadde origen deba ser la identidad «dominan-te», y en qué sentido: unas pautas de con-ducta dominantes en el pasado (afirmadoeste rasgo en términos descriptivos) notienen por qué ser asumidas sin discusiónhoy día (desde un punto de vista normati-vo). Rechaza que el origen social determi-ne los patrones de razonamiento de unapersona, y que ésta sólo pueda percibir larealidad social a través de las convencio-nes y prácticas de la comunidad: aquí vie-ne a cuento la distinción entre influir y de-terminar. Además, es difícil que un gruposocial presente los rasgos de extremacohesión que parecen desprenderse de losargumentos comunitaristas. Por último,Sen rechaza que la identidad sea, antetodo, una cuestión de «descubrimiento» opertenencia, un vínculo que no podemospasar por alto aunque queramos: por elcontrario, nuestro autor defiende que cadasujeto es libre de elegir entre identidadesalternativas o combinaciones de identida-des y, sobre todo, que es libre de otorgar acada una la prioridad que él (o ella) en-tiende adecuada.

Éste es un argumento central del li-bro: si bien afirmar que cada personapuede escoger cualquier identidad que leplazca es evidentemente absurdo, resaltarque todos podemos ordenar nuestrasprioridades de forma diferente, otorgan-do a los rasgos culturales que poseemosun peso relativo distinto, es perfectamen-te razonable. Es más, defender la posi-ción contraria conduce al empequeñeci-

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miento de los individuos, al reducir arbi-trariamente el abanico de opciones deque disponen desde su nacimiento. Nóte-se que el pensamiento identitario no hacehincapié en la limitación que suponen lacarencia de recursos económicos, la de-mografía, o el entorno natural hostil. Selimita a «recordar» que cada persona per-tenece a un grupo por el mero hecho denacer, crecer y educarse dentro de él, ol-vidando que la educación sólo merece talnombre si está puesta al servicio de la au-tonomía de la persona.

Este aspecto le da pie a Amartya Senpara reflexionar, en el Capítulo 8, sobrelos logros de Gran Bretaña con su políticade multiculturalismo. Como es sabido,uno de los rasgos que han definido hastaahora esta política es la pretensión de inte-grar a los diferentes grupos raciales y reli-giosos aceptando su diversidad, sus prácti-cas culturales, invitándoles a participar enla sociedad civil en cuanto tales comuni-dades, e incluso fomentando una educa-ción diferenciada dentro de éstas, porejemplo mediante escuelas propias. ParaSen se trata de un enfoque equivocado,que denomina «monoculturalismo plu-ral». No es lo mismo aceptar la existencia

de diferentes culturas impermeables entresí, como se está haciendo a menudo, quepromover el intercambio entre ellas y suintegración en una cultura cosmopolita: elmulticulturalismo no puede anular (ni su-plantar) el derecho de una persona a parti-cipar en la sociedad civil como sujeto in-dividual, autónomo, no como miembro deun grupo, ni debe restringir su derecho allevar «una vida socialmente no confor-mista». Extremadamente iluminadora esla referencia que hace a Gandhi, un líderque insistió siempre en que el movimientopor él representado era «incondicional-mente universalista», y no basado en lascomunidades, insistencia que le causó nopocos problemas.

Los argumentos de Amartya Sen es-tán expuestos con gran claridad, y la lec-tura se hace más amena por los muchosejemplos que introduce. Esta obra, queno es académicamente muy ambiciosa, síofrece aspectos de interés que la hacenaltamente recomendable. Entre ellos, dara conocer las opiniones de este PremioNobel sobre una cuestión en la que hasido protagonista privilegiado.

Rafael Herranz Castillo

NOTAS

1 Gargarella, R., Las teorías de la justicia despuésde Rawls, Barcelona, Paidós, 1999, p. 125.

2 Sen, A., Sobre ética y economía, Madrid, Alian-za, 1987, pp. 75 y ss.

NOVEDAD Y CONTINUIDAD EN FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

WENCESLAO J. GONZÁLEZ y J. ALCOLEA

(eds.): Contemporary Perspectives inPhilosophy and Methodology of Science,A Coruña, Netbiblo, 2006.

La filosofía de la ciencia de las últimasdécadas ofrece un complejo panorama detendencias, orientaciones, temas de refle-xión y debates. A ello debe sumarse la

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aparición de nuevos ámbitos de proble-mas como el que supone el estudio de lasrelaciones entre ciencia, tecnología y so-ciedad. Por otro lado, la ciencia ha dejadode ser objeto de estudio exclusivo de lafilosofía para convertirse en materia deinterés de otras disciplinas con las que lafilosofía ha mantenido, aunque no en to-dos los casos, tensas relaciones.

En este contexto cabe preguntarse sialgo pervive del legado filosófico del pa-sado siglo. ¿Han desaparecido los proble-mas que abordó la filosofía y la metodo-logía de la ciencia en décadas anterioreso se han renovado al mismo tiempo quelas perspectivas desde los que se les ana-lizó? ¿Se ha desvanecido el backgroundde las principales tendencias filosóficas ymetodológicas o por el contrario se man-tiene en alguna medida? La respuesta aestos interrogantes tiene considerable im-portancia para la clarificación del hori-zonte actual de la filosofía y metodologíade la ciencia.

El libro editado por Wenceslao Gon-zález, Contemporary Perspectives inPhilosophy and Methodology of Science,publicado por Netbiblo en 2006, aportauna clara respuesta a las cuestiones plan-teadas. En el trabajo introductorio «No-velty and Continuity in the Philosophyand Methodology of Sciencie» el profe-sor González sostiene que, precisamente,la coexistencia de novedad y continuidades una de las características de la filosofíay la metodología de la ciencia en nuestrosdías. La continuidad tiene que ver princi-palmente con el interés que sigue presen-tado el background de las principales ten-dencias filosóficas en las aproximacionesgenerales a la ciencia. Mientras que lanovedad se relaciona, tanto con la refle-xión general sobre la ciencia, como conlas filosofías especiales. De hecho algu-nas innovaciones provienen de las filoso-fías especiales, aunque posteriormente seintegren en la filosofía y metodología ge-neral de la ciencia.

González fundamenta su tesis en unsucinto, aunque intenso, recorrido por lafilosofía y la metodología de la cienciadesde el Círculo de Viena a nuestros días.Se detiene en el giro historicista entroni-zado por Kuhn y presta una especial aten-ción a las complejidades de los dos girosque pueblan la filosofía de la ciencia delas últimas décadas, el naturalista y el so-cial. Concluye con una atenta mirada alrealismo científico, tema central en losdebates durante varias décadas, y resaltala creciente importancia de los enfoquesfilosóficos basados en las teorías de laprobabilidad.

Por otro lado, la coexistencia de con-tinuidad y novedad queda ilustrada porlos trabajos recompilados en el volumenque estamos reseñando: algunos de ellosmantienen continuidad con el back-ground de problemas y perspectivas filo-sóficas y metodológicas del siglo pasado,mientras que otros enlazan con tenden-cias y problemas más recientes. Cabedestacar que un elemento novedoso deeste volumen es el énfasis del análisis enproblemas de disciplinas concretas másque en visiones generales. En buena partede los trabajos la atención se centra enciencias específicas como la medicina, labiología, la neurociencia, la economía ola matemática.

Todo ello muestra la complejidadque ha implicado la articulación de estevolumen. González ha resuelto esta difi-cultad dotando al texto de una clara es-tructura que permite transitar con facili-dad por las diferentes aproximaciones,tendencias y problemas abordados, almismo tiempo que proporciona coheren-cia a la pluralidad de aportaciones inclui-das. El libro está estructurado en tresgrandes partes que incluyen a su vez va-rios apartados constituidos cada uno pordos trabajos. Una breve semblanza lostrabajos compilados nos permite calibrarla importancia de una obra que, por méri-

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to propio, se sitúa entre las mejores publi-caciones recientes sobre filosofía y meto-dología de la ciencia.

La primera parte del libro lleva portítulo, Methodological Approaches onCentral Problems of science. Esta prime-ra parte consta de dos grandes apartados:Scientific Reasoning and Discovery inScience, y, Scientific Testing. El primerode ellos incluye dos contribuciones,«Scientific Reasoning and BayesianInterpretation of Probability» de ColinHowson y «Kuhn on Discovery and theCase of Penicillin» de Donald Gillies.Mientras que el segundo consta de lostrabajos de John Worrall, «Why Rando-mize? Evidence and Ethics in ClinicalTrials» y de Wenceslao González, «Pre-diction as Scientific Test of Economics».

La contribución de Howson tienecomo punto de partida la idea de que lateoría bayesiana permite disponer de unmodelo de razonamiento inductivo y, portanto, de un modelo explicativo del razo-namiento científico. El ofrece una de-mostración informal del hecho de que elrazonamiento probabilístico válido, igualque el deductivo, es esencialmente noampliativo (lo que Bacon consideró unfallo crucial, de la inferencia deductiva).En su demostración Howson presenta sumodelo explícitamente como una lógicade la inferencia que comparte de cerca uncierto tipo de parentesco con la inferenciadeductiva. Por otro lado, el profesor Gi-llies lleva a cabo un atractivo estudio deldescubrimiento de la penicilina, al queconsidera un caso de lo que Kuhn deno-minó descubrimiento científico proble-mático». Es decir, aquellos descubri-mientos caracterizado por, a) constituirnecesariamente un proceso complejo, b)alargarse en el tiempo e incorporar a me-nudo un cierto número de personas. Aello añade Gillies la idea de Fleck de que«el descubrimiento debe ser consideradocomo un evento social». Gillies muestra

que éste es el caso del descubrimiento dela penicilina que implicó a Fleming(quien no reconoció a la penicilina comoun antibiótico) y a Howards Florey y suequipo de Oxford (que fueron los quemostraron que la sustancia descubiertapor Fleming podía usarse como antibióti-co). El autor termina ofreciendo una am-pliación del modelo de descubrimientode Kuhn al introducir otras cláusulas quelo completan.

En el segundo apartado Worrall ana-liza los experimentos en medicina (yotras ciencias) en los que se prueban nue-vos medicamentos o procedimientos so-bre poblaciones divididas aleatoriamenteen dos grupos, el de investigación y el decontrol. Cuestiona la superioridad meto-dológica y epistemológica otorgada porlos especialistas a estos experimentos de-sarrollando una argumentación minucio-sa que apoya en el análisis de casos. Wo-rrall plantea además las dudas éticas quesuscitan las decisiones en el seno de losexperimentos aleatorios a partir del casoECMO (reducción del índice de mortali-dad de neonatos). Su posición final esque en muchos casos, en lugar de estetipo de experimentos, lo mejor que sepuede hacer es controlar los factores queel background de conocimientos acumu-lados exhibe como causas posibles (par-ciales) de la respuesta al tratamiento encuestión. En la última contribución a esteapartado, González aborda, con la riguro-sidad filosófica que le es propia, el papelde la noción de predicción en la econo-mía y la metodología de la economía.Lleva a cabo un detenido examen de estetema desde la perspectiva que relaciona ala metodología de la economía con lascorrientes metodológicas generales (veri-ficacionismo, falsacionismo...) y que, portanto, compara a la economía con las ca-racterísticas generales de otras discipli-nas científicas. Desde este punto de vistaGonzález, primero, expone las aportacio-

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nes de destacados economistas (princi-palmente Friedman, Hicks, Buchanan ySimon), quienes tratan de dilucidar el rolde la predicción en relación al estatuscientífico de la economía, segundo, ana-liza las aportaciones que han hecho los fi-lósofos en relación a la ciencia en generaly, tercero, usa estas aportaciones comomarco desde el que evalúa las aproxima-ciones de los economistas. Los argumen-tos desarrollados en esta evaluación de-sembocan en la propuesta de una posi-ción propia consistente, básicamente, enconsiderar que el problema de la predic-ción en economía puede resolverse asu-miendo que la predicción sirve comocondición suficiente para tener ciencia,pero no es una condición necesaria parasu estatus científico.

La segunda parte del libro llevacomo título Epistemological Issues Rela-ted to a General Framework, y está inte-grada por los apartados The Examinationof Determinismo and the Análisis of Lifey Social epistemoloy and the CognitiveRelation Science-Technology. El primeroincluye los trabajos de Peter Clark «Pro-blems of Determinism: Predicction, Pro-pensity and Probability», y de Franz M.Wuketits, «Evolucionary Epistemologyand the Concept of Life. Mientras queel segundo lo forman las aportacionesde Emilio Muñoz, «Conflict betweenKnowledge and Perception: New Spacesfor the Comprensión and Management ofScience around the «New Biology», y deAnna Estany, «Cognitive Approach onthe Relation Science-Technology».

En su trabajo, Clark lleva a cabo unrecorrido por los temas centrales queplantea el determinismo físico, desde laconcepción de Laplace a la mecánica es-tadística y la paradoja que suponen lasprobabilidades deterministas. Finalmenteaborda las consecuencias del determinis-mo físico para la libertad humana exami-nado diversos argumentos. Wuketits pre-

senta las tesis básicas que fundamen-tan un enfoque evolucionista de la cogni-ción, es decir, expone los puntos esencia-les de la epistemología evolucionista yalgunas de las implicaciones filosóficasde tal perspectiva. Básicamente Wuketitsmuestra en qué términos se abordan losfenómenos cognitivos desde un punto devista evolucionista.

En el segundo apartado, Muñoz, ana-liza detalladamente las dificultades queplantea la participación social y el reco-nocimiento de los desarrollos de la «nue-va» biología por la sociedad. Su análisismuestra que tales dificultades pueden re-lacionarse con dos clases de factores. Porun lado, el hecho de que las aplicacionesy los avances en biología muestran unacombinación de intereses, creencias y va-lores que hacen los procesos de genera-ción y estabilización de confianza extre-madamente complejos. Por otro, la mis-ma naturaleza del campo de la biologíaen el que la producción de conocimientorequiere de investigación inter y multi-disciplinaria. Esta investigación está ade-más sometida a pautas de aceleración ytrayectos circulares que hacen muy difícilla adopción de las herramientas tradicio-nales de diseminación del conocimientoen la sociedad. Por su parte, Anna Estanydestaca la importancia de tener en cuentalos factores cognitivos en los modelosSTS y TIS, y el interés de una aproxima-ción cognitiva en metodología de diseño.La autora argumenta la trascendencia delos modelos cognitivos y de una praxio-logía cognitiva, y como la introducciónde elementos cognitivos en el análisis nodebe ser contemplada como algo desco-nectado de los elementos contextuales.La filosofía de la tecnología debe incluir,por tanto, los elementos cognitivos en susmodelos, la metodología de diseño debetomar en cuenta lo que la psicología cog-nitiva postula acerca de mecanismos enel procesamiento de información; por

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consiguiente, las ciencias cognitivas ju-garán cada vez un papel más importanteen las ciencias de diseño.

La tercera y última parte del volu-men se titula Focal Philosophical Pro-blems in Empirical and Formal Sciences.El primer apartado denominado Neuros-cience and Psychology, incluye el trabajode Peter Machamer, «Philosophy andNeuroscience: The Problems» y el deJosé Sanmartín, «Education, the Brainand Behavior: Reflections on Today’sPsychology». El segundo, MathematicalActivity and Philosophical Problems,está integrado por los trabajos de Javierde Lorenzo, «Mathematical Doing andThe Philosophies of Mathematics», y elde Jesús Alcolea-Banegas, «Ontologicaland Epistemological Problems of Mathe-matics».

En la primera parte Machamar ex-plora las relaciones entre neurociencia yfilosofía en una doble dimensión: la rele-vancia de la neurociencia para abordarproblemas filosóficos tradicionales comolos de la relación mente cerebro, la natu-raleza del conocimiento, entre otros, y laimportancia de la filosofía para abordarla explicación, la evidencia, el rol de losexperimentos, etc., en el caso de las neu-rociencia. El autor lleva a cabo un breve,pero sugerente, análisis de algunas de lascuestiones señaladas en la doble direc-ción que supone la relación entre neuro-ciencia y filosofía. Por otra parte, en sucontribución, Sanmartín aborda, con laconcisión y claridad intelectual que le ca-racterizan, las diversas propuestas que sehan elaborado para explicar la conductahumana. Lleva a cabo un sugerente análi-sis de los diversos enfoques de la explica-ción de la conducta humana, centrándoseen la violencia y, más específicamente,en la violencia de los hombres sobre lasmujeres. El autor analiza críticamente lasposiciones ambientales que remiten laexplicación a los factores sociales que las

producen, pone en cuestión la explica-ción sociobióloga de la violencia, y dacuenta de los puntos débiles de la psico-logía evolutiva. Finalmente muestra lasfortalezas de la teoría social de las emo-ciones que, sin olvidar las bases biológi-cas de la conducta, afirma la importanciacentral de la socialización y, por tanto, delos contextos culturales, en la explicaciónde la violencia. Las bases biológicas deunos seres tan complejos como los huma-nos son necesarias, pero no suficientespara la explicación de su conducta.

En el último apartado de este volu-men encontramos dos interesantes traba-jos centrados en el análisis filosófico delas matemáticas. De Lorenzo analiza elquehacer de los matemáticos, o mejor ex-presado «el hacer matemáticas», aleján-dose de la imagen que de ello ofreceLeibniz. Para el autor, la clave de estequehacer no está en lo que puede ser pro-bado sino, fundamentalmente, en lo quepuede ser concebido; y teniendo muypresente que en cada punto los matemáti-cos están discutiendo entre ellos qué es-tán haciendo y cómo lo están haciendo.Por otro lado, el quehacer de los matemá-ticos es conducido por una concepción, ala que puede denominarse su filosofía.Por tanto, hay que hablar no de Filosofíade la matemática, sino de filosofías de lasmatemáticas. Finalmente Alcolea-Bane-gas aborda el debate entre platónicos yantiplatónicos en la filosofía de las mate-máticas, deteniéndose en los principaleseslabones del mismo. Se ocupa por tanto,del problema de la objetividad matemáti-ca examinando las diferentes tesis aporta-das respecto a la cuestión de si las propie-dades como la verdad son característicasde algún mundo matemático objetivo.

Lo reseñado evidencia que Contem-porary Perspectives in Philosophy andMethodology of Science constituye unadestacada contribución a la filosofía ymetodología de la ciencia. Esta obra tiene

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la virtud de mostrar, por un lado, la ro-bustez que sin duda continua mantenien-do el pensamiento filosófico acerca de laciencia, y, por otro, cómo la convivenciade tendencias recientes y orientacionesde décadas precedentes, contribuyen aeste hecho. Finalmente no se puede dejarde resaltar la cuidadosa edición de esta

obra y la meticulosidad con la que hansido tratados sus aspectos formales;amén de la cuidada selección de referen-cias que presenta cada una de las contri-buciones.

Amparo GómezUniversidad de La Laguna

FILOSOFÍA Y ANIMALES, UN BINOMIO INCUESTIONABLE

ASUNCIÓN HERRERA GUEVARA (ed.): Deanimales y hombres, Madrid, BibliotecaNueva, 2007.

Como en anteriores ediciones, el Departa-mento de Filosofía de la Universidad deOviedo, agrupa en sus Studia Philosophi-ca las investigaciones de sus miembros.Esta nueva edición estructurada en dospartes se vale además de las colaboracio-nes de filósofos del ámbito nacional e in-ternacional para acercarnos a La concep-ción filosófica de los animales no huma-nos, que constituye el tema monográficobajo el que reflexionan los autores inclui-dos en la primera mitad del volumen. Traslas reflexiones incluidas en esta primeramitad encontramos un clamor unánime: lainjustificada crueldad y violencia hacia losanimales no humanos exige un tratamien-to filosófico exhaustivo de tan controver-tido problema. Si cabe una epistemología,una concepción de la bioética, una filoso-fía moral e incluso una extensión de nues-tros nociones políticas al uso para acoger,en expresión de Ursula Wolf, a nuestroscovivientes no humanos, es algo que losautores que engrosan esta primera partedejan patente a través de sendos artículos,que discurren desde las más rigurosas in-terpretaciones de la historia de la filosofíahasta los planteamientos más novedosos

en los campos de la bioética y de la éticapráctica.

Siguiendo este espíritu, que aúna inno-vación y tradición, Gary L. Francione, TomRegan y Ursula Wolf, invitados a colaboraren esta edición, denuncian el maltrato in-discriminado infligido a los animales nohumanos. Su insistencia en la capacidadpara sufrir de tales seres no resulta super-flua en un mundo en que los humanos hanutilizado a los animales como una posesióna su servicio, cuando no como puro objeto.Francione aboga por la inclusión de losanimales en la comunidad moral sobre lasola base de su capacidad para sentir dolor.Desde esta perspectiva, amén de criticar lasconsabidas concepciones que erigen alhombre como dueño y señor de la naturale-za y todos sus seres, destapa las hipocresíasimplícitas en algunas teorías, que en lugarde dar salida a una auténtica concepción delos derechos de los animales, no han hechomás que reeditar los mismos problemas. Lacrítica de Francione en este sentido, se ex-tiende desde los utilitaristas clásicos, Bent-ham y Mill, hasta planteamientos contem-poráneos como la «concepción de mentessimilares». Sobre la base de que muchosanimales jamás podrían considerarse cog-nitivamente cercanos a los humanos, Fran-cione rechaza esta concepción para afirmarcon rotundidad que sólo la capacidad para

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sufrir resulta relevante a la hora de ampliarnuestra comunidad moral. Tom Regan de-sarrolla este argumento a través de su clari-ficadora noción de «sujeto-de-una-vida»que extiende a los animales no humanos. Ajuicio de Regan, hemos de contemplar tam-bién a estos seres como poseedores fiducia-riamente de los tres derechos fundamenta-les incluidos en esta noción: a la vida, a laintegridad corporal y a la libertad. Estasprerrogativas otorgadas a los animales po-nen de manifiesto la insuficiencia de nues-tro concepto de justicia básica, que no hasido capaz de asegurar su protección.Aceptar nuestra responsabilidad moral nosenfrenta ahora ante un nuevo reto que pasapor el reconocimiento de los derechos delos animales no humanos. Aplicar de ma-nera efectiva la justicia compensatoria conrespecto a éstos, tal como se lleva a cabocon los grupos sociales desfavorecidos, po-dría ser una de las formas más eficaces dehacernos cargo de ese reto. Ursula Wolf re-para en la insuficiencia aludida más arriba,señalando la cortedad de la legislación ale-mana que establece únicamente un manda-miento de respeto universal para con todoslos seres sufrientes. En opinión de Wolf, lamoral del respeto y de los deberes negati-vos no basta para salvaguardar el derecho auna vida sin daño de los no humanos. Ade-más de formar parte de la tan inmensacomo amenazada riqueza natural de la Tie-rra, ellos se comportan y actúan como ver-daderos compañeros y amigos y, así, adqui-rimos para con ellos unos deberes de cuida-do similares a los que asumimos conrespecto a seres humanos desvalidos. Antela visión sobrecogedora de un sufrimientoque para los animales será siempre incom-prensible, admitamos que la reforma denuestra mentalidad moral a través del asun-ción de estos deberes de cuidado es tan ne-cesaria como inaplazable.

Una mirada hacia los pilares de laconcepción filosófica de los animales nohumanos nos retrotrae hasta la filosofía

antigua. Santiago González Escuderorealiza un análisis exhaustivo y precisode los dos aspectos aristotélicos más rele-vantes con respecto al presente problema:el alcance del adjetivo «cívico» y la im-portancia del uso del grado superlativo enla filosofía de Aristóteles. Por desconta-do, el hombre sería el animal más cívicoen sentido estricto, pues las bestias no tie-nen capacidad para ser parte de la polis.Sólo los humanos poseen logos y, porende, facultad para dar razones y pensarsobre lo correcto y lo incorrecto. Sin em-bargo, animales y hombres tenemos ras-gos comunes. Los animales no poseencapacidad de deliberación, de mímesis ode recuerdo, pero sí movimiento, alma eimaginación sensitiva, y cierta capacidadde previsión. Todo ello no sugiere, claroestá, una defensa implícita de la protec-ción de los derechos de los animales.Como señala Vicente Domínguez, cola-borador también de esta primera parte, elhombre es el único sujeto ético posibletanto para Aristóteles como para los es-toicos. Sin embargo, reparar en las simi-laridades aducidas por Aristóteles abreuna puerta a una nueva comprensión delproblema de la que carecíamos en la con-cepción platónica de los animales, afian-zada aquélla además por la idea aristoté-lica de que toda crueldad constituye, porexceso o por defecto, una ausencia de vir-tud. El riguroso y pormenorizado trata-miento de la concepción de los animalesen la filosofía antigua se completa con elartículo en que Adolfo Ropero Secadesrecrea un diálogo platónico, poniendo enboca de los personajes las ideas de pensa-dores como Bentham, Leibniz y Ortega,para apuntalar un concepto de igualdadentre humanos y no humanos.

Un alto en el camino merece el artícu-lo de Marta Tafalla que, parafraseando sutítulo, gira en torno a Darwin, Mellville yel lugar del ser humano en la naturaleza.La prosaica belleza del texto hace que se

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preste a una lectura relajada sin perder unápice de contenido filosófico. En un len-guaje claro y expresivo Tafalla relata laforma en que Darwin y Melville son críti-cos con el ideal de dominación de la natu-raleza que profesan los seres humanos. SiDarwin extrae de sus observaciones y teo-rías la enseñanza moral de que no haycriaturas superiores e inferiores, Melvilledenuncia el fanatismo que empuja a loshumanos a la destrucción de la naturaleza.Las dos voces claman al unísono en favorde la ampliación de nuestro círculo moraly advierten del peligro de una acción quenos aboca a la situación opuesta, presididapor la crueldad y la violencia irracional eindiscriminada. En otro contexto argu-mentativo, Pablo de Lora apela a una no-ción de reconocimiento para reducir hastasu desaparición tales deplorables actitu-des. Su artículo aplica, de manera certeray sugerente la argumentación de I. Berlin,acerca de la necesidad de reconocimientode nuestro status como personas, al trata-miento y protección que les debemos a losanimales no humanos. Resulta un despro-pósito no otorgarles al menos un derechofiduciario a la vida y a la integridad física,puesto que este mismo proceder lo aplica-mos sin cuestionamiento a los niños sin unpleno desarrollo de sus facultades cogniti-vas y a los humanos discapacitados. Paradesarrollar su propuesta De Lora opta poruna estrategia liberacionista que, al con-trario de la bienestarista, pergeña un con-cepto reformulado de justicia que asegurepara los humanos esta protección básica.Desarrollado de manera sutil y elocuenteencontramos este concepto de justicia enel artículo de Asunción Herrera Guevara,que es además la editora de este volumen.Una sociedad justa ha de tender hacia laerradicación del sufrimiento en todas susmanifestaciones. Sobre las bases de unmonismo ontológico, que pugna contra ladualidad clásica de dos mundos radical-mente opuestos, y de un pluralismo con-

ceptual, que persigue aunar las virtudes dediferentes teorías éticas en una constela-ción emancipadora para los animales, He-rrera se hace eco de la necesidad de unanueva concepción moral que incluya tam-bién a aquellos seres que, pese a las evi-dentes diferencias, nos salen al encuentrocomo si ocupasen el lugar de una segundapersona o interlocutor. Si habitamos unmismo mundo en el que hay seres diferen-tes pero no superiores ni inferiores, ten-dremos que reflexionar sobre cómo incluira los animales no humanos en nuestraperspectiva de la justicia y, al fin, en nues-tra esfera moral.

De animales y hombres, se completacon una segunda parte, Varia, que abarcaun amplio y variado espectro de temas fi-losóficos de primera magnitud. En loscampos de la hermenéutica y la estética,encontramos a dos de los mayores espe-cialistas de nuestro país, Modesto Bercia-no y Tomás Calvo, con artículos sobre elconcepto de verdad histórica en Heideg-ger y Gadamer y sobre la crítica de Platóna la poesía y el arte respectivamente. Delmismo modo, la historia de la filosofía yla filosofía de la ciencia hallan cabida eneste volumen gracias a las colaboracionesde Manuel Fernández Lorenzo, Jesús A.de la Pienda y Alberto Hidalgo Tuñóncon sendos estudios en torno a Schellingy Ortega, Hawking y Whewell. Final-mente, José Antonio Méndez Sanz y Ju-lián Velarde Lombraña hacen sus valio-sas contribuciones en los campos de laantropología filosófica y de la epistemo-logía. Esta segunda parte, se cierra conlas aportaciones de los Becarios de Inves-tigación del Departamento de Filosofíaque inician así su labor divulgadora en te-rrenos como los de la filosofía moral ypolítica, la filosofía del lenguaje y, nue-vamente, la filosofía de la ciencia.

En este ambicioso proyecto la editoradel presente volumen, así como todos loscolaboradores superan con creces el obje-

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tivo perseguido: por un lado dar cuenta allector de la que se ha llamado concepciónfilosófica de los animales no humanos, re-corriendo tanto los desarrollos de la Anti-güedad como los más modernos plantea-mientos y reflexiones; por otro lado, ofre-cer un completo compendio de los temasfilosóficos más relevantes del presente,con tratamientos ora históricos, ora másanalíticos y sistemáticos de cada uno deellos. En suma, un libro de inestimableayuda, válido para completar nuestro co-nocimiento y estudio y útil como manualpara un público amplio que desee iniciarse

en la temática de los problemas filosóficosque atañen a los animales no humanos.Gran parte de los artículos se desarrollan,al margen de puntuales dificultades, den-tro de las fronteras de un lenguaje asequi-ble, sin menoscabo de la hondura de lasreflexiones vertidas en ellos. De animalesy hombres adquiere así multitud de relie-ves que lo convierten en un libro sustan-cioso y apto para diferentes niveles deprofundización y lectura.

Iván Teimil GarcíaUniversidad de Oviedo

LA DEMOCRACIA EN SERIO

ANDRÉS DE FRANCISCO: Ciudadanía y de-mocracia. Un enfoque republicano, Ma-drid, Los Libros de la Catarata, 2007,218 pp.

En comparación con buena parte delneo-republicanismo académico de hablainglesa, el último libro de Andrés deFrancisco tiene como mínimo tres méri-tos. Normativo, porque entra de lleno enla cuestión del diseño institucional, en lu-gar de quedarse en el nivel ideal de la teo-ría; histórico, porque reconstruye la tradi-ción republicana desde sus raíces griegasy no exclusivamente romanas; y analíti-co, porque coloca el tema de la propiedad—tal como lo hicieron Aristóteles, Ha-rrington o Jefferson— en el centro del de-bate republicano. El libro, además, es ex-tremadamente didáctico y accesible, apesar de que incorpore buenas dosis dehistoria, ciencia política y teoría econó-mica. Ciertamente se aprende mucho le-yéndolo, pero los argumentos están ex-puestos con precisión y sin florituras, enla línea de la mejor tradición de la filoso-fía política analítica.

La intención del autor es la de recu-perar la tradición del republicanismo de-mocrático para la izquierda actual. Paraello, se marca dos objetivos: distinguir latradición republicana de la tradición libe-ral y distinguir el republicanismo demo-crático del republicanismo oligárquico.Para alcanzarlos, trata de aclarar qué noes el republicanismo democrático, perotambién qué es, es decir, en qué consisti-ría ser ciudadano en una democracia re-publicana y cuáles son las institucionespolíticas y las condiciones materiales queposibilitarían que dicha ciudadanía pu-diera ser ejercida.

En la primera parte del libro, DeFrancisco analiza lo que considera comolos dos dogmas de la «contrautopía libe-ral»: el dogma de la autorregulación delos mercados y el dogma de la benevo-lencia de la mano invisible del mercado.Su intención es mostrar que ambos dog-mas son precisamente eso: dogmas. Esdecir, que no sólo no se sostienen norma-tivamente sino tampoco en la práctica. Ylo hace, por así decir, desde dentro, tra-tando de mostrar que los mercados reales

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no pueden satisfacer las condiciones deequilibrio y eficiencia exigidas por lapropia teoría económica neoclásica.

En cuanto a los corolarios prácticosde dichos dogmas, De Francisco los divi-de en tres: el Estado mínimo, la despoliti-zación de la economía y la teoría econó-mica de la democracia. A analizarlos de-dica el segundo capítulo de esta primeraparte. Pensemos en este último corolario:si el mercado económico funciona «es-pontáneamente», ¿por qué motivo no ha-bría de hacerlo el «mercado» político?Así, podríamos definir la democraciacomo un sistema de toma de decisionesen el que políticos racionales venden pro-gramas electorales a cambio de votos yvotantes igualmente racionales compranprogramas a cambio de sus votos. Laexistencia de elecciones regulares y com-petitivas haría el resto, puesto que obliga-ría a los políticos (1) a atender el mayornúmero de preferencias ciudadanas posi-bles —para así poder alcanzar el poder—y (2) a satisfacerlas en el caso de alcan-zarlo —para así poder ser reelegidos.¿Cuál es el problema de este modelo, se-gún De Francisco? Pues que, en condi-ciones informativamente asimétricas, lasdesigualdades económicas terminan portener un impacto en la representación po-lítica, como ya reconocía el propioDowns en su célebre Teoría económicade la democracia: «el conocimiento im-perfecto permite que, en un mundo dondese supone que reina la distribución igualde los votos, la distribución desigual de larenta, de la posición y de la influencia(...) tengan una participación en la sobe-ranía» 1.

La desigual capacidad para influir enla toma de decisiones permite hablar en-tonces de formas de exclusión política deiure pero también de facto. Así, ya en lasegunda parte del libro, De Francisco vaa distinguir entre dos fronteras —las ex-ternas y las internas— de la ciudadanía.

Esto le permite realizar un enfoque tridi-mensional del ideal de ciudadanía. Poruna parte, las fronteras externas defini-rían la superficie del espacio cívico (aquíse incluirían las formas de exclusión pornacionalidad, raza o sexo). Y por otra, lasfronteras internas definirían su volumen,incluyendo dos formas históricamentecaracterísticas de exclusión: la civitassine suffragio (la ciudadanía sin derechoal voto) y la «oligarquía isonómica» (laigualdad formal ante la ley con desigual-dad de influencia política real).

Pues bien, ¿supone la progresiva su-peración de la ciudadanía sin sufragio lasuperación de la oligarquía? O dicho deotro modo, ¿garantiza la universalizacióndel sufragio la igual capacidad de in-fluencia política real? Ni mucho menos:«pronto descubrirían las élites (...) que laampliación del derecho electoral no iba atener consecuencias tan perversas parasus intereses. Los obreros pudieron votar,y lo que parecía más peligroso todavía,pudieron ser elegidos (...). Pero no ocu-rrió lo que más temía la burguesía: la pro-piedad quedó intacta y el voto obrero nocondujo al socialismo. Pronto descubrie-ron las élites (...) que la isonomia, laigualdad de derechos civiles y políticos,no es lo mismo que la democracia. Tansólo es una condición necesaria, nuncasuficiente. En otras palabras, puede haberperfectamente un élite del poder, un oli-garquía, mantenida no ya pese a la per-fecta igualdad de derechos políticos sinoincluso gracias a ella. Existe, pues, la po-sibilidad de una oligarquía isonómica»(pp. 111-2).

Es cierto que, tal como se explica enel cuarto capítulo, el grueso de la tradi-ción republicana se opuso a la mismauniversalización del sufragio. El argu-mento, muy grosso modo, es éste: dadoque en democracia «gobiernan los po-bres» 2, abrazarla supone defender el go-bierno de aquellos que, siendo libres, de-

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ben trabajar asalariadamente para ganar-se la vida y que, por lo tanto, seencuentran en situación de dependenciacivil y carecen del tiempo y la virtud cívi-ca necesarios para poder participar en lacosa pública. La libertad civil como con-dición necesaria de la libertad política esuna idea que han compartido tanto el re-publicanismo oligárquico —que la em-pleará para justificar la exclusión políticade iure de quienes no son civilmente li-bres, por ejemplo, mediante el sufragiocensitario— como el republicanismo de-mocrático —que la empleará para justifi-car la necesidad de extender, a todos losmiembros de la sociedad, las condicionesmateriales que posibilitan la libertad civily, en consecuencia, política. Pero es unaidea, en cualquier caso, en las antípodasdel ideario liberal. Como señala De Fran-cisco, «[l]o que hace la modernidad, a laque el liberalismo presta la articulacióndoctrinaria, es ocultar esas relaciones [dedependencia] bajo el manto de la univer-salización de derechos de libertad. El re-publicanismo [por su parte] pudo ser an-tidemocrático (...), pero nunca intentó se-mejante operación de camuflaje de ladominación social, y mucho menos ennombre de la libertad. El hombre sujeto adominio (...) simplemente no era republi-canamente libre» (p. 126).

Ahora bien, supongamos que acepta-mos esta relación conceptual 3 y que, ade-más, tiramos normativamente por la víademocrática del republicanismo y acepta-mos que, para garantizar la libertad políti-ca de los ciudadanos, debemos garantizarpreviamente su independencia material.¿Bastaría entonces con abrazar alguna for-ma de socialismo o la democracia de pe-queños propietarios defendida por un Jef-ferson o un Rawls para garantizar la aequalibertas republicana? Aquí De Franciscodemuestra por qué este libro merece serleído y releído. En lugar de responder afir-mativamente y quedarse tan ancho, el au-

tor nos advierte de que, dados los inevita-bles problemas de agencia que acompañany acompañarán a cualquier intento —sí,también a los de tipo socialista— de ejer-cer y controlar democráticamente el po-der, mejor será tomar las máximas precau-ciones a la hora de tratar este asunto. Así,ya en la introducción nos avisa de que«[l]a ligereza con que la izquierda se haolvidado de este problema esencial —elde la necesidad de controlar democrática-mente el poder, también cuando se ejer-ce— o la facilidad con que lo ha sacrifica-do a otros fines como la «unidad de ac-ción» o «la revolución amenazada» estáen la base de muchos fracasos de sus pro-yectos de emancipación social» (p. 20).

Entonces, ¿de qué manera deben di-señarse las instituciones políticas paraque los problemas de agencia puedan serminimizados y el poder pueda ser efecti-vamente ejercido y controlado por losciudadanos de a pie? A analizar la mane-ra en que el republicanismo ha enfrenta-do este problema está dedicado, precisa-mente, el quinto capítulo. De un lado es-taría, obviamente, el imperio de la ley:«Para la tradición republicana (...) la leyno restringe la libertad, sino que la expre-sa y la hace posible» (p. 153). Ahorabien, está claro que el imperio de la leyno impide que las leyes puedan ser dise-ñadas en beneficio de una minoría. Paraevitar que éstas sean sancionadas y apli-cadas de acuerdo con los intereses faccio-nales de un grupo minoritario pero pode-roso, resultará necesaria toda una serie demecanismos institucionales de división ydispersión del poder. Aquí se incluirían,obviamente, los mecanismos de divisiónsincrónica (entre ellos, la habitual di-visión entre ejecutivo, legislativo y ju-dicial), pero también diacrónica, y másseñaladamente, la brevedad de los man-datos y la forzosa rotación de los gober-nantes. Como contrafácticamente señalaDe Francisco, «introduzcamos la división

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diacrónica del poder (...). ¿Qué cabe es-perar? Es sencillo adivinarlo: esas élitesinternas —que se sostienen durante añosy años en la cúpula del poder— pierdentoda posibilidad de autoperpetuación oli-gárquica mediante el patronazgo, con loque tampoco tiene sentido desgastarse te-jiendo clientelas estables de apoyo a lasque prebendar (...). El partido se hacemás democrático, las bases controlan mása sus líderes, el debate interno se enrique-ce, el pluralismo aflora, la diferencia recu-pera su voz. Pero en ausencia de esa divi-sión no queda otra: oligarquías, clientelasy cesarismo plebiscitario» (p. 158).

Hasta aquí el repaso sumario a losdos objetivos principales que, como de-cíamos al principio, De Francisco se pro-pone en el libro: por una parte, diferen-ciar el republicanismo del liberalismo y,por otra, diferenciar, dentro del propio re-publicanismo, una tendencia oligárquicay otra democrática y defender normativa-mente esta última. Pues bien, ¿a santo dequé terminar el libro con un capítulo so-bre el último Rawls que puede descon-certar a muchos lectores? Según De Fran-cisco, precisamente porque la obra de

Rawls no sólo es «una de las respuestasmás acabadas, profundas y coherentes alliberalismo económico y a sus conse-cuencias perversas, que ya vimos en laPrimera Parte», sino que además «aportaun robusto concepto de ciudadanía quecuadra bien, aun con algunas tensiones,con las ideas republicano-democráticas»(p. 169). No es la primera vez que deFrancisco reivindica a Rawls para la iz-quierda europea (la angloamericana esrawlsiana desde hace mucho) 4. Aquívuelve alinearlo en lo que él denominacomo la «izquierda aristotélica». Peropresenta, además, una interpretación dealgunos aspectos de la filosofía rawlsiana—el valor equitativo de las libertades po-líticas, la property-owning democracy, elconsenso entrecruzado— que, ante cier-tas muestras de agotamiento y escolasti-cismo en la literatura reciente sobreRawls, resulta suficientemente innovado-ra, convincente y a contrapelo de las in-terpretaciones existentes 5 como paramerecer ser incluida a modo de cierre.

Iñigo GonzálezUniversitat de Barcelona

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NOTAS

1 Downs, A., Una teoría económica de la demo-cracia, Madrid, Alianza, 1973 [1957], p. 140.

2 Aristóteles, Política, 1290a.3 Algo bastante razonable, por lo demás, visto el

impacto de las desigualdades económicas sobre la par-ticipación y la influencia políticas. En las presidencia-les norteamericanas de 1990, por ejemplo, de entre elelectorado con ingresos superiores a 75.000$, el 86%acudió a votar, mientras que sólo el 52% del electora-do con ingresos inferiores a 15.000$ lo hizo; el 73%de los primeros estaba políticamente afiliado, frente al29% de los segundos; y el 56% de los primeros contri-buyó económicamente a las costosas campañas electo-rales, frente al 6% de los segundos. Por su parte, comomuestra un estudio de Larry Bartels, las preferencias—en materia de salario mínimo, derechos civiles, gas-to gubernamental y aborto— del electorado con ingre-sos más elevados influyeron, sobre los votos de sussenadores, casi el triple que las preferencias de aque-

llos con ingresos inferiores. Las preferencias del elec-torado perteneciente al 20% más bajo, por su parte,tuvieron «escasa o nula influencia» (cf. apsa Task ForceReport, «American Democracy in an Age of RisingInequality», en Perspectives on Politics, 2 (4), 2004,pp. 655 y 659).

4 Cf. De Francisco, A. y D. Raventós, «¿Por quéRawls interesa a la izquierda?», en Viento Sur, 67,2003. Allí afirmaban: «somos de la opinión de que lajusticia como equidad es una justificación racionalsistemática de intuiciones morales y políticas muyarraigadas en el pensamiento de la izquierda. No escasual que los discípulos más destacados de Rawls,cuales son Joshua Cohen o Philippe van Parijs, esténsituados a la izquierda (del propio Rawls), ni es ca-sual que sus principales críticos, cuales son MichaelSandel o Robert Nozick estén en la derecha comuni-tarista, el primero, y en la derecha neoliberal, el se-gundo».

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5 Me refiero aquí, por ejemplo, a las críticasfrecuentes de la justicia como equidad como excesi-vamente liberal e insuficientemente democrática.Para un repaso reciente a estas críticas, cf. los ar-tículos de Joshua Cohen y Amy Gutmann en Free-

man, S. (comp.) The Cambridge Companion toRawls, Nueva York, Cambridge U. P., 2003 o los de-Roberto Gargarella y Graciela Vidiella en Amor,C. (comp.) Rawls post Rawls, Bs. As., Prometeo,2006.

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FORMAR CIUDADANOS

REYES MATE: Luces en la ciudad demo-crática (Guía del buen ciudadano), Ma-drid, Pearson-Alhambra, 2007, 130 pp.

Es el filosófico un saber abundante en pa-radojas, o aporías. No es la menor de ellasla que enfrenta un enfoque de la racionali-dad de vocación irrestrictamente universal—es inherente a la humanidad del hom-bre, de todo hombre, la búsqueda reflexi-va del sentido de la propia existencia y delmundo: el hombre es naturaliter filóso-fo— a una actitud aristocratizante que re-serva la filosofía para una minoría de ini-ciados, altivamente enfrentada a una masacondenada a la ignorancia irreflexiva. Esatensión asoma ya en el origen de la filoso-fía como género cultural (así, en Heráclito—afirma, por un lado, que la razón o lo-gos es lo común a todos los hombres,pero, por otro, contrapone la élite de quie-nes saben prestarle oídos a una multitudsorda— o Platón, quien tanto proclama,en el Menón, las potencialidades epistémi-cas del esclavo como propone un mono-polio del saber dialéctico por parte de losfilósofos-gobernantes), y acompaña susdos milenios y medio de historia. En esabipolaridad colisionan un ideal (humani-dad definida por el ejercicio de la razón) yun privilegio (resultante de una situaciónsocial de desigualdad, también vigente enlo relativo a la distribución del conoci-miento). No ha de extrañar que los vientosigualitaristas que la modernidad trajo con-sigo reactivasen el primer elemento, ins-tando al filósofo profesional a asumir, a tí-

tulo de responsabilidad esencial, una fun-ción pedagógica, consistente en acercar sudiscurso a la muchedumbre de los no-filó-sofos, en poner coto al escándalo de que lafilosofía, máxima expresión de una racio-nalidad identificada con lo humano, si-guiese siendo monopolio de un exiguogremio. Cuando adopta un tono divulgati-vo (en absoluto incompatible con la escri-tura de obras maestras del pensamiento: elDiscurso del método es un caso notorio, yfundacional de la modernidad), el pensa-dor no hace sino luchar contra la injustaescisión de lo por naturaleza idéntico, ra-zón y humanidad. Ortega dixit: la claridades la cortesía del filósofo.

Quien se adentre en la lectura de estaobra pronto comprobará que Reyes Matees, en el sentido eminente de la expre-sión, un filósofo cortés. Lo ha venidosiendo en su producción anterior, algunosde cuyos rasgos (voluntad clarificadora,ejemplar en el estudio de 2006 sobreWalter Benjamin, Medianoche en la his-toria; distanciamiento de la jerga acadé-mica, incorporando recursos expresivosde la lengua común a la escritura filosófi-ca; contaminación de lo discursivo-cate-gorial por las urgencias de la actualidad)prefiguraban ya el designio de Luces enla ciudad democrática. Se trata aquí deabordar «los vicios y virtudes de los hu-manos en su modo de vivir juntos» (p.XII), es decir, de ofrecer los rudimentosde una filosofía política con vistas a dotarde base teórica a la nueva asignatura deEducación para la ciudadanía. (De he-

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cho, la obra forma parte de un proyectoeditorial más amplio: acompañando al li-bro de texto, destinado a los escolares,Luces en la ciudad democrática se dirige,en palabras del autor, a «profesores y pa-dres deseosos de acompañar la educaciónde sus hijos». Significativo triángulo: unfilósofo mano a mano con padres y do-centes, en el común empeño de, por me-dio de la «familiarización con los prin-cipios de convivencia» [p. X], formarciudadanos.) De ese compromiso con eltrabajo educativo deriva que la presenteobra tenga, al lado de su significación in-telectual, un resuelto carácter cívico, porcuanto pone el discurso filosófico en con-tacto con la ciudadanía y se suma, ade-más, a la tarea, irrenunciablemente políti-ca, de educar a los futuros ciudadanos.

Reyes Mate articula su texto en«cuatro grandes capítulos que conformanaquellas virtudes cívicas que son impres-cindibles en una convivencia adulta» (p.XI) —a saber: ciudadanía, responsabili-dad, tolerancia y paz— y un epílogo que,bajo el sugestivo título de «Cinco mensa-jes en una botella», ilustra otros tantosproblemas filosófico-políticos a partir desendos relatos, literarios o cinematográfi-cos (Luces de la ciudad, el inmortal filmede Chaplin, cierra un libro cuyo títuloinspiró). Doble registro de lectura: parael no-filósofo, destinatario principal delescrito, una introducción de precisión yclaridad encomiables a la problemáticade la filosofía política a través de cuatronúcleos doctrinales atravesados por elhilo conductor de la justicia, exigenciaantes que idea; para el filósofo, un pasomás en la elaboración de una teoría reno-vada de la justicia (sus categorías clave:las nociones de víctima y memoria), em-peño central del autor en los últimosquince años, desde La razón de los venci-dos (1991).

Profesión de fe universalista: «Loque hay que saber para convivir o ser ciu-

dadano está al alcance de todos. Bastaquerer enterarse y voluntad para ponerloen práctica» (p. 4). Pero la dignidad delciudadano no constituye un dato inicialde la condición humana; es, muy al con-trario, fruto tardío de una evolución largay trabajosa, cuya reconstrucción históricaofrece el primer capítulo, «Ser ciudada-no». Papel inaugural de Grecia: el ciuda-dano disfruta de igualdad ante la ley (iso-nomía) y de igual derecho a la palabra(isegoría). Pero la grandeza con queirrumpe en la polis clásica el ideal de ciu-dadanía no puede ocultar sus dos gravísi-mas limitaciones: sólo se beneficia de éluna reducida minoría (aproximadamente,uno de cada cincuenta habitantes) y, envirtud de una concepción holista de lo so-cial, no se reconoce a la conciencia indi-vidual el derecho a cuestionar las leyesciudadanas. Sólo con la madurez que lamodernidad alcanza en la Ilustración seabren camino los principios de universa-lidad y autonomía, al tiempo que se pro-claman los derechos humanos en tresoleadas sucesivas: las revoluciones bur-guesas instituyen los derechos civiles; elmovimiento socialista logra implantar losderechos sociales, aptos para «dar uncontenido material a la fraternidad» (p.16); por último, la segunda mitad del pa-sado siglo vería nacer los derechos de lasolidaridad, tercera generación de dere-chos humanos que prioriza valores paci-fistas, ecológicos y de justicia planetaria.No cabe dar por cerrado el catálogo delos derechos del hombre; sin embargo, elproblema esencial no radica en su incon-clusión, sino en su fragilidad: no bastaproclamarlos; es necesario garantizar suefectivo y universal cumplimiento. Tareaesencial de la ciudadanía del futuro.

El segundo capítulo aborda la idea deresponsabilidad. Doble aportación deReyes Mate: por una parte, renueva,ahondando en sus exigencias, el concep-to; por otro, lo sitúa en el centro de la re-

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flexión ético-política, llegando a afirmarque si antiguos y modernos promovieron,respectivamente, la virtud y el debercomo nociones morales clave, la humani-dad contemporánea eleva la de responsa-bilidad a ese rango. En lo cual mucho tie-ne que ver la creciente conciencia del re-verso sombrío del progreso tecnológico,cuyas consecuencias hacen peligrar, porvez primera en la historia de la especie,su propia supervivencia. Con lo que la te-matización de la responsabilidad nosconduce a un paisaje discursivo en el queadquieren renovado protagonismo dosexperiencias —la del tiempo y la del pró-jimo— en torno a las cuales se articula laidea de justicia de Reyes Mate: si la des-mesura de la técnica obliga a responsabi-lizarnos, desde el presente de nuestra ac-ción, de las consecuencias fatales queésta pueda tener para las generaciones fu-turas (Mate se hace eco de la elaboracióndel principio-responsabilidad a cargo deHans Jonas), la propia idea del sujeto mo-ral como instancia responsable sugiereque es el otro, ante todo el otro sufriente yvíctima de la injusticia, quien me consti-tuye como agente moral. El yo ético, res-ponsable, debe dar cuenta del otro y anteél, debe responder al sufrimiento de lasvíctimas. También las del pasado, por loque no puede construirse una idea de jus-ticia sin respeto al imperativo anamnéti-co. El núcleo inspirador de la teoría de lajusticia auspiciada por el autor afirmaque no hay justicia en ausencia de memo-ria: «Tenemos la obligación de recordar:lo que somos y tenemos es el resultado deun proceso construido sobre el sudor deunos y el sufrimiento de otros que son in-visibles al ojo humano pero no al de lamemoria. Si queremos entender lo quesomos y dónde estamos, tenemos queechar mano de la memoria» (pp. 52-53).

Con el análisis de la tolerancia, alhilo del comentario de tres tratamientosclásicos de la misma (Locke, Voltaire y

Lessing), se persiguen dos objetivos. Enprimer término, revisar la unilateralidadde un laicismo empeñado en negar lacontribución de las tradiciones religiosasal avance civilizatorio. Mate no pretendesustraer lo religioso al escrutinio de lacrítica racional, pero sí reivindicar unagenealogía religiosa de los ideales de lamodernidad secularizada. Para ello ras-trea una ética de la hospitalidad en lostres credos monoteístas, concluyendo que«la modernidad subyacente a la laicidades un cristianismo secularizado. (...) lamodernidad como secularización delcristianismo» (p. 78). Por otro lado, sepropone mediar entre dos formas excesi-vas de resolver la tensión entre diferen-cias culturales y universalidad: ni el deli-rio identitario, ciego en su exaltación dela particularidad, ni el cosmopolitismoabstracto, que sólo reconoce al otro ne-gándole su particularidad constitutiva, re-presentan respuestas adecuadas: «Hayque aunar el respeto a la diferencia con laexigencia de universalidad, es decir, hayque mantener una tensión entre lo que elhombre recibe en herencia y lo que la ra-zón va destilando como valor universal»(p. 84). La tolerancia exige reconocer alotro en su alteridad, de la que forma parteel humus cultural de sus tradiciones, paradesde ahí alzarse a una universalidad noalérgica a las diferencias. Desde esa pers-pectiva, se impone afirmar que «la tole-rancia es otro nombre para la justicia»(p. 76).

«Educar para la paz» se titula el cuar-to de los capítulos. Sin por ello dejar deatender al inmenso desafío que violenciabélica y hambre, formas extremas de la in-justicia, plantean a nuestra conciencia po-lítica, el autor ofrece, ante todo, un análi-sis, riguroso y valiente, de la figura mayorque la violencia adquiere entre nosotros,la violencia etarra: «la violencia está entrenosotros, no es cosa del pasado ni de losotros. Se llama ETA. ETA es nuestro pro-

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blema, por eso conviene hablar de la vio-lencia de la manera más directa y concre-ta. El ciudadano español debe saber quetiene en casa el problema de la violencia y,por eso, tiene que saber cómo enfrentarsea esa lacra» (p. 103). Lo peculiar del enfo-que de Mate estriba en hacer que la lecturafilosófico-política de esa violencia tengasu eje en las víctimas. La primera tareaconsiste en inventariar el daño que los vic-timarios les infligen; se trata, según ReyesMate, de un triple daño: el físico de loscuerpos masacrados; el político, pues lavíctima de la violencia es excluida de laciudadanía plena; el social, por introducirel acto terrorista en el seno de la comuni-dad vasca una fractura irreductible entrequienes se sitúan del lado de las víctimas yquienes se adhieren a la acción de los ver-dugos. No basta con el cese de la acciónterrorista para recuperar, en Euskadi, unapolítica exenta de violencia. Sólo la repa-ración del daño causado a las víctimaspuede sentar las bases de un saneamientocívico (que, por supuesto, no puede ser co-metido exclusivo de las instituciones polí-ticas, sino que debe tener a la sociedadvasca como principal protagonista). Ha derepararse, en la medida de lo posible, eldaño físico causado. En cuanto al político,sólo cabe suturar la herida mediante la

plena integración en el tejido social vascode quienes sufrieron (y sufren) el acosoetarra. Más difícil, y exigente, es la repara-ción del daño social: ¿cómo hacer que laconvivencia resulte posible para la vícti-ma y el verdugo? Sólo si éste reconoce suculpa y se compromete a desterrar la vio-lencia de la vida política, al tiempo que lavíctima asume la aporética tarea de repa-rar lo irreparable concediendo el perdón yhaciendo así posible un nuevo comienzo.De ese modo se dibuja «el largo caminoque tiene que recorrer una sociedad heridapor la violencia hasta que se reconcilieconsigo misma» (p. 106).

Con ese proyecto de reconciliación,a la par esperanzador y lúcidamenteconsciente de su extrema dificultad, al-canza Luces en la ciudad democrática supunto más alto de trabajo conceptual ycompromiso ciudadano. Ha cumplidocon creces la tarea enunciada por su sub-título: Guía del buen ciudadano. Quienemprenda la lectura de estas páginas nosólo encontrará una magnífica muestra dealta divulgación filosófica; le aguarda,también y ante todo, un soberbio ejerci-cio filosófico de ciudadanía.

Alberto SucasasUniversidade de A Coruña

LEIBNIZ EN ESPAÑOL

G. W. LEIBNIZ: Obras filosóficas y cientí-ficas. Vol. 14. Correspondencia I, Edito-res: Juan Antonio Nicolás y María Ra-món Cubells, Granada, Editorial Coma-res, 2007, I-XXXVIII + 477 pp.

Podría ser éste, si los hados son propi-cios, un acontecimiento memorable en lahistoriografía filosófica en lengua caste-

llana. Acaba de aparecer, como esperan-zadora primicia, el volumen 14 de unaserie de 19, que recogerán la traducciónde los escritos filosóficos y científicosmás importantes de Leibniz (1646-1716).Un amplio equipo de filósofos, matemá-ticos, científicos, traductores y expertos,está poniendo a punto el ambicioso pro-yecto, que irá viendo la luz conforme los

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distintos volúmenes estén preparados. Fi-losofía del conocimiento (I), Metafísica(II), Ciencia General (III), Enciclopedia(IV), Lengua Universal, Característica,Lógica (V), Nuevos Ensayos (VI), Escri-tos Matemáticos (VII), Escritos Científi-co-tecnológicos (VIII), Biología y Medi-cina (IX), Teodicea (X), Escritos Teoló-gicos y Religiosos (XI), Escritos Eticos,Jurídicos y Políticos I-II (XII-XIII), Co-rrespondencias I-V (XIV-XVIII), Índices(XIX).

Mas, ¿por qué ahora tanto Leibniz?¿Por qué, tras perder el partido, tanto rui-do y tanta alharaca? ¿Quién se desvivehoy por las mónadas sin ventanas o nece-sita hurgar en la armonía preestablecida,el mejor de los mundos posibles, o resu-citar tal vez aquella Cristianópolis ilus-trada que se hundió en la panglosianaverborrea de un hombre que astutamenteenmascaró su afán de medro personalmostrando al público y a los Príncipes,como un prestidigitador, el señuelo delprogreso indefinido y del bien común, talcomo alguien con no menos ignoranciaque, quizás, mala fe ha escrito última-mente? Reivindicar hoy a Leibniz —trasdisculparme por este pequeño desaho-go— es un deber de justicia científica. Laabrumadora masa de escritos en todos losterrenos abarcables, la potencia casi so-brehumana de imaginación creadora, laportentosa capacidad de síntesis —la otracara del denostado Panglos— de aquelgenial sembrador de ideas y nanotecnólo-go de conceptos es de tal envergaduraque, me atrevería a decir, sigue siendo ennuestros días, de entre los clásicos del sa-ber, el gran desconocido. Nuestra deudahistórica con Leibniz —empezando porWolff y Kant— consiste en que, adaptadadesde niños nuestra vista a la óptica de-ductivo-lineal cartesiana y newtoniana,nos cuesta comprender que Leibniz cons-truye un universo esencialmente calei-doscópico; que la analogía estructuralcomo instrumento de la invención y la

continuidad siempre asintótica entre losdistintos órdenes ontológicos del ser, queconfiguran para él un mundo orgánico yholístico, es el paradigma universal únicocapaz de conciliar el saber, la justicia y lapiedad, como Leibniz solía decir. Duran-te más de sesenta años el filósofo escribíadiariamente a la vez diez o doce libros se-gún las circunstancias o los infinitos co-rresponsales lo exigían, pero en realidadél escribía un solo libro, su ansiada Scien-tia Infiniti, libro, por cierto, al que nuncapuso término porque es stricto sensu in-terminable. Se comprende así el inagota-ble derroche de su pluma exagerada, susconstantes repeticiones, sus argumentoscirculares sobre los más variados temas,sus fantasías; pero, también, el gozo in-decible de un destello inesperado en elúltimo rincón de algún escrito intrascen-dente. Poco importa ya que su anhelo deuna «Philosophia Perennis» fuera barridopor la así llamada ciencia empírica mo-derna, como tampoco importa demasiadoa estas alturas que esta última haya nece-sitado ensanchar sus horizontes hacia lacomplejidad como paradigma científicoy político del mundo; a fin de cuentas,nuestra corta existencia sólo tiene sentidoinscrita en la memoria histórica en el ho-rizonte, y Leibniz, que no lo inventó todoy que se equivocó sin duda en muchas co-sas, fue también el primer moderno quevislumbró con trescientos años de ade-lanto el posible alcance de la compleji-dad: que la «claridad y distinción» denuestras ideas, por útiles que geométrica-mente puedan ser y lo son, son sólo el es-pejismo que sufrimos en el camino sobreel fondo oscuro, insondable, real, denuestra individualidad humana; éste, y nootro, es el «invento» de las mónadas.

Lo que interesa, pues, señalar —almenos esto es lo único que yo quisierasugerir aquí— es que no podemos leer aLeibniz con los ojos de Descartes o deKant, ni siquiera con los de Hegel o Hei-

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degger. Leibniz es otra cosa, y las coor-denadas que guían su pensamiento sondistintas: él no era un filósofo académicocomo ellos, ni tampoco era un matemáti-co y científico profesional, como fueronGalileo y Huygens, sus maestros, o comolos Bernoulli, sus amigos. Él era un hom-bre al servicio del poder, cierto; pero eraun visionario, un sagaz oteador de nue-vos horizontes, que trató de construir, conlos instrumentos de la nueva ciencia, a laque contribuyó como el que más, unacosmovisión unitaria de las cosas delmundo, del hombre, de la ciencia, de lapolítica, que se hacen en su discursoesencialmente indisociables, y que vie-nen a sintetizarse en estas pocas palabras:sólo en lo singular irrepetible e inviolable(no en el sujeto pensante, que no es real)se hace inteligible lo universal. Con ellono estoy negando la utilidad y necesidadhermenéutica de las sucesivas relecturaso correcciones que el proteico discursode Leibniz suscita; todo lo contrario. Loque sugiero es que lo holístico carece departes; que el pensamiento de Leibniz so-porta mal la partición; que leer, por unaparte, su matemática, por otra su dinámi-ca o su metafísica ontoteológica, o másallá e independientemente su política osus análisis jurídicos o sus polémicas, co-rre el riesgo de desnaturalizar una cosmo-visión que se funda en la analogía rever-sible —que es de otro orden que la metá-fora semántica—, y no en la puradeducción lineal, aunque, naturalmente,cada cual tiene la libertad de leerla comoguste.

El lector en lengua castellana va a te-ner ahora la oportunidad de verificar, con-trastar o rechazar esta sugerencia mía;pero, sobre todo, va a poder leer íntegraslas obras extensas, como los Nuevos Ensa-yos o la Teodicea, y los pequeños opúscu-los, verdaderas joyas sintéticas del pensa-miento analógico. Es de justicia señalarque desde los tiempos de Patricio de

Azcárate, García Morente, Julián Marías,Eduardo Ovejero o Ezequiel de Olaso, po-seemos excelentes traducciones de algu-nos de los más importantes textos de Leib-niz, que se han completado últimamentecon algunos otros sobre el cálculo infinite-simal, la Dinámica, la Ética, la Jurispru-dencia e, incluso, los Nuevos Ensayos (cfr.revista Thémata, Sevilla, n. 29, 2002).Pero habían quedado en la trastienda otrosmuchos referentes, por ejemplo, al anchocampo de la Lógica, la Característica y laCiencia General, las investigaciones delfilósofo en otros campos de la matemáti-ca, sus escritos sobre el vitalismo, la Bio-logía y la Medicina, y se desconocían casipor completo sus correspondencias (salvola habida con Clarke). La nueva ediciónpretende poner un poco de orden y com-pletar este inmenso legado con traduccio-nes realizadas desde la Akademie Ausgabede Berlín y, en el caso de textos inéditos,desde los manuscritos de los archivos ale-manes.

El volumen que se presenta recogeprecisamente dos correspondencias fun-damentales, que hasta el presente nuncahabían sido traducidas completas al cas-tellano, y son ahora editadas respectiva-mente por Juan Antonio Nicolás, profe-sor en la Universidad de Granada y coor-dinador de toda la serie, y María RamónCubells, de la Universidad Rovira i Virgi-li de Tarragona, avalados ambos por suexcelente trayectoria leibniziana.

Es de sobra conocida la importanciadel género epistolar en el siglo XVII. Lafundación de Academias, como las deParís, Halle y luego Berlín, y la puesta enmarcha de las primeras revistas científi-cas, como las Acta Eruditorum, el Jour-nal des Savans, las Nouvelles de la Ré-publique des Lettres y algunas otras,provocaron justamente el espectacularincremento en el trasiego de comunica-ciones privadas entre los sabios de laépoca, que pugnaban y competían entre

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sí antes y después de enviar a la imprentalo que cada uno iba alumbrando en suspropias conquistas. Pero el caso del om-nívoro Leibniz adquiere dimensionesverdaderamente gigantescas. Además desu inmensa correspondencia de oficiocomo diplomático, donde hay que incluirese mar sin fondo y lleno de escollos delas controversias irenistas en las que con-sumió ingentes energías a lo largo de todasu vida, el filósofo estaba siempre inquie-to por saber lo que se hacía en todas par-tes y en todos los campos, desde la cons-trucción de carruajes, máquinas hidráuli-cas, barómetros y termómetros, hasta lashistorias más inverosímiles, como la dela Papisa Juana o el Preste Juan, los poe-mas de la Scudery, las investigacionesgeográficas y astronómicas, el estudio deplantas y medicinas, las recientes noticiasde China, cualquier serie infinita desarro-llada por algún matemático inglés o el úl-timo argumento de cualquier cartesianocontra su Dinámica. Puede el lector aña-dir aquí lo que le plazca dentro de la órbi-ta vital de aquel final de siglo, y encon-trará seguramente en la correspondenciade Leibniz ecos, citas, libros, autores ytoda clase de sugerencias, que exigiríanmuchos volúmenes, tal como lentamentelos va mostrando la Academia de Berlín.

En efecto, «nada es despreciable»—sentenciaba Leibniz por lo menos me-dia docena de veces cada día—, «pues to-das las cosas conspiran entre sí y la natu-raleza no reconoce vacuum formarum».Sin olvidar, pues, este aviso, no se le pue-de pedir a una «Edición de Escritos Filo-sóficos y Científicos» que nos dé «todoLeibniz» pues, como se ve, no hay «todo»como tampoco hay «cosas», sino el espec-táculo fascinante de relaciones siempre in-terminadas entre sujetos, y a no dudarlohan sido los científicos y los filósofos, ensus polémicas, los catalizadores de estasinfinitas reacciones. La serie que ahoranos ocupa va a ofrecer, entre otras, las co-

rrespondencias con Hobbes, Spinoza, Ma-lebranche, Papin, Varignon, de Volder, losBernoulli, Clarke, etc., además de frag-mentos de otros intercambios incluidos enlos restantes volúmenes, un verdadero fes-tín intelectual.

Las correspondencias de Leibniz conel prestigioso jansenista de Port-Royal,Antoine Arnauld (1612-1694) y con el P.Bartolomé Des Bosses (1668-1738) con-tienen un mismo hilo conductor, los pro-blemas planteados por la noción leibni-ziana de substancia, a pesar de que la pri-mera tuvo lugar entre 1686 y 1690, y lasegunda no se inicia hasta 1706 para ter-minar con la muerte del filósofo en 1716,es decir, han pasado más de quince añosentre la una y la otra, y con ello muchascosas.

No es éste el lugar para entrar en elcontenido de estas correspondencias, cosaque ya hacen perfectamente sus editorescon exquisita sobriedad en sus breves pre-sentaciones de los textos, que son los queverdaderamente interesan al lector. Permí-taseme, no obstante, sugerir alguna peque-ña observación colateral entre ambas, a finde ilustrar algunos aspectos que, implíci-tos en ellas, podrían colocarlas en una di-mensión más amplia. Salvo la complicadataxonomía de agregados, substancias sim-ples, organismos, máquinas de la naturale-za y substancias compuestas, que Leibnizno pone a punto hasta bien entrados losaños noventa cuando, forzado por deVolder, radicaliza definitivamente su ini-cial vitalismo, la correspondencia conArnauld, que, como es sabido, se inscribeen la redacción del Discours de Méthaph-ysique (1686), contiene ya todos los ele-mentos esenciales de la metafísica leibni-ziana. Y sobre todo, la noción de substan-cia. Ésta no era, contra los cartesianos, unarepresentación mental a la que nada se lepuede quitar sin que la representación pe-rezca (noción de «concepto») y que no ne-cesita de ninguna otra representación para

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ser concebida (noción del concepto «sub-stancia»). Porque, si esto fuera así, replicaLeibniz, dado el carácter unívoco de losprocesos analíticos de nuestra mente, nosveríamos abocados a separar drásticamen-te unos conceptos de otros, a identificar unúnico atributo con la substancia y creererróneamente que tal separabilidad noéti-ca se verifica también en las cosas; y ellopor haber creído intuir un «sujeto pensan-te', que no es, dice Leibniz, sino una abs-tracción. Se ha ido de los conceptos a lascosas, cuando son realmente las cosas lasque, en la infinita plasticidad y variaciónque en ellas reside, han de determinar ladistinción, la conexión y la complejidadde nuestros conceptos sobre el mundo y elhombre. La substancia ha de ser un sujeto,un sujeto autónomo, antes ontológico quelógico (al menos ratione naturae), un su-jeto que debe poseer en sí su propia activi-dad, su «espontaneidad», su interna viven-cia psicofísica en cósmica perspectiva,etc. De aquí arranca la «notio completa»de la substancia y la interpretación ontoló-gica que Leibniz hace del principio de in-hesión, y de aquí van a originarse los pro-blemas de Arnauld para comprender elfundamento de la armonía preestablecida,los decretos divinos absolutos e hipotéti-cos, la libertad tanto de Dios como delhombre, la noción de contingencia, etc.,como ha señalado bien el profesor Nicolásen su introducción.

A partir de aquí, Leibniz desmon-ta también las nociones de extensión,movimiento, cantidad o número, espacio,tiempo, relegándolos al universo del infi-nito ideal de las «nociones incompletas»,para mostrar (no imaginativamente, sino«intelligibiliter») la actividad derivativa(funcional, dice correctamente el profe-sor Nicolás) de la materia real, que estádiversificada y variada infinitamentecomo expresión resultante de las fuerzasprimitivas de los sujetos activos. Éstoshan de ser inextensos. El sujeto pensante

cartesiano también era inextenso; pero,en todo caso, era una realidad ajena almundo de la naturaleza. Ahora, la sub-stancia simple leibniziana es lo únicoreal, y sus también reales modificacionesse nos muestran en nuestros fenómenossubjetivos, lo mismo que los colores delarco iris nos deleitan debido a la existen-cia de reales gotas de agua. Y como con-clusión, ha de haber infinitos sujetos acti-vos (en número mayor que cualquier nú-mero asignable) en cada partícula demateria por pequeña que fuere.

Una segunda observación. Arnaulddesconocía las matemáticas; preocupado,sobre todo, por los problemas de la graciay de la libertad, sólo de segunda manoconocía la batalla de Leibniz con los car-tesianos acerca de la medida de las fuer-zas motrices (cfr. carta 16). En 1671, asus 25 años, cuando estaba al servicio delElector de Mainz, Leibniz le había escri-to una larga carta (a la que Arnauld nocontestó) recomendándose como investi-gador. En ella se explayaba sobre la men-te como punto matemático del que se ex-tiende el cuerpo (corpus mens momenta-nea), recogiendo tradiciones alquímicasy aplicándoles la Geometría de los Indi-visibles de Cavalieri, que aquel mismoaño publicó en su Hypothesis PhysicaNova y Theoria Motus Abstracti. En esemomento Leibniz creía todavía que laesencia de los cuerpos era, no la exten-sión, pero sí el movimiento, del que el in-divisible era inicio. Ambos hombres sevieron luego en París (1672-1676), dondeLeibniz habría de descubrir el cálculo di-ferencial tras innumerables tanteos com-binatorios. Este descubrimiento fue deci-sivo. El cálculo será en adelante el módu-lo inteligible analógico que definirá doselementos esenciales de la substanciasimple: por una parte, el triángulo carac-terístico es la ley permanente que deter-mina la posición sucesiva de cada puntode una curva, de la misma manera que la

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mónada concentra en su estabilidad la su-cesión de sus percepciones o mutaciones:no hay mutación sin sujeto de la misma;por otra parte, podemos entender, si-guiendo la idea tradicional del ser comoconatus sive potentia agendi, que todamutación es una tendencia, la derivada enun punto es el conatus embrionario queindividualiza la actividad de cada sujeto.Instalado definitivamente en Hannover afinales de 1676, Leibniz emprende unafebril actividad intelectual con todos losinstrumentos en su mano para abandonarel movimiento como esencia de los cuer-pos y retomar la vieja entelequia aristoté-lica, pero con algunas modificacionesimportantes aprendidas de otras tradicio-nes y de sus propios estudios matemáti-cos y dinámicos: las substancias no se ge-neran ni se corrompen, todas son de for-ma natural indestructibles y originadasdesde el comienzo del mundo; pero tam-poco andan por ahí vagando, sino que es-tán ‘incorporadas’ a alguna clase de cuer-po, por sutil que éste sea, con el que seproduce en el interior de cada una la ac-ción y la contra-acción que toda actividadrequiere; finalmente, la entelequia no esuna mera disposición para la acción, sinola acción misma: todo conatus es ya ac-ción, acción embrionaria, pero real. Enadelante, la esencia de los cuerpos será lavis insita rebus, ésta es la entelequia leib-niziana. En 1684 publica el Nova Metho-dus sobre el cálculo diferencial; en 1686,a la vez que el Discours de Méthaphysi-que, publica también la Brevis Demons-tratio erroris memorabilis Cartesii, don-de el cuerpo contiene ya en el presente lafuerza futura que ha de mostrarse en suelevación o contra el choque; asimismolas Generales Inquisitiones (1686), don-de se establece de manera definitiva ladistinción entre verdades de razón y ver-dades de hecho o, lo que es lo mismo, ladistinción entre necesidad y contingen-cia, así como una infinidad de otros

opúsculos, que el lector podrá encontraren otros volúmenes de la serie. Lo quequiero decir, en una palabra, es que lalectura de la correspondencia conArnauld, lo mismo que la lectura del Dis-cours de Méthaphysique, aunque, comoya he sugerido, contienen los rasgosesenciales de la metafísica leibniziana,éstos se iluminan un poco más en su radi-calidad y en su origen vistos desde la ma-temática y la dinámica, de las que aquéllaes circularmente indisociable.

La segunda gran experiencia de Leib-niz, después de París, fue su Iter Italicum(1687-1690), que interrumpió la conver-sación con Arnauld. En su periplo por labaja Alemania e Italia, el filósofo conver-só incansablemente con cardenales, teólo-gos, biólogos, astrónomos y físicos; pero,sobre todo, afianzó teóricamente su Diná-mica. Empezó sus primeros comentarios alos Principia de Newton, que acababan dever la luz; escribió un breve Phoranomus,donde abjuraba de su vieja física y redactóde forma sistemática un grueso volumen,Dynamica de Potentia et Legibus naturaecorporeae, que nunca se publicó hasta laedición de Gerhardt en 1860. Y regresóorgulloso a Hannover dispuesto a resolvercualquier dificultad que quisiera romper launidad del constructo que había diseñado.Las correspondencias con Papin (1690-1698), con los Bernoulli (1693-1716) y,sobre todo, con de Volder (1698-1706)son una muestra espectacular del genio, dela sagacidad, de las obsesiones y tambiénde las debilidades de aquel hombre. Vinie-ron a continuación textos tan importantescomo el De causa gravitatis (1690) y elDe legibus naturae (1691) contra las obje-ciones de Papin, la Régle générale dela composition des mouvements (1693),donde se interpreta como tendencias me-tafísicas los vectores de movimiento,el De primae philosophiae emendatione(1694), donde se define a modo de mani-fiesto la fuerza-entelequia, el Système

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Nouveau y el Specimen Dynamicum, am-bos de 1695, en los que, leídos a la par, sedescubre definitivamente la indisolubleunidad de matemática-física-metafísica,que culmina, de momento, en el De ipsanatura (1698) contra el físico ocasionalis-ta Sturm.

Cuando en 1706 el P. Des Bosses, a lasazón profesor de teología en Hildesheim,entra en contacto personal y epistolar conLeibniz, parecía que éste lo tuviera todoresuelto. Sin embargo, surgen las dudas enla mente del filósofo a propósito de lassubstancias compuestas. Como ha señala-do la profesora Cubells, es sorprendenteque de ellas se habla en los Principes de lanature et de la grace, de 1714, y no sehaga mención alguna en la Monadologiedel mismo año. El problema no es baladí yha producido ríos de tinta sobre todo en lahistoriografía anglosajona, pues toca elcorazón mismo del sistema. Tampoco esfácil resumirlo en pocas palabras, puesello exigiría definir previamente con pre-cisión la composición metafísica de lasubstancia simple, que consta, como fuer-zas primitivas, de entelequia o actividadmás materia prima o resistencia o exten-sionalidad, y, como fuerzas derivativas fí-sicamente medibles, de acción-reaccióninterna de los cuerpos fenoménicos; deesta manera, la actividad-resistencia de lasfuerzas primitivas es expresada en lo queLeibniz llama materia segunda, que es elconglomerado de lo que nosotros percibi-mos subjetivamente como fenómenos, demodo que es la actividad-resistencia de lasubstancia simple lo que hace reales estosfenómenos y da unidad real al resultado.Naturalmente, hasta aquí todo esto es unasimplificación, pues en rigor sólo se estáhablando de una substancia simple y de sucuerpo orgánico, que sería la expresión fe-noménica de un acto perceptivo de unasubstancia simple.

Pero, ¿qué ocurrirá con una substan-cia compuesta, un insecto, un hombre,

que es un conglomerado jerarquizado deinnumerables substancias simples? ¿có-mo se verifica su unidad real, esto es,quién hace reales los fenómenos de estasubstancia? En sus escritos anteriores a lacorrespondencia con Des Bosses, singu-larmente en la polémica con de Volder,Leibniz nunca había querido hablar deunidad real o metafísica, limitándose auna unión fenoménica, que es lo únicoque filosóficamente podemos alcanzar,esto es, ¿cómo podemos explicar la uni-dad funcional como unum per se de dichasubstancia compuesta? La solución erarelativamente sencilla, al menos por elmomento. La organicidad y la consi-guiente indestructibilidad de la substan-cia compuesta provendría del hecho deque, a diferencia de los agregados de sub-stancias no orgánicos (una piedra, un es-tanque, un ejército), las mónadas quecomponen el organismo están engarzadasunas dentro de otras, de manera que lamateria prima o resistencia de una es ina-decuada a la actividad de la superior o in-ferior, por decirlo de alguna manera; y lasubstancialidad per se la proporcionaríala mónada dominante, que es quien unifi-ca funcionalmente el organismo como untodo, utilizando como materia segundalos cuerpos orgánicos de todas las demásmónadas auxiliares, las cuales, aun sien-do tan indestructibles como la dominan-te, transforman continuamente sus cuer-pos orgánicos, con lo que se explica,según Leibniz, que sea la mónada domi-nante la que haga reales los fenómenosdel organismo y, al mismo tiempo, ésteesté sometido a la constante transforma-ción y «cambio de teatro» (nec mortehanc legem violante!).

El inteligente Des Bosses, que es unexperto escolástico aristotélico, peroquiere ser también un buen leibnizianodado el afecto que profesa al maestro(está traduciendo al latín la Théodicée),pregunta ahora si no se requiere algo más

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a fin de hacer reales los fenómenos, algu-na inteligibilidad metafísica real, un sup-positum, como enseña la Escuela, puesparece que la sola relación entre la móna-da central dominante y las mónadas auxi-liares no sería suficiente para justificar lomúltiple en lo uno y elevar un agregadoorgánico de fenómenos a la categoría deunum per se. Des Bosses pretende, inclu-so, que el filósofo le explique la transubs-tanciación eucarística de los católicosmediante su monadología. Leibniz muer-de el anzuelo y le responde (carta 66):«Dado que el pan, en realidad, no es sub-stancia, sino un ente por agregación o unasubstancia resultante de innumerablesmónadas por una cierta unión sobreaña-dida, su substancialidad consiste en estaunión; así pues, no es necesario, segúnvosotros, que aquellas mónadas seanabolidas o cambiadas por Dios, sino sola-mente que sea substraído aquello por locual producen un nuevo ser, es decir,aquella unión; así cesará la substanciali-dad consistente en ella, aunque perma-nezca el fenómeno, el cual ya no nace deaquellas mónadas, sino de algo divina-mente sustituyente que equivale a launión de aquellas mónadas. Así no habráningún sujeto verdaderamente presente»(pp. 306s). He aquí la presencia delvínculo substancial sobreañadido a lasmónadas, incluso a la dominante (carta89, 98). Leibniz cree, por el momento,que el vínculo podría ser una relación(p. 362) o un accidente primario (p. 359),a lo que parece asentir el jesuita (p. 367),pero el filósofo se reafirma posteriormen-te en que ha de ser algo substancial(pp. 378, 387, 391). Al final, tras muchasdudas y retractaciones (pp. 389, 405, 412,415s), dado que el vínculo no dependeríade las mónadas con dependencia lógicasino sólo con dependencia natural, Diospodría aplicar un mismo vínculo substan-cial a mónadas distintas (p. 387), puestoque sólo en virtud de él se harían reales

los fenómenos. En un esfuerzo final pordar coherencia a su nuevo planteamiento,Leibniz compara la relación entre las mó-nadas, el vínculo substancial y el com-puesto orgánico con el fenómeno del eco:se dan las emisiones del sonido, que sonlas acciones de las mónadas; la pared re-flectante, que es el vínculo; y el eco, queson las modificaciones de los sonidos,esto es, el compuesto (pp. 436, 446). Lasubstancia compuesta es, pues, el eco delas mónadas; por su sola constitución,una vez puesto, exige las mónadas, perono depende de ellas; sólo depende de lamónada dominante «a la que acompañade manera natural» (p. 464), dice sibili-namente Leibniz. Los sonidos actúan in-dependientemente sobre la pared —cadamónada sobre el vínculo—, pero es éste yno aquéllas la fuente de las modificacio-nes (p. 446). Los sonidos, aunque necesa-rios para que se produzca el eco, puedenproducir diversos ecos si cambia la cur-vatura de la pared, o sea, si cambia elvínculo, como sería, según Leibniz, elcaso de la transubstanciación eucarísticade los católicos, de manera que el mila-gro de la Eucaristía se produciría «salvismonadibus panis et vini». «Aunque—añade Leibniz— los que rechazamos latransubstanciación no tenemos necesidadde tales presupuestos» (p. 307), «y con-trariamente a lo que sucede en el ámbitosobrenatural, para la filosofía no necesi-tamos nada más que las mónadas y susmodificaciones internas» (p. 391), y«discúlpame si lo que te he ido escribien-do sobre este asunto en diversas ocasio-nes no sea del todo coherente» (p. 440).

Lo fuera o no, se planteara o no Leib-niz el problema sólo a modo de perfor-mance ante el amigo entrañable, es ahoralo de menos; en todo caso —señala la pro-fesora Cubells—, era un problema real desu monadología, sobre la que a todo lo lar-go de la correspondencia nos ha dejado elfilósofo bellas páginas, así como infinidad

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de noticias y comentarios sobre los con-flictos jansenistas, sobre la autoridad de laIglesia, sobre China, sobre el cálculo bina-rio, sobre los errores de Hartsoeker, sobrela traducción de la Théodicée, etc.

El volumen que aquí se presenta estábien editado, y merece señalarse el riesgoque la Editorial Comares ha asumido convalentía. Aunque se comprende la ascéti-ca exigencia y parquedad de los editores,que han sabido permanecer discretamen-te detrás de lo que presentaban, tal vezhabría sido útil un poco más de aparatocrítico y, sobre todo, alguna nota más ex-plícita referente a otros escritos de Leib-niz, a los que en los textos se hace alu-sión. Las traducciones, todas ellas, son

muy correctas, y es de alabar el esmerode los traductores por dar fluidez en cas-tellano al difícil contenido y sintaxis deltexto latino de la correspondencia conDes Bosses. Sólo me queda felicitar muycordialmente a los profesores Nicolás yCubells por su excelente trabajo y hacervotos por que los sucesivos volúmenes dela serie vean la luz con una secuencia ra-zonable. Gracias a estas traducciones elfuturo lector en castellano podrá acercar-se de manera más ordenada y eficaz alpensamiento de Leibniz.

Bernardino Orio de MiguelSociedad española Leibniz

www.leibnizsociedad.org

IDEAS Y HERRAMIENTAS

JUAN NUÑO: El pensamiento de Platón(Con un prólogo de Ana Nuño), Madrid,FCE, 2007, 202 pp.

En el marco de la nueva colección Heteo-roclásica/Pensar en Español, impulsadaen su fase inicial desde el Instituto de Fi-losofía del CSIC (sobre todo por parte deJavier Echeverría y Roberto R. Arama-yo), la editorial Fondo de Cultura Econó-mica —con el apoyo de la Obra Social deCajasol— ha tenido la acertada iniciativade volver a hacer accesibles textos de fi-lósofos en lengua española ya clásicos,pero que por esos caprichos o azares de laindustria editorial resultaban difíciles deencontrar. Es el caso del libro que deseocomentar brevemente, El pensamiento dePlatón de Juan Nuño, publicado por vezprimera en 1963 por las Ediciones de laUniversidad Central de Venezuela, luego,en 1988, reeditado por el mismo Fondode Cultura Económica (México), y desde

entonces injustamente sumido en el olvi-do.

Juan Nuño no es un filósofo «exilia-do», sino «expatriado», esto es, uno deesos pensadores que se vieron en la nece-sidad de abandonar la España de posgue-rra no tanto para salvar el pellejo, cuantopara no perder o malgastar el alma en unambiente moral e intelectual cuya atroci-dad apenas si podemos imaginar los quetenemos la dicha de no haber vividoaquellos tristes años. Son muy bellas ysentidas estas páginas biográficas queAna Nuño dedica a su padre, y que nospermite reconstruir el periplo vital y losintereses intelectuales de alguien, JuanNuño, que para muchos de nosotros—me avergüenza reconocerlo— erapoco más que un nombre en la cubiertade unos libros, leídos, eso sí, con pasión.

En un principio, El pensamiento dePlatón se presenta y puede leerse tam-bién como una introducción general al fi-

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lósofo griego. Sin embargo, no hay quellamarse a engaño, pues textos de estascaracterísticas los hay de muchos tipos yde muy diverso interés. Simplificando elasunto cabría dividirlos en dos grandesgrupos: aquellos que quieren presentar latotalidad del pensamiento de un autor yque con mayor o menor fortuna lo hacensirviéndose de un hilo cronológico o te-mático, y aquellos otros que ofrecen unapanorámica general porque han sabidoencontrar una «idea» en torno a la cualarticular no, desde luego, la totalidad delpensamiento del autor en cuestión, perosí esos hilos a menudo sólo implícitospero que sirven como una especie de tra-ma sobre la cual cada cual puede seguirtejiéndose esa infinita tela de Penélopeque es la filosofía, y más en concreto, porlo que ahora interesa, la filosofía de Pla-tón. El libro de Juan Nuño forma parte deesta segunda categoría.

No hay novedad en afirmar que el in-terés central de Platón es el hombre, nitampoco en sostener el carácter funda-mental de su teoría de las Ideas. El hiloconductor que Nuño propone y recorre,creo, no debe buscarse aquí, sino másbien en la concepción que propone deellas. En un primer momento, las Ideasson un mero recurso instrumental, unaherramienta de la que Platón se sirve paraintentar solucionar toda una serie de pro-blemas heredados tanto de la tradiciónsocrática como presocrática. La centrali-dad de la teoría de las Ideas —argumentael autor— no implica que Platón hiposta-siara estas extrañas entidades, si es quecabe llamar así a lo que, decía, es sobretodo un útil de trabajo, sobre todo políti-co, pues de esta naturaleza es el problemade la enseñabilidad de la virtud, que ocu-pa preferentemente a Platón en sus pri-meros diálogos. «Lo importante de la fi-losofía platónica es la riqueza y alusionesde su pensamiento; las Ideas son un re-curso interno, una teoría subordinada,

con la que discurre sobre los negocioshumanos y trata de comprender el mun-do» (p. 37).

Sucede sin embargo que llega un mo-mento en el que este «recurso interno»adquiere vida propia. Intentaré explicar-me y explicar a la vez la sutil y luminosapropuesta interpretativa del filósofo his-pano-venezolano. La teoría de las Ideas,en efecto, ha prestado muy buenos servi-cios a la hora de explicar, por ejemplo, lainmortalidad del alma o la educación delos filósofos-gobernantes. Platón, sin em-bargo, a la altura del Parménides —es-clarecedoras las páginas que Nuño dedicaa este importante y difícil diálogo—, caeen la cuenta de que algo funciona mal ensu herramienta y, en consecuencia, quesiguen presentes los problemas que habíaquerido resolver con su ayuda. Se impo-ne, pues, un alto en el camino para afinary corregir ese instrumento que tan buenosservicios había prestado y del que Platónen modo alguno está dispuesto a prescin-dir. Sólo en este momento cobran lasIdeas vida propia: «... cuando se presen-tan dificultades en su aplicación, se pon-drá de relieve la necesidad de concentrar-se directa y explícitamente en la teoría;sólo entonces (diálogo Parménides) pa-sarán las Ideas a ser objeto digno de estu-dio por sí mismas» (p. 112). Por eso dis-tingue Nuño dos grandes fases en el pen-samiento platónico: una acrítica y otracrítica. La analogía con la evolución de lareflexión kantiana no es forzada, pues enla primera fase, al igual que sucede con elfilósofo de Königsberg, Platón se limita aaceptar (acríticamente) las Ideas, seña-lando su valor e indicando tan sólo que serelacionan con las cosas sensibles que de-penden de ellas, pero sin estudiar enmodo alguno qué condiciones deben sa-tisfacer para poder cumplir satisfactoria-mente su alto cometido.

Durante un largo período de su vida,si se me permite decirlo así, Platón se en-

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golfó en este problema —o más bien ma-nojo de problemas— que me atrevería acalificar de metateórico: no está en juegouna física sino una teoría de la física, no larealidad en sí misma sino su conforma-ción para que pueda ser dicha (en contradel eleatismo) y para que pueda ser dichacon verdad y necesidad (en contra de lossofistas). No sorprende que Juan Nuño (afin de cuentas un filósofo de exquisita for-mación analítica, si bien con intereses yplanteamientos que desbordan con muchoesta corriente filosófica) también se en-golfe en este momento del pensamientoplatónico. «Ahora bien, ese mismo realis-mo a ultranza de las entidades manejadasinstrumentalmente por Platón, va a la lar-ga a desencadenar un cúmulo tal de pro-blemas que obligará a invertir los papeles.Lo que había comenzado a ser empleadocomo una hipótesis auxiliar para estudiary resolver otros asuntos, pasará a ser ellomismo objeto de estudio específico y pro-fundo. Se avanza así hacia una fase críticade la filosofía platónica en la cual, al tratarde solucionar las dificultades inherentes alas Ideas, se perfecciona de hecho la teoríacorrespondiente, y se perfila definitiva-mente el pensamiento de Platón en su ex-presión nuclear: el dominio plenamentemetafísico» (p. 120). ¿Dónde queda en-tonces la inicial preocupación antropoló-gica? ¿Acaso deja de ser Platón, en estemomento de su reflexión, un pensadoresencialmente político?

No puede olvidarse que en los últi-mos quince o veinte años de su vida, osea, mientras escribe el Parménides, elSofista, el Teeteto o el Timeo, Platón tam-bién está redactando las Leyes, y a menosde suponer una profunda esquizofreniaen su pensamiento cabrá al menos supo-ner que algo tendrá que ver este diálogocon los citados anteriormente. No puedoen estos momentos detenerme en este in-teresante problema, pero sí deseo señalaralgo que Nuño recuerda en la página 79

de su estudio, que el pensamiento plató-nico avanza en forma de una creciente es-piral que engloba, no sólo los temaspolíticos con los éticos, sino la totalidadde su pensamiento. En este punto JuanNuño es un platónico: también su lecturade Platón avanza «en forma de una cre-ciente espiral». En efecto, cuando creía-mos que su interpretación se remansabadefinitivamente en una lectura de lascomplejas relaciones entre Platón y Par-ménides, reaparece, casi inesperadamen-te, la preocupación antropológica.

«La tarea superior del filósofo» —selee en la página 160— «consistirá en se-leccionar aquellas Ideas que se prestan asu comunicación y proceder, en conse-cuencia, al descubrimiento de sus rela-ciones». La tarea, como señalará Aristó-teles, está condenada al fracaso, a menosque se cambie de perspectiva y se sustitu-ya la aproximación ontológica estáticapor un punto de vista histórico y genéti-co, como se hace en el Timeo, una histo-ria en el sentido griego de la palabra, estoes, la narración de la historia del universoen su formación racional; y aquí apareceel hombre en su esencial unidad con lanaturaleza, pues uno y otra —explicaJuan Nuño— «pertenecen a la mismarealidad orgánica (el universo) y han sidohechos de acuerdo a similares proporcio-nes» (p. 167). Es lástima que Nuño no sedetenga en las Leyes, donde igualmentese ofrece una historia, ahora de las for-mas políticas en orden a explicar las pa-tologías de la convivencia. Tal vez tuvie-ra la intención de desarrollar estas cues-tiones en la nueva revisión de Platón que,según nos informa Ana Nuño, deseabarealizar.

El pensamiento de Platón, en suma,es mucho más que una introducción, esun auténtico análisis para especialistas dealgunos momentos centrales del pensa-miento platónico, al hilo del cual emer-gen sin embargo múltiples cuestiones de

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detalle (que aquí he tenido que pasar poralto) que muy bien pueden servir de ayu-da a aquellos que se inician en el estudiode este gran filósofo. Raro es el libro quepuede interesar a estos dos tipos de lecto-res. Para finalizar, sólo deseo alentar alFondo de Cultura Económica, y en parti-cular a su Gerente editorial Ricardo Na-

varro, para que prosiga este interesanteproyecto editorial de recuperación denuestra memoria intelectual, y para que, aser posible, incluya en él otros textos deJuan Nuño.

Salvador MasUNED

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