La Cultura Digital Las Nuevas Practicas
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La cultura digital, las nuevas prácticas sociales y los
procesos de subjetivación. El abordaje de las ciencias
sociales
Indudablemente atravesamos un período de transformaciones. Los colegas más
pesimistas dicen que “La evolución tecnológica parece racional, pero es un caballo
desbocado” (Ferrer, 2012). Los más optimistas dicen que estamos en una época de
desplazamientos tectónicos, que dejarán atrás autoridades vaciadas de contenido y sentido
para dar lugar a la inteligencia colectiva y la apropiación masiva de la potencia expresiva
(Piscitelli, 2010). También están los melancólicos y los apocalípticos; y, por supuesto, los
místicos, que nos dicen que estos son tiempos de meditación y reflexión a la espera de una
Nueva Era. Éstas y otras tantas alusiones a nuestro presente como una “época de cambios”,
han terminado convirtiéndolo en un significante vacío sobre el que se proyectan todo tipo
de fantasmas, deseos, delirios místicos y voluntarismos ideológicos. Ahora bien, nosotros,
cientistas sociales reincidentes, ¿cómo definiríamos las mutaciones de nuestro presente? Elvicio profesional nos llevan a preguntarnos por la índole y el grado de verificación posible
de todo aquello que se le imputa a nuestra época. Porque convengamos que no se puede
asumir que atravesamos “cambios que sacuden los cimientos de la civilización occidental”
(Baricco, 2008), que “hay un nuevo sentido humano” (Marramao, 2011), que estamos
asistiendo al “agotamiento de la moral universal” (Maffesoli, 2009), o que “el capitalismo
viven una crisis terminal” (!i"ek, 2011), sin hacer un mínimo ejercicio de historia
comparada. Cambios como los que Baricco, Marramao, Maffesoli y !i"ek le adjudican anuestra época, convengamos que hubo muy pocos. Para encontrar una transformación más
o menos equiparable habría que remontarse a principios del siglo XIV, cuando los
descubrimientos científicos de Copérnico —por nombrar sólo uno de esa caldera
histórica— alteraron el orden y las jerarquías del cosmos, abriendo el camino franco del
renacimiento y de la modernidad.
Es por eso que nos resulta sustancial precisar el tipo de cambio que atravesamos: ¿Es
un cambio cultural, político, económico o social; o abarca todos estos campos a la vez? ¿Es
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un cambio mensurable?, y en tal caso: ¿cuál es su verdadera magnitud? ¿Puede
efectivamente el modelo capitalista, después de haber sobrevivido a todo tipo de embates y
de haber consolidado sus dominios globales de un modo elocuente, estar en riesgo de
extinción? ¿Qué rol juega la evolución tecnológica en este proceso?, ¿el cambio está
relacionado, como sostienen algunos colegas, con la masificación de la tecnología digital
interactiva?, ¿cuál es el impacto que tiene la irrupción tecnológica en los procesos de
subjetivación? ¿Pueden los cambios tecnológicos trastocar los cimientos de la cultura
occidental, teniendo en cuenta que la modernidad impulsó y asimiló revoluciones
tecnológicas de gran envergadura; o sólo se trata de una mutación que afecta los estándares
interpretativos y que más pronto que tarde será procesada y asimilada? Por todo este
fárrago de dudas es que intentaré analizar las causas y la consecuencias de esta mutación.
Antes de empezar, sin embargo, sería bueno recordar que la disciplina que primero
habló de una inflexión en la modernidad, fue la filosofía a mediados del siglo XIX con los
llamados “maestros de la sospecha”1. Fue una mirada europea que develó los dominios que
estaban en juego. El resto del mundo, era omitido o adolecía de un déficit metafísico
esencial que nos impedía participar de la discusión. Se nos concedían —a lo sumo— el
fomento de las estéticas nativas, la música popular y las fiestas rituales que venían a
estudiar sus antropólogos. Menciono esto porque los diagnósticos sobre nuestro presenteindican que es precisamente esa cosmovisión, cerrada sobre sí misma, la que hoy se
desmorona y se desagrega en diferentes crisis glocales; pero también porque, a los fines de
este trabajo, nos permite establecer un campo genealógico de análisis.
Una crisis estructural
Empezaré, pues, por tratar de definir qué es lo que pone de manifiesto una crisis
epocal. Fernando Calderón y Norbert Lechner, en su trabajo “Modernidad ygobernabilidad democrática” dicen que las crisis revelan las dificultades de la experiencia
cultural para administrar los procesos de complejización. Por ejemplo, de un tiempo a esta
parte mucho de lo que conocíamos y teníamos incorporado para interactuar con el mundo
se ha separado de un sentido que estaba homologado por la cultura y se ha resignificado.
1 Tal la denominación que utiliza Paul Ricoeur para referir el trieto Marx-Nietzsche-Freud, por el modo enque desestructuran las percepciones naturalizadas de la historia y la política (Marx), de la moral (Nietzsche) y
de la conciencia de sí (Freud), desarticulando los fundamentos que se tenían del poder, de los principiosmorales, y de la subjetividad.
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En poco más de una década lo que era real, sólido, seguro, perdurable y nacional, se volvió
virtual, flexible, ambiguo, frágil, líquido, evanescente y global (Gatti, 2005). Estas
mutaciones, que acompañaron la globalización y el desarrollo de una sociedad policéntrica,
dejan entrever la insuficiencia disciplinar de las ciencias sociales, que tenían en el Estado-
nación su molde cognitivo y su continente categorial, para (re)pensar sus objetos de
análisis y —en términos de Calderón y Lechner— administrar la complejización actual.
Estas son las condiciones en las que, después de tres décadas de reinado neoliberal, y
a poco de ingresar en el siglo XXI, el planeta ingresó a la fase más severa de una crisis
económico-financiera que supera en sus dimensiones y consecuencias a la legendaria crisis
del ’30. Es la ancha defección de una utopía capitalista que, después de las revueltas de los
años ’60 y tras la caída del Muro de Berlín, soñó con la autorregulación del mercado y la
posibilidad de organizar todas las formas de la vida humana de acuerdo a la lógica del libre
mercado (Rancière, 2010). Los costos sociales de esa política, poco a poco fueron
convirtiéndose en una usina de malestares endémicos que desgastó fuertemente a las
democracias representativas y a sus instituciones, perdiendo progresivamente la capacidad
de contención y su sustento colectivo. La escuela, la salud pública, las condiciones
laborales y la justicia, se ven afectadas por la misma corriente.
A la par de esta gran crisis socio-institucional, y en la medida que se iba agudizando,se produce la emergencia de un contexto socio-tecnológico que complejiza aún más el
escenario introduciendo un nuevo patrón cultural. A partir de una serie de dispositivos con
presencias y posibilidades de afectación remota, pero efectivas, la cultura digital reformula
los vínculos interpersonales y altera las prácticas políticas, comerciales, formativas e
intersubjetivas. Nada se sustrae a la embestida, y desde la academia hasta la familia,
pasando por la normativa jurídica y los modelos de producción, todos los actores sociales
se ven compelidos a revisar sus roles y fundamentos; con un agravante significativo: esuna empresa que llevan adelante sin el acostumbrado auxilio de las ciencias sociales —que
padecen su propio estupor.
Se podría decir que la irrupción de la cultura digital y las TIC, en principio,
produjeron tres efectos de alto impacto social: 1] Vulneraron los límites y los dispositivos
de control montados por los Estados. El acceso masivo a ese instrumental crea las
condiciones para una “autocomunicación de masas” sin precedentes, echando a andar
gigantescos volúmenes de información, capaces de sortear límites que hasta no hace
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mucho eran la garantía de regímenes de gobierno totalitarios que lograban mantener
amedrentada y en el aislamiento a poblaciones enteras; 2] Impulsaron prácticas con un alto
potencial emancipatorio, en tanto que “juego de prácticas guiadas por la presuposición de
la igualdad de cualquiera con cualquiera” (Rancière, 2000); 3] Favorecieron el desarrollo
de una suerte de “ sociedad civil transnacional ” (Offe y Schmitter, 1995) y la emergencia
de un “nuevo cosmopolitismo político” (Reguillo, 2012), que puso en marcha una
novedosa e inocultable dimensión política, en tanto que genera las condiciones para “la
elaboración y puesta en marcha de una voluntad colectiva que se replantea la manera de
vivir” (Boltanski y Chiapello, 2002).
Este es el escenario social, un escenario trastocado en diferentes dimensiones que
trae aparejado dos demandas fundamentales: la de una estructuralidad acorde a las nuevas
condiciones sociales; y la de una ampliación de los marcos interpretativos. Llegado a este
punto voy a poner a consideración, el modo en que a mi entender se metabolizan esas dos
demandas.
Si, como dicen Lewis Mumford y Gilles Deleuze, a cada época le corresponde un
modelo de máquina, sin duda el modelo maquinal que adopta nuestra época, es la nube.
¿Por qué? Fundamentalmente porque, acorde a una sociedad multicéntrica, global e
interconectada, su centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna (Borges,1951). Es un modelo de estructuralidad alternativa, pero no es novedoso, sus aspiraciones
representativas podrían remontarse a las primeras metáforas utilizadas por Jenófanes en las
discusiones sobre las formas de Dios, en el siglo VI antes de nuestra era. Pero fue su baja
funcionalidad frente a la necesidad social de encontrar un orden y una organización, lo que
sin duda le hizo perder oportunidades frente a la elocuente practicidad de la metáfora
arbórea, provista de un centro rector del cual emanaba el sentido y una raíz que permitía
establecer un origen y, consecuentemente, linajes, jerarquías, derechos y obligaciones. Ellargo dominio de la estructura arbórea, sin embargo, viene demostrando una creciente
insuficiencia frente a la complejización de la modernidad tardía, esto hizo que aquella vieja
metáfora prosaica del mundo, recobrada magníficamente por Borges en “La Esfera de
Pascal”, tuviera una nueva chance para revalidar sus dotes y religar horizontalmente la
multiplicidad que tensiona con el modelo organizacional hegemónico. Podría desarrollar
más este punto que he trabajado extensamente en otros trabajos, pero su mención en esta
ponencia es sólo a los efectos de considerar las connotaciones políticas de esta
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reformulación organizacional en ciernes y sus implicancias en los procesos de
subjetivación. Por lo cual, a continuación, haré un breve rastreo de las prácticas que
comienzan a revalidar la funcionalidad de esta “nueva” estructuralidad, contribuyendo a
construir el camino que nos condujo a este presente.
Sobre el devenir
A partir de 1990, con la organización del primer Foro de São Paulo, empezaron a
conformarse los movimientos antiglobalización, contra el pensamiento único. En paralelo,
distintas ONGs montaban una gigantesca campaña de concientización sobre la devastación
irracional de la naturaleza y sus efectos climáticos, que generó un consenso y un estado de
alerta general sin precedentes. Esta avanzada polifronte fue cimentando las bases de lo que
Claus Offe llama sociedad civil transnacional y Rossana Reguilllo, más acá, llama nuevo
cosmopolitismo político, y que podríamos describir como una conciencia colectiva que fue
apropiándose de las oportunidades que brindaba la globalidad, sobre todo de los
dispositivos reticulares, “para generar su propia manera de emitir juicios, discriminar los
comportamientos adecuados de los que no lo son, precisar cualidades y legitimar nuevas
posiciones de poder” (Boltanski y Chiapello, 2002). El desarrollo de esa interacción
comunicativa fue conformando el estatuto de un nuevo ciudadano mundial con su propiosistema de valores. A partir de lo cual, un número nada despreciable de personas
distribuidas en todos los rincones del planeta, entre otras cosas, pudo: 1] dimensionar y
difundir las consecuencias sociales y climáticas del sistema capitalista; 2] reconocer
interlocutores fuera de los circuitos tradicionales y más allá de las fronteras nacionales y
culturales; 3] descubrir que ya no hay minorías, sino muchos que comparten intereses,
objetivos, sueños y dolores con muchos; 4] experimentar una temporalidad y una
espacialidad diferentes; 5] elaborar una nueva morfología en las relaciones sociales; 6]explorar variantes de un nuevo poder colectivo.
El alcance y las derivaciones de esta vanguardia rizomática todavía son un enigma,
pero es un modo de habitar el mundo que se desarrolló junto a la cultura digital, y que ha
logrado interpelar tanto formas dominantes de información, comunicación y conocimiento,
como de investigación, producción, organización y administración. Sus prácticas son
extensas y deliberadamente vagas, sin embargo no se distancian de las coyunturas locales o
nacionales en las que se originan, pues al tiempo que mantienen una mirada planetaria, no
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pierden de vista su entorno ni el modo en que lo más cercano dialoga con lo más lejano
(Rozitchner, 1986). Esto nos sitúa en una cartografía dis-locada, sin centro, sin unidad
superior ni origen condicionante. Lo propio de esta lógica, ya no es la dialéctica: es la
metamorfosis. Mientras la dialéctica somete la historia a oposiciones y causalidades
perpetuas, la metamorfosis evita el phatos de la historia lineal y abre la vida a una
temporalidad más amigable y menos entregadora (Horacio González, 2001). Como dice
Horacio González en su ensayo La crisálida. Metamorfósis y dialéctica, en la
metamorfosis las formas, tanto como los hombres y las cosas, se vuelven provisorias y
mutables, abandonan sus designaciones y sus atavismos para adoptar nuevas formas,
nuevos nombres y derivarse sin solución de continuidad. La identidad se vuelve mutable y
los conocimientos un saber-juego que se construye en forma colaborativa; la trashumancia
reemplaza al sedentarismo y lo extenso a las profundidades; pasado, presente y futuro se
funden en una contemporaneidad “pos histórica y pos geográfica” (Reynolds, 2012). La
espacialidad que había compartimentado lo íntimo y lo social se rompe en una extimidad
abierta y desprejuiciada2. Veamos un ejemplo más o menos manifiesto que nos permita
reconocer lo que estamos diciendo.
Cuando un adolescente modifica su perfil en Facebook, está realizando algo más que
un cambio de foto. En una sola operación está actualizando la nueva imagen que tiene de símismo y la está haciendo pública. No es una expresión de deseos ni una proyección de sus
ideales, es un gesto soberano que realiza con el consentimiento de la comunidad con la que
interactúa —y no sólo de un modo virtual como se suele considerar. Mientras que en el
mundo “real” de los padres, la fidelidad a una imagen sigue siendo un valor rentable y
efectivo; para el adolescente, cambiar su imagen pública en forma permanente le permite
travestirse según su estado de ánimo y manifestar el modo en que se ve a sí mismo en cada
momento. Mientras que en el mundo “real” de los padres se invierte buena parte de lasenergías personales en hacerse “un nombre” y en elaborar complejas estrategias para
conseguir y sostener “un prestigio”; el adolescente interactúa con su mundo de un modo
lúdico y nada conflictivo, sin temor a los errores, las contradicciones ni a la exposición de
esas contradicciones. En un mundo se buscan identidades fijas que funcionan como
estigmas; en el otro se promueve la libertad de elegir y cambiar de identidad sexual,
2 El término “extimidad” fue acuñado por Jacques Lacan para expresar aquello que aún siendo parte de lo
más íntimo no deja de sernos ajeno. Pero hay algunos autores, como Paula Sibilia —y yo mismo— que ledan una nueva acepción, como socialización de lo íntimo.
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profesional y nacional, tantas veces como cada uno lo crea necesario. Son dos sistemas de
valores igualmente vigentes y efectivos, pero aplican en dos modelos sociales
completamente diferentes.
Hasta el momento, y en la medida que no peligraron los intereses del poder
hegemónico, no hubo mayores conflictos3. Porque son dos mundos que funcionan en
paralelo, con dos lógicas diferentes y que rara vez se tocan. Pero ha surgido una
extraterritorialidad en la que se ensayan variantes organizacionales acordes a la nueva
estructuralidad, generando de un modo incipiente —hay que decirlo— las condiciones para
la sucesión de la modernidad. Esa extraterritorialidad aún no ha generado equivalencias
institucionales, jurídicas y de representación que puedan contraponerse y disputarle un
lugar a las existentes; sin embargo, no son para desdeñar los embrionarios modelos
institucionales construidos, por ejemplo, en torno a la cultura colaborativa. En este sentido,
Wikipedia o la Universidad P2P (Peer to Peer University), creada en 2010 por la
Fundación Mozilla, representan mucho más que realidades virtuales. Sus procedimientos,
más allá de los resultados que alcancen en el futuro, hasta el momento pueden ser vistos
como verdaderos laboratorios de una institucionalidad in progress (Peirone, 2012); y en la
medida que su modelo se vaya afirmando, es de esperar que su utilidad se extienda a otros
campos de aplicación.
Por todo esto, se podría decir que somos seres anfibios que entran y salen
permanentemente de dos mundos. Un mundo sostenido por convenciones, prácticas
inerciales y presupuestos conceptuales que remiten a modelos de interpretación todavía
dominantes, pero en default . Y otro emergente, urgido por la necesidad de objetivar e
institucionalizar una alternativa que hasta ahora sólo tiene como referencia lo que ya no
quiere y se ha vuelto ineluctablemente disfuncional. En otras palabras: somos testigos — anche protagonistas— del traspaso de un mundo viejo y agotado, que se sostiene de pie,
posiblemente, más por la intimidación que produce su posible caída, que por lo que
efectivamente entraña esa caída; y otro nuevo que surge por el desmoronamiento de una
cosmovisión a la que ya no le alcanzan sus respuestas religiosas ni seculares frente a una
3 Las primeras colisiones –con diferencias que aún no se zanjaron– se produjeron entre la culturacolaborativa y la industria cultural clásica (editorial, periodística, fílmica, musical, etc.), poniendo en crisisno sólo un modelo productivo –que incluye una idea de autor y una forma de propiedad–, sino también el
fundamento teórico de lo que, se suponía, iba a hacer la sociedad (de masas) con el arte, la cultura y elconocimiento industrializados y desprovistos de aura.
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voluntad colectiva irrefrenable que busca y propone otra manera de vivir. Cada uno, según
su procedencia, entra en contradicción con uno de esos mundos. El llamado nativo digital,
que nació y se crió en el ambiente de la extraterritorialidad, entra en contradicción cuando
lo hacen vivir cinco horas diarias de su vida en “una escuela que reproduce ambientes y
escenarios del pasado” (Barbero, 2007); por su parte, el inmigrante digital, que se formó en
la matriz experiencial de una modernidad todavía vigente, entra en contradicción cuando lo
hacen interactuar con un modus operandi en el que sus acciones racionales quedan todo el
tiempo en orsai.
Inmersos en este escenario, a quienes abundamos en las circunvoluciones de las
ciencias sociales, se nos plantea un desafío importante. Estamos compelidos a descifrar lo
que expresa el nuevo mundo de la vida y, como todos los actores sociales, a redefinir el rol
que nos cabe en el cambio epocal.
Las ciencias sociales
Sería lógico pensar que quienes deberían haber recogido el guante de las
“advertencias” hechas por la filosofía sobre la crisis que iba a atravesar la modernidad y la
cultura occidental, serían las ciencias sociales. Pero aún cuando hubo quienes coincidieron
con el diagnóstico, y a su modo lo ampliaron, prevaleció la tendencia que las limita adiseccionar la sociedad y a realizar la etnografía de los diferentes sujetos de investigación,
pero sin arreglo a fines ni valores generales. Es cierto que no podemos hablar de las
ciencias sociales en general, pero no menos cierto es que, salvo excepciones, en el afán de
privilegiar el rigor, la exactitud, lo fundamentado y lo demostrable, renunciaron al nous
(intuición), es decir, a la aventura de reflexionar sobre aquello que sin ser fehaciente ofrece
indicios de su presencia y su influencia en el acaecer subjetivo y social. De ese modo,
aunque sin desmedro de quienes ejercieron y ejercen una resistencia crítica, las cienciassociales devinieron ciencias de la normalidad y la representatividad, donde los enunciados
sólo adquieren veracidad a partir de la cantidad de casos que reflejan y donde la frecuencia
estadística asume el papel de mayor importancia, institucionalizándose como sentido
común indiscutido. Este procedimiento, en tándem con la reincidente tendencia a clasificar
y a simplificar la realidad social de acuerdo a un lenguaje heredado acríticamente de las
ciencias naturales —otorgándole a los fenómenos sociales facultades propias de las
“cosas” y fetichizando una realidad social que, como sabemos, es el producto de
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contingencias históricas complejas y en permanente cambio—, terminó convirtiendo a las
ciencias sociales en un instrumento orientado a la reducción técnica de la acción social. De
tal modo que fueron incorporadas a una estrategia de dominación que las desacompasó de
su tiempo y las alejó de los procesos de subjetivación que interactúan con los nuevos
fenómenos colectivos. Es decir: perdieron la sensibilidad y la implicación necesarias para
registrar y verificar la emergencia de acciones y estructuraciones alternativas a la
modernidad.
Si del encuentro entre la episteme, como el rigor científico, y el nous, como el hábito
intuitivo del intelecto, surge la sabiduría, cuando las ciencias sociales pierden de vista el
nous se vuelven prácticas contables, archivos, servicio. Darle lugar al nous supone poder
desoír el mandato que ordena rastrillar una zona delimitada para permitirnos izar las velas
que nos alejarán de la costa asumiendo el riesgo de navegar mar adentro, en aguas
profundas y sin tierra a la vista; pero también significa entrar en sintonía con la intuición
como quien se entrega a la interacción con un idioma desconocido que al escucharlo nos
revela cosas de nuestro propio idioma y de nosotros mismos que desconocíamos y
necesitábamos escuchar para entrar en contacto con lo que sólo subsistía en el interregno
de la sospecha, o para reconocer lo que ignorábamos conocer. La intuición, aunque sin el
crédito del positivismo lógico, abre a la magia de lo inexplicable, sitúa en un caminoerrático y a la vez certero, dando lugar a la manifestación de aquello que visto desde otro
lugar se considera irreal. Pero el miedo a caer en la profecía, en la filosofía o en la
literatura pudieron más. Y fue precisamente la elución del nous, lo que funcionó como
distanciamiento o como una prescripción tácita, pero a la vez de hierro, en la definición del
perfil profesional de generaciones enteras de cientistas sociales. De este modo los
cientistas sociales, en buena medida, devinieron técnicos pudorosos y recelosos. Se
relacionaron con el nuevo mundo de la vida —su ineludible campo de trabajo— del mismomodo que lo hace el médico con su paciente. Se volvieron observadores distantes y
especialistas en campos específicos, buscadores de los síntomas que les permitiera remitir
a una causa. Allí terminaba su quehacer, más allá estaba la política y los suburbios
disciplinares que evitarían al resguardo de dispositivos institucionales — anche
académicos— que los preservaba de toda contaminación. Pero paradójicamente, ese perfil
técnico, más cercano a la indolencia que a la objetividad deseada, hizo que las ciencias
sociales funcionaran como partenaire del status quo. Basta recordar —como quedó
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constatado por Boltanski y Chiapello en El nuevo espíritu del capitalismo — que después
de la década del sesenta, buena parte de los cientistas sociales se dedicaron a mejorar el
rendimiento de sus disciplinas como herramientas de servicio; cuestión que el capitalismo,
con muy buenos reflejos, celebró y estimuló económicamente para sacarles el mejor
provecho posible. Sólo la ingenuidad podría llevarnos a ver en esa persistente asociación
una casualidad, y no una concurrencia de intereses. Hubo otros, hay que decirlo, que por
prestigio o roces diplomáticos, lograron resguardarse de la tendencia general trabajando en
organismos internacionales humanitarios, y desde allí ejercer su labor, produciendo papers
profesionales y desarrollando investigaciones —muchas veces igualmente asépticas,
pero— que hoy nos permiten componer un mapa de los fenómenos asociados a la
globalización. Quienes no se alinearon con ninguna de estas tendencias, por lo general
terminaron marginados.
Estas restricciones hicieron que muchos cientistas sociales, sobre todo de las nuevas
generaciones, experimenten el devenir disciplinar como una contradicción; a partir de lo
cual ha surgido, al menos en Sudamérica, un debate todavía incipiente pero potente en
torno a: 1] el rol, la metodología y los instrumentos teóricos de las ciencias sociales en un
contexto epocal de cambio de paradigmas; 2] el tipo de vínculo a establecer con las fuentes
de financiamiento, ya sean estatales o privadas, que tienden a dirigir las investigaciones enfunción de intereses particulares y a condicionar la autonomía; 3] la división del trabajo
científico; 4] el funcionamiento de un sistema académico endogámico que premia la
construcción compulsiva de curriculums antes que los méritos profesionales. Esto se debe
en buena medida a la agregación política que propiciaron las democracias sudamericanas
en los últimos años, que llevó a un importante número de cientistas sociales a despojarse
de los atavismos y a tomar el Estado como una instancia de aplicación de saberes, más aún,
como una herramienta de intervención social (Cantarelli y Abad, 2010 y 2010b).Se trata de un camino que recién se comienza a transitar, pero mantiene una relación
evidente con la mutación epocal, que extiende su afectación mucho más allá del vínculo
entre las ciencias sociales y el Estado. No es casual, en este sentido, que sea un proceso
paralelo a la incorporación factual de las nuevas generaciones al campo; lo cual lo
convierte en un proceso de renovación inexorable, con derivaciones políticas e
institucionales, pero también subjetivas. Dicho de otro modo, es cierto que el vocabulario
político y social en el que se explayan tanto las ciencias sociales como las nuevas prácticas
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aún remite a absolutos modernos como Nación, seguridad, capitalismo, orden, autoridad,
propiedad, democracia, clase social (Weil, 1937), como si todavía viviéramos en la
primera mitad del siglo XX; pero no menos cierto es que estos términos ya no consignan
una realidad cotidiana —ni social ni subjetiva—, en todo caso son expresiones inerciales y
residuales de un mundo que progresivamente pierde gravitación.
Por todo esto, y a modo de cierre, podríamos decir que efectivamente las ciencias
sociales y humanas tienen la “necesidad inaplazable de renovar [sus] instrumentos
teóricos, de responder a las exigencias de una realidad compleja y repleta de nuevos
desafíos y de preparar a las nuevas generaciones de científicos sociales para que estén en la
mejor capacidad de aplicar sus conocimientos con creatividad y responsabilidad” (Cristina
Puga, 2009). Y en este sentido la elocuencia del devenir histórico tracciona más que
cualquier resistencia. Habrá, pues, quienes al amparo de instituciones inmutables —que las
hay—, negarán el anacronismo de su expertise y seguirán trabajando para mejorar la
calidad de sus servicios. Habrá también quienes inscribirán el presente en la larga
decadencia de occidente y, mientras gritan junto un coro de almas bellas que Google nos
está volviendo estúpidos, continuarán diseccionando metástasis de la modernidad ad
eternum. Pero habrá otros que con vocación renovada se sentirán impulsados a
problematizar su perspectiva para volver inter-comprensible un presente que —sinembargo— ya forma parte de nuestras propias vidas y de una nueva experiencia colectiva.
Fernando PeironeBuenos Aires, Julio de 2013
Este trabajo fue leído en la Reunión de Antropología del Mercosur 2013, celebrada en la ciudad de Córdoba
del 10 al 13 de julio. Grupo de Trabajo 28 “Una antropología del ciberespacio”
Bibliografía:
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Jorge Alemán, Gisela Catanzaro y Diego Tatián. UNSAM, 2012.
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Barbero, Martín, “Tecnicidades, identidades, alteridades: des-ubicaciones y opacidades de la comunicaciónen el nuevo siglo”. Departamento de Estudios Socioculturales. Guadalajara, México, 2007Baricco, Alesandro, Los Bárbaros. Ensayo sobre la mutación. Ed. Anagrama, Madrid, 2008.Boltanski, Luc y Chiapello, Eve, El Nuevo Espíritu del Capitalismo, Editorial AKAL, Madrid, 2002.Borges, Jorge Luis, Otras inquisiciones. Emecé Editores, Buenos Aires, 2005
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Fernando Peirone
Ensayista e investigador de la Universidad Nacional de San Martín. Fundador de la Facultad Libre deRosario. Profesor de Pensamiento Contemporáneo, Universidad del Cine. Autor de Mundo extenso. Ensayo
sobre la mutación política global (Fondo de Cultura Económica, 2012), Produce Monstruos (Homo Sapiens,1998). Junto a otros autores: La educación alterada. Aproximaciones a la escuela del Siglo XXI (Salida almar, 2010), Platón en el callejón (Eudeba, 2012)