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jn de, A colaboracic -í~ GUIMER colección a c t a S 45 I La Espana

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colaboracic - í ~ GUIMER

colección a c t a S 45

I La Espana

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Pere Molas Ribalta Editor

La España de Carlos IV

t a b a p r e s s -Grupo Tabacalera- 42s"'3.z ,

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Esta obra recoge los trabajos de investigación presentados y discutidos en la 1 Reunión Cientifica de la Asociación Española de Historia Moderna, que tuvo lugar en Madrid, del 11 al 13 de diciembre de 1989. La misma se desarrolló en torno a dos secciones:

1. La España de Carlos N, que coordinó Pere Molas Ribalta. 11. La emigración española a Ultramar, 1492-1914, que

coordinó Antonio Eiras Roel. La organización de la Reunión estuvo a cargo del Departamento de Historia Moderna, Centro de Estudios Históricos, GIC; y de la Asociación Española de Historia Moderna, actuando como Secretario Agustín Guimerá. La Reunión contó con el patrocinio del Consejo superior de Investigaciones Científicas y del Ministerio de Educación.

El Gmpo Tabacalera ha patrocinado una parte de la edición de los dos volúmenes que recogen los trabajos de dicha Reunión.

O 1991, ACOCIACI~N ESPAÑOLA DE HISTORIA MODERNA 1991, EDICIONES TABAPRECS

Barquillo, 38 28004 Madrid T. (91) 319 9457 Fax: (91) 410 5260

O 1991, cada uno de los AUTORES para sus respectivos trabajos

ISBN: 84-86938-99-6 Depósito lega M-9462-1991

Edición al cuidado de Maite MARTÍN FARALDO Procesamiento de textos: Maruxa BERMEJO Diseño y gráficos: Cristina ORTEGA y Luis PULGAR

Impresión: Fareso, S.A. Encuadernación: Ramos, S.A.

Portada: Goya, La lámpara del diablo, 42 x 30 an, 61e0, 1797198. Galena Nacional, Londres. Foto Oronoz.

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POLITIGA Y C%TemM EN EL RElNABO DE CARLOS N

Antonio Mestre Emilio la Parra

Universidades de Valencia y de Alicante

No hay duda de que en la época de Carlos N aparecen en España nuevas ideas e incluso se vislumbra una nueva realidad política, en gran parte debido al influjo de la Revolución Francesa. Pero no se parte de la nada. La nueva realidad española -quizá de manera especial en el campo del pensamiento- mantiene una corriente de continuidad de planteamientos anteriores, al tiempo que incorpora una serie de fracturas con el pasado inmediato. Por tanto, nuestra exposición partirá, siempre y en cada uno de los aspectos, del reinado de Carlos IIS, para especificar las continuidades y las rupturas producidas a lo largo del reinado de su sucesor.

Regalismo episcopalista

Plantear el problema del regalismo del siglo XVIII en estas circunstancias carece de sentido, especialmente después de los trabajos de conjunto o monograficos sobre figuras concretas (Macanaz, Mayans, Roda, Campo- manes, Fioridablanca o Azara). Pero, dado que es un factor esencial para entender múltiples aspectos de la cultura, la política y aun de la religiosidad de la cenkria y, sobre todo, que constituye uno de los ejes básicos en los acontecimientos del reinado de Carlos N, es menester aludir brevemente a los caracteres que nos permitan una mejor comprensión de los hechos.

Negar hoy la herencia regaiista hispana, teórica (Melchor Cano, Covmbias, Chumacero o Colórzano) y práctica (Fernando el Católico o Felipe SI) carecería de sentido. Existe, y potente. Aunque también resulta innegable el influjo extranjero. Francés, por medio del galicanismo de Fleury o Bossuet. Alemán, a través de Febronio y el josefinismo. Italiano: Giannone, Muratori o Tanucci. Portugués, a través de Pereira y la práctica política de Pombal.

Ahora bien, junto a las corrientes teóricas, ya demostró Olaechea que el regalismo del XVIII tiene una gran dosis de política administrativa. En gran parte, la práctica regalista depende de las circunstancias, y las grandes decisiones constituyen un intento de resolver los problemas, muchas veces acuciantes. Este carácter práctico del regalismo dieciochesco tiene su explicación en el hecho de que la finalidad última del gobierno era controlar la iglesia española. De ahí la doble línea visible a lo largo del siglo: administrativo- económica, ya planteada por Macanaz en el Memorial de 105 55 puntos, y el episcopalismo, no menos impor- tante para conocer la evolución del regalismo español.

El Memorial del obispo Solís marcó un hito en la defensa de los derechos epixopales. La oposición a la prepotencia curial, que, a lo largo de la historia, ha ido cercenando la autoridad iure divino de los obispos,

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190 ANTONIO MESTRE Y EMILIO LA PARRA

fue penetrando en la mentalidad de los prelados españoles. El descubrimiento dc nuestros teólogos del XVT (Alava Equivel o Vitoria), hábilmente utilizados por Mayans, el creciente influjo de Van Espen y el favor del gobierno, favorecieron el desarrollo del episcopalismo, visible hasta en obispos sumisos a Roma como Asensio Cales o Lorenzana.

Claro que m todos los episcopalismos eran idénticos. Una cosa es el episcopalismo antirregalista de Climent. a r a , la defensa de los derechos episcopales propiciada por Mayans, que desea que el obispo mantenga su autoridad, tanto frente a la Curia Romana como mte la prepotencia del monarca. Un punto une estas dos tendencias: la autoridad del prelado constihiye el punto de partida de una reforma moral por medio de los concilios y con el control sobre los regulares. En contraste con estos planteamientos, la finalidad de los gobiernos bon;bónicos es menos religiosa. §e trata de propiciar una iglesia nacional, sumisa a las direchices del monarca. Y para conseguir semejante objetivo era necesario el control de los obispos. La elección y control de los prelados, acrecentados desde el concordato de 1753 con el nombramiento de otros cargos eclesiásticos y las exigencias de sumisión (caso del obispo de Cuenca, pastorales sobre jesuitas, solicitud de infome para la extinción de la Compañía...), constihiyen testimonios del creciente control del poder político sobre el episcopado español. Claro que los obispos no siempre se manifiestan sumisos y el mismo Floridablanca prefería negociar con Roma a tener que convencer a todos los prelados españoles.

Los cambios producidos a partir de 1789 refuerzan el doble carácter administrativo-económico y episcopalista del regalismo español. La crisis económica exigió paralizar la salida de numerario al exterior y, por tanto, controlar los pagos de dispensas a la Canta Cede y otros derechos conservados por Roma sobre la Iglesia española. Al mismo tiempo, entre los gobernantes se generalizó la idea de que los bienes del clero constituían el filón donde hallar soluciones monetarias. Por otra parte, la Revolución Francesa modificó profundamente el sistema de relaciones internacionales, variando de manera considerable la siíuación de los intereses españoles en Italia, hecho que exigió a la monarquía española un esfuerzo para imponer su criterio frente a la dependencia romana. Esta circunstancia, junto a la debilidad de la Canta Cede durante la última etapa de Pío VI, favoreció la expansión del antirromanismo en España, sentimiento que si bien no siempre es identificable con el regalismo episcopalista, si contribuye a apoyarlo.

En otro orden de cosas, las tendencias epiiscopalistas son reforzadas en esta época pacias a la difusión de las ideas del Sínodo de Pistoia y de la Iglesia constiíucional francesa. Este influjo exterior se une a los planteaeainiientos característicos de los ilusk.ados españoles y propicia que el regalismo episcopalista esté eii el ambienite, como algo casi obvio, mando se trata de afrontar las relaciones Iglesia-Estado o cuando se intenta planificar una plitica respecto d clero. En efecto, por motivos diversos, participan de esta manera de pensar personajes muy distintos: los que mntienen las ideas ilustradas que podríamos calificar "clásicas" (Jovellanos, Tavira, los hermanos Abad y Lasierra...); aquellos que apuntan, tomando pie en esas ideas, hacia coi~cepciones políticas más avanzadas (a quienes se ha denominado "pre-liberales", como Urquijo, Yeregui, etc.); todos los que por un motivo u otro se muectren contrarios al gran poder adquirido en los países católicos por la curia de Roma y, lo que es más importante desde el punto de vista práctico, son regalistas episcopalistas casi todos los funcionasios españoles, entre otros motivos porque así se lo exigía la necesidad de mantenerse en sus funciones.

Bien por convencirnWento más o menos hndado ideológicamenk, bien por conveniencia práctica, casi todas las personas iduyentes, de una loma u otra, en la vida española, partían del regalismo como premisa esencial. Pam unos lo primordial consistia en afron3tar la refoma de la Iglesia, cometido inevitable si se deseaba que la monarquía española manhrviese su vigor. L a popularidad de este planteamiento quedó patente en 1809 al responder a la "consulta a1 paús": incluso los colectivos más rearcionafios, como cabildos

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P O L ~ I C A Y CULTURA EN EL REINADO DE CARLOS W

catedralicios de pequeiias ciudades, apuntaron multitud de elementos que reformar en la "disciplina exterior" de la Iglesia espanola. Para otros, los menos, la vía regalista-episcopalis(a resultaba interesante para facilitar el cambio de mentalidad perseguido en España: la creación de una Iglesia nacional, libre de las ataduras externas y, sobre todo, mentales de carácter ultramontano, sería un paso esencial para implantar poco a poco una mentalidad laica o, al menos, para proceder a la desacralización de la sociedad. Tal es la línea de pensamiento que dora, claramente, a lo largo de las cesiones de las Cortes de Cádiz entre los pensadores liberales y, fuera del parlamento, en la prensa de la tendencia mencionada, como el Semanario Patriótico, El Conclso, La Abeja E~pafiola, etcétera.

El regalismo está en el ambiente espanol. Pero conviene hacer dos tipos de matizaciones. Ci bien regalismo y episcopalismo van unidos casi siempre, en algunos casos se acenhia una u otra idea (y, en consecuencia, difieren los resultados) y en otros ocurre que existen regalistas que no aceptan los plantea- mientos episcopalistas, como sucede también al revés. La otra matización concierne al apoyo que recibe esta manera de entender las relaciones Iglesia-Estado: para el poder real surge un problema: ¿hasta donde puede apoyarse al episcopalismo sin que se ponga en peligro la soberanía del Estado?; para la sociedad la pregunta es otra: ¿se apoyan estas ideas por convencimiento o porque se considera la única manera de actuar?

1. El regalismo episcopalista, como notó Caugnieux, es un procedimiento para realizar reformas sin alterar el orden social y político del Antiguo Régimen, pues en cualquier caso siempre se mantiene el principio jerárquico: en lo temporal, el del monarca, en lo espiritural, el del obispo. Por eso resultó fácil su arraigo en la época. Ello no implica monolitismo en las actitudes, antes al conbario, existen múltiples matices, explicables, en ocasiones, en virtud de los intereses particulares de algunas personas.

Semantuvo la línea regalista pura, heredera de los planteamientos de Macanaz-Campomanes, adop- tada generalmente por los funcionarios reales, para quienes, obviamente, el interés se cifraba en fortalecer al monarca. No todos los sustentadores de esta línea son partidarios de las luces y, por supuesto, en ocasiones adoptan ac~tudes conservadoras. Un personaje ejempiificador de la misma podría ser Forner, debatido entre su perceptible tendencia ilustrada y la sumisión sin crítica a las órdenes del poder real.

Frente a los anteriores, casi nítidamente, se dibuja el pensamiento exclusivamente episcopalista, que considera peligrosa cualquier intervención del poder real en los asuntos eclesiásticos. Es el camino iniciado por Climent y proseguido durante Carlos N de manera un tanto desfigurada y, que sepamos, sin un personaje clave que pueda paRocinar esta línea. Sin embargo, en las Cortes de Cádiz se manifiesta con fuerza. Hombres como el obispo Aguinano, de Calahorra, defendiemn allí ideas epixopalistas pero siempre rechaaron la intervención del lpoder temporal en la reforma de la Iglesia.

Existen episcopalistas convencidos que, a su vez, consideran necesaria la política regalista, pero

1 fijan ciertos límites al poder temporal, cuya intervención en las materias eclesiásticas matizan: debe servir únicamente para velar por el bien de la Iglesia y para facilitar las refomas, no para aumentar el dominio del monarca. Es la línea mayansiana, tan importante en la época de Carlos ni' como en la de las Cortes de Cádiz: la Comisión Eclesiástica creada por estas últimas lo asume con toda claridad en su proyecto de un concilio nacional, proyecto que viene a se^ el precipitado de los planteamientos de un sector lúcido de la Ultima ilustración, encabezado, en cuanto a las ideas cobre la reforma de la Iglesia, por Joaquín L. Villanueva.

l Ciertas actitudes puerlen inducir a error, pues defienden algunos elementos regalistas y episcopalistas,

aunque en realidad no podemos decir que eso constituya el núcleo de su pncarniento. Me refiero a casos como el de Llosente en los anos 80 y 90: es ante todo un anticurialista (en este punto coincide con los demás),

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192 ANTONIO MFSTRE Y EMILIO LA PARRA

pero defiende a capa y espada los derechos de la Iglesia de Calahorra frente a los propósitos de la monarquía. Para él, por tanto, no hay lugar a la política regalista y, por lo demás, su pensamiento episcopalista en ese momento es relativo, puesto al servicio de uncuerpo eclesiástico (el cabildo catedralicio) cuyos intereses reales chocaron en la inmensa mayoría de las veces con los de los episcopalistas y con los de 105 propios obispos.

Podemos, por úitimo, apuntar m sector más, intermedio entre la actitud regalista epicccpdista predo- minante entre los ilustrados y el ultramontanismo característico de la sociedad espaiiola. Se trata de aqirellos que reconocen la autoridad total del papa y, al mismo tiempo, intentan defender los derechos del monarca. Para estos sería lícito, por ejemplo, retener una bula papal si el rey considera que contraviene ciertas dispo- siciones del Concordato vigente o algún uso propio de España, pero tal retención no tendría carácter legis- lativo, sino sería mera medida de prudencia: su objetivo es, simplemente, el de hacer notar al papa que se produce la contravención señalada. Cegún éstos, es perfectamente lógico que en u n momento dado no se promulgue una bula y, más tarde, se le dé curso legal total, como ocurrió con la Auctoremfidei. Es decir, para este sector el regalismo no implica anümomanismo ni defensa de la Iglesia nacional, sino la conservación de las leyes establecidas de común acuerdo entre España y la Canta Sede. Tal actitud tuvo mucha importancia en el reinado de Carlos IV y fue defendida por personajes de segunda fila dentro de la Ilustración (por ejemplo, Lázaro de Dou, Francisco X . Bornill), quienes jugaron u n papel relevante como oposición al libe- ralismo en las Cortes de Cádiz. Es, a la vez, la vía adoptada por gobernantes como Godoy para justificar determinados actos: en ocasiones i e c m e al permiso papal para legitimar decisiones de gobierno (por ejemplo, impetrando las bulas para desamortizar bienes eclesiásticos) y en otras prescinde de tal autorización porque priman los intereses reales.

La diversidad de tendencias apuntadas, susceptible de cuantas matizaciones pemita u n mejor cono- cimiento del pensamiento de tantos personajes oscuros por falta de estudios biográficos, ha de conjugarse con la realidad política. Tanto Carlos IiI como su hija gokrnaron con una clara intención: cualquier acto debía tender a fortalecer la autoridad real. En consecuencia, una cosa es lo que dijeran los teóricos, o los consejeros del monarca, y otra lo que disponía la ley cuando se trataba de terciar entre intereses eclesiásticos e intereses reales. La Novácima Recopilación, por tanto, está plagada de disposiciones que demuestran que los obispos quedan como meros ejecutores de la política real. Es decir, para el monarca prima el regalismo sobre la defensa de la autoridad episcopal. Por ello la línea que se impone es la emanada del poder del Estado. Si ésta coincide con los planteamientos de los ilustrados, tanto mejor; de no ser así, son los úlhmos quienes quedan postergados. Como, por otra parte, no hay uniformidad entre los propios ilustrados y, a su vez, se opera u n claro enhentamiento entre regalismo episcopalista y ultramontaaismo, la lucha es perenne. Evidentemente, fue el monarca quien sacó provecho de ello.

La divergencia efectiva monarca-ilustrados propició una situación claramente favorable a cualquier división ideológica en el país. Fácilmente puede explicarse, de esta manera, la decantación hacia los tres bandos políticos predominantes a partir de 1808, cuando la autoridad del monarca desaparece y no hay ya una línea que se imponga (línea que durante el Antiguo Régimen siempre fue la del rey). Aun partiendo de las mismas ideas, los regalistas episcoplistas se inclinan por el bando afrancesado o el liberal de acuerdo con sus interese o sihiacionies particdam, mienkas los ulbamonlanos m l u v i e r o n sin dificulbd su posicióii y no les resultó dificil, con Fernando VII, practicar una política de tinte regalista, aunque ahora en contra de los intereses de los reforniisbs. Les había preparado el camiiio esa v'a intemedia, a la que hemos aludido más arriba, que no acababa de rechazar la política regalista pero que mantenía con todo su poder a la institución papal.

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PoL@~CA Y CULTURA EN EL REINADO DE CARLOS W

2.. La división entre episcopalistas y partidarios de lía supremacía del poder real deja al descubierio una de las cuestiones clave para entender el reformismo ilustrado: determinar el Emite hash donde el poder temporal podía apoyar Ua epixopalismo sin que pusiera e n peligro la w k r a n i a del Estado. Si por múltiples razones, sobre todo de carácter práctico, coniveda contar con los episcopalistas, pues eran una fuerza a presentar frente al romnismo, resultaba perentorio saber hasta donde podía llegar tal apoyo.

En la Espafia de Carlos 1V se avanzó, a veces con cierta espwlacularidad, e n la política episcopalista (el caso más sobresaliente fue el decreto de Urquijo sobre dispensas rna(limoniales), mas nio existi6 un pro- g a m a episcopalista s is tedt ico, pues e n la mayoría de los casos no se pasó de la fa* del proyecto. Tal sncdió , por eje~n1310, con los planes w l x e reforma de la Inquisición de Manuel Abad y Lasierra, en 1793, o los d e Jovellaiws-Tavira, proyectos que dejaban e n manos de los obispos la censura d e las causas de fe. No hubo necesidad, por tanto, de llegar a u n efienkrniento claro entre ministros ( o rey) e ilustrados episcrr yalistas. En Toscana, por el contrario, si se ensayó una política global de s i p o epixopalista con !as reformas de Bücci, y quedó demoshado quc incluso u n w k r a n o como Leopldo , inclinado hacia el regalismo epis- copalista, dio marcha atrás en la reforma cuando se percató d e la peligosidad del iritento. Puede que en España hubiera pasado algo similar, de haber cuajado los planes ilustrados. Es decir, lo que e n realidad cuadraba con los intereses monárquicos era una política de signo joefinicta, pero no cabía dentro de la moiiarquía del Antiguo %gimen u n programa completo de reforma en la línea episcopalista. Esto era labor d e otro tipo d e régimen político: las Cortes de Cádiz demostraron la \iaabilidad del intento y, a pesar de todas las dificultades, pudieron llevarlo a cabo durante algunos pocos afios.

Nahralmente, debemos intentar explicarnos por qué cuando e n G d i z pudo cristalizar una política del signo aludido no cuíij0 y cayó fácilmente ante el primer embate del reaccionarismo apoyado en Fernando VTI. H a l 1 m una explicación en la apuntada desunión de los sectores o tendencias refornnistas. 4nIluyó también u n liecho particulamente ipnyortante en España: e n 1808, cuando fue posible aplicar la nueva plitica, el sector de los refomistas se fraccionó de manera claramente antagónica entre afraiicesados y liberales, por lo que la unión de ambas, tras la expulsión de Wapoldn, constituía u n problema politico d e primer orden, en especial porque se acababa d e librar una guerra civil, hecho que no debe soslayarse e n consideraciones como las presentes. Pero cabe, asimismo, otra explicación. Como hemos apuntado, los planteamientos del regñlismo episcopatista cuadran con una sociedad tipica del Antiguo Régimen, mas no se acoplan fácilnnenite a la mentalidad de Ra burguesía. Ea debilidad de esta clase social en Espafia explica que e n Cidiz haya que recunrir a la política regalista episropalista al afrontar la r e f o m a d e la Iglesia, Única aceptada por el heterogéneo sector partidario d e la r e foma . Pero, cuanzdo se fue afinrnando la nueva epoca burqesa , esta política quedaba obsoleh y resultaba dificilmente aceptable para la mentalidad burguesa, más interesada por la laicización de la sociedad que por la concesión a los obispos de amplios poderes sobre las conciencias d e los ciudadanos. Lo que al li&ralismo burgu6s interesa es convertir al clero, inclu- yendo a los obispos, e n luncionarios del nuevo estado. Esta era una enseñanza aprendida, precisamente, por los partidarios del epixopalismo, d e la Iglesia Constihcioaial francesa. Pero a ello se opuso el ultramon- tanismo básico de Espana, dominante con Fernando VII. Entre los reformadores quedaba claro, tras lo suce- dido coii el experimento de Rcci e n Tosrana, su escasa viabilidad dentro d e una monarquía de cuna ilus- trado. También para los más decididos partidarios del liberalismo, influidos por la Revolución Francesa, era evidente Ia inviabilidad del manteniPniento en la Iglesia del priricipio del orden jerirquico al que conducía la plítica regalista epixopalista. W principios del siglo X I X iio cabia pensar e n ello. Así se explica que en Cádiz y en el 'kienio no cuajara lo que pretendían los Últimos Ilus$ados como Muñoz Torrero, Villanueva, Serra, Bernabeu, Ruiz Padrón, etcetera.

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194 ANTONIO MESTE Y EMILIO LA PARRA

La compleja religiosidad hispana del XVU

Ha sido éste un tema muy txdiameente incorprado a las preocupaciones de los iiistoriadores españoles. El contraste, y muchas veces oposición, entre la forma religiosa de los ilus&ados y la religiosidad popular confundió a Menéndez Pelayo, que quiso ver en los ililstrados españoles, enciclopeclistas y volterianos vergonzantes o declarados. Hoy los numerocos estudios han venido a demostrar que nueshos ilustrados, en su mayoría, son sincermente religiosos y muy interewdos en difundir entre la masa popular una piedad racional. Era la vieja herencia masmima. En esta línea, la serie de estudios monográficos (Macanaz, Mayans, Jovellanos, Caiiuelo, Azaw, Llorenk ... ) h m pmicido a Egido escribir: "El panorama de la IIusRación católica española sovrende por la existencia de g u p s , nuiahios y selectos, de laicos comprometidos en la "reforma" de la religiosidad en todas sus vertientes. IIabria que esperar dos siglos, o volver, como lo hicieron los ilustrados, los ojos al XVI para encontrar u n esptAcialo similar al de las élites seglares del XVIIi".

Hoy parecen bastante claros los opígenes de la religiosidad de nuestros ilustrados. Existe el influjo fraiicés del v a n siglo. Posiblemente se ha exagerado su alcance, p r o resulta evidente el de C. Fleiiry o el de Boscuet. Menos atención ha merecido el influjo italiano, aunque cada vez van conociéndose mejor las manifestaciones. La dificultad es evidente, porque en muchos cacos se Rata del influjo oral por medio de la ensefianza de clérigos en Roma o Ia larga residencia de personajes que con el tiempo desempeñaron importantes misiones culhirales o religiosas: Pérez Bayer o Rubín de Celis, por ejemplo. Un estudio de clérigos y seglares que residieron en Roim podria clarificar muchos aspectos de la cultura religiosa espafiola del XVIII. El influjo directo de los autores y de sus obras si@ficativas es más conocido: las traducciones biblicas del arzobispo Martini, la frecuente lechrra de Musatori(De Ingenwrum modevatwne o De superstitione vitanda). Aunque, a decir verdad, debió ser mayor la traccendencia de los libros traducidos al castellano: Della rcgolatn devorione dei cristkni, Della carita crktiann o la Filocofi morale. Bien es cierto que traductor y editores procitraron, en el caso concreto de Della regolata dmziune, suprimir los pasajes d s corírpromeeidos: los textos de la Biblia tradiacidos o la Leona favorable a la disminución de los días de fiesta.

Ni que decir tiene que entre nosotros bvieron amplia repercusión las polémicas religiosas tan vivas en Italia: rigorismo y probabilismo, la usura, janwnismo .... Se trata de u n aspecto p c o estudiado pero que tendrá una importancia enorme, porque prepara el camino a la recepción de dos grandes focos de refor- mismo: el Seminario de Frsdua, bajo jurisdicción de Aushia, con todo el influjo de Jos6 11, y el movimiento toscano, que alcanzará su máxima eclosión en el Sínodo de Pistoia. Con aspectos que todavía no han tenido entre nosotros la atención que merecen.

Aunque, sin duda, el gran descubrihento ha sido la importancia de los humanistas españoles del M: fray Luis de Granada, fray Luis d e L d n , Juan Luis Vives .... EI influjo fue creciente ;a lo largo del siglo y cristalizó en la serie de ediciones de sus obras durante el reinado de Carlos 111. Bastaria, como ejemplo, el caw de fray Luis de L&n que, después de más de u n siglo de no haber sido publicado, vió inundado el mercado en repetidas ediciones: la obra pktica, De 105 nombres de Cristo ..., que prepararon la edición de las Obrm complefns delel padre Merino, ya a principios del X I X . Dede Mayans, pasando por B l a m , por indicar el grupo valenciano, pero sin olvidar la actividad de los agustinos (Diego González o Merino), la figura de fray Luis se convierte en el shbo1o de renovación espiriairal (biblismo, interionzación, rigorismo). 'Vendria a constituir, en el fondo, tan evidente eco de la herencia e r a s ~ a n a .

Desde esa multiplicidad de corrientes debemos observar los caracteres de la religiosidad de nuestros ilustrados. U n acusado biblismo que pugnaría no sólo por la lectura de $a §agrada Escritura, sino por el estudio cientifico basado en las lenwas oniginales y, más importante todada, como fuente de espirituralidad.

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PoLrricA Y CULTURA EN EL REINADO DE CARLOS

1 l I En consecuencia, resulbrá visible su cristocentrismo frente a las p l lnr i foms y variadas devociones a 1

mntos de la reltgosidad barroca o popuids. En este sentido, carecemos d e u n estudio como e{ de ~ ~ ~ ~ i ~ l ~ Menozzi (Lettute politice della figura di Gffid neIla cultura italiana de6 Setiecenlo) sobre las diferentes forma- ~~.

de interpretar la figura de Cristo desde múleáples opciones políticas. Ileligiosidad interiorizada y a n ~ . ceremonial con evidentes maiices individualistas. Dadas las circunstancias de dialéctica doctrinal, serán partidarios del rigorismo nnord y, en consecuencia, aeerrimos enemigos del probabilisnno. Todo ello, dentro de u n marco racionalista que les enfrentará a la religiosidad sentimental, exterior y cerernonial, cuyos repre- sentantes más caracien?mdos verán e n los regulares.

Mas tardío ha sido el interes por el estudio de las formas religiosas populares d e d e una mctodoiogía cienkifica. %lo las aportaciones d e Vovelle kan suscitado la serie de trabajos, aparecida Ultimamente, que perrniteii apoximainos a las formas concretas d e ieli@osidad popular. Ajena a cambios cdturdes, no admite la menor autonom'a e n cualquier mnUfestación culturd al margen de los esquemas clericales hadi- c i o n h e n t e admitidos: cohaclías, procesiones, hábitos religiosos en la s epu lha , p reghaboues , oposiciones a eniierros fuera de lugar sagrado .... Se bata d e un mundo impenetrable a las formas rdigosac fomentadas por los ilustrados.

Estas formas religiosas se mantenían al rnargen de las razones de los ilustrados, pero n o las com- batian. la repulsa activa vino por parte de los antiilustrados, cuya actividad ha sido últimamente estudiada (Herrero, F. LDpez, E@). Uno d e los aspectos &s interesantes resulta, sin duda, el conocimiento de los mecanismos de influjo eni la sociedad: libros, revistas, sermones.... El ataque, basado ideológicarne-nte en los presupuestos franceses, se dirigía contra una ilustración teórica, que nada tenia que ver con Ia realidad espanola, como e n repetidas ocasiones manifestó E1 Censor. Pero la difusión de la imagen de los ilustrados como ateos o deístas, enemigos d e la religión, y rrds tarde t m b i b n del bono, conMbeny6 a coslíunciir la mente de muchos españoles. Menos claro resulta el proceso concreto, pese al libro de Herrero. Se han estu- diado las implicacionies políticas d e los sermones (Mar~nínz Albiach), pero el canpa es tan amplio y extenso (actividad de los p&rocos, Ordenes religiosas, eofradias .... ) y taa iniasiblc que resulta m u y dificil d cono- cimiento del proceso de formación.

Una cosa aparece clara: el equilibrio, más o menos tenso, existente a lo largo del reinado d e Carlos 111 (sini olvidar el exkafianuliento de los jesuitas) se rompe ante las nuevas circunstancias. Por u n lado, será visible la radica1izaciOn de los ilustrados en la defensa de siis formas religiosas, alentados por los sucesos exteriores. Por oko , tambien se agudizarán las rnanifesiaciones d e los asitiilirskrados enr su defensa de la religiosidad tradicional. Basta recordar %a actividad d e fray Diego d e Chdiz.

I Antes d e analizar ese conbaste, conviene aludir al papel de las revistas como el genero que permite la expresibn del conhaste entre las dos formas religiosas. Desde Nipho a El Ce9icur; pasando por el Pensador,

I su coiiocimiento ha c o n ~ b u i d o a clarificar las diferencias e n las formas extenmas de religiosidad. N o serjn las únicas revistas. Pero quiais resulte d s i n t e r e ~ n t e constatar que también las revistas expresarán una

1 mayor crispación durante el reinado d e Carlos IV. Wirante el reinado d e Carlos IV q u d 0 patente que los janwnishs, partidarios del regalismo epis-

copdista, intenlaron llevar a la práctica u n modelo religioso que implicaba dos exigenci.as básicas en el orden social (además del meramente teológico): el rigorismo moral y la refomra de la pastoral. El b-iunfo

~ d e una moral rigorista era iaicompahble con la vida d e la mayor parte d e la clerecía y de los espamoles, dados a la vía probabilista predicada p r casi todos los religiosos ( y no s6lo los jesuihs): cabía peca', gmro

I se contaba siempre con la psibiiidad d e salvarse mediante los actos d e piedad y la co~itricibnr sacra~nnital.

Así pues, los jansenistas t edan frente a si no &lo a la organimción rclesial tradicional, sino farnbien a Ia

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196 ANTONIO MESTRE Y EMILIO LA PARRA

masa de creyentes. Además, los janwnistas chocaban por sus ideas morales con la naciente burguesía, para la cual era tm inaceptable el ~+gorismo moral como para el pueblo. Mucho tiene que ver con esto el ambiente de irreligiosidad que se comienza a respirar en la Espaiia de Carlos IV: los que Munel y Alcalá Galiano denominan los "libertinos" de la epoca, esto es, personas con cierto espíritu burgués, rechazan tanto la reli- giosidad tradicional, irracional y supersticiosa, c o m la de los jansenistas, a ésta a causa de su rigor moral.

El ideal pastoral jansenista, basado en la recuperación del párroco como centro de la vida religiosa y en cierta medida de la vida social de los pueblos (Esyafía era, no lo olvidemos, un país eminentemente rural), resultaba peligroso @§p€!Cialmenk para el clero regular, que de tal loma veía peligrar su hegemonía en este punto, y para el poder monárquico, que debía desconfiar de la posibilidad de que se cumpliera, al pie de la letra, el proyecto pastoral jansenista. Los párrocos fuertes podían resultar peligrosos para los funcionarios reales y para ejercer un control sin competencias en Ia vida social española. La monarquía no podía hacer fácil dejación de las funciones de caridad-beneficencia, ensefianza, dirección de las con- ciencias .... y otros cometidos asignados a los párrocos por el programa pastoral de los jansenistas de la época.

Si unimos a las dificultades apuntadas los problemas que conllevaba la implantación de una reli- giosidad interior, reconoceremos las dificultades para el triunfo del ideal jansenista, tanto en la España del Antiguo Régimen como en la sociedad burguesa posterior. El esfuerzo de los janwnistas por difundir "la sana dochina", como gustan decir, es enorme, pero se halla con todo tipo de trabas, como lo prueban los problemas continuos con la Inquisición y con las autoridades, tanto religiosas como políticas, de los componentes del círculo de la condesa de Montijo (por citar uno de los grupos más significativos del jan- senismo finiswlar). En este punto es decisivo el impulso del exterior, especialmente de Francia (primero mediante Clément, el posteriomnte obispo constitucional de Versai'lles; mis tarde a causa de la corres- pondencia con Grégoire) y de Italia, de donde se adopta el pensamiento de Muratori y, en los últimos aiios, la dochina de Pistoia y, en concreto, los planteamientos de Tamburini, un teólogo enormemente popular en la Espafia de Carlos W .

Los sectores ilustrados fueron depurando poco a p c o su pensamiento y a finales de la centuria llegaron a formular con toda claridad el ideal religioso que venían persipiendo. P u d e ser paradigmático de la nueva situación el pensamiento fomulado p r el padre Santander en sus Cartas familiares: la razón y la revelación deben ir unidas, "si las separas, te perdiste; si las sigues y obedeces unidad serás feliz tem- p r a l y eternamente". (Carta XCI, 128-1797, págs 258-259). Queda asi expresada una vez más la oposición entre la religiosidad ilustrada y la popular, ésta basada en la fuerza del irwcionaiicmo, adquiriera o no tintes su~rsticiosos. Pero, al mismo tiempo, el padre Santander manifiesta el problema interior que se plantea a los iluslrados, deseosos de compaginar razón y revelación: iqué ocurre, por ejemplo, con las obras de los filósofos franceses? ¿Hay. que darlas por buenas cuanido aplican criterios plenamente racionalistas . .

a la explica&Ón de la religión o deben rechazar=? §e produjo una situación sealmente compleja a la hora de intentar explicar esto. El padre Santander liquidaba fácilmente la cuestión, aludiendo precisamente a uno de m s filósofos dihndidos en Espaaia, Volney. Para el futuro obispo afrancecado la obra de Volney era rechazable, pero no porque hubiera aplicado la razón, sino porque la había usado mal (bid. 258).

C o m se ve, el asunto entrafiaba muchos peligros y, en cualquier caso, a los sustentadores de la religiosidad ilustrada les resulbba complicado a finales de siglo hacer frente al cariz que iban tomando las cosas sobre todo fuera de España. En definitiva, se veian obligados a realizar consbntes equilibrios dialéc~cos que, lógcamente, no podían convencer a los partidarios de la religiosidad tradicional. A un Diego José. de Cadiz, por ejemplo, o a cualquier predicador de misiones p r los pueblos de Espafia les resul-

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taba muy sencillo desmontar estos argumentos de manera demagógica en sus sermones ante d pueblo enardecido de devoción irracional. Pero tampoco era sencillo convencer plenamente a quienes desde pos- tulados ilustrados iban más allá, es decir, a algunos que se decantaron por d racionalismo a ultranza (es el caso de ciertos deistas, presentes en la España de Carlos IV) y a los "libertinos" que, poco a poco, fueron abandonando los planteamientos piadosos y pofundamente religiosos de los ilustrados más característicos.

El sector de los más dados a la moda del siglo, constituido especialmente por jóvenes lectores de los filósofos franceses entusiasmados, además, por los acontecimientos políticos del país vecino, no está cuantificado y conocernos mal todo lo referente a él. Existen muchos indicios para pensar que en España existió un nutrido grupo de este tipo de personas, no necesariamente ilushadas todas, sino muclias atraídas por las cosasde Francia sólo por la moda que se difunde con facilidad aquí. Estas personas no podían aceptar la vía religiosa patrocinada por los ilustrados jansenistas, como Tavira. Cualquier pastoral de este obispo, a quien conoceinos bien gracias a los estudios de Saugnieux, era tan rechazable por la población aludida como por los partidarios de la religiosidad tradicional. Ciertamente existió relajamiento religioso en la época de Carlos N y de manera más amsada que en la de su antecesor, como apunta Muriel. Esto cabría explicarlo tanto por la inadecuación del mensaje jansenista con el pensamiento de un sector de la juventud, como por el ambiente patrocinado desde el poder. A Godoy se le responsabiliza de este ambiente, dado su tipo de vida en la Corte. También el clero, por sus propios actos, conhibuyó a ello. En cualquier caso, es evidente que el espíritu de crítica severa a la religión fue ganando adeptos, aunque no llegó aún en España a deli- nearse un sector imeligioco decidido y, en todo caso, los ilustrados más influyentes se mantuvieron con toda claridad dentro del más estricto espíritu religioso y aun de la ortodoxia dogmática más palpable.

Si por un lado, como acabamos de apuntar, se producen líneas de fuga respecto a la vivencia religiosa, por oh.o w constata que las disputas teológicas a-neciaron en estos aiios, con lo cual el problema religioso se acentuó. El tradicional edrentadento entre escuelas se va acusando cada vez más a medida que entran en liza consideraciones practicas (el dominio sobre la enseñanza superior y, en general, sobre todo tipo de escuelas -el Iracaso de los planes escolares de Yeregui en Cadalso, Madrid, es ilustrativo-, el control de la sociedad por parte de una u oha orden religiosa, la relación política de los defencores de una u otra escuela, etc.). Además, es en tiempos de Carlos N mando queda patente la ruptura entre los partidarios de los jesuitas y sus contrarios. Es decir, tras su expulsión, los jesuitas intentaron recuperar el terreno, lo que les llevó a una serie de actuaciones constantes para lograrlo y ello enconó su disputa conlos jansenistas. El panorama religioso, por tanto, era de un klicismo acusadísimo (recordemos ?a polémica en 1798-99 a propósito de la obra de Bonola, &Q liga de la teología moderna .... y la respuesta de Fernández de Rojas, El p i w r o en la liga). Tal vez ello facilitó que el pueblo continuara firme en sus prácticas de devoción y que la reforma de la religiosidad resultara imposible.

El pueblo vivía la fe como hecho nahral, como circunstancia en que se está sin caber bien por qué. La ensefianza religiosa no estuvo acorde en absoluto con los nuevos tiempos, y todo seguía basándose, como siempre, en la vida de los santos y en la idea del Dios temible y jl~cticiero (frente al Dios caritativo que se esforzaron en predicar los ilustrados de la línea erasmista). De esta manera, las devociones venían a ser remdios imaginanos, muchas veces, a los males de cada día, como detectó R. Andioc en las represen- taciones teatrales, y ello, naturalmente, inclinaba al pueblo a no abandonm prácticas supersticiosas. Los viajeros extranjeros llegados a España en los últimos años de la centuria, como Fischer, constatan esta situa- ción, pero eiambién es consciente de ello un Godoy, quien ahibuye el hecho al dominio que los frailes ejercen sobre las concieiicias del pueblo, dominio contra el cual, apostillaba el ministro, nada valían las leyes, apostilla que equivale casi a reconocer la imposibilidad de una reforma de la digiosidad popular. Así,

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los ilustrados de fiiiales del siglo amfciaron sus &locas a la religiosidad popular, pero no pasaron los hechos de akí. Disponemos de magníficos r e p ~ o r i o s de estas cilticas, desde la carta de Estanislao de Lugo a Clément(12-N-1788) hasta las Cartas de España de Blanco White. Los ilustrados detectarona perfectamente el problema y diaposticaroii los males, pero no fueron d s allá. En parte, porque nao demostraron gran interés en ello, pues la diferenciación con el pueblo h e lana característica fuiidamental de la ilustración; en parte, p r temor a las posibles consecuencias funestas que pudiera acarrear una ofensiva decidida contra el ~ n i ~ ~ e n t o religioso popular. §e pensó (lovellanos p u d e ser p a r a d i ~ á ~ c o en este punto) que a medida que progresaran las luces ocurriera que, p c o a p o , abandonaran los espafioles las prácticas supersticiosas y la devoción externa vana, p r o casi todo el mundo temió edrentarw de lleno a la situación de hecho. Bourgoing, embajador francés en Madrid y, como tal, buen observador de la realidad española, planteó el problema prfectamente en uno de sus despachos diplomáticos, fechado el 17-X-1791: "si se ataca de frente el fanatismo religioso, el pueblo se mostrará más proclive que nunca al despotismo, con el cual hará causa común a la defensiva, y será más difícil que nunca implantar en España la Bilosofia y la libertad. Parece que en definitiva esta fue la postvra de nuestros ilustrados y por eso cifraron la acción en una hipo- tética evolución pacífica, sin arremeter de frente contra la realidad de la religiosidad popular. No puede extrafiar, por tanto, que cuando se aborde el asunto en los tiempos de las Cortes de Cádiz se señalen los mismos problemas que anteriomente: no se había avanzado un ápice, mientras que los gfupos ilustrados habían evolucionado hacia los planteamientos patrocinados por Pistoia, la Iglesia constitucional francesa y, en suma, las líneas más avanzadas de reforma del catolicismo. Esta disparidad enorme es esencial para entender reacciones populares durante la guerra de la Independencia y posteriomente, en los tiempos de Fernando VII.

Política culfuval

Rente a la idea tradicional de que los ilustrados fomaban un ejército sin fisuras y decidido a procurar el establecimiento de una culhara racionalista, los eshadios recientes han demostrado la existencia de divisiones internas y fracharas importantes en las decisiones políticas. El libro de Furió Diaz, Filosofia politica nel Cetfecento pancese (1962), marcó una línea básica en el eseindio de la colaboración-di~repancia entre ilusGrados y poder. Encontró gran eco en la historiogafía italiana, pero bastante menos en la interpretación del movimiento ilustrado espafiol. %lo últimamente historiadores como Egido, Mestre, Stiffo ni.... han dedicado se% esfuerzo a clarificar la política cultural de los gobiernos IsorMnicos.

Una linea clara, coherente y siii fisuras, no existe. La política cultural del reinado de Felipe V resulta confusa y, en muchos cacos, contradictoria, como contradictorias son las interpretaciones. Mientras Gwcía Morales sefiala las decisiones del primer Borbón español como claro inicio del movimiento renovador, Fran~ois L6pe.z insiste en que la plática cultural del monarca fue un obseáculo para la penekación de las luces. Eo que sí parece visible es la conhsión.

Por supuesto, el gobierno no apoyó la actividad de los "novatores'> ni en el campo de las ciencias, ni en el de las humanidades (critica histórica). Al menos no tuvo una actitud decidida. Basta recordar la caída de Macanaz o el rechazo de Manuel Marti para el cargo de bibliotwaPio real. Parece que los únicos focos pemitidos fueron los controlados dirwtamente por el gobierno cenkal: real biblioteca, real academia de la lengua. U esto dentro de una p a n moderación y con el mayor control político. Basta un cambio en la cúpula del poder (llegada de Isabel Farnesio) para que el equipo renovador caiga y con ello se frusten las esperanzas renovadoras.

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En este caso, la persona clave resulta el confesor del rey, y, en consecuencia, los jesuitas franceses sentaron las bases de la política cultural del gobierno, tanto desde el control de la conciencia del moiiarca, como desde la dirección de la real biblioteca. Apertura muy tianida, pues necesitaban del apoyo de los colegios mayores para desa~~ollar una política cultural que, por necesidad, tenía que ser moderada.

Ese periodo de codusión en la cultura era paralelo a los vaivenes plíticos posteriores a la Guerra de Sucesión. Buena prueba es la "crisis Penépica': centrada en la historia crítica, eri la que intcrvlenen los grupos integristas, pero tarprbién los renovadores: Luis de Salazar, Ferreras, Mecolaeta, Berganza .... Sólo la aparición de Feijoo, con sus planteamnientos de política cultural (moderada apertura a las corrientes europeas templada por el centralismo plítico) contribuyó a la actividad de Patino. Feijoo estableció una línea de cooperación intelectuales-políticos. Influiría evidentemente en la apertura del poder a la nueva aciitud culhiral, pero también hivo que ceder en sus exigencias de rigor critico al aplicarlo a las tradiciones nacionales.

La colaboración entre el poder y los intelectuales constituir& uno de los ejes de la política cultural de la Ilustración. Pero no siempre los políticos apoyarán los programas mis innovadore o más adecuados para el progreso científico o la reforma universitaria. Muchas veces scrán los intereses de grupo o la flexi- bilidad del hombre de letras a las insinuan'ones del poder. Aunque es menester confesar la creciente con- ciencia del propio valor del intelectual, desde Mayans, por ejemplo, a Jovellanos o Cañuelo.

Desde la perspectiva de los intereses de grupo se comprende coii facilidad el control de los grandes proyectos culturales por los jesuitas y colegiales. Espialmente clarificador resulta, en este sentido, la política de los gobiernos de Fernando VI. En una primera etapa, bajo el equ ip de Carvajal-Enwnada y Rávago, el encargo hecho a Burriel de dirigir la comisión de archivos se convierte en un gran proyecto de reforma cultural. Bumiel aceptó la metodología mayansiana, pero la deccomposicióii del equipo gubernamental hundió las posibilidades de una política culhiral renovadora, dirigida por jesuitas y colegiales.

El c d i o ministerial, con la presencia de Ricardo Wali, constituiri el inicio de un viraje en la relación de los grupos cociocul6urales con el pder . Durante los últimos afios de3 reinado de Fernando VI y los primeros de Carlos 111, resulta visible una pugna entre jeuitas-colegiales, por un lado, y los manteistas, por el otro, por controlar la política cultural del gobierno. Los primeros envites de los mnteístas no consi- guieron colocar a sus partidarios en los cargos decisivos, pero paralizaron la actividad de los jesuitas y colegiales. Ese es el caco de Burpiel, que vi6 obstaculizada su empresa investigadora. %lo con la muerte del marqués del Campo de Villar y d nombramiento de Manuel de Roda para la Secretaría de Gracia y Justicia se vió con claridad que la política cultural estaria controlada y dirigida por los manteístas.

Era la llora de Pérez Bayer quien, después de colaborar con jesuitas y coleales, di6 un viraje potitico hacia tos maateisbs de innegable trascendencia. Amigo y protegido de Wall, codidente de Roda y con el afecto de Carlos 111, Bayer accedió a los cargos clave para orientar la política cultural del gobierno: pre- ceptor de los Infantes reales y bibliokcario real. Desde esa perspectiva es menester enfocar las grandes líneas reforrnisias:

Expulsión de los jesuitas y reforma de los colegios mayores, en primer lugar. A nadie puede esca- párele la unidad de acción frente a los d o s g u p s que habían dirigido la cultura en los gobiernos anteriores. K la correspondencia cruzada entre los ilustrados demuestra su convicción de que la única posibilidad de una reiorm cultural consictia en el acceso al poder de los manteístas, porque los jesuitas y colegiales s6lo apoyabair a los suyos, en dehimento de los kneméritos. Otra cosa es que los manteistas cayeran en el defecto, hasta el extremo de expulsar a los padres de la Compa'iía y acabar con los colegios mayores. No

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200 ANTONIO MESTPS Y EMLlO LA PARRA

deja de constituir un símnbolo que el Colegio Imprial, dirigido por los jesuitas, se convirtiera en los Reales Estudios de San Isidro, modelo de las nuevas líneas docentes y uno de los f ~ o s de las polémicas posteriores.

Pero también la reforma de la Universidad, que tiene íntima conexión con la expulsión de los jesuitas y la reforma de los colegios mayores que habían controlado la institución. Los proyectos de reforma universitaria fueron más ambiciosos que eficaces. El proceso, desde un plan de reforma general (desde %a ensefianza de la Gradtica a las Facultades y aplicada a toda Espafía), que parece fue encargado a Mayans, hasta la aplicación gradual y limitada a cada universidad, demuestra los límites del proyecto. Al final, da %a impresión de que la írnica prmcupación del gobierno, expulsados los jesuitas y supriinUdos los colegios, era el esbblecimiento de unos textos regalistas que defendieran la máxima autoridad del monarca. Porque en los aspectos ciengficos cada Universidad trazó sus líneas docentes. Aunque, en el afán de acabar con las ideas defendidas por los jesuitas, el gobierno propició la introducción de textos en que se contenían ideas rigorista y, en muchos casos, próximas al llamado "jansenismo", que constituirá el femento de las polémicas del reinado de Carlos IV.

Al final del reinado de Carlos I I í parece coino si la plémica entre jansenistas y antijanenistas llenara todo lo relativo a la política cultural. Este eniirenhmiento &süc(orsionador continuó con el comiewa del reinado de Carlos N, pero al poco tiempo quedó sustancialmente modificado por los acontecimientos exteriores a Ecpafia, que introdujeron un elemento distinto de enorme importancia, en especial por dos motivos:

a. Gracias al intento de "cordón sanitario" de Floridablanca pareció como si todo se redujera a la cerrazón de Espafia respecto al extranjero. La polf mica anterior queda, por tanto, un poco relegada -aunque sigue c m todo su vigor-, y ahora ocupa el primer lugar de la preocupación general la coi~veniencia o no de seguir el camino de la filosofía.

b. Aparece, además, un elemento que, a nuestro juicio, tiene mayor importancia: a partir de enero de 1793, cuando es guillotinado Luis XVI, la inte-idad física del rey se convierte en obsesión para los gober- nantes espafioles. Ello supone una modificación sustancial en la política cultura a seguir: si ariteriormente el fortaleci~ento de la autoridad del monarca era preocupación importante, mas no la ianica, ahora esta es cuestión prioritaria y se acenlíaa en todas sus lomas. Baste, por ejemplo, considerar las reformas univer- sitarias emprendidas o, incluso, las actuaciones respecto a la Inquisición. Aunque la alianza con esta última resulta decisiva en esta cuyiantura, el gobierno fue consciente de la competencia que pudiera sufrir el poder del monarca desde este lado y no dudó en atemperar el ámbito de actuación del Canto Oficio.

En consecuencia, lo importante a lo largo de todo el reinado de Carlos IV no parece sea caiibrar si G d o y , o cualquier otro gotPernante, fue o no pAdario de las luces o si favorecieron el progreso científico, ni tampoco estriba el asunto en comparar cuantitativamente las realizaciones de este reinado y el anterior. Lo fundamental consiste, como apuntó Muriel, en que los gobiernos más que ocuparse del adelantamiento de las ciencias se preocuparon por los suc@cos de fuera, como que de ellos dependía su suerte. Es evidente que Carlos Xlr y sus ministros pusieron sus ojos en Francia, pues se habían percatado de que las alteraciones políticas en aquel país tenían un refleja, wnciai en el nuesko.

La intenvención en la enseñaniza universihnia se dirigió siempre en el sentido apuntado. La famosa Real Orden de 31-8-1994 por la que se suprim'an las ensefianzas de derecho público estuvo motivada por los acontecidentos franceses. Lo mismo sucedió con la disposición de 1802 sobre udicación de los estudios de leyes, cuya clara intención, se@n M . Pesek, fue "controlar ideológicamente los estudios por temor a la

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POLPICA U CULTURA EN EL REINADO DE CARLOS W 201

revolución", hecho comoborado por la ampliación de la ensefiariza del derecho real, que ce convirtió en eje de la Facultad de Leyes. Y la refoma, más amplia, de 1807 se inccribe en el mismo marco. E n definitiva, aunque casi nada se avanzó en cuanto a la renovación científica de las ensefianzas universitarias, e incluce pudiera afirmarse que la Universidad como institución estaba en minas eni la epoca, q u d ó palmaria la intención de convertirla en firme puntal del hono.

Carecemos de los suficientes esbndios rnonogtEcos y, de m e r a especial, de u n m91a2isis cuantitativo de las realkaciones en todos los cainps culturales en la é p c a de Carlos N. Elio impide precisar el auténtico cariz de la política cultural practicada. Ahora bien, por lo que actualmente sabemos, parece que en general, el h p u l w a los estudios de carácter KsMrico-literario, experimentó un reboceso respecto a la epoca anterior, sin que haller~os ahora u n programa coherente de actuación en este ca~npo. Sin embargo, en el ámbito de las ciencas experimentales la epoca de Carlos XV fue más activa que $a de su antecesor. A pesar de las dificultades de la epoca, se mantuvo la práctica de envias españoles al extranjero para conocer las nuevas ciencias y se continuó impuimndo la creación en el territorio español de cenbos de investigación, algunos bien planificados, como el Depósito Hidrogáfico o el Observatorio Asbonómico de Madrid. La brillantez alcanzada por proyecto, coino los de Malaspina, o el de Balnnis, o el desai-rollo de la ensefianza de la clínica en la Real Escuela de Medicina Práctica de Madrid (creada en 1795) con ejeinplos de que la epoca de Carlos IV no desmerece respecto a la anterior. Por otra parte, ei acceso de los espanloles a los libros cieniíficoc extranjeros resultó ficil, pues los decretos de control de entrada de libros extranjeros a raíz de la Revolución Francesa no afectaba a este tipo de pubiicaciones, que se consideraban "indiferentes" por no trabr sobre religión o política.

Cabe admitir, por tanto, que durante el reinado de Carlos I V se mantuvo la política ilustrada de impulso de las ciencias ialiles aun se avanz6 más que en las decadas anteriores. Ahora bien, ahora como anterioimnte se contiiiuó sin m auténtico proFam de plotitica cienlífica. Aunque muchos espafioles adqui- rieron una excelente fomación en el extranpro y el r~onocinniento de la c o m ~ d a d científica internacional, . "

como es el caso de Cavanilles, no fueron aprovechados por el Estado español, el cual no les proporciona los ~nedios adecuados para desarrollar aqui sus saberes. Los cienh'ficos, por su parte, no supieron, o no pudieron p r fdta de medios, contactw adwuadaaraente con la sociedad y, espcialanenke, no fueron capaces de conectar con las necesidades, en singralar las económicas, del país, por %o mal podemos hablar en general de u n claro fracaso de la política científica y, por extensión, de la política cultural.

Apeitum a corrientes ilustradas europeas

La iluslraci6n, vista d d e la prspctiva @adicional, aparecía unida la deísmo y, en muchos casos, a! ateísmo. Sin embargo, ya en 1910, el laistoriador alemán Sebastián Merkle habló de una "~ustración eclesiástica" en la Alemania católica. Hstoriadores posteriores (Mario Góngora, Plongeron, Mario Ro s.... ) han venido a concretar sus caracteres: reforma de la prdicaeión, actitud más participativa de los seglares en la liturgia, hickolaa crítica aplicada a la vida de los santos, mayor interés yor el con~irniento de la Sagrada Escritura .... §on caracteres que hemos visto al hablar de las formas religiosas de nuestros ilustrados.

Se trata de una línea de p n s m i e n t o cuyo origen habría que buscar en el galácanism. Galicanismo eclesiástico gior la necesidad de aceptación de las bases para que los dmetos sleciás$icos obhrvieran validez y obligatoridad. GalicanUsmo inklw$eial cuya mejor expresión seda la apertura a las nuevas corrientes s u l b d e s que Mabillon defendió con calor m el Tmfacltado sobre los eshidioc fim, que, @aducido al espafio

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202 ANTONIO MECTRE Y EMILIO LA PARRA

fue aceptado por los espaíioles más innovadores. A ello habría que añadir la exigencia de la metodologia crítica aplicada a los estudios históricos, que no todos quisieron aplicar en todas sus consecuencias. Feijoo o Flórez, por ejemplo.

En esta línea habría que incluir a Muratori en su vertiente de crítica histórica (Mayans o Capmany) pero también en sus obras refomustas. Equilibrio entre razón y fe. Para superar el excesivo racionalismo, De ingenwnim moderatwne. Para superar la superstición, De superstitwne vitanda. Y siempre el equilibrio, dominado por la razón, en las devociones cristianas, dentro de una ética (Filoso@ moral) y con proyección hacia un reformismo social (caridad cristiana y piablica felicidad). Este campo es suficientemente conocido entre nosotros. Los recientes estudios han veniido clarificando la actitud de nuestros ilustrados: Macanaz, Feijoo, Mayans, Campornanes, Cafiudo, Jovellanos o León de Arroyal, por citar unos nombres. Católicos sinceros, buscan fidelidad a la revelación y a los dogmas, pero desde una perspectiva más racional y de acuerdo con las líneas de pensamiento moderno.

Pero existe otra línea de ilusbación católica: la de aquellos hombres de letras que intentaron coho- nestar revelación con jusnaturalisrno. Cerá una línea europea, defendida tanto por católicos como por pro- testantes. Y este campo está menos eshidiado. El ya antiguo libro de Rodríguez Aranda necesita de reesmic- hiracióii y un planteamiento más ambicioso. Resulta innegable el creciente influjo lo h c k e , que poco a poco desplazó a Descartes. Sin embargo desconocemos la receptividad de los intelectuales ante la obra de Pufendorf. Existen atisbos, basados en gran parte en el interés que succita el jurista alemán Heinecio, especialmente en sus Prelectionec a Pufendorf.

Ahora bien, dos factores conhibuyen a oscurecer la realidad de esa penetración. Por un lado, la prohibición inquisitorial de todos estos autores: Grocio, Pufendorf y sus comentaristas, Heinecio, Burla- maqui ... Por otro, la autoridad de los reyes por derecho divino. Cualquier intento de insistir en el derecho naiural como origen del poder político enhañaba un peligro. El regalismo del monarca, por audaz que fuera, quedaba limitado por el derecho divino, a cuyo origen atribuía sus prerrogativas. De la misma forma, el derecho natural y de gentes constihiiria siempre un peligro para el rey por derecho divino.

Con estos dos obstáculos resultaba dificil la penetración del jusnahiralismo. U , por supuesto, de Rousseau. En esa línea hay que enciiadrar el estudio del derecho natural y de gentes introducido en los Reales Eshadios de Can Isidro por un texto del valenciano Joaquín Marin. No es menester decir bajo qué reshicciones y cortapisas y cómo, ante los primeros envites revolucionarios, h e suprimido. Estamos ante un punto esencial que los planteamientos politicos de Ia Revolución Francesa pondrá en crisis.

Be 1791) a 1795 se produjo un movimiento evidente de repliegues, motivado por la extrafiew de los acontecimientos franceses y por la guerra contra la Convención, p r o a partir de la firma de la paz de Basilea, en julio de 17'95, cambiaron las cosas:

Por una parte, se hace especialniente patente la inflwncia de planteamientos ideológicos reno- vadores, mbre todo en el campo del pensanniento religiow, de los cuales los fundamentales son el Sínodo de Pistoia (cuyas conclusiones conectaron con la comiente de reforma emprendida en Bspaíia desde la segunida anibd dd siglo) y la Iglesia constihicional francesa, a través wbre todo del obispo Grégoire, muy conocido en estos anos en Espafia.

Por otro lado, el intento de muchos por combatir las ideas de los filósofos conduce a un acer- camiento al pnsamiento inglés (es@almnte patente en personajes como Jovellanos, o en ciudades como Barcelona) y a divulgar las ideas que se preknden combatir.

La incideaicia de la re form pistoiense ha sido analizada, recienkmente, por Barcala y Mestre, por lo que no es cuestión de incidir en ello aqui. Baste recordar que en las cortes de Cádiz los diputados liberales

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plantean reformas totalxnente identificables con Ias ideas de Pistoia, lo que prueba que habían calado en el p n s f i e n t o espaliol. &o tanto sucede con los p h c i p i 0 ~ de la Iglesia constibcional Pranceca, plei~amnte asunnidos por el grupo m j o r preparado e influyente de la IluskaciOn e-afiola ea¶ la é p c a de Carlos n/: el que se estructura en torno a la condesa de Montijo. La correspondencia mantenida por Grfgoire (desgra- ciadaniente desaparecida) con Estanislao de Lugo y con Yeregui, dos ho~nbres dave de este grupo, así como con otros componentes del n i i s m , confiman qiae los ilinslrados espafioles estaban conectados con la Enea del penminiento jansenista frances que habia ensayado la reforma practica m i s sobresaliente de la Iglesia en el momento. Los planes de JovellanosTa~ra para reformar la Inquisición, al igual que los anteriormente presentados por Manuel Abad y Lacierna y los que intentó elaborar LTrquijo en 1799, son indicios de que esa influencia exterior -en concreto la de Grkgoire- no quedó en mera comnricación de ideas sino que, en el proQDsito de los ilustrados espafioles, indujo a acciones priclicas. Que estas realizaciones nio llegaron a cuaiar es otra cuesti0n, que no invdida el hecho de la intercomnicaciói¶ de ideas y proyectos.

La publicación en estos anos de obras aplogéticas ha inducido a algunos estudiosos a atribuir al reinado de Carlos TV u n caiz contrario a Ia apertura a Europa. Sin negar la importante actividad desplegada por doquier para evitar el contagio de las ideas iiuevas, es indiadable que a medida que se efecfúan estudios detenidos de muchas obras aplogéücas nos hallamos con ciertas sorpresas. U n caso interesante es el del Evangelio en triunfo de Olavide (1797-3798), libro que gozó de enornte éxito (entre 1797 y 1803 se publicaron ocho ediciones en Espaa). Muy recientemente, C. Dufour ha dernoskado cómo las íaltimas cartas del Evangelio .... conüenen u n amplio progama de reformas donde se asumen muchas ideas de la Revolución Francesa. El prop6sito de Olavide es, según Dufour, defender al csisljapiismo, pero al mismo tiempo implantar en Espafia u n amplio conjunto de reformas (en especial de carácter social), ya exprimenbdo en la Rancia revolucioiiwia, para evitar, de esa manera, la revolucióil política en la mnarquía espaliola. §e trata, por tanto, de una apología del altar y del trono no realizada de espaldas a las ideas europeas (como hicieran tantos, especialmente frailes, en la élsoca), sino asumieildo las que interesan. De Ia mismo forma achia Joaquín L. Villanueva en sus Cwfas en respuesta a la de Gr4goir.e a Arce wlicikndo la abolición de la Inquisición: Villanueva defiende al Santo Oficio, pero admite en toda su arg~mentación el derecho del poder temporal a intervenir en asuiitos externos de la organización eclesiástica, esto es, defiende el proce- dimiento político empleado por las Asarnlsleas hancesas para reformar la Iglesia. Una lectura detallada de muchas obras, apaseniemnte orientadas en conba de las nuevas ideas a juzgar por sus titulos, conducirá sin duda a desaabriwuentos interesantes en el sentido apuntado. Por ejemplo, u n libro desconocido ltasta . "

ahora, la Raducción efectuada por el presbítero alicantino Antonio Ikrnabeu de u n escrito del obispo con* tibiacional Ee Coz, aparecida en castellano en 38% con el tihalo: Apología filo~fico-dognática de la revelación, se inscribe en la línea apuntada.

No hay duda de que a partir de 1795 la apertura de los espafioles a las ideas europeas va eai aumento, e inclum se produce una cierta ppularización de los autores europeos m i s avanzados. Muriel consignó cómo hasta en los pueblos se vendifin a bajo precio las obras de Volhire y Roinsseau. El cura Pose, en sus memorias, confima que auii en una recóndita aldea puede leer libros de los filósofos franceses, que le enmsiasman. Y si nos acercamos a las listas de libros inhoducidos por las fronteras, en especial las que ofrecen los funcionaa.ios reales encargados de este menester en virtud de las órdenes de 1992 y siguientes, vemos cómo llegan de forrara, smsiva casi t d o s los autores europeos ( y no solo los franceses). En este sentido se produce una interemte circunstancia: buena paste de los libros introducidos llegan desde Italia, en ka- ducción al italiano, y sus desCinahrios son clérigos, la mayoria de ellos jesuitas secularizados o reintegrados a Espaila tras el permiso de residencia concedido por Carlos KV.

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Las ideas de los filósofos son, por consiguiente, ampliamente difundidas en Espana. Más aún lo son en &os años los descubrimientos redizados en el ámbito de las ciencias exprimencales. La comunicación con Francia en este campo es amplia, dándose un mutuo conocimiento entre los científicos espafioles y franceses. Sirva de ejemplo el caso de Cavmilles, cuyas obras son seguidas en Francia minuciosamente a medida que van apareciendo, al tiempo que en Espaiia una real cédula de 21-Xi-1799 permitía la impor- tación y circulación de los libros "indiferentes", esto es, los que no trataban de religión y política; según la Real Cédula, los que trataran de "historia, artes, máquinas, matemáticas, astronomía, navegación, comercio, geografía, materia militar, medicina, cirugia, física, etc.". Como se comprueba, un amplio panorama que, como pronto observará el Inquisidor General Arce, permitió la introducción de todo tipo de ideas peligrosas. En 1808, cuando los españoles pudieron expresarse con cierta libertad, una vez desaparecidos los mecanismos de control del Antiguo Régimen, se demostraá cómo las ideas europeas habían cuajado en amplios círculos.