La Critica Social en La Obra de Manuel Mndez Ball Ester 1

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NOLELa crítica social en la obra de Manuel Méndez Ballester

La patria puertorriqueña se ha construido con sudor y sacrificio. Ha sido la defensa de

nuestra identidad, amenazada por diversos frentes, el motor generador de esa lucha. En

ocasiones, los gigantes que se levantan, como los molinos a Don Quijote, somos nosotros

mismos que llenos de miedo nos quedamos inmóviles ante los males sociales que amenazan con

destruir lo que verdaderamente somos: un pueblo honesto, sensible y lleno de sueños de un

futuro mejor. Esta verdad indiscutible ha sido plasmada en nuestra literatura por diversos

escritores en diferentes épocas. Es para mí, sin pesadumbre, un deleite trazar mis ideas con

respecto a un escritor que sin tapujo alguno planteó la situación social vigente en su época y aun

reinante en la actualidad. Manuel Méndez Ballester es un autor que se destaca en los años 30 por

subrayar la situación social de Puerto Rico a través de sus obras literarias. Entre los temas más

relevantes se encuentran: la crítica al sistema de explotación a la cual fueron sometidos los indios

taínos y los africanos, la marginación de la mujer, la desintegración moral de la familia, la

emigración y, no podían faltar, los problemas político-sociales. Méndez Ballester hace uso de sus

dotes como escritor para presentarnos esta cruda realidad que ha afectado nuestra manera de

pensar y hasta de vivir. Es sin lugar a dudas unos de los más prominentes escritores de su época

y la voz de una sociedad, en ocasiones, aplastada, marginada y abusada, pero perseguidora de

ilusiones y constructora de la patria. Como expresa Juan Antonio Corretjer en su famoso poema

“Oubao Moin”:

De entre esas manos indias, negras, blancas,

de entre esas manos nos salió la patria.

En los cimientos de esa patria se inspiró Manuel Méndez Ballester al retratar las penurias

que vivieron nuestros indios a través del proceso de conquista y colonización que se inició en el

año 1493 cuando Cristóbal Colón descubrió a Puerto Rico en su segundo viaje. España, que tenía

sed de expandir su dominio, no se inmutó en colonizar a Puerto Rico y hacerlo parte de su

territorio. Debido a esto, la población taína fue expuesta a cambios despiadados; ellos que

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estaban constituidos en algo que podría denominar como una estructura social comunitaria,

pasaron a un régimen en el cual eran propiedad de personas ajenas. Puerto Rico era para los

españoles una mina de oro, la cual con la esclavitud de los indios podrían explotar al máximo.

Este abuso sin precedentes dio partida a la extinción de la raza taína. Los españoles, que estaban

sedientos de riqueza, trajeron negros africanos. Los africanos, adaptados a una naturaleza más

agreste que los taínos, resultaron ser más resistentes al sistema de esclavitud. Todo este proceso

y crítica social acerca de la colonización la podemos presenciar en la novela de Méndez Ballester

Isla Cerrera (1937). Es a través de la voz del viejo Cayán, un indio octogenario, por la que nos

enteramos del proceso de desintegración degradante al cual fue sometido no sólo el indígena,

sino nuestra naturaleza virgen y cerril cuando expresa: "Llegó el blanco y perdimos el conuco, el

bohío y los montes”. Cayán nunca entrega su corazón al invasor; defiende los intereses de su

raza y alienta la rebelión en el ánimo de sus hermanos indígenas. Hoy, hace falta que el espíritu

de Cayán se despierte en el ánimo de los puertorriqueños para vencer, no a nuestros semejantes,

sino todos aquellos males sociales que nos invaden, nos conquistan, nos colonizan y van

socavando los valores de un pueblo noble y puro de la misma manera que se destruyó el conuco,

el bohío y los montes. Es un desafío para aquellos que saben, como Méndez Ballester, que la

vida fácil nunca nos llevará a la tierra prometida y que de la misma manera en que la tierra

cerrera se resiste al invasor, así mismo deberíamos resistirnos a actuar motivados por la ambición

y el egoísmo o por los feroces ataques de la falta de amor, usurpadores de nuestra identidad y de

nuestra paz.

Como afirmador y defensor de la identidad puertorriqueña la crítica social de don Manuel

Méndez Ballester no se limita a los procesos de conquista y colonización de Puerto Rico. La

producción de este autor en el campo del teatro, género que cultiva predominantemente,

comienza con El clamor de los surcos (1938) y Tiempo muerto (1940). Estas tragedias se

desarrollan tierra adentro y giran en torno a los problemas sociales de los campesinos

puertorriqueños. Según doña Josefina Rivera de Álvarez, citando a M. Henríquez Ureña, en El

clamor de los surcos el personaje lo es la propia tierra “que se va de manos del campesino,

absorbida por créditos hipotecarios impagados a la inmisericorde compañía explotadora

azucarera”.

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Por otro lado, en Tiempo muerto se denuncia la agonía de la familia jíbara del cañaveral

durante el tiempo en que no hay producción cañera o el “tiempo muerto”. Es en esta obra de

plena madurez que presenciamos con terrible crudeza la miseria física, espiritual y moral de

nuestros jíbaros. A la desesperanza se suma el tema de la mujer mancillada y maltratada que

grita pidiendo ayuda, el crimen, la venganza y el suicidio. Rosa, jovencita llena de vida y

sueños, dentro de aquel lodazal, termina deshonrada, con su honor mancillado. Su madre se

suicida después del asesinato de su hijo y de que su esposo se entregara a las autoridades

judiciales, no sin antes cumplir su venganza al matar al violador. Expresa Josefina Rivera de

Álvarez que en esta obra Méndez Ballester “hace de los personajes víctimas de las condiciones

sociales, hundiéndose poco a poco en el sumidero que es su medio ambiente”.

Hoy día las consecuencias del tiempo muerto son el ocio, el mal ejemplo de nuestros

mayores y de aquellos que deberían dejarnos en herencia una patria llena de esperanzas. Las

estadísticas de violencia contra la mujer, asesinatos y corrupción en las instituciones sociales son

alarmantes. Sin embargo, es tiempo de levantarnos ante la infección que destruye la esperanza

boricua y decir, igual que Ricardo de Boadilla le expresó a su amada en Isla cerrera: “–

Guimazoa, volveré de nuevo cuando florezcan los flamboyanes. Fijaos en lo hermoso que están

los que sembramos –y Ricardo permaneció mudo, observando la ofrenda bermeja de los

flamboyanes sobre el altozano, sin atreverse a violar con sus palabras la virginidad de aquella

emoción que antes nunca sintiera.” Los flamboyanes se tardan años en florecer, pero tenemos

que sembrarlos con la ilusión de que florecerán. Ese mensaje del escritor debe llenarnos de

confianza en que aunque no podamos resolver nuestra situaciones sociales en un abrir y cerrar de

ojos, debemos continuar sembrando la buena semilla de los valores morales y espirituales, de la

educación y del trabajo digno para que den fruto, no importa el tiempo que nos tome lograr que

florezcan.

Fruto de mala semilla sembrada fue el abandono y desprecio de la tierra y las

consecuencias psicológicas, morales y sociales que tuvo la emigración del puertorriqueño del

campo a la ciudad y de allí a los Estados Unidos a partir de la década del cuarenta. Este tema es

sin lugar a dudas uno de los predilectos para muchos escritores, y don Manuel Méndez Ballester

no es la excepción. Critica la actitud de puertorriqueños que debido a su pobreza extrema, fruto

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de la insensibilidad, se dejaron deslumbrar por el espejismo de la buena vida a través del viaje

hacia un mundo mejor, hacia el supuesto progreso que sólo los sumió en la explotación, el

prejuicio y el discrimen en tierra extraña. Es en la comedia en tres actos Encrucijada (1958) que

presenta la historia de una familia puertorriqueña establecida en uno de los peores barrios de

Nueva York llamado el “Harlem neoyorquino” y donde se puede apreciar que fuerzas externas

sociales tratan de corromper la identidad del puertorriqueño. Henríquez Ureña asegura que esta

obra es un resumen acerca de los cambios histórico-sociales a los cuales hemos sido sometidos

comenzando con la colonización española y finalizando con la invasión norteamericana. Con

claridad se puede presenciar que cada personaje simboliza una actitud histórica. El abuelo es fiel

defensor del régimen español, mientras que su yerno pelea con los invasores norteamericanos.

De los nietos, se presenta al mayor como el miembro de la familia que se moldea como el barro,

ya que es absorbido por la cultura americana. Por su parte, su hermano menor representa el

movimiento patrio que busca la libertad de los suyos, igual que lo hace Cayán; es aquél que no se

deja pisotear y defiende a capa y espada su identidad. Antonio cree que es necesario luchar para

encontrar solución a los problemas sociales y políticos a los que estaban expuestos. Estas voces

siguen resonando en nuestra sociedad, pero más fuerte es la voz del corazón puertorriqueño que

clama por la permanencia en el suelo patrio, por devolverle a nuestra tierra lo que nos ha dado;

clama para que ante la encrucijada creamos en nosotros mismos y levantemos las manos para

ondear la bandera de la esperanza.

La voz de denuncia social de don Manuel Méndez Ballester no se ha apagado; aún

resuena a través de su obra, no sólo para criticar, sino para crear conciencia de cómo estamos,

pero también de cómo somos, de lo que tenemos y de lo que podemos hacer. Vivimos en un

tiempo en el cual para algunos sólo el dinero, la sexualidad corrompida y los vicios son

importantes. El ignorar los valores que nos distinguen como puertorriqueños y definen nuestra

identidad provoca que se tambaleen nuestras instituciones sociales. Sin embargo, la única forma

de enfrentarnos a esos gigantes es creer que en nosotros reina un poder mayor que nos da fuerzas

para vivir, levantarnos y triunfar: el amor a la patria. Amor que reflejó este insigne autor al hacer

cada una de sus denuncias aunque tuviera que enfrentarse como muchos de sus contemporáneos

a la persecución o a la marginación. El poder de la palabra era su arma más poderosa, pero la

palabra respaldada con ideales, con anhelos, ilusiones y sueños. El camino fue diseñado, nos

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toca a nosotros ahora ante el tiempo muerto, nuestra isla cerrera y la encrucijada responder al

clamor de los surcos que ya trazados nos indican hacia dónde elevar nuestra bandera.

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