La escuela de junto, de Misterios de la vida diaria por Jorge Ibargüengoitia

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    LA ESCUELA DE JUNTO

    Generosidad infantil  

    Las escuelas son, por lo general, lugares a los que muy poca gentequiere regresar. Además, las experiencias que tiene uno allí son de talíndole, que quedan relegadas a un rincón de la memoria el mismo díaque presenta uno el último examen. Para mí, durante muchos años, lasescuelas fueron lugares en los que producen embotellamientos detránsito en las horas en que los padres y las madres vana dejar orecoger a sus hijos en coche.

    Este estado de inocencia, o de somnolencia, desapareció haceunos días, cuando fui a visitar a unos amigos que acababan decambiarse junto a una escuela. Sentado en una mecedora, desde unaterraza del quinto piso, tuve oportunidad de presenciar lo que ladirectora llamó “asamblea”.

    Los niños y las niñas que llegaron a tiempo y uniformados deblando, se formaron en el patio; los que llegaron tarde, o sin uniforme,quedaron, como apestados, tras la reja, en la calle, comiendoquesadillas, jugando rayuela, estorbando el paso de los transeúntes, enespera de que terminara la asamblea.

    La directora y la plana mayor del profesorado subieron al corredordel segundo piso y, desde allí, provistos de micrófonos, estuvieronhablando a través del sistema de magnavoces durante dos horas.

    La directora explicó a los niños cómo deben vestirse, cómo deben

    formarse, cómo deben callarse la boca cuando están filas, cómo debenmirar al frente. Les dijo que las botas sólo sirven para hacer ejerciciosmilitares y que, por consiguiente, no deben traer botas a la asamblea.Un personaje con faldas y voz de hombre leyó los nombres de losalumnos que reprobaron en inglés. A continuación, otro personaje, conpantalones y voz de mujer, leyó los nombres de los alumnos que nohabían pagado sus cuotas. Cuando terminó esta humillación, ladirectora se dio cuenta de que se le había olvidado decirle a la banderaque se fuera y, para cubrir su error, tomó la palabra y dijo:

     —Notarán ustedes que la bandera ha estado aquí presente todo eltiempo. Esto se debe a que yo quise que se quedara, para que todosustedes, como buenos mexicanos, hagan el propósito de estudiarmucho este año, no reprobar inglés y pagar sus cuotas —y agregó, entono marcial: Honores a la Bandera. ¡Ya!

    Hubo un momento de silencio, debido a que la profesoraencargada de poner el disco estaba distraída.

     —Honores a la Bandera. ¡Ya! —repitió la directora.Por los magnavoces se oyó un poco de estática, después la aguja

    que cae sobre el disco y, por fin, una banda de guerra tocando Honoresa la Bandera.

    La niña de sexto año, que llevaba la bandera, y los cinco niños

    que formaban la escolta salieron marchando rumbo a la dirección. Sequedaron atorados en el camino, porque el techo del corredor era

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    demasiado bajo y no cabía la bandera. Fueron rescatados por la porterade la escuela, que le quitó la bandera a la niña y, arrastrándola, empezóa envolverla, y desapareció en la dirección.

    Mientas tanto, las filas de niños marchaban hacia los salones declase, al son de la Cabalgata de las Walkirias. La directora, micrófono

    en mano, agregaba su voz al estruendo: —Ese niño que ha estado comiendo cacahuates, que recoja la

    basura que dejó tirada. Los niños que no tienen uniforme o que llegarontarde, que pasen a formarse.

    Las rejas se abrieron, y los niños que estaban en la calleesperando a que terminara la asamblea entraron a la escuela, pero envez de pasar a formarse, se escurrieron pegados a las paredes y fueradel campo visual de la directora, se mezclaron con los que ibanmarchando, en fila, y entraron en los salones. La directora repitió laorden varias veces, esperando a que los incumplidos se formaran pararecibir una amonestación. Por fin, se dio por vencida y se fue a ladirección.

    Yo me quedé pensando que, después de todo, las cosas no hancambiado tanto en los treinta años que han transcurrido desde que salíde primaria. Ahora hay micrófonos y los salones están mejoriluminados, pero todavía hay maestros que se creen dueños de laescuela, del conocimiento y de las vidas privadas de los alumnos. Lasceremonias siguen siendo soporíferas y los alumnos siguen haciendotrampas para evitar castigos.

    Me acordé de los momentos culminantes de mi vida escolar: el díaen que el maestro Concha Inastrillas se comió el chocolate purgante que

    le regalamos, delante y con el beneplácito de toda la clase; o el díahorrendo en que el maestro Valdés entró al salón cuando estábamosprendiendo una fogata y, en castigo, nos hizo escribir diez páginassobre las virtudes de la madre mexicana.

    Ayer en la tarde, que pasé por la escuela de junto, vi a la directoraque estaba saliendo acompañada de las señoritas profesoras Hilda,Helvia y Sonia. La directora estaba sumida en la contemplaciónestética.

     —Miren, muchachas —dijo— qué escuela tan preciosa tenemos.¡Con el Ixtla de fondo! ¡Está como para que le saquen una de esas fotospanorámicas!

    Después de esto, no me extraña que haya problemas estudiantilesen todas partes del mundo. Lo que me extraña es que los niños nohayan quemado todas las escuelas. (20-xii-68.)