LA ENSEÑANZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA Y LOS DERECHOS...

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1 LA ENSEÑANZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS PARA LA PREVENCIÓN DE LA GUERRA. DIAGNOSTICO. La guerra es algo implícito en la capacidad intelectual del ser humano. En la serie de documentales de la Discovery Chanel “Homo Sapiens La Conquista Perfecta” se destaca cómo nuestro cerebro nos brindó la capacidad intelectual para crear herramientas que sirvieron a la supervivencia de la especie. Sin embargo, el sobrevivir como especie en aquellos difíciles días, no solo consistía en que tan creativos fuésemos para cazar, construir o recolectar. Había que sobrevivir a las demás especies “Homo” que luchaban por el acceso a los recursos. Es así como nuestro cerebro nos facultó de tal creatividad para inventar armas y defender nuestra posición en la tierra hasta ganarla. Por ello, el filósofo Norberto Bobbio destaca que “Si nos remontamos a la edad de piedra veremos que los utensilios destinados a la caza y a la guerra son aquellos en que se revela mayor esfuerzo y destreza” (Bobbio, 1982. Pg 69). Pero esta facultad cerebral, más tarde, se convirtió en nuestra maldición. La usamos ya no solo para sobrevivir a otras especies o disputarnos con ellas los recursos naturales. Después de imponernos como la única especie homo sobre el planeta, nos matamos ahora entre nosotros, no solo por recursos, sino por ideas políticas o religiosas; hemos querido ganar, a lo largo de la historia, como tribu, como clan, como comunidad, como imperio o como nación. Siendo así que, la facultad con que fuimos dotados para imponernos como especie, es ahora la que amenaza con acabarnos. Por esta razón, la psicóloga Kalbermatter asegura que: Irónicamente, la más elevada diferencia entre los humanos y los animales constituye el punto más deleznable. Como el hombre no es un proyecto cerrado, predeterminado por

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LA ENSEÑANZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA Y LOS DERECHOS HUMANOS

PARA LA PREVENCIÓN DE LA GUERRA.

DIAGNOSTICO.

La guerra es algo implícito en la capacidad intelectual del ser humano.

En la serie de documentales de la Discovery Chanel “Homo Sapiens La Conquista Perfecta”

se destaca cómo nuestro cerebro nos brindó la capacidad intelectual para crear herramientas

que sirvieron a la supervivencia de la especie. Sin embargo, el sobrevivir como especie en

aquellos difíciles días, no solo consistía en que tan creativos fuésemos para cazar, construir o

recolectar. Había que sobrevivir a las demás especies “Homo” que luchaban por el acceso a

los recursos. Es así como nuestro cerebro nos facultó de tal creatividad para inventar armas y

defender nuestra posición en la tierra hasta ganarla. Por ello, el filósofo Norberto Bobbio

destaca que “Si nos remontamos a la edad de piedra veremos que los utensilios destinados a

la caza y a la guerra son aquellos en que se revela mayor esfuerzo y destreza” (Bobbio, 1982.

Pg 69).

Pero esta facultad cerebral, más tarde, se convirtió en nuestra maldición. La usamos ya no solo

para sobrevivir a otras especies o disputarnos con ellas los recursos naturales. Después de

imponernos como la única especie homo sobre el planeta, nos matamos ahora entre nosotros,

no solo por recursos, sino por ideas políticas o religiosas; hemos querido ganar, a lo largo de

la historia, como tribu, como clan, como comunidad, como imperio o como nación. Siendo así

que, la facultad con que fuimos dotados para imponernos como especie, es ahora la que

amenaza con acabarnos. Por esta razón, la psicóloga Kalbermatter asegura que:

Irónicamente, la más elevada diferencia entre los humanos y los animales constituye el

punto más deleznable. Como el hombre no es un proyecto cerrado, predeterminado por

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su equipamiento instintivo que regula automáticamente la agresión, puede ahora agredir

con fundamento teórico: elabora razones para matar y dominar, justifica las armas de

guerra o la violencia psicológica con los ideales o principios que enarbola en otra.

(Kalbermatter. Pg16)

Así ha transcurrido la historia de la humanidad hasta entonces. La misma humanidad con

grandes capacidades intelectuales, capaz de descubrir el fuego y crear herramientas con las

piedras, es la misma que desarrolló las flechas incendiarias y las bombas atómicas; la misma

cultura que creó las pirámides de Quiza esclavizaba a los hebreos; y el mismo Leonardo,

creador de las obras más sublimes era, entre tantas otras cosas, un gran ingeniero de guerra.

De igual forma, se podría encontrar en el basto catálogo de la historia, tanto grandes proezas

humanas como vejámenes aterradores perpetuados a través de una gran capacidad intelectual.

Parece que nuestras facultades intelectuales tienen esa dualidad entre lo macabro y lo

maravilloso. No solo porque las armas más pavorosas dejan ver al mismo tiempo gran

creatividad y capacidad científica; sino porque “Al responder a las imperiosas exigencias de

la guerra, la industria hizo grandes progresos y ganó mucho en capacidad y destreza”

(Bobbio. Pg 69). Y es que, al parecer, lo que ha propiciado nuestros grandes desarrollos

tecnológicos ha sido la guerra:

Muchos inventos y avances técnicos modernos, que han contribuido al bienestar general,

fueron desarrollados para fines bélicos. Sin ser exhaustivo, como ejemplos del aporte de

las guerras al progreso están el radar, el avión a reacción, el cohete, e incluso la internet,

cuya primera visión desarrolló el Departamento de Estados Unidos para permitir la

comunicación en caso de un ataque nuclear. (Pardo. Pg 29.)

Albert Einstein, en 1926, le hace la siguiente pregunta a Sigmund Freud: “¿Es posible controlar

la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y la

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destructividad?”. () Pregunta que sigue en la cabeza de muchos intelectuales, aún con mayor

fuerza después de la barbarie de la segunda guerra mundial y luego de que la guerra fría pusiera

en riesgo al planeta entero. Tanto que García Márquez trató de explicar al mundo el peligro

que representaba la guerra nuclear, con las siguientes palabras:

Así es: hoy, 6 de agosto de 1986, existen en el mundo más de 50.000 ojivas nucleares

emplazadas. En términos caseros, esto quiere decir que cada ser humano, sin excluir a

los niños, está sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita, cuya explosión

total puede eliminar 12 veces todo rastro de vida en la Tierra. La potencia de aniquilación

de esta amenaza colosal, que pende sobre nuestras cabezas como un cataclismo de

Damocles, plantea la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más que los que

giran alrededor del Sol, y de influir en el equilibrio del Sistema Solar. Ninguna ciencia,

ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas veces como la industria

nuclear desde su origen, hace 41 años, ni ninguna otra creación del ingenio humano ha

tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino del mundo. (García, 2008).

Sin embargo, tanto ha utilizado la humanidad su intelecto para fines bélicos, que sorprende

pesar en que la guerra fría, aún con todos los riesgos de autodestrucción que significó para el

planeta, paradójicamente, fue un periodo de tiempo prolongo en que, por lo menos Europa,

gozó de algo de paz:

Tan frecuente y común es esta actividad humana que, paradójicamente, un periodo de

intensas tensiones y con altos riesgos de destrucción del género humano por una

confrontación nuclear, como ocurrió durante la guerra fría, ha sido el espacio de tiempo

de paz más largo del que ha gozado Europa en toda su historia. (Pardo. Pg 19).

Sin embargo, no todo es negativo en nuestras capacidades intelectuales. Grandes pensadores

han realizado importantes aportes en pro de la convivencia pacífica de la humanidad e incluso

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han logrado, con sus actos, desvirtuar el pensamiento belicista. Gandhi lideró la

descolonización de la india por medio de la no-violencia, mismo método que usó el

movimiento por los derechos civiles en Estados unidos, cuyo exponente más destacado por la

historia ha sido el nobel de paz Martin Luther King. Del mismo modo Bertrand Russell exigió

el desarme nuclear unilateral del Reino Unido y Albert Einstein, entre sus tantos aportes al

pensamiento pacifista, tiene aquella correspondencia entre Sigmund Freud en donde se

preguntaban el porqué de la guerra y el cómo liberar a la humanidad de sus barbaries.

Por ello, no es de extrañar que en nuestro territorio colombiano se manifiesten los mismos

impulsos bélicos que manifiesta el resto de la humanidad. Tampoco nos puede caer como un

baldado de agua fría cada que un grupo armado, o un sujeto, utilice toda la fuerza de su

intelecto para agredir a un contrario; sin antes analizar las diferentes situaciones que, como

nación, nos mantienen enfocando nuestro intelecto hacía la agresión mutua.

LA CULTURA BÉLICA EN COLOMBIA

Tanto se habla actualmente de la barbarie perpetuada por los españoles a nuestros pueblos

indígenas, que, a veces, puede suponerse a los conquistadores como la semilla del mal que

sembró la violencia en nuestro continente. Sin embargo, olvidar que los pueblos originarios

del continente americano administraban sus propias guerras y con ella subsistían sus propios

métodos de imponerse violentamente; es negar que en ellos existen la misma dualidad creadora

y destructiva del resto de la humanidad. Así como nos maravillamos con la ciudad perdida de

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Teyuna, los templos solares, los pictogramas y los petroglifos indígenas, también podemos

encontrarnos en la historia colombiana, por ejemplo, con las guerras territoriales mantenidas

entre Panches y Muiscas. Y puesto que “… los europeos no trajeron la guerra a estas tierras,

trajeron su manera particular de hacer la guerra, pues las armas como medio de dominación

eran comunes en las culturas americanas” (Pardo 2008.pg,41) tenemos que admitir, en primer

lugar, que aún si no hubiésemos sido conquistados, no estaríamos a salvo de aquella evolución

mental al servicio del odio y la destructividad mencionada por Einstein.

Además, fue por métodos violentos por los que fuimos conquistados, pero fue también por

métodos violentos por los que nos liberamos. En la historia patria que se nos imparte en la

escuela, se nos suele enseñar el orgullo de que Simón Bolívar, junto con todos los libertadores,

hayan contado con la astucia para librar con éxito el conjunto de guerras que llevaron

paulatinamente a la independencia. Sin embargo, es poco frecuente que se conozcan los

vejámenes cometidos por aquellos ilustres, que poco pueden distinguirse de los actos

cometidos hacía nosotros por aquel pueblo venido de ultramar:

Aquella pléyade de jóvenes románticos inspirados en las luces de la revolución francesa

instauró una república moderna de buenas intenciones, pero no logró eliminar los

residuos de la Colonia. Ellos mismos no estuvieron a salvo de sus hados maléficos.

Simón Bolívar, a los 35 años, había dado la orden de ejecutar ochocientos prisioneros

españoles, incluso a los enfermos de un hospital. Francisco de Paula Santander, a los 28,

hizo fusilar a 38 prisioneros de la batalla de Boyacá, inclusive a su comandante.

(Marques, n.d.)

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Con aquella frase de “No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie.”

(Benjamin, 2018) Podemos identificar nuestra historia patria. Sin embargo, se nos enseña el

triunfo y lo hacemos cultura, una identidad de la que tenemos que sentirnos orgullosos, pero

se nos omite el costo en vida y los desmanes cometidos por quienes lo consiguieron.

Es como si se nos enseñara la guerra, pero no la responsabilidad que esta conlleva. Celebramos

los actos “nobles” conseguidos a través de los enfrentamientos armados y nos quedó la

tradición de justificar el costo en sangre, para omitir la responsabilidad que conlleva descargar

una bala en contra de un conciudadano.

Es así como desde la independencia, hasta ahora, se ha justificado la muerte del otro. A través

de las diferentes guerras por las que ha atravesado nuestra historia, le hemos quitado el rostro

humano a quien piensa o actúa diferente, reemplazándolo por palabras que, dependiendo del

bando o grupo poblacional, se radican en nuestro inconsciente colectivo como significantes de

maldad; argumentado así el exterminio mutuo, y considerando pocas veces una resolución

pacífica y equitativa a nuestras diferencias. La historia nacional está llena de aquellas palabras:

realista, cachiporro, chulavita, godo, liberal, comunista, guerrillero o paramilitar etc., son tan

solo algunas que dan cuenta de los diferentes enemigos que han nacido, ideológica o

territorialmente, en una u otra parte del pueblo colombiano.

Pero si en el artículo 11 de nuestra constitución, aquel contrato que hicimos para convivir como

nación, establecimos que “El derecho a la vida es inviolable…” ¿Qué pasa entonces? Parece

que aquella idea de respetarnos la vida ha quedado en el papel, mientras que en nuestra cultura

prevalece la idea de la eliminación del compatriota para hacer prevalecer, o incluso establecer,

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la forma en que mejor se entiende que se debe gobernar el país. Es como si existiera en nuestro

inconsciente colectivo aquella filosofía de que la guerra, nuestra guerra, es la política por otros

medios.

Un ejemplo de ello fueron las elecciones presidenciales del pasado 27 de mayo del 2018, cuyas

campañas políticas estuvieron marcadas por una fuerte opinión pública a través de las redes

sociales. Allí, varias formas de violencia tanto verbal como simbólica se manifestaron por

parte de los candidatos y los electores. Unos y otros nos ladramos palabras de odio; nos

reprochamos una falta de conciencia política; nos restregamos acontecimientos históricos

interpretados a la manera que mejor conviniera al candidato seguido; e incluso, algunos,

pidieron la muerte o manifestaron desearla para el candidato de convicciones contrarias.

Sin embargo, lo que se vio en aquel pasado reciente de las elecciones, es nada más y nada

menos que nuestra cotidianidad. Es muy probable que, si alguno de los dos candidatos

presidenciales hubiese sido asesinado, detrás de las voces indignadas de una gran parte de la

nación, se escucharan voces más oscuras justificando, o incluso celebrando, la muerte de

alguien que perdió su humanidad por representar ideas de izquierda o de derecha. Y no, no es

una exageración, ejemplos para esto son notables en la historia política de Colombia.

Pero no solo lo político es escenario para nuestras contiendas. En lo social, pervive un espíritu

mucho más tenebroso. Se nos camufla con el nombre de “limpieza social” para hacernos creer

que, como todo acto de limpieza, se está desechando lo que no sirve de la sociedad. Sin

embargo, como afirma Carlos Mario Pera (2015) en el informe titulado “Limpieza social una

violencia mal nombrada” lo que ocurre detrás de este nombre es un acto de exterminio. Es

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erradicar un tipo de población porque se considera sobrante, estorbosa, o inútil para la

sociedad. Y, como en el holocausto Nazi se justificó entre la comunidad alemana la muerte de

los judíos; aquí entre la comunidad se ha justificado el exterminio de un demográfico

específico de la población, llámese, indigentes, drogadictos o simplemente jóvenes que

salieron después de las diez de la noche; y sorprende ver la capacidad de organización que

existe detrás del asesinato sistemático de aquellas personas.

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La cosa de la limpieza es así —me dijo—. Aquí de vez en cuando a alguien le roban algo.

(…) Entonces nosotros llamamos a los vecinos y a la gallada, y nos ponemos a discutir.

‘Bueno pues hay que cazar a esa rata’. Nos ponemos de acuerdo en la hora y el día, siempre

de noche, cuando no haya nadie, y entonces sacamos las capuchas, nos las ponemos y

comenzamos a limpiar. A veces son los paracos los que nos llaman. Llegan con una lista y

nos reunimos en el colegio con representantes de cada barrio a examinarla: ‘A fulanito sí se

le puede matar, a este otro no’. Y luego salimos en combo. Uno de cada barrio, eso es muy

importante. “Toño”, en la crónica “Pasamos la noche en Cazucá y descubrimos cómo opera

la limpieza social” (Maldonado, 2014).

La violencia circula por nuestro inconsciente colectivo. De vez en cuando, cuando por

desgracia nos ocurre un hurto o la muerte violenta de un allegado, poco nos remitimos a

culpar nuestra cultura bélica, sino que recurrimos a los deseos más violentos hacía el autor

del crimen. Y pasa que, de vez en vez, logramos que aquellos deseos se hagan realidad.

No hay que ir muy lejos para ejemplificar casos como estos. Basta con escuchar la historia

de un familiar, un amigo, un vecino, la conversación de dos extraños en un bus, prender la

TV para escuchar las noticias o sintonizar en la noche un género de novelas televisivas que

no solo se encarga de mostrar, mediante la ficción, aquel germen violento que se manifiesta

por medio de venganzas y contravenganzas en los colombianos, sino que, tal vez, también lo

mantiene renovado y vigente. Este tipo de telenovelas es conocido por el nombre de Narco

Novela.

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LAS NARCO NOVELAS, LAS PELÍCULAS BÉLICAS Y LA ADMIRACIÓN POR

EL PODER DE LAS ARMAS.

Cómo si nuestra propia historia patria no fuera ya suficiente para hacer revisión de nuestras

manifestaciones bélicas, la televisión no solo reproduce los males sociales, sino que los

proyecta hacía las pequeñas generaciones que se vienen formando. A veces parece que la

televisión colombiana estuviera más interesada en continuar con la reproducción de la

violencia que en terminarla. Permite que pase por sus dos canales más importantes alegorías

a los narcotraficantes o delincuentes destacados del país, haciendo énfasis en la vida

conseguida por medio de los ilícitos, para terminar en una persecución emocionante y

dramática hasta su muerte o captura. Así, por ejemplo, la novela sobre el narcotraficante

Pablo Escobar, aunque comenzara con aquella frase “quien no conoce su historia está

condenado a repetirla” dando la ilusión de que la novela fue creada con fines de recuperar

la memoria histórica de los acontecimientos acaecidos durante la guerra de aquel

narcotraficante, termina haciendo una dramatización del acenso del pillo a la cúpula del poder

criminal (junto con sus grandes lujos) hasta su muerte, en donde queda claro que aquel poder

es efímero, pero dejando una especie de sensación dictando que de todas formas aquella vida

es buena mientras dura.

El propio Jhon Jairo Velásquez alias Popeye, en entrevista para el portal de Youtube

“badabun” reconoce que “las series son supremamente malas para la juventud. Porque los

niños y los jóvenes se identifican con estas series.” (Badabun, 2019) Y Luego aclara que los

niños y jóvenes pueden seguir el ejemplo de “La cultura fácil, las reinas de belleza, los

automóviles, no estudiar; sino que ser narco, que es el dinero fácil…”(Badabun, 2019)

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Pero desafortunadamente no solo las narconovelas entran en la mentalidad de los jóvenes e

influencian sus futuras carreras. Hollywood hace lo suyo. El género de acción en el cine es

el que mayores ventas consigue en esta industria. En este tipo de películas el héroe o los

héroes toman una causa y matan hombres que no le duelen a nadie, al contrario, dejan en el

público la satisfacción de que mueran, pues no podrán hacer más el daño por el cual el héroe

se ha alzado en armas. Es este el formato de Búsqueda implacable, Jhon Wick, Duro de matar,

entre tantas otras. Lo mismo ocurre con las películas realizadas sobre guerra pertenecientes

a este mismo género. Un ejército, por lo general estadounidense, se abandera de la defensa

de alguna problemática y entra a imponer su justicia. Muestra el drama que viven los soldados

estadunidenses en el campo de batalla y el público se siente plácido al ver que el ejército

enemigo es dominado o neutralizado, a veces hasta castigado, por los daños perpetrados. Sin

embargo, poco queda claro en el público las causas políticas, los ideales de justicia y el

sacrificio en sangre y lazos sociales del ejército enemigo. Véase para este ejemplo la película

titulada para Latinoamérica “La caída del Alcón Negro”

El mismo Popeye, en aquella entrevista con “badabun” reconoce que no solo fue la cultura

de la violencia en la que estaba inmerso en su tiempo la que lo llevó a ser un lugarteniente de

Pablo Escobar, sino que hubo una película que marcó su carrera:

...desde los doce años estoy en la calle. He tenido la pistola porque me di cuenta que

para salir adelante se necesitaba una pistola ¿por qué? Yo soy hijo de la violencia,

vengo de un hogar disfuncional, que hubo violencia intrafamiliar, en mi barrio mucha

violencia, mataban a mis amigos; y los norteamericanos, en el año 83, nos regalaron

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una película: Scarface cara cortada. Y tú como joven vas y ves Scarface cara cortada,

y te encuentras con Pablo Emilio Escobar Gaviria, sabes que con una pistola puedes

salir adelante. (Badabun, 2019)

Sin embargo, la industria del entretenimiento no tiene del todo la culpa de nuestra cultura

bélica. Es injusto atribuir el gusto por las armas o la violencia solo a las películas o las narco

novelas. No es que un joven por ver alguna de estas formas ficcionalizadas de violencia

ataque a su vecino. Para que esto ocurra tiene que existir un contexto que permita al joven

justificar moralmente el adoptar para si cualquiera de los arquetipos violentos proyectados

en el séptimo arte; y el contexto sin lugar a duda existe en nuestra cultura.

La guerra que se mantiene en nuestro territorio, sumada al difícil acenso económico y cultural

que se sobre lleva en país, crea en la cotidianidad arquetipos mucho más peligrosos para los

niños y jóvenes. En el libro “Emergencias de la memoria” uno de los jóvenes desmovilizados

de grupo guerrillero FAR EP manifiesta lo siguiente:

A mis amigos y a mí, lo que más nos pareció de todo eso era la afición por las armas.

mire, nosotros mirábamos esos chinos de catorce o quince años con un fusil, con una

pistola, con una metra. A nosotros nos pareció fácil irnos también a hacer lo mismo,

pero mentiras, nada salió como nosotros pensábamos. (Díaz, Amador, Delgado & Silva,

2010. Pg. 41)

Y no solo se puede atribuir a la admiración por las armas el hecho de que un niño adopte una

bandera armada y se monte un fusil al hombro. También, aquel difícil acenso económico y

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cultural, hace que en medio del llamado “rebusque” los niños y jóvenes vean en el “jíbaro”,

“el ñero”, “el narco”, “el para”, “el guerrillo”, “el ladrón” etc., arquetipos que llegan al infante

y/o adolescente por doble vía a través de la cultura y la televisión, aquella opción de vida que

lo sacará de la difícil situación de precariedad en la que se encuentra.

PARTE DE LA SOLUCIÓN.

Pero para lograr eliminar este gen violento de nuestro inconsciente colectivo necesitamos

poner sobre la mesa los acontecimientos y heridas que nos ha causado. Para este propósito

no hay mejor espacio que la escuela. Es allí desde donde podemos comenzar a formar sujetos

dispuestos a analizar las problemáticas que nos aquejan como sociedad; y es allí a donde

niños y jóvenes van a crear un pensamiento crítico sobre lo que viven a diario en el espacio

en que habitan.

Si existe un interés honesto a nivel gubernamental por alcanzar la paz, uno de los flancos más

importantes que debe atacar para ganarle a la violencia es el de la educación. No solo porque

allí vivimos gran parte de nuestra niñez y juventud, sino porque al crecer se logra reconocer

en la familia y la escuela los valores y las enseñanzas para el resto de la vida; además, porque

la escuela es el ala del estado encargada de mantener los valores cívicos y sociales que marcan

la ruta del proyecto de nación.

Por ello, no basta con un par de cátedras dedicadas a la paz, o unos talleres informativos

sobre memoria histórica. Se necesita que en los currículos los temas necesarios para buscar

la paz sean tratados de forma crítica. Dos temas fundamentales tendrían que ser trabajados

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de manera transversal en la escuela para buscar la paz en la sociedad colombiana: derechos

humanos y memoria histórica.

Educación en derechos humanos

La Declaración universal de los derechos humanos (1948) luego de que estableciese en el

artículo 26.1 que “Toda persona tiene derecho a la educación.” en el artículo 26.2 dice que

“La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el

fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales.” ("La

Declaración Universal de Derechos Humanos", 2019) Además, en la Conferencia mundial de los

derechos humanos que se realizó en Viena hacía 1993 se manifiesta que:

La Conferencia destaca la importancia de incorporar la cuestión de los derechos

humanos en los programas de educación y pide a los Estados que procedan en

consecuencia. La educación debe fomentar la comprensión, la tolerancia, la paz y las

relaciones de amistad entre las naciones y entre los grupos raciales o religiosos y

apoyar el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas encaminadas al logro

de esos objetivos. En consecuencia, la educación en materia de derechos humanos y

la difusión de información adecuada, sea de carácter teórico o práctico, desempeñan

un papel importante en la promoción y el respeto de los derechos humanos de todas

las personas sin distinción alguna por motivos de raza, sexo, idioma o religión y deben

integrarse en las políticas educativas en los planos nacional e internacional.

("Declaración y Programa de Acción de Viena", 2019).

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Así se destaca que el derecho a la educación tiene como fundamento el hecho de que es ésta

el medio por el cual se forman a los sujetos por el respeto a la humanidad y por ende a los

derechos humanos. Podríamos decir que la educación es un derecho fundamental porque es

la vía por donde se puede formar a toda una comunidad en los demás derechos

fundamentales. Por ello, aunque la educación también está encargada de formar a los futuros

científicos, está en su deber ser enseñar sobre el respeto a lo humano, y a los derechos del

otro y los propios, puesto que como dijo Víctor Frank en su ensayo Una fábrica de monstruos

educadísimos:

De nada sirve tener un título de médico, de abogado, de cura o de ingeniero si uno sigue

siendo egoísta, si luego te quiebras ante el primer dolor, si eres esclavo del qué dirán o

de la obsesión por el prestigio, si crees que se puede caminar sobre el mundo pisando

a los demás. (Frankl, 2019).

Y aunque es claro el mensaje de Víctor Frank, habría que complementar diciendo que no

podríamos obtener nuestros títulos de bachillerato sin tener una mínima conciencia sobre los

derechos propios y los derechos de los otros. Por ello, Susana Beatriz Sacavino en su libro

Democracia y educación en derechos humanos en América Latina dice que “…un aspecto

central de la educación en/para los derechos humanos es la formación de sujetos de derechos”

(Sacavino, 2012.Pg 241).

Es importante resaltar que dicha autora propone unas habilidades para que un sujeto se

reconozca como sujeto de derechos, “Que desarrolle un conocimiento básico de los cuerpos

normativos relacionados con los derechos fundamentales, de tal manera que pueda asegurar

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su cumplimiento y promoción, no solo de los derechos propios sino también de los de otras

personas.” (Sacavino, 2012. Pg 240), “Que reconozca mínimamente las instituciones

protectoras de los derechos, especialmente las de su entorno, en las cuales podría acudir en

caso de violaciones.” (Sacavino, 2012. Pg 39). “Una tercera competencia de gran importancia

que debe ser desarrollada para la formación de un sujeto de derechos, es el uso de la palabra

y la capacidad argumentativa.” (Sacavino, 2012. Pg39).

Estas habilidades o competencias van ligadas al desarrollo de actitudes como lo son la

solidaridad y el respeto mutuo:

Un sujeto de derechos se va construyendo en la medida en que su capacidad le permite

hacer uso de su libertad, de revindicar la igualdad mediante el reconocimiento de la

diversidad y de valorar la solidaridad a través del desarrollo de una actitud de respeto

mutuo. O sea, en la medida de aceptar al otro como ser diferente, legítimo en su forma

de ser y autónomo en su capacidad de actuar y exigir que otros respeten su alteridad.

(Sacavino, 2012.Pg 239)

Sobre el desarrollo de actitudes de solidaridad y respeto mutuo en la educación para los

derechos humanos, Rosa María Mujica en su artículo Educación para la paz: interrelación,

retos y logros (1999) proponía que:

Una educación para la solidaridad implica ir en contra de la corriente de una sociedad

que nos vende el “sálvese quien pueda” con tal de surgir, donde no importa pisotear al

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que se halle en medio y el éxito se mide por cantidad de dinero guardado en el bolcillo,

el puesto que se ocupa o el monto del salario. (Mujica, 1999. Pg.53)

Es así como se enlazan la importancia entre saber la norma y sentir la norma. Entre las dos

autoras citadas anterior mente, se puede destacar el hecho de que es importante la formación

en derechos humanos, que el sujeto de derechos que se está formando conozca los cuerpos

normativos, que conozca las instituciones protectoras de derechos y que desarrolle

habilidades argumentativas; pero que aquello no es suficiente si no se acompañan del

fortalecimiento capacidades humanas que permitan también reconocer en el otro los mismos

derechos que le son propios.

Así se destaca que la educación es la encargada de forjar sujetos de derechos, por medio de

la formación no sólo de los derechos humanos, sino de habilidades humanísticas que

permitan interiorizarlos, promulgarlos y hacerlos valer, para sí mismo y para quienes

comparten su espacio vital.

LA EDUCACIÓN EN MEMORIA HISTÓRICA PARA LA NO REPETICIÓN.

Pero, tal vez, una de las formas más saludables de que tiene el ser humano para estar en paz

consigo mismo es hacer revisión de su pasado y reconocer sus propios errores. Desde el cine,

la literatura y el periodismo, al igual que la academia en general, se ha hecho un gran esfuerzo

por recopilar, registrar y criticar los largos y amargos años de guerra que el país ha vivido.

Sin embargo, la poca conciencia y la amplia desinformación que existe sobre el conflicto

armado deja la sensación de que poco se ha trabajado sobre el tema. Por ello, es importante

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comenzar a trabajar desde la escuela, aquella memoria histórica recopilada a lo largo de

nuestra historia, a través de una pedagogía de la memoria.

Esta pedagogía de la memoria es entendida como una pedagogía en la que se cuestione qué

se nos está permitido olvidar del conflicto colombiano. Ya Jaime Garzón había advertido que

“Lo que nos enseñan a los colombianos no tiene nada que ver con las necesidades de los

colombianos.” (Garzón. 1997). Por ello se hace necesario que en las instituciones educativas

de dicho nivel se comience a formar a los estudiantes en memoria histórica y así evitar la

repetición de aquellos acontecimientos que han provocado, no solo el conflicto, sino toda la

barbarie que este ha traído consigo. Es decir, lo que se pretende es resaltar la importancia de

que en las instituciones educativas se forme para el nunca más. Esto:

“promueve el sentido histórico, la importancia de la memoria en lugar del olvido.

Supone romper la cultura del silencio, de la invisibilidad y de la impunidad […], lo cual

es un aspecto fundamental para la educación, la participación, la transformación y el

desarrollo de la democracia. Exige mantener siempre viva la memoria de los horrores

de las dictaduras, autoritarismos, persecuciones políticas, torturas, desapariciones,

exilios y muchas más violaciones de los derechos humanos. Implica saber releer la

historia con otros instrumentos y miradas, capaces de despertar energías de coraje,

justicia, verdad, esperanza y compromiso que impulsen la construcción y el ejercicio de

la ciudadanía (Sacavino, 2000, p. 44). Citado en (Sacavino, 2015, p.71 )

Sin embargo, no se trata de que las instituciones educativas dejen de lado algunas materias o

de que se remplacen algunas temáticas importantes para la formación de sus estudiantes; se

trata de que la memoria histórica le dé ese contexto del cual el científico Roberto Llínas en

su conferencia de la FILBO 2018 advirtió que le faltaba a la educación colombiana “En

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realidad la relación que existe en aprender, más que todo existe en la generación de contexto.”

(Llínas. 2018).

Hoy se han realizado, a través de varios institutos a nivel nacional, investigaciones sobre el

conflicto armado en Colombia. No obstante, estas investigaciones tendrían que servir en un

capo pedagógico para que lo que se nos enseñe a los colombianos, si tenga que ver con las

necesidades de los colombianos. Willian Ospina dijo que

“La humanidad cuenta con un océano de memoria acumulada; al alcance de los dedos y

de los ojos hay en los últimos tiempos un depósito universal de conocimiento, y parecería

que cualquier dato es accesible; sin embargo nunca ha sido tan voluble nuestra

información, tan frágil nuestro conocimiento, tan dudosa nuestra sabiduría. Ello

demuestra que no basta la información: se requiere un sistema de valores y un orden de

criterios para que ese ilustre depósito de memoria universal sea algo más que una sentina

de desperdicios.” (Ospina. 2012 pg 14)

Es a través de la educación, que nuestras investigaciones sobre el conflicto en Colombia no

se van a perder en aquél “océano de memoria acumulada” y en donde se pone aquella

información en un sistema de valores, tal vez los que hemos querido construir como sociedad

democrática, que permitirán definir un orden de criterios para que la memoria del conflicto

sea parte de la educación de los jóvenes colombianos y tengamos sujetos educados para el

nunca más.

CONCLUSIONES

De esta manera podemos decir, en primera medida, que los colombianos no pertenecemos a

una raza extraordinaria y ultraviolenta cuya naturaleza es la de violentarnos eternamente,

sino que manifestamos un impulso implícito en nuestras capacidades intelectuales. Sin

embargo, si tenemos en nuestro inconsciente colectivo una forma de ser y actuar violenta,

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que ha prevalecido a lo largo de nuestra historia y lo manifestamos, reproducimos y

mantenemos, no solo en nuestras vidas cotidianas, sino que también, a través del cine y la

televisión, más específicamente por medio de series como las narconovelas.

Sin embargo, uno de los flancos más importantes desde donde se puede atacar el tema de la

violencia en nuestro territorio nacional, es la educación. Desde este derecho fundamental, es

posible crear en los niños y jóvenes una conciencia sobre lo que es ser un sujeto de derecho,

reconociendo a su vez a los otros de la misma manera; lo que causa que no solo sea, afutro,

un defensor de sus propios derechos, sino que también sea capaz de defender los de los

demás. Por otra parte, es importante que sea la educación la que tome las banderas en cuanto

la enseñanza de la memoria histórica, puesto que es en este campo donde se encuentra el

contexto necesario para entender las problemáticas nacionales y en donde podemos

contrastar todos acontecimientos acaecidos durante nuestra historias violenta con nuestro

sistema de valores.

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