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37 Cristina Palomar Verea Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad Vol.VII. No. 21 Mayo / Agosto de 2001 La función del relato en la producción social de sentido Este artículo es una reflexión sobre la producción de sentido en las prácticas sociales a partir de la discusión en torno a la relación entre la historia, la investigación antropológica y la narrativa, intentando acercar esta discusión al análisis de las prácticas discursivas, entendidas como la puesta en acto del discurso en tanto vehículo primario a través del cual las relaciones sociales son producidas y reproducidas. La discursividad, entonces, hace referencia al conjunto de fenómenos en y a través de los cuales tiene lugar la producción de sentido que constituye a una sociedad como tal, mediante distintos relatos de las prácticas sociales que pueden ser vistas como textos narrativos más allá de la escritura. En este punto se retoman los planteamientos hermenéuticos de Paul Ricoeur sobre la noción de “texto”. Ricoeur se refiere al uso que hace Freud de esta noción: El relato del sueño es un texto ininteligible que el análisis sustituye por otro texto más inteligible. Introducción Este artículo es una reflexión sobre la producción de sentido en las prácticas sociales a partir de la discusión en torno a la relación en- tre la historia, la investigación antropológica y la narrativa, inten- tando acercar esta discusión al aná- lisis de las prácticas discursivas, entendidas como la puesta en acto del discurso en tanto vehículo pri- mario a través del cual las relacio- nes sociales son producidas y repro- ducidas. Esta puesta en acto se realiza a través de distintos meca- nismos de fabricación de significa- dos y de elaboración simbólica de la realidad, que juegan un papel central en la producción y reproduc- ción de las relaciones de domina- ción en los grupos sociales. La No se puede meter un fantasma como polizonte de la realidad sin que ésta se vuelva fantástica. Mentir para decir verdades es un monopolio exclusivo de la literatura, una técnica vedada a los historiadores. 1 Investigadora del Centro de Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara. 1 Vargas Llosa, Mario, “La mentira de las ver- dades”, en diario El País, domingo 31 de octu- bre de 1999, páginas 11-12. [email protected]

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Cristina Palomar Verea◆

Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad Vol. VII. No. 21 ❑ Mayo / Agosto de 2001

La funcióndel relato

en la producciónsocial

de sentido

Este artículo es una reflexión sobre laproducción de sentido en las prácticas

sociales a partir de la discusión en torno a larelación entre la historia, la investigaciónantropológica y la narrativa, intentandoacercar esta discusión al análisis de las

prácticas discursivas, entendidas como lapuesta en acto del discurso en tanto vehículo

primario a través del cual las relacionessociales son producidas y reproducidas. Ladiscursividad, entonces, hace referencia al

conjunto de fenómenos en y a través de loscuales tiene lugar la producción de sentido

que constituye a una sociedad como tal,mediante distintos relatos de las prácticas

sociales que pueden ser vistas como textosnarrativos más allá de la escritura. En este

punto se retoman los planteamientoshermenéuticos de Paul Ricoeur sobre la

noción de “texto”. Ricoeur se refiere al usoque hace Freud de esta noción: El relato delsueño es un texto ininteligible que el análisis

sustituye por otro texto más inteligible.

Introducción

Este artículo es una reflexiónsobre la producción de sentido enlas prácticas sociales a partir de ladiscusión en torno a la relación en-tre la historia, la investigaciónantropológica y la narrativa, inten-tando acercar esta discusión al aná-lisis de las prácticas discursivas,entendidas como la puesta en actodel discurso en tanto vehículo pri-mario a través del cual las relacio-nes sociales son producidas y repro-ducidas. Esta puesta en acto serealiza a través de distintos meca-nismos de fabricación de significa-dos y de elaboración simbólica dela realidad, que juegan un papelcentral en la producción y reproduc-ción de las relaciones de domina-ción en los grupos sociales. La

No se puede meter

un fantasma como

polizonte de la

realidad sin que ésta

se vuelva fantástica.

Mentir para decir

verdades es un

monopolio exclusivo

de la literatura, una

técnica vedada a los

historiadores.1

◆ Investigadora del Centro de Estudios deGénero de la Universidad de Guadalajara.1 Vargas Llosa, Mario, “La mentira de las ver-dades”, en diario El País, domingo 31 de octu-bre de 1999, páginas 11-12.

[email protected]

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discursividad, entonces, hace referencia al conjunto de fe-nómenos en y a través de los cuales tiene lugar la produc-ción de sentido que constituye a una sociedad como tal,mediante distintos relatos de las prácticas sociales las cua-les pueden ser vistas como textos narrativos más allá de laescritura. En este punto se retoman los planteamientoshermenéuticos de Paul Ricoeur sobre la noción de “texto”definido como un conjunto de signos susceptibles de ser in-terpretados, como un cuerpo de signos que rebasa la “escri-tura”. Ricoeur se refiere al uso que hace Sigmund Freud deesta noción: el relato del sueño es un texto ininteligible queel análisis sustituye por otro texto más inteligible. Com-prender es hacer esa sustitución.2

En esta reflexión, la historia y la antropología son toma-das con sus particularidades, pero compartiendo los víncu-los íntimos que éstas mantienen con la práctica de la na-rrativa.

La escritura de la historia y la antropología

El punto de partida es la afirmación de Vargas Llosa uti-lizada como epígrafe. Esta cita conjunta los elementos cen-trales en el tema de interés: la cuestión de los borrosos lí-mites entre la realidad y la fantasía, la mentira y la verdad,la literatura —como ficción— y la historia, y las creenciasy la ciencia.3 Dice este autor, en el mismo lugar:

Las verdades históricas —los hechos fehacientes y concretos— seviven, no se cuentan, no tienen narradores, existen independientes

2 Ricoeur, Paul, Freud: una interpretación de la cultura, Siglo XXI ed., México1978, 4ª. edición, p. 26.

3 Vargas Llosa se refiere a la biografía oficial del ex presidente norteamericanoRonald Reagan, escrita por Edmund Morris, quien utiliza ciertos recursos narrativosque, a los ojos de Vargas Llosa, tornan sospechoso su trabajo biográfico por la utiliza-ción de algunas técnicas que contrabandean lo inventado por la imaginación en larealidad objetiva, trastocando la mentira en verdad.

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de las versiones que sobre ellos puedan rivalizar, en tanto que loshechos de las ficciones sólo existen en función y de la manera quedetermina quien los cuenta.

Vargas Llosa se sitúa de esta manera en el centro de ladiscusión actual y da cuenta así de su problemática. Suargumento de base parece ser la separación tajante entrela historia, entendida como un campo científico en térmi-nos positivistas, y la narrativa como territorio exclusivo dela ficción. Una posición como esta deja de lado la imbricadarelación entre la narración y el conocimiento, y sus víncu-los con la historia, cuestión que constituye una de las pre-ocupaciones de R. Chartier, quien junto con P. Ricoeur, pien-sa que incluso la historia más cuantitativa, menosdescriptiva o más estructural es una historia que utilizalas figuras y los procedimientos de la narración, y que cadalibro de historia representa un fragmento del pasado y, almismo tiempo, se da como representación de este fragmen-to del pasado.4

Estas preocupaciones son centrales en las discusionesentre algunos autores franceses contemporáneos, tales comoS. Moscovici, M. Foucault, P. Veyne y otros, quienes pare-cen representar un despertar epistemológico basado en laidea de que sólo se puede recibir la teoría que trae consigouna práctica, es decir, la teoría que, por una parte, da aper-tura a la práctica en el espacio de una sociedad y, por otra,organiza los procedimientos propios de una disciplina.Michel de Certeau, en esta misma línea, señala que la his-toria forma parte de la “realidad” de la que trata, y queesta realidad puede ser captada “como actividad humana”,“como práctica”, e intenta probar que la operación históri-ca se refiere a la combinación de un lugar social, de prácti-

4 Chartier, Roger, en Cultura escrita, literatura e historia. Conversaciones con Roger

Chartier, FCE, México, 1999, pp. 240-241.

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cas “científicas” y de una escritura. El autor es consciente,no obstante, de las dificultades de pensar lo científico en elcontexto de las ciencias humanas y propone definir, con esetérmino:

La posibilidad de establecer un conjunto de reglas que permitan “con-trolar” operaciones proporcionadas a la producción de objetos deter-minados.5

Con esto, plantea una serie de movimientos teóricos: poruna parte, ubica la calidad de científico en el establecimientode reglas de control de operaciones en la producción de cier-tos objetos; pero, por otra parte, desplaza la preocupaciónde la ciencia de un principio de objetividad a un principiode coherencia lógica, y abre la puerta a lo que podría lla-marse la arbitrariedad del pensamiento, ya que la produc-ción de objetos puede ser entendida desde un punto de vis-ta constructivista, es decir, desde el planteamiento quepropone que el objeto se construye en el proceso mismo deconocimiento, lo cual supone que la realidad, en tanto tal,no preexiste a dicho proceso sino que va siendo en la medi-da en que es conocida. Y lo científico entonces está en rela-ción con la capacidad de explicitar las reglas de control delas operaciones puestas en juego para construir ese objeto.De este modo, la historia aparece indisolublemente ligadaa su escritura como procedimiento para la producción de suobjeto:

“Hacer historia” nos lleva siempre a la escritura. Poco a poco todoslos mitos de antaño han sido reemplazados por una práctica significa-tiva. En cuanto práctica (y no como discurso, que es su resultado), esel símbolo de una sociedad capaz de controlar el espacio que ella

5 Certeau, Michel de, La escritura de la historia, Universidad Iberoamericana,México, 1993, p. 68.

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misma se ha dado, de sustituir la oscuridad del cuerpo vivido con elenunciado de un “querer saber” o de un “querer dominar” al cuer-po, de transformar la tradición recibida en un texto producido; enresumen, de convertirse en página en blanco, que ella misma puedallenar […] Esta práctica tiene el valor de un modelo científico, no leinteresa una “verdad” oculta que sea preciso encontrar, se constituyeen un símbolo por la relación que existe entre un nuevo espacioentresacado del tiempo y un modus operandi que fabrica “guiones”capaces de organizar prácticamente un discurso que sea hoy com-prensible —a todo esto se le llama propiamente “hacer historia”.6

De Certeau plantea que la realidad histórica no existesino hasta que es escrita, hasta que es narrada. En el des-cubrimiento de las reglas de su producción está la posibili-dad de considerarla científica o no, y no —como se despren-dería de la posición de Vargas Llosa o de la historia oficial—en la consignación objetiva (tarea utópica, desde la pers-pectiva de De Certeau) de hechos históricos entendidos comoacontecimientos de orden fáctico.

En el campo de la antropología, ha sido Clifford Geertzquien ha trabajado esta dimensión de la escritura comointegral de dicha área. Habla de la etnografía como un ciertotipo de escritura, de transcripción,7 aunque reconoce la re-sistencia de sus colegas a esta idea, ya que se consideraque:

Los buenos textos antropológicos deben ser planos y faltos de todapretensión. No deben invitar al atento examen crítico literario, nimerecerlo.8

6 Certeau, M. de, op. cit., pp. 19-20.7 Geertz, Clifford, El antropólogo como autor, Ed. Paidós-Studio, Barcelona, 1997,

p. 11.8 Geertz, ibídem, p. 14.

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Geertz considera que, probablemente, si se llega a com-prender mejor el carácter narrativo de la antropología, de-terminados mitos profesionales sobre el modo en que seconsigue llegar a la persuasión serían imposibles de man-tener. Uno de estos mitos es la idea de la capacidad de con-vicción de los textos etnográficos debida a su sustantividadfactual: la creencia de que el gran número de detalles cul-turales altamente específicos es lo que da la verosimilitudal texto, y su carácter científico en términos empíricos. Deesta manera, los etnógrafos actúan como si solamente susdescripciones pudieran ser creíbles si son lo más amplias yminuciosas posibles. En todo esto está en juego el elementoque Geertz considera central en el trabajo etnográfico: queel antropólogo pretende, sobre todo, convencer de “haberestado ahí”, haber podido penetrar otra forma de vida. Pero,señala, es justo en la persuasión de que este milagro invisi-ble ha ocurrido, en donde interviene la escritura.

Concluye Geertz, retomando a R. Barthes, que la figuraliteraria característica de nuestro tiempo es la del “autor-escritor”:

El intelectual profesional capturado entre el deseo de crear una se-ductora estructura verbal, para ingresar en lo que [Barthes] llama el“teatro de la lengua”, y el deseo de comunicar hechos e ideas, demercadear información; y coquetea continuamente con un deseo yotro. Pase lo que pase con el discurso propiamente lettré y con elespecíficamente científico, que parecen inclinarse de manera más omenos definitiva hacia el lenguaje como praxis o el lenguaje comomedio, el discurso antropológico sigue siendo un discurso oscilante,híbrido, entre ambos. La incertidumbre que se manifiesta en térmi-nos de firma sobre hasta qué punto y de qué manera invadir el pro-pio texto se manifiesta en términos de discurso sobre hasta qué pun-to y de qué manera componerlo imaginativamente.9

9 Geertz, ibídem, p. 30.

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La afirmación de este autor de que “el antropólogo es unautor” introduce toda la discusión a propósito de la cienciacomo narrativa, y también las discusiones en torno a lostrabajos etnográficos como construcciones interpretativaspor parte del antropólogo.

En este mismo campo de las ciencias sociales, A.Appadurai10 ha hecho referencia a dicha cuestión en sustrabajos sobre la producción del fenómeno local. Señala quela etnografía ha sido cómplice de los procesos de la produc-ción de lo local (locality) en tanto que el proyecto etnográficoes isomórfico con los descubrimientos que busca y que do-cumenta, y en la medida en que lo que tanto éste como elproyecto social buscan describir tiene como su telos con-ductor la producción de lo local. Desconocer esto, dice esteautor, es la ignorancia constitutiva que garantiza tanto laapropiación especial de la etnografía de ciertos tipos dedescripción, como su peculiar carencia de reflexividad comoproyecto de conocimiento y reproducción.

Narrativa e investigación

En el terreno metodológico de la antropología, estas cues-tiones teóricas tienen relevancia a partir de la insistenciaen erigir como piedra de toque de dicho terreno al trabajode campo, el cual parece entenderse siempre desde unaperspectiva empiricista más o menos radical. Es curiosoque hasta los antropólogos más críticos encuentran un lí-mite para su crítica en los fundamentos de un trabajo decampo de esta naturaleza. Probablemente, podría agregarseque a los historiadores les ocurre lo mismo.

10 Appadurai, Arjun, “The production of locality”, cap. 9 de Modernity at large:

cultural dimensions of globalization, Public Works, vol. 1, University of MinnesotaPress, Minneapolis, London, 1996.

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El trabajo de campo en antropología cuenta con un rela-to que subyace a los planteamientos metodológicos y técni-cos: en ese relato, la figura del antropólogo aparece comoese ser que, arrebatado por su curiosidad frente a laalteridad cultural, está interesado en lograr llegar a apro-piarse de eso que vuelve al otro un extraño. El procedimientoconsiste, en primer lugar, en diseñar un dispositivo de in-vestigación lo más exhaustivo posible que permita cercaral objeto de investigación o a los sujetos investigados, detal manera que nada se nos escape, porque todo es impor-tante en la descripción de un fenómeno exótico, y todo tie-ne, en algún momento, la posibilidad de pasar a ser lo im-

portante. Por eso es indispensable realizar registrosexhaustivos, entrevistas interminables, transcripciones li-terales, imágenes fidedignas, videos que nos permitan vol-ver a ver mil veces lo registrado por la cámara, diarios decampo agotadores, la acumulación de la mayor cantidad dedatos posibles, de estadísticas técnicamente perfectas, y elcruzamiento de los resultados de diversas técnicas de in-vestigación para eliminar el error, la mentira, el olvido, lalaguna, el sinsentido, la omisión. Un elemento central paralograr esto es ese “estar ahí”, realizar una profunda inmer-sión del investigador en el universo investigado, la cual ga-rantizará un conocimiento más cercano y más real, ya quepermitirá entender el punto de vista del nativo, y crear lailusión de haber borrado las fronteras que separan al in-vestigador del investigado, produciendo una supuesta re-lación simétrica que permita una “comunicación sincera ytransparente” de la verdad que el investigado tiene sobresí mismo y su cultura. En el campo de la historia, C.Ginzburg ha hecho notar también el peso de los filtros cul-turales en la percepción del historiador y la manera en quese construye la alteridad en los historiadores. Según esteautor, el conocimiento histórico se produce a través de lí-neas interrumpidas y no continuas, a través de falsos co-

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mienzos, correcciones, panoramas y redescubrimientos; yes gracias a los filtros y esquemas que ciegan y al mismotiempo iluminan, que se da dicho conocimiento.11

Por su parte, Bonfantini y Proni señalan:

Cuando los hombres tienen que intentar adivinar, están guiados porvisiones sistemáticas y complejas de la realidad, concepciones filosó-ficas, de las que son conscientes de una manera más o menos clarapero que, de todos modos, configuran sus hábitos profundos, quedeterminan el rumbo de los juicios. Estas filosofías sintetizan y orga-nizan, mediante procesos de generalización, de analogía yjerarquización, el conocimiento y las adquisiciones culturales, sedi-mentados en el transcurso de los siglos, procedentes de prácticassociales extendidas. No hay, por lo tanto, que sorprenderse de queestas filosofías posean (en grado diverso, naturalmente) una ciertafuerza de verdad, incluyendo la capacidad de inspirar hipótesis cien-tíficas nuevas y válidas.12

Por supuesto que plantear que un científico intenta adi-

vinar es algo escandaloso. Sin embargo, es estimulante pen-sar lo planteado por Ginzburg en el sentido de que el saberen muchas disciplinas científicas, y entre ellas la historia,es indirecto, basado en signos y vestigios de indicios, es decir,conjetural. Habla, inclusive, de la posibilidad de realizar“predicciones retrospectivas”.13

La ilusión de poder borrar las fronteras entre el investi-gador y el investigado tiene que ver con la necesidad “cien-tífica” de suprimir en la escritura etnográfica todo elemen-to subjetivo. Se supone que un relato científico no tiene un

11 Ginzburg, Carlo, “Los primeros fumadores”, en Nexos, No. 224, agosto de1996, México.

12 Bonfantini, Massimo A. y Giampaolo Proni, “To guess or not to guess?”, cap. 5de Eco, Umberto y Thomas A. Sebeok, El signo de los tres, Ed. Lumen, Barcelona,1989.

13 Ginzburg, Carlo, “Morelli, Freud y Sherlock Holmes: indicios y método cientí-fico”, cap. 4 de Eco y Sebeok, op. cit., p. 144.

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narrador y que se trata solamente de una descripción lite-ral de la realidad. Este es el supuesto que utiliza VargasLlosa al decir:

El narrador no es separable de la ficción, es su esencia, la mentiracentral de ese vasto repertorio de mentiras, el principal personaje detodas las historias creadas por la fantasía humana, aunque en muchasde ellas se oculte y, como un espía o un ladrón, actúe sin dar la cara,desde la sombra.14

La idea es que mientras menos intervenga el investiga-dor y más literalidad se logre al reflejar la realidad a tra-vés de su trascripción fiel, más conocimiento científico ob-tendremos. Sin embargo no se trata de reflejar la realidad,sino de darle sentido a situaciones que nacen de causas yfuerzas cuyo origen no es solamente la conciencia o el in-consciente. Se trata de comprender que el sentido de lascosas es producido a través de prácticas discursivas, de lamisma elaboración de textos, de la escritura, y de la media-ción de los sistemas de interpretación que generan prácti-cas simbólicas las cuales, a su vez, constituyen modos deorganizar, de legitimar, y por tanto, de producir tambiénlos diversos sistemas sociales.

Esta relación entre la realidad como verdad y la narrati-va es trabajada en el campo de la historia por C. Ginzburg,en sus reflexiones sobre el vínculo entre la historia y el dere-cho. Señala que las nociones de “prueba” y “verdad” sonuna parte fundamental del oficio de historiador, y que paramuchos historiadores la noción de prueba está fuera demoda al igual que la verdad, a la cual está ligada por unvínculo histórico (y por ende necesario) muy fuerte. Lasrazones de esto son muchas, pero destaca entre ellas la hi-pertrofia del término de “representación”:

14 Vargas Llosa, op. cit.

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La fuente histórica tiende a ser examinada exclusivamente como fuentede sí misma (de la manera en la cual ha sido construida) y no del temaque habla. Es decir, se analizan las fuentes (escritas, figurativas, etc.) comotestimonio de “representaciones” sociales; pero al mismo tiempo serechaza, como una imperdonable ingenuidad positivista, la posibilidadde analizar las relaciones que se establecen entre estos testimonios y lasrealidades por ellas designadas o representadas.15

Este autor coincide con el planteamiento anteriormenteseñalado de que encontrar la realidad histórica (o la reali-dad) de forma directa es, por definición, imposible. Sinembargo, agrega que inferir de ello la imposibilidad de co-nocer la realidad significa caer en una forma de escepticis-mo “negligentemente radical” que es, al mismo tiempo, in-sostenible desde un punto de vista existencial, ycontradictorio desde un punto de vista lógico. Ginzburg—al igual que los antropólogos críticos— se resiste a unaposición radical, ya que considera que el análisis de las re-presentaciones no puede prescindir del principio de reali-

dad, a pesar de que no explica a qué se refiere con esteconcepto tan problemático. Parecería estar defendiéndosede la angustia que produce el perder definitivamente lasamarras reaseguradoras que el pensamiento positivista pa-rece proporcionar al proponer a la realidad como algo que,finalmente, siempre está ahí para ser distinguido de lo fic-ticio, y que es necesario tomar como un elemento centralen las reflexiones sobre la producción de conocimiento cien-tífico.

Relato y sentido

La angustia está directamente ligada a la ausencia desentido. En términos individuales, es el efecto de un ele-

15 Ginzburg, Carlo, “El juez y el historiador”, en Historia, No. 26, p. 7.

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mento no ligado en los procesos de simbolización incons-cientes que conduce a formaciones del inconsciente, talescomo síntomas, sueños, lapsus y otros; se trata de efectosde una falla en la simbolización, pero también de recursospara lograrlo. En términos sociales, la producción de losdiversos saberes se relaciona con esta necesidad humanabásica de dotar de sentido a la existencia, de simbolizarlay, así, significarla. De Certeau hace referencia, por ejem-plo, al efecto de la necesidad individual y social de simboli-zar la muerte:

En Occidente, el grupo (o el individuo) se da autoridad con lo queexcluye (en esto consiste la creación de un lugar propio) y encuentrasu seguridad en las confesiones que obtiene de los dominados (cons-tituyéndose así el saber de otro o sobre otro, o sea la ciencia huma-na). Sabe que toda victoria sobre la muerte es efímera; fatalmente, lasegadora vuelve y corta. La muerte obsesiona a Occidente […] Loperecedero es su base; el progreso, su afirmación […] La historiografíatrata de probar que el lugar donde se produce es capaz de com-prender el pasado, por medio de un extraño procedimiento queimpone la muerte y que se repite muchas veces en el discurso, pro-cedimiento que niega la pérdida, concediendo al presente el pri-vilegio de recapitular el pasado en un saber. Trabajo de la muerte ytrabajo contra la muerte.16

Clifford Geertz hace alusión a esta necesidad de simboli-zar en su manera de entender la cultura. Este autor plan-teó un concepto de cultura que hace referencia al caráctersimbólico de la vida social, a los patrones de significadoincorporados a las formas simbólicas que se intercambianen la interacción social. Los fenómenos culturales son con-siderados como formas simbólicas en contextos estruc-turados, y el análisis cultural se concibe como el estudio de

16 Certeau, M. de, op. cit., p. 19.

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la constitución significativa y la contextualización social delas formas simbólicas. Considerar las formas simbólicastambién implica que éstas pueden transformarse en obje-tos de complejos procesos de valoración, evaluación y con-flicto.17 Estos procesos obedecen a necesidades de signifi-car las prácticas sociales.

La preocupación de los científicos sociales (historiadoresy antropólogos entre ellos) por distinguir la práctica cientí-fica de la narrativa se relaciona con el supuesto de que laprimera es capaz de aprehender la realidad, y de que exis-te una verdad irreductible en ésta que puede ser persegui-da y atrapada, siempre y cuando se tiendan las trampasadecuadas para hacerla caer; la realidad, en este contexto,es una dimensión concebida como transparente. Por otraparte, conlleva una particular idea del sujeto del conoci-miento, muy cercano al sujeto cartesiano, que tiene impli-ca-ciones metodológicas fundamentales. Pensar todo estointroduciendo elementos provenientes del campo psicoa-nalítico, así como de la propuesta de análisis discursivo deFoucault, puede producir fértiles reflexiones. Particular-mente, este autor permite establecer una distanciaepistemológica necesaria para la apreciación de los fenó-menos como relativos; habla de la oposición entre lo verda-dero y lo falso, como uno de los sistemas de exclusión quegenera la práctica discursiva. Dice:

En el interior de un discurso, la separación entre lo verdadero y lofalso no es ni arbitraria, ni modificable, ni institucional, ni violenta;pero si uno se sitúa en otra escala, si se plantea la cuestión de sabercuál ha sido y cuál es constantemente, a través de nuestros discur-sos, esa voluntad de verdad que ha atravesado tantos siglos de nues-

17 Thompson, John B., Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de

la comunicación de masas, UAM-X, México, 1993.

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tra historia... es cuando se ve dibujarse algo así como un sistema deexclusión.18

Esta voluntad de verdad, como los otros sistemas de ex-clusión (la palabra prohibida y la separación de la locura),se apoya en un soporte institucional: está, a la vez, reforza-da y acompañada por una densa serie de prácticas y tam-bién por la forma que tiene el saber de ponerse en prácticaen una sociedad, en la cual es valorizado, distribuido, re-partido y, en cierta forma, atribuido. Esta voluntad de ver-dad tiende a ejercer sobre los otros discursos una especiede presión, así como un poder de coacción. Además, estavoluntad de verdad, al erigir al discurso verdadero, no pue-de reconocer esa voluntad de verdad que lo atraviesa; y lavoluntad, ésa que se impone a través del tiempo, es de talmanera, que la verdad que quiere no puede dejar de en-mascararla.

Interpretación, construcción y verdad

La idea de verdad en el campo metodológico, está muycercana a la idea de acontecimiento, o de lo efectivamente

sucedido, central en la escritura de la historia. El campopsicoanalítico ha recorrido varios caminos en torno a estepunto, por ser una preocupación importante que se derivade la práctica clínica. Freud tuvo diversos momentos, en laconstrucción de la teoría psicoanalítica, en los que esta cues-tión tomaba aspectos distintos;19 primero se planteó, a par-tir sus historiales clínicos, el problema de distinguir entrefantasía y realidad. Posteriormente, Freud hace unareformulación de su idea originaria, introduciendo los con-

18 Foucault, Michel, El orden del discurso (Lección inaugural en el Collège de France,pronunciada el 2 de diciembre de 1970), Tusquets, Barcelona, 1973, pp. 15-16.

19 González, Fernando M., La guerra de las memorias. Psicoanálisis, historia e inter-

pretación, Ed. Plaza y Valdés, Universidad Iberoamericana y UNAM, México, 1998.

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ceptos de verdad material, entendida como verdad “objeti-va”, en última instancia inalcanzable, y la verdad históri-

ca, entendida como una construcción que, apoyada en ungrano de esa verdad objetiva, se presenta como una forma-ción que inevitablemente desfigura, mediatiza y trastoca ala “verdad material”. El punto, entonces, es ese núcleo ma-terial “recubierto” y “desfigurado” del cual se puede recu-perar, aunque sea parcialmente, su parte objetiva si se lo-gra deshacer la operación psíquica que lo recubrió comoverdad sustituta.

Un poco más adelante en el desarrollo de su teoría, Freudinsiste en separar el núcleo “objetivo” de su envoltura “his-tórico-vivencial”, separación que no es sencilla porque losmovimientos implicados en el psiquismo son complejos yno evidentes. Sin embargo, a partir de esto, se puede ha-blar de una construcción interpretativa del orden de loconjeturable. La distinción conceptual que Freud trabajaentre interpretación y construcción en análisis es funda-mental, ya que conlleva implicaciones centrales relativas ala construcción del significado en el discurso analítico.

Una autora que ha trabajado magistralmente lo relativoa esta diferencia entre interpretación y construcción es PieraAulagnier,20 quien considera, de entrada, que el texto deFreud sobre las construcciones en análisis21 señala tres cues-tiones básicas: primero, la relación existente entre la prác-tica analítica y su ética; segundo, la función de “historia-dor” que atribuye al psicoanalista, haciendo surgir la imagende la paciente reescritura de una historia de la cual un ca-pítulo esencial habría sido borrado por la amnesia infantil.Esa escritura trazada por una mano extranjera evoca larelación de todo sujeto con los comienzos de su historia quesólo pueden serle revelados por el discurso de su entorno,

20 Aulagnier, Piera, Un intérprete en busca de sentido, Siglo XXI, México, 1994.21 Freud, Sigmund, Construcciones en el análisis (1937). A. E., 1980, t. XXIII.

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por eso es que está escrito en una memoria que no es lasuya; y tercero, el problema de la repetición que intervieneen la construcción, por el hecho de que ésta “repite” un ori-ginal y fantasmático reparto del saber.

Para Aulagnier, lo que puede diferenciar la construcciónde la interpretación en el texto de Freud es lo que el intér-prete busca poner en claro en un caso y en el otro. La inter-pretación buscaría esclarecer el funcionamiento de la psi-que, y la construcción, descifrar su estructura. Interpretar,entonces, remite a la parte del trabajo del analista que, apartir de un elemento singular, descifra las leyes que rigenlos procesos primario y secundario. La construcción, por elcontrario, interroga a una puesta en escena fantasmática,que es efecto de la estructura del deseo y de las leyes que lagobiernan. Tiene como meta dar sentido, lo que exige lareferencia a un modelo que dé cuenta de la estructura delfantasma y de la pulsión. Esa estructura quiere que el des-tino de la pulsión sea buscar una eterna satisfacción y opo-nerse a un prohibido igualmente inmutable. Ese dar senti-do que efectúa el discurso del analista hará que la opacidaddel fantasma, la aparente insignificancia y el exceso designificancia del recuerdo encubridor, lleguen a sustituir aese fragmento de la historia pulsional que devela lo quecausó su destino y, de esta manera, nos muestra uno de losavatares sufridos por el deseo.

La construcción tiene como fin encontrar ese “fragmentode verdad” que pertenece a la historia del conflicto pulsional:el fundamento mismo de la estructura psíquica. Su papeles sustituir el blanco de la leyenda del fantasma por la ins-cripción que estaba inscrita sobre otra escena, enlazar elaparente sinsentido de su enunciado con la puesta en esce-na a la cual pertenece por derecho y que el velo de la amnesiahabía cubierto.

Sin embargo, hay una estrecha relación de colaboraciónentre la elaboración de construcciones y la interpretación.

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La interpretación del elemento singular saca a la luz, porlo tanto, la singularidad de una elección que nos remite auna historia que ya nada tiene de universal. Es la suma deesas elecciones, encontradas por el analista a partir de susinterpretaciones, lo que permitirá la elaboración de unaconstrucción que devuelve su sentido a una página de lahistoria del sujeto.

En cuanto a la influencia que ejercerá esta construcciónsobre el discurso del analizando, Aulagnier señala que la cons-trucción es lo que va a permitir al analizando interpretar cier-tos elementos o ciertos procesos de su historia actual comorepetición de una historia pasada, y que la interpretación eslo que va a permitirle, gracias al descubrimiento de las leyesdel funcionamiento psíquico, remodelar, de acuerdo con unanueva arquitectura, una parte de las construcciones a travésde las cuales se contaba la historia de su infancia.

Es así como se descubre una doble interreacción siempreactuante entre interpretación y construcción que es la pie-dra angular del “modelo” que da Freud de una técnica quese pretendía capaz de enunciar claramente el objetivo queella se proponía: conducir al sujeto a rememorar lo que laamnesia infantil había reprimido e inducir en él una “con-vicción inquebrantable” acerca de la veracidad del trabajoanalítico. Sin embargo, la autora retoma el señalamientode Freud de que lo que es el punto más oscuro es la cues-tión de saber en qué circunstancias se produce eso o cómoes posible que lo que consideramos como un sustituto in-completo pueda dar, no obstante, un resultado completo.22

Narrativa, prácticas discursivas e interpretación

Lo anteriormente planteado abre la puerta a la posibili-dad de poner en relación las reflexiones en torno a la na-

22 Aulagnier, Piera, ibídem, pp. 91-97.

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rrativa con el análisis de las prácticas discursivas, y a es-tas últimas como objeto de un análisis hermenéutico. Sidichas prácticas se plantean como un relato, como el efectode un proceso de doble sentido en una estructura compues-ta de un contenido manifiesto y uno latente, y si las aseme-jamos a un texto o relato cuya elaboración es similar alrelato del sueño, entonces pueden también pensarse comoel resultado de un compromiso entre fuerzas en conflictocondensadas a manera de síntoma. La interpretación delas prácticas discursivas podrá realizarse traduciendo sím-bolos, traduciendo proyecciones, desenmascarando identi-ficaciones, etc., pero también habrá que considerar una di-mensión en la que la inteligibilidad del sentido de dichasprácticas sea producida a través de construcciones en elsentido analítico, es decir, a través de conjeturas que sedejan en suspenso hasta poder, en el proceso hermenéuticogeneral, ser confirmadas o descartadas, sobre todo a partirdel efecto de sentido que producen en el resto del materialpor interpretar. Esto es interesante sobre todo cuando setrata de comprender las elaboraciones que una comunidadrealiza a manera de relato mediante las que explica susorígenes, sus raíces étnicas o la conformación de su identi-dad comunitaria, y en donde lo central es la necesidad co-lectiva de simbolizarse a sí misma y de producir sentidopara fortalecerse y permanecer, y no tanto una voluntad deverdad en un sentido fáctico. En este punto se hacen evi-dentes las conexiones entre la etnografía, la historia y lanarrativa.

Finalmente, para completar el panorama sobre los distin-tos momentos del trabajo freudiano en torno al problema teó-rico de la verdad, hay en la obra de Freud otra concepcióntardía que tiende a eliminar toda dicotomía, para ofrecer acambio la dilución de lo “efectivamente sucedido” en un in-consciente para el cual “no existe índice de realidad”. Poste-riormente, la disyuntiva entre realidad o verdad ligada a la

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primera acepción trabajada por Freud fue desarrollada por elpsicoanalista francés, Jacques Lacan, dando paso a toda unaescuela teórica particular. Otro psicoanalista, André Green,retomó la diferencia entre la verdad histórica y la llamadarealidad psíquica, concepto muy importante en el campo delpsicoanálisis y vinculado íntimamente a la cuestión de la ver-dad. Este autor concluye que la realidad psíquica se constitu-ye casi independientemente del mundo exterior, mientras quela primera es un producto complejo que mezcla un poco derealidad material con mucho de realidad psíquica. Este ma-tiz es el que problematiza la afirmación de Ginzburg, antesmencionada, referente a un supuesto de principio de reali-

dad, ya que el concepto de realidad se vuelve sumamente res-baloso.

Estos recorridos teóricos dejan planteada una preguntaimportante: ¿Cómo pensar entonces lo efectivamente suce-dido sin caer en un empirismo ingenuo o, por otro lado, re-ducirlo a la pura lógica de la realidad psíquica? Esta pre-gunta es planteada por Fernando M. González en su trabajoLa guerra de las memorias,23 que arroja luces interesantessobre este punto al buscar esclarecer algunas de las dife-rentes maneras en las cuales se configuran y se inscribenlos acontecimientos: inscripciones detectadas en sueños, ge-nealogías, pactos, juicios de existencia en litigio, silenciosestentóreos y trayectorias de vida. Concluye el autor queno es posible en todos los casos alcanzar al acontecimientoen su “desnudez” y que, incluso ahí, lo contextual y enig-mático no dejan de acompañarlo. F. González trabaja fren-te y contra el postulado de que finalmente no importa sialgo sucedió o no, porque la realidad psíquica tiene la mismafuerza que lo efectivamente ocurrido. Aunque este postula-do le parece “psicoanalíticamente correcto”, señala tambiénque anuncia la voluntad de disolver toda la irreductibilidad

23 González, Fernando M., op. cit.

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entre el archivo y la arqueología, lo cual le parece inadmi-sible aunque no desconoce la pertinencia del planteamien-to freudiano acerca del fantasma y las fantasías “origina-rias”, y de cómo se entretejen en los vericuetosdesencantados del archivo y en las nostalgias plenas de loarqueológico. Para este autor, cinco nociones enmarcan tan-to al archivo como a la memoria:

1. La de lo efectivamente ocurrido. 2. La del fantasma en el sentidofreudiano. 3. La del contexto que, a su vez, implica tres aspectos: elintrapsíquico (el fantasma), el familiar y el sociopolítico. 4. La “contin-gencia irreductible” (Lévi-Strauss). 5. La dimensión après-coup endonde se resignifican los mensajes y los silencios.24

Íntimamente vinculada a estas cuestiones, está la ma-nera en que Foucault trabaja la noción de acontecimiento,

como algo producido en la misma discursividad:

El acontecimiento no pertenece al orden de los cuerpos; y sin embar-go, no es inmaterial: es en el nivel de la materialidad como cobrasiempre efecto y, como es efecto, tiene su sitio, y consiste en la rela-ción, la coexistencia, la dispersión, la intersección, la acumulación, laselección de los elementos materiales. No es el acto ni la propiedadde un cuerpo; se produce como efecto de y una dispersión material.25

Desde esta perspectiva es posible plantear que el trabajode los científicos sociales debe ser visto no solamente desdeuna óptica empirista, sino que también hay que pensarlodesde otros puntos de vista, tales como el hermenéutico oel constructivista, en los que el lugar de la escritura, delinvestigador y el papel del trabajo de campo, adquieren otrasparticularidades, otras posibilidades y límites.

24 Ibídem, p. 264.25 Foucault, op. cit., p. 48.

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Esta óptica arroja luz sobre un elemento fundamentalen la perspectiva empirista: la fe que se tiene en el dato, lafuente, el registro, en la información recogida con instru-mentos lo más “objetivos” posible, la importancia del archi-vo repleto de datos, la literalidad en las transcripciones ydescripciones, los diarios de campo exhaustivos,26 etc., y, almismo tiempo, el horror a la equivocación, al error, a laomisión, a la contradicción, a la laguna, al sinsentido queangustia porque nos deja sin comprender algo, y nos diceque hay algo que se escapa a la voracidad del investigador.Esta actitud se basa en el supuesto de que de lo que setrata es de “documentar la realidad” y olvida que los he-chos son construidos, y que no se tiene acceso directo a ellossin la mediación de las elaboraciones o construcciones quese hacen sobre la realidad. En este punto es en el que seubican los procedimientos empíricos diseñados con el finde sortear errores: los cruces de información para neutrali-zar las mentiras, limar las contradicciones o llenar las fal-tas de memoria, los “controles” de la subjetividad del in-vestigador para “evitar” contaminar la informaciónfidedigna del entrevistado, las pruebas de error y otros. Nose logra captar la utilidad de dichos “huecos” en los discur-sos, ni su utilidad como datos, ni se les asigna ningún valorpositivo en sí mismos.

De esta manera, volvemos a la cita que utilizamos comoepígrafe de este trabajo: la cuestión de la verdad en la his-toria y de cómo ésta se torna ficción al introducir en surelato a un fantasma, haciendo referencia a la introducciónde la subjetividad del autor y al registro del deseo en lanarración de hechos históricos. Pero si, tal como hemos in-

26 A propósito de este punto, Henry Miller opinaba&Oue: “Hay que considerarel diario íntimo no como un espejo de la verdad de las cosas, sino como la expresióndel combate que hay que librar para sustraerse a la obsesión de la verdad”. Citadopor Lourau, René, El diario de investigación, Ed. Universidad de Guadalajara, 1989,p. 21.

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tentado plantear a lo largo de este trabajo, la narrativa esparte integral del quehacer científico y éste lleva implicadala dimensión subjetiva del investigador, es utópico imagi-nar un saber que no esté atravesado por fantasmas. Fan-tasmas que son deseos, conflictos, cegueras y angustiaspuestas en juego de manera más o menos consciente en elproceso de producción de conocimiento, en el que la prácti-ca de la escritura significa ese proceso de elaboración de larealidad a través del cual se produce el sentido de la mis-ma, se dota de sentido a los datos empíricos y se fabricanlos diversos saberes que conforman las ciencias sociales.De esta manera, la ciencia se vuelve ficción y la ficción setorna parte de la realidad.