LA CREACIÓN HABLA - Activated...con el propio Hijo de Dios. Todo huele a paz, a felicidad, cuando...

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LA CREACIÓN HABLA Es una carta de amor ¿Teletransportación o transformación? Dios está en todas partes ¿Sientes soledad? Deja que Jesús te acompañe CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Año 20 • Número 2

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LA CREACIÓN HABLAEs una carta de amor

¿Teletransportación o transformación?Dios está en todas partes

¿Sientes soledad? Deja que Jesús te acompañe

C A MB I A TU MUNDO C A MB I A NDO TU V I DA

Año 20 • Número 2

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1. Mateo 16:26 (ntv)

2. Juan 3:16 (nvi)

3. V. 1 Juan 4:8

A N U E S T RO S A M IG O SEl tesoro

Solo Dios sabe por qué escondió algunas de las materias primas más valiosas en lugares de tan difícil acceso. Si fue para poner a prueba nuestra voluntad y tesón y ver hasta qué extremos iríamos y qué sacrificios haríamos para obtenerlas, le resultó.

Ya sea buscando petróleo bajo los desiertos del Medio Oriente o en el Ártico, o descendiendo a

lóbregas profundidades para sacar oro, diamantes u otras piedras y metales preciosos, los más osados de nosotros se adentran en algunos de los entornos más complejos del mundo y se juegan el todo por el todo para descubrir la veta y hacer fortuna.

Pero ¿después qué? Las riquezas del mundo no perduran ni proporcionan felicidad continua. «¿Qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma?»1, nos pregunta Jesús.

Afortunadamente para nosotros, Dios puso lo más valioso que hay en la vida —lo único capaz de satisfacer plenamente y por la eternidad— al alcance de todo ser humano. Me refiero a Su amor, por supuesto.

El versículo que algunos han llamado el corazón de la Biblia describe con sencillez el amor de Dios: «Tanto amó Dios al mundo que dio a Su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna»2. Su mayor deseo es que vivamos con Él en Su hogar eterno —el Cielo—, lo cual Él mismo posibilitó al expiar nuestros pecados. Dios es la esencia misma del amor3, la fuente de la que emana el amor en todas sus magníficas expresiones.

Si todavía no has aprendido a explotar la inagotable mina del amor de Dios, el presente número de Conéctate puede cambiar tu vida.

Gabriel García V.Director

Año 20, número 2

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A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión RV, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.

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Hace unos años viajé con una amiga en un bus nocturno a otra región de Sudáfrica. Guardamos el equipaje, nos pusimos los audífonos y nos preparamos para las largas e incómodas horas que teníamos por delante. Recuerdo que antes del viaje pensé: «¿Por qué no habrá teletransportadores? Así no tendríamos que perder tantas horas para llegar a un sitio». Poco me imaginaba lo que nos esperaba.

Más o menos a mitad de camino —poco después de las dos de la madrugada— el bus sufrió una avería, y el conductor anunció que nuestro viaje se suspendía indefinida-mente. Iban a venir unos mecánicos, pero no se sabía muy bien a qué hora llegarían. Y estábamos en medio de la nada.

Algunos decidimos descender del vehículo para estirar las piernas y tomar un poco de aire. Yo estaba muy contrariado y hasta un poco

¿TELETRANSPORTACIÓN O TRANSFORMACIÓN?

enojado con Dios por permitir que el bus se estropeara. Me puse a cami-nar de aquí para allá en la oscuridad compadeciéndome de mí mismo.

En ese momento oí un murmullo melódico procedente de algún punto del grupo de pasajeros. Fue cobrando fuerza y adquirió un ritmo claro, cau-tivador y jubiloso. En eso se unió otra voz, y otra, y luego unas cuantas más. En cuestión de minutos, muchos nos sumamos al coro. Inesperadamente, aquellas coplas de camaradería y gratitud nos levantaron el ánimo.

—Mira —me dijo mi amiga tomándome del brazo y señalando hacia el cielo.

La vista era sensacional. Multitud de estrellas cubrían el firmamento, centelleando serenamente sin necesidad de rivalizar con las luces de la ciudad, como si nos dijeran: «Todo saldrá bien». Mientras contemplábamos aquel espectáculo y cantábamos, me arrepentí de mis

Chris Mizrany

quejas y recordé algo que leí una vez: «Uno ve el fango; otro, las estrellas». Ahí me di cuenta de que ya no deseaba que hubiera teletranspor-tadores. Resolví saborear todos los momentos —tanto los buenos como los no tan buenos—, agradecido por lo que tengo, y disfrutar sin prisas de las pequeñas alegrías de la vida. Con el cántico de salvación que hay en mi corazón y los destellos de bendicio-nes que me rodean puedo afrontar cada día con ganas y con ilusión.

Y sí; repararon el bus y reem-prendimos el viaje. Pero lo más importante fue que me sentí trans-formado. Aquella noche estrellada en medio de la nada recordé que mi Señor está en todas partes.

Chr is Mizr an y es diseñador de páginas web, fotógr afo y misionero. Colabor a con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo (Sudáfr ica). ■

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que estaba bien iluminado y además contaba con vigilante. Tardaba cinco minutos en dar toda la vuelta, y hacía el recorrido varias veces para extender la caminata.

El guardia nocturno era muy amable y me aseguró que no corría el menor peligro caminando por allí. Para mí él era como un recordatorio visible de la presencia de Dios, siempre cercano y reconfortante. Podía rela-jarme y disfrutar del ejercicio sabiendo que tanto el vigilante como Dios y Sus ángeles estaban de guardia.

Volviendo a lo que decía al principio: ¿Qué tenía de romántico ese estacionamiento? Pues que allí disfruté de ratos íntimos de paseo y conversación con Jesús, el cual conoce mi corazón mejor que yo misma. Todo era silencio, no había distraccio-nes, y la mayor parte del tiempo no había nada que captara mi atención excepto la luna, lo cual realzaba aún más la experiencia.

Amor en el estacionamiento María Fontaine

¿Sabías que a medianoche la atmósfera en un estacionamiento puede ser muy romántica? Quiero contarte el idilio que tuve con Jesús caminando por una playa de estacionamiento.

Tenía que hacer ejercicio todos los días y solo disponía de dos opciones: ir al gimnasio con aire acondicionado o salir a caminar por algún lugar donde la temperatura no fuera tan baja. Como soy friolenta, opté por pasear al aire libre, aunque hiciera calor. Sin embargo, descubrí que hasta yo tengo un límite en cuanto al calor que soporto. Como estábamos en una temporada muy calurosa del año, me tocaba esperar hasta que refrescara un poco, y eso era ya cerca de la medianoche.

Salía a hacer ejercicio a una hora en que reinaba el silencio y casi todos se habían acostado. Como era tarde y no conocía muy bien la zona, me quedaba en el estacionamiento,

Bueno, de vez en cuando apa-recía un conejito que se quedaba quieto en el pasto mientras yo pasaba. No se lo veía asustado; un poquito curioso nada más. Al igual que yo, se acostaba tarde.

Reconozco que no soy afi-cionada a quedarme mirando automóviles; así y todo, me motivaban a alabar a Jesús por las comodidades y recursos de que dis-ponemos hoy en día, sin los cuales la vida moderna no sería posible.

El casi nulo atractivo de los automóviles quedaba compensado por la belleza natural de los árboles que se alzaban junto al muro que rodeaba la propiedad. El alumbrado de seguridad del esta-cionamiento hacía brillar las hojas, otorgándoles un aspecto como de plumas o encajes y un tono tenue-mente dorado. El resplandor de las luces entre los árboles producía un efecto etéreo, casi mágico. El

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por diversas melodías, un obsequio que mi Señor, siempre atento y bondadoso, quiso que disfrutara.

Cuando caminaba alrededor de ese estacionamiento de noche, llevaba conmigo mi reproductor de MP3, con muchas grabaciones inte-resantes para escuchar; sin embargo, pocas veces lo encendí, pues esos paseos se convirtieron en mis ratos con Jesús. Podía sentir Su llamada.

Él y yo hablamos de muchas cosas. Me recordó que hasta en los estacionamientos puede uno hallar belleza cuando Él está presente. Me aseguró que sean cuales sean las circunstancias en que nos encontre-mos, juntos podemos tornarlas en algo extraordinario.

María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacional. ■

Amor en el estacionamiento E N E L J A R D Í NC. Austin Miles

A solas me voy al jardín.Hay rocío aún en las rosas.Siento allí una voz que destila amor.Me cuenta muchas cosas.

Salgo a pasear, salgo a conversarcon el propio Hijo de Dios.Todo huele a paz, a felicidad,cuando oigo Su suave voz.

Tan dulce es la voz de Jesúsque las aves siempre enmudecen,y al oírla yo en mi corazónmi cuerpo se estremece.

Salgo a pasear, salgo a conversarcon el propio Hijo de Dios.Todo huele a paz, a felicidad,cuando oigo Su suave voz. ■

contraste entre la oscuridad y la luz dorada solo era apreciable de noche y causaba una impresión singular.

De día las cosas pueden parecer muy duras, rígidas, pragmáticas y utilitarias. En cambio en la penum-bra, cuando las luces tenues hieren la oscuridad de la noche, todo cambia. La combinación tiende a realzar la belleza ya presente. No es que los defectos desaparezcan; siguen ahí y se vuelven nuevamente visibles cuando sale el sol. No obstante, la bienvenida oscuridad cubre lo suficiente las imperfecciones para permitirnos apreciar los puntos de belleza que tal vez no notamos durante el día. El amor de Dios es muy parecido. Para mí, fue una ilustración de cómo Jesús ve la belleza en nosotros y elige pasar por alto nuestras imperfecciones.

Una noche oí un pájaro cantor. Solo una vez. Nunca lo volví a oír. Dio un hermoso recital compuesto

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DALE LOS PEDAZOS ROTOS DE TU VIDA Yo pensaba que tenía la vida resuelta. Tenía un marido amoroso, cuatro niños preciosos y una labor gratificadora como cooperante. Nos habíamos trasladado a Indonesia para colaborar en un taller pro-tegido para niños discapacitados, bajo el patrocinio del Consejo Internacional de Bienestar Social. Para nosotros era un placer vivir aquella experiencia.

Sin embargo, después del naci-miento de mi quinto hijo las cosas tomaron un giro distinto. Comencé a tener pesadillas y una depresión que ensombreció todos los aspectos de mi vida. Al cabo, mi matrimonio se fue al traste.

Por aquella época trabé amistad con otras madres expatriadas. Eran cristianas. No solo me abrieron sus puertas y sus vidas, sino que además rezaron por mí y me orientaron con la Palabra de Dios.

Con el apoyo que me dieron comencé a encontrar respuestas en la Biblia. Un día, mientras leía, las

me han regalado catorce maravillo-sos nietos.

En retrospectiva, no puedo menos que reconocer que Dios cumplió magníficamente esas promesas. Tomó los pedazos rotos de mi vida y los volvió a unir.

Dina Ellens fue docente en el Sudeste Asiático dur ante más de 25 años. Ahor a que está jubi-lada participa activamente en labores de voluntariado y se dedica a escribir. ■

Dina Ellens

siguientes palabras de Isaías 54 me conmovieron hasta las lágrimas:

«No temas, ya no vivirás avergon-zada. No tengas temor, no habrá más deshonra para ti. Ya no recordarás la vergüenza de tu juventud ni las tristezas de tu viudez.

»Pues tu Creador será tu marido […]. Él es tu Redentor.

»Yo les enseñaré a todos tus hijos, y ellos disfrutarán de una gran paz»1.

Aunque ese pasaje se escribió hace miles de años, de algún modo sentí que Dios se dirigía a mí en particu-lar. No entendí perfectamente todos los versículos, pero me sentí recon-fortada al leerlos una y otra vez.

Aquello representó para mí un punto de inflexión. Poco después mis sueños tristes desaparecieron por completo, y por primera vez en meses pude dormir plácidamente. Mis días también eran más felices, y mi enfoque, más positivo. Seguí viviendo en el Sudeste Asiático, donde crié a mis cinco hijos, que ahora ya han crecido, están casados y

Pongan todas sus preocupacio-nes y ansiedades en las manos de Dios, porque Él cuida de ustedes. 1 Pedro 5:7 (ntv)

En la noche más oscura aférrate a la certeza de que Dios te ama, de que siempre tiene un consejo para ti, una senda que puedes recorrer y una solución para tu problema. Experimentarás entonces aquello que crees. Dios nunca defrauda a los que confían en Él. Basilea Schlink (1904–2001)1. Isaías 54:4,5,13 (ntv)

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Estoy sentada en una plazoleta de Sarajevo. No sé por qué, pero siem-pre he tenido el deseo de volver aquí, a este país que tanto sufrió en el pasado reciente. Me invaden cantidad de recuerdos. Cuando mis dos hijos eran pequeños los traía aquí a corretear y patinar. Corrían, jugaban, hacían carreras y expresaban su alegría a toda voz. Yo los observaba, a veces con preocupación, siempre rezaba para que no se hicieran daño y de vez en cuando los ayudaba con algún juego o arbitraba sus competencias.

¡Cuánto hace de eso! ¡Qué rápido crecieron!Pasé mucho tiempo con ellos.

Los escolaricé en casa, los llevaba conmigo en mis viajes, los animaba a participar en mis labores voluntarias, les enseñé a cocinar y limpiar, los lle-vaba de excursión y muchísimas cosas más. En resumidas cuentas, estaban conmigo dondequiera que fuera. Por ser madre soltera, tuve mi cuota de reveses y complicaciones, pero me encantaba mi papel de madre.

Llegado el momento, se fueron, y me encontré viviendo sola, sin ellos. Decidí volver a ser misionera y me uní a una iniciativa que operaba en Bohol, en las Filipinas.

Bohol parecía un paraíso. El mar tenía todas las tonalidades de azul ima-ginables: azul oscuro, azur, turquesa, celeste, índigo, azul pálido y otras más. Los atardeceres se teñían con las com-binaciones de colores más asombrosas que he visto: amarillo intenso, dorado, naranja, frambuesa, lila. Me encanta-ban las palmeras, los botes de ensueño, el estilo de vida tranquilo…

A pesar de toda la belleza que me rodeaba diariamente, mis paseos vespertinos por la playa traían aparejados sentimientos de soledad y nostalgia. Echaba de menos a mis hijos y amigos más cercanos. Por momentos se me hacía casi insufrible. Lloraba y rezaba pidiéndole a Dios fuerzas para seguir y para no sentirme tan descorazonada y sola.

Sentada junto a la orilla, dis-frutando del panorama, sentía la

presencia de Jesús. A veces no sabía qué decirle. En otras ocasiones estaba tan abatida que no lograba escucharlo. Con todo, era como estar junto a un amigo muy querido, cuando después de haberlo dicho todo simplemente te quedas en silencio, reconfortada por su compañía.

Por las mañanas, antes de que comenzara todo el ajetreo, escuchaba un breve sermón o un mensaje ins-pirativo. No sé si habría sobrevivido sin mis ratos matinales de devoción y mis sentadas vespertinas con Jesús. Eran momentos entrañables.

Escribo esto desde Sarajevo, donde he venido de visita. Mi hijo ahora es mucho más alto que yo. Coloca su cámara sobre el trípode y corre a ponerse a mi lado. Clic. Estoy lista para el próximo capítulo de vida.

Mila Nataliya A. Govorukha es consejer a ju venil y r ealiza labor es voluntar ias en Ucr ania. ■

¿Sientes soledad?

Mila Nataliya A. Govorukha

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no fuera a estar cerca de mí. Conocía bien esa sensación. De nuestros seis hijos, era la quinta en irse de casa. Me dije para mis adentros: «Ya deberías ir acostumbrándote». No obstante, empezó a embargarme una conocida sensación de vaciedad. Estaba a punto de llorar, pero resolví no ceder a mis emociones.

Mientras el avión recorría la pista de despegue, cerré los ojos y elevé una oración a Jesús. Le rogué que me concediera un vuelo sin contratiem-pos y que guardara a mi hija y a mis otros hijos. También le di las gracias por haberlo hecho siempre. Él, con suaves susurros, me reafirmó que mi hija estaría bien, como habían estado bien sus cuatro hermanos mayores cuando se fueron de casa.

CONSOLAR COMO SOMOS

CONSOLADOS

Lilia Potters  Me recosté en el asiento y me quedé esperando a que el avión des-pegara. Me dolía la espalda. Estaba regresando a casa y tenía los brazos y las piernas agarrotados como consecuencia de las cinco horas en automóvil hasta el aeropuerto y el primer tramo de vuelo, que habían sido otras dos horas. La verdad es que no me hacía mucha gracia otro trayecto de cinco horas en un asiento de clase turista, y menos en un avión atestado.

Recordé a mi hija, que aún no tenía ni 18 años. Acababa de llevarla a casa de su hermano mayor para que pasara allá una temporada. ¡Cuánto la iba a extrañar! Era la primera vez que ella se alejaba del hogar. Me dolía profundamente que

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El avión despegó, tomó altura y luego se niveló.

Me llené de paz al beber esas tranquilizadoras palabras de Dios y recordar que Él jamás había dejado de responder a mis oraciones por mis hijos. Las lágrimas de añoranza se convirtieron en lágrimas de gratitud cuando le di las gracias por Su fidelidad y Su consuelo.

Al abrir los ojos vi a una señora y su nenita —de unos tres años— que se habían cambiado a los asientos contiguos al mío. Yo había tenido la esperanza de que aquellos puestos que habían estado vacíos durante el despegue se mantuvieran así para poder acostarme, pero comprendí que la azafata las había trasladado para que tuvieran más espacio.

Observé a la madre, que se esforzaba por atender a su hija quejumbrosa, cansada y con sueño. Le ofrecí mi almohada y también otra manta para que la nena apoyara la cabeza. Ella me miró agradecida y me explicó que llevaban ocho horas de vuelo. Al rato, la niñita se durmió. La mitad de su cuerpo descansaba en su asiento y la otra mitad en el regazo de su madre.

Sirvieron una comida. Conversamos de temas triviales. La auxiliar de vuelo se llevó las bande-jas, y la señora trató de descansar. Al cabo de un momento noté que una

lágrima le rodaba por la mejilla. A esta le siguió otra. Trató de secarse la cara antes de que yo advirtiera que lloraba, pero pronto se dio cuenta de que ya me había percatado y me sonrió un poco avergonzada.

—¿Se encuentra bien? —le pregunté.

—Sí, estoy bien.Pero no lograba contener las

lágrimas.Le toqué el brazo suavemente

antes de preguntarle:—¿Hay algo que pueda hacer por

usted?Tras un valeroso esfuerzo por

recuperar la compostura, me explicó que acababa de llevar a su hijo de 16 años a los Estados Unidos para estudiar. Tenía otros siete hijos, pero él era el mayor y el primero en marcharse de casa. Ya había empe-zado a extrañarlo.

La miré sorprendida. ¡Qué coin-cidencia que estuviera sentada junto a una señora que estaba sintiendo exactamente las mismas emociones que yo había tenido minutos antes al recordar a mi querida hija!

La tomé de la mano y le dije que la comprendía. Le hablé de mi hija y compartí con ella los pensamientos consoladores que Dios me había inspirado un rato antes. Me escuchó con atención y, pese a las lágrimas, me sonrió cuando le propuse que

Dios no nos conforta para nuestro confort, sino para que reconforte-mos a otros. John Henry Jowett (1863–1923)

El […] Padre misericordioso y Dios de toda consolación […] nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. 2 Corintios 1:3,4 (nvi)

Anímense y edifíquense unos a otros. 1 Tesalonicenses 5:11 (nvi)

El Señor es eternamente miseri-cordioso; Él hace justicia a quienes le honran. Salmo 103:17 (rvc)

¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho? ¿Puede no sentir amor por el niño al que dio a luz? Pero aun si eso fuera posible, Yo no los olvidaría a ustedes. Isaías 49:15 (ntv)

oráramos las dos por nuestros hijos y luego confiáramos en que Dios los cuidaría.

Después que nos despedimos, di gracias a Jesús por un vuelo sin complicaciones y porque Él lo sin-croniza todo a la perfección. Estoy convencida de que Él dispuso cómo nos íbamos a sentar, de forma que yo pudiera transmitir Sus alentadoras palabras a aquella mujer. Dios quiso consolarnos a las dos.

Lilia Potters es escr itor a y r edactor a. Vive en EE . UU. ■

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EL AM O R NUNCA Mara Hodler 

1. 1 Corintios 13:8

2. 1 Juan 4:8

3. www.just1thing.com

DEJA DE AMARMuchos hemos oído la frase: «El amor nunca falla». Aparece ilustrada en libros devocionales para niños. Se ha utilizado en canciones, relatos y poemas. La conozco desde que tengo memoria.

De niña creía que significaba que el amor tenía siempre fuerza sufi-ciente para lograr lo que uno se propusiera. El amor tenía las de ganar y, como fuera, se saldría con la suya. Supongo que lo concebía como un instrumento de manipulación. Pensaba que servía para superar, convencer, razonar, persuadir o animar hasta obtener los resultados necesarios.

Haciendo memoria me doy cuenta de que aplicaba en demasía ese concepto del amor con mis amistades. Me decía: «El amor nunca falla. Sigue insistiendo hasta que consigue lo que quiere». Pensaba que el amor tenía licencia para manipular, ya que el que sentía por mis amigos solo perseguía buenos resultados.

Como te imaginarás, esa actitud no siempre hacía de mí la amiga ideal ni la más solicitada. Me esfor-zaba, me esforzaba de veras, pero no daba la talla. Me iba de maravilla, pero solo con gente con la que me relacionaba brevemente. Y el hecho de llevar una vida bastante itinerante me vino bien. Aunque tuve muchas buenas amistades de corta duración, pocas veces me tocó lidiar con conflictos con mis amigos, pues al cabo de poco tiempo tomábamos distintos derroteros.

Cuando contaba poco más de veinte años me quedé a vivir bastante tiempo en un mismo lugar. En esa época conocí por primera vez los altibajos a los que están expuestas las amistades cercanas. A veces todo marchaba sobre ruedas y yo estaba en sintonía con mis amigos. Otras veces las cosas no iban muy bien. Uno de nosotros pasaba por una mala racha, hacía algo ofensivo, se interesaba por un pasatiempo que no incluía a los demás o iniciaba una amistad excluyente.

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EL AM O R NUNCA Cuando eso sucedía, yo siempre buscaba la manera de que todo volviera a su cauce. No siempre tenía en cuenta las necesidades o deseos de mis amistades; solo me concentraba en mis propias expectativas.

Esa actitud hizo que la relación con mi mejor amiga se frenara en seco. En poco tiempo nos volvimos tan dispares que me costaba creer que antes pasáramos nuestros ratos libres juntas subiendo a alguna montaña, yendo a una de nuestras cafeterías favoritas y conver-sando. ¡La echaba mucho de menos y anhelaba recuperar nuestra relación!

Pasaban las semanas y seguíamos sin entendernos y sin ninguna sintonía. A mí me resul-taba insoportable. Al final me tomé un tiempo para orar al respecto. Dios me recordó el versículo: «El amor nunca deja de ser»1. Estaba más urgida que nunca y sentí que precisaba una respuesta más profunda. Ahí fue cuando caí en la cuenta de que el amor nunca deja de amar. El amor no persigue ningún resultado concreto. ¡Simplemente continúa amando!

Esa fue la clave para comprender a qué se referían los versículos anteriores de 1 Corintios 13. El amor «todo lo sufre» (está bien que te enojes conmigo); «todo lo cree» (sé que eres una magnífica persona); «todo lo espera» (sé que siempre seremos amigas); «todo lo soporta» (esperaré hasta que quieras reanudar nuestra amistad). El amor nunca deja de

amar.Al ver a mi amiga desde esa perspectiva ya no sentí la urgencia de tratar de arre-

glar nuestra relación. Me di cuenta de que la amaba y la respetaba tanto que podía ser paciente con ella, seguir amándola y esperar a que estuviera lista para restablecer nuestra amistad. Como te imaginarás, las cosas mejoraron rápidamente.

Debo admitir francamente que incluso ahora, más de un decenio después, aún me queda mucho que aprender sobre el amor. La Biblia enseña que «Dios es amor»2. Eso en sí ya deja claro que nunca comprenderemos a cabalidad el amor ni tendremos por

nosotros mismos suficiente amor. Al mismo tiempo pone de relieve por qué el amor es tan poderoso y por qué todo esfuerzo por amar vale la pena. Cuando amamos, participamos de la esencia de Dios.

El amor tiene numerosas facetas. Puede expresarse sirviéndole un café a tu mamá, refrenando tu lengua para no decirle unas palabras mordaces a una amiga, regalándole algo a alguien que lo necesita más que tú, y la lista sigue y sigue.

Cuando trato de determinar si mis acciones se basan en el amor, descubro que basta una simple pregunta para revelar mis verdaderas intenciones: «¿Por qué motivo lo estoy haciendo?» Si busco un desenlace que me resulte ventajoso o insisto en obtener un resultado predeterminado, está claro que estoy actuando interesadamente.

Una vez que me he librado de mis móviles egoístas y he eliminado todas mis excusas y buenas razones, no me queda otra opción que seguir amando.

A veces del dicho al hecho hay largo trecho, pero he descubierto que es cuestión de realizar pequeños gestos de amor uno tras otro, nada más.

Cuando me esfuerzo por hacerlo, veo que Dios se encarga del resto.

Este artículo es una adaptación de un podcast publicado en Just1Thing3, portal cr istiano destinado a

la for mación de la ju ventud. ■

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Anónimo

LA MONTAÑA

RUSA

1. V. 2 Corintios 5:7

2. 1 Juan 4:8

3. Isaías 55:1,3 (ntv)

Creo que tenía unos 14 años cuando me monté por pri-mera vez a una montaña rusa. Recuerdo que cuando mi carrito subió hasta lo alto y emprendió el primer descenso en picada se me congeló la sangre y pensé: «¿A santo de qué estoy haciendo esto!» Luego comenzó la sucesión de subidas y bajadas violentas. El pulso se me aceleró. Y no había respiro ni escapatoria. Mi única alternativa era aferrarme con todas mis fuerzas y aguantar hasta terminar el circuito.

Los primeros meses después que acepté a Jesús como Salvador se parecieron mucho a esa experiencia de la montaña rusa. Hubo momentos de euforia y otros en que me sumí en el mayor derro-tismo. En ocasiones, mientras mi carrito subía, pensaba: «Esto es fantástico, cada vez está mejor. Tengo la felicidad asegurada». Entonces llegaba a la cima y me detenía allí un momento antes de caer en picado y sumergirme en un mar de dudas y abati-miento. Todavía no había aprendido que andar por fe y no por vista1 significa acoplar nuestro carrito a las inalterables promesas divinas en vez de atornillarlo a nuestros efímeros sentimientos.

Los días en que estaba feliz y en la cúspide deducía que algo había hecho bien. Quizás había sido excepcionalmente humilde o estaba más en sintonía con el Señor y Su Espíritu Santo. Fuera lo que fuera, algo me había impulsado a cruzar una frontera invisible y me encaminaba hacia un plano espiritual más elevado, dejando atrás a los demás mortales. Me sentía en el pináculo de la gloria y me enorgullecía de ello. Había escalado mi Everest.

Pero justo cuando más orgulloso me sentía de mis presun-tos progresos y revelaciones espirituales, ineludiblemente mi verdadero yo asomaba la cabeza y veía todas mis imperfecciones. Horrorizado, caía en la cuenta de que en realidad no había llegado a ninguna parte. Solamente había alcanzado una cumbre momentánea, apenas una de las muchas que había en la montaña rusa, con todas sus curvas, contracurvas y bajadas repentinas. Así era mi vida espiritual basada en mis sentimientos.

Por último, cuando terminaba el recorrido y me detenía, indispuesto y aturdido, me asombraba de que el Señor todavía me amara. Él era como un papá: me estrechaba en Sus brazos

y me aseguraba que todo iba a salir bien. Me alzaba hasta que se me pasaba el mareo producido por aquella

sensación de fracaso.

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Hicieron falta varias vueltas de esas para per-catarme con diáfana claridad de lo incondicional que es el amor de Dios. Por muy bajo que hubiera caído o muy alto que me pareciera haber escalado, Su amor era constante. Cuando daba contra el fondo y clamaba a Él en oración, me invadía un sentimiento de paz y seguridad, y me sentía aceptado. Era como si Él me levantara, me sacudiera el polvo, me diera un beso y una palmada en la espalda, me plantara sobre la firme base de Su Palabra y me señalara la dirección que debía tomar. Todo ello con una sonrisa radiante de amor y alguna palabra de aliento. El versículo «Dios es amor»2 cobró toda una nueva dimensión para mí.

Finalmente me di cuenta de que mis inútiles esfuerzos por arribar a un estado de espiritualidad que me creía en el deber de alcanzar no hacían otra cosa que impedir que Dios dirigiera mi vida. Una vez que tomé conciencia de ello, dejé de poner tanto empeño en ser de determinada manera y empecé a confiar en que, efectivamente, Él era dueño de la situación y me ayudaría a ser lo que Él quería que fuera.

Tardé varios años en comprender en qué consiste la verdadera espiritualidad y en darme cuenta de que el objetivo no es llegar a la cima. La auténtica humildad no es otra cosa que darnos cuenta de que, si la amorosa mano de Dios no obra en nuestra vida, no lograremos salir adelante; y que la verdadera religión consiste en transmitir Su amor al prójimo.

Ahora, cada vez que veo una montaña rusa, me detengo y hago una oración para agradecerle al Señor Su amor y Su paciencia, y que Su Palabra me haya librado de aquel circuito de altibajos construido sobre mis sentimientos y mi propia concepción de la espiritualidad, para encaminarme por la senda derecha y angosta que conduce a una vida celestial junto a Él, ahora y para siempre. ■

Dios no nos ama porque seamos bue-nos o trabajemos arduamente por Él. Nos ama porque el amor es un aspecto central de Su carácter y porque escoge hacerlo. También escoge hacernos una invitación a todos: «¿Alguien tiene sed? Venga y beba, ¡aunque no tenga dinero! Vengan, tomen vino o leche, ¡es todo gratis! Les daré el amor inagota-ble que […] prometí»3. Puedes aceptar ahora mismo esa invitación:

Amado Jesús, acepto Tu amor y Tu invitación. Te ruego que te hagas parte de mi vida y que me perdones todas las cosas malas que he hecho. Ayúdame a amarte y a amar los demás. Amén.

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mantener un registro tan detallado de cada uno de nosotros y darnos la bienvenida personalmente cuando llegamos al Cielo?

Acababa de comentarle eso, con-fesándole mi perplejidad un tanto negativa, cuando sentí el impulso de no desistir aún de conseguir la pila para mi reloj. Total que le dije:

—Voy a volver a preguntar —y giré a la derecha por una calle lateral.

Por increíble que parezca, lo primero que vimos al entrar en el estacionamiento de un pequeño centro comercial fue un local con un letrero grande que rezaba: «Relojería».

Mi mujer se echó a reír.—¿Ves? Acaba de responderte.

¡Así lo hace!Ella lo entendió antes que yo. Dios

me estaba diciendo de manera sucinta y memorable: «No solo puedo recibir individualmente a cada uno de uste-des cuando llegan aquí, sino que soy capaz de satisfacer sus necesidades

PENDIENTE HASTA DE UNA PILA

más ínfimas —hasta la pila de un reloj— de forma imprevisible».

Dios intervino ese día y respondió mi interrogante. En la relojería nos atendió un caballero vietnamita muy hábil y agradable, entre bellísimos relojes de pared. Tenía justo la pila que necesitaba. Después de revisar mi reloj me aseguró que, aunque tiene ya bastantes años, está en muy buen estado.

Pensé en la introducción del Salmo 139: «Oh Señor, has exa-minado mi corazón y sabes todo acerca de mí. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; conoces mis pensamientos aun cuando me encuentro lejos. Me ves cuando viajo y cuando descanso en casa. Sabes todo lo que hago»1.

Willia m McGr ath es escr itor y fotógr afo independiente. Vive en el sur de México y está afiliado a La Fa milia Inter nacional. ■

William McGrath

Mi esposa y yo estábamos en Estados Unidos para asistir a un funeral. Habíamos alquilado un vehículo y salido a hacer unas diligencias. Yo quería encontrar una relojería donde comprar una pila y donde me la pusieran en mi reloj de pulsera. En los dos primeros centros comerciales que visitamos preguntamos a varias personas, pero nadie sabía dónde había una. Una búsqueda en Google también resultó infructuosa, así que desistí de aquella idea.

Mientras conducíamos, mi mujer y yo recordamos a nuestro familiar fallecido, y yo le comenté que me resultaba difícil imaginarme cómo podía aparecerse Jesús en persona a tantos difuntos cuando llegan al Cielo. Habiendo miles de millones de seres humanos en la Tierra y tantos que pasan a mejor vida todos los días, ¿cómo hace Dios para

1. Salmo 139:1–3 (ntv)

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En cierta ocasión hicimos una excursión en familia hasta la cima del pico Pikes, uno de los más altos de las Montañas Rocosas. A unos 4.200 metros sobre el nivel del mar nos deleitamos con increíbles vistas de lagos, formaciones rocosas, bos-ques y altas montañas en los cuatro puntos cardinales. Toda aquella escena quedó grabada en la memoria colectiva de nuestra familia, para evocarla una y otra vez.

Sé que hay muchas maneras de disfrutar de la naturaleza y experi-mentar su esplendor. Un entusiasta de la fauna se maravillaría de las criaturas que habitan la zona; un aficionado a la geología quedaría impresionado con lo que cuentan las montañas; un adicto a la adrenalina se emocionaría escalando hasta la cima o practicando un deporte aún más extremo. Yo, en cambio, lo que vi fue una inmensa manifestación de Dios.

Me conmueve que Dios creara esos paisajes pasmosos, y no porque yo o la humanidad seamos dignos

LA CREACIÓN HABLA Marie Alvero

de ellos. Hizo este hermoso mundo aun sabiendo que somos pecadores. De alguna manera conectó a los seres humanos con la creación y con sus congéneres. Por medio de la naturaleza física —las montañas, mares, bosques, desiertos, planicies y cuerpos de agua— alcanzamos a vislumbrar cómo es la naturaleza divina: perdurable, majestuosa, imponente y dadora de vida.

Más aún, cualquiera, sea cual sea su postura frente a Dios, puede gozar de Sus maravillas. La Biblia dice que Él envía la lluvia sobre justos e injustos, manifestando así Su amor por el colectivo humano. Su creación demuestra Su deseo de cuidar y sos-tener al mundo y Su fidelidad para con nosotros, independientemente de cuáles sean nuestras acciones. La creación, la naturaleza, se renueva, es continuamente esperanzadora y prometedora, aun después de calamidades y catástrofes.

Me siento insignificante —como si apenas fuera una simple nota de una fantástica y grandiosa

Veo todo lo que hay en el mundo, desde un guijarro en el lecho de un río hasta una imponente montaña, como obra de la mano de Dios. Cuando pinto procuro representar artísticamente la belleza de la creación divina. […] Como veo la paz, serenidad y con-tentamiento de Dios, me esfuerzo por plasmar esos sentimientos en el lienzo. Mi visión de Dios define mi visión del mundo. Thomas Kinkade (1958–2012)

sinfonía—, pero al mismo tiempo sé que Él me conoce. Espero que tú también tengas oportunidad de ascender hasta la cima del mundo para que tu alma pueda exclamar con la mía: «¡Cuán grande eres, oh Dios!»

M ar ie A lvero ha sido misioner a en Á fr ica y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la r egión centr al de Tex as, EE . UU.  ■

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Nunca pienses que estoy lejos de ti o que me canso de ti. No te juzgo por tus logros ni por tus buenas obras. No te comparo con otros. Miro tu corazón. Veo el amor que tienes por Mí y por los demás. Eso es lo importante para Mí, no tus buenas obras o tus esfuerzos por perfeccionarte.

Por eso, no te juzgues según un patrón que no te he impuesto. Yo no entrego Mi amor en porciones, conforme a lo que pienses que me has dado o has hecho por Mí. Mi amor es gratuito y te lo prodigo.

Te he amado desde el principio y te amaré hasta el fin de tus días, y aún más, eternamente. Si vives para Mí y disfrutas de Mi amor todos los días comprobarás lo infinito que es y lo libremente que fluye. Quiero que lo aceptes tal como es. No trates de analizarlo, porque está por encima de lo que eres capaz de pensar o concebir. Limítate a entender y aceptar que es para ti y que no tiene fin, y luego deja que te transforme, te moldee y te inspire a transmitírselo a los demás.

SIN MEDIDA

De Jesús, con cariño