La expansión misionera Franciscana. Herencia de fe y cultura

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LA EXPANSIÓN MISIONERA FRANCISCANA Herencia de fe y cultura Roberto Mario Elizondo González

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LA EXPANSIÓN MISIONERA FRANCISCANA Herencia de fe y cultura

Roberto Mario Elizondo González

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Autor Roberto Mario Elizondo González

Portada Templo de San Francisco de Asís en Monterrey Nuevo León, demolido en 1914. Pintura de Antonio López Oliver. La expansión misionera franciscana. Herencia de fe y cultura CECYTE, N.L.-CAEIP, Andes N° 2720, Colonia Jardín CP 64050, Monterrey, N. L., México. Teléfono 0181-83339476 Telefax 0181-83339649 e-mail: [email protected] Primera edición: abril de 2011 Colección. Investigación pedagógica N°. 48 Impreso en Monterrey, N. L., México Distribución gratuita. Prohibida su venta. Se autoriza la reproducción con fines educativos y de investigación, citando la fuente. La versión electrónica puede descargarse de la página www.caeip.org

Directorio Rodrigo Medina de la Cruz Gobernador Constitucional del Estado de Nuevo León José Antonio González Treviño Secretario de Educación del Estado de Nuevo León y Presidente de la H. Junta Directiva del CECyTE, N.L. Luis Eugenio Todd Pérez Director General del Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos del Estado de Nuevo León (CECyTE, N.L.)

Personal del CAEIP Ismael Vidales Delgado Director Linda Estrada Rodríguez Preedición, formatación y diseño de portada Rosa Aidé Pérez Alcocer Revisión y corrección de textos Daría Elizondo Garza Revisión bibliográfica

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Dedicatoria A Don Eugenio y a Doña María, mi padre y mi madre.

A Eugenio y a Fernando, mis hermanos, que en paz descansen. A María del Carmen y a Oscar, mi hermana y mi hermano. A la Orden Franciscana por haber superado el aniversario

ochocientos de su fundación. (1209-2009). A la Compañía de Jesús por su perseverancia.

Índice

Reconocimiento / 5 Los franciscanos / 7 San Francisco de Asís / 9 Prólogo / 11 Introducción / 17 Capítulo I.- La bula Inter Caetera y el Tratado de Tordesillas / 19 Capítulo II.- El proyecto colonizador hispano / 23 Capítulo III.- La Colonia / 27 Capítulo IV.- Organización del clero en la Nueva España / 29 Capitulo V.- La Iglesia y las misiones en la Nueva España / 35 Capítulo VI.- Características de la actividad misionera en la Nueva España / 39 Capítulo VII.- .Arte sacro virreinal, bella vía de la evangelización / 73 Epílogo / 89

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Recuerdo / 93 Apéndice / 95 Referencias / 97 Expedientes / 99 Acerca del autor / 101

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Reconocimiento “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullece las que he leído”.

-Jorge Luis Borges

(1899-1986)

odos deseamos en nuestro paso por este mundo, la felicidad de la vida que Dios nos ha dado, lográndola a través de la comprensión y el amor a nuestros semejantes. Aunque

muchas veces, por más esfuerzos que se hagan, se obtengan resultados frágiles o endebles, es bueno reconocer que estos se realizaron basándose en la rectitud individual, ayudados por el ejemplo intachable de una educación recibida a través del paso de los años. Ahora bien, consciente de que sólo aporto una semilla en el inmenso campo cosechado de las ciencias sociales, el presente estudio tiene gran valor estimativo personal, por las siguientes razones:

-Puede contribuir considerablemente, a enriquecer el acervo cultural de la sociedad.

-Es la cristalización de mis conocimientos en Historia y Literatura, al paso por el sagrado recinto de las aulas de la Universidad, por lo que representan en lo personal, la madurez de mis opiniones logradas, en aquellos agradables días de mi vida estudiantil.

-Por último, la presente investigación, lleva consigo el reconocimiento público para aquellas personas que me dieron apoyo, me motivaron y brindaron su confianza durante la realización de mi meta como estudiante de la Maestría en Desarrollo Humano. Agradezco de manera especial al departamento de Difusión Cultural de la UDEM la pre edición de los primeros documentos de esta investigación en 2005.

-Roberto Mario Elizondo González

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Los franciscanos

iempre he admirado la labor franciscana cuya autoridad de la orden es el capitulo general, que al principio estaba formado por todos los religiosos, pero posteriormente hubo de

restringirse a los superiores provinciales y a los custodios. El capítulo provincial o General elige los cargos y revisa las normas dentro de su demarcación. El ministro general que en el inicio era vitalicio, es elegido por períodos determinados, según la frecuencia establecida para los capítulos generales. Por su parte los superiores provinciales son elegidos por el capitulo provincial, al que asisten los padres guardianes y los frailes delegados por cada convento. Los franciscanos favorecieron el estudio de las Sagradas Escrituras. A mediados del siglo XII ya habían establecido estudios generales para la formación teológica. A estos siguieron los colegios seráficos, para la preparación previa en los estudios humanísticos, y los estudios conventuales, para la continuidad con los sacerdotes y con los laicos. La contribución de los franciscanos a la cultura religiosa o laica, queda patente, baste recordar algunos nombres de personalidades adscritas a la orden, tales como Alejandro de Hales, San Antonio de Padua, San Buenaventura, Roer Bacón y el Papa Nicolás IV, todos ellos del siglo XIII. Desde la Edad Moderna, la labor de los franciscanos se ha concentrado en el apostolado entre los católicos y en la labor misionera en todos los rincones del mundo. Destacaron a este respecto las figuras de Fray Pedro de Gante, Fray Martín de Valencia, Fray Bernardino de Sahagún, Fray Junípero, Fray Antonio Margil de Jesús y Fray Rafael José Verger y Suau, quienes desarrollaron su obra evangelizadora en la Nueva España.

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Capilla de San Antonio en Mina Nuevo León, restaurada en el año 2010.

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San Francisco de Asís

l decir popular menciona que a San Francisco lo declaró santo el pueblo, antes que el Papa Gregorio IX le concediera ese honor, y que si se efectúa una votación entre los

cristianos (aún entre los protestantes) todos están de acuerdo en declarar que es un verdadero santo, todos, aún los no católicos lo quieren y lo aprecian.

Lo quieren los pobres, porque él se dedico a vivir en total pobreza, pero con gran alegría. Lo estiman los ecologistas porque él fue el amigo de las aves, de los peces, de las flores, del agua, del sol, de la luna y de la madre tierra.

La obra I Fioretti di San Francisco (Las florecillas de San Francisco) contienen la traducción en dialecto toscano de un texto latino atribuido al fraile Ugolino de Montegiorgio en el que se narran las leyendas y los actos de la vida de San Francisco de Asís, cuyo verdadero nombre es Giovanni de Pietrodi Bernardone, una de las personalidades más admiradas del Medievo (Edad Media). San Francisco nació en Asís, ciudad italiana, territorio de Spoleto, en 1182, su madre se llamaba Pica y fue sumamente estimada por él durante toda su vida. Su padre era Bernardote, rico comerciante, que era admirador y amigo de Francia, por eso lo bautizo con el nombre de Francisco, que significa “el pequeño francesito”. El que habría de ser el santo fundador de la Orden de Frailes Menores vivió en Asís, una primera juventud alegre y despreocupada, el más destacado entre sus compañeros.

En la guerra entre Asís y Perusa en 1202 fue hecho prisionero durante casi un año. En 1205 en Spoleto, tuvo una visión que lo hizo retornar a Asís para emprender un destino muy diferente del de militar y dedicarse con absoluta devoción a la contemplación espiritual y a la donación de sus riquezas. Decidió someterse a una dura preparación ascética y en tal periodo oyó al crucifijo de la iglesia de San Damián de Asís encargar la reparación de la iglesia, entonces casi en ruinas. Asumió el encargo y a esta tarea entregó su esfuerzo y su dinero, lo que produjo la separación de su padre ante quien Francisco renunció totalmente a sus bienes para vivir en absoluta pobreza.

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Hacia 1210 Francisco y once compañeros viajaron a Roma

para solicitar la aprobación de su género de vida que fue aceptado por el Papa Inocencio III; quien los autorizó a predicar la penitencia y a denominarse hermanos menores. La nueva comunidad religiosa propugnaba la total pureza espiritual, el desprendimiento de todo bien terrenal y la identificación con los sentimientos de paz y alegría.

De nuevo en Asís, el grupo se instaló en la porciúncula (pequeño terreno) o sea en el origen, primer convento de la orden franciscana, extramuros de la ciudad. La vida de San Francisco es sencilla y cándida, dedicada a la pobreza. La orden femenina iniciada por Clara de Asís, surgió en 1212 y en 1221 se crearía además la llamada orden tercera, destinada a contar con miembros que no podían dejar sus obligaciones familiares.

En el verano de 1224 tuvo lugar la estigmatización de San Francisco: la aparición de llagas en sus manos, pies y costado, como las de Cristo en la cruz. A partir de entonces vivió afligido por constantes sufrimientos y casi ciego. A la temprana edad de 44 años sintió que le llegaba la hora de partir a la eternidad. Dejaba fundada la comunidad de Franciscanos y la de las hermanas Clarisas. Con esto contribuyó enormemente a enfervorizar a la Iglesia Católica y a extender la religión de Cristo por todos los países del mundo.

Los seguidores de San Francisco (Franciscanos, Capuchinos, Clarisas, etc.) son el grupo religioso más numeroso que existe en la Iglesia Católica. El 3 de octubre de 1226, acostado en el duro suelo, cubierto con un hábito prestado de limosna, y pidiendo a sus seguidores que se amen siempre como Cristo los ha amado, falleció como había vivido: lleno de alegría, de paz y de amor de Dios.

A solo dos años de su sentido deceso, el sumo pontífice Gregorio IX lo declaró Santo y en todos los países de la Tierra se venera y se admira a este hombre sencillo y bueno, que pasó por el mundo, enseñando a amar a la naturaleza y a vivir desprendido de los bienes terrenales. Fue él quien impulso la costumbre de hacer pesebres para navidad.

Cada día 3 de octubre conmemoramos a San Francisco de Asís, con misa y convivencia.

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Prólogo1

os acontecimientos históricos de la expansión misionera franciscana se prepararon, se presentaron y pasaron en el tiempo. Pero quedó el recuerdo vivo, la evocación, el relato.

Roberto Elizondo González quiere salvar en imagen lo que fue y ya no es, por lo menos en el modo en que fue. Los acontecimientos relatados se relacionan entre sí en el tiempo histórico que conjunta sucesos pletóricos de posibilidades.

Detrás del desnudo acaecer histórico está la razón histórica, que da razón precisamente de ese devenir. Ahí es donde trata el autor de la obra La expansión misionera franciscana. Herencia de fe y cultura de conectar hechos relevantes, con sentido axiológico, narrados sencillamente con íntima simpatía.

La vida individual y social tiene que hacerse, configurarse, pero no configurarse en una historia necesaria. La historia tiene necesariamente una causa pero no se trata de una causa necesaria, sino de una causa libre. Los santos y sabios varones franciscanos que evangelizaron en nuestra nación, presentan un valor primordial porque en el curso de su heroica tarea, los humildes frailes mostraron la verdad, la bondad y la belleza suprahistóricas. La conquista espiritual que realizaron fue para que floreciera el espíritu en la fe, la esperanza, la caridad y en todas las virtudes cardinales.

La historia no versa sobre lo universal, es un saber sui-generis sobre lo único, sobre lo irrepetible, sobre lo sucesivo, se apoya en la estructura unitaria del ser humano, en las tendencias primitivas y elementales, y en la actuación espontánea de los grandes hombres. Héroes de la bondad, llamaría yo a los frailes franciscanos, que con su singular personalidad provocaron un cambio enorme y benéfico en los aborígenes.

La Expansión Misionera Franciscana. Herencia de fe y cultura fue una tesis que en opción al título de Licenciado en Ciencias Humanas, presentó Roberto Elizondo González en la Universidad Cervantina, el día 3 de Noviembre del 2000. Para salvar este trozo de vida humana objetivada, el autor convirtió la

1 Escrito en octubre de 2004.

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tesis en libro, con algunos retoques, pero sin cambiar la estructura fundamental. Tras la introducción nos presenta el proyecto colonizador hispano, fragmentos de la Bula Inter Caetera (4 de mayo de 1493), la polémica entre Sepúlveda y Bartolomé de las Casas: el proyecto compulsor, versus la libertad como proyecto. No solamente habla de la España de la espada sino también –cosa más importante– de la España de la cruz, porque con la cruz y la espada se llevo a cabo la conquista material y la conquista espiritual. Elizondo González nos habla de las instituciones de la Nueva España, en forma panorámica: organización del clero, la iglesia y las misiones, el Patronato de Indias, diócesis y concilios americanos, misiones vivas. El primer contacto de los misioneros franciscanos fue por el diálogo en orden a su evangelización. Aprendieron las lenguas aborígenes y les enseñaron la doctrina a los indios en su propio idioma, por eso su herencia fue muchísimo más cercana que la de los conquistadores. Después de disertar brevemente sobre las instituciones novohispanas y la expansión franciscana, se aboca a la creación del convento franciscano de San Andrés y la evangelización del Nuevo Reino de León. Nos presenta explicaciones del plano, acuarelas del templo de San Francisco, historia del Obispado y de las calles, plaza, ayuntamiento y catedral. Monterrey no tuvo parroquia hasta muy tarde en la historia; primero se fundó la Iglesia de San Francisco Javier. Los franciscanos y el clero de Monterrey dependieron durante muchos años de Guadalajara y de Zacatecas. Aunque el autor trata con mucho cariño todos los templos, calles y plazas de su terruño, se advierte que la vida religiosa, comparativamente, fue más pobre que otras ciudades con mayor tradición de culturas y de colonizaciones.

En el capítulo primero de la obra comentada, Roberto Elizondo González diserta sobre la expansión de los pueblos europeos, entre los siglos XV y XIX. Europa parece ser heredera de gran parte de la superficie terrestre, desde el descubrimiento que Colón hiciera de América. Innegables los logros de los portugueses en la ciencia de la navegación. Empiezan a gestarse los grandes imperios coloniales, entre ellos, el de España y en menor medida el de Portugal. Además de la expansión del comercio marítimo a un comercio mundial, se extiende la propaganda misionera cristiana en los cuatro confines del mundo. Solo España emprendió una conquista espiritual, que no tiene paralelo en la historia, con las órdenes los franciscanos, los dominicos, los agustinos, los mercedarios y, más tarde, los jesuitas. Verdaderos héroes de la

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bondad atraviesan nuestro suelo desde Veracruz hasta las Californias. Después del año 1600, ingleses, holandeses y franceses empezaron a desafiar seriamente la supremacía española y la grandeza imperial de Portugal en el oriente. “En el curso de tres generaciones, los españoles conquistaron, dominaron, colonizaron el imperio territorial más extenso que el mundo jamás había visto, realizaron prodigios de valor y perseverancia y crearon una sociedad civilizada y sofisticada en medio de una selva virgen”2. España había alcanzado un grado considerable de solidaridad política y religiosa; fue el primer Estado-Nación que conoció Europa, según asevera el ilustre teórico del Estado, Hermann Heller. Los dos reinos peninsulares de Castilla y Aragón realizaron la hazaña, cada cual con su personalidad política y administrativa.

Falta a nuestro juicio hablar más pormenorizadamente del choque de culturas, de la superposición, de la asimilación y del mestizaje final. Porque México es una nación mestiza. Y hablo de mestizaje, no tanto en el sentido biológico sino espiritual. Los indios que hablan castellano son mestizos, los criollos que hablan español, comen y viven en México, entraron al mestizaje también. Cierto que los reyes y virreyes profesaban un cierto absolutismo, pero nunca llegaron al absolutismo francés con sus teóricos del regalismo combatidos tan sabiamente, por el insigne teólogo, filósofo y jurista Francisco Suárez.

En el capítulo tercero, “La Colonia” el autor sostiene con razón que la Colonia está llena de contrastes, de luces y de sombras. Por una parte, los indígenas tuvieron que pagar el enorme precio de la nueva civilización que traían los conquistadores sedientos de riquezas y destructores de costumbres que consideraron bárbaras. Por otra parte fue “una época fértil y luminosa inflamada desde sus inicios con el espíritu de aquellos enérgicos misioneros que acompañaban a los conquistadores: seres nobles e inquebrantables, portadores del humanismo renacentista; preocupados por proteger y cuidar a los indígenas, enseñándoles una religión que reclama como valor supremo el amor entre los hombres.

Varios autores hablan con entusiasmo del gran desarrollo que alcanzó la Nueva España en todos los ordenes, de las maravillosas obras de la arquitectura colonial, desde los sobrios y gigantescos conventos del siglo XVI hasta los suntuosos palacios del XVII que adornan todavía el centro de muchas ciudades, paseando por infinidad de iglesias, grandes y pequeñas, ricas y

2 Roberto Elizondo González, La Expansión Misionera Franciscana. Herencia de Fe y Cultura. pág. 30.

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pobres, que se encuentran seguidas en toda geografía del país; hablan también de los grandes artistas, científicos y literatos novohispanos que ganaron para México el respeto y la admiración del mundo entero”3. Para el Lic. Roberto Elizondo González ambas visiones, aunque antagónicas, son ciertas. Lástima que no se decida a realizar un saldo. Espero que en alguna otra ocasión, valorice la misión del humanismo hispánico y la gran aportación de España a México con su lengua imperial –para muchos la más bella del mundo– con sus hidalgas y nobles costumbres y con la sublime religión católica. Ni Francia, ni Inglaterra, ni Holanda tuvieron en sus posteriores conquistas esa grandeza sobrehumana de la conquista espiritual de México. No niego la España del atropello, de la violación y del entuerto de la conquista. En realidad todas las naciones conquistadoras cometen injusticias, crueldades, agravios y desmanes, pero ninguna otra nación, solo España, realizaron esa obra titánica de los misioneros franciscanos en la génesis de la nacionalidad mexicana y en la unidad política de México. ¡Qué decir de la vida y obra de Fray Bartolomé de las Casas; de Motolinia: misionero, historiador y forjador de la mexicanidad; de Fray Alonso de la Veracruz: filósofo y misionero; de la subyugante y dulce figura de Fray Pedro de Gante; de don Vasco de Quiroga que supo fundar, en Michoacán, la civilización del amor; de Francisco Javier Clavijero: constructor egregio de la mexicanidad. En todo caso, aquí no hubo conquista, como en otras latitudes, de territorios que exprimieron los europeos (ingleses, franceses, holandeses) sin dejar una verdadera conquista espiritual. Porque no podemos hablar de francesidad o italianidad, por ejemplo, y si podemos hablar de hispanidad en todos los países que se integran en Hispanoamérica. En todo caso, el amoroso interés novohispano por las culturas prehispánicas quedó patente. En el mestizaje actual predomina lo hispánico, no sin antes asimilar lo indígena, en las estructuras no solamente económicas, como afirma Elizondo González, sino también religiosas, idiomáticas y costumbristas.

Algunas afirmaciones de Roberto Elizondo González son evidentemente exageradas. Por ejemplo, al hablar de los nombramientos por el rey de los miembros de la clerecía, llega a decir que el rey “era el jefe máximo de la iglesia católica en España y sus dominios, y en poco estaban subordinados al Papa”. No advierte el autor que se trata tan solo de derecho canónico nunca de moral y de dogma. En materia de moral y de dogma jamás abrieron

3 Ibidem pág. 50.

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la boca los reyes y gobernantes civiles, solo el Papa –sucesor de San Pedro– y los Obispos tenían la palabra.

La Nueva España logró tener una posición equiparable a la europea. Constructores de iglesias, catedrales, monasterios, hospitales, palacios de gobernadores y fortalezas. España creó no mesas de cambio o factorías, sino ciudades permanentes.

La compendiada obra sobre La expansión misionera franciscana. Herencia de fe y cultura constituye una nueva, resumida y valiosa visión de lo hecho en nuestro México emotivo y trágico, que habla y reza en español pero siente en indio -válgame la expresión- y gusta de comidas y costumbres vernáculas. Estamos, con este libro, ante una realidad auroral que promete nuevos desarrollos.

Históricamente caminamos a golpes de invención sobre una tradición que se prolonga. Yo no veo la historia como un estadio desde el tiempo a la eternidad, sino como una figura temporal con sentido moral, teleológico. Hay una soberanía divina, sobre todas las soberanías temporales. Soberanía divina que coexiste con la libertad humana en el hecho de la historia universal. Hay vaivenes en la historia, porque hay vaivenes en la vida moral de los hombres. Hombres que se afanan por realizar valores religiosos, éticos, estéticos, culturales. Hombres que no pueden desentenderse de la bondad, de la grandeza o de la solidaridad. Hombres que alcanzan, en los diversos momentos históricos variables, grados de perfección. Si suprimimos los valores en la visión de la historia, no habría base para comprender el contacto entre los pueblos. La suprema dirección en la historia sólo corresponde al ser supremo, perfecto, omnisciente, todopoderoso, infinito y eterno. Pero esta suprema dirección se realiza sin mengua de la libertad humana.

Hago votos porque este libro-preludio que acusa una vocación probada y definida, prosiga, en su espíritu, edificantemente, en bien de nuestra humanidad doliente. Somos lo que somos, porque fuimos, lo que fuimos. Un pueblo sin memoria histórica es un pueblo errante, bárbaro condenado a cometer los mismos errores que ya se cometieron. El hombre no tiene historia como tiene propiedades y posesiones, sino que es, insoslayablemente histórico, aunque no sea pura historia. La estructura permanente de pueblos y naciones se da sin mengua de su historicidad.

-Profr. Dr. Jur. Dr. Phil. Agustín Basave Fernández del Valle

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Introducción

os temas La Bula Inter Caetera y Tratado de Tordesillas, El Proyecto Colonizador Hispano, La Colonia, Organización del Clero en Nueva España, La Iglesia y las Misiones en Nueva

España, Características de la Actividad Misionera en Nueva España en donde concreto la acción misionera en el Nuevo Reyno de León, y Arte Sacro Virreinal Bella Vía de la Evangelización son de importante trascendencia en esta investigación.

Pongo especial atención en la interacción que debe existir entre el proceso histórico y las relaciones humanas, las cuales representan una relevancia singular para obtener las metas que se persiguen definiendo los objetivos. Estas páginas se concentran alrededor de la transferencia de los modos españoles de gobierno y sociedad desde el viejo mundo al nuevo, y de su evolución en un medio ambiente remoto y muy distinto, de manera similar, tomo en cuenta la comunicación con sus elementos y limitaciones. Desde el primer capítulo mi intensión es llevar a los lectores a un viaje imaginario a través de la máquina del tiempo para retroceder en el, hasta el año de 1492, y así debidamente ubicados llegar hasta los días en que Isabel de Castilla patrocinó la empresa de Cristóbal Colón, se encuentran dos mundos y se inicia la expansión hispana, de su cultura, instituciones y de la religión católica predicada por los misioneros franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios, carmelitas y jesuitas.

Los muy importantes archivos consultados por un servidor aguardan investigaciones profundas cuya lectura aun no he concluido. La literatura y las bellas artes son prácticamente un campo virgen. Varios de nuestros contemporáneos han contribuido en gran medida a la dilucidación del problema indígena, pero aun tenemos mucho que aprender sobre la realidad de la vida cotidiana de estas comunidades muy dispersas y diversas, de la ampliación de la legislación real en los diversos virreinatos y de su observación. La larga serie de memorias o relaciones que dejaron los diversos virreyes han sido poco utilizadas, y pocos de los más importantes virreyes han sido objeto de biografías. En pocas palabras, los estudios preparatorios necesarios, si no es que están del todo ausentes, a menudo son inadecuados, en rango o madurez. Este trabajo, por tanto, no pretende de modo alguno ser definitivo. Algunos temas sugieren más preguntas de las que aquí se

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responden, y no hacen sino reflejar los huecos de la investigación en estas áreas.

En tanto que una historia de los conventos y misiones franciscanas, con mención del año de su fundación en el Nuevo Reino de León, esta obra describe y narra, el concepto de desarrollo que se ha mantenido claramente en la mira.

Hay cuestiones que no son tan ampliamente conocidas, y piden un tratamiento más detallado, tal es el caso, por ejemplo, de cuestiones que se refieren a la iglesia colonial, bajo los Borbones.

Todo esto en conjunto para lograr un propósito: servir mejor a Dios, a la patria, a la sociedad, a la familia.

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Capítulo I La bula Inter Caetera y el Tratado de Tordesillas

ara resolver los conflictos sobre el control territorial de América, los reyes de España y Portugal, solicitaron al Papa Alejandro VI, su intervención para establecer límites claros y

reconocidos para ambas monarquías. Así el 4 de mayo de 1493, meses después de ocurrido el encuentro de dos mundos, la máxima autoridad, el Vaticano expidió la bula llamada Inter Caetera en la que concedía a España la propiedad de las tierras e islas situadas a cien leguas al occidente del archipiélago portugués de Azores y de Cabo Verde (extremo occidental de África) a cambio de cristianizar a la población nativa de los territorios en disputa. En la bula Inter Caetera se asentaron los derechos formales de los Reyes de España en América y en ella se apoyaron para disponer el patrimonio territorial de sus colonias. A Portugal se le concedieron los derechos sobre las tierras que se encontraban al oriente de esa línea, conocida como “alejandrina”. El rey de Portugal, Juan II, no aceptó el decreto papal y negoció con los reyes de España que se recorriera esa línea 370 leguas al oeste de Cabo Verde. La negociación resultó ser positiva para la corona portuguesa, y el 7 de junio de 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas, con el cual Brasil era reconocido como posesión portuguesa. La Bula no incluyó a Francia e Inglaterra en la repartición, por lo que estas potencias enviaron expediciones para explorar y ocupar los territorios localizados al norte del continente americano. Cabe señalar que a los pueblos originarios de América nunca se les tomó en cuenta para estas negociaciones, ni se les reconoció propiedad alguna sobre sus propios territorios. Los aborígenes eran vistos como parte de los recursos (Encomienda) que se dividieron los europeos, entre ellos. He aquí los fragmentos más interesantes de la referida Bula:

Alejandro, obispo, siervo de los siervos de Dios: A los ilustres Carísmo en Christo, hijo rey Fernando, y muy amada en Cristo, hija Isabel reina en Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, y de Granada... Entendimos, que, desde atrás haviades propuesto en vuestro ánimo buscar, y descubrir alguna islas y tierras firmes remotas, e incógnitas,

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de otras hasta ahora no halladas, para reducir los Moradores y Naturales de ellas al servicio de nuestro redentor y que profesen la fe católica..., queriendo poner en execución vuestro deseo, previsteis al dilecto hijo Christóval Colón, hombre apto, y muy conveniente a tan gran negocio, y digno de ser tenido en mucho, con navíos, y gentes para semejantes cosas bien apercibidos; no sin grandísimos trabajos, costas y peligros, para que por la Mar buscase con diligencia las tales tierras firmes, e Islas remotas, e incógnitas, a donde hasta ahora no se había navegado, los cuales, después de mucho trabajo con el favor Divino, habiendo puesto toda diligencia, navegando por el Mar Océano, hallaron ciertas islas remotísimas, y también tierras firmes, que hasta ahora no habían sido por otros halladas, en las cuales habitan muchas gentes, que viven en paz: y andan, según se afirma, desnudas, y que no comen carne... Así que Nos alabando mucho en el Señor este Vuestro Santo, loable y propósito, y deseando que sea llevado a debida execucion, y que el mismo nombre de nuestro Salvador plante en aquellas partes: os amonestamos muy mucho en el Señor, y por el Sagrado Bautismo, que recibisteis, mediante el cual estáis obligados a los Mandamientos Apostólicos, y por las Entrañas de misericordia de nuestro Señor Jesu-Christo, atentamente os requerimos, que cuando intentáredes emprender, y proseguir del todo semejante empresa, queráis y debáis con ánimo pronto y zelo de verdadera Fe, inducir los pueblos, que viven en las tales Islas, y tierras, a que reciban la Religión Christiana, y que en ningún tiempo, os espanten los peligros, y trabajos, teniendo esperanza, y confianza firme, que el Omnipotente Dios favorecerá felizmente Vuestras empresas, y para que siendoos concedida la liberalidad de la Gracia Apostólica, con más libertad y atrevimiento toméis el cargo de tan importante negocio; motu proprio, y no a instancia de petición Vuestra, ni de otro, que por Vos nos lo haya pedido, mas de nuestra mera libertad, y de cierta ciencia, y de plenitud del poderío Apostólico, todas las Islas, y tierras firmes, halladas, y que se hallaren descubiertas, y que se descubrieren acia el Occidente, y Mediodía, fabricando, y componiendo una línea del Polo Ártico que es el Septentrión, al Polo

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Antártico, que es el Mediodía; ora que se hayan hallado Islas y tierras, ora se hayan de hallar acia la India, o acia otra cualquiera parte, la cual línea diste de cada una de las Islas, que vulgarmente dicen de los Azores, y Cabo Verde, cien leguas acia el Occidente, y Mediodía. Así que todas sus Islas y tierras firmes halladas, y que se hallaren descubiertas, y que se descubrieren desde la línea hacia el Occidente, y Mediodía que por otro Rey, o Príncipe Christiano no fueren actualmente poseídas hasta el día del Nacimiento de nuestro Señor Jesu-Christo próximo pasado, del cual comienza el año presente de mil y cuatrocientos noventa y tres, cuando fueron por Vuestros Mensajeros, y Capitanes, halladas algunas de las dichas Islas; por la autoridad del Omnipotente Dios, a Nos en San Pedro concedida, y del Vicario de Jesu-Christo, que ejercemos en las tierras, con todos los Señoríos de ellas, Ciudades, Fuerzas, Lugares, Villas, Derechos, Jurisdicciones, y todas sus pertenencias, por el tenor de las presentes las damos, concedemos, y asignamos perpetuamente a Vos, y a los Reyes de Castilla, y de León vuestros herederos, y sucesores: y hacemos, constituimos y deputamos a Vos, y a los dichos vuestros herederos y sucesores, señores de ellas con libre, lleno, y absoluto poder, autoridad, y jurisdicción: con declaración, que por esta nuestra donación, concesión, y asignación no se entienda ni se pueda entender que se quite, ni haya de quitar el derecho adquirido a ningún Príncipe Christiano, que actualmente hubiere poseído las dichas Islas y tierras firmes hasta el susodicho día de Natividad de nuestro Señor Jesu-Christo...4

En 1493, año en el que el Papa Alejandro VI expidió la Bula Inter Caetera la tecnología de la época era muy pequeña, por lo que los humanos de ese tiempo no sabían el tamaño del territorio del lugar al que llegaron los europeos encabezados por Cristóbal Colón el 12 de octubre de 1492, Colón afirma haber llegado a las indias orientales (Asia), se equivocó pues a donde llegó es a otro continente con islas en sus alrededores que luego se llamaría América. Alejandro VI habla de las islas tierra firme no menciona la palabra continente precisamente porque no sabía, nadie sabía la existencia de otro continente enorme, como es el que rinde homenaje a Américo Vespucio. Colón murió sin saber que había

4 Silvio Zavala, Las instituciones jurídicas en la conquista de América Ed. Porrúa, México 1971, pp. 213-15.

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descubierto un continente: el cartógrafo Américo Vespucio modificó la situación y obtuvo una gran recompensa: que ese continente al que llegaron los europeos llevara su nombre: América.

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Capítulo II El proyecto colonizador hispano A.- Incorporación Europa parte del supuesto de la superioridad de su cultura y humanidad, así como de la supuesta inferioridad e incapacidad de los conquistados para hacer suya la cultura de sus dominadores. Los conquistadores hispanos imponen su cultura a los indígenas sometidos, los cristianizan, pero sin asimilar la cultura que los nativos poseen. Dicen los hispanos, lo que es superior no puede mezclarse con lo inferior. La cultura indígena es extraña a la cultura cristiana traída por la cultura cristiana traída por los hispanos a América. B.- Antecedente aristotélico Existe una relación amo-esclavo, Aristóteles decía, unos seres están destinados a mandar y otros a obedecer, esta es la interpretación filosófica y moral que se va a dar a la conquista y colonización hispana en América. El esclavo va a ser algo natural. El aborigen o indio el que llegó mucho antes que el europeo a América, va a ser ahora encomendado a un colonizador hispano. C.- Sepúlveda y el proyecto compulsor El hombre cristiano se lanza a la conquista de nuevos mundos, pueblos y hombres; a la cristianización de tierras y hombres. Evangelizar, difundir la palabra de Dios, será la preocupación de los hombres que descubren, conquistan y colonicen la América con que se encontró Cristóbal Colón. Será ésta la primera etapa de la expansión europea que realizan hombres hispanos, cristiano-católicos. Hombres del siglo XVI. El cristianismo acepta que todos los hombres, sin discriminación, poseen un alma, acepta la igualdad de todos los hombres por el alma, y afirma que debe haber dependencia de quienes están fuera del cristianismo en relación con quienes son cristianos y pueden incorporarse al cristianismo. Juan Gines de Sepúlveda parte de la supuesta superioridad de los españoles y de España sobre los indígenas y las comunidades con quien se han encontrado los españoles en su expansión, dice que los españoles tienen derecho a conquistar y a dominar a los indígenas. La

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superior debe mandar a la inferior. Hábitos, costumbres y cultura españoles son superiores a los que expresan los indígenas, para Sepúlveda los indios son hombrecillos, homúnculos menos que hombres, carentes de la palabra, la razón y el entendimiento de sus descubridores y conquistadores. Sepúlveda justifica la expansión con palabras que pretenden ocultar la ambición que mueve a los españoles en busca de nuevos señoríos, diciendo:

Estos hombres, los indios no han sido destruidos, porque Dios ha encomendado a la gran nación española incorporar a tales descarriados al orden. La misión de la España es hacer de semejantes homúnculos hombres de bien. ¿Pueden rebuscarse estos hombrecillos al cumplimiento de la misión que ha sido encomendada a sus salvadores? Por supuesto que no. Si así lo hiciesen, la nación redentora podrá compelerlos por las armas a su aceptación. Dios ha encomendado a los españoles la misión redentora.

Afirma Sepúlveda deben ser "compelidos a oír el evangelio". La codicia así como otros muchos vicios propios de la conquista, son vistos, por Sepúlveda, como expresiones positivas. D.- Bartolomé de las Casas y la libertad como proyecto Fray Bartolomé de las Casas, (1471-1566) Obispo de Chiapas, emprendió desde el primer instante una cruzada en defensa de los indios. Durante más de medio siglo, desde el año 1514 en que inició su apostolado hasta el 31 de julio de 1566, fecha de su muerte, el fraile dominico luchó con celo infatigable por un trato digno y humano a los aborígenes. Fue todo lo contrario de Juan Gines de Sepúlveda. Las Casas, manifestaba, todos los hombres son iguales por la razón o el ingenio.

Cristo, dice Las Casas, fue sencillo, humilde y mansamente conversaba con los hombres, atrayéndolos con su dulce conversación e inspirándoles confianza para acercarse a Dios.

Dios, Cristo, contra lo que sostiene Sepúlveda, no hizo la guerra, no llevó la muerte y la servidumbre para salvar a los hombres. Por el contrario, para enseñar a los hombres, las verdades, de la vida eterna. Ofreció su propia vida, esto es, aceptar morir por otros, hombres antes que imponerles la muerte. Cristo no vino a dominar sino a salvar con el ejemplo. Tal es lo que tendrán que hacer quienes se consideran a sí mismos superiores, y que solo lo son por la experiencia que les a sido asequible.

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Fray Bartolomé de las Casas, citando a San Ambrosio dice: "El hijo del Hombre no ha venido para perder a los hombres sino para salvarlos". Cristo vino a morir por ellos, no a esclavizarlos. El papel del europeo, del hispano, del cristiano en América no puede ser el de dominador. Su misión no es dominar, sino cristianizar, esto es incorporar a los pueblos nuevos al orden cristiano pero libre, voluntariamente, después de haberles convencido de su bien y verdad. Un orden, cuya comunidad de hombres libres y, por ende responsables de está, su libertad, América debe entrar en el orden por el que Cristo murió. Los hispanos poseen ya está verdad, y su deber por tanto, será él de comunicarla a los nuevos pueblos, para que estos, reconociéndola, la hagan libremente suya. El maestro, única relación que debe guardar el descubridor con los pueblos con las que se ha encontrado, deberá entregarse al discípulo para que este alcance plenamente la verdad. No se trata, ya del egoísta primer motor aristotélico que atraía por su perfección, pero sin ser atraído, sino del motor aristotélico propio del cristianismo, que, lejos de pretender atraer, es atraído por las criaturas a las que se entrega para comunicarse con ellos. Manteniéndose así al nivel horizontal de comunidad, de mutua comunicación. Tal es lo que se expresará en la filosofía de Fray Bartolomé de las Casas.

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Capítulo III La Colonia

on la caída de Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521 comienza un nuevo periodo en la historia de México: la Colonia. Período lleno de contrastes, de luces y sombras. Oscuro y

terrible para muchos autores, quienes relatan indignados el enorme precio que tuvieron que pagar los indígenas al recibir en sus tierras a los hombres del viejo Mundo, nuevo para ellos. Hombres ávidos de arrebatarles sus riquezas y explotar su trabajo; que desquiciaron sus costumbres y arruinaron su economía.

Para otros, en cambio, fue una época fértil y luminosa inflamada desde sus inicios con el espíritu de aquellos enérgicos misioneros que acompañaban a los conquistadores; seres nobles e inquebrantables, portadores del humanismo renacentista; preocupados por proteger y cuidar a los indígenas, enseñándoles una religión que reclama como valor supremo el amor entre los hombres. Estos autores hablan con entusiasmo del gran desarrollo que alcanzó la Nueva España en todos los órdenes; de las maravillosas obras de la arquitectura colonial, desde los sobrios y gigantescos conventos del siglo XVI hasta los suntuosos palacios del XVIII que adornan todavía el centro de muchas ciudades, pasando por infinidad de iglesias, grandes y pequeñas, ricas y pobres, que se encuentran seguidas en toda la geografía del país; hablan también de los grandes artistas, científicos y literatos novohispanos que ganaron para México el respeto y la admiración del mundo entero.

En realidad ambas visiones, aunque antagónicas son ciertas. El hecho que hoy en día, casi cinco siglos después de iniciada la conquista, todavía existen en México numerosas comunidades indígenas en estado de pobreza y marginación es una dolorosa herida abierta desde la Colonia que aún no se ha podido cerrar. Pero también es cierto que durante este dilatado periodo se empezó a forjar la moderna nación mexicana. La Colonia puede dividirse en grandes periodos. El primero arranca con la conquista y dura aproximadamente hasta finales del siglo XVI. Puede considerarse como un período de formación; en él recurre el violento choque entre dos culturas muy distintas: la española-hegemónica termina

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por imponer sus estructuras económicas, no sin antes haber hecho una interesante asimilación de la indígena. El segundo, el más dilatado, abarca todo el siglo XVII y más de la mitad del siglo XVIII. Durante este periodo las estructuras económicas adquieren una forma estable y ocurre, además, un largo periodo de expansión territorial que terminaría por dar a la Nueva España sus fronteras definitivas. Se dice que fue una época de consolidación y expansión. El último período, que empieza a mediados del siglo XVIII, culmina con la Independencia. Después de largos años de aislamiento, sin otra conexión con el mundo que la Flota del Atlántico y la Nao de China, la economía novohispana había caído en un profundo marasmo. Las autoridades peninsulares, armadas y urgidas de riquezas para hacer frente al formidable empuje de Francia e Inglaterra, hicieron una acuciosa revisión de la economía de sus colonias e introdujeron una gran cantidad de cambios, con lo que lograron un último y deslumbrante despegue económico. Fue, sin duda, un periodo de reforma y modernización.

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Capítulo IV Organización del clero en la Nueva España

urante la época colonial existieron dos divisiones territoriales. Una desde el punto de vista administrativo-político y la otra desde el eclesiástico. Esta última dividía el

territorio en a) “Diócesis” dependientes de un obispado determinado, b) “Provincias” de evangelización con sus custodias correspondientes, y c) el denominado territorio “Judicial Eclesiástico” señalado por el Tribunal de la Santa Inquisición. Estas divisiones podían sobreponerse entre sí de tal manera que el territorio de un Obispado podía tener conventos de diferentes provincias y el juez eclesiástico del Santo Oficio podía ser un cura o un fraile de otro territorio diferente.

La evangelización inicial en México estuvo a cargo de tres órdenes religiosas. Alejandra Moreno Toscano, nos dice que: Los primeros franciscanos llegaron a Nueva España en 1523, tres flamencos: Johan Van de Auwera, cuyo nombre fue hispanizado como Juan de Ahora, Johan Deker, conocido como Juan de Tecto y Fray Pieter van der Moere o Pedro de Gante. Los dos primeros salen con Hernán Cortés un año después rumbo a las Hibueras. Morirán durante la expedición. Sólo sobrevive Pedro de Gante. Los primeros doce, que cual nuevos apóstoles inician la conversión de los indios. Entre ellos llegaron hombres excepcionales. En 1524 llegará a Nueva España la primera misión franciscana. Los primeros doce, que cual nuevos apóstoles inician la conversión de los indios. Entre ellos llegaron hombres excepcionales: Fray Martín de Valencia, Fray Martín de la Coruña (evangelizador de los indígenas de la zona de Michoacán), Fray Toribio de Benavente "Motolinía", Fray Luis de Fuensalida y Fray Francisco Jiménez5. Además "Fray Juan de Rivas, Fray Juan de Palos, Fray Andrés de Córdova, Fray García de Cisneros, Fray Antonio de Ciudad Real, Fray Juan Suárez y Fray Francisco de Soto"6. En 1526 los primeros dominicos, también en número de doce. En 1532 los primeros

5 Alejandra Moreno Toscano, - C E H Historia General de México, México 1997, pp. 325-339. 6 Pedro Borges, Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, Madrid 1992, p. 128.

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agustinos, siete. Los primeros miembros de la Compañía de Jesús llegaron a la Nueva España en 1572.

Por su parte, Jedin nos comenta que “la recusación de una iglesia local por parte de Felipe II y el consejo de Indias así como la entrega paulatina al clero secular de las doctrinas ya fundadas afectaron en su forma más grave a la misión de los franciscanos7. Sin embargo, a pesar de las dificultades con las que se encontraron los misioneros se continuó con la propagación de la fe entre los indios aún no convertidos.

Ahora bien, la obra misionera de la iglesia colonial en México puede ser dividida en dos etapas, la primera que abarca todo el período de la conquista; y la segunda iniciada con la fundación de los colegios de Propaganda Fide, en el siglo XVII, finalizando con el período de independencia.8

Pintura “Los doce” Franciscanos, en el Convento de Huejotzingo, Puebla. Estas órdenes fueron conocidas como el "clero regular" estando formadas por frailes mendicantes, es decir que vivían de limosnas, haciendo votos de pobreza, obediencia y castidad, teniendo a su cargo la evangelización de los indígenas. La tarea franciscana fue una de las más importantes ya que cincuenta años después de haber llegado existían más de doscientos establecimientos de esta orden en la Nueva España.

Cuando una nueva región era descubierta, se asignaba a los frailes la conquista espiritual de los nativos, y en su labor

7 Hubert Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, Madrid, p. 371. 8 Francisco Morales, Franciscanos en América, México 1993, p. 287.

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evangelizadora iban avanzando hacia las fronteras. Creando las “doctrinas” y “misiones” y con ellas núcleos de cristianización y de hispanización, que servían como expansión territorial.

El otro componente del clero era el llamado “secular” formado por los curas, subordinados al obispo de su diócesis, quien a su vez dependía del Arzobispo de la ciudad de México. Este era nombrado por el Rey, quien era el jefe máximo de la Iglesia Católica en España y sus dominios. Los integrantes del clero secular durante la Colonia fueron como cualquier burócrata o funcionario público, siendo asignados a determinada "parroquia" (cuyo significado etimológico es vecindario) de una población española o criolla según la determinación del gobierno virreinal, recibiendo su sínodo o sustentación de la Real Hacienda, quien a su vez era la administradora del diezmo que se cobraba a cada uno de los feligreses. Otras importantes fuentes de ingresos para las parroquias o sus ministros eran las limosnas y donaciones en efectivo o en propiedades, habiendo poseído en ocasiones grandes extensiones de tierra o haciendas agrícolas: la organización de las "cofradías" o hermandades piadosas bajo el patrocinio de algún Santo al que dedicaban algún altar o alguna capilla era otra manera de obtener ingresos.

Cuando los franciscanos se establecieron en Nueva España se fundó la "Custodia" del Santo Evangelio dependiente de la “Provincia” española de San Gabriel en Extremadura, pero en 1535 se independizó constituyéndose así en provincia que tenía bajo su dominio a gran parte de las custodias de la Nueva España entre las que se encontraban la de San Salvador en San Luis Obispo de Tampico creada en 1555 y la de Zacatecas en 1566, está última se convertiría en provincia en 1604, y ambas de sumo interés para la evangelización del noreste novohispano.

Los colegios apostólicos de Propaganda Fide fueron una institución de la orden franciscana para establecer misiones entre fieles e infieles por medio de frailes que recibían una especial formación, sometiéndose a una disciplina rigurosa. En 1707, muy cerca de la ciudad de Zacatecas se levanta un edificio cuya función de preparar religiosos misioneros, lo convirtiera en poco tiempo, en el colegio de Propaganda Fide más grande e importante del mundo dedicado a nuestra señora de Guadalupe, su fundador y primer director fue Fray Antonio Margil de Jesús (1657-1726), -este lugar fue inicio y clave para la pacificación, evangelización y población subsecuente del noreste de México-.

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Tras ciento cincuenta y dos años de vida activa, en agosto de

1859 los residentes del colegio reciben la orden de abandonarlo como consecuencia de las Leyes de Reforma.

A partir de 1932 el Instituto Nacional de Antropología e Historia ha tenido a su cargo el Museo que ocupa una parte del viejo colegio, conservando sus tesoros artísticos, restaurando muchas de sus piezas, presentando una visión que da idea de la magnitud y profundidad de la obra fecunda y creadora de los frailes. Su arquitectura es de excepcional interés. Alrededor de 300 cuadros forman su valiosa pinacoteca; cuenta con esculturas notables, libros y documentos. Hoy día podemos disfrutar el Museo de Guadalupe, en donde se exhiben grandiosas obras de arte, precisamente en los antiguos claustros y salones del convento y en su iglesia y capilla respectiva. En arte virreinal este museo es de los más importantes en el país, al igual que el Museo Nacional del Virreinato. Más sobre Fray Antonio Margil de Jesús Nació en Valencia, España, en 1657; murió en la ciudad de México en 1726. A los 18 años ingresó al convento franciscano de la Corona de Cristo en su lugar natal, pasando más adelante al de Villa Orria y San Antonio de Denia, donde cursó filosofía y latinidad, recibiendo las órdenes sacerdotales en 1680. Llegó a América junto con 24 jóvenes reclutados por el padre Antonio Linaz para evangelizar dentro del programa de la propaganda FIDE. El 6 de junio de 1683 llegó a Veracruz. Desde entonces hasta su muerte (43 años), emprendió largos y durísimas caminatas por lugares inhóspitos de México y Centroamérica. Su asombrosa vitalidad y fe misional lo movieron a recorrer el camino de Veracruz a Querétaro (1684), para ir de allí a Puebla, Tabasco, Chiapas, Tehuantepec, Yucatán, Veracruz, Honduras, Guatemala y Costa Rica, caminando a pie y descalzo en compañía de Fray Melchor, con un poco de maíz cocido, uvas amargas y agua; con sólo la cruz de madera que llevaba en el cinto. Los aborígenes lacandones y choles estuvieron a punto de matarlos, maltratándolos físicamente y reteniéndolos varios días y en distintas reacciones. Con todo, durante los 13 años que misionó por Centroamérica, logró reducir a la vida pacífica de comunidad a numerosos grupos de aborígenes. Aprendió diversas lenguas y dialectos, e implantó la devoción por la vía sacra, o sea el culto a la cruz. De regreso a Querétaro, fue guardián del convento de la Santa Cruz (1697-1700) y presidente del Colegio (1701). Volvió a Guatemala y fundó allí el convento del Cristo Crucificado,

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misionando en numerosos lugares (1702-1706). Reintegrado a Nueva España, fundó el Colegio de Guadalupe en Zacatecas (1707). Asistió en Oaxaca al Primer Capítulo Principal (1711), habiendo sido electo “discreto”, y fue guardián del convento franciscano de ese sitio (1717) y nuevamente del de Zacatecas (1722). Desde allí recorrió Coahuila y Texas donde estableció las misiones de Mecagdoches, Ais y Acadáis. A fines de 1723 regresó a su sede, y pasó después a Guadalajara, Querétaro y México, confesando, casando, pronunciando sermones y ayudando a los moribundos en los pueblos por donde pasaba. Falleció en el convento Grande de San Francisco de México. Fue él quien estableció la costumbre de cantar “El alabado” al término de las faenas campiranas. Su humildad era tanta, que el mismo firmaba sus escritos con las palabras: la misma nada. Sin lugar a dudas se trata de uno de los más grandes misioneros que ha tenido la Iglesia de Cristo. Está introducida a la causa de su beatificación.9

9 Cfr.: fr. Antonio Margil de Jesús Apóstol de América: Editorial Jus, México, 1995.

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Capítulo V La Iglesia y las misiones en la Nueva España

a expansión misionera se realizó en Nueva España no solamente por el trabajo de los evangelizadores enviados por el Papa romano, sino también por la toma de decisiones de la

Corona Española, quien asumió junto a la conquista de estas tierras la enseñanza de la fe católica. También existen algunos elementos fundamentales de la acción misionera que veremos en este apartado y que nos presentarán un panorama más claro de los hechos. A.- El patronato de Indias Pedro Borges nos dice que "una de las instituciones, posiblemente la de mayor trascendencia histórica, fue el Derecho de Patronato. En esencia, consiste en la presentación por parte del poder político de las personas que han de ser investidas de los cargos eclesiásticos; fundamentalmente se refiere a la estructura jerárquica de la diócesis: obispos, canónigos y párrocos. Aunque se ha observado por la doctrina que no necesariamente han de confundirse presentación y patronato, ya que puede darse el derecho de presentación sin el derecho de patronato y viceversa. Pero el patronato se configura fundamentalmente como un derecho de presentación para cubrir cargos eclesiásticos; la presentación -es decir, la selección de candidato- toca al poder político investido del derecho patronal, y la potestad pontificia se reserva el nombramiento. Es a lo que alude Felipe II cuando en la ley 1, Título VI del libro I de la Nueva Recopilación de 1565 afirma: “Por derecho y antigua costumbre y justos títulos y concesiones apostólicas, somos patronos de todas las iglesias catedrales de estos reinos, y nos pertenece la presentación de los arzobispados y obispados y prelacías y abadías consistoriales”.

Ahora bien, en la Edad Media el Patronato fue un recurso para implicar al poder político en el arduo trabajo de la evangelización. Podemos decir que en cierta forma el Patronato era un medio económico para subsidiar las misiones. Claro es que pedía el esfuerzo de cooperación económica a los príncipes para

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lograr establecer la Iglesia en las nuevas tierras. De esta manera surge el poder político del estado que la iglesia reconoce.

El patronato toma un matiz enteramente nuevo. Es la expresión más tangible del regalismo del siglo XVIII10, que se hacía sentir en la metrópoli. Para examinar sus asuntos, Felipe V erigió en 1735 una Junta, cuyo objeto era la reintegración a la corona de todos los privilegios, que, según ello, habían sido usurpados por Roma.

El Papa tuvo que protestar, y lo hizo por un breve a los obispos, para que estos se opusieran a la consolidación de estas pretensiones.

Sin embargo el regalismo no detuvo su carrera, y Benedicto XIV tuvo, que hacer las amplias concesiones en el concordato de 1753.

No obstante estas extralimitaciones, el mérito de la obra del Patronato regio en las Indias es extraordinario. Gracias al regio Patronato, pudieron llenarse aquellas regiones, con un ritmo que hoy día causaría asombro, de iglesias religiosos y misioneros, de monasterios y doctrinas. Gracias a él, la Nueva España logró no solo una posición equiparada a la europea, sino que sus propios rectores, el episcopado local, fue en capacidad moralmente muy superior al del viejo mundo. El P. Charles, nos dice que “los españoles en todas partes aparecen como constructores: iglesias,

10Queriendo reflejar que se había otorgado una concesión pontificia a los reyes y la misma procedencia tiene su contenido, y que en ésta la concesión se supone pontificia, y la misma tiene ampliación civil de lo que los reyes realmente poseían por privilegios otorgados por los Papas; además llaman a las regalías institución meramente civil: ni su contenido procede de concesiones papales ni su origen tampoco; los reyes dicen poseer los derechos correspondientes por su propia condición de soberanos, y tales derechos son fijados por la misma doctrina que creó la Teoría (P. Borges, Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, p. 85). Se refiere también al Absolutismo regio: En tiempo de los Habsburgo se fueron consolidando las concesiones hechas a los reyes. Estos interpretaron a los privilegios; pero en toda su actuación aparecen constantemente sus sentimientos verdaderamente cristianos. D. Ramos Pérez, dice que “no se limitaban en lo referente a la Provisión de dignidades, al envío al Consejo de Indias de todas las bulas y breves pontificios para su examen y otorgamiento del placet; sino que llegaba hasta lo más minúsculo. En este sentido vemos aparecer a los reyes austríacos como maestros de ceremonias, regulando la manera de dar la Paz en las misas a las autoridades, las preferencias en las procesiones, si en los festejos había de ponerse o no sitial al obispo, y hasta la colocación de la lamparilla del Santísimo”. Dieron así mismo disposiciones urgiendo la celebración de concilios; otras, a los obispos Para que pusieran curas dignos. Son, como se ve disposiciones del culto y disciplina eclesiástica. En tiempo de los Borbones se trató de ampliar esas mismas concesiones y privilegios, pero el móvil que los impulsó es el regalismo de la época.

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catedrales, monasterios, hospitales, palacios de gobernadores, fuertes que defienden todo esto. Ellos crean, no mesas de cambio o factorías, sino ciudades permanentes”11.

Ahora bien, la parte religiosa de toda esta obra era debida al Patronato regio. En todos aquellos territorios, los reyes españoles, por medio del Patronato regio, erigían y dotaban iglesias, estimulaban a los misioneros, a los sacerdotes de las ciudades y a toda la jerarquía.

B.- Diócesis y Concilios americanos Una de las cosas que indica mejor el estado de prosperidad de los nuevos territorios de la Nueva España en los siglos XVII y XVIII, es la multiplicación constante de diócesis.

La jerarquía eclesiástica a fines del siglo XVIII se había desarrollado y crecido en la siguiente forma: “México: Puebla, Yucatán, Oaxaca, Michoacán, Chiapas, Durango (La Nueva Vizcaya), Guadalajara, Nuevo León (1777) y Sonora (1779)”12. Otros medios para mantener la vida eclesiástica, fueron de gran importancia los concilios celebrados en estas tierras, fundamentales los del siglo XVI, que pusieron las bases para el régimen de las iglesias.

“Los Concilios en el siglo XVII, sobre todo en el siglo XVIII, tuvieron un carácter muy diverso. Estaban al servicio de los privilegios de la corona y del regalismo, sin atender a las decisiones pontificias”13.

Los ministros de Carlos III, como legítimos regalistas o bien enciclopedistas, se procuraban medidas legales para encadenar a la Iglesia lo más fuertemente posible. También funcionaba en Nueva España la Inquisición, que ya no tenía ni la significación ni la eficacia de los siglos anteriores. C.- Misiones vivas Durante todo este tiempo se mantuvo la norma de no permitir más que a cuatro órdenes religiosas la tarea de la evangelización: los franciscanos, los dominicos, los agustinos y los mercedarios. Después de muchas dificultades fueron admitidos los miembros de la Compañía de Jesús en 1572, que integran desde aquel momento

11 Llorca S.J. - García Villioslada, Historia de la Iglesia Católica (Tomo IV), Madrid 1951, p. 186. 12 Llorca S.J. - García Villoslada S.J., Historia de la Iglesia Católica (Tomo IV), p. 187. 13 Ibidem.

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cinco ordenes misioneras admitidas en Nueva España. Por su parte, se insistió en no admitir a los extranjeros. Fue hasta los siglos XVII y XVIII que se permitió la entrada de misioneros extranjeros (no españoles). Es importante mencionar el golpe fatal que significó para las misiones la expulsión de los Padres Jesuitas, ordenada por Carlos III en 1767, y la extinción total de la Compañía de Jesús efectuada en 1773.

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Capítulo VI Características de la actividad misionera en la Nueva España

a Orden Franciscana no acostumbró trazar una línea oficial para todos sus miembros; en cuestiones indianas, tanto relativas a la evangelización como a la política indigenista, los

franciscanos gozaron de libertad, desde las mismas instrucciones que les dio en 1523 el ministro general fray Francisco de los Ángeles Quiñones14. Existen algunos casos que ponen de manifiesto la libertad usada, pero limitada por los superiores de la Iglesia como de la Corona, en razón del régimen de Patronato regio. Dichas normas eran de carácter obligatorio para todos y estaban por encima de cualquier particularidad. A.- Primer contacto misional por el diálogo Entre los primeros contactos que los misioneros franciscanos tuvieron con indígenas de estas tierras, en orden a su evangelización, hay uno que fue ciertamente original15. El diálogo y el respeto, de manera especial la inserción. La vivencia cercana, aprender su lengua y comunicar la doctrina en su propio idioma. B.- Creación del convento franciscano de San Andrés y la evangelización del Nuevo Reino de León Los franciscanos de la Custodia de Zacatecas (que posteriormente se convertiría en provincia) fray Martín de Altamirano y fray Lorenzo González. Fundaron en 1602 en Monterrey el convento de San Andrés mejor conocido como el de San Francisco por estar a cargo de los frailes de esta orden. Los habitantes de la ciudad metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey fundada por don Diego de Montemayor en 1596, provenientes todos de la Villa del Saltillo, quedaron bajo el auxilio espiritual del cura de la misma, Baldo Cortés, quien atendía a los pobladores españoles y sus familias. Saltillo pertenecía a la Nueva Vizcaya y estaban bajo la

14 Francisco Morales, Op. Cit. p. 103. 15 Idem. P. 104.

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administración eclesiástica del obispado de Guadalajara, por este motivo se consideró al Nuevo Reino de León, como parte de este, a pesar de que administrativamente era independiente, situación que continuó hasta la creación del obispado de Linares en el año de 1677, habiendo durante toda ésta etapa una serie de visitas pastorales efectuadas por los Obispos o por sus comisionados. Con la creación de este convento se inician una serie de misiones en el Nuevo Reino de León, norte de Coahuila, Tamaulipas y Texas que abrirían los caminos hacia la colonización de esas regiones. Aunque estaba estipulado que las misiones sólo deberían atender espiritualmente a los indios, y las parroquias a los españoles esto nunca se llevó estrictamente a cabo en ésta región, y el mencionado convento sirvió a toda la población del Nuevo Reino de León, por carecer de Iglesia Parroquial sirviendo también como cementerio en donde fueron sepultados los primeros pobladores incluyendo a don Diego de Montemayor, el gobernador y su hijo de igual nombre, a quien llamaban "el mozo" para diferenciarlo. A partir de esta fundación franciscana se establecieron en el Nuevo Reino de León los siguientes conventos y misiones de la Custodia de Zacatecas, con mención del año de su creación:

1630.- Convento de San Gregorio de Cerralvo (Nuestra Señora de la Concepción). 1640.- Convento de San José (San Juan Bautista de Cadereyta) (San Lorenzo). 1648.- Misión de Santa María de los Ángeles del Río Blanco (Aramberri). 1664.- Misión de Santa Teresa del Alamillo (trasladada a Gualeguas). 1675.- Misión de San Nicolás de Gualeguas (Agualeguas). 1667.- Misión de San Antonio de los Llanos (Hidalgo, Tamps.). 1677.- Misión de San Cristóbal de Gualagúises (Hualahuises). 1678.- Misión de San Pablo de Labradores (Galeana). 1716.- Misión de Guadalupe (Guadalupe). 1716.- Misión de Concepción (municipio de Montemorelos). 1716.- Misión de Purificación (Gil de Leyva, municipio de Montemorelos).

En el Nuevo Reyno de Leon, algo trascendental fue el hecho que el Virrey Don Fernando de Alencaster Noroña y Silva Duque de Linares envió a don Francisco de Barbadillo y Vittoria con objeto de

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pacificar y establecer misiones, esto es lo que hicieron Barbadillo y los frailes franciscanos.

Además de los franciscanos de Zacatecas otros de la misma orden pero de diferente origen entraron a la cristianización del Nuevo Reino de León, frailes de la Custodia de Río Verde pertenecientes a la Provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán excursionaron por el sur del Nuevo Reino de León en 1607 y diez años después misioneros de la Custodia de San Salvador de Tampico, fundaron una misión llamada San Cristóbal de Río Blanco que tuvo una corta existencia, los franciscanos del convento de Charcas también dependientes de Zacatecas, continuaron la evangelización en la región mencionada. Fray Lorenzo Cantú fundó en 1626 la misión de San José del Río Blanco (General Zaragoza), pero no perduró y en 1648 se fundó la misión de Santa María del Río Blanco (Aramberri).

Finalmente, debo decir en este apartado que el templo y convento franciscano de San Andrés de Monterrey, desempeño un papel importante como cabecera de las misiones de la región, como vicaría y después como convento. Su fundación corre pareja con la existencia de Monterrey y por algún tiempo fue propiamente la parroquia de esta ciudad. Siempre hubo administración franciscana, hubo litigio y en 1719 se falló, siguió la administración de Monterrey en manos del clero secular, quedándole al convento únicamente la administración de los aborígenes. Templo y convento fueron demolidos por la prolongación de la calle Zaragoza, en 1914, en el terreno que ocupaban está ahora el Círculo Mercantil Mutualista y el Edificio Kalos.

Un personaje importante para la vida espiritual y religiosa del Nuevo Reino de León lo fue el padre Waldo Cortés. El hecho que Monterrey dependiera del curato de Saltillo, daba oportunidad de actuar a este religioso en ambas ciudades, pero brindando mayor atención a Monterrey16.

Desde la fundación que hizo don Diego de Montemayor, en 1596, se pensó en la forma en que llevaría a cabo el proceso de evangelización al cual estaba obligado. La presencia franciscana, empezó en 1602, ubicados en algún lugar de aquellos que don Diego de Montemayor seleccionó al norte de los Ojos de Agua de Santa Lucía para fundar la ciudad. En reuniones posteriores a la fundación estuvieron presentes el padre del clero secular Waldo Cortés, cura y vicario del Saltillo y fray Cristóbal de Espinosa.

16 Vito Alessio Robles, Bosquejos Históricos, México, D. F. : Ed. Polis. 1958.

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Cuadro de La Fundación de Monterrey, (20 de septiembre de 1596) que se encuentra en el Museo del Noreste, realizado por el pintor regiomontano Crescenciano Garza Rivera en 1946.

Para el año de 1602 se menciona la fundación del convento franciscano de San Andrés que “estaban dos religiosos de buena vida y ejemplo llamados fray Lorenzo González y fray Martín de Altamirano”17. Ellos fueron los primeros religiosos que buscaron catequizar a los aborígenes.

El convento de San Andrés de Monterrey quedó dentro del curato del Saltillo y sólo se encargaban de los aborígenes de nueva conversión, no así de los encomendados que eran atendidos por el clero secular. Aunque se sabe que los franciscanos tuvieron que entrar al relevo como curas con el disimulo de estos por estar radicando en el Saltillo de esta manera el convento fue creciendo poco a poco.

En la Nueva España existieron varios conventos dedicados a San Andrés, estimo que el motivo por el cual le fueron dedicados fue porque Andrés misionó en Grecia y allá fue martirizado, atado de pies y brazos sobre una cruz en forma de X magna, de la forma que hoy llamamos precisamente: Cruz de San Andrés. Así entiendo mejor como en una tierra de misión y posible martirio el convento franciscano de Monterrey le está dedicado.

17 Archivo General del Estado de Nuevo León; Expediente Templo Franciscano de San Andrés. 1860.

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A raíz de la inundación del año de 1611 y que la ciudad de

Monterrey hubo de reubicarse, el convento también se reubicó al sitio donde se sabe existió hasta su demolición en 1914.

Debe haber sido de mucha dificultad para los primeros pobladores trazar calles, mantener limitadas sus propiedades y dar mantenimiento a los caminos carreteros, dado que los desniveles del terreno deben de haber sido problemáticos pues el sitio ubicado entre dos ríos, sobre todo en época de lluvias es desolador. Ellos eran los pobladores de las haciendas o estancias que hoy llevan los nombres de San Nicolás, San Pedro, Apodaca, Escobedo, Ciudad Guadalupe y otras que así comenzaron su desarrollo.

A propósito de las estancias, por el año de 1638 el procurador general del Nuevo Reino de León el capitán Blas de la Garza, hace petición al señor gobernador y capitán general don Martín de Zavala, “para que se señalen los límites de esta ciudad y ver lo que le pertenece y que se vea lo que las justicias de ella se pueden extender ya que se están fundando otras villas en sus contornos”. Una constancia más menciona que la fundación del convento fue en el año de 1602. La del procurador de la provincia de Zacatecas fray Blas Correa, en un alegato que sostuvo con el padre Martín Adad de Uria en el año de 1638, en el que se señaló la presencia franciscana y el convento desde el inicio del siglo XVII y que desde entonces habían estado administrando los santos sacramentos no sólo a los aborígenes (a la cual estaban autorizados), sino también a los españoles, amparados en la capitulación de don Martín de Zavala “quien se comprometía a encargar ministros franciscanos”18. La vida de los frailes en el convento seguía creciendo en atención espiritual a los aborígenes. La actividad era intensa. A finales del siglo XVIII, el Convento de San Andrés de Monterrey, y el templo de San Francisco desarrollaban una actividad normal.

Por el libro de cuentas y gastos, nos enteramos que los frailes no cesaban de construir en el convento y en el templo haciendo más celdas (habitaciones), cuartos con techos de buenas vigas y tablas. Las puertas y ventanas eran de madera de mezquite, material muy difícil de trabajar, por lo cual resulta más meritoria la labor que realizaban los frailes misioneros que hubieron de edificar y construir acequias y pilas, esto sucedió en 1794, mencionan tener

18 Israel, Cavazos Garza, Controversias sobre la Jurisdicción Espiritual entre Saltillo y Monterrey, 1580–1652, Saltillo Coahuila: Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas. 1978.

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encargados dos mil sillares más y treinta y dos vigas para techar algunas habitaciones19.

Periódicamente, los frailes franciscanos recibían la visita de inspección de los frailes del convento de Guadalupe, Zacatecas y en el reporte anotaban el estado en que habían encontrado las instalaciones.

El obispo de Guadalajara, don Diego Camacho y Ávila visitó el Nuevo Reino de León en el año de 1712 y en la cual el prelado entrevistó a los frailes del convento franciscano de San Andrés, se levantó un documento que dice:

“En la Ciudad de Nuestra Señora de Monterrey, cabecera de este Nuevo Reino de León, a los veinte y cuatro días del mes de julio de mil setecientos doce años, su Señoría Ilustrísima el señor Doctor don Diego Camacho y Ávila, Arzobispo Obispo de Guadalajara, Nuevo Reino de Galicia, estando en su actual y visita dijo que por cuanto ha reconocido que los padres doctrineros, así de la doctrina de indios de esta ciudad como los que tienen en encomienda los de Cadereyta y Cerralvo, no han dado a su señoría ilustrísima, ni remitidole el padrón, después de resurrección, de las confesiones y comuniones anuales, en la misma conformidad que le hacen los demás curas y doctrineros de este obispado. Debía mandar y mandó su señoría ilustrísima se notifique el padre doctrinero de esta dicha ciudad, exhiba luego el padrón y asimismo relación al pie de éste de los indios borrados que tiene a su cargo, lo cual asimismo se notifique a los demás padres doctrineros de este Nuevo Reino y al misionero que se halla en el Valle de San Cristóbal, para venir en entero conocimiento de todas estas almas; y para ello y lo que mira a dichos padres que están fuera de esta ciudad, su señoría ilustrísima de comisión a los curas seculares internos para que le hagan la dicha notificación y reciban sus declaraciones sobre lo referido, remitiéndoles por cordillera este año, y así lo previó y firmó Diego Camacho y Ávila, Arzobispo de Guadalajara (rúbrica). Ante mí, Francisco Santos de Oliveros, Secretario y escribano de visita (rúbrica)”20.

19 Archivo Histórico Franciscano. En Zapopan, Jalisco. Expediente: Libro de Cuentas del Convento de San Francisco 1764 – 1797. 20 Eugenio del Hoyo Cabrera. Historia del Nuevo Reino de León, 1577 – 1723. Libros de México, S. A. México, D. F. 1979.

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Fray Manuel de Silva, guardián del convento de Guadalupe, Zacatecas visitó el convento de San Andrés de Monterrey en la última década del siglo XVIII, y fue recibido por el fraile Cristóbal Bellido y Fajardo en 1791. Hubo mejoras en el convento en 1791, muy activos estuvieron en este año los frailes franciscanos pues le hicieron muchas mejoras al templo y al convento de acuerdo con los planos del mismo, Sus instalaciones eran muy amplias. El frente principal de edificio daba hacia el norte, es decir hacia la calle de San Francisco, hoy Melchor Ocampo midiendo más o menos cien metros, el fondo llegaba hasta el plan del Río Santa Catarina. El convento tenía patios, fuentes, huertos y laboríos, las bardas posteriores eran muy altas. Durante el período colonial los frailes franciscanos fueron los únicos misioneros en el Nuevo Reino de León; algunos historiadores han estudiado la acción franciscana en el noreste novohispano21.

21 Referente a este tema de la historia regional consúltese: Israel Cavazos Garza, “La Obra Franciscana en Nuevo León”, Humanitas Anuario del Centro de Estudios Humanísticos, Monterrey, N. L. U A N L, # 1,1960. Eugenio del Hoyo Cabrera, “La Evangelización en el Nuevo Reino de León”, Humanitas, # 6, 1965.

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C.- Plano del convento franciscano de San Andrés y Orden Tercera22

22 Archivo General del Estado de Nuevo León. Expediente: Templo de San Francisco o de San Andrés de Monterrey, 1860.

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D.- Copia de la presunta explicación del plano del convento franciscano de San Andrés y Orden Tercera23

23 Ibidem.

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E.- Templo de San Francisco

Templo de San Francisco, demolido en 1914. Perdió Monterrey este monumento histórico y arquitectónico en las turbulencias de la Revolución, en 1914. Estuvo en el extremo sur de la calle de Zaragoza (antes callejón del Ojo de Agua, hasta que en 1864, le fue impuesto el nombre del héroe de Puebla). Concluía éste exactamente en la puerta mayor de la iglesia.

Hubo un templo anterior a éste. Bajo la advocación de San Andrés, existió en la ciudad primitiva, al norte del ojo de agua, construido en 1602.

La inundación de 1611, arrasó la ciudad antigua. Resolvió entonces el justicia mayor Diego de Rodríguez, pasar la ciudad “a la parte sur, por ser más alta que la del norte”, y así lo hizo.

Monterrey carecía entonces de parroquia, y San Francisco hizo, por muchos años, de tal, es muy importante la labor del convento en la evangelización de los nativos que seguramente siempre fueron pocos. Aún así, en 1712, por ejemplo, se les seguía llamando: “…la parroquia de los indios borrados…de esta ciudad”24.

24 Archivo Histórico del Arzobispado de Monterrey, libro de bautizos, vol. III.

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Cuando entró el gobernador don Martín de Zavala, en 1626,

el cabildo de Monterrey le expuso, entre otras cosas, que el convento tenía “el Santísimo Sacramento, pila de bautismo con su bautisterio, muy grande cementerio de aborígenes, torre fuerte en la dicha iglesia y muy buenas campanas”25.

Construida la parroquia (ahora Catedral) en 1626, San Francisco continúo como parroquia de aborígenes. Hacia 1709, se incendió. Fue necesario levantarla de nuevo, con mayor solidez. Hacia 1726 la obra estaba casi concluida. Una década después, el interior lució un hermoso retablo dorado, bellas imágenes y buenos lienzos “de pintura fina”. Tenía anexa, además, la capilla de la Orden tercera.

Otra vez quedó arruinado el templo en la inundación de 1751, pero en agosto del año siguiente, el gobernador don Vicente Bueno de la Borbolla se dio a la tarea de reconstruirlo, dándole más capacidad de la que tenía antes de su ruina.

La fachada remataba en tres nichos “de piedra de cantera”. A la izquierda, San Francisco, a la derecha, Santo Domingo, y al centro San Andrés.

No obstante su cercanía al río Santa Catarina, la iglesia resistió los embates de la tremenda inundación de 1909. No logró, sin embargo, resistir la tormenta de la Revolución. El gobernador Antonio I. Villarreal ordenó su total demolición, incluyendo las imágenes y los confesionarios.

No sólo el pueblo reprobó esta actitud. El gobernador José Nicéforo Zambrano Cavazos en su informe de 1918, expresó que Villarreal “había sin mira alguna de utilidad pública y por mero apasionamiento de ideas liberales, llevado a cabo la demolición..., sirviéndole como pretexto prolongar aquella calle; Mejora que no ha reportado algún beneficio público a la comunidad”.

De aquel monumento, simbolizado heráldicamente en uno de los cuarteles del escudo de Nuevo León, sólo quedan en el Museo Regional de Nuevo León (El Obispado26), la pila bautismal, una viga fechada en 1752 la escultura de Santo Domingo y la espléndida puerta. Nos quedan también, buenas fotografías captadas por don Jesús Sandoval, en la última década del siglo XIX, 25 Acta de cabildo del 2 de agosto de 1626. Archivo Histórico de Monterrey. 26 El edificio del Museo Regional de Nuevo León, es ubicado por los regiomontanos con el nombre de El Obispado, considero oportuno subrayar que el nombre con que fue bautizado en 1787 por su constructor, el segundo Obispo del Nuevo Reyno de León (1782-1790), Fray Rafael José Verger y Suau (1722-1790). Es el de Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe, por lo que creo que así deberíamos denominarlo.

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una de las cuales es reproducida en una magnífica acuarela realizada por el artista Antonio López Oliver, en 1980, la cual aparece en este libro. F.- El Obispado Debido a lo extenso del territorio de la Nueva España, en 1776 se creó la Comandancia General de las Provincias Internas con el fin de resguardar militarmente el área norte del Virreinato. En 1777 el Papa Pio VI y a petición del Rey Carlos III, autorizó la fundación del obispado de Linares en el Nuevo Reino de León en la Bula Relata Sempers. La cabecera de la diócesis se fijo en la ciudad metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, siendo el franciscano Fray Antonio de Jesús Sacedón su primer obispo. En el cerro del Obispado fue construido el Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe. La loma fue conocida en la época colonial con el nombre de Chepe Vera, porque, hacia 1730, José Vera tenía sus labores por ese rumbo.

Loma de Chepevera donde el Obispo Verger construyó el Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe en 1787, concluido el año siguiente. Acuarela de autor anónimo.

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Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe, construido en 1787, por el Obispo Verger. Escenario de episodios heroicos en las contiendas nacionales desde 1846 hasta la Revolución, por lo que quedo hecho una ruina, fue restaurado y recobro su antigua presencia. Es desde el 20 de septiembre de 1956 sede del Museo Regional de Nuevo León. Cuando entró a Monterrey su segundo obispo, el Ilustrísimo franciscano Fray Rafael José Verger y Suau le agradó tanto el sitio que hasta llegó a pensar en la conveniencia de que la ciudad fuese trasladada a la falda de la loma, por ser allí más benignos los rigores del clima.

El Ayuntamiento de Monterrey le hizo donación de los terrenos, de la loma en cuya cima construyó el Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe, como residencia episcopal, hacia 1787 estaba concluida la obra, fue ahí donde el ilustre prelado, que tantos beneficios hizo a la ciudad falleció tres años más tarde. Los obispos que le sucedieron en el gobierno de la diócesis no residieron en el bello edificio, indudablemente, por su lejanía, y por mucho tiempo, desde los primeros años del siglo XIX comenzó a ser destinado a usos militares.

Situado a la entrada de la que entonces era el único acceso al interior del país, el punto era estratégico, por lo mismo sufrió siempre los embates de todas las contiendas nacionales, desde la Invasión Norteamericana, 1846, hasta la Revolución en 1914.

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La metralla deterioró los muros de la torre, el tambor de la

cúpula y también la fachada, y la explosión de un polvorín acabó por derrumbar la mayor parte de los muros hasta quedar hechos una ruina.

Surgieron entonces ingenuas y bellas leyendas de misteriosos pasadizos subterráneos a la Catedral y hacia otros rumbos de la ciudad existentes sólo en la imaginación popular. Al cerrar el siglo XIX la población regiomontana escasamente llegaba a ochenta mil habitantes.

Cruzando la vieja hacienda de San Jerónimo y trasponiendo la loma de Chepevera, llamada después del Obispado, se entraba inmediatamente a la calle real o de la Purísima, conocida ya en el siglo XIX como calle de Hidalgo.

En el extremo poniente de la calle real, en Monterrey, existió hasta no hace muchos años una casona de gruesos muros de sillar, de tiempos de la colonia. Este sólido edificio, tenía la función de servir de atalaya a efecto de avisar a los vecinos en caso de peligro. Por eso, el alto y macizo torreón que lo remataba, fue conocido como: el mirador.

A poco más de 100 años de los episodios del cuarenta y seis, el edificio fue hábilmente restaurado. La más valiosa reliquia arquitectónica de Monterrey recobró su antigua presencia, y es, en nuestros días, la sede del Museo Regional de Nuevo León, inaugurado el 20 de Septiembre de 1956.

G.- Calles, plaza, ayuntamiento y catedral Todas las ciudades novohispanas siguieron un mismo plan urbano; las calles se diseñaban en un patrón rectangular desarrollado alrededor de la Plaza Mayor, frente a la cual están la Iglesia Principal y el Ayuntamiento. La Catedral de Monterrey, fue originalmente el templo parroquial, erigida canónicamente en 1624.

Estas palabras Calles, Plaza, Ayuntamiento, Catedral, nos dan el tema del presente inciso.

La Plaza Zaragoza, ahora incorporada a la Gran Plaza, era la más antigua de Monterrey. Algunas veces fue llamada Plaza Mayor, aunque en realidad no había para que dar ese nombre, puesto que no existía otra plaza menor. Se le llamó también Plaza Pública, o Plaza Principal, pero la denominación más generalizada, fue la de Plaza de Armas. El nombre de Zaragoza le fue impuesto en 1864, dos años después de la victoria de Puebla.

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El nombre de Plaza de Armas, aplicado en igual forma que

en la mayoría de las ciudades mexicanas, tenía una razón de ser. Era allí donde se reunían los vecinos, cuando eran convocados para acudir a la defensa común; y era allí también donde dos veces al año, el 25 de Julio, fiesta del apóstol Santiago, y el 25 de Noviembre festividad de Santa Catarina, patrones del ejército español, se hacía revista de armas. Cada uno había de presentar las que tenía: arcabuces, espadas, adargas, etcétera.

Durante siglos fue sólo una explanada sin aderezo alguno. La cruzaban veredas en todas direcciones y no era extraño que, además de los transeúntes, cruzaran los asnos, las recuas, etcétera y no se diga los perros, los cerdos u otros animales domésticos.

Palacio Municipal (hoy Museo Metropolitano de Monterrey), Plaza y calle Zaragoza esq. Corregidora por donde transitaban los tranvías de mulitas y al fondo la casa de don Pedro Maíz. 1900. Fototeca Centro de las Artes, Fondo AGENL 1227 Atribuida a Winfield Scott.

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Inicio del Siglo XX. Palacio Municipal de Monterrey. Calle Zaragoza esq. Corregidora y al fondo el Templo de San Francisco demolido en 1914. Alma y centro de la vida de la ciudad, ha servido en innumerables ocasiones de escenario a reuniones cívicas y religiosas; a motines populares, a protestas airadas contra la autoridad o a adhesiones a éstas; a juras de reyes o a publicaciones de bandas solemnes; a lectura de constituciones y a recibimientos de obispos, gobernantes y candidatos; a duelos de espadachines o a patíbulo de ahorcados o de fusilamientos.

Techadas las casas adyacentes con el toldo o vela de lona, en la primera mitad del siglo XIX, pasó la procesión del Jueves de Corpus o la de los penitentes de Semana Santa. Desde el siglo XVII, se improvisó allí muchas veces el redondel para las corridas de toros, en los “regocijos populares”, y fueron celebrados en ella las ferias anuales de la ciudad, de gran renombre en la región noreste del país.

Durante casi toda la época colonial, el gobierno del Nuevo Reyno de León, tuvo su sede en lo que se llamaron casas reales (Palacio Municipal Antiguo), hoy Museo Metropolitano de Monterrey en donde se muestra parte de la historia de la ciudad, además que le da cabida al Archivo Histórico de la misma. Este edificio desde 1974 es considerado monumento histórico nacional por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

En 1815 el gobernador Joaquín de Arredondo dedico a Palacio de Gobierno el edificio que fuera capilla y colegio de los padres jesuitas, en la esquina noroeste de las calles de Morelos y Escobedo. Pasaron décadas y décadas, hasta que el 8 de agosto de

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1895 el gobernador Bernardo Reyes inició la construcción del Palacio de Gobierno actual, en la media manzana norte en la plaza 5 de Mayo -llamada antes de La Concordia- concluido en septiembre de 1908. Cobró la plaza nueva fisonomía cuando, en 1853, en ocasión de haber sido inaugurado el Palacio Municipal, se le doto de “treinta y dos sofás de cantería y mezcla, dobles, perfectamente labrados”, y estrenó el 28 de Agosto de ese año “igual número de faroles de un tamaño regular, colocados simétricamente en pies derechos, de fierro, pintados de verde” – dice el periódico oficial- y lució con mayor belleza cuando, en 1864 inauguró el gobernador Santiago Vidaurri la fuente de mármol esculpida por Mateo Matei, que ahora está en la Plaza de la Purísima. De esos años datan las tradicionales serenatas y las audiciones musicales. El moderno Palacio Municipal de Monterrey, obra de los arquitectos Albuerne, Flores, Hadjópulos y Villarreal, ubicado en el extremo sur de la Gran Plaza, inaugurado el 9 de junio de 1976.

Al oriente del ahora Museo del Palacio de Gobierno, catalogado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) como monumento nacional y patrimonio cultural, están los museos de Historia Mexicana y el del Noreste (MUNE) cuyos modernos edificios están unidos por un túnel elevado panorámico (con paredes de cristal). Ubicados frente a una bella fuente y un lago artificial en donde se inicia el río Santa Lucia a través de los barrios Antiguo y Tenerías, el área de Peñoles, hasta internarse en el Parque Fundidora donde concluye en un crisol que vierte agua reciclada, muy cerca del Museo del Acero, que funcionará como Alto Horno 3 por 18 años, hasta que fue apagado el 9 de mayo de 1986 a las 15:00 horas por los ingenieros Antonio Sánchez, Jaime Carretero Puga, José Santos Lara y el licenciado Carlos Tamez Cuellar.

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Catedral de Monterrey, Plaza Zaragoza y calle Sor Juana Inés de la Cruz que abarcaba solo una cuadra de Zaragoza a Zuazua. Año 1900. La Junta de Mejoras Materiales, presidida por el Dr. José María Raymundo Eleuterio González Mendoza (Gonzalitos), compró en Nueva York los faroles de arbotantes, en 1886, y en el año 94 fue instalado el kiosco con las Cuatro Estaciones y finalmente en 1962, justificó su nombre de Zaragoza con la estatua ecuestre del héroe, obra del escultor Ignacio Asúnzolo. Ampliada la plaza hasta el río en la década de 1960, desapareció la calle de Sor Juana Inés de la Cruz, que comprendía solo una cuadra, entre las calles Ignacio Zaragoza y Juan Zuazua, por esta calle está la Catedral la cual es un edificio muy importante de la ciudad. Fue originalmente el Templo Parroquial. La parroquia fue erigida canónicamente en 1624. El edificio en ese tiempo era paupérrimo. Fue hasta 1662 cuando empezó su reconstrucción, pero, al empezar el siglo XVIII, un incendio lo arrasó en su totalidad. Hacia 1709 comenzó a ser levantada de nuevo, en la forma que ahora existe. La obra fue muy lenta, dada la pobreza del medio. Finalizaba el siglo cuando fue cerrada la última bóveda.

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Plaza de Armas, 1855. Óleo de Eligio Fernández. Al ser creado el obispado en 1777, empezaron a llegar los primeros obispos. Pero Monterrey no tenía Catedral. Se hizo necesario, entonces, adaptar la parroquia para que sirviera como tal. Fue por ello que se abrieron los arcos en los muros norte y sur a fin de construir las naves laterales. El Cabildo Eclesiástico, instalado en 1791 encontró esta obra terminada.

Templo de la Purísima, construido a mediados del s. XVIII. En la década de 1940, desapareció este bello templo, para dar lugar a la Basílica actual construida y consagrada por el Arzobispo Don Guillermo Tristcher y Córdova el 14 de febrero de 1946.

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La Inmaculada Concepción, bajo cuya advocación esta la Catedral, preside el nicho del Altar Mayor. Tuvo la parroquia un hermoso altar barroco, traído de la ciudad de México en 1793. Sus columnas salomónicas enmarcaban las doce hornacinas con igual número de imágenes. En algunas fotografías de finales del siglo XIX se ve este bello altar, lamentablemente destruido en esa época. Fue en esos años cuando el Arzobispo Don Jacinto López y Romo hizo construir la torre. En la década de 1940 el notable pintor Ángel Zárraga realizó los espléndidos murales del presbiterio. En 1967 fue construida la cripta en la cual reposan los restos de los prelados que han gobernado la diócesis. Exactamente en su extremo noreste y con acceso principal por el atrio esta el Sagrario. También accesible por el bautisterio lado norte del altar mayor, enseguida de este, hacia el sur la sacristía y luego la sala capitular con su galería al óleo de obispos y arzobispos. En la esquina sureste esta la cocina, el comedor y la biblioteca y en el lugar opuesto las oficinas y la notaria parroquial, estratégicamente accesibles por el atrio y por el interior. En la parte sur de la manzana, Zuazua esquina Jardón, con jardín al frente se ubica el edificio de dos pisos anexo a Catedral, el cual es la sede de las oficinas de la Curia Arzobispal Arquidiócesis de Monterrey, con su funcional y bello Auditorio Juan Pablo II. En el centro del jardín esta la estatua del Sacerdote Raymundo Jardón Herrera, en su base hay una placa de bronce que a la letra dice:

Sacerdote Raymundo Jardón Herrera. Nació en Tenancingo, Estado de México

21 de Enero de 1887 Murió en esta ciudad el 6 de Enero de 1934.

Fue incansable trabajador del reino de Jesucristo; promovió la devoción a la Santísima Virgen María

formó en las virtudes cívicas y cristianas a los niños y jóvenes;

fue un padre bondadoso de los necesitados los amigos del padre Jardón

dedican a la posteridad esta imagen, Homenaje de gratitud al bienhechor de feliz memoria. Ciudad de Nuestra Señora de Monterrey N. L., México.

A 31 de Julio de 1985.

En el mismo lugar estuvo hasta Julio de 1985 la estatua de Fray Antonio Margil de Jesús, misma que en esa fecha se reubicó en el templo de La Purísima, a unos metros al sur de la torre de piedra laja, en la placa de bronce que está en su base dice lo siguiente:

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A

Fray Antonio Margil de Jesús,

en reconocimiento a sus méritos, se erige este monumento donado por el Sen. y Lic. Ángel Santos Cervantes,

siendo gobernador del Estado el Lic. Raúl Rangel Frías, y el Presidente Municipal el

Lic. Leopoldo González Sáenz. Monterrey, N. L., 15 de Agosto de 1961.

Plaza Zaragoza, 1867. Óleo de Eligio Fernández. Es la Catedral el más notable de los monumentos eclesiásticos de Monterrey. Otro monumento notable es el templo de Nuestra Señora del Roble. El obispo Rafael José Verger y Suau inició la construcción de la capilla en 1785, en el lugar de la Basílica actual, una centuria después, el noveno Obispo de Linares Don Ignacio Montes de Oca y Obregón consagró el templo. El Roble ha constituido un centro espiritual de profundo arraigo en la vida regiomontana.

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Basílica de Nuestra Señora del Roble. Fray Rafael José Verger y Suau inició en 1785 la construcción de la capilla.

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H.- Urbanización del Monterrey colonial y del siglo XIX En el Monterrey colonial únicamente tenían categoría de calle las que corrían de poniente a oriente.

El Centro Histórico del plano de Monterrey. Anónimo, año 1791. Museo Regional de Nuevo León. Apreciamos a mano izquierda al oriente de la Plaza de Armas, (brújula), se ve la antigua Iglesia Parroquial, (hoy Catedral), al surponiente exactamente donde concluye el callejón del ojo de agua (hoy Zaragoza), la iglesia y el convento Franciscanos, al norponiente de la Plaza de Armas, las Casas Reales (Antiguo Palacio Municipal), hoy Museo Metropolitano de Monterrey. Ver el plano completo al final del libro.

Las trazadas de norte a sur eran consideradas como callejones. Así se observa en todos los contratos, escrituras y demás documentos de la época.

En la época colonial las calles y los callejones (salvo excepciones) no tuvieron nombre, y sólo se les designaba por el de la familia más conocida allí residente. De modo que eran comunes los nombres de: calle de San Francisco, calle del Colegio de Niñas, calle de los Pruneda, etcétera.

A mediados del siglo XVIII fue necesario bautizar las calles y callejones con nombres permanentes. Era frecuente que una calle

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o callejón recibiera diversos nombres cada tres cuadras más o menos. Eran nombres peculiares: Callejón de Las Flores (Serafín Peña); callejón de los Arquitos Amarillos (Garibaldi); calle del Roble (Juárez); callejón de San Caralampio (Guerrero); calle de la Compañía (Escobedo). Los ojos de Santa Lucía desbordaban su caudal en el canalón, callejón del Ojo de agua, aquí existió el Puente de Juárez (Ignacio Zaragoza); Callejón del Puente Nuevo (Juan Zuazua); callejón de la Orchata, llamado después de Santa Rita (Doctor Coss); Puente de Lerdo, callejón de la Presa Grande (Diego de Montemayor); Puente de la Purísima, con estatua de la Inmaculada en la parte oriental del puente. Callejón del Sol (Francisco Javier Mina). La actual calle Fray Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra – Padre Mier – tuvo a fines del siglo XVIII, diversos nombres, algunas cuadras de la parte central recibían, el nombre de calle de los Pruneda, en otro sector tenía el nombre de calle de la Sierpe. Otra de las calles más antiguas de Monterrey es la de Morelos. Comenzando al oriente, en el río, termina en la plazuela de San Antonio (Degollado), donde se une con la calle Real o de la Purísima (Hidalgo) a Morelos se le conoció por muchos años como calle del Comercio, hoy día su tramo de Garibaldi a Zaragoza ha sido convertido en zona peatonal, con el nombre de Plaza Comercial Morelos. La actual Abasolo se llamaba en la época colonial calle del Colegio de Niñas y la actual Ocampo, San Francisco.

I.- Creación de la parroquia de Monterrey El 24 de Agosto de 1626, llegó a Monterrey don Martín de Zavala, con el título de nuevo gobernador del Nuevo Reino de León y a fines de 1626 se fundó la primer parroquia secular de esta zona, perteneciente eclesiásticamente al obispado de Guadalajara, siendo su primer cura don Martín Abad de Uría. El sitio para construir la parroquia había sido elegido desde que se trasladó la ciudad al sur del ojo de agua grande y es el mismo que ocupa la actual catedral. Su función fue el atender a los pobladores españoles de la ciudad y de todo el Reino. Durante todo el siglo XVII la iglesia parroquial de Monterrey fue la única atendida por curas seculares en todo el Nuevo Reino de León.

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J.- Fundación de la iglesia de San Francisco Javier en Monterrey El capitán Nicolás Torres Prieto fue justicia mayor y capitán a guerra de la Villa de Cadereyta, visitador general de las haciendas de los encomenderos, en representación de don Martín de Zavala los años de 1661 a 1685 y capitán del presidio de esa misma Villa en 1667. Estuvo casado con María de Ayala siendo uno de sus hijos don Jerónimo el que fue ordenado diácono en Zapopan el primero de Febrero de 1694. Don Jerónimo Torres Prieto llegó a Monterrey, 1701, con el nombramiento de teniente de cura para ayudar a don José Guajardo, solicitando el 13 de marzo de 1702 al gobernador don Juan Francisco de Vizcaya y Mendoza una manzana donde construir una iglesia a San Francisco Javier misma que fue concedida, el templo construido y atendido por padres jesuitas, así mismo el colegio anexo al templo, en la esquina noroeste de las actuales calles de Morelos y Escobedo, esta última denominada en aquel tiempo Calle de la Compañía de Jesús. En el mes de Septiembre de 1710, Torres Prieto reportó que la iglesia ya contaba con techo de teja y era la única en Monterrey e informa al Cabildo el motivo por el cual se utiliza como Parroquia: “Por haberse quemado la iglesia de San Francisco de Asís, y quedando tan solamente la iglesia del Señor San Francisco Javier, y no haber otra en todo este lugar, y temiendo en éste, la misma que padeció la otra por tener techo de zacate, y si esta se quema, lo cual Dios no quiera, se queda todo el reino sin iglesia”.

Monterrey Siglo XIX, calle Real o de La Purísima (hoy Hidalgo). Óleo de Efrén Ordóñez.

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K.- Semblanza de obispos y arzobispos Ellos han guiado el catolicismo en Nuevo León a través de su historia. Inmersos en épocas diversas, cada una con sus problemáticas y desafíos, los obispos y arzobispos le han heredado a la iglesia su sello particular. Fray Antonio de Jesús Sacedón (1729-1779) Primer obispo de Linares en el Nuevo Reino de León (1779). Nació el 22 de marzo de 1729, en la Villa de Sacedón, en Alcarría, España.

Cuando llegaron al consejo de Indias las propuestas para el nuevo Obispado del Nuevo Reino de León, lo eligió el Rey Carlos III, y el Papa Pío VI lo designó para la nueva mitra.

Fue consagrado el 16 de Abril de 1779 por el Arzobispo de México, Alonso Núñez de Haro y Peralta. Llegó en diciembre a Monterrey. Pero no alcanzó a llegar a la sede episcopal de San Felipe de Linares ya que enfermó y murió el 27 de diciembre de 1779, en el convento franciscano de San Andrés.

Fray Rafael José Verger y Suau (1722-1790) Segundo Obispo (1783-1790).Nació en Santagñi, Mallorca, España, en el año de 1722. Ingresó a la orden franciscana en 1736 en Palma de Mallorca. Trasladado a la Nueva España llegaría a ser guardián del Colegio franciscano de San Fernando en la ciudad de México.

A la muerte de Sacedón fue designado segundo Obispo de Linares. Llega a Monterrey el 18 de diciembre de 1783, unos meses después de su consagración, y pasó a Linares. Dos años después solicitó que se cambiara la sede episcopal a Monterrey.

Primer urbanista de Monterrey, promovió que se llevara el agua de Santa Catarina a la capital del Nuevo Reino de León. Falleció el 5 de julio de 1790 en el Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe, sobre la loma de Chepe Vera, hoy edificio sede del Museo Regional de Nuevo León sobre el cerro del Obispado.

Fray Andrés Ambrosio de Llanos y Valdez Tercer Obispo (1792-1799). Nació el 7 de diciembre de 1748 en Rueda, España. Recibió la consagración el 3 de Junio de 1792. Llegó seis meses después, ya concedido el permiso de que Monterrey fuera la sede episcopal definitiva e inmediatamente gestionó la fundación del Seminario de Monterrey, que abrió sus puertas el 2 de febrero de 1793. Al igual que su antecesor, promovió

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el crecimiento cultural y comercial de Monterrey. Murió de paludismo, el 19 de diciembre de 1799, en Santillana (hoy Abasolo). Primo Feliciano Marín de Porras Cuarto Obispo (1802-1815). Nació en Tamarón, España el 9 de junio de 1755. Recibió el nombramiento el 20 de julio de 1801, siendo capellán de honor del Rey Carlos IV. Se embarcó a la Nueva España y fue consagrado un año después en la capital michoacana. Durante su episcopado se distinguió por atender a los feligreses pobres y azotados por las epidemias. Falleció en Linares el 12 de diciembre de 1815.

José Ignacio de Arancibia Hormaegui Quinto Obispo (1818-1821). Nació el 17 de marzo de 1767 en Lequeitio. Fue consagrado en la Catedral de Puebla, el 11 de enero de 1818, y pasó a Monterrey. Su periodo muy breve ya que falleció el 2 de mayo de 1824. Pasó a la historia como el último Obispo presentado por el Rey de España ya que a los pocos meses de su muerte, México se independizó. Falleció en Monterrey el 2 de mayo de 1821.

Fray José María de Jesús Belaunzarán y Ureña Sexto Obispo (1831-1838). Nació el 31 de enero de 1772 en México. Al igual que otras Diócesis Linares permaneció acéfala. Luego de una década arribó José María de Jesús Belanzarán y Ureña, quien fue consagrado Obispo de Linares el 17 de junio de 1831.

El 4 de junio de 1833 consagró la Catedral la cual dedicó a la Inmaculada Concepción de María. Seguramente participó en la culminación de la capilla Dulces Nombres (Jesús, María y José), sufrió persecución religiosa, salió desterrado de su sede, luego renunció y su petición fue admitida en 1838. Falleció casi 20 años después en la ciudad de México, el 11 de septiembre de 1857.

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Capilla Dulces Nombres (Jesús, María y José). Es una obra única por su estilo que mezcla el barroco y la sobriedad de la arquitectura norestense. El sillar y la madera son sus materiales de construcción iniciada en 1836 por disposición testamentaria del regiomontano Don José Antonio de la Garza Saldivar. Litografía de Saskia Eloísa Juárez Green. Salvador Apodaca y Loreto Séptimo Obispo (1843-1844). Nació el 25 de diciembre de 1769 en Guadalajara. Era Canónigo Lectoral en la catedral de Guadalajara. Fue consagrado en su tierra el 24 de septiembre de 1843. Llegó en enero del año siguiente para estar sólo cinco meses en el Obispado ya que falleció el 15 de julio de 1844, en Monterrey.

Francisco de Paula Verea González Octavo Obispo (1853-1879). Nació el 13 de diciembre de 1813 en Guadalajara. Llegó en diciembre de 1853 y permaneció con la encomienda hasta septiembre de 1879, cuando fue promovido al obispado de Puebla, lo que se traduce en 26 años de labor pastoral. Inicio la reedificación del Roble. Abrió escuelas parroquiales y Colegios de niñas en el antiguo Hospital de Nuestra Señora del Rosario. Falleció en Tlaxcala el 4 de mayo de 1884.

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José Ignacio Montes de Oca y Obregón Noveno Obispo (1879-1886). Nació en Guadalajara el 26 de junio de 1840. Fue capellán del emperador Maximiliano. Se le consagró el 19 de septiembre de 1879, y durante su breve vida episcopal en Monterrey se dedicó a elevar el nivel académico del Seminario de Monterrey. Por problemas de salud se le traslado en 1884 a la Diócesis de San Luis Potosí, donde murió 2 años después.

Jacinto López y Romo Décimo Obispo y Primer Arzobispo de Linares (1886-1899). Nació el 10 de septiembre de 1831 en Guadalajara. Llegó a su sede en noviembre de 1886 tres meses después de su consagración. Aquí construyó el Sagrario de la Catedral y la torre. Continuó la construcción del Roble y la del Sagrado Corazón de Jesús. El 23 de junio de 1891 con la elevación del Arzobispado, de la sede de Linares, el Papa León XIII lo designó primer Arzobispo. En 1899 se traslado como Arzobispo a su natal Guadalajara en donde falleció un año después.

Santiago de los Santos Garza Zambrano Segundo Arzobispo de Linares (1900-1907). Nació el primero de noviembre de 1837. En 1900 el Papa León XIII lo convirtió en el primer arzobispo originario de Monterrey. El único hasta la fecha. Se distinguió por guiar al clero con sentido paternal y cuidó de la formación de los seminaristas. Edificó con recursos de su cartera, el templo de los Dolores. Murió el 25 de febrero de 1907 en Monterrey.

Leopoldo Ruiz y Flores Tercer Arzobispo de Linares (1907-1911). Nació el 13 de noviembre de 1865 en Amealco.

Promovido a la Arquidiócesis de Linares el 14 de septiembre de 1907. Bajo su idea y protección se fundaron el Colegio de las Damas del Sagrado Corazón de Jesús y el de los Hermanos de las Escuelas Cristinas de la Salle.

Ante la inundación de 1909, atendió a los damnificados en el Arzobispado. Se le trasladó al Arzobispado de Morelia en septiembre de 1911, luego de sufrir persecución durante el inicio de la Revolución. Murió el 12 de diciembre de 1941, en Morelia, Michoacán.

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Francisco Plancarte y Navarrete Cuarto Arzobispo de Linares (1912-1920). Nació el 21 de Octubre de 1856 en Zamora, Michoacán.

Procedente de la Diócesis de Cuernavaca, llegó al Arzobispado de Linares el 5 de mayo de 1912, luego de haber figurado como Obispo de Campeche y Cuernavaca.

Aún con problemas de salud y los conflictos de régimen carrancista, por lo que se vio obligado a dejar la ciudad en varias ocasiones, desarrolló una importante labor pastoral, al crear nuevas parroquias y promover la formación de sacerdotes en la Universidad Gregoriana. Falleció el 2 de junio de 1920 en Monterrey.

José Juan de Jesús Herrera y Piña Quinto Arzobispo de Linares – Monterrey (1921-1927). Nació el 26 de diciembre de 1865, en Villa de Valles, Estado de México.

En 1921 lo nombraron Arzobispo de Linares, consiguió, el 9 de junio de 1922, el cambio de plaza del Arzobispado de Linares, a Monterrey. Fundó la comunidad religiosa de las Catequistas de los pobres y vivió la persecución religiosa con actitud estoica. Falleció el 16 de junio de 1927, en Monterrey.

José Guadalupe Ortiz y López Sexto Arzobispo de Monterrey (1930-1940). Nació el 12 de diciembre de 1867 en Momay, Zacatecas. Luego de fungir como Obispo auxiliar del Arzobispo Herrera y Piña desde 1926 y, a la muerte de éste, asumió la responsabilidad en 1930. Impulsó las escuelas católicas y la fundación de la Acción Católica. Promovió la labor misionera y los retiros espirituales. Renunció a su sede en 1940 y murió en Guadalajara, el 8 de diciembre de 1851.

Guillermo Tristehler y Córdova Séptimo Arzobispo de Monterrey (1941-1952). Nació el 6 de julio de 1878 en San Andrés, Chachicomula, Puebla, el 25 de febrero de 1941 se anunció su designación como Arzobispo de Monterrey. Logró un episcopado pacífico y pacificador. Cuidó con especial interés el Seminario e impulsó el envío de alumnos a la Universidad Gregoriana de Roma.

Apoyó la construcción del atrevido Templo de la Purísima, al que consagró en 1946, y promovió los frescos de Ángel Zárraga en el presbiterio de Catedral. Falleció en Monterrey el 29 de julio de 1952 y, por sus virtudes está en proceso de beatificación.

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Alfonso Espino y Silva Octavo Arzobispo de Monterrey (1952-1974). Nació el 13 de julio de 1904 en Puebla, Puebla. Llegó el 22 de agosto de 1951, como Obispo Auxiliar, y como tal estaba sensible a las necesidades pastorales de la región. Erigió 31 nuevas sedes parroquiales urbanas y 6 foráneas, cuando a su llegada sólo existían 6 parroquias.

Construyó un nuevo edificio para el Seminario de Monterrey, en los límites con San Pedro, y obtuvo la coronación pontificia de la Virgen del Roble, patrona de la Arquidiócesis. Además promovió la Diócesis de Linares. Falleció el 31 de mayo de 1976 en la casa sacerdotal que construyó para su clero.

José de Jesús Tirado y Pedraza Noveno Arzobispo de Monterrey (1977-1983). Nació el 31 de marzo de 1908 en Santana Maya, Michoacán. Desde el 8 de mayo de 1973 fungió como Vicario General de Alfonso Espino y Silva, a quien cuidó hasta su muerte. El Papa Paulo VI lo convirtió en Arzobispo a finales de ese año.

Recibió en su primera visita a Monterrey al Papa Juan Paulo II el 31 de enero de 1979. Construyó el nuevo Santuario de Guadalupe y alcanzó para ese templo el título de Basílica Menor el 10 de mayo de 1983. Por motivos de salud renunció en 1983. Falleció el 7 de julio de 1993 en Monterrey.

Adolfo Antonio Suárez Rivera Décimo Arzobispo de Monterrey (1984-2003). Nació el 9 de junio de 1927, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Siendo Obispo de la Diócesis de Tlalnepantla, fue promovido a la Arquidiócesis de Monterrey, llegó el 12 de enero de 1984. Fungió como presidente de la Conferencia de Episcopado Mexicano de 1988 a 1994. Con él al frente, el 20 de septiembre de 1992, se restablecen las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede, rotas desde 1856 por las Leyes de Reforma. El 12 de octubre de ese mismo año, dentro del Consejo Episcopal Latinoamericano, participa en la celebración de los 500 años de Evangelización en América, en Santo Domingo. El 30 de octubre de 1994 se inscribe en la historia como el primer Cardenal de Monterrey luego de que, por decisión del Vaticano, Monterrey se convierte en la tercera sede cardenalicia en México, después de la ciudad de México y Guadalajara. Entre otras obras ha impulsado el Primer Senado de la Arquidiócesis y promovido la creación de la Diócesis de Piedras Negras construyó un nuevo campus para el

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Seminario Mayor en Ciudad Juárez, Nuevo León, el cual fue inaugurado y bendecido el 13 de agosto de 1995.

A sus 76 años de vida fecunda y creadora, con intensa labor eclesiástica, tras haber perdido la visión de un ojo y disminuida la del otro, presenta su renuncia, la cual es aceptada en enero del 2003 por su santidad Juan Pablo II.

El Eminentísimo Señor Cardenal Adolfo Antonio Suárez Rivera, Arzobispo Emérito de Monterrey, falleció el 22 de Marzo del 2008.

Francisco Robles Ortega Decimoprimer Arzobispo de Monterrey (2003). Nació el 2 de marzo de 1949 en Mascota, Jalisco. Realizó sus estudios en Humanidades en el Seminario Menor de Autlán; de Filosofía en el Seminario de Guadalajara, y de Teología en el Seminario de Zamora.

Fue ordenado presbítero el 20 de julio de 1976 en la Parroquia de Mozerta, Jalisco, para la Diócesis de Autlán, por el Obispo Maclovio Vázquez Silos.

Luego de su ordenación sacerdotal completó sus estudios en Roma, donde obtuvo la Licenciatura en Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Gregoriana, entre 1976-1979.

Ha desempeñado cargos y responsabilidades pastorales como: Vicario en la Parroquia de Santa María de Guadalupe en Autlán y Prefecto de Estudios y Disciplina del Seminario Menor de Autlán, entre 1979 y 1989, Director espiritual del mismo Seminario, Rector del mismo entre 1980 y 1985. Consultor diocesano y presidente del Consejo Presbiterial, Miembro para la formación permanente del Clero y de la Comisión Diocesana para la Doctrina de la Fe. Vicario General para la Diócesis de Autlán entre 1985 y 1991, Promotor Diocesano para el Arte Sacro en 1987, Asistente para la Comisión Diocesana para los Asuntos Económicos en 1988 y profesor de Filosofía y Teología en el Seminario de Autlán, en 1990 Administrador Diocesano. El 30 de abril de 1991 fue nombrado por su santidad Juan Pablo II, Obispo Titular de Bossa y auxiliar de Toluca. El 5 de Junio de 1991 fue consagrado Obispo. El Papa Juan Pablo II lo designó Obispo de Toluca y tomó posesión de su cargo el 15 de julio de 1996. Fue uno de los elegidos por la Conferencia del Episcopado Mexicano para que participara en la Asamblea Especial del Senado de los Obispos para América, celebrada en el Vaticano entre noviembre y diciembre de 1997. Entre los servicios que ha dado en la CEM está el de haber

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presidido por dos trinios el Departamento de Pastoral de Santuarios, también fue presidente de la Comisión de Educación y Cultura por un trinio y vocal de otras Comisiones Episcopales. El 25 de enero del 2003, el Papa Juan Pablo II lo nombró decimoprimer Arzobispo de Monterrey.

El Papa Benedicto XVI le coloco el birrete Cardenalicio el 25 de Noviembre del 2005.

L.- Croquis de la superficie correcta del Nuevo Reino de León27

27 Abelardo A. Leal, El Nuevo Reino de León, Ed. UANL, p. 28, México, 1982.

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Capítulo VII Arte sacro virreinal, bella vía de la evangelización

odas las esculturas y pinturas exhibidas en las páginas siguientes son obras de arte vigentes, que transmiten al espectador el sentimiento de sus autores y la devoción

religiosa del pueblo recién cristianizado. Así, es patente la colaboración de artistas de ambos mundos sobresaliendo en algunas, sus características europeas, en otras, la expresión indígena. En cuanto a los estilos vemos elementos medievales, renacentistas y de un barroco incipiente junto con la técnica usada en los códices prehispánicos. En páginas siguientes, exhibo con sólo algunos datos que logre conseguir, esculturas y pinturas de los siglos XVI al XVIII, a saber que se encuentran siete Lienzos Virreinales del Convento de la Virgen de Zapopan en el Convento Franciscano, Jalisco, México; cinco sin ubicación; tres en Colección Behrens y una en Colección Televisa.

T

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La virgen con Cristo difunto en su regazo Relieve en madera policromada siglo XVI.

155 x 45 cms. Colección Behrens.

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“La Virgen de Guadalupe y Juan Diego” Óleo s/tabla 29 x 42 cms.

La más antigua que se conoce, probablemente del siglo XVI Colección Behrens.

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Óleo s/tabla 72 x 68 cms.

Hoja central representa la Santa Faz y Ángeles; hojas laterales con Monogramas. XPS (XHristus) y JHS (Jesús Hombre y Salvador)

Siglo XVI y XVII Colección Behrens.

Virgen Inmaculada

Anónimo. Talla en marfil. Siglo XVII. 24 x 8.5 x 5 cms.

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Cristo Anónimo. Talla en marfil. Chino filipino novohispano. Siglo XVII. 37 x 37 cms.

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San Francisco asistido por los ángeles Siglo XVII

José Juárez (atribuido) Óleo sobre tela.

Lienzo Virreinal del Convento de la Virgen de Zapopan.

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Presentación de la Virgen en el Templo Siglo XVII

Cristóbal de Villalpando (Atribuido) Óleo sobre tela 237 x 150 cms.

Lienzo Virreinal del Convento de la Virgen de Zapopan.

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Retablo de la Virgen de los Dolores

615 x 425 cms. El precioso retablo esta labrado, cubierto de hoja de oro

Siglo XVIII Colección Televisa.

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Inmaculada Concepción Anónimo

Talla en madera policromada y estofada con cera de marfil

Escuela Mexicana Siglo XVIII

145 cms. altura.

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Arcángel San Miguel Anónimo

Estofado y policromado Escuela Mexicana Siglo XVIII

135 cms. altura.

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Nicho con Virgen Anónimo

Estofado de goznes de vestir Escuela Mexicana Siglo XVIII

66 x 48 x 35 cms.

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Cristo yaciente Principios del siglo XVIII

Francisco de León Óleo sobre tela 150 x 192 cms.

Lienzo Virreinal del Convento de la Virgen de Zapopan.

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Santiago el Mayor Principios del siglo XVIII

Diego de Cuentas Óleo sobre tela 25 x 95 x 6 cms.

Lienzo Virreinal del Convento de la Virgen de Zapopan.

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La Anunciación Siglo XVIII

Teódulo Arellano Óleo sobre tela 192 x 125 cms.

Lienzo Virreinal del Convento de la Virgen de Zapopan.

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Bautismo de Cristo Principios del siglo XVIII

Francisco de León Óleo sobre tela 210 x 155 cms.

Lienzo Virreinal del Convento de la Virgen de Zapopan.

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Crucifixión –Calvario en foto- Siglo XVIII

Óleo sobre lámina 117 x 85 cms.

Lienzo Virreinal del Convento de la Virgen de Zapopan.

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Epílogo

n las misiones de los siglos XVII y XVIII es necesario hacer una distinción fundamental. Por una parte el virreinato, audiencias, capitanías generales, en los cuales se había

introducido y normalizado una vida civil y religiosa muy comparable con la de las naciones cristianas de Europa. Y por otra, las diversas misiones, que se sostenían y aumentaban tomando como punto de partida cada una de aquellas provincias eclesiásticas perfectamente organizadas. En general se pueden asentar estos principios generales; en primer lugar, la vida de la Iglesia Católica, la única admitida en todos aquellos territorios, a semejanza de la metrópoli, estaba íntimamente unida con el estado. En consecuencia, la iglesia colaboraba con el poder civil en el gobierno y desarrollo de aquellos países. El resultado era que en todos ellos se desarrollaban y florecían las mismas instituciones, las mismas costumbres, la misma cultura, y la misma vida religiosa y social que en España. Así vemos que la Universidad de México, podía competir con las de la metrópoli, y aunque sus estudios tenían un carácter predominantemente escolástico, hay pruebas de que seguían con avidez las corrientes filosóficas y científicas que se abrían camino en Europa. El arte religioso produjo en Hispanoamérica una explosión de barroquismo maravilloso y deslumbrante, que asimilando ciertos elementos indígenas, deja muy atrás en lujo, ornamentación y opulencia a las iglesias y catedrales más ostentosas de Europa. Ahí están por ejemplo, las catedrales de México y Zacatecas.

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Catedral Metropolitana. Ciudad de México.

No faltan prelados insignes en todas las diócesis, y varones ilustres que predican al pueblo con el ejemplo de sus virtudes tanto como con su palabra apostólica. Florecen las cofradías y congregaciones piadosas con sus típicas devociones a sus santos patronos, especialmente a la Santísima Virgen, y con sus tradiciones, prácticas de piedad y de beneficencia.

Poco a poco los historiadores eclesiásticos nos van descubriendo la inmensa riqueza espiritual de aquellos pueblos, desconocidos, en su aspecto religioso, social y cultural, hemos visto en líneas generales, como se manifiesta en ellos la vida de la iglesia bajo el patronato regio.

Hemos recorrido una de las páginas más importantes de nuestra historia: la evangelización de México. Un pueblo que comenzaba a perfilarse hacia una nueva identidad, pues primero la conquista luego la evangelización dieron de manera determinante un nuevo rostro a los habitantes de estas tierras. Han dado lugar a México una nueva nación que en adelante profesará mayoritariamente una misma fe y que representará un fuerte signo de unidad y elemento esencial de su identidad.

Precisamente la conversión del indígena mexicano, fue una tarea que se realizó a lo largo de años en ambientes, a veces, pacíficos, a veces, hostiles, con apoyos de conquista o con frecuencia a pesar de ellos. De ahí lo peligroso que es generalizar este tema.

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Aquellos hombres de Dios que llegaron desde 1523 y que

dejaron su vida en la evangelización y en la defensa de los derechos humanos, que pronunciaron los primeros discursos a favor de los desprotegidos, que vivieron junto a ellos y que incluso dejaron su vida en estas tierras.

La historia nos muestra que el mayor regalo recibido es el de la fe, es decir, el conocimiento del que dio su vida por todos nosotros para que teniendo vida la tengamos en abundancia.

Catedral de Zacatecas Hoy ante el problema que nos representan: el ateísmo práctico, el hedonismo, el cienticismo, el utilitarismo y los pseudo valores, es necesaria una nueva evangelización que responda al hombre y a la mujer de nuestro tiempo. Por tanto la tarea de la evangelización no está terminada, sólo que ahora no están: Fray Pedro de Gante, Fray Toribio de Benavente, Frey Bartolomé de las Casas, los padres Kino y Salvatierra, Fray Junípero Serra, Fray Antonio Margil de Jesús, Fray Antonio de Jesús Sacedón (1929-1779), primer Obispo del Nuevo Reino de León (1777-1779), y Fray Rafael José Verger y Suau.

Pero estamos cada uno de nosotros con una tarea específica en la vida, ¿cuál es tu misión? La gesta evangelizadora en el nuevo mundo, empresa singular, que continuará por largo tiempo, hasta abarcar hoy en día, tras cinco siglos de

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evangelización, casi la mitad de la entera Iglesia Católica, arraigada en la cultura del pueblo latinoamericano y formando parte de su identidad propia.

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Recuerdo

a evangelización de la Nueva España fue confiada a las órdenes mendicantes (que vivían de limosnas): franciscanos, dominicos, y agustinos. Los primeros arribaron en mayo de

1524, por Veracruz “los doce” franciscanos que cual nuevos apóstoles, encabezados por Fray Martín de Valencia iniciaron la evangelización de los nativos. Esta orden establecida en 1209, fue aprobada catorce años después por Su Santidad el Papa Honorio III, y cuyo padre espiritual y fundador fue San Francisco de Asís; se distinguió por su celo, austeridad y profunda vocación religiosa. Los franciscanos levantaron en la Nueva España numerosos conventos que sirvieron como centro de “cristianización e hispanización” para los aborígenes, en donde también utilizaron el teatro, la música, la escultura y la pintura para predicar su doctrina.

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Apéndice

Plegaria Señor,

Has de mí un instrumento de tu paz, Donde haya odio, ponga amor. Donde haya discordia, armonía.

Donde haya error, verdad. Donde haya duda, fe.

Donde haya desesperación, esperanza. Donde haya tinieblas, luz.

Donde haya tristeza, alegría. Que no me empeñe tanto en ser consolado,

como en consolar. En ser comprendido, como en comprender.

En ser armado, como en amar. Porque dando se recibe, Olvidando se encuentra.

Perdonando se es perdonado. Muriendo se resucita a la vida eterna.

-San Francisco de Asís

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Acerca del autor

oberto Mario Elizondo González. Nació en Monterrey, Nuevo León. Tercero de cinco hijos de don Eugenio Elizondo Martínez y de doña María González Garza de

Elizondo Martínez, que en paz descansen. Licenciado en Ciencias Humanas, con acentuación en Arte, Filosofía, Historia y Literatura por la Universidad Cervantina. Desde 1997 ha realizado estudios de Humanidades en Monterrey, Nuevo León y ha laborado en investigación de campo. Tiene diplomado en Arte Sacro; en Genética y Vida Humana por la Universidad de Monterrey, participa en diversas cátedras en esta institución desde 1997. La UDEM publicó la pre-edición del documento titulado “La expansión misionera franciscana. Herencia de fe y cultura.” Ha escrito ensayos para la Universidad Regiomontana y la Fundación Mejoremos a México, A.C., con sede en Guadalajara, Jalisco. También para la Comisión Estatal Electoral Nuevo León, el Instituto Federal Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación Sala Regional Monterrey y el Centro de Estudios Parlamentarios de la UANL. Cuenta con 25 años de experiencia docente. En la actualidad cursa la maestría en Desarrollo Humano en la Universidad Iberoamericana.

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El Proyecto Centro de Altos Estudios e Investigación Pedagógica (CAEIP), representa una de las cuatro funciones sustantivas del CECyTE, N.L.: Investigación (las otras tres son la Docencia, la Vinculación y la de Tutorías).

El Dr. Luis Eugenio Todd Pérez, Director General del CECyTE, N.L. es el autor de este Proyecto que se planta como objetivo general: Generar información y nuevos conocimientos de educación, útiles para el diseño de las políticas y acciones educativas. Sus objetivos particulares son: 1. Formar recursos humanos para la investigación educativa. 2. Incidir mediante la investigación en la creación de conocimientos en la educación básica. 3. Contribuir a la formación de recursos humanos de extracción magisterial para la investigación educativa en Nuevo León. 4. Divulgar los conocimientos derivados de los hallazgos de las investigaciones mediante conferencias, publicaciones e inserción en la red.

Obras publicadas Disponibles en www.caeip.org

SERIE: INVESTIGACIÓN PEDAGÓGICA 1. Prácticas de evaluación en el nivel de educación primaria del estado de N.L. 2. Reflexiones sobre evaluación educativa 3. La educación en la prensa de Nuevo León 4. La formación de valores en las escuelas primarias de Nuevo León 5. El programa Enciclomedia en las escuelas primarias de Nuevo León 6. Veinte experiencias educativas exitosas en el mundo 7. Magisterio. Punto de encuentro 8. Investigación en educación. Primera parte 9. Catálogo de Tesis de Posgrado de la Unidad UPN 19 A Monterrey 10. La educación que México necesita 11. Ser Maestra. Historia de vida profesional 12. Una experiencia educativa en el CECyTE N.L. 13. Catálogo de Tesis de Posgrado de la ECE 14. Español y Matemáticas en el sexto grado de educación primaria. Caso Nuevo León 15. Cronología de la educación mexicana 16. La educación en Nuevo León. Periódicos Oficiales 1825-2006

17. Los 29 de PISA-2003 18. El corrido norteño en Nuevo León 19. Tigres de la UANL. El deporte como identidad 20. Educación intercultural en Nuevo León 21. Lenguaje y Matemáticas en el CECyTE NL. 22. La educación en Nuevo León. 1850-1883 23. La educación en Nuevo León. 1883-1927 24. La educación en Nuevo León. 1943-1961 25. La perspectiva de género. Breve estudio en Nuevo León 26. Violencia intrafamiliar. Breve estudio en Nuevo León 27. La educación en Nuevo León. 1825-1850 28. La educación en Nuevo León. 1927-1932 29. La educación en Nuevo León. 1933-1939 30. La educación en Nuevo León. 1939-1943 31. La educación en Nuevo León. 1962-1985 32. La educación en Nuevo León. 1986-2006 33. Desarrollo de habilidades básicas en el CECyTE, N.L. 34. La educación en Nuevo León. Personajes y sucesos 35. La enseñanza de los Derechos Humanos 36. Indios de guerra. Leyendas de Nuevo León, Norte 37. El patrimonio industrial histórico de Nuevo León: las fábricas pioneras. Volumen 1 38. Historia de la Educación en Nuevo León. Documento de contexto. Tomo 1 39. La actitud de los adolescentes nuevoleoneses ante la sexualidad 40. Experiencias y propuestas sobre federalización de la educación básica en el noreste de México 41. Historia de la Educación en Nuevo León. Documento de contexto. Tomo 2 42. Historia de la cultura laboral en la Fundidora Monterrey, S.A. (1936-1969) 43. El patrimonio industrial histórico de Nuevo León: las fábricas pioneras de la segunda generación 44. Las voces de los adolescentes 45. Historias y leyendas de Villaldama 46. Fortalecimiento académico en el CECyTE NL 47. Crónicas de la Independencia 48. La expansión misionera franciscana. Herencia de fe y cultura

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terminó de imprimirse en mayo de 2011. En su composición se utilizaron fuentes del tipo Georgia.

La edición fue coordinada y supervisada por Ismael Vidales Delgado.