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    SEGUNDA ÉPOCA.

    TOMO XIII.

  • 3anchez en la casa de Carlas

  • PRÓliOGO

    M '

    d: L saber que las novelas de usted iban ~-j"=tPuO).icarse en Barcelona, en una edición de lujo, quiere decir, vesti-das ili dernie1'(i)de guante blanco y con todos los primores de las estampas que han dado en llamar ilustraciones, espon-táneamente ofreci ! usted dedicarle un juicio critico . Pero es el caso que, aun suponiendo en fuga mis achaques, en derrota mi natural pereza, y sumiso mi insubordinado magin, Pepe de mi alma, el tal juicio critico es una obra que no puede hacerse al vapor. Y, por otra parte, como amor y aborrecimiento no quitan conocimiento, al hablar t usted de sus propios hijos, fingiendo modestia el pre-tencioso, arranques de valor el cobarde. ~ inspiraciones de elevado numen el tardito de entendederas, me expondria ~ que me

  • . ' I

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    dijeran: ¡qué chasco te pegas y qué romo de entendimiento te ha hecho Dios!

    La novela, para mi, es el drama narra-do, con su plan en forma, sus personajes característicos, su exposición, su nudo y su desenlace; y analizar una obra de esa importancia tiene tres bemoles.

    En México, que me aventurada ¡ llamar una sociedad en formación, la tarea es un tanto más difícil-+- porque en la clase ín-fima los hábitos Sal! repelentes y difíciles de sacarse ~ luz, aun embellecidos por el arte; en la clase media impera la anar-quía y se verifican transformaciones cons-tantes; y la clase alta se compone de agregaciones variables, muy difíciles de caracte rizar.

    Por esto en el Pe1'iquillo, obra maestra, luminar fidelisimo y acabado, y modelo de la novela de costumbres mexicanas, 8e creó una especie de viajero , turista, como hoy s·e dice, que vagaba del tugurio it la cárcel, de la cárcel al bailecito de la clase ~. 0_ ..0-media y de éste ~ los enjambres de léperos, /l.Jt4(TT-' -soldados y frailes, en que sobrenadan bor-las de doctores, sombreros acanalados y bastones de próceres de alta jerarquía.

    y el mismo "Pensador~' tan levantado y competente, tuvo que circunscribirse, para intentar la novela , t cuadros que, como

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    IJon Catr'in de la FacJ¿enda y La Quijotita, presentan fases muy aisladas de la socie-dad, Y e~to que ya en aquel tiempo había puntos salientes que sirvieran de segura guía, como, por ejempl0f' la educación monástica , el circulo español, la misma plebe embrutecida y abyecta y el/statu q1t O producido por el aisl~miento, "

    Por esta causa habló el Pensado?' sólo de México y sus alrededores; eso si, de un modo admirable y verdaderamente tras-cendentaL

    Lo reducido del circulo explotable para el autor cómico y para el escritor de cos-tumbres hace su trabajo más difícil; por-que si quiere pintar un usurero notable, Pedro y Juan, que son tan conocidos en México, le saltan ~ las barbas; si un juga-dor muy afortunado, se señala con el dedo f pon Perentules, y si una mamá alegre con dos hija!': coquetas, le ponen el saco t la mujer del vecino de usted.

    Más que yo, debe usted haber pulsado estos inconvenientes y por lo mismo no me extiendo más, Con todo, cuando yo, con el seudónimo de"Fidel': me atrevi ~ escribir, el primero después del I 'Pensado?':' cuadros de costumbres, tuve serios disgustos; se me tachó de soez y ordinario, la gente me desdeñaba, se dijo que la fidelidad de mis

  • - VlI] --:

    cuadros se debía t. mis entradas y salidas de la cárcel, y,por último, se calumnió al gran Pedraza. llamándome su hijo natu-ral, tal vez por el cariño paternal que aquel hombre eminente me di!

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    primera era haber tocad') en las playas mundanales, unos doce años después que yo, lo que importaba adelanto humano en todas materias; se~unda, porque la vida de su distinguido [adre le amparó hasta formar su educacion, y porque sus bienes de fortuna y sus numerosas relaciones le hicieron actor en las costumbres que con tanta maestría sabe pintar.

    Usted narra lo que veía: son las de usted las novelas hechas de la clase media que se roza con la alta y con la ínfima; sus person!l.jes no descienden, sino pocas veces, la escalera. En lo general la" no-velas de Cuéllar son estudios al natural de familia (f grupos de' fa.milias en acción, ! las que procura el novelista que el lec-tor las sorprenda en sus intimidades más interesantes.

    El ~eñor Fadre de usted tuvo por mucho tiempo tertulias en su casa, y usted mismo, hasta hace poco, sostenía veladas delicio-sas en la suya con art istas distinguidos, con escri tares y poetas cMebres; y si mal no recuerdo , tenía usted en "U casa un tea-tri to en que se represen taban "us ensayos dramáticos con so!r.z y contento de todos / (( sus amigos ... Ustecyha visto pasa1' J la musa callejero/' de bata y pan tuflas aeterciope o \\ 1>Ora.3.d'~, desde los balcones de su casa.

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    Dejándome de digresiones t impaciente por llegar t mi objeto, le diré que quie-ro rendirle un tributo de admiración por sus novelas, en su género sin rival, por la fidelidad de sus cuadros y personajes y por la sana, patriótica y purísima in ten-ción moral que guía constantemente su privilegiada pluma.

    Para mi, entre otras dotes, deben domi-nar, en el género que usted cultiva, la intención moral y la fidelidad y verdad en los caracteres; y en estos pun tos since-ramente digo' usted que ha tenido acier-tos admirables.

    Encararse con una sociedad viciada hasta en lo más íntimo por la mala t1du-cación, fuente de toda clase de errores; errores convertidos en elementos esen-cia:les de la vida social, p.ara combatirlos, corregirlos y presentarlos en su desnudez repugnante, tarea es esta eminentemente humanit~ria y patriótica que coloca al

    11 Pensador'y ~ usted en el primer término de los escritores mexicanos.

    El cuadro de costumbres que yo cultivé+-era, tmi juicio, el adecuado para la socie-dad analfabética, frívola y heterogénea que yo alcancé.

    Usted hizo cuadros con su trama dra-mática, los volvió episódicos, les comu-

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    nicó interés, y poniéndose al nivel de las nuevas exigencias del progreso, prosiguió la obra de Fernández Lizardi, haciendo más fecundos aquellos rasgos de buen sentido, conservados en el invernadero de mi admiración por el autor del Periquillo.

    Para probar el éxito de sus esfuerzos, no hay sino ver al niño mimado y consen-tido, entregado a los vicios, a quien lla-man las gentes"Clmclw el Nil1jO~ al hombre ordinario que escala en las revoluciones los altos puestos, l quien conoce todo el mundo con el nombre de "Jacobo BacaJ t

    ~ ese pio Prieto,'1 de la Ensalada de lollos; ~ ~ ese ''8aldaña~1 arbitrista y pícaro; á ese ~ admirablel{5'cinc!te!! t esa''chata7 conocidi-

    sima, y r esa madre odiosa que vende ~ (e- su hija-en Baile '!I qochino._. - A todos esos personajes los conocemos,

    los tratamos, los ormos hablar, y sospe-chamos que usted mismo disfraza origi-nales que ha tenido al frente de su caba-llete, al trasladar al lienzo sus retratos irreprochables.

    Ese es para mi el realismo visto al tra-vés del cristal del arte que idealiza y sublima,,;) . CAsi comprendieron y cultivaron los es-critos de costumbres los grandes maes-tros; asi Addison en Inglaterra, Jony en

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    Francia, Mesonero, Larra, Serafín Calde-rón y otros en España enriquecieron las letras y han perpetuado tradiciones que pueden servir de guías seguras para la historia del progreso intelectual y moral de las sociedades.

    Ya usted comprenderá, por lo que llevo escrito, la importancia que doy a sus no-velas; y no le hablo de la naturalidad envidiable en el decir, ni de la sol tura de sus diálogo!), ni de la ternura deliciosa con que desliza su pluma en escenas que quisiera reproducir letra 1t letra; pero se trata de una carta que tien'e de recordarle aq ue1l0 de-« Señora, vengo ~ darle razón de la mula.-¿,Qué sucedió por fin'?-Que no parece. »

    El juicio critico no parece, Pep!l; pero en cambio aquí me tiene de cuerpo pre-sente,para decirle q.ue le ama y le admi-ra su '

  • 'P.~ I.M E ,RA 'PAR.TE-

    CAPÍTULO I"¡-~

    ~ SEA INTRODUCCIÓN INDISPENSABLE .-\ LA MONOGRAFÍA DE LA )AMONA-f-

    'amona es una individualidad cu-yos perfiles se escap.an fácilmen-

    :'l' te al más sagaz observador. La jamona no se llama así por razón de

    las materias grasas que se modifican y con-sumen en su . economía animal; la jamona es un v,erdadero tipo que frente ~ frente de la filosofía moral desafía l mi pluma, me provoca con sus sonrisas de perlas falsas, con su castaña de rizos de otra y con toda su letra menuda.

  • , .

    -1O ~

    Jamonas, jamonas: Facundo tiene el ho-nor de saludaros muy afectuosamente. Ya no hay remedio; lo dicho: hab~is acertado ~ pasar por el foco luminoso. qui proyecta la linterna mágica, y me pertenecéis ..

    No os haré dañ?; no tocaré lo aterciope-lado de vuestra piel, bien conservada y de up.a frescura significativa. Amables jamonas, no vacilo en deciros que me sois simpáticas como un libro de cantos rojos.

    Me voy! permitir algunas inocentes li-bertades t propósito de vuestras estimables prendas, aunque no sea más que por hacer lo que han hecho todos los filósofos anti-gUos y modernos.

    En la juventud hincamos.el blanco dien-te etl cualquier camuesa rubicunda con el placer con que lo hicieron'ISalicio y N emo-roso i'llntamente~{ pero apenas se nos indi-gesta la manzana, nos"da por sabiosjlt y di-sertamos sobre la fruta con igual formali-datl que si habláramos de astronomía; yen-tonces es cuando salen por ahí más de cua" tro verdades como un puño, relativas muy

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    especialmente f la camuesa, {sus pepitas, l ~ sus colores, ~ su aroma, r su tez, ~ su ácido ' málico, t su pedículo, ~ sus principios nu- . tritivos, t su reproducción y t todas sus particularidades.

    No ha bajado un solo hombre de talento ~ la tumba sin que antes os haya besado primero como t flores y después os haya mordido como camuesas; y tIa verdad, por mi parte os confieso que no dejaré de hacer lo que esos señores, siquiera por parecér-meles en algo .

    . No os hablo de la afición particular que tengo l besar flor y tmorder camuesa, por-que ya me la hab~is adivinado en lo blanco de los ojos; y con esta seguridad me pro-meto que no me tachar~is de hombre de mal apetito, ni de refractario ¡ vuestros encantos, que soy el primero en enalt.ecer.

    Decididamente, me sois profulldamente simpáticas y no me rebajo.

    En primer lugar, sois flores gordas; cir-cunstancia que aboga t fuvor, no sblo de la calidad, sino de la cantidad de miel que dais.

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    Yo os he visto reír delante de una flore-cita azul, pálida, muy pequeña"que se llama ~no~me-olvides;, os he visto hacer un pre-cioso gestito de desdén al ver la alfombrilla-r

    ' y la filEs]§) ,y el plúmbago}C y el clavel, y otras flores po~res de' esencia, y sobre todo de miel; y todo porque ten~is provisto su-ficientemente vuestro' nectario con la co-secha de vuestras primaveras.

    Acopi~steis miel virgen para toda, la tem-porada, para darla después ~ probar l goti-tas y sin desperdiciarla.

    Sois lo más astutamente previsor que yo conozco.") e Tenéis atingetlCias y previsiones llenas

    de esprit. Entremos l cuentas. ' En el libro que se está escribiendo desde

    la creación dl'll mundo, titulado 'La mt)jenÍ'" vosotras- las jamones est~is dictando casi todos los capítulos.

    La juventud está dividida en pequeños tratados sueltos; uno~ dulcecitos y tiernos, firmados por una tórtola; otros, espeluznan-

    , ,

  • -n-tes y descomunales, firmados por escritores' desmelenados y furibundos, por Espronce-da, por V{ctor Hugo,joven, por Rivera y Río antes de hacer política y por Antonio Plaza. ,

    Vosotras tenJis el monopolio de la miel. La primera jamona que conozco eS Cleopa-tra. 03 presento por delante ese precioso tipo para que no desconfi6is al leerme=? CCleopatra tuvo todo el chic, que s310 en

    jamona se conc!be, para purgarse con algu-nos g:amos de tosfato en forma de perla, valu,l(la en 25¡üoo duros.

    H . ~I . H .'1- 1 ' e aqm a a mUJer. e aqUl a a Jamona. Semíramis fut otra jamona de gusto. De-

    saf{o a todas las pollas del mundo, y de to-das las épocas, ~ que hagan lo que Semi-r,lmk

    Queda sentado que la jamona es capaz de digerir perlas y de hacer dudades., e ¡Y qué perlas!-:::::l C¡ Y qué ciudades!

    Babilonia debía ser obra de jamona, por lo costoso y lo elegante que era.

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    Desde el momento en que la mujer pasa d~l estado de flor elegible al de flor que elige, entra en un mundo tal de' secretas combinaciones y peripecias, que la rapidez de la escritura es una rémora para qecir todo 10 que' las mientes se viene de sa-broso y digno de contarse',

    Figur!os una joven en quien la madre naturaleza no tuvo t bien hacer esas fatales

    . inoculacion'es que han dado en convertir t la"presente generación femenina en espá-rragos con faldas .

    . Excluíd la cloró'sis y otros achaques de esa joyen y no l~ permit~is ni la descendencia: dejadla entrar con todo el caudal de su ju-ve.ntud en la edad de la mujer.

    Dejadla aún madurarse hasta el momen-to en que tal ~ cual lesión del tiempo le viene ~ hacer cierto género de advertencias; observadla bien, y encontraréis t la jamona en toda su preponderancia.

    Fuera de esa primera juventud que de-vo~a la polla, y que se monopoliza en el matrimonio ¿ se encanija para ingresar al

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    gremio de las simples tías, la muj~r en la segunda edad, en el legítimo estío, en la sa-zón; en el punto, es admirabl'emente curiosa.

    En ese punto es en, donde el autor .de es-te libro tiene puesto el ojo; ese punto es el que señala con el dedo por doble indica-ción; de ese punto, como el de la roca que to,c6 Moisés, brotará todo lo que en adelan-te escribiremos hasta el índice del vola:men.

    Lelos, hace tiempo, ante la moderna filo-sofia de la mujer, nos hemos sentido inclI-nados t: consignar nuestras observaciones en tal t cual libro, que leerán las generaciones vepideras con cara de sordo.

    Esa filosofía, que podríamos llamar pari-siense, es el código de la jamona; y la ja-mona no es, precisamente parisiense, ni la parisiense nos importa un rábano; la jamo-na nacional es el objet-() de nuestra atención y de nuestros miramientos; la jamona de la capital, clasificada en ejemplares diversos del mismo tipo.

    Será objeto de nuestra observación la mujer, .desde que, llevando algún tiempo de

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    sedo, está. en la difícil posición de esas flo-re~ tIue respetó la mano del ramilleterq~y q.ue esperan deshojarse al menor sopl~ de la brisa.

    U na mujer, resolviendo el viejo proble~ ma de la iniciativa en amor, es una joya para el escritor de costumb¡;es.

    Necesariamente esta contravención trae, . en el símil de l~ naturaleza, estos fenóme-

    nos: ' e U~a flor que murmura y un céfiro que se deja besar por l'a flor,? CUn cáliz lleno de miel, distribuído como quincena por la propietaria del cáliz, por ' medio de nómina y recibos:) (Una flor, que en lugar de dejarse desho-jar por los céfiros, los tiene t sus órdenes como sus afectísimos servidores que besan suspils.:; , , e Una flor, que admite 1 discusión t cual- . quier mosco que necesite miel.

    Táchese de poco fecunda la materia: de-safío al naturalista r que me diga que no merece un tomo una flor de esta clase. ,

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    Esta individualidad pertenece t la glorio-sa época presente, en la que el hijo de Vt. nus tiene el ojo más abierto que un linc~ y) sobre todo, un bozo que le ha salido por la fuerza de la experiencia.

    Por mi parte, apechugo cariñosamente con la tarea de penetrar al tocador de la jamon~ ~ de colocarme al ot~o extremo de su confidente y emprender sabrosas pláticas, para pillarle más de cuatro secretos bue-nos.

    Me resigno hasta t participar ·de la q,uin-cena de miel, siquiera como empleado au- . xiliar y supernumerario; resignación que no por fácil deja de tener su mérito.

    La Margarita del Fausto, Julieta la dé Romeo, Laura, Beatriz y todas esas pollas clásicas, viven con su fama incólumes en el relicario de la tradición; pero ¿y la Reró-días, que, aunque para su época era joven, sabía ya del pe al pa el código de la jamo-na; pero Lucrecia, que mataba moscos chu-padores de miel, como esa flor que cierra sus pétalos condenando t: prisión perpáua

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    llos'ladrones; y la reina Margarita y Ma-rión Delorme, cuyo carne!, sin patente de sanidad, tiene el honor de colocarse en las bibliotecas públicas y privadas?

    Ahí está la mujer, ahí está la flor gorda, henchida de miel y de principios: ahí está la jamona fecunda con axiomas, máximas y problemas.

    En ella está el amor de Roma, de Pom-peya y de París, el amor-áspid, el amor-ecuación y el amor-vapor.

    Esos corazones son los que han inspirado n , . l algunos la palabra pliegues, y los que, amurallados como Babilonia, desafían al fi-siólogo, al poeta, al guerrero y al cartujo.

    Contra esos corazones emprende hoy Fa-cundo su lance de armas, pluma en ristre, y con la sonrisa en los ltbios.

    N ~s veremos.

  • CAPÍTULO IIi #-

    ENTRA EN ESCENA UNA MUJER

    ENT~~N=:;=E PARECIDA Á UNA JAMONA

    (MALlA es una señora muy ele-gante : se presenta en todas par-

    ---~~m~~ tes ostentando un refinamiento tal y gusto tan exquisito para vestirse, que el áspid de la envidia ha picado ya l algunas señoras muy más encopetadas 'que Amalia.

    Amalia es una criatura feliz: vive en una atmósfera de bienestar y de confort que pa-rece confeccionada adrede para ella.

    Tien~ una c~ave, clave misteriosa y ca~i

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    equivalente lla piedra filosofal, clave que bien pudiera llamarse la Pata de cabra ~ los Polvos de la Madre Celestina; prque es el resultado filosófico-químico de mu-chos ingredientes de la civilizacióti actual.

    Amalia ha adquirido legítimamente el derecho de propiedad de ese amuleto ma-ravilloso que la hace rebosar felicidad por todos los poros de su cuerpo.

    Facundo se ha salido de sus casillas re-torciendo los tornillos de su aparato como un fotógrafo para aplicar r tiempo el foco de su 'linterna mágica, y cada vez que ha logrado atrapar un dato, un perfil, una fa-ceta, de ese brillante cintilador, ha debido (aunque no 10 ha hecho) exclamar i Eu-reka!

    A la fecha el autor tiene 10 bastante para hacer la presentación.

    Observemos. Cuando un reloj que sirve de taburete t

    una Leda de bronce francés imitación del antiguo, da las once, Amalia ha liquidado sus cuentas secretas con el ,tocador, ha di-

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    Ti~do ya la última mirada t la luna ovalada y ha dejado escapar una última sonrisa.

    Sonrisa supernumeraria, excelente, sin dedicatoria y sin resultado como el tiro de prueba, no para ensayar la puntería sin~ el arma.

    Amalia pasa del tocador al saloncito, en donde lo primero que saluda es el ramillete que recibió ayer.

    El saloncito tiene muebles tapizados de tripe rojo, .cortinas de punto, alfo~bra blanca con ramos de flores, mesa estorbo, dos sillones de bejuco del Norte, candela-· bros y espejos.

    Amalia está 10 que se llama bien vestida, y en cada uno de los detal1es de su persona hay algo que observar, ya sea la manga abierta que cometel: cada paso la indiscre-ción de permitir al ambiente que bese un pedacito de brazo mórbido como el de una estatua griega; ya es un guardapelo esmal-tado que juguetea l. cada movimiento, como I el cascabel de un gato, sobre un liJero ho- r yito que Amali~ tie.ne en la garganta, el tal

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    guardapelo casi sigue los movimientos de la cabeza y está haciendo el papel de esas !Da-necillas que en una esquina ~en una puerta quieren decir «por aquíbya es un rizito de cabello que cae sobre un lado de la frente y que está pretendiendo decir «aquí me· q ue-dé olvidadol»;ese rizo es u~ acento circun-flejo de la fisonomía de Ámaliaj ya, en fin, es un brazalete misterioso de pelo con broches de oro con iniciales, porque todo en Amalia está encerrando un misterio y un encanto.

    Amalia tiene pájaros, pescados y macetas y además \In perrito blanco como una gre-- d 1 d' 11 . '1 na e a go on; es un perro ~. - Las manos de Amalia son muy bonitas, y

    no contenta con que la madre naturaleza le dejase aguzadas las puntas de los dedos, se deja crecer las ufías y se las ~ecorta ~n for-ma de lanceta.') . CEsto la obliga! ser cauta, ~ tentar quedi-

    o,( :l' h to, a no co,er tIerra y otras muc as cosas. Amalia tiene una amiga de confianza, tan

    de confianza que ful su compafíera en el Colegio de las Vizcaínas.

  • J-I-

    1-1-1-

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    La está esperando. J J 1/

    Esta amiga de confianza se llama laf!.lzata: así la deCÍan todos~ y muchos por no saber cual es su nombre de pila, ' la dicen

    P thatita:'

    -¡Josefa!)grita Amalia impacientel ¿no ha venido la Chata?

    -Si, señor~lcontesta entrando una cria-da, cuyo traje tira ya i: traj e de jJersona de-lE!:!! y cuyo peinado tira ya r castafla clarat vino, pero dijo que iba al cajón y volvía.

    Un cuarto de hora después llega la Chata. -¿Lo viste? ¡dice Amalia t su amiga. La amiga en lugar de contestar, buscó al-

    go en la habitación. -Estoy sola¡ agregó Amalia. -Lo víl dice la Chata, sentándose en el

    otro extremo del confidente. -¿Y qué? ..... -'-Hay mucho que decir. -¡Ave María! ¿Ya te catequizó? ¿ya es-

    tás de su parte? ¿ya no puedo contar con-tigo? '

    -¡Espera, espera por amor de Dios! ¡Il.ué violenta estás!

    ~

    )-

    ~

    J-

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    -Ya lo sabes: sí, es cierto; estoy en as-cuas.

    -Pues oye. Estaba muy enojado . . -¡Enojado! ¡No hay cosa peor que ma-

    nifestar 1" los hombres todo nuestro c.ariño! ¡ Enojado cuando acaba de saber que lo amo!

    -Debes disculparlo; precisamente por-que sabe que lo amas, se creía con derecho de esperar de tí.. ..

    -Le parece al poeta que todo es tan fácil~ i1a se ve! él tiene talento, escribe, improvisa y miente; todo con facilidad.

    -¿Quieres oírme? -Sí. -¿Sin interrumpirme? -Sin interrumpirte. -Pues oye: te han traicionado. -¿ Quién? ¿ Cómo? -Tu prima Amparo. -¡ Es posible! -Sí: le contó ! Ricardo todo lo de la

    btra noche; y tú tienes la culpa por fiarte de pollas.

    -¿Y que le contó?

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    -orLe dijo que vivías triste, que el temple de tu alma te ponía al borde de un preci-picio.

    -No sigas; es necesario vengarme de Amparo.

    Es necesario que el lector sepa lo de la otra noche?' Ricardo, el Ricardo 1: quien aludían la Chata y Amalia, es un poeta, frisa en los veinticinco, es amable, locuaz y 'un 'poco elegante.

    Amalia leyó unos versos de Ricardo en un periódico y pensó,c que S'nchez es muy bueno, pero muy frío; Scinchez es el marido de Amalia, es muy bajo de cuerpo, como de cuarenta años y personaje nuevo.

    S'nchez vid o en el polvo de la revolu-ción hasta México, prestó algunos impor-tantes servicios ~ la patria, como por ejem-plo~-haber andado con el gobierno, haber sido secretario de un gobernador, haber per-dido su papá unas vacas, ~ aunque por fin aceptó un empleo en tiempo del Imperio, ful de puro compromisÜ)( pero no por con-vicción; en cambio se había adjudicado tres

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    casas del cler

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    La diversidad de los sistemas empleados para conseguir esa gran quisicosa, ha dado resultados individuales dignos de .estudio.

    Amalia es un ejemplo vivo, y para apreciar la exactitud de este aserto, estudiémosla~

    Amalia nació en Oaxaca, Allí corrieron· los primeros años de su infancia~y aunque quisiéramos dar algunos detalles acerca de sus progenitores, estos datos los hemos per-dido en el oscuro laberinto de nuestra mala

    . x"¡' d _o memona, a pesar e que un oaxaqueno amI-go nuestro nos contó del pe al pa la histo-ria í~tima de Amalia"fSí recordamos que la tal historia no era de lo más edificante, y el carácter del que.) según todas las probabili-lidadejera el padre de Amalia, nos impone el deber de callar porque no se nos tache de parciales, revelando poridades de una clase en un tiempo privilegiada.

    Amalia, apenas nació, tuvo la desgracia de ser ocultada ~ los ojos del mundo; y no~ sotros-, que solemos pecar de maliciosos, creemos que de allí le vienen todas sus des-gracias ~ Amalia. '!Lo !k>-i-4

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    .... aCá las virtudes domésticas ni la bondad de sentimientos, precisamente de parte dejos hijos naturales.

    . El calor de los pechos maternales y la pu-reza del hogar, atesoran los efluvios de una dicha tan inapreciable, que solo en la edad madura y al través de las vicisitudes se comprende.

    Pero cuando la siniestra huella del cri-men ha manchado el hogarf cuando una trasgresión del 6rden moral dl' vida r un slr sin el calor de los nupciales linosfcuan-do no es la familia originaria la que se re-produce sino los delincuentes ocultosr en-tonces el niño que viene al mundo¡c busca' con su primer mirada una conciencia, y en-gendra con su primer sonrisa un remordi-miento, porque es un slr que viene pidien-do cuenta de las lágrimas de desolación q~e verterá más tarde.

    Cierto racionalismo estúpido se empeña en considerar al niño como una larva indi-ferente, y al verlo aparecer lo segrega de

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    la comunión de los humanos para conside-, rarIo solo como una promesa.? LEste racionalismo sustenta los orfanato-

    nos l introduce en las familias ladroncitos de honra y de patrimonio.

    Anialia nació en una noche tempestuosa, y como esas semillas destinadas ~ que las arrebate el viento, su primer papel en el

    )( mundo fue este:""':) e euerpo de delito.

    Estos cuerpos, bien sean un nIño Ó una ganzúa, se esconden? . . CSalir lluz escondiéndose es un sarcasmo reservado sola al hijo natural.

    COIl algunos litros de leche alquilada, Amalia tuvo lo bastante para resolver el problema de su vida.

    El padre de Amalia, dijo un día: -¡En fin ... ~ la niña vivirá! En estas pocas palabra~ asomaba una

    monstruosidad, un amorpa~ernal resig-nánJose.,) \0 de otro modo;..>

    . C'{jn criminal, teniendo que ser padre.

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    Por esa época, Amalia comenzó ~ ver (. un señor que le daba juguetes de vez en cuando.) c: Algunas veces se la sentaba en las rodi-llas y la acariciaba. .

    Un dia, el señor aquel besó l Amalia despidiéndose, porque . Amalia iba ~ ser trasladada ~ México.

    y ya que sin sentirlo nos hemos alargado en el relato de lo que '{ Amalia le había su-cedido con anterioridad al momento en que la hemos visto hablar con la Chata, pasa-remos ~ otro capítulo, en el que continua-rán estos apuntes.

  • CAPÍTULO IIIf---í4-

    J~ EL QUE SE VE QUE LAS AMISTADES

    - DE. !-~~~N~I~ •• ~O'::"~gf:tDER~:X

    [lA juvenM de Am,l;, bentó oomo :1 . ~ una flor dentro de los muros del

    :'l Colegio de las Vizcaínas. La Chata vió nacer esa flor y de aquí na-

    ció la intimidad de Amalia con la Chata. El primer brote de esa flor es, por lo ge-

    neral, Uli pedazo de cielo; es una paloma que an~da, un beso que se oye¡l.. ~ un estremeci-miento que no-se comprende.

    Suele tomar la forma de una meditación que termina en.un suspiro; suele ser una lá,

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    grima pero nunca una sonrisa: hay algo me-lancólico y grave!, hay como ' un aviso se-creto y misterioso, pero solemne, eh la au-rora de ese día primaveral que se llama la juventud.

    Las organizacione3 nerviosas de las hijas del trópic~ presienten esa aurora entre los juguetes de su felicidad, entre las muñecas con que juegan.

    Un día, Amalia y la Chata jugaban con sus muñecas.

    Amalia tenía en las manos una hermosa muñeca, ¡r'.¡a que acababa de vestir. J

    -Mira :mi Rosa qué linda está~jle dijo . lla Chatal ¿ Sabes por qué? ")?orque se va t casar; ti~ne un novio muy elegante que ha pedido su manol ¡ay! y la quiere mucho ... muoho; y oye ... " mi Rosa me va l dejar por seguir fsu marido, y hace muy bien; pen> lo siento mucho.

    U na de las primeras instituciones de la mujerf-es la tendencia {la maternidad: las niñas encuentran un placer inefable en ju-gar {las madres.

  • - 35 -

    Amalia tenía la grata ilusión de ser ma-dre de su muñeca, f la que llamaba Rosa. I ¡ - -Mir~Jcontinuó diciendo 'f la Chata' mi -Rosa estrenará el día que se case un vesti-

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    -¿Bigotes?)í, un bigotito, pero como de seda, muy suave y muy bien peinado ... bar-bas no, no me gustan esas barbas de gasta-dor, esas b~rbas gruesas y groseras; nq,¡ni lo permita Dios!4 barba del novio de Rosa ha ' de parecer de seda. I

    -¿ y qué? \ interrumpió la Chata) ¿no le -haces tRosa un vestido para la iglesia?

    -Sí, por supuesto~ un vestido negro de grJ de ~ cuatro pesos vara, todo lleno de adornos, y una mantilla de blonda españo-la de f doscientos pesos. Sí, ese será su tra-je para la ceremonia de la iglesia.

    -¿Pues qué tú sabes todo eso? -Sí. -¿Quién te lo ha enseñado? -Mi nanita. -¿La señora?., ... -Sí, me contó la otra upche su casa-

    miento. -¿Conque ha sido casada? · .-,.i Vaya! -¿Y qué te dijo? - Me informó de que hay tres ceremonias.

  • 1-

    /-

    [w

    - 1\7-

    -Cuéntame es~Jdijo la Chata tomando una actitud f propósito para no perder una sola palabra de Amalia.

    -Pues en primer lugar son los amores. -¿ y cuánto tiempo duran? -Según ... , si la novia tiene papá y mamá

    que se oponen al matrimonio, entonces du-ran mucho tiempo.

    -¿Y si no se oponen, duran menos los amores?

    -Sí, porque entonces se casan pront0. -Yo cre;! objetó la Chatal que los amores

    han de ser más bonitos que la ceremonia. -¿Por qué lo crees? -Por que ha de tener un~ que hacer

    tantas cosas para ocultarse y ba de pasar por tantas ansiedades, que yo creo que ha de ser un, muy feliz.

    -¡Quién sabe! yo no sé de amores por-que nunca los he tenido.

    -Pues yo sí. -¿Tú? -Quiere decir, no fueron , amores sint

    que mi primo ...

    /-

    Jrv

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    - ~8-

    -Ya me vas ~ hablar de tu primo; pare-ce que no sabes hablar de otra cosa.

    -Es que como se trataba de amores ... -Sí, pero eso ya me 10 has dicho muchas

    veces. -Pues bien, por eso crllO que los amores

    han de ser 10 más bonito. -Puede ser)< ¿pero por fin, te cuento 10

    de las ceremonias? -Sí, -Pues quedamos en que primero son los

    amores y después la toma del dicho. -¿Y cómo es eso? -Muy sencillo: viene el señor cura y le

    pregunta ~ unp si es cierto que ... 8, Fulano+ la quiere {: unr, y se contesta si sí ~ si no, y en fin, le hacen l uno una porción de pre-guntas -de que ya nq me acuerdo, en segui-da firma uno un papel y también los testi-gos.

    -¡Ah! ¿conque hay testigos? '-:'Por supuesto. ' -¿Y después del dicho? -Siguen las amonestaciones.

  • -:39 -

    -¡Ah! Y entonces todo el mundo sabe que se va uno ~ casar.

    -Para eso es, para que lo sepan. -¡Ah! ¡qué vergüenza! -¿Vergüenza por qué? - Eso es muy feo. -Pues entonces se pagan sesenta pesos en

    el Arzobispado, y no hay amonestaciones. -¿Sí? -Sí; eso es lo que se Barna dispensa de

    vanas. -¡Mira qué instruída estás! -Todo me lo ha qicho mi nanita .

    . -¿Sabes que los viejos saben muchas cosas? -y nosotros no, todo lo ignoramos. -No, no todo, ya lo ves; yo sé también

    muchas cosas más que tú. -Pues bien, sígueme contando; queda-

    mos en que no hay amonestaciones. -Siguen las donas. -Sí, eso sí ya lo sé, son los regalos, son

    los vestidos, el blanco y el negro, y las alhajas~muchas alhajas ¿no es verdad?

  • /-

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    ~Sí, por supuesto, porque cuando un1 se casa se pone brillantes. -y todo. -Ya se ve. ¿ Pero me dejas acabar? -Sigue. -Porque si me .estás ip.terrumpiendo ... ,It/ . -Ya no chisto. -Siguen las donas y después la ceremo-

    nia, en que le preguntan :f una si recibe por esposo y compañero 'f. .. ,f/ ..

    -¿Aquié??/preguntó la Chata riéndose. -Al que sea~ dicen su nombre. Después

    de la ceremonia la velación.

    ¡~

    -Si, eso ya lo he visto en la iglesia, lo -.Jjc de la cadena y el paño azut todo eso ¿pero . después?

    D ' 1 .)( - es pues se van os novIOs a su casa y / viven juntos~ .

    Hubo un largo rato de silencio: la mate-ria estaba agotada, el casamiento descrito y Rosa la muñeca se había quedado aban-donada:

    Amalia y la Chata navegaban en ese pié-lago misterioso de las dudas de amor y se

  • - 41-

    forjaban quimeras halagadoras; y sin saber por qué aquella conversación las había en-tristecido.

    Al cabo de algún tie~po Amalia le dijo t su amiga:

    -No le digas t nadie nada de lo que he-mos platicado.

    -No. -A nadie. -¿Es pecado? -Mira ....... yo no sé; pero mi confesor

    me ha dicho que las niñas no deben hablar del matrimonio.

    -¿Eso te dijo ? -Sí, porque yo le conté que iba t casar

    ~ Rosa mi muñeca grande, y que por hacer-la trajes no había podido repasar los verbos irregulares.

    -¡Ah! entonces te lo dijo por lo de los verbos; así con razón, si no estudias ... ~

    -Pero siempre será bueno no decirlo. La amistad de la Chata con Amalia co-

    menzó ~ atesorar secretos y r ser por lo mis-mo más íntima.

  • - 42-

    Desde aquel día las dos amigas experi-mentaban un dulce bienestar en conversar : solas é imprimían t todas s~s acciones cierto carácter misterioso, porque aquella conversación sobre el matrimonio de la mu-ñeca era ya para ellas un asunto de cierta gravedad que ellas mismas comprendían pe-ro que se empeñaban en sostener y en fo-mentar.

    Halagaba su vanidad de niÍías la idea de tener un secreto que guardar) un asunto de que tratar ~ solas y se segregaban de las de-.más para ir { reclinarse sobre el barandal de uno de los corredores más lejanos, con objeto de estar ~ la vista de todas sus com-pañeras y a la vez sustraídas ! su curio-sidad.

    Las niñas comenzaban {~ensurar aquella conducta y hasta había lenguaraz que ex-clamara: .

    :-Parecen marido y mujer, nunca se se-paran.

    Dispuesto el corazón ~ recibir las primé-ras impresiones del amor, b!J,sta ~ la mujer

  • I

    [-

    - 43-

    estar en contacto con otro slr para revestirlo de un encanto particular: la Chata y Amalia se querían entrañablemente, gozaban en es-tar juntas, deseaban estar solas, y como los celos son inseparables del amor, especial-mente del amor indefinido, la mayor parte del tiempo lo empleaban en darse celos y satisfacciones mútuamente.

    Esta intimidad iba tomando creces y del matrimonio de la muñeca entraron al terre-no de las suposiciones, personificando más resueltamente la cuestión. J

    -¡Casarse!jdecía Amalial¡qUé felices han . -de ser las que se casan!

    -¿Por qué? -Porque aman, porque .son amadas. } -¡Pero nosotras! /exclamó la Chata con -

    un acento de trí~teza imposible de describirl \ - ' nosotra,condenadas f vivir entre estas cua-tro paredesrsin conocer el mundo ni llos hombres; ¡ Si vieras cuántas cosai'\ . he oído decir de los hombres!

    -¿Sí? -Ya lo ves, aquí todas las señoras gran-

  • 1-

    1-

    J-

    - 44- ·

    d.es no los pueden ver, siempre están ha-blando mal de ellos.

    -¡PObrecitoslldijo 1a Chata, y lo dijo de todo corazón, porque la Chata era muy buena chica ~ por lo menos en lo de abogar por nosotros.

    -Yo creo que los calumnian, porque si los hombres fueran tan malos como dicen+-no se casarían tantas mujeres todos los días.

    -y aún suponiendo que sean malo~dijo, 1. su ve?la Chataj¡qué hemos d~ hacerl ~s necesario conformarse ' y admitirlos tales como son, porque no hay otros.

    - Yo quisiera tener un novio para desen-gañarme. ¿ Y tú?

    -Yo también. -¿Y dejarías de quererme ~mí? -No~jamásl/dijo la qata, dando un

    beso en la frente 1 Amalia . . ~iAy! ¿y si te casas? -Viviremos siempre juntas. ¿Y si te

    casas tú? -También viviremos juntas. Comenzaron los primeros días de la ju-

    J-

  • - 45-

    ventud de Amalia y de la Chata, en medio de todos los sinsabores y sueños de la re-clusión; hasta que un día los parientes de Amalia, que regresaban 'f Oaxaca, determi-naron llevar lla huérfana-#- puespegún todas 1) las combinaciones de familia, Amalia podía ya salir ~ luz y darse f conocer r sus pari'!ntes.

    Amalia y la Chata lloraron muchos días, antes de separarse; se hicieron m~tuús re-galos, se cortaron cada una un rizo de · ca-bello, y se despidieron al fin, recibiendo cada una por su parte el primer golpe dolo-roso: ofrecieron escribirse y se dirigieron la última mirada.

    La Chata, lo mismo que Calipso, no po-día consolarse de la partida de Ulises; pero Amalial que se veía libre, recibía ~ cada paso las más halagüeñas impresiones, y bien pronto entró en un mundo nuevo para ell~ y en el que todos los objetos que la rodea-ban tenían un encanto particular.

    N o es nuestro ánimo seguir paso ;y paso la juventud de Amalia, pues conviene al

  • 1;

    -46 -

    interés de nuestro relato guardar cierto misterio acerca de 10 que t esta joven le pasó en Oaxaca, de dond~como sabe ya el lector, vino 1 México en el polvo de la re-volución y' en los brazos de Sánchez; de manera que volvemos ( anudar el hilo de esta historia en el momento en que la Chata y Amalial después de haberse deja- 1 do de ver algunos añoJ han vuelto 1 ser las ) amigas de colegio. -/ . ' ,

  • J

    . 1-

    CAPÍTULO IV 1-~ .

    EMPJEZAN Á PREPARARSE LAS

    BORRASCAS DEL CORAZÓN .. EN UNA Y .

    ~.i-

    it='::;¡==: acabó d~ decir 'f Amalia al caso venía referente t

    Ricardo, el j~veD por quien tanto se interesaba. .

    -Ya convendrás en que es necesario/de-cía Amali~ que le dé 1: ese joven una cum· plida satisfacción, pues en ningún caso de-seátÍa yo pasar por una persona de mala so-ciedad.

    -Es cierto, pero ...

    1-

  • j-

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    -¿Otra vez peros? -¡Qué quieresl siempre he creído que

    Ricardo es un hombre peligroso. -¿ y no sabes también que yo ' soy una

    mujer discreta, una persona prudente, una mujer de mundo?

    -Todo eso está muy -bueno, y no tenie-go tus prendas; pero esto va! complicarse.

    -Sea lo que fuere, es indispensable que ese joven venga.

    -Supuesto que así lo quieres, sea; pero me lavo las manos; tuya será la responsabi-lidad.

    -La acepto. -Pues no pierdas tiempo; Sánchez EO

    viene hoy ~ comer. -¿No? -Está de Tívoli con los diputados, y ya

    sabes que en casos semejanTes ... -Sí, ya sé; viene 'tIa una de la noche,

    si acaso. -Por lo mismo apresúrate. --¡Amalia ... 'ldijO todavía la Chata en to-

    no suplicante.

  • - 49-

    Amalia hizo uso de su más expresivo ges-to de enfado, y la Chata salió de la sala.

    Cuando Amalia estuvo solaJl..se levantó de su asiento~se animó su semblante como al influjo de una felicidad desconocida rse paró frente l un espejo, y se contempló por lar-go tiempo.

    Fué' estudiand

  • - 50-

    Los profusos rizos que sombreaban la frente de Amalia, no habían perdido el bri-llo grasoso; también aquellos cabellos muer-tos, sin slvia y sin calor, estaban prestando su servicio póstumo, volviéndose t agrupar en graciosas ondulaciones; sÓlo que en vez de sentir en sus tubos correr sus jugos pro-pios, y que ahora conservaban secos en su modificación, estaban también disfrazados de vivos, con una máscara de pomada de heliotropo, y cumpliendo con el deber de hacer soñar al hombre, de hacerlo sonreir, de atraerlo hacia la portadora de esos res-tos mortuorios.

    El corsé, un magnífico corsé de madama Favre, había trazado, como con la varilla mágica de la estética, las líneas clásicas del seno turgente; y debajo de esa encantadora

    . ondulación, apuntalada con barbas de cetá- / ceo, se dibujaba la curva entránte l efpen- ..!.IC. sas de la presión de las costillas falsas, y de una transformación anatómica interior, ver-dadera tiranía de la mujer contra su propio

    - organismo, culto tormento del refinamiento

  • - 51

    y de la inflexible ley de la escultura clá-sica.

    y no se crea que Amalia, en cuya con-dencia podrían caber muy bien las anterio-res apreciaciones, era la víctima resignada de sus tormentos, no; Amalia estaba triun-fante, resolviendo satisfactoriamente el pro- / blema de las apariencias; Amaliafonfun- ¿; diendo 10 que le pertenecía con 10 que debía pertenecerle, se engañaba t sí misma ~on una facilidad de que s~lo es capaz una mujer; estaba de acuerdo con sus propias .correcciones y sin esfuerzo aceptaba aque-lla segunda naturaleza, merced al precioso recurso del refinamiento.

    Amalia, atrapando con artificiosas redes t la juventud que huía, t la juventud que · la había abandonado ya, se engalanaba con los laureles de su triunfo; un·«todavfa» pen- ~ diente de sus libios pintad~s-ro;-caémín, la impulsaba l formar, aunque de las últi-mas, en las filas de la juventud loca que va corriendo tras de los placeres.

    Dió un giro en escorzo para v\!r en el es-

  • - 52 -

    pejo la parte que de su falda dejaba arras-trando~ y recorriendo con la vista e'sa línea oblkua y ondulada que tr.aza'una mujer des-de la alfombra hasta la flor que se sembró en el crePé de su copete, Amalia se encontró irreprochable y se puso . contenta de sí misma.

    Después, y como el geaeral que se ase-gura una vez más de las municiones de re-serva, se levantó la falda para verse los piék> ' CEstos estaban calzados con unas preciosas

    botas de cabritilla abronzada, cerradas con pequeños botones de pasta y terminando en dos graciosas borlas que, suspendidas, jugueteaban {cada movimiento.

    La estatura de Amalia era favorecida en cuatro centímetros, merced flos tacones so-bre los cuales anda hoy la mujer en este mundo, puesta de puntillas para que la vean mejor. - Las flores de la categoría de AmaliaJ(son

    verdaderas flores de salón, que viven en su invernáculo: nunca las busqu~is en las ha-

  • - 53-

    l. ciendas ordinarias y groseras, nunca crealS hallarlas de día sinot al través de un velito de punto ~ bajo un sombrerito que les cu-bre la frente y les sombrea los ojos; nunca pretend~is analizarlas ~ la luz del sol, porque son flores crepusculares y nocturnas.

    Buscadlas de día iluminadas por un rayo de luz, que se ha tomado la molestia de pa-sar lln cristal, dos cortinas de musolina y un trasparente; buscadlas donde haya gas ~ hidrógeno y allí contemplad las l vuestro sabor; allí es donde os invitamos ~ comul-gar con rUedas de molino; aHí es donde de-safiamos vuestra penetración y vuestra im-presionabilidad; allí es donde el enemigo está en su terreno y donde os provoca y os ve de frente, como los pintos en el Sur, co-mo los serranos.

    Allí es donde conoció Ricardo t Amali~: en un baile; más todavía, bailando; más aún, bailando una danza .. fII-

    . La danza ha llegado ~ la categoría de sal-voconducto, ya se le considere como tran-sacción ~ com:o simple en~retenimiento.

  • - 54 -

    Bailando con Amalia ful cmindó.Ricardo experimentó el primer síntoma.

    Hay un aroma de moda que se llamal Ilang-Ilang.'"") e Este aspiró Ricardo.

    Hay más.~ e A Ricardo le pareció muy ligera Amalia.

    Se lo dijo. Amalia seguía bailando sobre las puntas

    de los pits, los cuales parecían dos· pichones blancos que pisoteaban las flores de la al-fombra.

    Tenemos idea de que esto de los picho-mes, t propósito de los pils, lo ha dicho Jo-

    , M ' R / se aria amlrez.;) CNo le hace: prohijamos la imagen ·y la acariciamos.

    Amalia bailaba perfectamente . . Ya hemos dicho en otra parte que en es-

    te mundo, armónico por excelencia, la mú-sica tiene un prestigio sobrenatural y presta impoltantísimos servicios al niño de la al-jaba.

    La vibración de los sonidos establece, tÍo

  • 55

    hay duda, relaciones misteriosas y de un gé-nero íntimo con las vibraciones nerviosas: ¡he aquí una armonía! -

    El termómetro del corazón no es tan sen-sible al calor como tIa música: ¡armonía.!

    El amor estático se desarrolla como los árboles, t grandes periodo~ muévasele co-mo el b9ticario que emulciona ¡.In droga~ póngase en movimiento acompasado ~ un novio y resultará la ebullición.

    Hay más: trasladad lla mujer del toca-dor al salón, en donde hay un indiferente que ... que está allí; contad con que en la primera mirada va ese fluido magnético que se llama simpatía~ entonces la mujer y el hombre, después de verse se miran, después se observan y después se estudian.

    A este punto resuenan las notas subversi-vas de una danza: el hombre en virtud de una dulce transacción social muy aceptable.,

    ~ . se atreve a pretender de la mujer todo ·esto de buenas ~ primeras:

    -Señora, voy 1 permitirme rodear la fle-xible y encantadora cin,tura de usted con

  • -;sr, -

    mi brazo derecho; ~ tomar en mi mano iz-quierda, la manecita de usted; {colocarme tan estrechamente Q1,le pueda beber su alien-to embalsamadD)( y percibir qué clase de .pastillas usa usted para aromatizar el aire q1,le sale de sus pulmones; no será extraño que mis patillas, que como usted ve, las lle-vo peinadas ~la Maximiliano, toquen la de-licada ep¡dlrmis de usted y le hagan cos-quillas: en una palabra, el destino tiene la bondad de ponernos vis 1 vis en el primer momento de encontrarnos en este valle, que no tengo motivos para llamar de dolores, como algunos quejoso~.

    Todo esto traducido en idioma de salón, se dice así:

    -¿Tiene usted la bondad de bailar con-migo esta danza?

    Con esta traducción la cosa cambia com-riletamente~ y la señora se abandona bon-dadosamente en brazos del caballero.

    Todo esto, ni más ni men9S, le sucedió t: Amalia y f Ricardo.

    Uria vez colocado Ricardo en tan venta-

  • - 57-

    josa posición, en la posición que hemos pro- /_ curado describir, le quedaba aún e~pedito ....., el uso de la palabra; esa preciosa preroga-ti va del hombre, y no así como quiera, no la palabra parlamentaria, ni la palabra co-

    , . X ' 1 IIp lb ' '/ L • , 6 I mun y cornente, SIllO as a a rztas, que ~ entre todas las que dice el hombre,. son las que mejor le salen.

    ¡Hlaquí un momentoindemnizador! ¡he aquí el orsis de las palabras-prosa, de las muchas palabras-paja, de las palabras-de-sierto! ¡\lt aquí la enhorabuena de haber venido al mundo!

    ¡Oh bienhadado predicamento! ¡oh di-cha! ¡oh expansión! Todo se da de barato en el tal valle de lágrimas, con tal de llegar

    ~esto::> , ~ , 1I I ¡ A decir pal!!J!!:.i!g.s! Ricardo estaba en esta envidiable posi-

    ción. Cerca, muy cerca de la orejita de Amalia

    estaba la boca de Ricardo.? e Los nervios de la léngua de éste, estaban experimentando una inquietud desesperan-

  • - 58 -

    te. ¿ Cómo no hablar y cómo hablar en tal situación otra cosa que palabritas? f

    --¡Que ~ien. baila usted!ldijO Ricardo. --No senor ... #- . -¡Divinamente! Es usted ligerísima. De vez en cuando y de una manera fu-

    gaz, se mezclaban 'f los acentos de la danza algunas palabras que no contentas con re~ crear el oído de Amalia, se pasaban ¡(lo lar-go exponiéndose 1 que las atrapara algÓn concurrente. Estas palabras, en su carácter

    ~ de'~alabritas:lno dejaban lugar f duda, una vez casi todas las que pudimos ofr eran ad-jetivos sustantivados, como por ejemplo:

    ¡Divina! ¡linda! ¡encantadora! En el capítulo siguient~ veremos el es-

    ~ trago de estas'~a!:!!!!:i!.as:1

  • J

    , CAPÍTULO V f...... ~

    AMALIA, COMO LOS 3!E--

    GENERALES, DA LA PRiMERA ACq~

    QUE SE LLAMA «RECONO-

    C~~ --., ~~~, calculando el grlIdo de

    penumbra que era conveniente para mostrar sus atractivos, co-

    rrió transparentes de los balcones y se sentó l esperar.

    Al cabo de Ul\a hora se presentaron en la sala la Chata y Ricardo.

    Amalia se levantó de su asiento para re-cibir al reci~n llegado. ' '

  • - GO-

    -Señora, dijo Ricardo saludando, vengo á ponerme nuevamente á las órdenes de usted, y sería muy feliz si en algo pudiera serle util.

    -Confieso, contestó Amalia, que mi con-ducta acerca de usted requiere una explica-ción, y voy á darla, pues en ningún caso quisiera aparecer como una persona ligera é imprudente.

    -¡Malo! pensó Ricardo. -En el último ' baile, continuó Amalia,

    he tenido necesidad de ser desatenta. -No comprendo. -He cometido una falta. -¿Una falta? -Aunque involuntaria. -Pero señora, yo no sé qué falta .... -Es usted muy bondadoso, supuesto

    que la olvida. -Si la he olvidado, esa falta no puede

    ser grave. -Sin embarg, voy á darle á usted una

    explicación, porque yo soy muy franca. -Señora, insisto «n que cualquier falta

  • - ül-

    que usted haya podido cometer, debe olvi-darse con solo que usted tenga la in tenci ón de satisfacerme.

    -¿Rehusa usted mis explicaciones? -Es que no estoy ofendido. -Pero usted debe haberme calificado

    mal, yeso es grave, y como comprenderá mted, tengo el deber de desvanecer esa calificación.

    -¿Calificar á usted desfavorablemente? no en mis días, muy al contrario, yo he sido el culpable, yo que me he permitido .....

    -¿Se refiere usted á la danza? -Sí. -Ya hablaremos de eso, pues lo primero

    es vindicarme si usted me lo permite. -En ese caso ..... . Ricardo hizo un movimiento que indi-

    caba que se resignaba á oír, y Amalia cam-biando de actitud continuó:

    -Soy de Oaxaca; y aunque vine muy niña á educarme eq el Colegio de las Viz-caínas, he residido constantemente en níi país natal. Yo soy una mujer .....

  • 1-

    .1-

    ~.

    1-

    - 62 -

    Ricardo se acercó un poco. I J -Yo soy una mUjer,.}continuó AmaliaJ - ' I

    muy franca y usted me inspira una co n-fianza suma. .

    -¡Amalia! .... }exclamó Ricardo permi-tiéndose p.or la primera vez la familiaridad de llamar { Amalia por su nombre.

    -Sánchez, como deberá usted saber, no es mi marido. .

    -¡AhIJexclamó Ricardo como si hubiera acertado un albur.

    -¿No lo sabía usted? Ricardo se tar-dó para contestar y pro-

    nunció «sJl> con el mismo acento con que hubiera dicho «no sabía una palabra.» I

    -Por otra parte~ I continll;ó Amalial us- -ted que es hombre de penetración y de mundo .... ,

    Ricardo se permitió la coquetería de re-cojer esa flor con una sonrisa. I I

    -Habrá comprendido~lagregó Amalial -:-' que entre Sánchez y yo ... ~

    -¡Ah! por de contado; hay una distan-cia) Si verd~deramente no se comprende

  • - 63 -

    cómo una mujer de los atractivos, del mé-rito, de la hermosura de usted haya podido unirse! un hombre que ... , el señor Sán-chez es una persona muy apreciable, yo nada digo, pero su educación, sus princi-pios, su carácter. .....

    -Considéreme usted, Ricardo. Amalia inclinó la cabeza dejando que Ri-

    cardo diera rienda suelta t su imaginación y conpsiderabr.a} A, mal~a m~uy desgrdacáiada. d ,}_ 1_

    - ues len.,. contmu ya po ruste figurarse el género de vi a ~ que estoy su-jeta, porque además Sánchez es ~eloso.

    -¡Tr! ¡tÍ! id! ¿Celoso? ¿Con que es celoso el seií.or Sánchez?

    -¡Qué dice usted qué atrocidad! -Ya se vé, conocerse t sí mismo ... JI.: - -Eso. -¿.conque se encela? -Sí. -¿Y de quién? ¿se puede saber? -De usted. -¿De mí? ¡Santo Dios! ¿De mí cuando ... 1 -Todo por la danza aquella.

  • - ü4-

    -Oiga usted, Amali~ ¡qué danza!¿Cree-rá usted que la he mandado r buscar por todas partes?

    -¿Y para qué? -Para guardarla como un recuerdo del

    rato más delicioso de mi vida. 1 -Vamos, vamos, RiCardo,./dijo Amalia -

    reconviniendo con una sonrisa cariñosaj no 1-vaya usted l dar un fundamento sólido ~ , los celos de Sánchez.

    -Tendría razón . . -¡Ah! pues yo no quiero que S'nchez

    tenga razón. -¿No? -Sobre que ese es mi sistema. -Ya se vé, es muy posible que nunca la

    tenga; y decididamente el talento está de parte de usted.

    -No diga usted eso, y si me consi-dera superior (Sánchez, eso no me envane-ce, porque es bien fácil ser superior t: un tonto.

    . Por supuesto que cuando la conversación llegó t este punto, ya la Chata había encon-

    ) ,

  • -li5 -

    trado un loable pretexto para retirarse pru-

    dentemente. J J -Pues bie~lcontinuó Amalia/la noche - -

    . del baile, se enceló Sánchez de una manera estrepitosa con el frívolo pretexto de que usted me enamoraba.

    -¡Yo! -Sí, y todo porque platicamos; como si

    no pudiera un+ hablar con nadie en socie-dad.,. ¿pues t donde íbamos t parar?

    -Sobre todo cuando la conversación es el pasto del alma. -y que lo que nosotros hablamos ... ¡jIt.. -Es cierto que yo me permití decir !

    usted ... ., -Usted es un hombre galante que tiene

    talento para decir flores ~ las señoras, pero eso nada tiene de reprobable, al contrario.

    -¿No es verdad? ¿qué hombre ... , . -Ni ¿qué señora ...• Pues bien, dió y to-

    mó Sánchez que usted me hacía el amor, y sin permitirme despedirme de nadie, me dió mi abrigo y desaparecimos, y yo me quedé con la horrible pena de dej~r l usted

    5

  • -!i6 -

    pendiente para la segunda danza, sin darle l usted una explicación de mi conducta.

    -¿ y ha tenido usted la bondad ... ,-. -De rogarle ;r la Chata; que eS tan bue-' ., l' ~ d na amIga mI a, que sup Icara a uste ... 4-

    -He sido el objeto de una fineza por parte de usted, que no olvidaré en mi vida; y ya que por la amabilidad de usted puedo contarme en el número de sus amig01. ¿me será lícito preguntar ~ usted si la cosa paró en ese disgusto?

    -No, Ricardo. Figúrese usted que yo me salí del baile ... ¡ ya puede usted figurarse cÓmo me saldría, pero eso sí, se lo puse t usted de oro y azul.

    :-¿Al señor Sánchez? -Sí, le dije que ese sistema bárbaro de

    encelarse por quítame ahí esas pajas+ iba t dar un resultado funesto; le dije que ya es-taba cansada de tolerarle esos arranques pro-pios de los hombres sin cultura y sin socie-dad, y le hice ver, en fin, los peligros t que se expone un hombre imprudente y celoso hasta el rídiculo.

  • - G7-

    -iAh/ eso es horrible! -y ¿cree usted que se convenció? ¿que ha

    call1biado? 11> señor, al contrario, muy al

  • - 68 -

    necesidad de amparar r la desgracia opri-mida, de redimir! la esclava de su deber, de sacrificarse por aquella beldad romántica que tenía arranques de franqueza y golpes de efecto.

    La vanidad cooperó no poco t que Ricar-do se entregara maniatado t: su instigadora, cuyas imprudencias eran ya para Ricardo otras tantas pruebas de un -temple de alma sublime y de no sabemos cuantas otras vir-tudes relevantes.

  • CAPÍTULO VI'¡-~

    ~A CASA DE ~ÁNCHF~Zf-

    ~ ~ ~L lector no conoce de la casa de ~ ~1 Sánchez, más que el tocador de ~ "'" Amalia y la sala.

    Le invitamos r pasar adelante. En la asistencia, que es 'una pieza alfom-

    brada yen la qu«?~ pesar de lo costoso de algunos 1l.luebles, reina cierto desó'rden y desaseo, estaba instalada hacía dos horas una verdadera tertulia.

    "En un sillón verde estaba don Aristeo.;, eDon Aristeo era un hQmbrecito de edad

    dudosa aunque podría tener cincuenta años; era magro, de pelo negro entrecano, grue-

  • 1-j:x.

    1-1-

    - 70-

    sas cejas y mirada huraña; tenía los ojos constantemente ribeteados por una linea roja y los lagrimales espaciosos y. rubicun-dos; estaba envuelto en una capa parda y paseaba sus miradas a1ternat~vamente sobre cada uno de los personajes que iban toman-do la palabra. "

    Don Aristeo era compadre de Sánchez. -¡Pobre de mi hermano!ldecíadoña Fe- "

    lipa, mujer entrada en edad, trigueña y un I tanto efotenuada por una .tos que pad~cía1 -

    j pobrecito I ya no es posible ver "lo que se sacrifica; el hombre trabaja, el hombre se afana, el hombre está pendiente de todo" y de todos con una asiduidad y con una cons-tancia ejemplares.

    -Es una presea el señor de Sánchez,c.. / \dijo una anciana con voz de sochantre] si -no fuera porque es un poco hereje yo lo

    querría más. I -¡Cómo herejel/dijo doña Felipal usted -

    llama hereje "{ todos los hombres ilustra-dos, "{ todos los que no participan de las preocupaciones de usted.

  • 1-

    -71-

    -¡Ave María Purísima! Felipita, si co-menzamos hablar de política, resulta lo del otro día.

    ,-Eso no es política. -No será, pero como es ustedl~!trdlde- ~

    fiende usted todas esas cosas. --Yo no soy pura, soy liberal, porqúe

    soy ilustrada y { mucha honra lo tengo+-I r~plicó doña Felipa haciendo dos co~torSlOnes.

    -Que lo diga el señor don Aristeo que es hombre doct~ linsistió la vieja choco-latera.

    -Ya sabe ust~d, mi señora doña Anit~ j I contestó don Aristeol que no me gusta me- -terme en cuestiones de ese carácter; yo soy el primero en lamentar los extravíos de la impiedad y de la reforma, y acá l mis solas y por evitarme de controversias tengo muy presente en ,mis oraciones 1 todas las almas descarriadas por cuya salvación ruego t Dios Nuestro Señor todos ':los días.

    -Quiere decir que usted también cree que el pobrecito de mi hermano es hereje!

  • - 72 -

    -Mi estimado compadre y amigo, su hermano de usted,K es una persona para mí sagrada porque bas~a que le coma el pan ,para que yo tenga el deber de respetarlo; pero no obstante, ya algunas veces le he predicado, en descargo de mi conciencia; m~ compadre es un bello sujeto y siento en el alma que esté contaminado con las ideas nuevas; estas ideas, mi señora doña Anita, que han perdido y están perdiendo tantas almas.

    -Eso, eso, señor don Aristeo, las ideas; Felipita tiene esas ideas y por eso se inco-moda cuando le digo pura.

    -Ya he dicho que no soy pura sino I liberal, y que una cosa es que unf tenga ~ ideas de ilustración y otra que sea hereje.) como se permite llamarme la señora doña Ailita, persona que no porque peina canas está autorizada para tratarme así.

    -Lo siento mucho, Felipita, pero es cier-to; y si no vamOs l ver' ¿usted dónde oye misa? ¿á que no me lo dice usted, mi alma?

    --Oiré misa donde me dé la gana; yo no

  • - 73 -

    soy hipócrita ni necesito hacer alarde de devota ni probarle ~ nadie lo que creo.

    -¡Qué tal!¡gruñó doña AnitaJ ¡qué tal! "ga salió ciert9tino lo dije? tstá usted exco-mulgada, y como que sí. .

    -¿ Yo excomulgada? lnire usted, señora dolia Anita, que tengo muy mal genio, y en tocándome las gen.erales y sobre todo t cosas de conciencia, no veo pelo ni ta-

    maño y .... I I -AdiÓ~ dijo la vieja me va f comer. -¿Qué sucede?1 gritó un pollo en man-

    gas de camisa que se estaba poniendo la corbata/ ¿quién grita aquí, quién alborota? ~en había de ser; tía Anita: Siempre que viene hay una camorra y en presencia de don Aristeoj contenga usted l esa gente, respetable señor.

    -Yo no me mezclo en esos asuntos, son cuestiones muy dellcadas sobretodo tratán-dose de señoras.

    -Me alegro que te descolen/dijo la vieja chocolatera' los niños tampoco deben me-terse en esas cosas.

    J-

    ./.-

    1-

  • Ir

    - 74-

    -¿Quién le ha dicho ~ usted que 'no? ~s niños de hoy sabemos más que todas ustedes las octogenarias~ apergaminadas y ri- . dícuIas; y siempre que usted, tía Anita, ven-ga l alborotar mi casa, ha de oír mi lengua.

    -¡Cállate, maldiciente, herejote! -y usted, harpía, rata de sacristía, Ma-

    dre Celestina: deme usted un polvito, Ma-dre CelestinalUsted debe reducirse l rezar su rosario y dejamos '{ nosotros en libertad de hablar y de discurrir según . el espíritu de la época .

    . -El espíritu corrompido dela época. -Que no es la de usted, sino la de los li-

    bres pensadores. -Eso eres tú, tú eres libre pensador. -Sí, fmucha honra lo tengo, porque soy

    un hombre libre. -Un libertino querrás decir,¡Dios me li-

    bre de tí! Tú sí que estás excomulgado, he-reje; no tengo más consuelo sino que allá abajo, en el purito infierno, es en donde vas ~ recoJer el fruto de tus libertades y sus ilustraciones.

  • 77-

    -El infierno salió borrego.) tfa Anita; ya no existe más que para las viejas como usted que son las únicas dignas de permanecer en la tierra caliente por toda la eternidad.

    -Ya quisieras ser tan buena cristiana co-moyo.

    -Vamos, vamos, que se acabe la disputa, J señoral dijo rjJ. Aristeo con aire de suficien- I J.,nv cia y conociendo que la cuestión tomaba un carácter alarmante.

    Rein.) de pronto el más profundo silencio. Las escenas de esta clase~se repetían con

    frecuencia en la casa de Sánchez; y como quiera que 10 que allí pasaba reconocía cier-

    o o 1 d to ongen que Importa a to os conocer, pro-curaremos dar más detalles acerca de la for-mación de aquella colonia doméstica, que buenamente se daba t conocer con el nom-bre de la familia de Sánchez.

    Sea Sánchez el tronco, y examinémosle..-, CSánchez como hemos dicho ya, era un personaje nuevo, fruto maduro del/~nde1{Y ~

    " o "d Id ' ~ tellganse e nuestras cosas, resu ta o In-mediato del torbellino revolucionario. Sáh-

  • -78 -

    chez, oscuro, pobre t ignorante, hubiera muerto en su pueblC! Ilora'do por unas cuan-tas buenas gentes.

    Pero dióle por cursar la ciencia política con el tendero de su pueblo, que recibía al-gunos periódicos de Méx~co; fut amigo del prefecto, y como tal tuvo que ver, primer~ con la Junta patriótica, después con el Ayuntamiento, luego con la Junta de ins-trución pública; y poco t poco Sánchez, el oscuro Sánchez, se fuI haciendo persona; no aprendió la política ni la historia, ni en otros libros, sino de ofdas con los que hacen la política, que son los verdaderos maestros,

    En poco tiempo ya Sánchez sabía que la política eleva f los hombres . .., eQue en política, el fin justificá los medios.::;) eQue se debe trabajar para sí propio, ha-ciendo· creer que se trabaja por los demás.;:) e Que en política, todos son escalones.::> eQue es necesario tener mucho cuidado con el patriotismo, porque éste suele, si es / J, • bueno, ser un ingrediente 4te destruye las fVV mas sólidas bases de cierta política.

  • - 7!)

    Que también es necesario tener mucho cuidado COIl el corazón, porque los políticos no deben tenerlo . . Que por las circunstancias c1imatéricas y

    de otro género del país, la fuerza de inercia es una de las fuerzas más provechosas, como se sepa manejar, etc, etc.

    Cuando Sánchez supo todo esto, fu!' ya político y aún se lanzó al editorial con brío y con fl, para ceñirse el doble laurel del pe-riodista.

    Sánchez era ya presentado t: las notabili-dades revolucionarias como político y como periodista, todo lo cual le permitió hincar un diente en la ley de 25 de Junio, volvién-dose propietario."::) eSe adjudicó iglesias, cementerios, casas, solares, coros, sacristías, ranchos y capi-tales.

    Sánchez, en esa época feliz de la desa-mortización, no necesitó más que abrir la búca para decir en papel sellado: Illsto es . ü~ ~

    111 - r ll """'-mIO.

    -No se necesitaba más. Cierto es que la

  • - 80-11 .

    ley había tenido la honradez de decir ~-d /1 .1 d ' b' . ~; pero os compra ores sa Jan mejor que la ley dónde les apretaba el zapato, y com-praban con todos los requisitos legales, su-primiendo la insignificante formalidad de . entregar el dinero.

    Sánchez aprendió r hacer fortuna como había aprendido t hacer política: de una manera expeditiva y sin complicación ni grandes cálculos.

    Cuando Sánchez tuvo un papel en la ma-no, en el que la ley lo investía con e! ca-rácter de presunto dueño, Sánchezjhaciendo

    ~ . poco caso del/~~to:' vendió lo que no podía comprar, porque no tenía con qué.

    y resolviendo con facilidad el difícil pro-blema de vender lo que no había compra-do, encontró la piedra filosofal.

    Por supuesto,( qu~ una vez en posesión de esta piedra rara, S.ánchez fulotra cosa.

    El dinero hiz,?como siempr~ su trasfor-mación; le dió f Sánchez ese tinte que sin tener color puede llamarse dorado, y Sán-chez comenzó (, ser un sujeto muy apreciable.

  • · - til -

    Como todo le cogía en deseo, se embo-~. rrachó seguido con ~hampatH, se mandó ~ J

    hacer mucha ropa, compró muchas cadenas de reloj y muchos brillantes, comió mucho hasta engordar y se volvió pulcro de la no-che l la mañana.

    N o pudo tolerar una camisa de dos d{as, . y se admiró en su interior de haber podido

    vivir treinta años sin calcetines. Al poco tiempo, Sánchez se olvidó de su

    pasado. ¡Ingrato! Una de las cosas que se le avivó lSánchez

    con la opulencia fut el amor; de pacífico se tomó en ardiente, y también se admiró de cómo había podido amar (lo pobre.

    Sánchez tuvo muchos amigos y muchas amigas, pero entre todas Amalia se llevó la palma y fu! por lo que Sánchez se llevó t Amalia.

    Como Sánchez no era fuerte en materia de leyes ni de política, ni mucho menos en cánones, pues como he¡l1os visto estudió en la tienda del pueblo todo lo que sabía, re-sultó casado por el mismo procedimiento

    6

  • - 82 -

    expeditivo por el que ha,bía resultado rico; no encontrando inconveniente en que así como había suprimido el dinero para com-prar/podía suprimir la bendición para casar-se, y así"como había vendido antes de com-prar, bien podía llevarse · l su mujer antes de casárse con ella.

    En todos casos Sánchez iba siempre r su . fin por el camino más corto, y este sistema le hab(a probado perfectamente.

    Tal era Sánchez. Siempre ful solo; pero desde que enri-

    queció, tuvo, no una familiaJsino una colo-nia doméstica, que dará toJavía materia t nuestras habladurías.

    Hablaremos de don Aristeo,C) e Don Aristeo era el ad reventaudum de Sánchez. Nótese que todos los personajes, especialmente de los acabados de hacer, tienen un don Aristeo.

    Don Aristeo conoció pobre {. Sánchez. Don Aristeo había emP!lndido la carrera eclesiástica; pero las '¡eyes de Reforma aguaron sus proyectos santos, y se quedó

  • - 83-

    sabiendo más d e sacerdote que d e se-glar.

    Con motivo de lasieyes de~eforma, don Aristeo se dedicó al estudio de las grandes cuestiones que se suscitaron entonces, y aún se permitió dar t la prensa, aunque no con su nombre, algunos largos opúsculos combatiendo el matrimonio civil, la libertad. de cultos, la independencia de la Iglesia y el Estado, y otros varios asuntos de no menos importancia.

    Estos estudios le dieron cierto valimien-to con el clero herido, y ful don Aristeo objeto de señaladas distincioaes por parte de algunos doctos señores de la Iglesia Catqlica.

    Prestose don Aristeo t administrar cier-tos bienes ocultos de acuerdo con Sánchez, bienes sustraídos tIa rapacidad de la ley de marras, y que aún permanecen ayudan-do al culto, aunque bien segm:os ya de los famélicos adjudicatarios.

    Don Aristeo, como se vI, profesaba ideas diametralmente opuestas tlas de Sánche5

  • - ~±-

    pero Sánchez era su c9mpadre Y le debía tantos favores, que los dos compadres lle-vaban algunos años de dar el espectáculo de una rata y un gato en la misma jaula.

  • CAPíTULO VII¡--ffl.-:- .

    ~q~A=E=L=. E=L=E:¡:N=C=O==D=E::;:L=A=F=A=M=IL=I=A - DE iÁNCHEz.¡--[1 h',",ana d, "n,h", doña F,]i-

    .:J :t 00 ' ~. pa, n~ habí~ visto t su he:mano en qUince anos, porque Sanchez

    no creyó necesario tener hermana siendo pobre; de manera que cuando enriqueció buscó t la pobre de Felipa, la cual estaba al servicio de unas señoras muy devotas y muy buenas.

    Doña Felipa era más fea que su hermano y 1. pesar de todo fut insuficiente esa se-gunda mano que había trasformado t Sán-chez.

  • · - 86-

    Doña Felipa siguió siendo fea t inculta) pero al saber que venía l Mexico, y como por otra parte había ya cobrado mucho cariño t Sánchez, s e dejó civilizar por éste. ...J

    De manera que, ~lo mucho que f.' Feli-pa sabía en materia de retroceso y preocu-paciones, se agregaba el conocimiento de todo lo que Sánchez le había enseñado, ' y resultaba una enciclopedia de barbaridades, s610 atesorables en una entidad anfibia como doña Felipa.

    Doña Felipa/en su calidad de fea de so-lemnidad, había apechugado rabiando con su estado honesto. Quedarse; hl aquí un

    1/ greg!!!itd'reservado por la suerte en la na-turaleza, entre todas las hembras, s&lo á la eujer . ., . , • 1/ 1f.tU .L . (

    Lamu]er es la umca que se queda f '~ Estas que se quedan, en cambio nunca se

    quedan por cortas, y por medio de una len-ta sucesión de desengaños, asumen su so-beranía en la lengua; y hacen muy bien, al menos atendiendo al sistema de las compen-

  • - 87-

    saciones, porque el mundo~ue nada perdo-na el muy p'ícaro, les llama ~ voz en cuello doncellas recalcitrantes y les prodiga otra porción de epítetos, no menos provocativos y venenosos.

    Antes las feas se quedaban para vestir s~ntos¡ pero ahora que no hay santos que vestir, se quedan para todo lo 9ue se ofrece.? e Doña Felipa se había quedado para albo-rotar, para discutir, para regañar, para bur-larse de todo, para matarse lentamente con su propia bilis .

    .Tal era doña Felipa. El pollo que se ponía la corbata, le lla-

    maba t Sánchez su tío, y no sabía por qué, ni nosotrostampoco¡ pero como esto de los parentescos se pone cada día más intrinca-do, no nos atrevemos l'sacar de rastro- la consanguinidad del pollo con Sánchez¡.y t nuestra vez nos conformamos con que sea sobrino en uso t no de todos sus derechos.

    El pollo se llamaba Julio, y era el que más pronto había recibido el tinte dorado de que hemos hablado. Julio era ya un po-

  • - S3 -

    110 elegante. Por supuesto, era empleado, porque esto de las oficinas es el maná más propicio de la patria.

    N o sepa usted hacer nada, no tenga usted oficio ni beneficio, no tenga usted patrimo-nio ni porvenir, y estará usted sentenciado por el orden natural de las cosas t morirse de hambre; pero para estos casos tiene la madre patria el maná de los destinos públi-cos, y de sentenciado se convertirá usted en persona decente.

    Julio tenía todo esto encima, quiere dc-cir.)rsu inutilidad, su ignorancia, su pobreza, su oscuridad y su insuficiencia; era, en fiu, un legítimo desheredado de la suerte, del talento y de la instrucción; pero era sobrino de Sánchez.

    El día en que averiguó este parentesco, se volvió loco de contento, y cifró en Sán-chez todas sus esperanzas.

    Como Sánchez era ya personaje que tenía amistad con los ministros, y con el presiden-te y con muchos hombres de pro, pudo sin dificultad colocar t su sobrino.

  • - 8~-

    El sobrino colocado contempló con pla-cer su propia transformación, y llegó para él erdía glorioso de exhib~rse por esas calles ataviado y pulcro y elegante como un prín-cipe heredero.

    Aprendió t: ser cócora de los títeres y t hacer el o~o, l blasfemar y t ser 10 más es~ túpidamente sentencioso que se conoce.

    Este era Julio, miembro constituyente de la familia de Sánchez.

    La Chata formaba también parte del elen-co, pero de I(voto,' quiere decir, comía allí ;uchas veces, dormía otras ~ se trasladab:l t la casa por temporadas.

    La Chata tenía su historia y seguía siendo mocha, pero vergonzante.

    Estando en el Colegio de las Vizcaínas, t donde la dejó Amalia, acertó l salir algunos . años después para vivir con sus parientes.

    La conoció un señor vestido de negro, y quién sabe por qué se acordó tanto la Cha-ta de la conversación aquella que había te-nido con Amalia respecto del casamiento de la muñeca Rosa. T ~ se ~

  • - \.l0-

    'J5 • 18'm; la Chata de esta conver-sación, que el del vestido negro se lo co-noció.

    Naturalmente aquel señor no estaba des-provisto de curiosidad y - empezó t hacerle preguntas lla Chata, hasta que le refrescó las especies.

    La Chata entró en detalle~ Y; como en el colegio, pasó de la. muñeca r su persona; y una vez personalizada la cuestión se casó la Chata con el señor del vestido negro.

    Ese día se acordó mucho la Chata de Amalia y de la muñeca.

    No había acabado la luna de miel, cuan-do el del vestido negro hizo un viaje.;;J CNo volvió.::) CPor vía de codicilo supo la Chata un día que aquel señor de la luna de miel era c~sado.

    y la Chata se quedó en el aire. Desde entonces no tuvo residencia fija:

    unas véces desaparecía por varios meses; otras no se veía otra cosa por todas' partes más que l la Chata; unas veces vivía con

  • 1-

    - 91-

    unas amigas y otras con otras; la conocían .en todos los cajones de ropa, donde tam-bien la conocían con el nombre de la Chata.

    Entraba al Sol. I -Ahí está la Chataf ¡decía un depen- -

    diente.

    -BHuendos dtías, Chtadt\ ¡qntUé mtilabgrlO!Ch 1-- a e es ar us e '1.: co ;es a a a a-

    1 _ · ta que las muchachas van a la tama-lada. N .. .

    -¿A la de las R ... #? . -Sí, las convidaron los Bustos. -¡Ah! y ... ,. -Van todas de blanco. -y usted, como siempre, va ~ disponer

    los trajes; bien, muy bien, como tiene us-ted tan buen gusto 1..., Voy l ensefiarle l usted unas musolinas de la India que aca-bamos de recibir.

    -¿Muy caras? -No, criatura, qué caras, si son regala-

    das; llegaron antes de ayer y se están aca-bando, son riquísimas.

    -A ver.

  • H.·;

    -!l2 -

    Ya otro dependiente había colocado so-bre el mostrador los bultos.

    -Vea usted qué tela, Chata,lle esto no ha venido nunca ~ México; hecho el Yes~ido queda primoroso; generalmente los ha-cen encañonados.

    La Chata se decide por la musolina, hace sus cuentas, no le· alcanza el dinero, da lo

    . que lleva, le apuntan el déficit t su cuenta corriente y le regalan un retazo de grt, dos cajas vacías, un rollo de cintas y un abrigo de brin del teréio de las musolinas.

    La Chata le dr la mano t todos los de-)fC •

    pendientes, recoge tres o. cuatro flores y carga con la encomienda.

    La Chata era muy útil, iba ~ los bailes y bailaba bien; tenía en las uñas las historias íntimas de todas sus amigas que eran mu-chas; la convidaban al teatro y al paseo y tenía semanas en las que sus costumbres eran enteramente aristocráticas, porque se las pasaba en casa de las ~ ~ de las .B ••• (g:~ &a muy inteli~ente en comprar,

    . tenía buen gusto, leíaJá Moda Elegantj y

  • Cj_

    -!l¡j-

    sabía hacer todas esas curiosidades de ma-nos, tan inútiles como costosas, y que son el gran asunto de las señoras ricas que no se han emancipado completamente de la aguja.

    Tenía r la sazón h Chata el compromiso de ayudar ~ unas amigas l acabar una car-tera de cuentas, con otra!l emprender un cojín bordado. en canevá, con otra amiga bordar una gorra griega y con' una novia unas pantuflas.

    La Chata hacía muy buenos dulces y los hacía de encargo.

    A la Chata se le podía encargar un pla-tóa de cocada, unos cubiletes de almendra, unas peras en pasta de almendra, unas que-sadillas de Guatemala t cualquiera cuelga.

    Llegaba la Chata t una casa y un mo-mento después estaba rodeada de la familia.

    - ¿Qué se les ofrece, muchachas? -Qué se nos ha de ofrecer, Chata de mi

    vida/dice una señora/ que el jueves es el día de San Ruperto.

    -¿Y qué?

  • - !)4 -

    -¡Cómo qué! Chata de mis pecados)( ¿ya no te acuerdas de mi padrino el señor canónigo de ... ~ .

    -¡Ah~sí, ya caigo¡( ¿y qué quieres qu~ se haga en tan poco tiempo?

    -Esa es mi apuración, y luego que no es lo peor el tiempo, sino la bolsa.

    -N o me digas, si todo el mundo está ... -Pero en fin, aunque sea haciendo un

    sacrificio. -¡Pero mujer! -No hay remedio, toma mis alhajas y

    me haces favor de llevárselas r Pancho Cendejas, le dices que por un mes nada más y r ver lo más que le sacas.

    -Bueno¡(¿y qué piensas? -Comprarle una alba, ya sabes que las

    hay lindísimas, y le haremos además r mi padrino un platón de huevos reales que le gustan mucho; yo quería regalarle su mo-lienda de chocolate como todos los años, pero se me vino el tiempo encima y ya no se pued~¿qué dices?

    -Pues voy corriendo.

  • - !)5

    -¡Ay! Chata de mi vida, sacarás una al-ma 'del purgatorio, mira que estoy atribu-lada. .

    La Chata se va, compra, vuelve, diriJe, corta, dispone, hace el dulce, se queda t dormir, la obsequian, la miman, sirve admi-rablemente y la , quieren todos, porque es buena para t?do.

    Tiene además Sánchez en su casa+-un po-bre hombre que se llama Pizarro, que ocu-pa el lugar medio entre el criado y el amigo.

    Pizarro ha sido soldado, pero sin ' haber pasado de carne de cañón; tiene once heri-das y está ya casi inútil, vive con casi todos sus huesos rotos, y un resto de voluntád y de carne le ayudan { seguir cargando su es-queleto roto por este mundo.

    Pizarro quiere mucho t Sánchez porqu.e le salvó la vida; lo mandó curar el último día en que t Pizarro lo medio mataron.

    Pizarro sanó, y no se volvió t separar de Sánchez. Todos los compañeros de Pizarro eran jefes, todos eran felices, todos eran personajes. Pizarro era una resurrección, un

  • - %

    mueble roto; tenía tantas heridas en la ca-beza que no tenía memoria y tartamudea-b:l; le faltaba una .mandíbula y tres dedos; y el pobre Pizarro aún se afanaba renguean-uo y sonriendo por halagar r Sánchez.

    Pizarro cuidaba las armas, porque Sán-chez, aunque civil, era hombre de armas; pero no 'de armas tornar, sino armero.

    Corno había andado en la revolución te-nía pistola de Colt reformada y carabina americana de 14 tiros y puñal.

    Nada de esto le había servido nunca t Sánchez para nada, porque no había mata-do ni moscas, ni había sido necesario tam-poco; y había quien creyera que Sánchez no debía tener aquel arsenal. .

    Amalia se lo había dicho muchas veces. Pero t pesar de todas las observaciones, Sánchez había adóptado la costumbre ame-ricana de usar,rel'iólver.

    Sin meternos en si la portación de armas es de caballeros, ni si los de la ldad l1hedia se hubieran considerado incompletos, corno leones sin garras y sin dientes, en caso de

  • -!l7 -

    no ir siempre armados; solo procuraremos saber por qué Sánchez no dejaba un mo-mento la pistola.

    Las armas las inventó el miedo, y una vez fabricadas las compraron el valor, el coraje, la venganza, el crimen, los celos, la ley y la iglesia.? (Todos estos son los marchantes de las ~ armas.

    A Sánchez le sucedió una cosa apenas J hubo quien le diera los primeros grit1: tu,:"o ;6 miedo.

    El primer sinsabor que Sánchez probó en política lo indujo { comprar pist~ CSánchez con pistola, se creyó ~ sí mismo con más lógica~ y lo creía de buena ft.

    Hay insuficiencias que el hombre se em-peña en llenar l toda costa.

    El hombre hace daño t otro, y después de hacérselo lo primero en que piensa es en la pena del Talión.

    La tal pena es inexorable y durilla, y se nos resiste r t~dos por la intuición que hay en todo str racional, de las santas palabras ~

    7

  • -!)S -

    r «No hagas t otro lo que no quieras para tí.»

    Después de hacer el mal encontramos mas fácil ceñirnos una pistola al cinto, que enderezar nuestros pasos.;:J e El revólver no es precisamente la insig-

    nia de las conciencias puras. Estamos muy lejos de negar al revólver

    su lugar en el camino de la industria fabrii, ni ;;us patentes de invención y .sus medallas honoríficas, ni l~ rehusamos como producto notable de las artes mecánicas, ni como re-sultado de la civilización y del progreso, ni mucho menos dejaremos de confesar que somos muy felices desde que podemos m¡¡-tar t nuestros semejantes de seis en seis.

    De esto t la quijada de burro con que Caín mató ~ su hermano, va mucha dife-rencia.

  • ?APÍTULO VIII{-

    ¿,4-r

    ~N EL OVE SE DA A CONOCER_Á_!-~ = ];AMON~ ~~ 1~~~~i2;§:~

    en sus -cien mil en-~~=';*~~m~o~:nstruosos, hace morir

    sus últimas oleadas en la familia. ~ En familia está escrita esa fatídica palabra como el título genérico

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    los ya conocidos hasta aquí, completan el-número de los que nos han de dar hasta el fin la materia de que trataremos en este vo-lumen.

    Como la jamona es por ahora el objeto de nuestro estudio, comenzaremOs por ella.

    La jamona, según hemos dicho ya, tiene perfilé s que se escapan, y presenta cam-biantes tornasoles como algunas reacciones químicas.

    En ese piélago de dudas y contradicciones que constituye el corazón de la mujer, hay, no obstante, fundamento para asegurar que determinadas causas producen casi con gene-ralidad determinados efectos; y esta cir-cunstancia nos anima t emprender la difícil tarea de señalar algunas, siquiera como avi-so anticipado que pueda servir 'de farol para que no caigan en el precipicio algunas apre-ciables criaturas.

    Vamos r hablar de la señora doña En-carnación ® persona conocida . con otro nombre convencional que la costumbre se ha empeñado en que sea el mismo; quiere

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    decir, l esta señora le llaman todos Chona ~It... J Choníta.

    Chona es rica, bastante rica; no ha sabi-. dojamás lo que es miseria, ni se la ha' podi-do figurar hasta el momento en que tuvo que ver con .una sociedad filantrópica ·quése llama"La Conferencia'!

    Tiene Chona en la actualidad sus cuaren-ta y tres calendarios, y tal circunstancia

    . constituye el primero y el más importante de sus secretos íntimos.

    Chona es una mujer bien cuidada: la vi-sita Lucio como médico de cabecera hace veinte años, y es tan formal la lucha que Chona ha emprendido desde entonces con-tra los estragos del tiempo, que se puede de-cir propiamente que no ha pasado día por ella.

    Chona disfruta, además de todas las cua-lidades de su posición y su patrimonio, de las inmunidades propias t su condición y nacimiento.

    Chona. en su calidad de mujer de polen-das ha sido una de la~ más encarnizadas

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    enemigas de la lfefonna, y sin transigir un ' solo momento con las 'ideas del progreso, se encastilla en sus preocupaciones yes im-placable en sus odios, para los que encuen-tra siempre una sanción en su conciencia.

    Nació oyendo hablar mal de nuestros , gobiernos y dé todas nuestras cosas) sus, padres, descendientes por ambas líneas de les principales conquistadores, heredaron el odio de aquellos sefíores contra todas las cosas de México, que nunca vieron como su patria, sino como la colonia arrebatada ~ sus legítimos due.fíOS por el desbordamiento de las ideas del 93; de manera que Chona,

    . esclava de la tradición y con apego l todo lo viejo, había aprendido 't conservar todos sus errores y l aborrecer t quienes no pen-saran del mismo modo que ella. .

    Las ideas nuevas fueron siempre en la casa de Chona consideradas como una ver-dadera nota infamante.

    El portero de la casa era un viejo espa-fíol mutilado, del regimiento de la Reina, y se apellidaba Santos.

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    Las personas que visitaban la casa eran, casi sin excepción, todos los ricos que aún conservaban los pergaminos de sus ascen-dientes, y además las notabilidades ec1e-siásticas~~i contraían algunas nuevas amis-tades, eran la de algún ministro extranjero ~ de algún espafiol qu~ por razón de sus asuntos mercantiles, estuviera ligado con el escritorio de la casa. J

    La familia tenía casa en Tlalpa~, en San lfI/ Angel y en Tacubaya.

    Chona no había sido la hIja única: tenía dos hermanos que de muy nifios habían sido enviados ~ educarse r Europa.

    Chona, obligada t: sentir · y t vivir en 'cierto círculo, se había habituado desde nifia más ir aborrecer que t amar, porque ince-santemente las conversaciones familiares ro-daban, por lo general, sobre la antipatía pro-funda que inspiraban los hombres y las co-sas de México.

    A los catorce afios supo Chona que la persona que le estaba destinada para mari-d~~ra uno de sus parient, educado en

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    EuroPl!r Y que estaba próximo t llegar t México.

    Chona no había amado t nadie, si se ex-ceptúa una corta temporada en la que uno de sus primos tomó la costumbre de visi-tarla con frecuencia; pero constantemente vigilada, no llegó nunca l 9ír de boca del primp una declaración en forma.

    Llegó por fin el pariente, su presunto es-poso~y como venía rodeado de todo eLbri-

    . 110 que un elegante de veintiocho año~ t hijo de una familia rica, puede adquirir en París, t Chona no le fut antipático el no-vio, al grado de que, sin pensarlo siquiera, consintió en el enlace.

    En aquel matrimonio se trabajó I?ás en · el escritorio que en la iglesia, pues se tra-taba, sobre todo, de unir dos fortunas que juntas iban l forma~ en lo de adelant, un capital de consideración.

    Chona vivió tranquila, pero sin goces: educada en el refinamiento y el lujo, había acabado por habituarse t todas las como-didades que hacían su segUnda naturaleza,

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    sin apreciarlas en lo que valen y sin pensar que había nada más allá de aquella vida en que todo le salía tan bien y tan l: medida de su deseo.

    El marido de Chona había dejado en París todo lo que llos veintiocho años le quedaba J de sentimentalismo y de fé:'fy)gastado hasta ) la indiferencia, había aceptado su posición de marido y padre de familia+-como el segun-do período indispensable de la vida, en el que entraba por hacer lo que hacen todos.

    A la sazón en que conocemos t Chona ha entrado ya t la edad de la mujer, tiene más · de treinta años, período de tiempo que t pesar de la notable hermosura de Chona, ha podido imprimir t su fisonomía no sa-bemos qué gesto de desdén aristocrátic0t-que la hace de cierta manera interesante.

    El marido de Chona tiene un amigo, un amigo íntimo y compañero suyo en su vida parisiense; juntos hicieron allí la campaña contra su propio corazón, contra su resis-tencia y contra su f~.

    Este j3'ven se llamaba Salvador, era de

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    Buenos/Aires y pertenec~a l una familia ri-ca