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    Primera edicin: Febrero 2014

    Edicin y diseo: Yovely Daz Cea

    Editada de acuerdo a las convenciones de lectura fcildisponible en: www.lecturafacil.net

    La Demcocraciacomo Dictadura

    Publicado bajo licencia Creative Commons (CC BY-NC-ND): estetexto puede ser copiado y distribuido libremente siempre que se men-cione la fuente; no puede ser alterado, ni usado con fines comerciales

    Carlos Prez Soto

    6. La Democracia como Dictadura

    CARLOS PEREZ SOTO

    Coleccin Proposiciones

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    La Democracia como Dictadura

    Texto escrito para el libro Marxismo y Movimiento Popular,acogiendo una invitacin de la Universidad Popular de Valparasoy la Unin Nacional Estudiantil, a propsito de los cuarenta aos

    del golpe de Estado en Chile.

    La democracia actual es una ilusin. Los representantes no representana los representados. Las altas tasas de abstencin, el monopolio de losmedios de comunicacin, el clientelismo estatal, la falta de transparenciaen los actos pblicos, el sistema electoral, la convierten en un medio de

    contencin y administracin de la diferencia radical, vacindola de suscontenidos clsicos y sustantivos: la participacin ciudadana, el dilogoreal sobre alternativas de desarrollo social, la promocin y construccinprogresiva de los derechos polticos, culturales, econmicos y sociales.

    La democracia se ha convertido en un medio eficaz para la contenciny disgregacin del movimiento social. Ms eficaz que los gobiernosmilitares, ms eficaz que la totalizacin de lo social bajo las consignas dealgn doctrinarismo ideolgico. La combinacin de tolerancia represiva yrepresin focalizada, la constante manipulacin de la opinin pblica a travsde agendas comunicacionales artificiosas, el clientelismo objetivo que se

    produce a travs de la precarizacin del empleo estatal, el doble discursoque combina mensajes liberales y progresistas con amenazas veladasy advertencias sobre enemigos e imprudencias, son sus principalesherramientas.

    En lo que sigue expongo algunos aspectos histricos y polticos que hanllevado a esta situacin, las diferencias entre las realidades y los discursossobre las que han sido construida, y un anlisis de fundamentos que permitauna perspectiva histrica ms amplia. A partir de estos elementos propongoalgunos derechos bsicos que la ciudadana puede esgrimir contra estanueva forma de opresin, y las lneas fundamentales de lo que puede ser unprograma de izquierda radical al respecto.

    Los promotores de la democracia manipulada han sostenido suspretensiones en un discurso que mistifica las dictaduras militares de losaos 70 para producir el efecto de presentar todo compromiso culpablecomo realismo obligado y todo pequeo progreso como un triunfo sobreel terror.

    La dictadura es presentada como terror homogneo e indiscriminado,como exceso meramente militar, como oscurantismo carente de cualquierracionalidad que no sea el totalitarismo fascista y el ejercicio de la fuerza

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    1Dictadura real y dictadura imaginada

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    bruta. Con esta homogeneidad, que en Chile se habra extendido desde 1973hasta 1989, los que sobrevivieron a dos o tres meses de encierro puedenhoy aparecer como torturados, a la par con los que fueron asesinados; losque volvieron al pas a partir de 1980 pueden aparecer operando en laclandestinidad, bajo una constante amenaza de muerte; y los que en 1988

    pactaron mantener la Constitucin de Pinochet pueden ser consideradoscomo astutos negociadores que habran logrado derrotar la vanidad ciega yla estupidez de un tirano.

    Cualquier ciudadano que forme parte de la enorme mayora que sevio obligada al in-cilio durante esos diez y siete aos puede recordar unarealidad muy diferente. Cualquier investigacin histrica que haya indagadoen la racionalidad de esas dictaduras puede confirmar ese diagnstico.

    La dictadura militar no fue ni homognea ni irracional, ni en el planosocial y econmico (en que vivimos sus consecuencias hasta el da de hoy),

    ni tampoco en el plano directamente represivo.An un estudio muy somero de las formas de la represin militar

    durante el perodo mostrara que en Chile hubo cuatro aos y medio deterror (septiembre 1973 abril 1978) y algo ms de diez aos de miedo(mayo 1978 octubre 1989). La diferencia es, fsica y polticamente, muysignificativa.

    Durante el terror, despus de un breve perodo de violencia vengativa eindiscriminada (septiembre noviembre 1973), se practic el exterminiofsico de las estructuras partidarias de los movimientos de izquierda demanera sistemtica y planificada. Tan planificada que cuando se observala militancia de los asesinados y desaparecidos de cada poca se veclaramente que 1974 fue el ao del MIR, 1975-76 el de los socialistas,1976-7 el de los comunistas. Tan sistemtica que cuando se observa larelacin entre torturados y desaparecidos se constata que, en general, salvolos inevitables excesos debidos a la brutalidad de los procedimientos, slose tortur a quienes resultaran necesarios para encontrar a los objetivos, ysolo se asesin y se hizo desaparecer a los objetivos principales, que eran loscuadros que formaban la estructura de los partidos perseguidos. Se puedeninvocar decenas, y quizs cientos, de excepciones (los torturados fuerondecenas de miles, los asesinados alrededor de 3500), pero el plan general,

    y su siniestra racionalidad, es ntido: slo se asesin a los que se considernecesario asesinar. La enorme mayora de los apremiados y torturadospara producir tal exterminio fueron liberados, en general despus deperodos que van entre una semana y dos meses, y sirvieron al objetivo, nomenos siniestro, de difundir el temor general en el resto de la poblacin.Es importante consignar, sin embargo que, debido a la polarizacin quela sociedad chilena alcanz antes del golpe de Estado, este temor difusose circunscribi casi exclusivamente en el segmento de la poblacin quehaba simpatizado con la Unidad Popular. Mucho ms de la mitad de lapoblacin chilena simplemente le dio la espalda a los perseguidos duranteesos primeros aos. Incluso diez o quince aos despus del golpe militarhaba una significativa proporcin de la poblacin que negaba el asesinatomasivo conocido y que, en todo caso, vivi tiempos de plena tranquilidad,como si nada estuviera pasando.

    La lgica de los grandes magnicidios es la misma. Muchos chilenosfueron asesinados en el exterior. La mayora en Argentina, como efecto dela coordinacin criminal que fue el Plan Cndor. Pero no hubo una polticahomicida en contra de las decenas de miles de exiliados. Asesinatos comolos de Orlando Letelier y Carlos Prats, atentados como el que afect aBernardo Leigthon, obedecieron a propsitos especficos, y perfectamenteracionales. En la misma lnea se pueden contar los asesinatos tardos deEduardo Frei Montalva y Tucapel Jimnez, y el atentado contra el generalGustavo Leigh. Otros asesinatos que afectaron a militares como OscarBonilla o Augusto Lutz, a los cuales el Ejrcito ha bajado sistemticamente

    el perfil durante cuarenta aos, obedecieron a la misma lgica.

    El terror instaura el miedo general, pero ambos obedecen a lgicas ypolticas muy distintas, claramente diferenciables. Desde mediados de1978 el nmero de personas buscadas, asesinadas y hechas desaparecerdisminuye brusca y visiblemente. De manera consonante, la prctica deapresar y torturar grandes nmeros de personas relacionadas, que apoyabaese objetivo, fue abandonada. Se dej la poltica del terror y se implementde manera consistente la del miedo generalizado.

    En esta nueva etapa (mayo 1978 octubre 1989), con la notoria

    desarticulacin del Frente Patritico Manuel Rodrguez (1896-1989), que

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    sigui las pautas del asesinato buscado y ejecutado de acuerdo a un plansistemtico1, las muertes ocurridas en contextos represivos, probablementeentre doscientas y quinientas personas, ocurrieron sobre todo en las grandesprotestas populares de los aos 1983 1986. Se busc disuadir e infundir el

    miedo masivo disparando de manera indiscriminada contra manifestantes,pero se us para esto a personal emboscado, a francotiradores protegidos,en ocasiones y lugares sealados. Por supuesto en los barrios populares, noen las comunas en que viven las capas medias que tambin, en su momento,salieron masivamente a la calle.2 Por mucho que se usara la movilizacinde tropas para amedrentar a los pobladores ms radicalizados, no hubo,sin embargo, la matanza expresa, directa, de las tropas enfrentadas ala poblacin civil. Y no es que el Ejrcito chileno no pudiera o no supierahacerlo. Matanzas directas, en que soldados disparan sobre trabajadores,han ocurrido a lo largo de toda la historia de Chile. Entre 1978 y 1989 no las

    hubo. Y es muy importante preguntarse por qu.Para infundir el miedo general se usaron activamente sobre todo losmedios de comunicacin, cuya complicidad con las polticas represivas dela dictadura no ha sido asumida por sus dueos, los mismos de entonces,hasta el da de hoy. Pero se us tambin el recurso a asesinatos notorios,particularmente crueles, a los que se dio publicidad masiva. Es el caso deManuel Guerrero, Jos Manuel Parada y Santiago Nattino. Es tambin el

    1 Es importante sealar, en cambio, que los asesinatos de los principales cuadrosdel FPMR no estuvieron en general precedidos de cadenas de secuestro, apremioy tortura de un gran nmero de personas que condujeran a ellos, como ocurri

    entre 1973 y 1978. Esta diferencia afortunada muestra, sin embargo, un reversodramtico: el relativo aislamiento social de esos militantes, y el profundo gradode infiltracin de las estructuras del Movimiento. Cuando quisieron asesinarlos losbuscaron, saban dnde estaban, los ejecutaron a mansalva. El recurso a la torturamasiva prcticamente no fue necesario.

    2 Es necesario insistir tambin sobre esta notoria diferencia. Mientras el terror1973-1978 no repar en torturar y asesinar a personas provenientes de las capasmedias, el miedo 1978-1980 slo afect de manera indirecta y atenuada a esossectores. El hecho debe ser resaltado porque, paradjicamente, mientras los sec-tores populares, como expondr luego, alcanzaron importantes niveles de desafoa la represin, y una aguda sensacin de que la indignacin se sobrepona al miedo,los sectores medios en cambio, fueron los que ms expresaron y desarrollaron el

    discurso del temor. Y esto tiene luego importantes consecuencias polticas.

    caso de Tucapel Jimnez.Sin embargo, la gran diferencia, la diferencia crucial, entre el terror y el

    miedo, es que el pueblo chileno resisti, luch en contra y derrot la polticadel miedo de manera activa y masiva. Entre 1983 y 1986 el pueblo chileno

    simplemente super el miedo a la dictadura de Pinochet. Y esa superacinocurri a travs de protestas populares extraordinariamente amplias ymasivas, que alcanzaron grados de radicalidad que ningn amedrentamientopudo sofocar.

    La amplitud de esas protestas se expres no slo en la radicalidad de lasbarricadas masivas, que entre 1983 y 1984 alcanzaron incluso los barriosde los sectores medios y se repitieron en todas las ciudades de Chile, sinotambin en muy amplios movimientos de ciudadanos que empezarona pensar nuevamente en trminos de derechos polticos, econmicos ysociales fundamentales. Se pens en una nueva Constitucin, aparecieron

    grupos de profesionales que pensaron el derecho a la salud, a la educacin,a la vivienda. Las universidades buscaron liberarse de la tutela militar, seconvers abiertamente en trminos de pluralismo ideolgico, e inclusolos comunistas, ya en 1985, pudieron abrir y mantener pblicamente uninstituto de trabajo terico y cultural. Prosper la prensa alternativa (Lapoca, Fortn Mapocho, Anlisis, Apsi). Se asisti a un gran florecimientodel arte y la actividad cultural anti dictatorial. Se inici el camino de la nuevahistoriografa chilena, de marcada inspiracin marxista. Una institucinno reconocida por el Estado, que congregaba a intelectuales pblica ymanifiestamente de izquierda (el Instituto que se convirti luego en la

    Universidad Arcis) fue calificada nada menos que por El Mercurio como unade las luces de la Repblica.Hablar de miedo en Chile entre 1980 y 1988 es simplemente omitir esta

    enorme y pblica actividad de resistencia y lucha social, cultural y poltica. Lamayora de los exiliados por razones polticas volvieron,3 y la mayora de losque volvieron encontraron oportunidades laborales, con la obvia excepcinde los empleos dependientes del Estado. Notoriamente los exiliados queprovenan de las capas medias, y que aprovecharon su exilio para obtener

    3 Y se incrementaron notoriamente, en cambio, los exiliados que, bajo unaretrica poltica, salieron del pas ms bien buscando nuevas oportunidades eco-

    nmicas.

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    cualificaciones acadmicas, encontraron amplias oportunidades en elfrondoso mundo de las ONG, que en esos aos cont con mltiples fuentesde sustanciales recursos. Un efecto curioso de este retorno, y de esta vidaque ha superado el miedo, es que nunca antes en Chile, ni siquiera bajo

    el gobierno de Salvador Allende, se escribi y public tanto en CienciasSociales como en el perodo 1983-1988. Por primera vez lleg a existir unestrato de intelectuales relativamente masivo, cuya enorme mayora salvo,por supuesto, por el fenmeno de su renovacin entonces plenamenteen curso, poda contarse en la izquierda, en todo caso, y pblicamente,contraria a la dictadura.

    Nadie puede decir, al menos sinceramente, que en 1984-1989 imperabael miedo en Chile. An con los asesinatos espordicos, an con las campaasde amedrentamiento, el Chile cotidiano, los crculos polticos e intelectuales,ya no funcionaban bajo la clave opresiva del temor. El resultado poltico

    de todo esto, extremadamente decisivo y relevante, es que simplementedesapareci la capacidad de la dictadura de darle una salida militar a susdificultades. La apelacin a la solucin militar, en cualquier circunstancia,requiere de un slido contexto poltico y social. Desde luego, las clasesdominantes deben necesitarla y requerirla. Pero debe haber tambinimportantes sectores de la poblacin dispuestos a respaldarla. Ese contextoexisti en Chile entre 1973 y 1978. Y haba desaparecido completamenteen 1984-1989. Dispuestos a desarrollar el capitalismo sin contratiemposdoctrinarios ninguna aventura militar, como la de Tejero en Espaa, o lade los generales argentinos en la Guerra de las Malvinas, pueden detener

    el firme propsito de las clases dominantes de completar su hegemonaeconmica a travs de la normalidad poltica. Y es por eso que nadie, nilos comandantes de las otras ramas de las FFAA, ni su propio Ministro delInterior, ni la embajada de Estados Unidos, apoy el deseo irreflexivo dePinochet de revertir por la va militar el resultado del plebiscito de 1988.Cualquier conocedor medianamente agudo, en el momento mismo, eincluso desde dos aos antes, poda prever que sera llevado a esa situacin.Desde luego la ya formada Concertacin de Partidos por la Democracia losaba. Por eso la tranquilidad de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, entrevistado por lapropia televisin estatal supuestamente en manos de Pinochet, en la noche

    del 5 de octubre de 1988. Por eso Ricardo Lagos es salvado por una mano

    oscura de los asesinatos cometidos en venganza por el atentado contraPinochet en septiembre de 1986. Y es por eso que el triunfo del plebiscitose celebr en las calles, masivamente, sin que nadie esperara ser acribilladoa balazos o siquiera disuadido con gases lacrimgenos.

    Existe un amplio consenso entre los analistas sociales e historiadoresen torno a que el gran contenido de la dictadura chilena no fue otro que laimplementacin del modelo neoliberal. Prcticamente nadie duda ya que elmodelo institucional y poltico social consagrado en la Constitucin de 1980fue pensado para hacer posible ese modelo econmico, y darle estabilidadpoltica. Y hoy da se sabe que los promotores del modelo, conocidos comoChicago boys, estuvieron presentes ya en el programa presidencial de Jorge

    Alessandri en 1970, que se presentaron ante militares y empresarios comoalternativa fundacional incluso antes del golpe de 1973, y conocemos pormltiples vas, incluso a travs de sus propios relatos, la lucha que dieron alinterior del gobierno de Pinochet contra los escasos militares nacionalistasentre 1973 y 1975.

    El terror ejercido por la dictadura, motivado en su origen por losfantasmas y tensiones de la Guerra Fra, sirvi de marco objetivo no slopara la pacificacin y el sometimiento de las demandas sociales levantadasen el ciclo 1963-1973, sino tambin para su extremo desmantelamiento.Oper como el marco de hecho de la destruccin de todo asomo de Estado

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    El sentido de la dictadura2

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    de Bienestar o proyecto desarrollista, y de la liquidacin de toda demanda oconquista social relativamente avanzada. Desde la simple y llana derogacinen bloque y de un plumazo del Cdigo del Trabajo, hasta la elaboracin deun marco institucional completo. Pocos dudan de que el terror poltico y el

    shock econmico neoliberal fueron dos caras de un mismo proceso.La dictadura oper como una gran fuerza disciplinante. De la fuerza detrabajo, de las aspiraciones sociales, del horizonte de expectativas de lossectores que ocuparon el centro poltico, en particular de la DemocraciaCristiana.

    Pero tambin la notoria descomposicin del bloque de pases socialistasa lo largo de los aos 70 oper en el mismo sentido. Los sectores medios,los polticos e intelectuales que provenan del asenso y apertura de lascapas medias y que fueron llevados al radicalismo poltico en los aos 60,emprendieron su renovacin. Un amplio viraje hacia la moderacin,

    acompaado de sonadas autocrticas, de oportunas desilusiones, y deldescubrimiento de las bondades de la democracia liberal. Los palos dela dictadura y las tentadoras zanahorias ofrecidas por las ONG resultaronirresistibles. La crtica de las realidades del socialismo, ampliamentecriticables, oper como puente oportuno para la aceptacin implcita delos fundamentos del modelo econmico y social que se promova desde laderecha.4

    El socialismo democrtico que surgi de esta serie de factoresconvergi con facilidad y sospechosa rapidez con el liberalismodemocrtico proclamado ahora por los mismos que haban fomentado el

    golpe de 1973. Respecto de esta feliz conjuncin, que realizaba hasta ms4 Es bueno hacer una diferencia entre dos generaciones entre los ex izquierdistasque terminaron sustentando directamente al modelo neoliberal. La generacin delos aos 60, que particip en la Unidad Popular, que fue protagonista de la re-novacin de los aos 80, y pact luego directamente con la dictadura, debe serdistinguida de la generacin de los aos 80, que particip en las grandes protestascontra Pinochet que, luego de convenientes y rentables estudios de postgrado enEuropa y Estados Unidos, volvieron a implementar y administrar directamente elmodelo neoliberal, sin siquiera haber pasado por grandes o pblicas autocrticaso conversiones ideolgicas. A los primeros pertenece Enrique Correa Ros y JosJoaqun Brunner, a la segunda hornada pertenecen Nicols Eyzaguirre Guzmn yprcticamente todos los militantes PPD y PS que han formado la generacin joven

    de los gobiernos de la Concertacin.

    all de imaginable las ambiciones del compromiso histrico promovidopor el centro poltico europeo en los aos 70, slo restaban dos escollosvisibles y molestos: la dictadura militar y el movimiento popular en asenso.

    Entre 1985 y 1989, en un contexto de superacin del temor, en que

    incluso el Partido Comunista, declarado ilegal y reprimido, mostraba vocerosy actividad pblica reconocida, surgi una tendencia que en principio podraparecer curiosa, y que se mantiene hasta el da de hoy: los propios partidosde la Concertacin se convirtieron en voceros del miedo masivo, agitandoel peligro de una nueva escalada de terror militar como modo de llamara la paz5, a la moderacin, a la negociacin. Levantaron un discurso entorno a la eventual irracionalidad de Pinochet, atribuyndole un poderpersonal sin fisuras ni lmites, y una capacidad de represalia masiva y sincontemplaciones. La gran mayora de los adherentes a ese conglomerado,sobre todo los provenientes de los sectores medios, se convencieron de

    este discurso, lo hicieron suyo con una rapidez y profundidad a todas lucessospechosa. Se lleg al absurdo de que justamente los sectores socialesmenos reprimidos, aquellos a los que se toleraban los ms amplios nivelesde autonoma y accin poltica, proclamaban un temor sostenido por loshorrores que no sufran, un temor mucho mayor que el que imperabaen los sectores populares en los que la represin, ahora policial, se habaconvertido en una realidad cotidiana.

    Los muchos analistas y tericos polticos que escriban y construandiscurso a diario (ms que en ninguna otra poca en Chile), incluso los deizquierda, levantaron un discurso que lisa y llanamente asimil el terror de

    los aos 1973-1978 a las polticas del miedo de los aos 1980-1988. Undiscurso que alcanz a los artistas, a las organizaciones de profesionales, yque trascendi al mundo, donde se haba reactivado desde las protestas de1983 la solidaridad con Chile, luego de que haba decado tras una serie decausas tercermundistas emergentes. El terror en Chile se convirti en uncono mundial que llev al absurdo de que muchos europeos simpatizantesde la causa chilena se sorprendieran al visitar el pas ante el enorme

    5 Por supuesto, en esa tarea contaron incluso con la ayuda del inefable y siempreoportuno Karol Wotyila, siempre dispuesto a llevar la paz a los lugares en que estafavoreciera a las clases dominantes, omitiendo de manera oportuna lo que la lucha

    pudiera dar a las clases oprimidas.

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    contraste entre la oscuridad que se trasmita al exterior y la realidad de lafuerza y la amplitud del movimiento popular en auge. Hasta el da de hoy sesuele encontrar personajes que relatan sus heroicos actos de resistenciade los aos 86-89, omitiendo por completo el contexto de prdida generaldel miedo en que ocurrieron.

    Y esto es crucial: el relato del miedo general es necesario para presentar,como contraste, el herosmo de la lucha por la democracia comogesta fundacional. La Concertacin invent su propia auto glorificacinexagerando la represin que sus personeros slo sufrieron de maneraespordica, y omitiendo por completo el amplio movimiento social sobre elcual pudieron ejercer sus herosmos.6

    6 Un ejemplo incidental, mnimo, pero revelador, de este tipo de construc-cin discursiva, y que data de los tiempos del terror, se puede leer en el artculosobre Michele Bachelet en Wikipedia. All se puede leer que tras aos de clandesti-

    nidad ella y su madre fueron detenidas el 10 de enero de 1975 y llevadas a Villa Gri-maldi (entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de enero de 1975 transcurrieronun ao y cuatro meses), donde fueron torturadas y interrogadas. Sin embargo elsitio Internet de CIDOB, que se indica como fuente de esta informacin dice [Mi-chelle Bachelet y su madre] pasaron un calvario de interrogatorios, condiciones de-gradantes y maltratos fsicos y psicolgicos que ella no describe categricamentecomo torturas en el sentido habitual de la palabra. El relato omite mencionar que,lejos de estar en la clandestinidad, Michelle Bachelet continu, pblicamente, susestudios de medicina en la Universidad de Chile. Incluso, en la misma Wikipedia,pero ahora en la biografa correspondiente a su madre, ngela Jeria, dice que esta,lejos de estar en la clandestinidad, continu, tambin pblicamente, en 1974, susestudios en Arqueologa, a los que haba ingresado en 1969. Lo que s se establece,es que ya en mayo de 1975 ambas, tras viajar primero hacia Australia, estaban en

    la Repblica democrtica Alemana. En el libro La memoria Perdida, editado porAndrs Pinto y otros en Editorial Pehun, en 1989, se establece que madre e hijafueron deportadas a Australia el 1 de febrero de 1975.En otro ejemplo del mismo tipo, el ex ministro de Hacienda, Nicols Eyzaguirre re-lata que en 1980, a propsito de su participacin en el conjunto musical Aquelarre,pblico opositor al rgimen, fue sorpresivamente visitado en su casa por OsvaldoRomo, un conocido torturador perteneciente a la DINA. El ex ministro cuenta queel ominoso personaje, que se present a su hogar completamente solo, le hizo,de manera descuidada, una serie de preguntas sobre la actividad del grupo y que,despus de recibir sus (comprensiblemente asustadas) respuestas se retir, sin ha-cer el menor comentario, sin ni siquiera formular amenaza alguna, tal como haballegado. Esta fue su gran experiencia con el terror pinochetista.

    La lucha de todos los sectores en contra de la dictadura fueunnimemente calificada de lucha por la democracia. La contraposicinsimple democracia-dictadura, adems de operar como un muy buen

    eslogan de campaa, pareca no ofrecer mayor complejidad. Aparentementetodos saban qu era una democracia, y a nadie le caba ninguna duda dequ es lo que se rechazaba como dictadura. La euforia general tras losgraves compromisos polticos y econmico-sociales que marcaron la llegadade la Concertacin al gobierno fue motivada, segn la ptica general, porun triunfo de la democracia. Ms de veinte aos de plena vigencia, yprogresiva profundizacin, del modelo econmico y social neoliberal, sinembargo, nos obligan a preguntarnos qu fue lo que realmente triunf enese conjunto de eventos tan celebrados.

    Tal como hace veinticinco aos nuestro problema pareca ser la

    dictadura, hoy en da es muy evidente que nuestros problemas derivan delo que lleg a ser el rgimen democrtico que la sigui. Ni la dictadura nila democracia que nos han presentado son realmente lo que se pretende.La dictadura militar no fue sino la mscara, ineficiente, de un modeloeconmico depredador y sobre explotador, la democracia actual no essino otra mscara, pero ahora muy eficiente, exactamente para el mismomodelo. Tal como examinar los dobleces de lo que se nos ha presentadocomo dictadura es necesario para entender nuestro pasado, y el modo enque nos condujo a la situacin actual, entender los profundos dobleces delo que ahora se nos presenta como democracia es esencial para entender

    nuestro presente.

    La democracia moderna, en general, ha seguido una historia paradjica:mientras su concepto no ha dejado de enriquecerse y crecer en contenido,su prctica real, despus de unas cuantas dcadas de avances iniciales, se haempobrecido de manera profunda y progresiva.

    Se puede rastrear el origen y desarrollo de la democracia moderna, tantoen su concepto como en las luchas para realizarlo, prcticamente hasta lossiglos XIII y XIV. Desde la idea de soberana popular y la demanda por lapositividad del derecho en Marsilio de Padua, pasando por las repblicas

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    Democracia real, democracia imaginada3

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    italianas, y luego por todos y cada uno de los momentos revolucionarios atravs de los que la burguesa fue consolidando su hegemona como gobierno,su historia es larga y compleja. Su realidad efectiva, masiva, hegemnica,como modelo institucional, sin embargo, no va ms all de la segunda mitad

    del siglo XIX, sobre todo a travs de la progresiva ampliacin del censoelectoral, primero en Francia y Alemania, y luego en el resto de los pases deEuropa. En rigor los estndares mnimos de lo que hoy aceptaramos comoun sistema realmente democrtico slo fueron alcanzados despus de laPrimera Guerra Mundial, e incluso, en la enorme mayora de los pases delmundo, mucho despus de la Segunda. Como contraste, esa es justamentela poca (aos 20-30) en que empez a ser vaciada de todo contenido real.

    Al horizonte democrtico, considerado como concepto, se han idoincorporando progresivamente rasgos, condiciones y consecuencias

    que, como ideal tico y poltico, lo convierten en la culminacin delhumanismo moderno. Existe una clara consciencia de que un sistemapoltico democrtico requiere ciudadanos autnomos, con altos niveleseducacionales y culturales, con pleno acceso a la informacin y ampliacapacidad de expresar, intercambiar y promover ideas.

    Se considera un requisito mnimo que la voluntad de estos ciudadanossea representada en la estructura del Estado a travs de elecciones abiertas,libres e informadas. Y se considera que un complemento necesario paraestos mecanismos de representacin es que los actos de la administracinestatal sean plenamente transparentes y fiscalizables tanto de manera

    directa como a travs de organismos independientes sobre los que tambinpese esta exigencia. Sin embargo, los promotores del ideal democrticoestn de acuerdo tambin en que estos mecanismos de representacin dela ciudadana no deben consistir en la simple delegacin de la soberana,por razones operativas, sino que deben contemplar y ejercer de manerapermanente la participacin activa de los representados en las deliberacionesy decisiones. Muchos tericos incluso consideran que es esta condicinparticipativa la que es la verdadera sustancia del rgimen democrtico,y que los mecanismos de representacin deben estar subordinados aella. Existe, por esto, un consenso muy amplio en torno a que un sistema

    formal y meramente procedimental, que se limite a asegurar mecanismoseleccionarios, debera considerarse incompleto y defectuoso.

    Pero el ejercicio real y efectivo de la soberana popular es consideradohoy en da slo el modo de un sistema democrtico, no su fundamento nisu contenido. Arraigando su reflexin en el idealismo tico kantiano, lamayora de los tericos de la democracia consideran que el fundamentode la democracia es el supremo respeto por la dignidad humana, y muchosvan ms all: el contenido y propsito de un sistema democrtico serapromover y realizar esa dignidad.

    Es por eso que hoy en da se considera que un requisito mnimo para queun sistema poltico sea llamado democrtico es el respeto de los derechoshumanos. Otros han agregado a este mnimo el respeto y la promocinde los derechos econmicos y sociales. Se han agregado an, desde muydiversos sectores ideolgicos, el respeto y la promocin de los derechos

    de gnero, y tnicos y culturales. Hay quienes sostienen incluso que unsistema poltico no debera ser considerado como realmente democrticosi no promueve la viabilidad de la comunidad humana misma, es decir, si nopromueve una convivencia sustentable y en armona con el medioambiente.Muchas condiciones, muchos ideales, todos deseables.

    Es respecto de estos estndares, que los defensores de la democraciano se cansan de repetir de una manera curiosamente unnime, quedeberamos preguntarnos qu tan democrtico es el sistema poltico quese nos presenta como tal?

    Considerando la calidad y la altura de tales ideales, se trata de una

    pregunta trivial. Sin embargo una pregunta sospechosamente omitida portales defensores. Incluso, curiosamente, el slo formularla con nimoradical frecuentemente es visto como in indicio de nimo antidemocrtico.El discurso sobre el ideal democrtico es tan unnime, tan insistente que,repetido como sonsonete por polticos y medios de comunicacin, parecetener el efecto mgico de inhibir la indagacin sobre su realidad efectiva.Decir en voz alta que la democracia imperante no es democrtica parecepor s mismo un atentado contra su estabilidad.

    Y si la realidad no slo no se compadece con el ideal que se predicade ella sino que est tan alejada que incluso lo contradice frontalmente

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    deberamos preguntarnos contra la estabilidad de qu apuntan nuestraspreguntas.

    Si consideramos los nobles ideales que se nos presentan comodemocracia debera ser obvio que no pueden llamarse democrticossistemas donde impera el monopolio privado o estatal sobre los medios decomunicacin, o donde exista una flagrante y enorme diferencia entre lascapacidades de acceso a la informacin y de propagacin de ideas entre losciudadanos comunes respecto de las que detentan grandes oligopolios oaparatos estatales.

    Debera ser obvio que no puede llamarse sistema democrtico a unmarco institucional en que la representacin est gravemente distorsionadapor mecanismos electorales no proporcionales, por el lobby de las grandesempresas sobre los representantes, por la falta de transparencia real sobrelos actos de los organismos del Estado, por la inexistencia de mecanismosde consulta general y directa a los ciudadanos sobre los problemas quelos afectan, o mecanismos de revocatoria directa del mandato de lasautoridades cuestionables.

    Debera ser bastante obvio tambin que no pueden llamarsedemocrticos a sistemas polticos en que los representantes, encontradiccin expresa con lo que debera ser su mandato, aprueban normasque perjudican gravemente a sus representados, que permiten destruir suacceso real a los derechos econmicos y sociales ms bsicos, que omiten oniegan sus derechos de gnero, tnicos y culturales, que permiten e inclusouna relacin desastrosa con el medio ambiente.

    La magnitud de estas contradicciones y daos es hoy tan grande ytan evidente que no deberamos dudar en nuestro juicio: no vivimos en unsistema democrtico.

    Justamente este flagrante contraste entre lo que el discurso democrticoproclama y la realidad prosaica y opresiva est en el centro del problema.El asunto ms relevante no es el que no haya realmente convivencia einstitucionalidad democrtica. En algn sentido es trivial que en un sistemadonde impera la sobreexplotacin, la especulacin financiera, la catstrofemedioambiental, no hay, ni puede haber, ejercicio democrtico. Si lo hubieseestaramos ante una torpeza, un descuido o una irresponsabilidadtan monstruosa de parte de nuestros representantes que sera realmentedifcil de explicar. El asunto es ms bien por qu se insiste en calificar comodemocrtico al sistema en que de manera tan manifiesta despliegan esasconductas, y qu sentido tiene esa insistencia.

    Desde hace ya mucho tiempo la tradicin terica ha llamado ideologaa los sistemas discursivos que encubren y armonizan de manera artificialsituaciones sociales en que imperan graves contradicciones. El discursoideolgico provee las identidades, en principio no conflictivas, a los actoressociales en juego; les permite verse a s mismos y a sus antagonistas comoagentes racionales, y reformular sus antagonismos como dificultadescontingentes, que pueden ser suavizadas; les permite una racionalizacinsimtrica tanto de la posicin hegemnica como de la subordinada en quelas causas tanto de sus xitos como de la opresin son puestas ms all delalcance humano, son naturalizadas como condiciones que admiten mejoraspero no un cambio radical.

    Todo el sistema ideolgico centrado en la nocin de naturalezahumana es una racionalizacin en este sentido. Convierte la realidad de laexplotacin capitalista en parte de la condicin humana, y la posibilidad desu superacin en una utopa noble pero ingenua y engaosa. Si los hombresson por naturaleza egostas, competitivos, agresivos, pensar en unasociedad solidaria y pacfica sera simplemente un engao.

    Es importante notar que en este discurso ideolgico la desigualdad o laopresin provienen de un elemento permanente, estable, en que imperala necesidad (la naturaleza), un elemento que en principio es difcilmentemodificable por la accin de la cultura. Este sentido fatalista, sin embargo,

    que permitira explicar el destino manifiesto de los blancos sobre los

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    Un cambiohistrico en la ideologa dominante4

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    negros, o de los hombres sobre las mujeres, es difcilmente conciliable conla fuerte impresin burguesa de que (entre los blancos, entre los hombres)se puede salir adelante con esfuerzo y astucia. Es difcilmente conciliablecon el viejo mito del self made man.

    Durante todos los siglos en que la hegemona capitalista se construysobre la base del saqueo de la periferia (siglos XV al XIX), sin embargo, laracionalidad burguesa no tuvo problemas para atribuir sus xitos de manerabruta a su superioridad natural. El asunto se complejiz slo desde finesdel siglo XIX, con el auge y la masividad de las capas medias, con la disputacultural entre Estados Unidos y Europa (una disputa entre blancos), y conel auge de la hegemona burocrtica.

    A lo largo del siglo XX creci y se impuso la idea de que el origen de lasdesigualdades tiene una raz ms bien de tipo cultural. No completamentenatural, aunque el factor naturaleza, ahora convertido en explicacinbiolgica, se mantuvo como fondo objetivo. Pero tampoco, y esto escrucial, un origen plenamente histrico. Las contradicciones y dificultadesde la vida social, segn esta nueva combinatoria, podran ser atenuadaspero no radicalmente ni, mucho menos, rpidamente superadas. En estaprudencia el fondo biolgico resulta clave, como tambin, por otro lado,la idea de que los cambios introducidos slo pueden ser administrados yalcanzados en su verdadera eficacia slo muy lentamente: con el tiempo.

    Mientas el discurso sobre el fondo natural de las desigualdades permaneceen segundo plano, siempre bajo la amenaza de ser considerado comopolticamente incorrecto, la cara visible de la retrica legitimadora se centracada vez ms en una desgraciada circunstancia, seguramente heredadade pocas menos civilizadas: los ciudadanos no estn suficientementepreparados para sumir su autonoma y poder de deliberacin. Las diferenciaseducacionales, producto de sistemas educativos eterna y sospechosamenteineficientes, los hacen proclives a seguir discursos fciles, a hacerse adeptosde caudillos irresponsables, a creer promesas que la realidad objetiva nopermite cumplir. Esta triste realidad hace que el ejercicio democrticotenga que ser tutelado no ya, por supuesto, por militares o ideologasbenefactoras, sino por el juicio experto de los que s han tenido la fortunade superar esos lmites a travs de una formacin cultural y educacional

    ms avanzada.

    El discurso imperante puede mantener as la condicin formal mnimaque ha resuelto considerar como democrtica los ciudadanos debenconcurrir a elecciones libres para expresar opciones genricas estasopciones, sin embargo, deben ser especificadas por representantescompetentes, asesorados por expertos profesionales. Incluso, en la medidaen que el mecanismo electoral puede tentar a los representantes a formularpromesas irresponsables y populistas, estos mismos representantes a su vezdeben ser tutelados. Esto ocurre bsicamente a travs de dos modos: conorganismos supra representativos, que pueden rechazar sus deliberaciones(como es en Chile el Tribunal Constitucional), o simplemente sacandodel campo de sus decisiones posibles reas enteras, que se considerandemasiado delicadas, y que se entregan a organismos tcnicos (comoocurre en Chile con la autonoma del Banco Central).

    Las tcnicas legislativas permiten todava otro mecanismo, cada da msextendido, para limitar la eventual voluntad populista de los representantes:legislar de manera general, obteniendo leyes que contienen slo frmulasgenricas, vagas, y encargar luego a una comisin tcnica, en el mbitodel poder ejecutivo, para que dicte el reglamento que la especifique y lahaga aplicable. Por esta va, a pesar de la apariencia representativa de lalegislacin, finalmente, en la prctica, las normas aplicables y concretasson dictadas por decreto, ms bien desde el poder ejecutivo que desde elparlamento.

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    El horizonte democrtico clsico, que form parte del pensamientoprogresista burgus desde el siglo XVII, culmin en el terror y en la dictaduratotalitaria. El nazismo, el fascismo, el estalinismo en Europa, las dictadurasmilitares de los aos 70 en Amrica Latina. Las promesas de participacin,

    autonoma ciudadana y soberana popular, resultaron simplementeincompatibles con la explotacin capitalista, la anarqua del mercado, ladepredacin de los recursos naturales.

    El crecimiento objetivo de los niveles educacionales de la poblacingeneral, que formaba parte tanto de ese ideal como de las necesidades deldesarrollo tcnico de la produccin, produjo un sustancial aumento de laconsciencia de la opresin entre los trabajadores, las mujeres, las minorasdiscriminadas y, a la vez, un progresivo aumento de la expectativa de unavida cmoda y satisfactoria que estaba implcita en los revolucionariosaumentos de la productividad. Tanto las luchas sociales como las crisis

    capitalistas aumentaron en extensin e intensidad hasta un punto tal quepareci que slo podan ser contenidas a travs del totalitarismo. En lasuperficie poltica la guerra mundial y el empate nuclear durante la guerrafra mostraron el fracaso de esa alternativa. En el orden estructural, muypor debajo de estos eventos llamativos, una nueva clase social se abri pasopromoviendo un orden que result capaz de contener a la vez la anarquacapitalista y el potencial subversivo del movimiento popular.

    Tanto en el nivel de la divis in tcnica del trabajo como en la coordinacinglobal de la divisin social del trabajo, es decir, tanto en el orden de laproduccin misma como en el de la operacin del Estado, la burocracia

    estableci e hizo crecer su hegemona a partir del distanciamientoprogresivo del propietario capitalista respecto del saber tcnico de laproduccin y la incapacidad sistemtica de los agentes capitalistas mismos,en competencia, para regular sus relaciones econmicas.

    La burocracia empresarial, que fue tomando en sus manos la gestinconcreta de la produccin y las ventas en las grandes corporaciones,promovi una extraordinaria ampliacin del capital accionario con lo que, dehecho, el control del propietario clsico se debilit an ms. Paralelamentepromovi una poltica de grandes acuerdos entre las corporaciones,repartiendo el mercado por productos y nichos de consumidores en lugar

    de continuar la guerra comercial abierta. Desde los aos 50 la competenciacapitalista se convirti en una apariencia, ms bien al nivel de las tcnicasde comercializacin, que en la guerra sustantiva que caracteriz alcapitalismo de libre concurrencia. El enorme volumen de los contratosestablecidos directamente con los Estados, la diversificacin de las marcasy modelos en los productos de consumo, la apelacin cada vez mayor alcapital financiero privado y estatal, convirtieron la competencia capitalistaabierta y agresiva ms bien en una excepcin que una regla. Las empresascapitalistas, trasnacionalizadas no slo en su produccin y en la extensinde sus mercados sino incluso en sus capitales y estructuras corporativas,convirtieron a las guerras inter imperialistas en un fantasma del pasado. Unsolo momento de este proceso sirva como ejemplo: la otrora poderossimaindustria automotriz norteamericana7 colaps completamente ante elauge de las fbricas chinas, nominalmente bajo un rgimen comunista, sinque a nadie se le haya ocurrido resucitar la guerra fra.

    Bajo el poder burocrtico la negociacin entre empresas trasnacionalesy el consiguiente reparto de los mercados convirti a la competenciacapitalista en un fenmeno local, en un recurso extremo, en un modo deincentivar y disciplinar la produccin. Perdi la sustantividad que la hacaparte de la esencia del sistema y se convirti ms bien en una gran aparienciacuyo efecto estructural real no es sino vehiculizar la administracin global.Lo mismo ocurri con la democracia. La competencia capitalista actualno mueve el mercado global, lo administra. La contradiccin directa, lascrisis cclicas (que siguen existiendo), han perdido su sello de lucha amuerte para dar paso a las negociaciones entre los grandes y la simpledepredacin de los empresarios medianos y pequeos en condiciones debrutales y abrumadoras diferencias en la capacidad de accin econmicade los supuestos competidores. Es el caso de la relacin entre las grandescorporaciones manufactureras y sus proveedores de partes y piezasrepartidos en maquilas a lo largo y ancho del mundo. Es tambin el caso delas grandes trasnacionales de la alimentacin y la explotacin que ejercensobre los pequeos y medianos agricultores. Los principales afectados porestas relaciones, por supuesto, son los trabajadores, que deben soportar

    7 Que, por cierto, no slo fabricaba automviles sino tambin, e incluso princi-palmente, armamentos.

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    5Del terror a la administracin

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    ahora sobre sus espaldas el efecto de una doble relacin de explotacin.No es que no haya competencia. El asunto es ms bien que esta se da slo

    entre los pequeos y medianos empresarios, en el marco de la hegemonaabsoluta de los pactos entre las grandes empresas trasnacionales. Esto laha convertido realmente en un modo de administrar la productividad enun mercado altamente regulado a nivel macroeconmico. Es decir, la haconvertido en un mecanismo que mantiene la esencia del capitalismo anivel local mientras se pierde completamente a nivel global. Compiti laindustria automotriz norteamericana con la japonesa o la china? No. Losgrupos econmicos trasnacionales mismos optaron por destruir la primerapotenciando la segunda, buscando con ello aumentar sus mrgenes deganancia.

    Lo que me interesa destacar aqu no es el hecho mismo de ladesustancializacin de la competencia sino la notoria diferencia entreapariencia y realidad que contiene. El asunto no es que ya no hayacapitalismo. El asunto es en qu nivel operan los mecanismos capitalistas ycul es la hegemona que los preside. Esa diferencia me interesa porque esla misma que hay entre la apariencia democrtica y su contenido totalitario.No es que no haya democracia. El asunto, al revs, es que hoy en da lademocracia no es sino el modo de la operacin local de la dictadura global.Del mismo modo en que la competencia no es sino el modo de operacinde de depredacin local de un mercado completamente regulado a nivelglobal.

    Ya la gran expansin del censo electoral ocurrida entre 1880 y 1930estuvo atravesada por tendencias anti democrticas. Con una actitud amedio camino entre la sorpresa y la hipocresa los intelectuales e inclusolos medios de comunicacin sealaron a los gobiernos norteamericanos delos aos 20 como los ms corruptos de su historia. Mientras ms coloridasy sonadas eran las elecciones de los congresistas y presidentes de EstadosUnidos menos representantes reales de la voluntad popular eran sustriunfadores.

    El uso de los medios de comunicacin de masas en campaas demanipulacin evidentes de la opinin pblica, la intervencin a granescala de los intereses empresariales en todos los aparatos del Estado, el usodel doctrinarismo ideolgico como modo de quitar complejidad y eficaciaa la soberana popular, son signos evidentes y sealados desde todos lossectores. Que el propio presidente de los Estados Unidos haya denunciadoel poder del complejo industrial-militar (y su propia impotencia) es dealgn modo la culminacin de estas crticas. Otro tanto podra decirsedel curioso coro de voces oficiales en contra de la irresponsabilidad y laavidez de los bancos desde 2008, o de Al Gore denunciando la catstrofeambiental. Quejas que, en todo caso, no logran tocar ni un pelo de lo quedenuncian e incluso, paradjicamente, permiten a sus autores un ciertogrado de legitimidad para consagrar una vez ms a los propios poderes quecritican.

    El trnsito desde la hegemona burocrtica de baja tecnologa, asociadaa la guerra fra y a la industria armamentista, al dominio de una burocraciade alta tecnologa, ligada al capital financiero, a las nuevas tecnologasde la informacin y a la industrializacin post fordista, ha dado lugar aun significativo cambio en el carcter corrupto de las democracias delsiglo XX. Derrotado el doctrinarismo de la guerra fra, destruido el estilode industrializacin en que se fundaba, el discurso democrtico se haconvertido en el principal recurso ideolgico en la nueva situacin. Portodas partes la cada del socialismo, que no hace sino encubrir la cada de laindustrializacin fordista, es proclamada como triunfo de la democracia.Por todas partes, a la vez, los signos de la esencial debilidad y prdida desustantividad de esta nueva democracia se hacen cada vez ms notorios.

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    6La democracia como administracin

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    La democracia se ha convertido en el modo de administracin eficaz detodo aquello que las dictaduras no lograron administrar.

    La formas democrticas que han prosperado desde los aos 80, queson la expresin poltica de la profunda re-estructuracin de la divisininternacional del trabajo que llamamos post fordismo, tiene su precedenteen las que surgieron tras la gran crisis del 29 (en estados Unidos) y la SegundaGuerra Mundial (en Europa occidental). Ya en el autodenominado mundolibre se impusieron, fuertemente condicionados por la guerra fra, sistemasinstitucionales que enfatizaron la formalidad electoral quitando en cambiotodo contenido realmente participativo a ese mecanismo.

    Coaliciones de partidos centristas, basadas en una amplia y profundaaceptacin del marco capitalista y su necesidad de regulacin burocrtica,coparon el espectro poltico sobre la base del control (privado pero funcional)

    de los medios de comunicacin, el financiamiento estatal de sus propiasactividades y estructuras, y mecanismos electorales que distorsionabangravemente la representacin proporcional y directa. La sustantivaelevacin de los estndares de vida, fundada en la industrializacin fordistay el saqueo del Tercer Mundo, gener una ciudadana pasiva, a pesar de susaltos niveles educacionales, que se acostumbr a asistir a la poltica ms bienen una actitud de consumidores o clientes que de ciudadanos autnomos.El empate poltico obligado por la guerra fra acostumbr a la oposicin a laimpotencia, a circunscribir su horizonte de demandas en lo que el Estado deBienestar (fundado en el saqueo) permita.

    En un marco en que los opositores resultaban tan sistmicos como losdefensores, el debate poltico perdi toda radicalidad, el discurso imperanteperdi el horizonte de alguna alternativa real hasta configurar lo queHerbert Marcuse diagnostic como pensamiento unidimensional.

    Para las izquierdas del Primer Mundo la radicalidad se desplaz haciala periferia. All el movimiento popular en ascenso, tanto bajo formasnacionalistas como bajo retricas marxistas, avanz efectivamente haciauna progresiva apertura democrtica centrada en la autonoma nacionaly la participacin popular, a lo largo de los aos 50 y 60. Esa ampliacindemocrtica en el Tercer Mundo es la que llag a su fin en los aos 70, con

    las dictaduras militares en Amrica Latina, las guerras fratricidas provocadasdesde el exterior en frica y Medio Oriente y, en todos los casos que fuenecesario, la agresin militar imperialista directa a favor de los dictadoreslocales.

    El colapso de la apertura democrtica en el Tercer Mundo es paraleloa una profunda agudizacin del carcter meramente procedimental de lasdemocracias europeas y norteamericana. La corrupcin, que no es msque la publicidad de los excesos de un s istema de cooptacin del Estado porel capital, que funcionaba ya desde haca ms de un siglo, perece emergery llegar a la vista de los ciudadanos. Las altas tasas de abstencin electoralterminan por viciar completamente los mecanismos de representacin,convirtindolos en un mero espectculo de reproduccin de la casta depolticos profesionales. Los mismos partidos polticos europeos, cuyocarcter se haba formado en el marco ideologizado de la guerra fra, se

    disuelven o re-estructuran radicalmente, dando origen a agrupaciones deun carcter ideolgico vago, con la caracterstica comn y transversal deaceptar en diversos grados tanto las formalidades polticas liberales comoel emergente modelo econmico neoliberal.

    Con la cada de la Unin Sovitica y la conversin de China al capitalismose pierde, en la poltica oficial, el ltimo vestigio de bidimensionalidad.8Pero, a la vez, sin un enemigo exterior poderoso se hacen innecesarias lasdictaduras militares que contenan a los pases que podran haberse volcadohacia la rbita sovitica.

    Es ese contexto internacional el que preside el triunfo de la democracia

    en Amrica Latina. Un contexto que permiti el traslado y perfeccionamientode la corrupcin democrtica europea en pases cuyas tradiciones polticasslo conocan la alternancia entre tmidas aperturas debidas al auge de lascapas medias y la recurrencia de la represin militar.

    Democracias de baja intensidad, con sistemas electorales noproporcionales, altos niveles de abstencin, tutelas institucionales, intensoscompromisos con la banca internacional y el capital trasnacional extractorde recursos. Democracias dirigidas por polticos profesionales que se auto8 Por cierto una bidimensionalidad espuria: escoger entre el totalitarismo buro-crtico o la dictadura burocrtica liberal.

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    perpetan, que operan abiertamente a espaldas de sus electores. Estadosque gastan una significativa proporcin de sus ingresos en s mismos,cuidando en todo caso de reservar una proporcin an mayor directamentea los empresarios. Gobiernos formalmente de centro izquierda queresultan ms derechistas que sus propios opositores. Retricas democrticasy progresistas perfectamente paralelas a la consistente profundizacin delmodelo econmico y social neoliberal. Superacin de las ideologas enbeneficio de la nica que, cumpliendo justamente una de las connotacionesesenciales de las ideologas, resulta invisible: la de la dominacin capitalistay burocrtica.

    A pesar de que ya he ido mencionando los mecanismos que permitenque la democracia administrada resulte una frrea forma de dictadura, esbueno reunirlos y enumerarlos de forma explcita y agregar algunos quetambin constituyen su sustento. Slo desde esta enumeracin podremosvislumbrar hasta qu punto es crucial para la lucha revolucionaria unaprofunda revalorizacin de la democracia efectiva, y una discusin detalladade las formas a travs de las cuales puede ser alcanzada y garantizada.Justamente esta es una de las conclusiones para las que he escrito estetexto: si la democracia se ejerce como dictadura la lucha por hacerla realdebe formar parte de la lucha revolucionaria. No hacerlo es abandonar alenemigo su principal fuente de legitimacin.

    Como he sealado ms arriba, el fundamento de la democraciaadministrada es el idologismo segn el cual los ciudadanos no estn

    preparados o carecen de las competencias necesarias para ejercerla demanera real y directa. Se trata de un recurso que opera sobre una doblefalacia. Por un lado se exageran de manera artificiosa las complejidades delos actos y decisiones que requiere el buen gobierno de la sociedad. Porotro lado se subestima de manera grosera la capacidad de los ciudadanoscomunes para dominar tales supuestas complejidades o su capacidad paraalcanzar las competencias necesarias. A su vez ambos argumentos cuentancon una consistente y abrumadora campaa de apoyo por todas las vas dela comunicacin social. Por un lado se reiteran ad nauseam las excelenciasde las supuestas certificaciones y cualificaciones de los expertos. Cadavez que aciertan en algo sus xitos son voceados con todo entusiasmo;cada vez que se equivocan (lo que ocurre la mayor parte de las veces)sus fracasos son atribuidos a terceros o a circunstancias exteriores a sugestin. Por otro lado, paralelamente, por todos los medios se ensea a losciudadanos a desconfiar de su propio criterio, a considerarse parte de unamasa indiferenciada, consumista, advenediza, dispuesta a apoyar cualquierpromesa populista. En el extremo de esta doble operacin ocurre, por unlado, que los supuestos expertos, supuestos supremos responsables de lagestin social, nunca pagan ni se hacen cargo de su incompetencia, ni an enlos casos en que significan enormes y profundos daos.9 Y ocurre, por otrolado, que se ensea a los ciudadanos a sentirse incapaces de manejar inclusosu propia vida psquica, la crianza de sus hijos, sus relaciones intersubjetivas.El mensaje general, omnipresente y ominoso es pida ayuda a un experto,ni usted ni sus amigos (que son simples aficionados) saben cmo abordarestos asuntos. Escuelas y revistas especializadas para padres, manipulacinsubjetiva permanente en el lugar de trabajo, historias de terror subjetivorecurrentes en los medios de comunicacin. Y, por cierto, la tautologa final,al ms puro estilo de la Inquisicin medieval: si usted se empea en creer yafirmar que no necesita de un experto es porque urgentemente requiereuno.9 Los gerentes de los bancos ms grandes del mundo, responsables de su quiebramasiva, se retiran a sus vidas privadas llevndose millonarias compensaciones. Losresponsables de los errores mdicos masivos nunca llegan a ser conocidos. Lo quelas grandes empresas pagan por los enormes daos ambientales que producen esgrotescamente menos que las ganancias que obtienen, y los tcnicos y gerentesque idearon y promovieron esos daos quedan siempre en el anonimato.

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    7Mecanismos de una nueva dictadura

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    Ya en otro texto10 he sostenido que el sistema del saber es la forma delegitimacin del poder burocrtico constituido como polo hegemnico delbloque de clases dominantes. La pretensin de saber, que es su ncleo, elsistema de auto certificaciones que avala esa pretensin, la desautorizacinautoritaria de los saberes comunes, la depredacin y propiedad privada de

    los saberes efectivamente operativos, son sus principales elementos. Detodo esto lo que aqu me importa es su efecto sobre lo que se nos presentacomo democracia.

    La legitimacin democrtica, por supuesto, exige que esta dictadurade la experticia no se ejerza de manera directa. El sistema eleccionariolegitima, con sus formas tramposas, ante el conjunto de la ciudadana, loque los burcratas deciden entre ellos revistindolo (incluso para ellosmismos) con el aura de la pretensin de saber. Es para que esta dobleoperacin funcione que es necesario, como he sealado ms arriba, que

    los ciudadanos, e incluso sus representantes, sean tutelados por los querealmente saben.

    La forma ms directa de este tutelaje consiste en establecermecanismos electorales no proporcionales que aseguren que las eventualesmayoras parlamentarias inconvenientes puedan ser contrapesadas porrepresentantes designados o elegidos de tal manera que resulten sobrerepresentados. El sistema binominal que impera en Chile es un ejemplo deesto. Por cierto entre nosotros es ya bastante impopular, y se levantan vocesincluso oficiales que lo critican como antidemocrtico. Los que esas vocesomiten mencionar, sin embargo, es que se trata de un sistema comnmente

    usado en los pases que se consideran de manera automtica y casi pordefinicin como democrticos. Curiosamente, cuando se hace un mnimorecorrido histrico y geogrfico, se encuentra que es justamente AmricaLatina la regin que tiene ms sistemas proporcionales11, mientras que larealidad de las llamadas democracias occidentales, tan invocadas comomodelos, es casi uniformemente vergonzoso. Empezando desde luego por

    10 Proposicin de un marxismo hegeliano, publicado en lnea, bajo licencia Crea-tive Commons, disponible en http://carlosperez.cc/proposicion-de-un-marxis-mo-hegeliano/11 Ejemplarmente Chile y Uruguay antes de las dictaduras militares, y hoy en daVenezuela, Ecuador, Colombia.

    las groseras alteraciones de la proporcionalidad en el sistema electoral deEstados Unidos (la gran democracia del norte) y luego por los sistemasque imperan en Inglaterra, Italia y Alemania desde la Segunda GuerraMundial, sin que ningn defensor de la democracia siquiera repare en ello.

    La eleccin proporcional de representantes, sin embargo, es apenasun requisito mnimo. El monopolio estatal o mercantil de los medios decomunicacin, y su papel en la formacin espuria de una opinin pblicasesgada, es el segundo gran mecanismo de tutela. Una realidad respectode la cual nuevamente las orgullosas grandes democracias no pasan la msmnima prueba de blancura.

    Pero an con una representacin proporcional y medios de comunicacinalternativos medianamente poderosos el camino hacia los estndaresdemocrticos puede ser muy largo.

    La corrupcin es un gran obstculo. Un obstculo que hay que ponerentre comillas porque es presentado con tintes morales, como si se tratarade prcticas excepcionales y de mera responsabilidad individual, omitiendocon ello todo el entramado de normas que expresamente crean el espaciopara su prctica y su encubrimiento.

    El financiamiento privado por parte de las grandes empresas de lascampaas electorales es la forma ms comn. Por supuesto los burcratasen lugar de perseguir toda forma de financiamiento privado sospechosohan agregado a este el financiamiento estatal de los partidos polticos,obligando a los ciudadanos a financiar a la propia casta poltica que losoprime. Hay que notar que, en la medida en que este financiamiento estatales proporcional a la votacin, favorece sistemticamente la reproduccin enel poder de los grandes bloques polticos mayoritarios, tendiendo a disuadirla aparicin de vertientes alternativas.

    Todos saben, sin embargo, que la forma ms efectiva de la corrupcinpoltica se realiza a travs de lo que se llama de manera elegante lobby,es decir, la presin constante de cabilderos que representan los interesesde las grandes empresas ante los representantes elegidos. Por supuesto,nuevamente, los burcratas en lugar de prohibir y perseguir talespresiones han optado, exactamente al revs, por legitimarlas, dictandoleyes y reglamentos que les ofrecen un manto legal y a la vez, sistemas de

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    transparencia y fiscalizacin intencionalmente dbiles, exentos de castigosrealmente significativos. Y, por cierto, nuevamente, es precisamente en lasalardeadas grandes democracias donde este sistema ha llegado al extremode que los ciudadanos comunes no tienen la menor oportunidad de influir

    sobre los que se supone son sus propios representantes si no apelan aloficio mediador (y pagado) de estos agentes. En nuestro pas, por otrolado, ejemplo de prcticas antidemocrticas, no slo se ha abandonadocompletamente la idea de dictar una ley contra el lobby, sino que se hallegado al extremo de aceptar por ms de una dcada un activo lobby paraque no haya siquiera una ley que lo regule.

    Los efectos nocivos del lobby y los financiamientos turbios a lascampaas polticas son posibles gracias a la falta general de transparenciade los actos del estado y de sus instituciones asociadas. La tnica general,en todo el mundo democrtico, no es impedir la transparencia sino,

    aparentemente al revs, dictar leyes que la consagran. Pero, nuevamente,leyes extraordinariamente dbiles, sin fiscalizaciones ni castigos eficaces,provistas de toda clase de mecanismos y mediaciones que impiden elacceso real a la informacin. Otra vez un primersimo ejemplo de este dobleestndar es la gran democracia norteamericana donde en principio todainformacin pblica es accesible y, sin embargo, hasta en los temas msbanales puede ser declarada secreta por s imple decreto ejecutivo, y dondela sonada desclasificacin de estos secretos veinte o cuarenta aos despuses burlada s implemente tachando de negro los prrafos inconvenientes enlos documentos. Tambin nuestro pas es fuente de ejemplos interesantes.

    Por un lado se pide a los violadores de los derechos humanos que declarendonde enterraron a los asesinados y desaparecidos, por otro se declaransecretos por dcadas sus testimonios para que no puedan ser perseguidoslegalmente: el propio Estado como agente obstructor de la justicia.

    La decadencia general del horizonte liberal democrtico y su conversinprogresiva en dictadura burocrtica es notoria tambin en la decadenciageneral del horizonte garantista del derecho burgus.

    La creciente prctica de generar normas orientadas a combatir, anular,erradicar enemigos, creando tipos penales vagos y genricos, respecto

    de los cuales se disminuyen abruptamente las garantas procesales, penalesy penitenciarias, permite que la libertad democrtica, que ya no pareceestar amenazada por la tutela militar est, sin embargo, atravesada lado alado de vigilancia y represin policial.

    El constante amedrentamiento de la poblacin en torno a la delincuenciay al terrorismo crea un respaldo social aparente a estas polticas. Unrespaldo que no pasa de la operacin tautolgica de sembrar el miedo yrecoger luego la demanda que se crea a partir de l. Incluso, en el extremo,exista esa demanda o no: hace bastante tiempo que sabemos que lo que losmedios de comunicacin presentan como lo que la gente pide no es sinolo que ellos mismos han decidido previamente se debe pedir. Respecto delos enemigos pblicos toda voz alternativa es encasillada en una puestaen escena maniquesta: cmplices, ingenuos o, peor, quizs enemigos ellosmismos.

    Pero an con todos estos mecanismos a su favor las clases dominantesno pueden confiar completamente los asuntos pblicos a los polticos, a losque ya en sus formas ideolgicas fascistoides anteriores haba optado pordescalificar y desprestigiar. Sobre todo aquellos que tengan que recurrir almolesto pero necesario escrutinio electoral siempre sern sospechosos dequerer incurrir en polticas populistas y demaggicas.

    La mejor manera de prevenir estas desviaciones es simplemente rebajarla importancia del parlamento y gobernar directamente desde el ejecutivo.La va para que esto sea realmente eficaz no es, como se podra creer,

    aumentando el poder del presidente o de un primer ministro como figurasaisladas. Esto sera nuevamente peligroso: demasiado poder en muy pocasmanos. La va eficaz es ms bien aumentar el poder de la administracinejecutiva como conjunto frente a los poderes legislativo y judicial. Y, asu vez, controlar a los funcionarios de la administracin uno por uno,dedicndose cada rubro de los intereses de la banca y la gran empresa a losque les ataen a travs del omnipresente lobby.

    Para esta poltica los mismos cuerpos legislativos, en todo el mundo,han aceptado progresivamente legislar slo en general, reservando ala administracin el poder de establecer las normas concretas y eficaces

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    por simple decreto. Finalmente es una enorme fronda de funcionariosde segundo orden, annimos para el gran pblico, la que decide enconcreto todos y cada uno de los actos del Estado. La comisin asesoraque establece las polticas y recomendaciones, las comisiones que redactanlos reglamentos, las que negocian los tratados, las que establecen losestndares de las licitaciones, las que asignan los fondos concursables.Funcionarios fcilmente sobornables, fiscalizadores escasos y mal pagados,responsabilidades que se ejercen prcticamente desde el anonimato. Y comoproducto reglamentos que contradicen flagrantemente las leyes desde lasque derivan, contratos que perjudican los intereses del Estado y daandirectamente a los ciudadanos, estndares que benefician generosamentea los empresarios privados, fiscalizadores dbiles y castigos irrisorios encomparacin a los daos causados.

    Este es el corazn de la dictadura democrtica. Es en buenas cuentas,ms all de los mecanismos anteriores, esta realidad cotidiana la queconvierte a la democracia formalmente en una dictadura: la decadencia dela funcin legislativa y la concentracin del poder social en la maquinaria deactos administrativos del poder ejecutivo.

    Pero an los funcionarios, cuyas mnimas y parciales recomendacionespueden tener enormes efectos sociales, deben ser controlados. Se tratade un doble control. Por un lado la eventual voluntad advenediza de lasautoridades de ms alto rango es distorsionada y encausada por lasdecisiones eficaces de los funcionarios menores que los asesoran, osimplemente actan a sus espaldas. Pero, por otro, el poder de accin deestos funcionarios aislados est gravemente limitado por la naturaleza desu relacin contractual. En esto el estado chileno ha llegado a ser pionero ylder a nivel mundial: la precarizacin del empleo estatal permite que cadafuncionario por separado tenga que asumir obligadamente una actitud decolaboracin y clientela de las mayoras de turno para algo tan elemental ydecisivo como mantener su empleo.

    Es bueno agregar a esta constatacin que en casi todos los pases delmundo, sobre todo en las democracias forjadas a la sombra del Estado deBienestar, el empleo estatal sigue siendo estable, de por vida, y los cargos

    estatales de confianza, que cambian con cada cambio de bando polticogobernante, se mantienen en un mnimo. Chile es el pas pionero, y el msadelantado, en esta otra faceta del modelo neoliberal de precarizacingeneral del trabajo. En Chile el empleo estatal mismo es precario. Por un lado,en contra de los manidos discursos en torno a la reduccin del Estado, elempleo estatal real ha aumentado enormemente. El asunto, sin embargo, esque la mayora de ese empleo est regido bajo modalidades contractualesprecarias (honorarios, a contrata), o depende de fondos concursables alos que se debe postular una y otra vez. Estos modos, que convierten poruna larga diferencia al Estado en el principal empleador del pas, crean unaenorme red neo clientalista que explica en una gran proporcin la votacinde los bloques polticos principales (Concertacin, o Nueva Mayora, yAlianza) lo que, a su vez, slo cuentan a su favor con un universo electoralque oscila slo entre un 18% y un 25% del electorado total.

    A la hora de la verdad, ninguna democracia efectivamente existentese priva del recurso a la represin cuando el clamor popular amenazacon sobrepasar todos sus mecanismos de control. Confirmando lagrave decadencia del derecho liberal garantista, las ms reputadas yvanidosas democracias centrales no han vacilado en dictar legislacionesantiterroristas que hacen retroceder los derechos de los ciudadanos alas pocas ms oscuras de la arbitrariedad monrquica. Jueces y testigosannimos o encapuchados, coaccin de defensores y de testigos favorables,investigaciones secretas, espionaje a gran escala de las comunicacionesprivadas, juicios sumarios, privacin de derechos procesales y penales,regmenes de excepcin declarados por simple decreto todo legalizadoconvenientemente. Y esto incluso con el apoyo de la centro izquierdaeuropea que se ha auto proclamado por dcadas como el sector msdemocrtico de todos.

    Es importante, sin embargo, notar que el recurso a la represin militar hasido restringido. Sobre todo el uso del golpe de Estado y la represin militarmasiva, al estilo de los aos 70.12 Nada hace suponer que estos recursos se

    12 Con la notable y gruesa excepcin, por supuesto, de la intervencin militarfornea directa, como en los casos de Afganistn, Yugoeslavia e Irak. Las evidenciashacen pensar, sin embargo, que en estos casos no es tanto el peligro poltico el quese ha tenido en cuenta, sino los ms prosaicos y tradicionales intereses mercantiles.

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    han vuelto imposibles, o que no sern usados consistentemente cuando seles necesite. El asunto es ms bien que la represin militar se ha distribuido,fundido en el cuerpo social, como represin policial, focalizada.13 Represinavalada y apoyada en gran escala por los medios de comunicacin, temorselectivo y ejemplarizador entre los grupos de riesgo, proteccin descarada

    a los policas que cometen excesos. Para quien quiera asumir posturas deoposicin medianamente radical al sistema la democracia puede parecersebastante a las ms simples y tradicionales dictaduras.

    Pero, en rigor, slo los que quieran ser crticos realmente radicalestendrn que enfrentar ese temor. La impresin democrtica se sustenta,desde el punto de vista de los procesos ideolgicos, en una poltica queya Herbert Marcuse, en los lejanos aos 60, llam tolerancia represiva.Ahora, bajo la reindustrializacin post fordista, esa idea cobra una nueva yms poderosa realidad.

    La lgica fordista, que se expres en todos los campos de la accin social,se caracterizaba por una fuerte verticalidad en las relaciones de poder.Un sistema de produccin y una forma de organizacin que necesitabahomogeneizar para dominar. Una situacin en que se crea que para tenerel poder era necesario tener todo el poder. En este plan todo poder local oalternativo era visto como subversivo y peligroso. La represin tena queaplanar las diferencias, no poda permitirlas.

    La lgica post fordista, sustancialmente ms compleja y eficaz, norequiere homogeneizar para dominar. Es capaz de producir diversidad ya la vez su poder consiste en la capacidad de administrar esa diversidad.

    No requiere todo el poder para ejercer el poder. Su habilidad consiste enproducir, incluso fomentar, poderes locales y mantener a la vez la capacidadde administrarlos. La represin ahora no requiere sofocar toda diversidadsino que puede y debe focalizarse ms bien en la diversidad radical. Y elefecto conjunto es que la tolerancia que se muestra y fomenta respecto dela diversidad funcional acta como legitimacin y refuerzo de la intoleranciaextrema que se contrapone a las manifestaciones sociales que escapen a laadministracin. En la medida en que esta tolerancia tiene el efecto global

    13 Un cambio estratgico que corresponde al paso de la antigua Doctrina deSeguridad Nacional a la nueva Doctrina de los Conflictos de Baja Intensidad.

    de confirmar al sistema de dominacin, de ser una forma eficaz de contenerel pensamiento y la accin realmente alternativa, puede ser llamada, ahoracon ms razn que en los aos 60, tolerancia represiva.

    La nica forma de reducir radicalmente toda esta trama dictatoriales desconcentrar radicalmente la gestin del Estado. La nica forma deempoderar realmente a los ciudadanos es criticar radicalmente la ideologade la experticia. Para la izquierda radical la principal dificultad de estaperspectiva es su resistencia a alejarse de su compromiso histrico con elestatismo fordista y el vanguardismo ilustrado.

    Desde luego el primer paso para una poltica realmente democrticadesde la izquierda es asumir una clara consciencia del carcter dictatorial delas formas democrticas existentes. La dificultad evidente para asumir estaconsciencia es el profundo grado de compromiso que la gran mayora de los

    partidos y colectivos de izquierda mantienen con las eventuales ventajaslocales del clientelismo democrtico. En una poltica de tolerancia represivasiempre habr puestos de trabajo, fondos concursables, representatividadesartificiosas que, en la medida en que resulten funcionales, podrn sercmodamente ocupadas por militantes formalmente de izquierda. Lacuestin no es, por supuesto, abandonar de manera principista estasposibilidades, siguiendo los vicios fundamentalistas tpicos del idealismotico. De lo que se trata, en primer lugar, es de tener consciencia del gradoen que en el uso de esos recursos se est operando como representante delos ciudadanos ante el poder del Estado, o ms bien como representante

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    8La democracia como tarea para la izquierda

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    y agente del Estado en la operacin de su legitimacin y administracin.Por cierto, un clculo difcil que hay que enfrentar en cada caso de maneraestrictamente pragmtica.

    Una forma de mantener ese pragmatismo en la lnea de las opciones

    doctrinarias o, lo que es lo mismo, lo ms alejado posible del simple y purooportunismo, es tener claro a cada momento en que programa se inscribennuestras acciones. Es necesario, en contra de los usos habituales, formularun programa estratgico, fuertemente fundado en las opciones doctrinariasms bsicas, y hacer todo lo posible por especificarlo hasta el nivel quemuestre que nuestras acciones polticas cotidianas tienen efectivamentesentido.

    Qu es, en buenas cuantas, lo que finalmente queremos? Lo quequeremos es la construccin de una sociedad sin clases sociales, en quelos ciudadanos puedan relacionarse entre s directamente, de manera

    autnoma, y realizar en ello sus vidas. Los caminos que nos conduzcanen esa direccin no pueden contradecir, ni en general ni en particular, elobjetivo que hemos trazado.

    Desde un punto de vista marxista14 el problema material de laconstruccin de una sociedad sin clases sociales es el modo en que losproductores directos de bienes pueden ganar progresivamente hegemonafrente a las clases dominantes, y convertir a su vez progresivamente esahegemona en gobierno. Lo que he sostenido ya en otro texto15 es que eseproceso material slo puede darse en el mbito de la produccin misma de

    bienes y que el asunto crucial en ese orden es la progresiva disminucin de lajornada laboral. Una disminucin que, en buenas cuentas, permita distribuir

    14 Es necesario repetir aqu algo en lo que he insistido muchas veces: los mar-xistas no somos los nicos progresistas que quisieran ese objetivo final, no somostoda la izquierda, ni siquiera podemos considerarnos los nicos revolucionarios. Loque digo en estos prrafos desde el marxismo, por lo tanto, debe considerarse es-trictamente como una contribucin al debate que debe establecerse entre muchasizquierdas, entre muchas perspectivas revolucionarias, que tengan la sabidura deactuar en red, bajo un espritu comn.15 Proposicin de un marxismo hegeliano, publicado en lnea, bajo licencia Creati-ve Commons, disponible en http://carlosperez.cc/proposicion-de-un-marxismo-he-geliano/

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    los aumentos de productividad entre los trabajadores, a expensas de laganancia capitalista. Lo que he sostenido es que este proceso debe estaracompaado de un esfuerzo paralelo que conduzca a sacar los servicios dela relacin mercantil primero, y luego de la relacin salarial, es decir, de una

    radical des-tercerizacin de la economa.En el contexto de la lucha democrtica el sentido de este camino deconstruccin de hegemona material desde el mbito de la produccin eseludir la frmula clsica de estatizacin de los medios de produccin. Laexperiencia histrica ha enseado que, lejos de ponerse al servicio de unasuperacin de la divisin del trabajo, la propiedad estatal slo se convirtien un modo de usufructo de una burocracia gobernante que finalmentetransit con extrema facilidad hacia el capitalismo.

    Seguir siendo necesario un gran papel para la accin estatal, sinembargo ese papel no puede pasar por la figura legal y social de concentrar

    la propiedad. Y mucho menos los medios de comunicacin. Y, menostodava, por concentrar la capacidad de accin poltica. En un programademocrtico la accin central del Estado debe circunscribirse a recogery repartir recursos que sean gestionados de manera directa y distribuidapor los propios ciudadanos. Incluso, a partir de grandes coordinacionesde acciones locales, deben ser los ciudadanos mismos los que decidanemprender la construccin de infraestructuras econmicas de granenvergadura, que trasciendan por su naturaleza los mbitos de los podereslocales desconcentrados.

    La gran perspectiva de disminucin progresiva y real de la jornada laboral

    debe distinguirse, por supuesto, de la actual precarizacin del empleo, querecurre a las jornadas laborales parciales con el nico objetivo de reducirlos salarios y ahogar la capacidad de negociacin sindical. La lucha por ladisminucin real de la jornada laboral es abiertamente subversiva porque delo que se trata es de disminuirla manteniendo el salario. Es obvio que estoslo puede hacerse a expensas de la ganancia capitalista. O, si los capitalistasquieren mantener sus mrgenes de ganancia, a expensas de los aumentosen la productividad del trabajo. En cualquiera de los dos casos el resultadoes el mismo: la reapropiacin por parte de los productores directos de unaproporcin cada vez mayor de su propio trabajo.

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    La lgica de esta va de construccin de hegemona por parte de losproductores directos es ir socavando el espacio desde el cual se ejercela hegemona de las clases dominantes, es decir, el poder que les da sudominio de la divisin social del trabajo. Esta tarea negativa, que consisteen disminuir uno de los factores, debe estar paralelamente apoyada en

    otro aspecto positivo: fomentar la autonoma productiva de los ciudadanosen los mbitos en que el dominio desde el gran capital se traduce endominio social y poltico prcticamente directo. Estos mbitos productivosson bsicamente dos: la alimentacin y la energa. Una poltica radicalestratgica debe promover la radical desconcentracin de la produccin dealimentos y de energa o, dicho de otra forma, debe promover activamentela autonoma de las comunidades locales en estos rubros. Una autonomaque les permita no ser presionadas poltica y socialmente a partir delmonopolio, la incompetencia tcnica, y la escasez premeditada.

    Pero la lucha radical por la democracia resulta abiertamente subversivaadems, si consideramos las condiciones que he examinado antes, porquela democracia es incompatible con el gran capital financiero, con el grancapital depredador de recursos naturales, con el monopolio privado sobrelos medios de comunicacin social. Estos son los principales enemigos delpueblo. Y la lucha debe estar encaminada esencialmente y en primer lugarcontra ellos.

    Sin embargo, si consideramos la va de construccin de hegemonaque he expuesto en el prrafo anterior, esto tambin implica un cambiorespecto de la perspectiva marxista clsica. No se trata ya de considerar a

    todos los propietarios de medios de produccin, a todos los agentes socialesque tcnicamente puedan ser llamados capitalistas, como enemigos sinms. Se trata en cambio de hacer una clara estratificacin social en elcampo de estos enemigos. La oposicin radical debe enfocarse en el grancapital financiero trasnacional, en el gran capital extractivo trasnacional.Los medianos y pequeos productores sern, y deben ser, durante muchotiempo, ms bien aliados del movimiento popular. Agentes concretos de lareproduccin econmica de la sociedad cuya hegemona debe ser superadams bien por la desconcentracin radical de la produccin y la gestin socialque por su supresin ya sea por la va estatalista o a travs de la imposicin

    de requisitos cooperativos o comunitarios. Dicho en los trminos clsicos, lagran izquierda debe seguir un camino pluriclasista para derrotar a quienesson, en la prctica real y efectiva, sus enemigos estratgicos.

    Las grandes tareas histricas no puedan ser ordenadas bajo la forma

    de prioridades lineales. No es ni defendible ni necesario sostener queesa construccin de hegemona en el mbito material de la produccines previa o posterior a otras grandes tareas. La lucha por las formasdemocrticas directas, es decir, las que tiene relacin con la gestin social ypoltica, debe ser pensada de manera estrictamente paralela a la que se drespecto del mbito de la produccin.

    La izquierda radical debe perseguir, con nimo estratgico, un conjuntode reformas radicales de los procesos sociales y de la accin del Estadoque nos acerquen a las formas de la democracia real y efectiva que heenumerado en las secciones anteriores. La completa proporcionalidad en

    los mecanismos electorales, la completa transparencia en todos los actos dela administracin del Estado, la promocin de los mecanismos plebiscitariosy de participacin directa de los ciudadanos en todos los niveles de lasdecisiones y responsabilidades polticas, los mecanismos de revocatoria delmandato de las autoridades ineficientes o corruptas, la completa eliminacinde toda clase de financiamiento que permita la existencia de polticosprofesionales. Todas tareas que se inscriben plenamente en el horizonteque la propia burguesa declar histricamente como suyo y que terminpor vaciar completamente de contenido. Tareas que la propia burocraciaaltamente tecnolgica declara formalmente como suyas y que sin embargodistorsiona y falsea cotidianamente.

    Curiosamente hoy en da plantear las reivindicaciones democrticas queforman parte del propio discurso dominante resulta altamente subversivo.Esta aparente paradoja es la que he tratado de despejar en este texto. Elproceso social real en que vivimos no corresponde a lo que declara comodemocracia: vivimos en realidad en una frrea dictadura. Identificar susfuentes y sus modos es una condicin mnima para toda posibilidad deoposicin radical al sistema.

    Santiago de Chile, 5 de febrero de 2014.

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    1. Su problema es Endgeno

    2. Violencia del Derecho y Derecho a la Violencia

    3. Hegel y Marx

    4. Arte Poltico y Poltica del Arte

    5. Cuarenta aos de modelo neoliberal en Chile6. La Democracia como Dictadura

    Carlos Prez Soto

    COLECCIN PROPOSICIONES

    La Democracia como Dictadura

    Las imgenes que figuran en cada folleto de la ColeccinProposicionesprovienen del juego de cartas dibujado alrededordel ao 1500 por el Maestro PW de Colonia, cuyos originales se

    encuentran en el Museo Britnico.