La inculturación de la fe en una cultura globalizada. · De la misma manera, las culturas son el...

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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA CAMPUS DE MADRID FACULTAD DE TEOLOGÍA La inculturación de la fe en una cultura globalizada. - trabajo de evaluación - Alumno: Pascual Saorín Camacho. Asignatura: Inculturación de la fe Profesor: Antonio Ávila Blanco Lugar y fecha: Madrid. Enero de 2016

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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

CAMPUS DE MADRID

FACULTAD DE TEOLOGÍA

La inculturación de la fe en una cultura globalizada.

- trabajo de evaluación -

Alumno: Pascual Saorín Camacho.

Asignatura: Inculturación de la fe

Profesor: Antonio Ávila Blanco

Lugar y fecha: Madrid. Enero de 2016

ÍNDICE

I.INTRODUCCIÓN. 1

II.CULTURA,INCULTURACIÓNYGLOBALIZACIÓN. 21.ELEVANGELIOYLACULTURA. 22.LAINCULTURACIÓNDELEVANGELIO. 43.LAEVANGELIZACIÓNYLAGLOBALIZACIÓN. 6A.DEFINICIONES. 6B.ELEMENTOSDELAGLOBALIZACIÓN. 7C.SENTIDODELAGLOBALIZACIÓN. 8D.GLOBALIZACIÓNCULTURALYEDUCATIVA. 8E.GLOBALIZACIÓNRELIGIOSA. 9

III.REVELACIÓNYTRADICIÓNENLASCULTURAS. 10

IV.LANOVEDADDEEVANGELIZARENUNMUNDOGLOBAL. 141.FEYNUEVASCULTURASGLOBALIZADAS. 142.IGLESIACATÓLICAOGLOBALIZADORA. 163.LANOVEDADDELAINCULTURACIÓNANTELANOVEDADDEUNMUNDOGLOBALIZADO. 194.UNAIGLESIAEN(LALÍNEADE)SALIDA. 21

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I. INTRODUCCIÓN. A modo de trabajo de evaluación me adentro en el tema de la inculturación desde el contexto de la globalización en el que vivimos. Pretendo con ello enmarcar buena parte de los temas tratados en esta asignatura dentro del ambiente actual al que nos estamos viendo sometidos los seres humanos en nuestras respectivas culturas. Por primera vez en la historia de la humanidad el ser humano tiene conciencia de su unidad de destino. Los problemas de la otra parte del mundo ya no nos son ajenos. La técnica ha transformado los transportes y las comunicaciones de una forma tan grande y en tan corto espacio de tiempo que casi no podemos asimilar el nuevo mundo que nos rodea. La cultura se ha visto afectada por estos cambios, sobretodo en las nuevas generaciones. Este trabajo trata de acercarse al problema de cómo afrontar la inculturación en este nuevo ambiente. Comenzaré profundizando en tres palabras claves para tratar de delimitar el sentido con el que me referiré a ellas, pues estimo que el problema del lenguaje es uno de los mayores con el que nos enfrentamos. Estas palabras son “cultura”, “inculturación” y “globalización”, todas ellas dentro de su relación con la evangelización. Me detendré con más precisión en el tema de la globalización, por considerar que es el aspecto que ha venido a alterar o transformar la teoría que hasta antes de su eclosión manteníamos. En gran medida el cambio eclesial que se produce en el Vaticano II ha sido gracias a la globalización. Ella nos ha traído muchos problemas y dificultades, así como inmensos retos, ante los cuales también como creyentes hemos de dar respuesta. Trataré de acercarme al problema desde la revelación, tanto desde la Palabra de Dios como desde la tradición. Evidentemente, al igual que en el portal de Belén no había wifi, tampoco podemos buscar en la biblia textos que hablen expresamente sobre la globalización. De hecho hemos tenido que esperar hasta tiempos más recientes para que algunos documentos magisteriales se refieran a ella, aunque creo que no con la suficiente profundidad. En todo caso y aunque la palabra sea nueva, el hecho sociológico no lo es. En cierta medida creo que hay globalización desde que el hombre es hombre, pues en el ser humano siempre ha existido la necesidad de relacionarse, de salir, de conectarse, de agruparse. Que se empezara en una cueva y se haya llegado a la “aldea global” es sólo cuestión de técnica, aunque ciertamente la velocidad con que ésta ha logrado hacer cambiar el mundo en los últimos años introduce en el ser humano un factor de vértigo y desconcierto ciertamente novedoso en la historia humana.

Por último, tras subrayar esta novedad, trataré en algunos puntos de situar a la Iglesia en este contexto y de ofrecer algunas reflexiones y pistas finales para encontrar el camino que nos lleve a desarrollar nuestra misión como cristianos en un mundo plural y complicado como el que nos ha tocado vivir, lo cual constituye bajo mi punto de vista una verdadera gracia.

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II. CULTURA, INCULTURACIÓN Y GLOBALIZACIÓN.

El tema del lenguaje es sin duda uno de los más importantes al ser la frágil y maleable herramienta de la que nos valemos para tratar de retratar una realidad que siempre se nos escapa. Trataré de acercarme a tres conceptos claves en este trabajo, delimitando el significado que pretendo atribuirles y profundizando a la vez en su contenido, siempre en relación con el evangelio. Dichos conceptos son: la cultura, la inculturación y la globalización.

1. EL EVANGELIO Y LA CULTURA.

Abordaré en este trabajo el concepto de cultura no en su sentido clásico, es decir, como algo que se aprende y susceptible de ser poseído en mayor o menor grado. Tampoco lo entenderé en el sentido de cultura en cuanto civilización, conceptos ambos que considero insuficientes y superados. Entiendo la cultura no como un objeto susceptible de ser poseído, sino como el ámbito en el que como sujetos vivimos, que nos configura y al que a la vez configuramos. Cultura sería, en este sentido, todo el universo material (cosas, objetos, herramientas…etc) e inmaterial (ideas, valores…) que no pertenecen al orden natural, sino que han sido creados por el ser humano para su supervivencia y bienestar. Estos instrumentos van desde los más elementales, como el fuego o la rueda, hasta el lenguaje o el pensamiento, pasando por las formas de organización social como la familia, la tribu y los principios, reglas y valores éticos para que dichas estructuras funcionen.

La definición de cultura por la que optamos evita toda evaluación jerárquica o comparativa inter cultural, limitándome a constatar la complejidad y la igualdad esencial entre todas las culturas a la hora de facilitar al hombre su relación con la naturaleza en la que se desenvuelve. El contexto cobra así un papel fundamental en el análisis de cada cultura, siendo inadecuado compararlas cualitativamente. Evidentemente esto no impide ver el equilibrio o desequilibrio que puedan producirse en las diferentes culturas, evaluando su capacidad de construir o destruir tanto al ser humano como al resto de la creación. Es evidente que hay culturas destructivas, incluso autodestructivas, y otras que mediante la adaptación encuentran el equilibrio que las hace prosperar. Esta capacidad adaptativa o inadaptativa de las culturas es un elemento importante para nuestro tema, en tanto en cuanto que al enfrentarnos ante el cambio cultural de dimensiones colosales, que supone la globalización, será muy importante hacer una lectura de la realidad lo suficientemente acertada para no apoyarnos en una cultura que pueda quedarse al margen de la historia o que de hecho haya perdido la capacidad y el dinamismo para seguir el ritmo vertiginoso del mundo actual. Esto no significa que el evangelio pueda desaparecer totalmente, pues al margen de que lo intentemos monopolizar por una única cultura, la buena noticia tiene en sí misma una fuerza tal que es capaz de resucitar en cualquier otra. Lo que se pierde no es el evangelio, sino el esfuerzo y las energías empleadas en vano al quedar hipnotizados por una cultura autista en medio de un mundo que sigue su curso al margen de nosotros. El evangelio está hecho para todas las culturas. La inculturación no supone en ningún caso la existencia de una única cultura cristiana que haya de ser inoculada en las demás, parasitándolas hasta transformarlas en la cultura deseada. Ninguna cultura es estática. Hasta las culturas más rígidas cambian y se transforman con el tiempo si no quieren

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desaparecer. La cultura es como un organismo vivo, ha de fluir para subsistir porque la naturaleza de la que se nutre es cambiante, incluso caprichosa. Tal vez por ello todo en el cristianismo es transformación y dinamismo, desde la encarnación del verbo hasta su entrega en la cruz y su resurrección, o desde el primer discurso de Pedro tras pentecostés hasta el último ángelus del papa Francisco en Roma.

Hemos de preguntarnos una y otra vez sobre la relación entre evangelio y cultura. Si el evangelio es una realidad que se encarna o se puede encarnar en todas las culturas por no pertenecer a ninguna de ellas, del mismo modo se debe decir que el evangelio, cuando llega a cualquier cultura, lo hace de forma profético crítica. No asume sin más la cultura, sino que descubre en ella sus sombras y se enfrenta a ellas incluso contraculturalmente. La llegada del evangelio a una cultura se convierte así en una buena noticia liberadora, que ayuda a salvar a sus miembros de toda opresión y esclavitud por muy arraigada que esté.

La historia de la Iglesia refleja este fluir del cristianismo por las culturas del mundo, aunque una de ellas (la católica latina) haya pretendido ser la única o al menos la troncal. El cristianismo de alguna manera traspasa toda cultura, fundiéndose con ella pero sin dejarse someter por ella. De la misma manera que las palabras expresan los sentimientos, así las culturas expresan la buena nueva que Dios nos dirige. Pero de la misma manera que las palabras no pueden apresar completamente un sentimiento, las culturas siempre se verán rebasadas y desbordadas por el misterio que las habita. El cristianismo se inculturiza, es decir, entra en las entrañas de la cultura, aunque más bien habría que decir que se “transculturiza”, en el sentido de que no entra para quedarse, sino que entra para atravesar y continuar su peregrinaje por el mundo y el tiempo. Esto en absoluto es una utilización pueril de la cultura por parte de la fe, pues la cultura no es un mero canal de comunicación usado y abandonado de forma utilitarista. La cultura es como un manantial de donde mana el agua que le llega llovida del cielo; el manantial acoge el agua de la lluvia llegada a sus entrañas y le aporta sus minerales; Así, el agua pura del cielo y el mineral creado de la tierra se funden para dar sabor y hacer potable a la lluvia. De la misma manera, las culturas son el manantial del que poder beber el agua de la vida venida de lo alto, sí, pero abrazada a la tierra, fundida con ella, con diferentes sabores, temperaturas e incluso olores, de tal manera que, aunque todo lo que mana sea agua, no haya ningún manantial igual a otro. La definición que da Puebla de cultura es: “…la manera particular con que en un pueblo determinado los hombres cultivan su relación con la naturaleza, sus relaciones mutuas y con Dios”1.

En esta definición vemos tres niveles: la relación con la naturaleza que produce los materiales con el trabajo del hombre, la relación entre los hombres que genera las relaciones culturales y finalmente la relación con el misterio o con Dios que ofrece un lenguaje, una ideología y un universo interpretativo cultural. El primer nivel sería el material, el segundo el social y el tercero el ideológico o espiritual, siendo los tres elementos dinámicos, por lo que toda cultura es ambigua en el sentido de que es susceptible tanto de progresar y madurar como de involucionar hasta necesitar ser purificada o cambiada.

1 Puebla 386

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2. LA INCULTURACIÓN DEL EVANGELIO.

Los primeros en acuñar y utilizar el concepto de “inculturación” fueron los Jesuitas, siendo su entonces superior general, el padre Arrupe, el que lo definiera de una forma muy acertada a través de una carta dirigida a todos los miembros de la compañía: “Inculturación significa encarnación de la vida y del mensaje cristiano en una concreta área cultural, de tal modo que esta experiencia no sólo llegue a expresarse con los elementos propios de la cultura en cuestión (eso sería adaptación superficial), sino que se convierta en principio inspirador, normativo y unificante, que transforma y recrea esta cultura, dando origen a una “nueva creación”.

El término inculturación queda definitivamente ratificado cuando el papa Juan Pablo II lo incluye en la exhortación apostólica Cathechesi Tradendae de 1979, que recogía las conclusiones del sínodo de 1977 sobre la catequesis, en el que por primera vez se recogía en un texto oficial este término: “la diversidad de culturas crea a la catequesis una gran cantidad de situaciones… puede decirse que la catequesis es un instrumento de inculturación”.2

Queda así claro que la inculturación es diferente de una mera adaptación externa y que supone la inmersión total en la cultura que se evangeliza. Esta expresión será posteriormente muy utilizada en diferentes documentos: Encíclica Redemptoris Missio números 37. 52-54. 76. 85; encíclica Fides et Ratio 71-72; encíclica Ecclesia de Eucharistia 51. Para Juan Pablo II la Iglesia es universal y a la vez pluricultural. Surge la duda, sin embargo, del verdadero sentido y aplicación de la palabra inculturación, pues si bien aparece con relativa frecuencia en los documentos más importantes como las encíclicas, pareciera que en otros documentos más prácticos (de tipo litúrgico o pastoral) el concepto queda muy erosionado.

Inculturación es un término que ha sobrevivido por el descarte de otros términos. Sin ser tan acertado como el padre Arrupe podríamos aventurarnos a describirla como el proceso por el cual el evangelio toma carne en una determinada cultura, lo que la hace visible a los ojos de la misma, no como algo ajeno, sino como un elemento que nace de ella misma, purificándola y liberándola de sus contravalores y al mismo tiempo potenciando cuanto de bueno posea abriéndola a nuevos horizontes. La inculturación encuentra su base teológica en la encarnación. El término “encarnación” sí que va a aparecer varias veces en el concilio Vaticano II: Lumen Gentium 8, Gaudium et Spes 22 y Ad Gentes 3 y 10.

Es importante no identificar inculturación con adaptación. “El proceso de inserción de la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere largo tiempo, no se trata de una mera adaptación externa”3. La adaptación, por mucho que lo intente, se queda siempre en el umbral de la cultura. Supone un esfuerzo hecho desde fuera para que el mensaje de la fe no sea visto como algo extraño y ajeno a la cultura en la que se anuncia, pero sin que por ello pueda adentrarse en ella. La inculturación es más bien un

2 Cathechesis Tradendae 53 3 Redemptoris Missio 52

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trabajo interno de la propia cultura, no tanto del agente que a ella se llega. La verdadera inculturación sería realizada por una comunidad nativa, tras mucho tiempo de discernimiento y no sin tensiones, con la ayuda de los misioneros pero siempre sin su protagonismo. Se dirá que la inculturación es el momento posterior a la adaptación. Adaptación no es por tanto inculturación, sino el inicio de un proceso que debe seguir siendo ahondado.

Hay un presupuesto previo a la inculturación: existe una gran pluralidad cultural que además es buena. La aceptación de la pluralidad supone la aceptación del hecho de que no hay una cultura específicamente cristiana sino que todas las culturas pueden ser evangelizadas. Toda cultura, por ser humana, puede ser purificada y mejorada. Juan Pablo II va más allá y en Redemptoris Missio 3 habla no sólo de la bondad de las culturas, sino de la bondad que hay en otras religiones.

El proceso de inculturación es un proceso de ida y vuelta en el que al misionero se le exige modestia desde la comprensión de que las otras culturas pueden tener parte de la verdad, incluso sin ser conscientes de ello. Si aceptamos los principios de la inculturación de la fe y la riqueza de todas las culturas, hemos de aceptar también por coherencia, la pluralidad de formas de vivir el evangelio; formas que también nos afectan y enriquecen y que incluso purifican nuestra cultura de origen. La Iglesia es así más plural y menos monolítica, más poliédrica y menos identificada con una única cultura dominante. Lo que entra en juego aquí es el término “catolicidad”, que significa “universal” no porque la Iglesia esté implantada en todo el mundo, sino porque todas las realidades del planeta son acogidas en su interior, evidentemente no de forma indiscriminada, sino de forma crítica, como hemos visto antes.

Todo pueblo necesita reformular su fe en las categorías que le son propias. No se puede establecer un diálogo tan profundo, por ejemplo como el de la liturgia, con signos y lenguajes que son ajenos. Por ello el problema de los ritos va a ser uno de los temas que más dificultades va a plantear a la inculturación y precisamente desde el que se va a iniciar las verdaderas reformas de la Iglesia.

No podemos obviar el riesgo de que, en el proceso de inculturación, la cultura se convierta en el centro; en este caso lo más importante no sería el contenido, sino el continente; las formas que se utilizaran no serían usadas para lo que nacieron, sino probablemente para intereses espurios. Esto nos lleva al reconocimiento de una de las críticas que se hace a la inculturación que no debemos obviar: ¿Se sobrevalora el papel de las culturas hasta el punto de supeditar el evangelio a las mismas? Una inadecuada inculturación no sólo puede anular la cultura de destino o afectar a la cultura de origen, sino que puede afectar al propio anuncio del evangelio si éste deja de ser el centro del proceso de inculturación. En cualquier caso no estaríamos hablando de inculturación, sino de supresión, absorción, disolución o incluso de sincretismo. Cuando hacemos sincretismo el criterio no es el evangelio, sino que hay otras intenciones detrás, procesos de “corta y pega” donde tomamos de acá y de allá intentando hacer algo que sea fácilmente digerible para la población a la que nos dirigimos. En el decreto Ad Gentes 22 ya se avisa de este peligro.

Otro problema al que se enfrenta la inculturación es la erosión de la unidad. ¿Compromete la inculturación la unidad de la fe? Ciertamente la inculturación no

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debería comprometer lo esencial de la fe4 . Una buena inculturación debe abarcar tres partes: el contenido de la fe revelada, la teología y la praxis que tiene que ver con la moral y la liturgia. Un desequilibrio en estos tres aspectos afecta directamente al proceso de inculturación y supone una erosión de la unidad de la Iglesia. Ahora bien, los peligros de errores en la inculturación no deben servirnos de coartada para no promover la unidad dentro de la diversidad natural que nace en su origen del mismísimo misterio trinitario. Si entendemos la unidad como polifonía, hemos de respetar la pluralidad de las cosas. En una polifonía las voces son diferentes, incluso aisladamente serían disonantes, pero todas armonizadas a la vez, con el ritmo adecuado y el acoplamiento preciso, suponen una obra de arte. La diferencia entre polifonía y “cacofonía” es que en la primera hay una melodía irrenunciable y en la segunda desorden y caos.

El objetivo de la inculturación es una Iglesia culturalmente plural que mantenga

la unidad en la diversidad, pero siempre teniendo en cuenta las críticas que este modelo recibe. Por eso siempre hay que preguntarse: ¿Rebaja en el fondo la inculturación las condiciones de la conversión? ¿Se rebajan realmente las exigencias del evangelio para ganar adeptos? Los garantes de la inculturación son las Iglesias locales, quienes en última instancia deben velar para que estas críticas a la inculturación sólo queden en advertencias. Hemos de recordar aquí que la inculturación no es una tarea individual, afecta a toda la comunidad cristiana. Los garantes son los pastores.

Lo que hace que cada cultura no se convierta en una isla es el ministerio petrino

de la unidad. Juan Pablo II en mayo del 1982 crea un medio importante para el discernimiento y la unidad; se trata del consejo pontificio para la cultura. El objetivo de este consejo no es establecer diálogo con la cultura en sí misma, sino potenciar todas las experiencias de inculturación de la fe y coordinar el trabajo de las conferencias episcopales de manera que toda la Iglesia se enriquezca. Desde Roma se guarda la unidad en la pluralidad; a nosotros nos toca mover ficha en el tablero del mundo.

3. LA EVANGELIZACIÓN Y LA GLOBALIZACIÓN.

A. Definiciones.

La globalización es un fenómeno extremadamente complejo, expresado con una terminología ambigua (globalización o mundialización según la traducción francesa). Existen diversas definiciones de este fenómeno:

o Revolución en la comunicación que hace a la humanidad más interdependiente. o Interdependencia económica creciente de los países provocada por el volumen y

la variedad de las transacciones transfronterizas de bienes y servicios y flujos de capital. Difusión acelerada y generadora de tecnología.

o Proceso también de naturaleza política y cultural por el que las políticas nacionales pierden importancia en detrimento de centros transfronterizos de poder.

4 Redemptoris Missio 52

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Como podemos ver, estas definiciones tienen un carácter más económico y político que social, que evidentemente es el que nos interesa. Por ello prescindiré del ámbito o definición mayoritaria de este fenómeno para centrarme en los aspectos que más directamente afectan a nuestra materia. La palabra “globalización” no aparece en el diccionario de la RAE hasta su vigésimo segunda edición, en el año 2001, siendo definido como:

1. “Acción de globalizar (integrar cosas diversas)”. 2. “Extensión del ámbito propio de instituciones sociales, políticas y jurídicas a un

plano internacional”. 3. “Difusión mundial de modos, valores o tendencias que fomenta la uniformidad

de gustos y costumbres”. 4. “Proceso por el que las economías y mercados, con el desarrollo de las

tecnologías de la comunicación, adquieren una dimensión mundial, de modo que dependen cada vez más de los mercados externos y menos de la acción reguladora de los Gobiernos”.

B. Elementos de la globalización. Presento algunos puntos que pueden servir de base para diseñar un mapa sociológico de los efectos de la globalización en el mundo actual teniendo en cuenta los tres niveles de la cultura señalados anteriormente:

1. En relación con la naturaleza y el trabajo humano.

La Ciencia al servicio de la técnica. Facilidad para el libre tránsito económico. Aumento de las relaciones

comerciales. Afianzamiento de la visión neoliberal del ser humano. Competitividad,

desregulación…Individualismo fruto de ese sistema Deslocalización del poder y su concentración en estamentos

supranacionales. Pérdida del poder real de los estados, especialmente en materia

económica. Concentración urbana. Problema ecológico. Sustitución de la “nación imperialista” de antaño por una

“transnacionalidad imperialista” difícil de concretar.

2. En las interrelaciones humanas.

El hombre masa, integrado socialmente y con miedo a perder esas relaciones.

El aumento de los “descartados” Las reacciones radicales e incluso violentas de amplios colectivos de

“descartados” que son seducidos por grupos maximalistas de corte radical e incluso violento.

El desamparo Vértigo en el devenir de las novedades.

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Interconectividad. Amplia oferta de información. Dificultad a la hora de discernir. Trabas al libre tránsito de personas. Homegeneización cultural. Atomización de las culturas locales y subculturas. Debilitamiento democrático. Fácil manipulación de las masas. Erosión de los sistemas educativos. Sobredimensión de la economía frente a la política. Difusión rápida del miedo. Conciencia creciente de valores universales: justicia, derechos

humanos… Facilidad de relaciones y de viajes. Sustitución de la intervención política por una manipulación cultural

geo-económica y geo-política.

3. En la relación con el misterio y con Dios

Instrumentalización de la religión para la consecución de los propios objetivos.

La ausencia de experiencia mística y sus sustitución por pseudo espiritualidades autorreferenciales.

El uso de la religión como burbuja protectora frente a la hostilidad del mundo pero sin ningún aliciente de cara a un compromiso social.

Sincretismo religioso.

C. Sentido de la globalización.

La globalización no es una cultura en sí misma, por tanto no puede ser lugar de inculturación; su abstracción lo impide. La globalización es un aspecto intercultural y homogeneizador capaz de empapar a prácticamente todas las culturas de la tierra y de generar en ellas aspectos y elementos prácticamente “clónicos”, sin que sea posible delimitar perfectamente una cultura patrón o modelo. La inculturación se producirá en culturas globalizadas o susceptibles de serlo, pero no en la globalización misma.

La globalización afecta a: La simbología, y con ello al lenguaje de los símbolos y la liturgia; la ética y con ello a la moral religiosa; el pensamiento, y con ello a la teología; la psicología y con ello a la espiritualidad y la misma oración. Con esto queremos decir que se trata no de un fenómeno residual dentro de una cultura, sino en un verdadero “tsunami” capaz de reconfigurar cualquier cultura por completo.

D. Globalización cultural y educativa.

La globalización concentra un poder cultural (entendido éste en sentido clásico, como algo que se posee), lo que en el fondo suscita una violencia oculta. Se trata de un nuevo proceso colonial, pero cuyo sujeto parece invisible. Esta colonización es cultural (en sentido clásico), educativa y religiosa. El aparato ideológico que mueve la globalización ejerce su poder desde la economía emancipada de la política y

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manipuladora de la misma. Se trata de la homogeneización de los espíritus mediante la imposición de un pensamiento único que poco a poco cercena la autonomía de los individuos. Este proceso absorbe las culturas pequeñas, afirma el valor fundamental de la razón como algo aséptico y neutral encumbrando la “racionalidad de la libertad de mercado” (en realidad no hay racionalidad pura ni neutral), sacraliza la técnica, genera una ética superficial para las mayorías, pero no para las élites, que al mismo tiempo que son admiradas como modelos referenciales (mitos sociales) son consentidas en todos sus excesos. La globalización educativa es generada no sólo por los instrumentos académicos, sino también por los medios de comunicación social. El objetivo es el modelo de hombre técnico y competitivo, entretenido para no sentir frustración, con un lenguaje pobre que a la larga le hace inmaduro.

E. Globalización religiosa.

En su dimensión religiosa la globalización persigue la homogeneización de los espíritus y busca aliarse con aquellas religiones o formas religiosas cuya configuración coincide, al menos en la forma, con su propia configuración. En este sentido la Iglesia católica, por su misma vocación universalista, es susceptible de ser tentada, no para impulsar sus más nobles valores sino para reconducirlos, apagando aquellos que cuestionen el sistema y promoviendo los que lo acentúan.

Las religiones no pueden ser espectadoras pasivas ante el proceso globalizador. La neutralidad en este caso es complicidad en sus maldades. No hace mucho tiempo se profetizaba la desaparición de las religiones como fenómenos caducos de etapas pasadas de la humanidad. Hoy asistimos a un resurgir religioso global; pero se trata de una vuelta a lo religioso en aquello que favorece la homogeneización. Frente a esta agresividad globalizadora es entendible (aunque no justificable) la aparición de resistencias en forma de fundamentalismos, también religiosos: rigorismo moral, discriminación por razón de sexo, sectarismo, incluso violencia (terrorismo), interpretaciones literales de los textos sagrados, etc. Se tratarían de subculturas dentro de la globalización. En el lado positivo encontramos: ecumenismo, denuncia profética, mística… No podemos olvidar que tres cuartas partes de la humanidad están adscritas a alguna religión y la influencia de esta en la cultura es muy notable. En muchos casos la cultura ha surgido teniendo como columna vertebral el hecho religioso.

En encuentro interreligioso a lo largo de la historia ha tenido un sentido ambivalente: Por un lado tenemos las guerras de religión, las cruzadas, la inquisición… y por otro grandes personajes como Francisco de Asís, Nicolás de Cusa, Tomás Moro o grandes acontecimientos de encuentro como los parlamentos de las religiones del mundo en Chicago en 1893 y 1993. El diálogo interreligioso es sin duda un cauce positivo de una globalización constructiva, un freno menos y un impulso más para eliminar los conflictos de la historia de la humanidad y acrecentar la paz y la cooperación por el bien común. Pero el diálogo no es el fin en sí mismo, pues diálogo y tolerancia tienen sus límites en las víctimas. Si construimos unidad es para liberar. Tal vez por ello la unidad que se alcanza por la mística ha sido siempre sospechosa y perseguida. Un ecumenismo no liberador no deja de ser un aliciente para una globalización destructiva.

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Para W. Teasdale hemos entrado en una era inter espiritual que supone un cruce y encuentro de experiencias ascéticas, morales y rituales5. Pero esto también provoca reacciones identitarias o protectoras de la propia tradición ante el miedo a diluirse entre otras. La defensa de los derechos humanos puede englobar a las religiones. Una globalización sin espíritu ni corazón necesita de la religión para ser humanizada. La tarea de la religión en un mundo globalizado puede ser:

§ Contribuir al diálogo intercultural que evite choques. § Comprometerse en la lucha por la paz. § Crear redes de solidaridad humana. § Salir de la endogamia. § Generar cultura de tolerancia. § Luchar contra la discriminación, especialmente de la mujer. § Defender la naturaleza y la vida. § Respetar al no creyente. § Respetar la autonomía de las realidades temporales. § Aportar su experiencia del misterio. § Contribuir a transformar la globalización destructiva en globalización

enriquecedora para todos.

III. REVELACIÓN Y TRADICIÓN EN LAS CULTURAS.

El primer testamento (o antiguo testamento) refleja diversas culturas bíblicas que dieron lugar a diversas teologías, lo cual no resulta extraño teniendo en cuenta los aproximadamente mil años que se tardó en escribir nuestro libro sagrado. Esta evidencia no es difícil de constatar en la lectura tanto del primer testamento como del nuevo testamento. Las tradiciones Yavista, Elohista y Sacerdotal son un buen ejemplo de ello. Pero no sólo existieron diferencias culturales en distintas épocas históricas (lo cual sería natural), sino que incluso dentro de una misma época coexistieron a la vez diferentes sustratos culturales que dieron lugar a diferentes versiones, a veces contradictorias, de una misma experiencia de Dios. Hoy no resulta extraño ver muchas de esas versiones, hilvanadas y entrelazadas por una última redacción, en textos que forman parten del canon, como por ejemplo el relato de la creación y de Adán y Eva.

Lo mismo podemos decir con más razón del nuevo testamento al constatar que el mismo acontecimiento salvífico es vivido y narrado de formas diferentes no sólo por los evangelistas, sino por Pablo y por las variadas comunidades cristianas que forjaron todos sus escritos sagrados. ¿Hablamos de un cristianismo o de muchos cristianismos? ¿Cuál de ellos refleja con más fidelidad el mensaje que nos quiso dejar Jesús de Nazaret? ¿No será que ese mensaje por ser universal es susceptible de ser acogido y expresado por diferentes enfoques y contextos? ¿No será esa aparente pluralidad la prueba más evidente de la universalidad del mensaje que, por ser encarnado, puede habitar cualquier cultura, pero que por ser eterno desborda, traspasa y supera a todas?

5 “The interspiritual age: practical Mysticism for third millenium” en Journal of ecumenical studies 34/1 (1997). En español “El misticismo como cruce de fronteras últimas” Concilium 280 (1999) 121-126

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En el Jesús de Nazaret que nos transmite el nuevo testamento, podemos

encontrar elementos que nos llevan a pensar que ya desde su propia persona se nos manifiesta un misterio desbordante, dinámico, en evolución, siempre en camino, sin permitir que nada ni nadie lo aprisione. El mismo Jesús experimenta en su vida este dinamismo desconcertante. Jesús nace en una cultura concreta, pero no viene a este mundo con un universo cultural propio y exclusivo, sino que ha de asimilarlo desde la cuna hasta la cruz. Jesús no asume la cultura como si fuera un erudito que trasmite su conocimiento a los ignorantes; su cultura más bien era la cultura popular que asume de forma inductiva, sin planes preconcebidos, partiendo de la realidad, tratando de responder a los problemas desde la vida. Él mismo va cambiando a lo largo de su vida humana desde posturas estrechas y severas a una visión más amplia al dejarse tocar por la fe de los extranjeros, en quienes aprende a descubrir también la presencia de Dios6. Es decir, el mensaje de Jesús no es un mensaje rígido y cerrado, previamente construido, sino un mensaje que se va haciendo con El, que va tomando cuerpo en torno a una verdad única, el Reino, que El busca y discierne, creciendo en estatura y sabiduría, trabajando como uno más7, recorriendo los caminos de Galilea8, dejándose interpelar por la Palabra de Dios escrita en la Torá y sobretodo en los profetas9, pero también abriéndose a la palabra viva que el Espíritu le revela en los acontecimientos: en la persona de Juan el Bautista, en la hemorroísa, en la muerte de su amigo Lázaro, en el ciego de nacimiento, en la samaritana sedienta de Dios, en las injusticias que hacían al pueblo sufrir, en la mentira y la hipocresía de los poderosos…etc.

Tampoco el cristianismo se expande en sus orígenes como civilización superior que se impone a otras civilizaciones consideradas inferiores a través del uso de una tecnología más avanzada. Durante siglos posteriores así llegaría a ser, pero los inicios del cristianismo tuvieron otra forma de trasmitir la fe: fueron los peligrosos caminos del medio oriente o los riesgos de los viajes por mar; los judeocristianos huidos de la guerra y el templo perdido instalándose en otras ciudades de culturas ajenas; los centros intelectuales de Alejandría o Antioquía en donde los primeros teólogos trataron de hacer entendible la fe en categorías asimilables para todo el orbe cultural helénico y romano. De esta forma, el cristianismo semítico y rural se convirtió en poco tiempo en un cristianismo helénico y urbano sin que hoy nos escandalicemos de ese impresionante cambio, es más, viendo en este proceso la guía del Espíritu santo que se derrama en Pentecostés. Las preguntas ahora son las siguientes: ¿No celebramos hoy pentecostés? ¿Sólo fue legítimo aquel cambio o debemos de continuar ese proceso al que hoy llamamos “inculturación” en todos los tiempos y lugares de la creación?

Es cierto que durante largos siglos en la historia de la humanidad occidental la Iglesia ha monopolizado la cultura, con sus luces y con sus sombras. Pero con el renacimiento todo comenzó a cambiar, lentamente al principio para entrar en un vertiginoso proceso de enfrentamiento que llega hasta la actualidad. En el mundo de la ciencia primero, de la filosofía después y de ámbitos más concretos como el mundo laboral, intelectual y académico, artístico, de la mujer, de la juventud… los

6 Mt 15, 21-28; Lc 7, 1-10; 10, 25-37; 17,17-19 7 Lc 2, 52 8 Mt 9,35 9 5:17-20

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movimientos laicistas y secularistas han ejercido de hábiles cuñas para separar fe y cultura. Con todo, sería injusto acusar a la Iglesia de un inmovilismo sistemático.

Hay que reconocer el esfuerzo de algunos papas como León XIII, quien hizo una crítica de fondo a la tecnología que estaba provocando sufrimiento en las clases populares y se posicionó al frente de los totalitarismos que empezaban a empañar el horizonte de la humanidad. Poco a poco se desarrollará en la Iglesia la idea de la cultura como derecho frente a posturas colonialistas y discriminatorias. De esta forma el encuentro entre evangelio y nuevas culturas comienza a cambiar y a progresar antes que muchos imperios de su época. Benedicto XV aborda por primera vez el tema de la relación eclesial con las diferentes culturas, renunciando al método de la “tabula rasa” que eliminaba toda cultura previa al evangelio y comenzaba a “civilizar” a la vez que evangelizaba (Encíclica Maximum Illud 1919). Promueve de esta forma el respeto a las culturas nativas, evitando la confusión entre la acción colonizadora y la acción misional, lo cual planteaba problemas con las potencias europeas.

También es de destacar la figura de Pío XI en su preocupación por el anuncio en los países de misión cuando recordaba que el objetivo de la Iglesia era evangelizar y no “civilizar”. Para él la civilización se hacía mediante la evangelización, posicionándose así ante las presiones de las potencias europeas que pretendían usar la Iglesia como elemento “civilizador” en sus colonias, siguiendo su concepto discriminatorio de cultura. No obstante, Pío XI seguía siendo un pontífice centralista, defensor de la romanidad, lo cual no le impidió abrir la Iglesia a la etnología, convirtiéndola en una especie de ciencia auxiliar de la misionología. Es el papa que escribe la encíclia “Rerum Ecclesiae”, reafirmando el respeto a las culturas de los pueblos y el principio de “adaptación”, que sin llegar evidentemente al concepto de “inculturación” actual, supuso un cambio en las formas y en los estilos.

En la misma línea no hay que olvidar a Pío XII, que es el primer papa en usar un medio masivo de comunicación como la radio, abriéndose así a las nuevas tecnologías, pero volviendo sin embargo al concepto de “civilización cristiana” en un intento de superar la situación de división mundial. Era la época del nacimiento de la ONU como organismo de organización mundial en el que la Iglesia se posicionaba como la verdadera civilización. Con su encíclia “Evangelii Praecones” (1951) señalaba los dos principios de la misión: la conversión de aquellos a los que les llegaba el anuncio y la implantación de la Iglesia. Es curioso que este papa, entre esos objetivos, ya no cite el progreso cultural y que a nivel pastoral promoviera el clero nativo y la formación de catequistas. Con él se potencian los seminarios específicos para las misiones y se promueve una mayor adaptación de los misioneros.

Con estos antecedentes llegamos al germen de lo que es la Iglesia del siglo XXI con el impulso generado por Juan XXIII, quien insiste en la indigenización de la Iglesia en su encíclica “Princeps pastorum” de 1959 y por primera vez en la historia de la Iglesia se dirige a todos los hombres y mujeres de la tierra con su encíclica “Pacis in Terris”. El concilio Vaticano II, convocado por él y culminado por Pablo VI, establecerá las bases sobre las que se asienta la Iglesia en el mundo globalizado actual. En dicho concilio se produce un gran cambio de mentalidad al abordar el tema de la Iglesia “en” el mundo, superando el dualismo de pensarla como alternativa al mismo. En el Vaticano II ya se hablará de pluralidad cultural, si bien el tema concreto de la

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cultura no aparece expresamente, aunque es el corazón que late tras muchos documentos, sobretodo en Gaudium et Spes, concretamente en capítulo II, nºs 53-62.

Sin estar en la agenda del Vaticano II, el tema de la cultura terminará cristalizando, si bien mostrando trazas de distintas manos que reflejaban todavía diferentes concepciones. En este sentido el cardenal Delcaro tuvo una importante intervención en el aula conciliar señalando que la cultura es el nudo gordiano de todo el documento que se estaba discutiendo y que finalmente derivó en la Gaudium et Spes, sintetizando la relación de la Iglesia con el mundo: la Iglesia debería liberarse de su órgano cultural como signo de pobreza para volver a la pobreza cultural del lenguaje y de la mentalidad bíblica. En el fondo se planteaba la necesidad de la inculturación del evangelio. En los anteriormente citados números 53 a 62 del capítulo 2 de Gaudium et Spes, por primera vez se incorpora el concepto antropológico de cultura como “las culturas” (en plural) y sobretodo la concepción de cultura como espacio donde se desarrolla el hombre transformando la naturaleza. Es cierto, no obstante, que esta concepción se mezcla en muchos lugares con la idea de cultura como civilización e incluso con su concepción más clásica (cultura como conocimientos que se poseen y se enseñan), pero la semilla de una nueva concepción ya estaba sembrada.

Por citar otro texto me referiré a Lumen Gentium 13, que no cita directamente la palabra cultura, pero sí “tradiciones, costumbres…”. En estos términos está implícito uno de los problemas que posteriormente darán más quebraderos de cabeza: el tema de la unidad de la Iglesia. El decreto Ad Gentes 22 se refiere al respeto de las culturas nativas y al tema de la indigenización del evangelio en esas culturas. Nostra Aetate 2, Sacrosanctum Concilium 37 y Apostolicam actuositatem 7, entre otros (cada uno en un su ámbito) también abordarán el tema. Todos estos documentos irán abriendo la Iglesia a aceptar la pluralidad cultural e irán ayudando a forjar una nueva teología, una nueva forma de organización, una nueva liturgia, pero también planteando nuevos problemas como la importancia de las iglesias locales y la unidad de la Iglesia.

Los problemas abiertos por el concilio Vaticano II tendrán su continuación en el sínodo de 1974 y su cristalización en la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, de Pablo VI, documento crucial para nuestro tema. Ya en el sínodo, las Iglesias locales, sobretodo la africana y de Madagascar, habían tenido un gran protagonismo. Desde estas Iglesias locales se proponía superar la teología de adaptación en beneficio de una teología de la encarnación. El auge de estas Iglesias estaba enmarcado en un contexto de descolonización que no hay que olvidar. Se plantean así concepciones nuevas de “cultura” y la necesidad de asentarse sobre la antropología cultural para inculturar la fe. La complejidad de estos problemas llevó por primera vez en un sínodo a delegar la redacción final del mismo al papa. Este es el germen de la Evangelii Nuntiandi. En esta exhortación se plantea algo fundamental que da un paso más allá del concilio: la definición de la razón de ser de la Iglesia. Afirma que la razón de ser de la Iglesia es evangelizar, asumiendo que evangelizar no será sólo predicar o anunciar una doctrina, sino hacer presente a la persona de Jesucristo, testimoniándola con la propia vida. Se asume que la transformación de la realidad no es una pre-evangelización, sino que ya forma parte del proceso evangelizador y que la evangelización no debe estar dirigida sólo a las personas sino también a las culturas, pues si una cultura no es evangelizada difícilmente creará espacios para permitir que las personas sean creyentes. Esto supone descartar aspectos de las culturas que no son evangélicos, no siendo suficiente un cambio individual o conversión privada, sino también una conversión cultural.

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El papa Juan Pablo II será quien profundice en el concepto de inculturación a

través de sus muchas citas en sus documentos. La evangelización de la cultura sigue escondiendo una concepción de la verdad como algo poseído que se puede trasmitir. Inculturar el evangelio es asumir que hay que dialogar con otras culturas con las categorías de la fe que tenemos desde nuestro propio universo cultural. No hay otra manera. Pero eso no ha de significar la absolutización de nuestra forma de entender el evangelio. También nuestra visión del evangelio ha de estar sujeta a un análisis crítico para discernir lo nuclear e irrenunciable de las adherencias de la historia.

IV. LA NOVEDAD DE EVANGELIZAR EN UN MUNDO GLOBAL.

1. FE Y NUEVAS CULTURAS GLOBALIZADAS.

Existe una relación estructural entre fe y cultura. La fe es una disposición de personas concretas, enraizadas en una cultura concreta. La inculturación es un concepto velado, eclipsado históricamente en la teología. La fe se asentaba en una revelación que se consideraba por encima de toda cultura, aunque en realidad estaba y está aprisionada por la cultura occidental. Esta visión chocó con la modernidad y la ilustración dejando a la cristiandad en serios aprietos al ver erosionado su cimiento cultural. Con el Vaticano II y la constitución Dei verbum se termina reconociendo que la biblia no es sólo palabra de Dios sino también palabra humana. La fe es vista como respuesta a esta revelación “inculturada”, es decir, fe encarnada también en la cultura desde la que se relaciona con Dios. En este cambio de paradigma surgen varios problemas:

§ El problema de la helenización del cristianismo (suscitado por el protestantismo liberal de Harnak). El pensamiento moderno rompe con el objetivismo griego y con ello exige y ayuda a la Iglesia a liberarse de ese “estrecho traje”

§ El problema de la evolución del dogma: En este nuevo paradigma al que se enfrenta la fe, no se trata de crear nuevos dogmas sino más bien de reinterpretar los ya existentes, haciéndolos significativos en el marco de la cultura actual. En este sentido no habría que temer someter los dogmas a la misma hermenéutica que usamos para comprender mejor la mismísima Palabra de Dios que los funda.

§ El problema del pluralismo ad intra y ad extra: esto pone bajo presión el valor de la unidad, no sólo eclesial sino también de la unidad entre pueblos y culturas diferentes. Sólo bajo esta presión, y no huyendo de la misma, será posible una adecuada síntesis

Uno de los problemas actuales de la inculturación es el contexto acaecido tras la

agonía y muerte del viejo régimen del cristiandad. Algunos autores llegan a hablar incluso de la “exculturación” del cristianismo en el continente europeo. Creo que sin tener que llegar a este extremo, es cierto que la relevancia social del cristianismo actual en Europa es prácticamente nula. Es cierto que no es un fenómeno uniforme y que según regiones esta erosión puede ser mayor o menor. Pero aún así, salvo los contados y reducidos grupos cristianos que a modo de burbujas subsisten en la sociedad de forma más o menos activa, la realidad es que el cristianismo está siendo vaciado de su

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contenido y utilizado únicamente en los aspectos externos que a la cultura actual le interesa, algo propio de la globalización. Una mirada ingenua por parte del hombre religioso de hoy daría la impresión de que todavía quedan clavos ardientes a los que agarrarse. Mi impresión es que incluso esos clavos son espejismos y que, al menos socialmente, el cristianismo ha perdido la mayor parte de su contenido, habiendo quedado en el mejor de los casos, formas y apariencias estéticas, pero carentes de un soporte evangélico suficiente.

¿Es posible sobre estos rescoldos volver a encender el fuego del evangelio? Pienso que sí, pero sólo si somos capaces de hacer el oportuno duelo por un modelo cultural sin intentar momificarlo y, tras hacer una adecuada lectura de la realidad, ponernos a construir sobre las bases de las culturas actuales, globales, líquidas y fugaces, pero las únicas que tenemos. Quizá el mundo globalizado no nos permita cimentar sobre roca, pero tal vez aprendamos a no cimentar sobre arena, sino a caminar sobre ella hasta encontrar alguna tierra firme donde hacerlo. Lo alternativo a esto sería caer en la tentación de los fundamentalismos que buscan la religión como el detonador ideal para explosionar y así ofrecer un único modelo cultural viable como tabla segura, tratando de imponerlo a toda consta. Esto no sólo nos llevaría a caer en una permanente guerra de trincheras con el mundo, sino lo que sería peor, a sucumbir a los cantos de sirena de movimientos maximalistas o populistas de corte totalitario que surgen como respuesta ante una globalización que no es fácilmente digerible en todo su calado. El reto es inmenso y el miedo nuestro peor aliado.

La doctrina social de la Iglesia sitúa la globalización como uno de los tres desafíos que tiene la Iglesia actualmente: “La globalización tiene un significado más amplio y más profundo que el simplemente económico porque la historia se ha abierto a una nueva época, que atañe al destino de la humanidad”.10 Pero la globalización es también vista como una oportunidad de conectar la humanidad. No se trata sólo de una conexión económica, sino como el papa Juan Pablo II pedía, una “globalización de la solidaridad”. 11 Que la Iglesia tiene una responsabilidad grande en este mundo globalizado es algo que indirectamente señala la doctrina social de la Iglesia cuando pide que la extensión de la globalización debe estar acompañada de una toma de conciencia más madura, por parte de las organizaciones de la sociedad civil, de las nuevas tareas a las que están llamadas a nivel mundial. El objetivo es el respeto a los derechos del hombre y de los pueblos y la justa distribución de los recursos12. “La globalización no debe ser un nuevo tipo de colonialismo. Debe respetar la diversidad de las culturas que, en el ámbito de la armonía universal de los pueblos, constituyen las claves de interpretación de la vida”13. Al mismo tiempo hay que evitar no despojar a los pobres de sus creencias. En tiempo de globalización se debe subrayar con fuerza la solidaridad entre generaciones. “Que la mundialización no se lleve a cabo a expensas de los más débiles y necesitados”14. (DSI 367).

10 Doctrina social de la Iglesia 16. 11 Discurso en el encuentro jubilar con el mundo del trabajo. 1-5-2000. 2: L´obsservatore Romano, edición española, 5-5-2000. P6 12 Doctrina social de la Iglesia 366 13 Juan Pablo II. Discurso a la pontificia academia de ciencias sociales. 27-4-2001, 4: AAS93. 2001. 600 14 Doctrina social de la Iglesia 267

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2. IGLESIA CATÓLICA O GLOBALIZADORA. La Iglesia católica es una religión globalizada, no por estar extendida por todo el globo, sino por dos factores: unas culturas y una organización unitaria. Esto la hace fuerte y a la vez le genera cierto malestar en el interior de la misma (movimiento antiglobalización). Cuando nos referimos a globalización estamos hablando de un concepto ligado a una humanidad y que por primera vez en su historia funciona como un todo. En este caso, la Iglesia lleva tal vez muchos siglos globalizada sin saberlo. Pero ¿Es la Iglesia un agente globalizador?

El cristianismo nace en una cultura, la judía, que a la vez emanaba de la forma semítica de entender el mundo y a Dios, manifestada en diversas épocas y contextos en otras tantas culturas. El cristianismo emerge en la cultura judía de la Palestina del siglo I. Es imposible que se exprese sin cultura temporal. Es difícil que el evangelio naciera en una cultura ajena a la de sus destinatarios. Los primeros cristianos no tuvieron problema en ese sentido. El problema viene cuando el cristianismo traspasa las fronteras judías y empieza a ser predicado en otras culturas (Hec 1,8). Pablo es el primero en darse cuenta que no podía hablar a los gentiles como a sus paisanos judíos. Trató de hacerse uno más en las culturas a las que se dirigía, si bien el resultado no fue muy bueno15.

Harnak, gran teólogo protestante de comienzos del siglo XX señala la capacidad del cristianismo de expresarse en diversas culturas sin perder su identidad, lo que le permitió su relativo éxito frente a otras religiones más etnocéntricas. Pero en el cristianismo la cultura grecolatina comenzó a prevalecer frente a otras. Esto no dejó de producir conflictos con otras culturas, algunas de las cuales terminaron por descomponer la unidad. Por ejemplo, la Iglesia ortodoxa confió más en la comunión que en la organización unitaria, siendo más respetuosa con las Iglesias locales que la tradición romana. La Iglesia latina optó por una organización unitaria que garantizara la unidad a consta de la pérdida de autonomía de las Iglesias locales, sobretodo a partir de la reforma gregoriana del siglo XI.

En la historia eclesial se llegó a una especie de gobierno pentatárquico con Roma como garante de la unidad y con Constantinopla como segundo gran patriarcado junto con Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Las Iglesias orientales aceptaban la primacía de la Iglesia romana sin que Roma las gobernara. El año 1054 se produce la ruptura y la Iglesia católica quedaría identificada con el patriarcado de Roma.

La reforma gregoriana terminó de consolidar la autoridad de Roma mediante una centralización que la técnica ha ayudado a potenciar en la edad moderna, pues la lenta comunicación de los siglos anteriores facilitaba de alguna manera una autonomía de las Iglesias locales impensable hoy al tener comunicación directa y casi inmediata con el centro del catolicismo. De hecho, la Iglesia católica está globalizada, alcanzando un gran nivel de institucionalización, si bien regida por hombres mayores y con baja cualificación multidisciplinar. Es decir, es una organización fuerte pero con poca cintura. Esta organización unitaria que se ha desarrollado tanto, despierta el malestar en

15 Hec 17, 22-31; 1Cor 9, 20-22

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algunos sectores, sobretodo en Asia y en menor medida en Africa, donde el cristianismo se ve fácilmente como la religión del extranjero, prestigiosa, pero “occidental”.

Pablo Richard defiende que la Iglesia tiene que luchar entre la inculturación y la globalización16. Necesitamos una Iglesia católica, no globalizada. Dejar de cabalgar a lomos de la globalización colonialista y hacerlo desde la inculturación. No hay problemas doctrinales para ello, al contrario, el problema es que no se aplica la doctrina. Al Vaticano II le está costando mucho hacerse realidad en la Iglesia. Ni en la misma liturgia la Iglesia es intransigente y ofrece nuevos caminos de adaptación que lleven a la inculturación (Sacrosanctum Concilium 21 y 37). La norma debe ser el pluralismo y la excepción los elementos de institución divina. Todo debe ser inculturado, desde la teología hasta el derecho canónico. Lo mismo sucede con el centralismo. El mismo Pío XII dijo que el principio de subsidiariedad debe ser aplicado también a la vida de la Iglesia , sin perjuicio de su estructura jerárquica17.

El mundo actual está más cerca y a la vez más lejos. En Evangelii Nuntiandi 20 se nos recuerda la interdependencia entre evangelio y cultura. Partimos de la base de que el evangelio no tiene una única cultura con la que identificarse totalmente, sino que es susceptible de inspirar y habitar todas las culturas. Cuando el evangelio es obligado a identificarse con alguna cultura concreta, tiende a convertirse en un modelo rígido, lo cual contradice la esencia de toda cultura, que a modo de organismo vivo es dinámico y evoluciona al ritmo de la naturaleza, madurando con el devenir humano. La simple variedad geográfica del mundo y la psicología humana nos obliga a considerar la existencia de diferentes y variadas culturas con ritmos, situaciones y contextos diferentes. Identificar el evangelio con una especie de cultura dominante llevaría a no respetar ni a la naturaleza ni al lógico crecimiento madurativo humano. Por ello hay que discernir con profundidad lo que la globalización lleva consigo.

La inculturación se da en dos ámbitos culturales fundamentales: el urbano y el que podemos llamar “rural”, si bien algunos autores, desde otros ámbitos denominan “indígena”. El ámbito urbano conlleva la erosión de la socialización familiar, “tribal” y religiosa, así como un refuerzo de los ámbitos escolar, laboral y asociativo, todo ello amplificado por una técnica que ha multiplicado las relaciones virtuales generando cambios de enorme calado psicológico provocados por los medios de comunicación social y las redes sociales. Al ámbito rural o tribal sólo le queda resistir esta “invasión” y enfrentarse cara a cara a la dominación en la que puede caer la cultura globalizada. El abismo que ya denunciara Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi entre evangelio y cultura tal vez se haya agrandado todavía más con la enorme capacidad que la técnica ha procurado al mundo para facilitar los viajes y el transporte, conectando de forma inmediata a las personas independientemente de su lugar geográfico.

Una única cultura para el mundo no sería capaz de evangelizar todas las culturas. Usar la globalización como herramienta para imponer una supuesta cultura cristiana supondría no respetar la diversidad humana y volver de alguna manera al colonialismo. La inculturación en un mundo globalizado no ha de usar este contexto como nueva

16 Richard, P. “La Iglesia entre la inculturación y la globalización”. Utopías 5/49 1997. Pág 28 17 Pío XII. La elevantezza (20-2-1946) N 9. Doctrina pontificia. BAC, Madrid 1958, t2, pág 923

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estrategia para llegar antes, más rápido y mejor a todos los puntos del planeta sin preguntarse antes por su esencia, no vaya a ser que terminemos vendiendo el alma al diablo. Cuando abordamos de forma evangélica la globalización, no se trata de planificar una nueva estrategia, sino de comprender la dimensión teologal de la inculturación en un mundo globalizado como analogía del misterio de la encarnación. La civilización universalista ejerce una presión integracionista frente a una realidad que es diversa culturalmente. Pretender subirse a lomos de este tipo de globalización para llegar a todo el planeta podría derivar en una cruel complicidad con el rodillo que homogeniza y uniformiza todo lo que encuentra a su paso, sin respetar la riqueza multicolor del mundo ni su pluralidad cultural. Dios no se encarna en el hijo del emperador Augusto, ni tan siquiera en el poder de uno de sus generales para convertir la Pax romana en su Reino, sino que nace en un extremo de su imperio, en uno de sus pueblos menos significativos, y dentro del mismo, en la zona más pobre e insignificante. ¿No querrá decirnos esto algo?

La inculturación se basa en la analogía del misterio de la encarnación18. Esta relación análoga supone el respeto a la alteridad del otro, asumiéndolo sin perder la propia identidad y al mismo tiempo sin aniquilarlo. De esta forma, Dios, que se hace plenamente hombre sin perder su naturaleza divina y respetando la naturaleza humana, se convierte en modelo de una evangelización que sin perder su identidad esencial, se adentra en toda cultura hasta hacerse parte esencial de la misma, con el objetivo de transformarla desde dentro, según la voluntad de Dios, sin anular su identidad.

En la inculturación habrá que superar todos los obstáculos que impiden la comunicación, generando redes para unir las diferentes iglesias locales, evitando tanto su aislamiento como su disolución ante culturas con más peso. Se trata de hacer una inculturación que sea a la vez local y universal siguiendo la práctica de Jesús de Nazaret, porque seguirle supone asumir el mundo como lo hizo El, abrir la pequeña Iglesia local (el pequeño Nazaret) a un universalismo ancho y libre desde la vivencia profunda y equilibrada que sólo procura el alma de la aldea, la tierra concreta y no etérea donde encarnarse y hacerse. Es decir, se trata de buscar el difícil equilibrio entre lo global y lo local. La liberación no es un hecho aislado sino que surge de la interconexión de Iglesias locales (catolicidad). Pero ello no significa que en aras de esa liberación se renuncie a la propia identidad y se sacrifiquen los valores más radicales que se aprenden en lo local y que tal vez únicamente se pueden aprender allí. No olvidemos que la encarnación no es sólo la gestación y el nacimiento, sino también los largos años de crecimiento y maduración en silencio, ante Dios y ante los hombres. Ese tiempo de silencio y crecimiento es el cimiento de toda evangelización. Los tiempos de Dios no son los tiempos de los hombres. Los tiempos de la evangelización, tampoco son los tiempos de los hombres, pertenecen al tiempo de Dios.

Hoy día estamos asistiendo a un verdadero Kairós, a la confrontación de pueblos y culturas con un rico patrimonio religioso en un mundo post-moderno, individualista, secularista y pluralista. Hemos de aceptar que el factor religioso será uno más entre otros y aprender a trasmitir el evangelio en una sociedad compleja y estratificada a partir del espacio limitado de un subsistema. No cabe duda de la enorme dificultad de esta empresa. Hemos de aprender a confrontarnos con la razón instrumental de la ilustración y con las lógicas culturales dela periferia.

18 Constitución Lumen Gentium 8 y Exhortación Ad Gentes 10

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La homogeneización cultural en dirección hacia una aldea global no resuelve,

sino que acentúa todavía más, la cuestión de la inculturación. La sociedad tradicional y moderna representan el desafío y el kairós de la inculturación. Sólo ese kairós (que es también crisis) ayudará a las Iglesias a situarse ante el mundo. Pero el kairós exige también la kénosis. No debería haber cultura dominante; toda cultura debe convertirse. Por ello hay que buscar estructuras de diálogo y comunicación. El resultado no será una “macro-Iglesia” abstracta, sino la Iglesia comunión de Iglesias locales.

En la actualidad cada cultura en el mundo se debate entre la apertura a la globalidad y el repliegue a lo autóctono e identitario. El equilibrio no es fácil, pues se trataría de no caer en el peligro de la rendición ante una globalización aniquiladora de las tradiciones, porque las tradiciones nos han hecho ser lo que somos y al mismo tiempo tampoco caer en un fanatismo destructor, endogámico y autorreferencial que no ve más allá de lo propio, porque con ello se perdería todo horizonte de progreso y maduración.

3. LA NOVEDAD DE LA INCULTURACIÓN ANTE LA NOVEDAD DE UN MUNDO GLOBALIZADO.

Si la globalización es un elemento nuevo en la cultura, o al menos un elemento que ha llegado a alcanzar velocidad de vértigo en los últimos decenios, hemos de reconocer al mismo tiempo que la inculturación también es algo novedoso dentro de la Iglesia. Ahora bien, es novedoso no porque haya sido descubierto tras veinte siglos o porque sea una moda, sino porque ha estado siempre latente en la historia eclesial sin desaparecer, a pesar de haber sido eclipsado y olvidado. La novedad está en que sea algo útil en todas las circunstancias y momentos históricos, pues al estar basado en el misterio de la encarnación transciende tanto el tiempo como la historia. De esta manera, nos enfrentamos al reto de la evangelización de un mundo globalizado desde la eterna novedad de un mundo en el que descubrimos a Dios encarnado; un Dios encarnado en el Hijo, pero tras cuyas huellas descubrimos la permanente referencia al Padre y el incesante aliento del Espíritu. El misterio trinitario es así sujeto activo de la evangelización. La pluralidad de culturas no es más que un “sacramento” de la única pluralidad divina.

Las culturas son como espejos que reflejan rasgos diferentes de la misma luz. La globalización está tentada de colorear esos rayos con un único color. Evangelizar consistirá en transformar ese color homogeneizador en una vidriera multicolor armónica que recree la grandeza del sol que la atraviesa. La esencia de la fe y el evangelio implica el encuentro con otras culturas. La fe vivió demasiado tiempo en un contexto cultural lo suficientemente homogéneo como para no plantearse el problema de la inculturación. Pero en el siglo XVI todo cambia. Si la fe continua unida a una cultura, de tal manera que evangelizar suponga también la introducción de nuestras categorías occidentales, el fracaso de la misión en el siglo XXI estará garantizado, salvo que caigamos en los viejos métodos coloniales revestidos de nuevos disfraces globalizadores. Existe el peligro de que, aunque la fe sea cada vez más puesta en tela de juicio en occidente, en el fondo no cambiemos la mentalidad etnocéntrica.

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La antropología cultural del siglo XX fue la que comenzó a romper ese etnocentrismo. Se aprendió a diferenciar entre fe y cultura. El Vaticano II hablará primero de “aceptación” y luego de “adaptación. Surgió también el término “aculturación”, pero seguía sin resolverse el problema de la relación entre la fe y la cultura. El Sínodo de 1977 asumió el concepto “inculturación” que el Padre Arrupe describe maravillosamente en la definición citada más arriba.

Inculturación es un proceso dinámico, analógico al misterio de la encarnación.

La inculturación no está exenta de sacrificios, conflictos y dolor para alumbrar un mañana nuevo, guiados por el Espíritu santo. Esta originalidad creadora no es obra humana sino del Espíritu. Se trata de un nuevo pentecostés. Este mundo se asemeja cada vez más a lo que M. Luhan definió como la “aldea global”. Los encuentros acontecen sin poder ser forzados. Son los signos de los tiempos. No se trata por tanto de crear esos encuentros (en realidad es imposible), sino de favorecerlos con una cultura abierta y dialogante. La fe, llamada a ser algo universal, ha de ser sensible a esta realidad.

La dimensión global de la cultura consiste en las múltiples inculturaciones, experimentadas universalmente. No se trata de un rodillo para homogenizar culturas, sino de una especie de “meta-cultura” para poner en relación y expandir valores universales: “cultura del amor”, “cultura de la solidaridad”, “cultura de la paz”… etc. Se trata de forjar un horizonte pluricultural, integrador y democrático que plante cara a la cultura de masas o meta-cultura impuesta (no nacida desde las bases) para ser consumida. Este tipo de cultura de masas no sería fruto de la relación de un pueblo con la naturaleza que le rodea (si le queda algo de naturaleza en el hábitat urbano), ni de las relaciones entre ellos ni de su vinculación con el misterio de la vida, sino que sería suscitada desde fuera con el objetivo no de ser vivida, sino de ser consumida.

En el origen de la Iglesia existe un aprovechamiento del contexto cultural y una transformación, tanto de ese mismo contexto como de la cultura inicial en la que nace el evangelio. Está claro que la cultura que vio nacer el evangelio y la nuestra es diferente, lo cual no impide que la fe de los primeros cristianos y la nuestra sea la misma. Esto quiere decir que toda cultura es susceptible de ser habitada por el evangelio. Es más, incluso las culturas no evangelizadas pueden ser también portadoras del mismo como ya se encargaron de señalar los padres de la Iglesia cuando hablaban de la “pedagogía hacia el Dios verdadero”, de la “preparación evangélica” o de las “semillas del verbo”. Incluso el mismo san Pablo no tuvo reparos en alabar la religión de los griegos en Atenas para presentarles al Dios único que habitaba su corazón. Y si nos vamos más lejos, tampoco tuvo empacho Jesús de Nazaret para terminar reconociendo que en no pocos extranjeros, paganos y gentiles había más fe que en muchos hijos de Israel. La reflexión doctrinal de la Iglesia no es ajena a esta evidencia. Así, por ejemplo, en no pocos documentos doctrinales podemos encontrar la influencia de san Justino y sus “semillas del verbo” 19 o de Ireneo y su expresión “asumir para redimir”.20

Con Parménides podemos concluir diciendo que “lo uno es todo”. La

multiplicidad de culturas que conocemos se unifican y se diferencian a la vez. Se trata de llegar a una unidad en la diversidad; unidad en la fe y diversidad cultural. No hemos

19Ad Gentes 11, Lumen Gentium 17, Medellín (pastoral popular 5), Evangelii Nuntiandi 53 20 LG 13, GS 22, AG 3 y Puebla

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de caer en una unificación tiránica y abstracta incapaz de configurar cultura alguna sin romperla; pero tampoco hemos de caer en un particularismo concreto y autorreferencial que se cierra al mundo y se protege tanto que termina ahogándose a sí mismo. La globalización afecta a todos. Unas culturas estarán más homogenizadas, otras lucharán por su autonomía y otras incluso se aislarán para protegerse. También en esta atomización cultural hay que inculturarse. El reto de encontrar el equilibrio sigue siendo el desafío de la evangelización del siglo XXI.

4. UNA IGLESIA EN (LA LÍNEA DE) SALIDA. El cristianismo nace en torno a una cultura rural y artesana, pero se acomodó bien al mundo occidental. Ahora la secularización trata de relegar la fe a una especie de subcultura residual. La irrupción y conflicto que supone la secularización es algo irreversible. En la actualidad hemos de responder a los siguientes frentes:

Ø La ciencia (la historia crítica, la sociología, la sicología…) que exige la recuperación de grandes personajes olvidados, como Teilhard de Chardin.

Ø Las clases sociales descartadas: los marginados, los ancianos y enfermos, la juventud, los inmigrantes, los refugiados… que piden una mirada evangélica a la realidad que hay más allá de las sacristías.

Ø El mundo del arte y de la intelectualidad recuperando el diálogo desde la belleza que tan útil ha sido en otras épocas.

Ø La política y la economía, fomentando la doctrina social de la Iglesia. Ø La religiosidad popular, desde un trabajo de discernimiento y traducción de la

fe a un universo más sencillo. Ø El mundo de la familia tan desatendida en general por un mundo cada vez más

tecnificado y artificial que tiende a utilizar los grupos sociales de forma meramente utilitarista.

Es una exigencia de la fe inculturarse en las diversas dimensiones, tanto

individuales como sociales, para tener una existencia real y no quedarse en un mundo abstracto al margen de la realidad. El peligro como acabamos de ver es doble: que las Iglesias particulares se cierren sobre sí mismas pensando que la Iglesia universal no tiene nada que decir ni aportar a lo local, (Iglesia como comunión de sectas) o bien la imposición de la unidad desde el centralismo uniformando a todas las Iglesias locales (Iglesia secta global).

Una dificultad muy grande que enfrenta hoy la evangelización en un mundo globalizado es el lenguaje. En la inculturación de la fe el lenguaje ocupa uno de los aspectos más importantes, sino el que más, porque el lenguaje es la expresión de un universo cultural, de una forma de ver, entender y expresar la vida. La globalización tiende por un lado a unificar el lenguaje en torno a una lengua común que en la actualidad es el idioma inglés en todas sus variantes y acentos, pero por otro lado tiende también a empobrecer el lenguaje, tanto el propio como el global (inglés), erosionando a ambos. De esta manera, lo que se gana en capacidad de comunicar con el mundo entero, se pierde en calidad lingüística, lo cual representa, bajo mi punto de vista, un verdadero drama. El pensamiento no puede vivir sin lenguaje. Cuando ese lenguaje se reduce y empobrece, automáticamente los sentimientos quedan sin el sustento necesario, no sólo para ser expresados, sino también para ser percibidos. La rendición a la técnica, que tanto favorece la comunicación, podría ser paradójicamente el principio de la

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incomunicación y la soledad creciente, pues exige el altísimo precio de devaluar nuestras emociones, trivializar hasta los más hondos sentimientos y reducir todo lo que el corazón humano es capaz de sentir a meros símbolos ambiguos que en lugar de servir para unir corazones acrecientan cada vez más el abismo que los separa, generando más y más ansiedad por este drama despersonalizador. ¿No está esto a la base de muchos comportamientos juveniles? ¿Cómo inculturar la fe en este mundo líquido? ¿Qué lenguaje usaremos? ¿cómo lo haremos?

Otro problema más es el de la disolución cultural. El término inculturación surge como consecuencia del encuentro entre dos culturas diferentes bien definidas: la del misionero y la del misionado. Pero con la globalización, ambas culturas quedan de alguna manera homogeneizadas, sobretodo si son de ámbito urbano. A un misionero que procede de un hábitat urbano, cualquier ciudad grande de cualquier parte del mundo no le resultará ajena, sobretodo si se tratan de ciudades que imitan el mundo occidental. Esta aparente facilidad para entrar en otra cultura choca al mismo tiempo con una gran dificultad: la disolución de la propia cultura su atomización y la complejidad identitaria que ha sido inoculada por la globalización. Ya casi nadie se reconoce en su propio hábitat si se compara su vida cotidiana con la de hace a penas 20 años. Es más, ya nadie puede estar seguro dentro de su propia cultura, pues la globalización ha sembrado tal vértigo de cambios que no hay lugar para el relax, siempre hemos de estar en vigilancia y en constante adaptación a los cambios que vienen, en un mundo cada vez más tecnificado, que pretende hacernos la vida más fácil cuando en realidad nos está haciendo cada vez más dependientes y menos libres. Esto se complica enormemente cuando el destinatario de la evangelización son los jóvenes, pues poseen una enorme capacidad adaptativa a la novedad, pero las dificultades de lenguaje antes mencionada obstaculizan su diálogo con los padres, maestros y mayores, incapaces de entenderles y de trasmitirles el marco de referencia o las perchas donde puedan ordenar y colgar tanto conocimiento. Ya no se trata sólo de un problema de la misión ad gentes, es un problema que afecta a la trasmisión de la fe en el propio país, en la propia región y aún en el propio hogar. Con todo lo dicho hasta ahora es el momento de atreverse a bosquejar las líneas que puedan indicarnos, al menos, la orientación a seguir. A modo de conclusión ofrezco esta reflexión última teniendo en cuenta las metodologías con que la inculturación cuenta para desempeñar el difícil trabajo de la misión o evangelización. Sin descartar la necesidad de traducir constantemente el evangelio a las culturas con que nos encontremos (e incluso con la nuestra propia), creo que el método de la mera traducción no puede ser el central en la evangelización, no sólo porque de todos es conocido que traducir es de alguna manera “traicionar”, sino porque la fugacidad del lenguaje y la aparente homologación y confusión que introduce la globalización es tal, que rápidamente los sentidos mutan y se confunden. La metodología de “traducir” el evangelio de una cultura a otra es útil como modelo subsidiario y como actividad constante que nos obligue a estar alerta y a descubrir otras lenguas, otras expresiones que enriquecen el sentido original, pero no creo oportuno hacer descansar en él todo el peso de la inculturación. En este sentido, otra metodología como la semiótica puede ser de gran ayuda pues, como hemos dicho antes, el análisis del lenguaje es fundamental para saborear del todo a la Palabra que se hace carne.

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La metodología antropológica también nos puede ser sin duda de gran ayuda, tanto para bucear en nuestra propia cultura, como en la cultura original del evangelio y en la cultura de destino en la que pretendemos injertar el mensaje de la fe. Esta metodología supone bajo mi punto de vista un paso más hondo a la hora de cumplir correctamente con el proceso evangelizador, pues desplaza el protagonismo del misionero hacia el propio pueblo que acoge y hace germinar el mensaje desde sus propias categorías. La inculturación no sería por tanto obra de una única persona, sino de una comunidad a la que se la acompaña hasta una confrontación lo más directa posible con el mensaje original, sin traducción previa, tratando de que haya la menor contaminación posible por parte del agente evangelizador. Tiene la ventaja de la frescura, pero la desventaja de suponer que existe una cultura ya hecha y bien estructurada, cuando la globalización lo que hace no es ayudar precisamente a ordenar, sino más bien a desordenar y reconfigurar la cultura existente obligándola a vivir en una cierta desorientación e inestabilidad. La metodología antropológica debería también ser completada por alguna otra para que no exista descompensación y el mensaje no se diluya en el camino.

Una ayuda para solucionar este problema podría ser recurrir a la metodología

transcendental, pues supone que en lo más profundo de cada cultura laten los mismos interrogantes, deseos y las mismas experiencias humanas, existiendo un común denominador sobre el que poder trabajar. Es cierto que en un mundo globalizado las personas pueden estar desconcertadas y desorientadas, pero siguen siendo personas, seres humanos embarcados en una misma búsqueda, tratando de responder a los mismos interrogantes y suspirando por los mismos deseos. Con todo, descubrir el verdadero vínculo de unión no resultará tarea fácil, pues también la globalización juega con la subconsciencia humana inventando deseos universales para inocular luego respuestas universales, planteando interrogantes globales para luego ofrecer respuestas globales. El mundo de la publicidad que fomenta el consumismo es maestro en estas lides, siendo un gran “Goliat” con el que batirnos. En este sentido, sería recomendable solicitar la ayuda de la metodología liberadora que trata de despertar conciencias introduciendo valores universales que, creo, todavía son capaces hoy de hacer caer a muchos “pablos”. En realidad, una inculturación que no sea liberadora no sería verdadera inculturación. Por ello, junto con la búsqueda de lo que pueda haber de sano vínculo de fe, esperanza y amor en cada ser humano, también habría que abrir los ojos, propios y ajenos, para que la realidad “real” y no la virtual nos despierte y la compasión y la misericordia nos unan en el proyecto común del Reino.

Con todo, y teniendo en cuenta que todas las metodologías anteriores son válidas

y útiles en mayor o menor medida, considero que la metodología dialéctica, bidireccional o multidireccional podría ser considerada el eje sobre el que gire la inculturación en un mundo globalizado como el actual, porque las relaciones entre las culturas son bidireccionales o multidireccionales. Tenemos que ser conscientes de que el cristianismo formulado en categorías occidentales, cuando llega a otra cultura, no sólo la enriquece con una buena traducción del evangelio usando la semiótica, sino también con el florecimiento de un evangelio “diferente” al occidental en las formas pero no en lo esencial que es lo importante.

Lo que estoy proponiendo con este uso de las metodologías de la inculturación

es la necesidad de aprender a trabajar en red, no como poseedores del evangelio que queremos inculturar, sino como sujetos poseídos por ese evangelio, que transciende

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todo tiempo y toda cultura (incluida sobretodo la occidental) para compartirla con el resto de la humanidad. El protagonista de la inculturación no sería así ni el misionero ni el misionado, ni un pueblo que evangeliza ni otro que es evangelizado. El protagonista sería el Espíritu santo en cuanto vínculo de unión eterno entre todos los hombres y culturas. Unas culturas desarrollarán una religiosidad más racional y doctrinal y otras (tal vez consideradas paganas) lo desarrollarán desde la praxis y la vivencia de sus valores. Habrá culturas que acentúen lo místico y otras que incidan sobre lo profético… ninguna de ellas agotará el Misterio. Lo que más se asemejaría sería la interconexión entre todas, cada una desde su identidad, respetando la unicidad propia y la alteridad del otro, pero sin renunciar a la búsqueda de la verdad en el amor.

Que la Palabra se hiciera carne y habitara entre nosotros quiere decir que donde

hay palabra y donde hay diálogo allí está condensada esa Palabra, esperando ser convocada para poder recibirla y acogerla. Esto supone la promoción de una pastoral más comunitaria, el trabajo en equipo, el refuerzo de los consejos pastorales y de los organismos de colaboración parroquial. A nivel diocesano supondrá subrayar los programas conjuntos en los arciprestazgos y zonas, la inclusión en dichos programas del ecumenismo y del diálogo interreligioso, así como de una pastoral más decidida hacia los descartados, en todas sus versiones. Una globalización “apisonadora” sólo se combate con una comunión que allane caminos y tienda puentes con astucia, evitando construir muros para provocar el choque. Subirnos a lomos de la globalización aprovechando sus muchas ventajas pero sin dejar que nos condicione el camino. De alguna manera, “domesticar” la globalización con las bridas de la inculturación.

Inculturar, evangelizar en tiempos de globalización no es tarea fácil, sobretodo por lo novedoso de esta situación jamás acontecida en la historia de la humanidad. Quizá tardemos siglos en adaptarnos a ella, pero recordemos que nuestro objetivo a pequeña escala no es adaptarnos para sobrevivir y salir del paso, sino inculturarnos. Nadie se incultura en algo tan abstracto como la globalización, pero sí podemos hacerlo, o al menos intentarlo, en las culturas a las que afecta, con una mentalidad abierta, buscando siempre establecer vínculos y redes, evitando poner barreras de entrada y sin olvidar jamás a los que puedan quedarse a las puertas o en los márgenes del camino, porque ellos serán la garantía de que nuestra inculturación es auténtica. El papa Francisco ha abierto camino en este sentido. La globalización nos ha traído por primera vez un papa de las periferias. Que ese mismo viento del Espíritu nos dé el pistoletazo de salida. Ahora nos toca a nosotros salir, dar el primer paso.

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