La Expansión Ultramarina y Los Imperios Marshall

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Christopher Hill Stephen Rigby Hugh Brogan .V. G. Kiernan Gareth Stedman Jones P. J. Marshall J. M. Roberts Dorothy Thompson Edward Adon Peter Clarke Harvey J. Kaye Leonore Davidoff Michael Burleigh Dipesh Chakrabarty Robert Service J ohn MacKenzie Bryan Palmer K. N. Chaudhury David Marquand Tony Judt La poI, cuIare~ Orient mercac debate y el pe global se trate matice~ en cier Clones ción de alternal ternaci, validez -y otr, SIS para esta dis bios en bucionl geográf Clas mu mente e flujo de significa Título original: After the End of History (CoIlins & Brown, Lon- dres, 1992) Traducción de Vicent Raga i Pujol © CoIlins & Brown Ltd. e History 7Oday. Introducción © Alan Ryan. Reservados todos los derechos. © de la presente edición: Edicions Alfons el Magnanim - IVEI, 1994. Pl. Alfons el Magnanim, 1 - 46003 Valencia Diseño cubierta y composición tipográfica: Germania Serveis Grafics -.•.... : Impresión: 9 d'octubre Coop. V. ISBN: 84-7822-130-1 DL: V-2049-1994 V) ~ : '\:S'- 1- I~ -- '41 1-2 ,Q¡ I~ !~ 1& I .~I 1;) 10 I~ .d l'Q) ,"'"'O '.j? ¡:; Q.) ~ Oj Q... .:::1 '\11 A fin \ propósito del de la ---historia 0118838

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Expansión Ultramarina Marshall

Transcript of La Expansión Ultramarina y Los Imperios Marshall

Christopher Hill Stephen Rigby Hugh Brogan.V. G. Kiernan Gareth Stedman Jones

P. J. Marshall J. M. Roberts Dorothy ThompsonEdward Adon Peter Clarke Harvey J. Kaye

Leonore Davidoff Michael BurleighDipesh Chakrabarty Robert Service

J ohn MacKenzie Bryan PalmerK. N. Chaudhury David Marquand

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y el peglobalse tratematice~en cierClonesción dealternalternaci,validez-y otr,SIS paraesta disbios enbucionl

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Título original: After the End of History (CoIlins & Brown, Lon­dres, 1992)

Traducción de Vicent Raga i Pujol© CoIlins & Brown Ltd. e History 7Oday. Introducción © AlanRyan. Reservados todos los derechos.

© de la presente edición: Edicions Alfons el Magnanim ­IVEI, 1994.

Pl. Alfons el Magnanim, 1 - 46003 Valencia

Diseño cubierta y composicióntipográfica: Germania Serveis Grafics

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Impresión: 9 d'octubre Coop. V.

ISBN: 84-7822-130-1

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CAPÍTULO VI

LA EXPANSIÓN ULTRAMARINA Y LOS IMPERIOS

P j. Marshall

«El marxisrrw ... tiene algo atractivo que o/recer a

quienes tratan de hallar alguna coherencia en la extre­

madamente prolongada historia de la expansión euro­

pea ... en un campo de estudio en el que hoyes- muy

difícii proporcionar esquemas explicativos para perío-

dos de larga duración.»

Los textos marxistas que hacen referencia a los imperiosy a la expansión europea suelen quedar asociados a los análisis

del «imperialismo» de finales del siglo XIX. Sin embargo, lahistoriografía correspondiente ha" sido fuertemente influidapor diversas aproximaciones y puntos" de vista marxistas refe­

ridos a un período mucho más amplio.

En diversos lugares, Marx presupone que la expansión ul­

tramarinaque tuvo lugar a partir del siglo XVI constituyó un

factor importante del proceso que llamó de «acumulación pri­

mitiva», del que más tarde surgió la industrialización europea.Dicha acumulación de riquezas fue posible gracias al saqueode los pueblos del nuevo mundo, a los beneficios obtenidos de

las plantaciones basadas en el trabajo de esclavos y a la expo­liación de la India durante el siglo XVIII. Con la aparición del

capitalismo industrial en algunas partes de Europa a comien­

zosdel siglo XIX, la expansión en ultramar adquirió un nuevodinamismo. «La necesidad de contar con un mercado en cons­

tante expansión para sus productos hizo que la burguesía seproyectara sobre la entera superficie del planeta", de manera

que la Europa industrial se proveía de «materias primas proce-

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dentes de las zonas más remotas». Las presiones de los capita­listas industriales en busca de mercados y de materias primasfueron particularmente fuertes en áreas en las que el dominiocolonial ya estaba establecido, de manera particular en laIndia.

Hacia finales del siglo XIX, las economías de los paíseseuropeos parecían haber entrado -a los ojos de los seguidoresde Marx- en una nueva fase de desarrollo capitalista en laque el predominio de la empresa industrial individual erareemplazado por la supremacía de las grandes asociaciones yde los bancos, agentes de un nuevo «capitalismo financiero».La despiadada lucha entre los gigantes de las finanzas por ob­tener el control de los flujos de inversión parecía desbordar lasfronteras de Europa y conducir a un reparto del mundo en tér­minos de hegemonía económica. Ésta fue la idea expuesta porLenin en El imperialismo (1916), un opúsculo en el que apenasse ocupaba de los imperios coloniales europeos por considerarque no eran sino señuelos de una confrontación más ampliapor la que vendría a decidirse el dominio económico a escalamundial. Las operaciones ultramarinas del capitalismo finan­ciero, identificado en ocasiones con compañías multinaciona­les, siguió presente en los análisis marxistas aplicados a unmundo en el que los imperios coloniales habían dejado de exis­tir desde hacia largo tiempo.

Aun cuando ningúno pueda ser considerado como la ver­sión ortodoxa, ciertos temas aparecen de manera recurrenteen toda una gran variedad de escritos marxistas que se ocupande la expansión europea. Simplificando drásticamente el asun­to, de ellos se desprende que las actividades europeas en ultra­mar han de ponerse en relación con las fuerzas económicas do­minantes en la propia Europa. El análisis de éstas sugiere unacierta secuencia de estadios dominantes en la evolución del im­

perialismo: el imperialismo proplO del capitalismo mercantil

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con anterioridad al siglo XIX, centrado en el transporte demercancías por todo el mundo; el imperialismo del siglo XIX

característico del capitalismo industrial dominado por la bús­queda de mercados y de materias primas; y el imperialismotardío del capitalismo financiero e inversor.

Los historiadores que rechazan los supuestos marxistas al

analizar la expansión imperial suelen hacerlo desde dos pers­pectivas principales. Al dar cuenta de los motivos que impulsa­ron a los europeos a actuar como 16hicieron arguyen qu~, fue­

ran cu.ales fueran los intereses' económicos domin';Ptes encualqUier potencia imperial, éstos raramente se han visto im­plicados de manera que pueda considerarse significativa en lacreación de imperios. Otros historiadores van incluso más allá

y afirman que todas las explicaciones de la expansión imperialbasadas fundamentalmente en la consideración de impulsosemanados de Europa, está'H -Hamadas -de maneraindefectible- a revelarse inadecuadas.

Los constructores de imperios fueron normalmente hom­

bres que desarrollaron su actividad en las fronter'as del impe­rio. Se ha subrayado considerablemente el papel desempeñadopor los oficiales del ejército en la conquista de -nuevos territo­

rios por propia iniciativa, en los casos -por ejemplo- delAsia central rusa, de la India británica y del África occidentalfrancesa, en el siglo XIX. Esos hombres no estaban vinculadosa los intereses comerciales o industriales de sus respectivas me­trópolis. Cuando los gobiernos metropolitanos iniciaban o re­conocían una. anexión, frecuentemente parecían hacerlo en

respuesta a presiones de tipo nacionalista surgidas en el paíso a sus propias apreciaciones de lo que constituían sus necesi­dades estratégicas, pero raramente parecían danzar al son delos grupos de presión económicos. Por último, sea cual sea la

base de cálculo de las cuentas nacionales que se tome, granparte de los sistemas imperiales parecen haber producido más

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pérdidas que beneficios, incluido -como ha llegado aapuntarse- el Imperio británico en su momento de máximoesplendor (L. Davis y R. Huttenback, Mammon and the Pursuit

of Empire, 1986). Quienes más se aprovecharon del imperio pa­recen haber sido fundamentalmente los funcionarios y los gru-

. 1 . 1·' ·mportanria pn h prnno-pos comercia es eSpeCla.lzaaos, cuya 1 ._. ~••• - ----

mía nacional era limitada.

. A partir de los años sesenta, la historiografía relativa a laexpansión europea se ha visto transformada por los desarrollosexperimentados por la relativa a las sociedades amerindia, asiá­tica o africana que estuvieron sometidas a la dominación euro­

pea. Las explicaciones del imperialismo que se centran de ma­nera exclusiva en la exposición de los motivos conscientes queanimaron a los europeos, nos parecen ahora -como conse­cuencia de esa nueva labor historiográfica- muy superficiales.La creación o la actuación de los imperios ha pasado a ser con­siderada como algo dependiente de la interacción entre loseuropeos y otros pueblos, más que como el simple despliegue dela potencia europea. Así, por ejemplo, la conquista puede ha­ber sido una respuesta reticente ante la incapacidad o falta de·voluntad mostrada por las sociedades indígenas para mantenerotras formas de relación; no fue necesariament~ una cuestiónreservada a la opción deliberada de los europeos. No cabe dudade que los imperios se sirvieron de la coacción y trataban de sa­tisfacer los intereses de los europeos, pero la mayor parte de

ellos quedaron configurados también por la forma particularque les dieron los indígenas que cooperaron con ellos o queda­ron a su disposición. Como señala John MacKenzie (véaseCap. XVI), un alejamiento de la concepción euro céntrica de laexpansión no es necesariamente incompatible con las formula­ciones marxistas de análisis, pero requiere la revisión del énfa­sis que tradicionalmente se ha puesto en el papel determinanteatribuido a las condiciones económicas de Europa.

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Pese a las críticas que le han sido dirigidas, las explicacio­nes que se han dado de la expansión europea en ultramar entérminos de las necesidades de las economías metropolitanas,siguen ocupando un lugar central en la mayor parte de las con­troversias actuales en torno al imperialismo. Algunos de losdebates más vigorosos, que incorporan concepciones derivadassiquiera parcialmente del marxismo, se han referido a la fase

preindustrial de la expansión y la construcción europea de im­

perios. ~o~ mision~ros ~ .conquistadores portugueses y esp~ñolesno son facIlmente ldentlfIcables con el capitalismo comercial,pero resulta evidente la importancia de los mercaderes de Gé­nova, Lisboa, Sevilla, Amsterdam o Londres en el desarrollodel comercio y en la explotación de los imperios. Eric Wi­lliams, en Capitalism and Slavery (1944), trató de verificar las

ideas de Marx a propósito del rol desempeñado por la empresaultramarina en el pr'oceso de acumulación de capital necesariopara la industrialización britán~~a:-Este libro sigue suscitandoun intenso debate. Una y otra vez se pone en cuestión el papeljugado en la revolución industrial por los beneficios generadosen última instancia por la esclavización de los negros.

Un proyecto extremadamente ambicioso destinado a mos­trar cómo la expansión europea propició la tran;ferencia de

recursos a escala global desde fechas muy tempranas es el queinauguró Immanuel Wallerstein en 1974. En el primero de losvolúmenes de su obra, The Modern UVrld System [El moderno siste­

ma mundial, S. XXI, Madrid, 1979] explica el surgimiento a fi­nales de la Edad Media de lo que llamaba el <<núcleo»econó­micamente dominante de Europa occidental por efecto de la

concentración de la agricultura capitalista, la manufactura yel comercio en los Países Bajos, el norte de Francia y el surde Inglaterra. La debilidad económica de España y Portugalhizo que la mayor parte de la riqueza obtenida en sus conquis­tas ultramarinas afluyera hacia dicho núcleo, antes incluso de

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que holandeses e ingleses iniciaran su propia ex~a~sión ma~í­tima. Wallerstein describe así cómo llegó a constltUlrse un «SlS­tema mundial» jerárquico: en los márgenes se situaban lasáreas «periféricas», sobre todo en la América conquistada,cuya vida económica estaba dominada por completo ~esdefuera y, en última instancia, con gran provecho, por el nucle.oeuropeo. En el segundo volumen (1980) se ocupa de la consoh­dación de este sistema a lo largo del siglo XVII. En el tercero

(1989) se contempla la «incorporación» de nue;a~ y ext~nsasáreas tales como Rusia, el imperio otomano, Afnca oCClden­

tal y'partes de la India, al sistema mundial hacia finales delsiglo XVIII. Quedan pendientes ulteriores entregas.

La obra de Wallerstein tiene muchos detractores. La acu­sación más relevante de qu·e ha sido objeto (y que se le podríahaber hecho al mismo Marx) parece ser la de que su modelode un sistema mundial basado en un núcleo europeo constitu­

ye una interpretación excesivamente euro céntrica de la hi~t~­ria del mundo, que concede a Europa un papel de predommlOexclusivo del que en realidad no disfrutó hasta el siglo XIX.

Frente a Wallerstein, Fernand Braudel postuló una pluralidadde «economías mundiales», incluyendo algunas de fuera de

Europa (The Perspectiue of the JilfJrld, trad. por S. Reynolds,1984). K. N. Chaudhuri (Trade and Ciuilisation in the Indzan Oce~n,

1987) y Frank Pedin «<Proto-industrialisation an~ pre-colO~lalSouth Asia», Past and Present, 98, 1983) han descnto un c,aplta­lismo asiático autónomo Y una economía del Océano Indicoautosuficiente y capaz de interactuar con Europa en términos

de igualdad relativa incluso en una época tan tardía como elsiglo XVIII. .

Para Marx y para la mayoría de los historiadores marX1S-

tas posteriores, la expansión europea del siglo XIX fue la ex­pansión de las economías industrializadas que buscaban mer­cados cada vez más amplios y un acceso más fácil a las fuentes

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de materias primas. La mayor parte de la historiografía relati­va a las conquistas imperiqles protagonizadas por Rusia, Fran­cia e incluso Alemania en el siglo XIX ignoran el papel de laindustria. Sin embargo, desdeñar el papel de la industria enla expansión de Gran Bretaña durante esa misma época pare­ce una idea bastante menos plausible. No obstante, laJenden­cia dominante en la historiografía actual consi;te en situar lasnecesidades de la industria de este país en un contexto másamplio, en el que se contemplan también otros factores condu­centes a la expansión.

El análisis del «Imperialismo del libre comercio»-propuesto en 1953 por Ronald Robinson y John Gallagher(Economic History Reuiew, 2nd series, VI, 1953)- ha sido unode los conceptos utilizados para la interpretación de la expan­sión británica en el siglo XIX que ha eJ'ercido con mucho. , ,una mayor influencia en los úlrios1:iempos. Estos autores argu­mentan que el dinamismo británico de mediados del siglo-tanto desde el punto de vista comercial y cultural comoindustrial- fue tan poderoso que capacitó al país para ejercerla dominación efectiva sobre extensas partes del mundo en lasque no le había sido posible o necesario establecer un dominiopolítico real. Esta apreciación ha sido contestada por otros quesostienen que, hasta finales del siglo XIX, relativamente pocaszonas del mundo fuera de Europa estaban en condiciones deabsorber las exportaciones británicas en cantidades significati­

vas (e.g. D. C. M. Platt, «Further Objections to an Imperia­lism of Free Trade 1830-60», Economic History Reuiew, 2nd series,XXVI, 1973).

El supuesto de que la industrialización ocupó un lugarcentral en la expansión británica ha sido cuestionado de mane­ra radical por una interpretación que, manteniendo centradasu atención en la economía metropolitana, sostiene que enGran Bretaña coexistían diferentes formas de capitalismo. La

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expansión ultramarina a lo largo del siglo tuvo sus raíces en

las necesidades de lo que Peter Caine y A. G. Hopkins llaman

«capitalismo de título" (<<Gentlemanly Capitalism»), más queen la revolución industrial. Definen e! capitalismo de título

como un capitalismo basado en la propiedad de la tierra y en

los intereses financieros y profesionales de la City de Londres

y de! sur de Inglaterra (<<Gentlemanly Capitalism and the Bri­

tish Expansion Overseas», I: «The Old Colonial System", II:

«The New Imperialism", Economic History Review, 2nd series,

XXXIX, XL, 1986, 1987). Las posiciones que defienden la

existencia de más de una forma dominante de capitalismo es­

tán muy alejadas del marxis.mo, pero cuanto menos el debate

sigue circunscrito al ámbito de la economía metropolitana,

que es donde los marxistas desean vedo situado.

Suele darse por sentado que la contribución más impor­

tante que ha hecho el marxismo ha consistido en hacer com­prensible lo que habitualmente se llama la fase del «gran" im­

perialismo europeo de finales del siglo XIX. De hecho, losmarxistas contemporáneos que teorizaron sobre lo que deno­

minaban <<imperialismo" y los historiadores interesados en una

fase aparentemente nueva de la historia de la expansión y laconstrucción de imperios -de la que e! ejemplo más especta­

cular fue la disputa por la hegemonía en África- frecuente­

mente han hablado de cosas bien distintas. Con la posible ex­

cepción de África del Sur, en donde el debate sigue vivo

(S. Marks y S. Trapido, «Lord Milner and the South African

State», History Workshop, VIII, 1979), las preocupaciones de losmarxistas en relación con el capital financiero y la lucha porla obtención de inversiones rentables en ultramar no bastan

para explicar la razón por la que se decidió anexionar grandesáreas de territorio en gran medida no desarrollado y escasa­

mente poblado. Ni siquiera se plantearon ofrecer tal explica­

ción. El interés del marxismo de la época se centró en el estu-

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~io de la inversión ultramarina y la dominación comercial en

areas que mantenían una independencia política nominal

como era el caso de Rusia y del Imperio Otomano, más qu~de las nuevas colonias. '--

~er.o si los historiadores de! último gran repartimiento del

~undo han rechazado en su mayor parte los argumentos re!a­t~vos a la necesidad de obtener plusvalías, rara vez se han sen­

tIdo ca~aces de rechazar de plano la dimensión económica. Se

ha es~~¡to mucho sobre la incidencia de intereses comerciales

espe~l[¡cos y sob~e cómo respondieron los gobiernos a lo que

consIderaban. pehgros y necesidades económicas a largo plazo.

., El m~rxIs~,o -con independencia del grado de disolu­Clon, mod¡[¡caclOn.o distorsión que ha experimentado- tiene

algo at~actIvo que ofrecer a quienes tratan de hallar alguna co­here~~la en la extremadamente prolongada historia de la ex­

pan~lOn europea. Los intentos devÍ-ncular la expansión ultra­

marma ~on los estadios de desarrollo de las economíasmetropohta.nas no son sino conatos de explicación en un cam­

po de est~dlO en el que hoyes muy difícil proporcionar esque­mas exphcatIvos para períodos de larga duración.

. Generaciones anteriores a la nuestra pudieron darse porsatIsfechas al ver en la historia de los imperios el destino mani­

fl~StOde I~s europeos, y en especial de los británicos, o al asu­

mIr q.ue. CIerta capacidad innata de éstos en lo relativo a su

supeno~ldad tecnológica respecto de .otros tenía que Ilevarlesnecesanamente a una dominación creciente. Incluso en la dé­

cada de los sesenta, todavía era posible considerar los imperioscomo agentes del «progreso». Europa era a veces identificada

com~ I.a portadora de la antorcha de la modernización y delcreClmIento económico que se equiparaba con la meta inevita­

ble a la que debía tender el resto del mundo. Hasta cierto pun­to, I~s marXIstas compartieron este optimismo; el propio Marx

creyo que el capitalismo y, tras él, el socialismo, acabaría por

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Pis marxistasextenderse más allá del ámbito europeo. .ero o an-ofrecieron también interpretaciones pesimistas de la exp., uropea subrayando su naturaleza depredadora y su ten-

SlOne , . ., d struc. d . aldades globales en apanenCla m e -denCla a crear eSlgu . . ,di b a más que la modermzaclOn

tibles. La desigualda y a po rez , . . d 1" pl nrr>O'reso han dominado la mayor parte de la hlstona e

:n:·n~~~~:sde los años sesenta. No es fácil vislumbrar u~ reto,r-1 ., los noventa. Los pesimistas contmuaranno a optimismo en

volviendo la vista hacia Marx.

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CAPÍTULO VII

(ADIÓS A TODO AQUELLO)

J M. Roberts

«Nunca ha szdo una buena idea hablar de "el fin de

la historia' ~.. pero hablar del fin del marxismo como

verdad coherente y verosímil, como sistema que fun­

cione y como fe religiosa ... está hoy perfectamente

justificado ."

Entre los pocos cursos a los que asistí siendo estudiante uni­

versitario y de los que todavía hoy conservo una viva impresión,figura el que impartió A. J. P. Taylor en el centenario de 1848,año de revoluciones. La celebración propició una actuación ca­racterísticamente brillante e i~;:¡:leciualmente estimuladora. Se­mana tras semana, nos acomodábamos en las Examination Schools

y seguíamos el florecimiento por toda Europa de la «Primaverade las Naciones". También fueron abordados -huelga decirlo­otros asuntos relacionados con el año que se conmemoraba, em­pezando por la conflictividad social de aquel período.

Se nos animaba a leer la Organisation du Travail, de Blane.En los Souvenirs de Tocqueville, tuvimos noticia de lo que éllla­maba la «guerra servil» de las Jornadas de Junio. Analizamos,también, la propia tradición revolucionaria francesa, encarna­da sobre todo en las memorias de Lamartine (de las que Taylorextrajo fragmentos de una hilarante descripción del gobiernoprovisional en su retirada, habitación por habitación, del Ho-

.. tel de Ville hasta que el gabinete terminó reuniéndose en una

especie de cuarto trastero, o algo así, según recuerdo que senos contaba). Llegamos a comprender con toda claridad queuna mitología descarnada -la santificación de la propia

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