La crisis SILENCIOSA

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Por: Víctor Muñoz Díaz

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Por: Víctor Muñoz Díaz

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No podrías encontrar mejor metáfora de la capacidad actual del mundo para competir de tú a tú con Estados Unidos (y con más eficacia que nunca) que los sudores y lágrimas de nuestro equipo olímpico de baloncesto en 2004. Integrado por astros de la NBA, el equipo consiguió, tras mucho esfuerzo, una medalla de bronce después de haber perdido frente a Puerto Rico, Lituania y Argentina.

¿Te acuerdas de cuando Estados Unidos sólo mandaba a figuras de la NCAA a los torneos olímpicos de baloncesto?

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Así pues, la superioridad automática estadounidense de hace veinte años va desaparecido hoy en el baloncesto olímpico. Cada vez más, el nivel de la NBA se está convirtiendo en un artículo básico del mundo globalizado (es decir, en mera vainilla). Si Estados Unidos pretende seguir dominando el baloncesto olímpico, tenemos que sumar tantos, por decirlo con una elocuente expresión del ámbito deportivo. El viejo modelo ha quedado obsoleto. Como me comentó Joel Cawley, de IBM, <<si comparamos las estrellas, los equipos de baloncesto de países como Lituania o Puerto Rico siguen teniendo las de perder frente a los americanos, pero si nos fijamos en el juego de equipo, en el que ellos colaboran mejor que nosotros, lo cierto es que nos hacen una competencia durísima>>.

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En el Estados Unidos de después de la Segunda Guerra Mundial hay algo que me recuerda a la tercera generación de la clásica familia adinerada, que se dedica a despilfarrar su fortuna. Los miembros de la primera generación están metidos hasta las cejas en todo lo que sea innovar y la segunda generación consolida los resultados, pero entonces llegan los retoños de ésta, que se ponen gordos, son torpes y perezosos y van poco a poco derrochando la fortuna.

Cuando recibimos el mazazo del 11-S, tuvimos una de esas oportunidades que sólo se presentan una vez en la vida de hacer un llamamiento nacional al sacrificio, de atajar algunos de nuestros déficits fiscales, energéticos, científicos y educativos, es decir, en todos los ámbitos que habíamos dejado que patinasen sin control. Pero nuestro presidente, en lugar de exhortarnos al sacrificio, nos exhortó a salir de compras.

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La verdad es que hoy en día estamos inmersos en una crisis. Sin embargo, se trata de una crisis que se está desplegando muy lentamente y muy silenciosamente. Es una <<crisis silenciosa>>, como explicó Shirley Ann Jackson, nombrada presidenta en 2004 de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia y presidenta del Instituto Politécnico de Rensselaer desde 1999.

<<No se nos está cayendo el cielo encima ni hoy va a ocurrir nada espantoso>>, dijo Jackson, física de formación, que elige cuidadosamente sus palabras. <<Estados Unidos seguirá siendo el motor que tire de la innovación ene le mundo. Cuenta con los mejores planes de estudios universitarios, con la mejor infraestructura científica y con los mercados de capitales necesarios para explotarla. Pero en la ciencia y en la tecnología estadounidense se está produciendo competidores no sólo tienen puestos los cinco sentidos, sino que están corriendo una maratón, mientras nosotros nos dedicamos a correr Sprints. Si se deja sin control, esta situación podría poner en juego nuestra preeminencia y nuestra capacidad para innovar. >>

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Los ejecutivos, los directores de departamento, los equipos de ventas y los altos mandos de la investigación se ubican todos ellos en las ciudades en las que tuvo lugar la innovación. Y sus puestos de trabajo generan a su vez más puestos de trabajo. Por mucho que mengüe la reserva de jóvenes capacitados para innovar, nuestro nivel de vida no menguará de la noche a la mañana. Sólo se notará pasados quince o veinte años, cuando descubramos que estamos padeciendo una escasez crítica de científicos e ingenieros capaces de llevar a cabo proyectos de innovación o meramente tareas tecnológicas de elevado valor añadido. En ese momento la crisis habrá dejado de ser una crisis silenciosa, dijo Jackson, y <<se convertirá en una crisis en toda regla>>.

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Los rusos lanzaron el Sputnik y el gobierno estadounidense se obsesionó con formar a los más jóvenes para convertirlos en científicos e ingenieros, una moda intensificada a raíz del compromiso de John F. Kennedy de llevar a cabo un programa de tripulación espacial.

Cuando Kennedy habló de mandar al hombre a la Luna, Shirley Ann Jackson fue una de los millones de jóvenes estadounidenses que estaban escuchándole. Sus palabras, recordaba Jackson, <<inspiraron, ayudaron e impulsaron a mucha gente de mi generación a estudiar ciencia, ingeniería y matemáticas>>, y los avances e inventos que engendraron fueron mucho más allá del programa espacial. <<La carrera del espacio fue, en realidad, una carrera de la ciencia>>, me dijo.

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Sin embargo, con el paso de los años Jackson empezó a percibir cómo iba disminuyendo el número de jóvenes estadounidenses que se mostraban fascinados con desafíos de relevancia nacional, tales como la carrera por llegar a la Luna, o que sentían la fuerza de atracción de las matemáticas, la ciencia y la ingeniería.

Las promociones de titulados en ciencia e ingeniería que siguieron a la de Jackson han sido cada vez más pequeñas en comparación con nuestras necesidades. Cuando Jackson aceptó el cargo de presidenta del Politécnico de Rensselaer para dedicarse en cuerpo y alma a fortalecer las reservas de científicos e ingenieros estadounidenses, se dio cuenta, me dijo, de que se avecinaba una <<tempestad perfecta>>

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Para evitar que nos pille semejante tempestad, es imprescindible reconocer la confluencia de factores y cambiar de rumbo, por mucho que en estos instantes el cielo esté azul, los vientos sean suaves y el agua parezca en calma.

Justo ése es el momento en que hay que cambiar de rumbo, no cuando el tifón está a punto de engullirte. No hay tiempo que perder, debemos solucionar cuanto antes los puntos flacos de nuestro sistema educativo, de los que nadie habla.