la era de la revolución

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2. La Revolución Industrial I. Si bien este acontecimiento da sus primeros pasos a principios del siglo XVIII, no será hasta 1830 cuando la literatura de Balzac y los manifiestos de Engels y Marx se hagan cargo del proletario y la clase trabajadora hija del capitalismo. La Revolución Industrial supone que un día entre 1780-1790, y por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al poder productivo de las sociedades humanas, que desde entonces se hicieron capaces de una constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios. Esto es lo que ahora se denomina técnicamente por los economistas take-off, el crecimiento autosostenido. Ninguna sociedad anterior había sido capaz de romper los muros de una estructura en la que el hambre y la muerte se imponían periódicamente. Preguntar cuándo se completó es absurdo, pues su esencia era que, en adelante, nuevos cambios revolucionarios constituyeran su norma. Y así sigue siendo. Que el estallido se diera en Inglaterra no quiere decir que fuese superior científica y técnicamente hablando. En las ciencias naturales Francia era, con mucho, el baluarte de Europa. Las lecturas de los economistas ingleses eran tanto Adam Smith como Dupont, Quenay Turgot, Lavoisier y los italianos. La educación palmaria no estaba en Oxford o Cambridge, sino en Escocia, de donde surgieron los genios de esta revolución, como Watt, Telford, McAdam, James Mill. Hasta que Lancaster impusiera sus medidas, la educación inglesa no despegó. Además, los inventos de estos no requerían más conocimiento que el que se tenía a principio de siglo (excepto en química), y su aplicación fue muy posterior (unos 40 años). Las condiciones legales eran la gran ventaja. Un puñado de terratenientes de mentalidad comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez empelaban a gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. La agricultura estaba preparada para cumplir sus cuatro funciones fundamentales en una era de industrialización: -aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no agraria -proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutar para las ciudades - suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los sectores más modernos de la economía -así como la creación de excedente para exportar material e importar capital. El dinero no solo hablaba, sino que gobernaba. Pero hay zonas que, aunque en 1850 producían mucho más que en 1750 no habían disfrutado del salto cualitativo de Manchester o Birmingham. Empresarios e inversores cruzaron sus actividades. Había algo que alzaba a Gran Bretaña sobre el resto de naciones, que además tras las guerras napoleónicas quedaron sometidas: la industria algodonera y la expansión colonial. II. Los esclavos y el algodón fueron en paralelo. Liverpool, Bristol y Glasgow crecieron al amparo de este tráfico de mercancías. La Revolución industrial puede considerarse, salvo en unos cuantos años iníciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el interior: en 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho. Las guerras napoleónicas cerraron Europa a este comercio, algo que volvió a reanudarse en 1820. Pero en las colonias, la industria británica había establecido un monopolio a causa de la guerra, las revoluciones de otros países y su propio gobierno imperial. Inglaterra dominó financieramente al continente sudamericano. India se convirtió en la (forzada) clientela de Lancashire. El comercio del opio, por su parte, lanzó los intercambios con China desde 1820-1830. Los suministros ultramarinos de lana ganaron en importancia a partir de 1870. La gran industria del algodón se llevó por delante el trabajo manufacturero, de gran antigüedad. Muchos se rebelaron ante la pérdida de sus puestos de trabajo cuando y ala industria no los necesitaba para nada. Comenzaba la tiranía de las máquinas. III. La industria como tal tiene su nacimiento en base al algodón. El textil es posterior y el vapor no se usaba mucho fuera de la minería. Con ella arrastró a otros sectores; por eso influyó en el progreso económico de Gran Bretaña. Se pasó de importar 11 millones de libras de algodón bruto en 1780 a 588 millones en 1850 (su producción suponía casi el 50% del total). La pequeña crisis entre 1830-1840 sacudió levemente el mercado del algodón y

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2. La Revolución Industrial

I. Si bien este acontecimiento da sus primeros pasos a principios del siglo XVIII, no será

hasta 1830 cuando la literatura de Balzac y los manifiestos de Engels y Marx se hagan cargo

del proletario y la clase trabajadora hija del capitalismo. La Revolución Industrial supone que

un día entre 1780-1790, y por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al

poder productivo de las sociedades humanas, que desde entonces se hicieron capaces de una

constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios.

Esto es lo que ahora se denomina técnicamente por los economistas take-off, el crecimiento

autosostenido. Ninguna sociedad anterior había sido capaz de romper los muros de una

estructura en la que el hambre y la muerte se imponían periódicamente. Preguntar cuándo se

completó es absurdo, pues su esencia era que, en adelante, nuevos cambios revolucionarios

constituyeran su norma. Y así sigue siendo.

Que el estallido se diera en Inglaterra no quiere decir que fuese superior científica y

técnicamente hablando. En las ciencias naturales Francia era, con mucho, el baluarte de

Europa. Las lecturas de los economistas ingleses eran tanto Adam Smith como Dupont,

Quenay Turgot, Lavoisier y los italianos. La educación palmaria no estaba en Oxford o

Cambridge, sino en Escocia, de donde surgieron los genios de esta revolución, como Watt,

Telford, McAdam, James Mill. Hasta que Lancaster impusiera sus medidas, la educación

inglesa no despegó. Además, los inventos de estos no requerían más conocimiento que el que

se tenía a principio de siglo (excepto en química), y su aplicación fue muy posterior (unos 40

años).

Las condiciones legales eran la gran ventaja. Un puñado de terratenientes de mentalidad

comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez

empelaban a gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. La agricultura estaba

preparada para cumplir sus cuatro funciones fundamentales en una era de industrialización:

-aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no

agraria

-proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutar para las

ciudades

- suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los

sectores más modernos de la economía

-así como la creación de excedente para exportar material e importar capital.

El dinero no solo hablaba, sino que gobernaba. Pero hay zonas que, aunque en 1850

producían mucho más que en 1750 no habían disfrutado del salto cualitativo de Manchester o

Birmingham. Empresarios e inversores cruzaron sus actividades. Había algo que alzaba a

Gran Bretaña sobre el resto de naciones, que además tras las guerras napoleónicas quedaron

sometidas: la industria algodonera y la expansión colonial.

II. Los esclavos y el algodón fueron en paralelo. Liverpool, Bristol y Glasgow crecieron al

amparo de este tráfico de mercancías. La Revolución industrial puede considerarse, salvo en

unos cuantos años iníciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el

interior: en 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres

consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho. Las guerras napoleónicas cerraron Europa

a este comercio, algo que volvió a reanudarse en 1820. Pero en las colonias, la industria

británica había establecido un monopolio a causa de la guerra, las revoluciones de otros

países y su propio gobierno imperial. Inglaterra dominó financieramente al continente

sudamericano. India se convirtió en la (forzada) clientela de Lancashire. El comercio del opio,

por su parte, lanzó los intercambios con China desde 1820-1830. Los suministros

ultramarinos de lana ganaron en importancia a partir de 1870.

La gran industria del algodón se llevó por delante el trabajo manufacturero, de gran

antigüedad. Muchos se rebelaron ante la pérdida de sus puestos de trabajo cuando y ala

industria no los necesitaba para nada. Comenzaba la tiranía de las máquinas.

III. La industria como tal tiene su nacimiento en base al algodón. El textil es posterior y el

vapor no se usaba mucho fuera de la minería. Con ella arrastró a otros sectores; por eso

influyó en el progreso económico de Gran Bretaña. Se pasó de importar 11 millones de libras

de algodón bruto en 1780 a 588 millones en 1850 (su producción suponía casi el 50% del

total). La pequeña crisis entre 1830-1840 sacudió levemente el mercado del algodón y

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tambaleó toda la economía británica: queremos con esto mostrar lo importante que era el

algodón para su estabilidad.

La desviación de las rentas hacia el arrendatario, supuso levantamientos cartistas y otros

en 1848 contra las máquinas, vistas como la raíz de los problemas. No solo proletariado, sino

granjeros fueron los protagonistas. Por eso los pequeños burgueses y los obreros se unieron

a los radicales ingleses, republicanos franceses o jacksonianos norteamericanos, dependiendo

la localización.

A los capitalistas solo les preocupaba el cómputo de sus ganancias; mientras tanto les

daba igual las acciones proletarias. Los tres fallos del sistema fueron: el ciclo comercial de

alza-baja, la tendencia de la ganancia a declinar y la disminución de las oportunidades de

inversiones provechosas. Inicialmente la industria del algodón tenía muchas ventajas. Su

mecanización aumentó mucho la productividad de los trabajadores, muy mal pagados en

todo caso, y en gran parte mujeres y niños. La inflación que suponía la diferencia entre el

coste de la materia prima y el beneficio que suponía la venta de la manufactura, quedó

neutralizada (e incluso en descenso) en 1815.

En los momentos de crisis había se ajustaba el presupuesto reduciendo los salarios de los

trabajadores: se podía comprimir directamente los jornales, sustituir los caros obreros

expertos por mecánicos más baratos o introducir máquinas en el lugar de un grupo. La

medida más racional era introducir maquinaria. Entre 1800-1820 hubo 39 patentes nuevas,

51 entre 1820-1830, 86 en 1830-1840 y 156 en 1840-1850. Si bien la industria se estabilizó

tecnológicamente en 1830, no sería hasta la 2/2 de siglo cuando la producción tuviera un

aumento revolucionario.

IV. El problema de las producciones masivas es que necesitan un buen mercado de

consumo. La industria militar, tras Waterloo, entró en decadencia y la de productos primarios

no era excesivamente grande. Nunca falló, sin embargo, la industria del carbón: 10 millones

de toneladas (90% de producción mundial) frente a 1 millón de los franceses) en 1800. El

ferrocarril es el hijo de las minas del norte de Inglaterra: una gran producción requería una

excelente movilización de producto.

El ferrocarril constituía el triunfo del hombre mediante la técnica. Que requiriese de una

gran inversión en hierro, acero, carbón y maquinaria pesado, de trabajo e inversión de

capital, supuso que el ferrocarril impulsó, como ningún otro invento, el desarrollo de la

segunda industrialización. Carbón y acero triplicaron su producción. La sociedad inglesa

invertía sus riquezas y obtenía beneficios, la aristocracia y la sociedad feudal se lanzó a

malgastar una gran parte de sus rentas en actividades improductivas. Esa fue la diferencia.

Cuando el capital acumulado fue tanto que no lo pudo absorber el propio país, se decidió

invertir en el extranjero, especialmente desde la década de 1820. Pero solían ser empresas

fracasadas porque no se cumplían las expectativas: o terminaban por cobrar menos interés o

el pago de este se retrasaba unos 40 años (como el caso de los griegos).

V. El factor más crucial que hubo de movilizarse y desplegarse, fue el trabajo, pues una

economía industrial significa menos población agrícola, más urbana y un aumento general de

la población, luego también se necesita mayor suministro de alimentos: una revolución

agrícola. Para eso se hubo de terminar con los comunales medievales y las caducas actitudes

comerciales del feudalismo. En 1846 se abolieron las Corn laws que retrasaban la entrada del

capitalismo en el campo.

Para que la industrialización urbana triunfara, había que hacer dos cosas: mecanizar el

campo para liberar a muchos campesinos de su actividad tradicional y tentarlos a la industria

y, después, formarlos para que estuviesen capacitados en sus puestos. En un principio, se

contrataron mayoritariamente niños y mujeres (que resultaban más rentables).

Si bien sus ciudades pronto se contaminaron y llenaron de niebla (recordad Oliver Twist!),

los ingleses supieron utilizar muy bien sus recursos. A la altura de 1780 su consumo de

algodó era dos veces el de los EE.UU y cuatro el de Francia; producía más de la mitad de

lingotes de hierro del mundo; recibía dividendos de todas sus inversiones por el mundo. Gran

Bretaña era el taller del mundo.

3. La revolución francesa

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I. Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la política. Entre

1789-1917, las políticas de todo el mundo lucharon ardorosamente en pro o en contra de los

principios e 1789 o los más radicales de 1793. Proporcionó los programas de los partidos

liberales, radicales y democráticos de la mayor parte del globo.

Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones democráticas, en EE.UU.

Bélgica, Holanda; pero fue la francesa la que más consecuencias tuvo. Fue la única verdadera

revolución de masas (hemos de saber que 1/5 europeos era francés…) y radical (tanto que

los extranjeros revolucionarios que se le unieron fueron luego moderados en Francia). Al

contrario que la Revolución americana, la francesa influyó en ámbitos geográficos muy

distantes: afectó en Sudamérica y fue el primer gran movimiento de ideas en la cristiandad

occidental que produjo algún efecto real sobre el mundo islámico –caso de la India y Turquía-

.

En Francia, al contrario que en Inglaterra, el conflicto entre los intereses de antiguo

régimen y la ascensión de las nuevas fuerzas sociales era peligrosamente agudo. Una

monarquía absoluta, como la de Luis XVI, no aceptaría pequeñas dosis reformistas como las

propuestas de Turgot. Hacía falta un gran cambio. La monarquía absoluta, no obstante,

introdujo, por iniciativa propia a una serie de financieros y administrativos en la alta

aristocracia, quienes fundían los descontentos de nobles y burgueses en los tribunales.

La nobleza se granjeó numerosos enemigos: no solo ocupaba los puestos más

importantes del Estado, sino que tenía una creciente inclinación a apoderarse de la

administración central y provincial. La mayoría de la gente eran gentes pobres o con recursos

insuficientes, deficiencia ésta aumentada por el atraso técnico reinante. La miseria general se

intensificaba por el aumento de la población. Diezmos y gabelas también contribuían a ello.

La revolución americana terminó con victoria para Francia, pero el precio fue demasiado

alto: una bancarrota total. Aunque muchas veces se ha echado la culpa de la crisis a las

extravagancias de Versalles, hay que decir que los gastos de la corte sólo suponían el 6% del

presupuesto total en 1788. La guerra, la escuadra y la diplomacia consumían un 25% y la

deuda existente un 50%. Guerra y deuda –la guerra norteamericana y su deuda- rompieron

el espinazo de la monarquía.

La Revolución comenzó con la “Asamblea de notables” de 1787 y la convocatoria a

Estados Generales de 1789. Todo comenzó como un intento aristocrático de retomar el

control, pero fue un error subestimar al “tercer estado” con una crisis económica tan

profunda, dejándolo a un lado en los órganos representativos. La Declaración de derechos del

hombre y del ciudadano es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios, pero

no a favor de una sociedad democrática. No se pedía el fin de los reyes ni la conformación de

una asamblea representativa (podía haber intermediarios. Pero eso sí: la soberanía residiría

en la “Nación” (vocablo importante). Esta identificación iba más allá del programa burgués,

tenía un acento mucho más radical y peligroso para el orden social.

La crisis del trigo, que el pan duplicara su precio, el bandolerismo y los motines, hicieron

de la Asamblea “ del juego de pelota”, algo más revolucionario y crítico de lo que cabría

esperar. La contrarrevolución hico a las masas de París una potencia efectiva de choque. La

toma de la Bastilla fue el símbolo del final del Antiguo Régimen en Francia: 14-7-1789.

La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue liberal-radical. Por

momentos esta dicotomía oscilaba hasta que finalmente quebró. Algunos burgueses dieron

un paso más hacia el conservadurismo, al ver que los “jacobinos” llevaron la revolución

demasiado lejos para sus ideales. El tercer estado no quería una sociedad burguesa, que

progresivamente adquiría tintes aristocráticos.

De los jacobinos, solo los sans-culottes tenían cierta iniciativa política. El resto,

desarrapados y hambrientos eran incultos y seguían a líderes bien formados. Marta y Hébert

defendían los interesas de la gran masa de proletarios, el trabajo, la igualdad social y la

seguridad del pobre: igualdad, y libertad directa. Pero su utopía fue irrealizable y más fruto

de la desesperación que de un plan bien trazado. Su memoria queda unida al jacobinismo,

del que no siempre fue partidario.

II. Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas fueron las más

duraderas. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea Constituyente

eran completamente liberales: su política respecto al campesinado fue el cercado de las

tierras comunales y el estímulo a los empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la

proscripción de los gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones.

La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero, sino de alejarlo

del absolutismo romano.

Page 4: la era de la revolución

El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con una intervención

desde el exterior, pero esto sería difícil debido a la buena situación del resto de países. Pero

Europa se dio cuenta de que corría peligro su derecho al trono y se pusieron en marcha. La

Asamble Legislativa pronosticaba la guerra y así fue desde 4-1792. Sin embargo fueron

derrotados y las masas se radicalizaron. Los altos mandos fueron encarcelados, incluido el

rey y la República fue instaurada.

La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o eran eliminados del

tablero de juego. Para ello movilizó el país como nunca se había hecho: economía de guerra,

reclutamiento en masa, racionamiento, y abolición virtual de la distinción entre soldados y

civiles. Por último, reclamaba sus fronteras naturales con dos propósitos: tumbar la

contrarrevolución y conseguir más territorios con los que hacer la guerra económica a Gran

Bretaña. En este clima, los jacobinos fueron ganando terreno palmo a palmo. Esto derivó en

la toma de poder por los sans-culottes el 2-6-1793.

III. La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespierre, el gigante Danton,

el elegante Saint-Just, el tosco Marat y el Comité de Salud Pública –Comité de guerra-, el

tribunal revolucionario y la guillotina. Hubo 17.000 ejecuciones en 14 meses. El terror, a

pesar de lo que se dice, fue mucho menor que el de las matanzas contra la Comuna de París

en 1871 o las del siglo XX. Pero el caso es que tras ese tiempo de muerte, Francia se estaba

desintegrando por los ataque extranjeros en todos los frentes. El resultado: la

contrarrevolución vencida, un ejército mejor formado y más barato una moneda más estable

(ya casi toda en papel) y un gobierno estable (aunque con otro color) que iba a comenzar

una racha de casi veinte años de victorias militares ininterrumpidas.

El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande nation-, las

levas en masa y una Constitución radical que prometía el sufragio universal, alimento,

trabajo y derecho a la rebelión. Se procuraría el bien común con unos derechos operantes

para el pueblo (lo que implicaba el fin total de todo lo concerniente al sistema y los privilegios

feudales).

El rígido Robespierre venció al pícaro Danton, que acaudilló a numerosos delincuentes,

especuladores, estraperlistas y otros elementos viciosos y amorales de la sociedad. La

guillotina recordaba que nadie estaba seguro. Los procesos de descristianización disgustaron

a algunos. El 27-7-1794, con la victoria en Fleurus y la ocupación de Bélgica, se dio paso a

una revolución termidoriana que terminó con los andrajosos sans-culottes y los gorros frigios.

Robespierre, Saint Just y Couthon, junto con otros 87 miembros, fueron ejecutados.

IV. Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media francesa para la

permanencia de lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-1799). Tenían

que conseguir una estabilidad política y un progreso económico sobre las bases del programa

liberal original de 1789-1791. Los sucesivos regímenes hasta 1870 (Directorio, Consulado,

Imperio, monarquía borbónica restaurada, monarquía constitucional, República e Imperio de

Napoleón III, no fueron más que el intento de mantener una sociedad burguesa intermedia

entre dos sistemas antagónicos: la república democrática jacobina y del antiguo régimen.

El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se esperaba. Precariamente,

los políticos oscilaron entre la derecha y la izquierda y tenían que hacer uso frecuente del

ejército tanto contra los agentes exteriores como contra las rebeliones internas. En este

contexto, es normal que Napoleón brotara en este clima de ambigüedad en el que los

militares tenían más poder que los gobernadores. Poco a poco el ejército fue abandonando su

carácter revolucionario y adquirió tintes de ejército tradicional y nacional, propiamente

bonapartista.

La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de mando. La rigidez

castrense aún no estaba definida. El ejército no contaba con un abundante armamento,

respaldado por una industria pesada efectiva. Contaba más la efectividad de actuación. Con

estos Napoleón conquistó Europa, no solo porque pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con él

el mundo tuvo su primer mito secular: de cónsul pasó a Emperador, estableció un código

civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco nacional. El Corso hizo de la revolución

liberal un régimen liberal asentado.

Napoleón fue mito y realidad. Era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista, curioso,

ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre

romántico del XIX. Si bien construyó las estructuras de la universidad, la legislación, el

gobierno, la economía, destruyó el sueño jacobino de la libertad, igualdad y fraternidad:

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ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión… Este mito revolucionario

sobreviviría a la muerte de Napoleón.

9. Hacia un mundo industrial

I. Solo una economía estaba industrializada efectivamente en 1848, la británica, y, como

consecuencia, dominaba al mundo. Probablemente entre 1840 y 1850, los Estados Unidos y

una gran parte de la Europa central habían cruzado o estaban ya en el umbral de la

Revolución industrial. Salvo en las zonas angloparlantes, la realidad social de 1840 no era

muy diferente de la de 1788.

Una revolución continental sin un correspondiente movimiento británico estaba condenada

al fracaso, como preveía Marx. Lo que no pudo prever, en cambio, fue que el desnivel del

desarrollo industrial entre la Gran Bretaña y el continente hacía inevitable que éste se alzara

solo.

El notabilísimo aumento de población estimulaba mucho, como es natural, la economía,

aunque debemos considerar esto como una consecuencia, más que como una causa exógena

de la revolución económica, pues sin ella no se hubiera mantenido un ritmo tan rápido de

crecimiento de población más que durante un período limitado. También producía más

trabajo, joven, sobre todo, y más consumidores.

Otros factores clave son la expansión del ferrocarril y las carreteras, al tiempo que los

canales y el paso de la navegación de vela a la de vapor y mayor tonelaje. Esto derivó en

grandes movimientos migratorios (hasta cinco millones de personas abandonaron sus tierras

de origen) y en que el comercio internacional se multiplicara por cuatro entre 1780 y 1850.

II. A partir de 1830 –el momento crítico que el historiador de nuestro período no debe

perder de vista cualquier que sea su particular campo de estudio- los cambios económico y

sociales se aceleran visible y rápidamente. Los cimientos de una gran parte de la futura

industria se habían puesto en la Europa napoleónica, pero no sobrevivieron mucho al fin de

las guerras, que produjo una gran crisis en todas partes. Después de esa fecha todo cambió,

tanto que hacia 1840 los problemas propios del industrialismo eran objeto de serias

discusiones en Europa occidental y constituían la pesadilla de todos los gobernantes y

economistas.

Con la excepción de Bélgica y quizá Francia, el monótono período de verdadera

industrialización en masa no se produjo hasta después de 1848. El período 1830-1840 señala

el nacimiento de las zonas industriales, y los famosos centros del mundo. Los artículos de

consumo estaban dejando paso al hierro, acero, carbón, etc… Mientras Inglaterra aún

practicaba masivamente la explotación de los primeros, Bélgica y Suecia se aferraban a los

segundos.

Las grandes ciudades apenas estaban industrializadas, aunque mantenían una gran

población que cubría este déficit. De las ciudades del mundo con más de 100.000

habiatantes, aparte de Lyon, sólo las inglesas y norteamericanas tenían verdaderos centros

industriales: Milán, en 1841, sólo tenía dos pequeñas máquinas de vapor.

En Inglaterra, tras 200 años, no había una escasez real de ningún factor de producción

para el desarrollo del capitalismo. En Alemania, por ejemplo, existía una falta manifiesta de

capital: la gran modestia del nivel de vida de las clases medias lo corrobora. La multiplicidad

de pequeños estados, cada uno con sus peculiares intereses y sus controles, contribuía a

impedir el desenvolvimiento racional. La unión aduanera constituyó el triunfo de la mano de

Prusia: garantía de inversiones y otorgamiento de condiciones favorables eran algunos de los

planes. Los proyectos de financiación industrial de los hermanos Pererire fueron bien

recibidos en el extranjero. Los banqueros, desde 1850, actuaron más como inversores que

como banqueros propiamente.

III. Sobre el papel ningún país tendría que haber avanzado más: tenían ingenio, inventiva,

gran desarrollo capitalista, sistemas de grandes almacenes, publicidad y ciencia. Sus

financieros eran los más importantes, como hemos visto. Fundaron las compañías de gas e

invirtieron en el ferrocarril de toda Europa. La clave para entender lo siguiente se debe a la

misma Revolución francés, que perdió con Robespierre mucho de lo que ganara con la

Asamblea Constituyente de 1790. Se prefería la inversión, la venta, el despilfarro en el

extranjero en busca de la acumulación de capital.

Page 6: la era de la revolución

En tanto Estados Unidos crecía desorbitadamente. Solo un obstáculo ralentizó el proceso:

el conflicto entre el norte (industrial, granjero y proteccionista frente al extranjero) y el sur

(semicolonial, aliado comercial de Inglaterra). Rusia estaba llamada a ser otra de las

grandes: por su tamaño, población y recursos naturales. El sistema feudal ya estaba

decayendo en su seno. Pero donde no había independencia política, no había opción de

desarrollo. Los mejores ejemplos son Egipto e India.

De todas las consecuencias económicas de la era de la doble revolución , la más profunda

y duradera fue aquella división entre países “avanzados” y “subdesarrollados”. El abismo

entre los “atrasados” y los “avanzados” permaneció inconmovible, infranqueable y cada vez

más ancho.

13. Ideología secular

I. Con muy pocas excepciones, todos los pensadores importantes de nuestro período

hablaban el idioma secular, cualesquiera que fueran sus creencias religiosas particulares. El

tema principal surgido de la doble revolución fue la naturaleza de la sociedad y el camino por

el que iba o debía ir; entre los que creían en el progreso y los otros.

Los burgueses liberales y el proletariado revolucionario creían, resumidamente, en el

progreso continuo y ascendente. Este pensamiento era racionalista y secular. El hombre tenía

capacidad de pensar y resolver los problemas de su mundo mediante esa capacidad.

Filosóficamente se inclinaban al materialismo o al empirismo, muy adecuada para una

sociedad que debía su progreso a la ciencia: cada hombre estaba ”naturalmente” poseído de

vida, libertad y afán de felicidad, como afirmada los Declaración de Independencia de

Norteamérica. La felicidad era el supremo objetivo de cada individuo; la mayor felicidad del

mayor número era el verdadero designio de la sociedad. Más que el soberbio Thomas

Hobbes, el filosóficamente tenue John Locke era el pensador favorito del liberalismo vulgar,

pues declaraba a la propiedad privada el más fundamental de los “derechos naturales”. Y los

revolucionarios franceses encontraron magnífica esta declaración: cada cual podría vender

sus brazos y su trabajo libremente, sin ataduras.

La época de apogeo de la economía política tuvo su nacimiento con Hobbes y siguió con

Adam Smith y David Ricardo. Las actividades, dejadas libremente, podían regirse por sí

solas: la economía se autoregulaba y traía la “riqueza de las naciones”. Smith decía que

“Podía probarse que la sociedad económicamente muy desigual que resultaba

inevitablemente de las operaciones de la naturaleza humana, no era incompatible con la

natural igualdad de todos los hombres ni con la justicia. Eran hombres que creían, con

justificación histórica, que el camino hacia delante de la humanidad pasaba por el

capitalismo.

Per los resultados sociales del capitalismo demostraron ser menos felices de lo que se

había pronosticado. La miseria de los pobres estaba condenada a prolongarse hasta el borde

de la extenuación, o a padecer por la introducción de la maquinaria, decían Malthus y

Ricardo. Las sólidas realizaciones de Smith y de Ricardo, respaldadas por las de la industria y

el comercio británicos, convirtieron la economía política en una ciencia inglesa, dejando

reducidos a los economistas franceses al ínfimo papel de simples predecesores. Entre 1818 y

1813 se introdujo en Sudamérica la cátedra de economía política, dato importante para

percibir la expansión de esta materia.

El liberalismo, no obstante, estaba fraccionado entre el utilitarismo, la ley natural y el

derecho natural, con predominio de estas. La Revolución trajo la creación de un ala izquierda

con un programa anticapitalista, implícito en ciertos aspectos de la dictadura jacobina. Los

liberales prácticos del continente se asustaban y preferían una monarquía constitucional con

sufragio adecuado que garantizara sus intereses. John Stuart Mill ya trataría de defender los

derechos de las minorías frente a las mayorías: Sobre la libertad(1859).

II. Mientras la ideología liberal perdía su confianza original, el socialismo, basado en la

razón, la ciencia y el progreso, se alzaba como nueva ideología. Saint-Simon (1760-1850),

primer “socialista utópico” hizo de la industrialización materia sine qua non de sus teorías y

sus proyectos. La solución estaba más allá de la industria, algo que entendieron Owen,

Engels y Fourier. El más importante objeto de la existencia es la felicidad, pero esta no se

puede obtener individualmente. Por eso, si el capitalista se apropiaba en forma de beneficio

del excedente que producía el trabajador por encima de lo que recibía como salario, el

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trabajador jamás podría acceder, por el trabajo, hacia los méritos… solo la abolición de los

capitalistas aboliría la explotación.

Si el capitalismo hubiera llevado a cabo lo que de él se esperaba en los días optimistas,

tales críticas no habrían tenido resonancia. Se podía demostrar no sólo que el capitalismo era

injusto, sino que, al parecer, funcionaba mal y daba unos resultados contrarios a los que

habían predicho sus panegiristas.

El socialismo no defendía que la sociedad fuera un conjunto de átomos individuales con

propio interés en la competencia. El hombre, por naturaleza, es un ser comunal. La sociedad

era el “hogar” del hombre –decía Marx- y no tanto el lugar de las libres actividades del

individuo. Además, ahora que el progrso y la ilustración habían demostrado a los hombres lo

que era racional, todo lo que había que hacer era barrer los obstáculos que impedían al

sentido común seguir su camino. Algún déspota ilustrado apoyó los proyectos de Saint

Simon, como Mohamed Alí.

Pero solamente cuando Karl Marx (1818-1883) trasladó el centro de gravedad de la

argumentación socialista desde su racionalidad, el socialismo adquirió su más formidable

arma intelectual. Economía política inglesa, socialismo francés y filosofía alemana se

combinaban en sus teorías. El capitalismo creaba fatalmente su propio sepulturero, el

proletariado, cuyo número y descontento crecía a medida que la concentración del poder

económico en unas pocas manos lo hacía más vulnerable, más fácil de derribar. No era una

sombra extensa sin predecesores: su madre era la revolución, su padre el capitalismo.

III. La resistencia al progreso no era más que un sistema de pensamiento, actitudes faltas

de un método intelectual. El anarquismo de la competencia de todos contra todos y la

deshumanización del mercado atentaba contra el liberalismo. Los hombres eran

desigualmente humanos, pero no mercancías valoradas según el mercado. Sus integrantes

solían buscar una edad de oro en el pasado, corrompida ahora por la Revolución Industrial.

Los pensadores conservadores no tenían el sentido del progreso histórico, tenían en

cambio un sentido agudísimo de la diferencia entre las sociedades formadas y estabilizadas

natural y gradualmente por la historia y las establecidas de pronto por “artificio”. Edmund

Burke en Inglaterra y la “escuela histórica” alemana de juristas legitimaron un antiguo

régimen en función de su continuidad histórica.

IV. Falta por considerar un grupo de ideologías extrañamente equilibradas entre el

progresismo y el antiprogresismo, o en término sociales, entre la burguesía industrial y el

proletariado de un lado, y las clases aristocráticas y mercantiles y las masas feudales del

otro. No estaban preparados para seguirlo hasta sus lógicas conclusiones liberales o

socialistas.

El primer grupo: Jean-Jacques Rousseau fue el más importante de estos pensadores; pero

ya había muerto en 1789. Su influencia intelectual fue penetrante en los jacobinos del año II,

sobre todo en Robespierre. También influyó en personas más borrosas como Mazzini; pero

también en Jefferson y Thomas Paine. Algunos lo consideran el precursor directo del

totalitarismo de izquierdas, pero lo cierto es que, a lo largo de cuarenta años de epístolas,

Marx y Engels solo lo nombran tres veces, casual y negativamente.

En realidad Rousseau fue más decisivo para los jacobinos, jeffersonianos y mazzinianos,

fanáticos de la democracia , el nacionalismo y un estado de gentes modestamente

acaudaladas, propiedad equitativamente repartida y algunas actividades de beneficencia. En

síntesis: fue el verdadero paladín de la igualdad.

El segundo grupo Puede ser también llamado “de la filosofía alemana”. Wilhelm von

Humboldt (1767-1835), hermano del gran científico, fue uno de los más notables. Creían que

era inevitable el progreso y el avance científico y económico. También Goethe es un buen

ejemplo de esta actitud. Pretendían organizar el progreso económico y educativo, y el de que

un completo laissez faire no fuera una política particularmente ventajosa para los negociantes

alemanes no disminuye la importancia de esta actitud.

A estos pensadores no les atraía Newton y el cartesianismo, sino más bien el misticismo y

el simbolismo. Su expresión más monumental fue la filosofía clásica alemana (1760-1830):

Goethe, Schiller, Kant, Hegel. Pero debemos recordar que este pensamiento es puramente

burgués y si bien no estaban totalmente a favor de 1789, lo veían necesario. Se sentían

convencidos, no obstante, por las teorías de Adam Smith.

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En estos, el contenido social de los ingleses y franceses se reduce a una gran abstracción:

la abstracción moral de la “voluntad”. Rechazaban el empirismo y, por supuesto, el

materialismo. Kant ve al individuo como unidad básica, para Hegel el punto de partida es el

colectivo, fragmentado por el mismo desarrollo histórico. El resultado de la revolución de

1830-1848 no fue un girondino o un filósofo radical, sino Karl Marx, quien trató ser el

economista y filósofo del siglo XIX, el arquitecto de una sociedad bastante distinta a la

ilustrada del siglo XVIII.

15. La ciencia

I. El más antimundano de los matemáticos, vive en un mundo más ancho que el de sus

especulaciones. El progreso de la ciencia no es un simple avance lineal, pues cada etapa

marca la solución de problemas previamente implícitos o explícitos en ella, planteando a su

vez nuevos problemas. Nuestro período supuso nuevos puntos de partida radicales en

algunos campos del pensamiento (matemáticas), contribuyó al despertar de algunas ciencias

aletargadas (químicas) creó otras (geología) e inyectó nuevas ideas revolucionarias en otras

(biológicas y sociales).

Lavoisier preparó los cálculos de la renta nacional. George Stephenson, más que científico

era un hombre muy sensato y práctico, que supo hacerse un nombre en Inglaterra. En

general hubo un gran estímulo a la investigación durante nuestro período (Escuela Normal

Superior, Museo Nacional de Historia Natural, Real Academia…). Entre Alemani y Francia

forjaron los modelos educativos de casi toda Europa. Inglaterra ni los legó ni los adoptó. Allí

se fundó la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia (1831) y la Universidad de

Londres, contrapeso de Oxford y Cambridge.

El comercio y la exploración dio talentos científicos como Alexander von Humboldt. Pero lo

cierto es que la época de las ambulantes celebridades pasó con el Antiguo Régimen. Ahora

será el periódico regular o el especializado quien viaje por las personas.

II. El único de los campos verdaderamente abierto de las ciencias físicas fue el del

electromagnetismo. Galvani, Volta, Oersted y Faraday, entre 1786 y 1831 descubrieron los

fundamentos esenciales de la electricidad. Las leyes de la termodinámica, la mayor novedad.

Lavoisier en la química abrió la puerta a otros mucho experimentos, como los del oxígeno o

la teoría atómica. Woehler descubrió que un cuerpo que antes se encontraba sólo en las

cosas vivas podía ser sintetizado en el laboratorio, con lo que se abrió el campo de la química

orgánica.

Pero las matemáticas fue la más privilegiada de las ciencias: Teoría de las funciones de

complejos variables (Gauss, Cauchy, Abel, Jacobi), Teoría de los grupos (Cauchy, Galis) o la

Teogría de los vectores (Hamilton). Pero sobre todo hay que destacar a Bolyai y a

Lobachevski que desmontaron la geometría euclidiana.

III. Para que naciera el marxismo tuvo que nacer la economía política y descubrirse la

evolución histórica. En ambos se apoyó el capitalismo para hacer cálculos racionales sobre las

rentas, los gastos, los beneficios, la construcción de viviendas, los puestos de trabajo… Aquí

cabe encajar el estudio de Malthus, Estudio sobre el principio de población humana (1798).

El descubrimiento de la historia como un proceso de evolución lógica y no sólo como una

sucesión cronológica de acontecimientos fue otro de los grandes logros. Los lazos de esta

innovación con la doble revolución son tan obvios que no necesitan ser explicados. Acto

seguido, hizo su aparición la historiografía: Michelet, Guizot, Thierry…

La recogida de vestigios del pasado, escritas o no escritas, se convirtió en una pasión

universal. Quizá fuese, en parte, un intento para salvaguardarlas de los rudos ataques del

presente, aunque probablemente su estímulo más importante fuera el nacionalismo: en

algunas naciones todavía dormidas, muchas veces serían el historiador, el lexicógrafo y el

recopilador de canciones folklóricas los verdaderos fundadores de la conciencia nacional.

El nacimiento de la filología surgió al compás de las conquistas. Conocer nuevas zonas del

mundo llevó a estudiar sus lenguas: Jones (1786) comienza a estudiar el sánscrito cuando se

conquista Bengala por los ingleses; el desciframiento de Champollion de los jeroglíficos

egipcio se debe a la expedición de Napoleón a Egipto, el cuneiforme de Rawlinson (1835) a

las campañas inglesas en las colonias… Durante aquellas exploraciones iniciales, nunca

dudaron los filólogos de que la evolución del lenguaje era no sólo una cuestión de establecer

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secuencias cronológica o registra variantes, sino que debía explicarse por leyes lingüísticas

generales, análogas a las científicas.

IV. El problema histórico de la geología era, pues, cómo explicar la evolución de la tierra,

el de la biología el doble de cómo explicar la formación de la vida desde el huevo, la semilla o

la espora, y cómo explicar la evolución de las especies. En 1809 el francés Lamarck presentó

la primera gran teoría sistemática moderna de la evolución, basada en la herencia de las

características adquiridas. Cuvier, el fundador del estudio sistemático de los fósiles,

rechazaba la evolución en nombre de la Providencia. El infeliz doctor Lawrence, que contestó

a Lamarck proponiendo una casi darwiniana teoría de la evolución por selección natural, se

vio obligado, ante el griterío de los conservadores, a retirar de la circulación su Natural

History of Man (1819).

Sólo a partir de 1830 –cuando la política gira hacia la izquierda- se abieron paso las

teorías evolucionistas en la geología, con la publicación de la famosa obra de Lyell Principios

de geología.

El fosilismo del hombre prehistórico no fue aceptado hasta el descubrimiento del primer

Neanderthal en 1856. Aunque las teorías evolucionistas habían hecho muchos progresos,

ninguna estaría lo suficientemente madura –excepto la economía política, la lingüística y la

estadística-. Lo mismo ocurría con la antropología o la etnografía.

Por otro lado, con funestas consecuencias, comenzó a debatirse entre los monogenistas y

poligenistas; en otras palabras, entre aquellos que pensaban que todos los hombres tenían

las misma raza y, por tanto, eran iguales, y los que percibían acusadas diferencias.

V. Los efectos indirectos de los acontecimientos contemporáneos fueron más importantes.

Nadie podía dejar de observar que el mundo se estaba transformando más radicalmente que

nunca antes de aquella era. Apenas sorprende que los patrones de pensamiento derivados de

los rápidos cambios sociales, las profundas revoluciones, resultaran aceptables. Una vez que

decidimos que no son ni más ni menos racionales todo es cose y cantar, pero eso no sucedió

hasta después de la revolución.

Charles Darwin dedujo el mecanismo de la “selección natural” por analogía con el modelo

de la competencia capitalista, que tomó de Malthus (la “lucha por la existencia”). La afición

por las teorías catastrofistas en geología pudo también deberse en parte a lo familiarizada

que estuvo aquella generación con las convulsiones de la sociedad. Pero no hay que dar

mucha importancia a los agentes externos: el mundo del pensamiento es autónomo y sus

movimientos se producen dentro de la misma longitud de onda histórica que los de fuera.

Es fácil subestimar la “filosofía natural” –como competidora de la ideología científica

clásica, porque pugna con la razón como ciencia. La “filosofía natural” era especulativa e

intuitiva. Trataba de expresar el espíritu del mundo o de la vida, la misteriosa unión orgánica

de todas las cosas con las demás, y muchas más cosas que resistían una precisa medida

cuantitativa de claridad cartesiana. Pero en conjunto, el camino “romántico” sirvió de

estímulo para nuevas ideas y puntos de partida, desapareciendo en seguida de las ciencias.

Los románticos, más que crear un nuevo cuadro del mundo, diferente al del s. XVIII, lo

idearon, buscaron los términos. La alternativa romántica no daba soluciones, pero mostraba

problemas reales.