La inteligencia y sus pasiones - Amoralasabiduria · pasiones, así como “las inclinaciones”,...

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1 La inteligencia y sus pasiones Peripecias históricas y conceptuales en torno a la inteligencia. Nigel Manchini 2018 Librillo de uso interno de los cursos de Filosofía en C.E.S. Núcleos temáticos: Psicología, Filosofía de la Ciencia. 2° año de Bachillerato

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La inteligencia y sus

pasiones

Peripecias históricas y conceptuales en

torno a la inteligencia.

Nigel Manchini

2018

Librillo de uso interno de los cursos de Filosofía en C.E.S.

Núcleos temáticos: Psicología, Filosofía de la Ciencia. 2° año de Bachillerato

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Advertencias previas

Sobre este material

Considero que es siempre es interesante intentar comunicar las mismas ideas hablando y

escribiendo. Esa es la función de este texto: ser una expresión escrita de un cierto número de

conceptos que luego serán trabajados oralmente en el aula.

El origen y el estilo

Este material no fue elaborado originalmente para ser trabajado por estudiantes de

Educación Secundaria. La investigación en la historia del concepto de Inteligencia Emocional

fue realizada en el contexto de la maestría en Neuropsicología y Educación, y formó parte del

Trabajo Final entregado en 2018. Se trata de un trabajo académico, y, por eso, el lenguaje es

impersonal y, muchas veces, poco atractivo.

Espero que el hecho de compartir el trabajo de aula me dé la oportunidad de expresar de

manera más viva lo que en este texto se expresa de manera excesivamente académica. Por

otro lado, la escritura académica da la posibilidad de expresar de manera clara y precisa

conceptos que pueden ser complejos. Espero que los beneficios de este tipo de escritura

superen a las dificultades que ofrece.

Las referencias

Las referencias son fundamentales en este texto, ya que es un gran resumen personal de

muchos otros textos. Las referencias están hechas según las normas APA. Cuando encuentres

que hay un apellido y un año entre paréntesis (Apellido, 2018), eso significa que la idea que

acabás de leer fue tomada de la persona con ese apellido. El año es el año de la publicación

del texto donde está esa idea; no siempre es el año en que se escribió, sino que a veces se

trata de ediciones más nuevas. Cuando encuentres “et al.” al lado del apellido (por ejemplo:

Mayer et al. 2016), significa que la persona del apellido es el autor principal, pero que trabajó

con otras personas. Et al. es una abreviatura de la expresión en latín et alii, que significa “y

otros”.

Cuando querés saber de qué texto se tomó la idea, vas al final del librillo, donde dice

Referencias y te fijás el apellido del autor y el año.

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Introducción

En varios contextos es cada vez más normal oír hablar de Inteligencia Emocional. Según se

escucha y lee, la Inteligencia Emocional (IE) no sólo permite ser exitoso en la escuela y el

trabajo, sino que también es una herramienta fundamental para alcanzar el objetivo más

ambicioso que los humanos perseguimos: la felicidad.

Pero, ¿Puede concebirse que nuestra relación con nosotros mismos sea más o menos

inteligente? ¿Es posible utilizar el término “Inteligencia” para referirse al procesamiento de

este tipo de información? ¿Es posible enfocar esta cuestión científica o filosóficamente, o se

trata de un nuevo término de la “psicología popular”? ¿Cuán real es la relación entre la IE, el

rendimiento académico y la satisfacción vital?

Se trata de preguntas tan importantes como inabarcables. El objetivo de este trabajo no es

agotar la cuestión, sino aportar insumos para acercarse a estos conceptos y problemas desde

una perspectiva académica y no desde algunas de las varias perspectivas simplificadoras que

circulan en distintos medios de comunicación. Particularmente, se hará énfasis en el aspecto

intrapersonal de la IE, por ser quizás el aspecto menos divulgado.

El concepto de Inteligencia y su historia

La conceptualización sobre la inteligencia es problemática y compleja, con distintos enfoques

teóricos dentro de la psicología, biología, filosofía y ciencias de la computación (Youseflam,

Hayadeh y Touraj, 2016). En ese sentido, el estudio de la inteligencia aún hoy semeja

encontrarse en la etapa donde las distintas escuelas científicas compiten entre sí para que su

visión sea la prevaleciente (Kuhn, 2013). En este contexto es fundamental conocer la historia

del concepto “Inteligencia” para delimitar en qué sentido lo emocional y lo personal puede

entenderse como inteligente. Quizás al conocer algunas partes de la historia de la

conceptualización sobre la inteligencia y aclarar algunos términos, la discusión sobre la

Inteligencia Emocional pueda ser más enriquecedora, evitando la confusión y las discusiones

de palabras.

Gardner (1994) divide la historia general de los esfuerzos por conceptualizar la inteligencia

en varias etapas. En primer lugar, las teorías legas: ya hay conceptos implícitos en aquellas

palabras del lenguaje común que refieren a la inteligencia (“tonto”, “brillante”, etc.). Hay

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autores que consideran a la tradición filosófica en esta etapa (Trujillo y Rivas, 2005).

Posteriormente sucedería el enfoque psicométrico común, donde se empieza a buscar una

definición científica de “inteligencia” y métodos para medirla: las primeras medidas de

Galton, los trabajos de Binet, de Terman y el enfoque del factor g de Spearman. A su vez, ese

enfoque general se verá pluralizado por autores como Thurstone y Guilford, mientras que

otros, como Cattell, propondrán que existe una jerarquía entre los factores que conforman la

Inteligencia: se trata de la etapa de la pluralización y la jerarquización (Gardner, 1994;

Trujillo y Rivas, 2005; Pérez y Medrano, 2013). Los aportes de Vygotski (2003) y Sternberg

(1997), entre otros, llevarían a considerar la importancia de la contextualización de la

inteligencia.

Gardner identifica también una tendencia a considerar que la inteligencia se encuentra

distribuida, puesto que no parece estar “contenida en la propia cabeza” sino incluir también

a las herramientas, la memoria documental y la red social a la que podemos recurrir. En

nuestro siglo hemos visto también la consolidación de una tendencia de fines de siglo pasado

a considerar los aspectos afectivos y emocionales de los procesos inteligentes, así como el

procesamiento de la información emocional.

En este trabajo se dará un panorama general de algunos momentos en esa historia de la

conceptualización sobre la Inteligencia que hoy permiten tener, en cierta medida, una

concepción científica de Inteligencia Emocional e Intrapersonal, pero también utilizando

este enfoque para explicitar algunas críticas posibles a estos conceptos.

En la segunda parte se desarrollará el Modelo de Habilidad de Inteligencia Emocional.

Igualmente, se señalarán algunos estudios que buscan correlaciones encontradas entre IE y

dos variables importantes: satisfacción con la vida y rendimiento académico. Finalmente, se

realizará una breve reseña de algunos de los conocimientos que se poseen acerca de la

emoción como fenómeno neurobiológico.

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Parte 1: fragmentos de la historia que hace

posible hablar de Inteligencia Emocional

1. Etimología y nociones antiguas de Inteligencia.

2. Planteos científicos sobre la inteligencia y su medida: de Galton a Weschler.

3. La definición de Robert Sternberg y su relación con las IM y la IE.

4. Gardner y las Inteligencias Personales

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1. Etimología y nociones antiguas de

Inteligencia.

La palabra “Inteligencia” tiene su origen en la palabra latina Intellegentia –ae. Esta, a su vez,

traduce al griego noûs, una polisémica palabra que podría traducirse como: ver, observar,

percibir, pensar, reflexionar, comprender, entender, saber, considerar, meditar, proyectar

(Martín, 2007), y, en un sentido posterior, por intuir o inteligir. Por ejemplo, para Aristóteles

el noûs forma parte del alma racional, siendo una facultad mental cuya objetivo es el

conocimiento de lo inteligible (Seggiaro, 2014). El uso filosófico de la palabra comienza con

Anaxágoras, quien entiende noûs como la Inteligencia ordenadora del universo (Kirk y

Raven, 2008; Martín, 2007). Posteriormente el término será central en la filosofía platónica

y aristotélica: permitirá captar en una intuición racional las Ideas o Formas Puras en Platón,

y los primeros principios lógicos de los que emana toda ciencia en Aristóteles (Eggers Lan,

2000; Martín 2007). Estas dos concepciones filosóficas tendrán una profunda influencia

sobre el modo de concebir la inteligencia en el pensamiento helenístico y medieval (Martín,

2007).

En el siglo II a.C. habría sido Marco Tulio Cicerón quién tradujo noûs por Intellegentia. El

término se forma por Intus (dentro, entre) y Lego-Legis-Legere (recoger, pero también,

leer). “Inteligencia” apuntaría etimológicamente a un “leer dentro” o “recoger en el interior”,

o, en otro sentido, podría asociarse a lo que aún hoy llamamos “leer entre líneas” (Martín,

2007; Robles-Gil et al. 2011).

En este trabajo no se desarrollará la historia filosófica del concepto Inteligencia. Sin

embargo, vale decir que la significación del término fue muy amplia, incluyéndose muchos

procesos intuitivos que van más allá de procesos racionales, algorítmicos o computacionales.

El libro sobre Inteligencia Emocional que popularizó el concepto (Goleman, 1996) comienza

con una cita de Aristóteles, y el desafío de ser emocionalmente inteligentes es llamado “El

desafío de Aristóteles”. Sin embargo, no siempre se señala con claridad que más allá de ese

“desafío”, algunas ideas del filósofo estagirita podrían considerarse como los más antiguos

antecedentes de la IE (Fernández Berrocal y Extremera, 2010).

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Las virtudes del carácter y las virtudes del intelecto.

En su Ética a Nicómaco (2014), el filósofo se pregunta cuál es el objetivo de las acciones

humanas, el bien supremo o último al que tienden. Es la felicidad, entendida como una

“cierta actividad del alma acorde a la virtud” (Aristóteles, 2014, 1098a; Guariglia y Vidiella,

2011; Hernández, 2009). La de Aristóteles es una ética de las virtudes: la felicidad tendrá que

ver con alcanzar un desarrollo pleno de nuestras capacidades, con explotar mediante la

costumbre y la práctica nuestras virtudes para que no queden “dormidas o inactivas”. Sin

embargo, al igual que para varios teóricos de la mente humana, Aristóteles considera que el

alma humana no es algo unitario sino que se pueden realizar divisiones en ella.

El filósofo encuentra que una parte del alma es racional y la otra irracional (Aristóteles, 2014,

1102b). Una parte tiene la razón, y la otra –la parte apetitiva y desiderativa- participa de la

razón en cuanto es capaz de ser guiada por ella. Esa capacidad es indicada por la existencia

de amenazas, exhortaciones y reprensiones (Aristóteles, 2014, 1103a). Así, el filósofo se

aparta de la línea intelectualista socrático-platónica de interpretar la virtud (Guariglia y

Vidiella, 2011), puesto que a esta división del alma le corresponderá una división de las

virtudes: unas serán dianoéticas o intelectuales y las otras éticas o del carácter. Lo que hoy se

mediría con una prueba de CI se interpreta aquí como un conjunto de virtudes intelectuales;

pero además, no alcanza con esas virtudes intelectuales para lograr una buena vida, sino que

es necesario cultivar también virtudes del carácter. En palabras más contemporáneas, parece

que Aristóteles acordaría en que no alcanza con tener un alto CI y éxito en la escuela para

garantizar el éxito en la vida (Gardner, 1994).

Las virtudes éticas son aquellas virtudes que atañen al alma irracional, específicamente al

alma sensitiva. No son ni naturales ni contrarias a la naturaleza, sino que se las recibe por

“aptitud natural” y se las perfecciona mediante la costumbre (Aristóteles, 2014, 1103b;

Guariglia y Vidiella, 2011). Aristóteles distingue entre las virtudes éticas y las pasiones (lo

que hoy llamaríamos emociones), puesto que las pasiones se dan sin elección; son algo que

nos pasa, somos pasivos (Fernández, 2009), mientras que la virtud se manifiesta siempre en

acciones (Aristóteles, 2014, 1098a). La virtud ética no se trata tanto de qué es lo que se siente

o desea, sino de cómo el sujeto domina o se deja dominar por ese aspecto de la vida

(Guariglia y Vidiella, 2011). Las pasiones, si no son guiadas, carecerán de orden y finalidad,

entorpeciendo el desarrollo particular y social hacia la excelencia (Guisán, 2002); las

pasiones, así como “las inclinaciones”, nos llevan a tomar decisiones con la parte “más baja”

de nuestra naturaleza. Similarmente, con un vocabulario empresarial, Goleman (1996) dirá

que la IE se trata, sobre todo, de la gestión de las emociones, y del control de las zonas más

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primitivas del cerebro por circuitos evolutivamente más desarrollados. De todas maneras

cabe recordar que Aristóteles no sugiere que se debe eliminar la emoción: las emociones son

fundamentales, pero deben ser educadas “para poder alegrarnos y dolernos como es

debido” (Aristóteles, 2014, 1104b; sobre la influencia platónica en estos pensamientos:

Guisán, 2002).

Cabe señalar que la ética de las virtudes no es algo que haya sido investigado sólo en la

antigüedad: hoy en día resulta un punto de vista teórico interesante no sólo en filosofía

(MacIntyre, 2001; Hoyos, 2007) sino también en psicología y psicoterapia (Richardson,

2012). Pero a su vez, la investigación en las virtudes éticas no se reduce al campo teórico.

Ejemplos de virtudes éticas son la moderación, la justicia, la continencia, la valentía, el buen

humor. Muchas de estas virtudes son actualmente estudiadas por investigadores de la IE y la

psicología positiva. Por ejemplo, los trabajos de Duckworth y Seligman (2005) o los clásicos

experimentos de Mischel sobre el autocontrol (1989) podrían interpretarse como

investigaciones sobre lo que Aristóteles llamó “Continencia”.

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2. Planteos científicos sobre la inteligencia y su

medida: de Galton a Weschler.

Cuando Gardner plantea su teoría de la IM, lo hace en contra de una concepción de la

inteligencia que estaría sesgada y ligada a la tradición cultural occidental: en sus propias

palabras: “los tests en general, y las pruebas de inteligencia en particular, son instrumentos

intrínsecamente conservadores que están al servicio del sistema” (Gardner, 1999; citado en

Martín, 2007, 450). Desde una tradición de pensamiento muy distinta, M. Foucault (2010)

analiza las posturas eugenésicas y a la psicometría como parte de un nuevo tipo de ejercicio

del poder, la Biopolítica.

Teniendo presentes afirmaciones de este tipo, cabe observar que la historia de la medición de

la inteligencia se encuentra ligada a la eugenesia, principalmente en los primeros teóricos de

la inteligencia y su medición como F. Galton y L. Terman (Molero et al. 1998; Trujillo y

Rivas, 2005; Sastre-Riba; 2008). Quizás sea esta historia la que explique el sesgo ideológico

contra la tradición psicométrica que Larivée (2010) le imputa a Gardner.

Francis Galton.

En la bibliografía es normal que se comience la historia científica del concepto “Inteligencia”

en los finales del S. XIX y comienzos del XX, con Francis Galton, a quien se considera como

el fundador de la psicometría, así como un pionero de la estadística, la eugenesia, y del

estudio de las altas capacidades intelectuales.

Este autor estuvo muy influido por su primo, Charles Darwin, tomando su teoría como

fundamento para sus planteos eugenésicos (Mababu, 2009), aunque es interesante matizar

esta afirmación teniendo en cuenta que la mayor influencia vendría del movimiento llamado

darwinismo social (Martín, 2007). Es cuestionable que deba considerarse a Galton como el

fundador de la investigación sobre la inteligencia, puesto que la operacionalización del

concepto puede retrotraerse a H. Spencer (Martín, 2007), pero hay bastante acuerdo en

considerarlo el primero en buscar cuantificarla (Molero et al. 1998; Trujillo y Rivas, 2005;

Martín, 2007). En sus investigaciones, cuya población se estima en unos 17.000 sujetos,

habría evaluado variables como la percepción sensorial, el tiempo de reacción, la sensibilidad

auditiva, entre otras. Para él, se podría cuantificar la inteligencia a partir de la recepción

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sensorial, pues esta es la puerta de entrada al cerebro de la información y “cuanto más

capaces de percibir las diferencias son los sentidos, mayor es el campo en que nuestro juicio

e inteligencia pueden actuar” (Galton, 1883/1988, p. 106, citado en Martín, 2007, 203).

Alfred Binet

Como se observa, abandonando las concepciones abiertas de los antiguos, arribamos a un

concepto científico de inteligencia muy reducido. Ya Binet notará que hay que buscar la

inteligencia en procesos más complejos, puesto que las variables medidas por Galton no se

relacionaban mucho con el éxito escolar. Afirma que somos un conjunto de tendencias y la

resultante de todas ellas es la que se expresa en nuestros actos (citado en Molero et al.,

1998). En 1905, bajo el encargo del gobierno francés, crea el test Binet-Simón (junto con su

colaborador T. Simón), cuyo objetivo era diferenciar los niños con retrasos que debían recibir

educación especial (Molero et al., 1998), por lo cual se lo podría considerar un test de falta de

inteligencia (Mora y Martín, 2007). Dicha escala fue revisada posteriormente. A diferencia

de la evaluación de Galton, la de Binet se centraba más en los productos de la inteligencia

que en sus elementos básicos (Mora y Martín, 2007).

Lewis Terman y Charles Spearman

La popularización mundial del Test de Inteligencia Binet-Simón se debe probablemente a la

adaptación del psicólogo y eugenista norteamericano Lewis Terman en 1916, conocida como

el test Stanford-Binet (Molero et al. 1998). Esta evaluación se ha adaptado y reeditado en

múltiples ocasiones, siendo la última de 2003 (Mora y Martín, 2007). La concepción de

inteligencia presente en Terman, compartida con C. Spearman, es llamada la concepción

monolítica o monista (Molero et al., 1998; Sastre-Riba, 2008) de la inteligencia. Defendía la

existencia de un único factor general, “factor g”, que predeciría la performance de los sujetos

en todas las pruebas realizadas (Molero et al. 1998; Weschler, 1944); dicha corriente

considera también la existencia de factores especiales -“factor s” de Spearman- que tienen un

determinada jerarquía y por eso se llama a este modelo “de Jerarquización” (Gardner, 1994;

Trujillo y Rivas, 2005). Si bien los test miden distintos elementos “los tests ofrecen un tipo

de imagen por composición de la aptitud mental general del sujeto.” (Terman, 1919, p. 3,

citado en Martín, 2007, p.215).

Cabe destacar que si bien hoy en día -especialmente en el ámbito educativo- hay una

tendencia a considerar la inteligencia como algo múltiple, la discusión sobre el factor g no es

para nada una discusión cerrada (García-Molina, Tirapu-Ustárroz, Luna-Lario, Ibáñez,

Duque, 2010).

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En el famoso simposio sobre “la inteligencia y su medida” de 1921, Terman define

inteligencia como “la capacidad de pasar a un pensamiento abstracto” (Terman, 1921,

citado en Molero et al.).

David Weschler

Quizás una de las concepciones más influyente hoy en día sea la de David Weschler; tal vez

no es tan frecuente leer su teoría, pero sus escalas de inteligencia (WISC, WAIS, WPPSI) son

las más utilizadas en el ámbito clínico (Martín, 2012). Además, su definición es tomada por

Mayer y Salovey al definir la inteligencia emocional como un tipo de inteligencia (Mayer y

Salovey, 1990). Para este autor “la inteligencia es una capacidad global que tienen los

individuos para actuar de manera intencionada, pensar racionalmente y adaptarse al

medio.” (Weschler, 1944, 3; sigo la traducción del inglés de Martín, 2012). Cabe señalar que

en el original en inglés se menciona que es la capacidad agregada (aggregate) o global,

puesto que está compuesta por habilidades que si bien no son enteramente independientes,

son cualitativamente diferenciables (Weschler, 1944, 3, traducción propia).

La inteligencia no es la suma simple de esas habilidades, sino que su configuración es muy

relevante. Además, no se trata solamente de esas habilidades, sino que elementos como la

intención y la motivación son influyentes en el comportamiento inteligente; por último,

Weschler considera que las conductas inteligentes necesitan de varias de estas habilidades y

un exceso de alguna de ellas puede aportar poco a la conducta como un todo (Weschler,

1944). Como señala, cada lector podrá recordar alguna persona con un desempeño muy

alto en un campo en particular, pero que podría, sin vacilaciones, caracterizar como de

una inteligencia, en general, inferior al promedio (Weschler, 1944, p.4, traducción propia).

Si bien es frecuente criticar a Weschler (Gardner dice “el temible estudioso de la inteligencia

David Weschler”), cabe señalar que el psicólogo establece una diferencia entre la inteligencia

y su medida, basada en “los efectos de la inteligencia” o los “productos mentales” (el

problema de la inteligencia y sus productos es mencionado por Lanz, 2000, como uno de los

problemas centrales a la hora de tener un acuerdo sobre la definición de inteligencia). En

analogía con la electricidad, dice que la inteligencia puede considerarse como un tipo de

energía; no sabemos qué es ese tipo de energía, pero sabemos las cosas que hace, “o mejor,

las cosas que nos permite hacer” (Weschler, 1944, p.4, traducción propia). Además,

Weschler referencia los trabajos de Thorndike donde se diferencian entre una inteligencia

abstracta, una inteligencia práctica y una inteligencia social, comentando también que la

diferencia entre función (memoria) y contenido (memoria auditiva, verbal, visual) le parece

plenamente justificada (Weschler, 1944).

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Sin embargo, encuentra el dilema de que si bien se ve cierta especificidad, los individuos que

tienen un desempeño alto en ciertas tareas de test de inteligencia también suelen tener un

desempeño alto en otras tareas. Según Weschler, el dilema se resuelve con la distinción de

Spearman entre un factor G y un factor S (Weschler, 1944; Trujillo y Rivas, 2005; Molero et

al. 1998). En palabras de Weschler: sin la idea de un factor general, “la psicometría pierde su

apoyo básico” (Weschler, 1944, p.8).

Otros autores relevantes

Por motivos de extensión no se profundizará más en la historia del concepto Inteligencia.

Pero cabe señalar la importancia de algunos autores ampliamente mencionados en la

bibliografía. En primer lugar, es relevante tener presente a Cattell, con su distinción entre

inteligencia fluida e inteligencia cristalizada. También son muy relevantes los aportes de

Thorndike, con sus distinción entre tres “contenidos” de la inteligencia (Weschler, 1944). Por

otro lado también es importante tener presente los aportes de Thurstone, que ya en 1935

desarrolla un modelo de aptitudes primarias independientes, y los de Guilford, en cuyo

modelo 5 operaciones, 5 contenidos y 6 productos se combinan para generar 150 factores

distintos que ayudan a comprender la inteligencia (véase Gardner, 1994; Martín, 2007;

Molero et al. 1998; Pérez y Medrano, 2013; Trujillo y Rivas, 2005).

Es interesante ver que antes de que la teoría de las IM fuera “seleccionada” por la comunidad

educativa como teoría alternativa a la concepción “monista” del CI, muchas otras teorías

tuvieron “mutaciones” que tendían a eso que Gardner llamó la pluralización y la

jerarquización (por la visión de las teorías en términos de selección de mutaciones, véase

Popper y Eccles 1980; Popper, 2008; Dawkins, 2014).

A continuación se realiza una breve reseña sobre tres planteos que son -en mayor o menor

medida- rupturistas con esta tradición: las IM de Gardner, la IE de Salovey y Mayer y el

concepto de inteligencia contextualizado de Sternberg. Antes vale señalar la importancia de

la tradición psicométrica antes desarrollada: la importancia que adquiere la noción de IE se

debe no solo a sus nuevos conceptos, sino también a que se inscribe en una tradición

psicológica marcada por el rigor científico; quizás solo después de haber reducido al máximo

la conceptualización de inteligencia –a los procesos sensoriales, como Galton- se puede ir

ampliando, poco a poco, hasta llegar a una concepción más general pero sin perder el rigor.

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3. La definición de Robert Sternberg y su

relación con las IM y la IE.

La definición de Weschler toma como característica de la inteligencia que es una capacidad

para adaptarse al medio. Igualmente, encontramos este elemento en la definición de

Donald Hebb: el potencial de un organismo animal para aprender y adaptarse a su ambiente

(Pérez y Medrano, 2013). Esto tiene una relación con la influencia que tuvo el darwinismo en

la psicología científica desde su nacimiento (Mababu, R. 2009; Martín, 2007), pero también

con una intuición de sentido común: la inteligencia ha de implicar algún tipo de éxito en

nuestro ambiente. En la clasificación realizada por Gardner (1994) y en la realizada por

Trujillo y Rivas (2005), Robert Sternberg aparece como el principal representante del

enfoque contextualizado de la inteligencia. Son muchas las aportaciones de Sternberg al

campo de la psicología de la inteligencia; este trabajo se centrará en el concepto de

inteligencia tal cual es desarrollado en Sternberg (1997).

El autor referencia los principales elementos que fueron considerados elementales en las

variadas definiciones del Simposio de 1921, y en el de 1986 -organizado por Sternberg y

Detterman- (Sternberg, 1997), sobre “La inteligencia y su medida”. En 1921, estos son: a)

habilidades de alto nivel, b) habilidad para aprender, c) adaptación para cumplir

efectivamente con las demandas del ambiente. En 1986: a) habilidades de alto nivel, b)

aquello valorado por la cultura, c) procesos ejecutivos (Sternberg, 1997; traducción propia).

En ambos simposios la adaptación al contexto aparece como central; sin embargo, como

señala Sternberg, lo propio de la inteligencia humana no es sólo adaptarse al ambiente sino

también modificarlo y, algunas veces, elegir un nuevo ambiente.

En base a estas reflexiones la definición de Sternberg es: “La inteligencia comprende las

habilidades mentales necesarias para adaptarse a, así como la modificación o selección de,

cualquier contexto (environmental context)” (Sternberg, 1997, traducción propia). Otra

conceptualización, de 1985 (Berg y Sternberg, 1985, en Pérez y Medrano, 2013), permite

entender “habilidades mentales” sobre todo como habilidades mentales superiores:

resolución de problemas, razonamiento y toma de decisiones. Cabe también mencionar que

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para modificar o elegir un nuevo ambiente, el sujeto ha de adaptarse mínimamente al

ambiente en el que se encuentra.

Es importante tener presente el énfasis dado por Sternberg: no se trata de las habilidades

útiles para adaptarse, sino necesarias; a su vez no es a algún contexto, sino a cualquier

contexto. En ese sentido, esta definición dejaría fuera de la categoría de Inteligencia a las

habilidades musicales o kinestésico-corporales que Gardner entiende como Inteligencias.

La inteligencia es asociada por Sternberg con las más comunes concepciones acerca de la

verdad: Correspondencia y coherencia (Russell, 1973; Bayarres, 2007). “En todos los puntos

de la vida” la inteligencia sirve al menos para dos funciones principales: a) correspondencia

externa y b) coherencia interna. Por correspondencia externa se refiere a que nuestras

creencias sobre los fenómenos sean verídicas, que comprendan los fenómenos; la coherencia

interna refiere a que nuestras creencias sean consistentes entre sí, que no exista

contradicción entre ellas. Se podría considerar que una persona inteligente será aquella que

logre una mayor correspondencia y coherencia (Sternberg, 1997).

Sternberg realiza una distinción conceptual entre tres “formas de inteligencia”: la

inteligencia propiamente dicha, el comportamiento inteligente y la inteligencia medida

(compárese con Weschler, 1944). Con la primera distinción podemos resolver el problema de

que ciertos comportamientos que son considerados inteligentes en determinado ambiente

cultural pueden no serlo en otra. Puede ser que los comportamientos -los productos- sean

distintos pero que los procesos mentales necesarios para generarlos sean los mismos. Así, la

inteligencia tiene para Sternberg un “núcleo común de procesos mentales que se manifiestan

en comportamientos distintos en distintos contextos” (Sternberg, 1997, traducción propia).

Esos procesos centrales son los siguientes: a) reconocer el problema; b) definir la naturaleza

del problema; c) construir una estrategia para resolver el problema; d) representar

mentalmente información sobre el problema; e) asignar recursos mentales a la resolución del

problema; f) monitorear la propia solución del problema y, g) evaluar la solución del

problema (Sternberg, 1997, traducción propia).

Tras esta breve reseña de las principales características de la inteligencia según Sternberg, es

interesante observar si la Inteligencia Emocional y la Inteligencia Intrapersonal pueden ser

entendidas como Inteligencia. En principio, pareciera que dichas Inteligencias pueden

considerarse como tales (Sternberg, 1997); aunque haya diferencias culturales en sus

manifestaciones, las habilidades para comprender y regular las propias emociones parecen

universales (Ekman, 2003; Silva, 2008). La tarea empírica de los investigadores de la IE es

demostrar que esta habilidad es necesaria para adaptarse a cualquier contexto cultural. En

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ese sentido, se ha encontrado correlación de la IE con distintas variables de interés aunque

en otros aspectos la evidencia no es consistente, como desarrollaremos más adelante.

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4. Gardner y las inteligencias personales.

Las inteligencias múltiples, sus criterios y sus críticas.

También la definición de Howard Gardner señala la importancia del contexto. Para él, la

inteligencia se define como la capacidad de resolver problemas o crear productos que sean

valiosos en uno o más ambientes culturales (Gardner, 1994, 5). Se observa que sin una

referencia al ambiente no podemos definir si un comportamiento es o no inteligente: un

joven que memoriza acríticamente el Corán puede ser considerado brillante en un ambiente

mientras que no lo será en otros.

Además de esta definición Gardner propone 8 criterios que permitirán definir si

determinado conjunto de habilidades puede ser considerado como una inteligencia. Estos

criterios son: aislamiento de la función por daño cerebral; la existencia de idiots savants,

prodigios y otros individuos excepcionales; una operación o conjunto de operaciones

medulares identificables; una historia distintiva de desarrollo así como un estadio “experto”

final; una historia evolucionista; apoyo de hallazgos de la psicología experimental; apoyo de

hallazgos de la psicometría; susceptibilidad de codificarse en un sistema simbólico (Gardner,

1994).

En base a esos criterios Gardner identifica inicialmente 7 inteligencias (Lingüística, Espacial,

Lógico-matemática, Musical, Cinestésico-corporal, Interpersonal, Intrapersonal) a las que

luego se sumará la Inteligencia Naturalista y actualmente es frecuente escuchar a Gardner

hablar de una Inteligencia Existencial y alguna vez de Inteligencia Espiritual (Larivée, 2010),

aunque esta última es generalmente descartada.

Sobre la teoría de Gardner de las inteligencias humanas, cabe señalar que ha sido mucho

mejor recibida en el ámbito de la educación que en el ámbito de la psicología. Se puede

considerar que al menos cierta parte de la teoría encuentra su validación en sus aplicaciones

educativas (Macías 2002; Larivée, 2010), aunque es necesario que los profesionales de la

educación sean críticos con las teorías que utilizan como marco teórico, recordando que la

investigación científica sobre la Inteligencia se encuentra apenas superando las etapas

iniciales de su desarrollo.

En ese sentido, Larivée (2010) propone que a la teoría de las IM se le pueden realizar al

menos las siguientes críticas: la medición de las IM ha sido un fracaso; los criterios parecen

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ser arbitrarios; la intersección de las nociones de talento e inteligencia, además de la

potencial proliferación de inteligencias en base a sus criterios. También señala que muchas

de las ideas de Gardner ya se encontraban presentes en los análisis factoriales realizados por

psicólogos anteriores, por ejemplo Cattell, y que se exagera la novedad (por ejemplo en

Macías, 2002). Según Larivée, posiblemente la ausencia de mención del enfoque factorial,

donde muchas de las inteligencias de Gardner se identifican y se muestran regidas por “g” se

deba a un sesgo ideológico. Ese mismo sesgo sería explicativo de la negación de Gardner a

utilizar pruebas estandarizadas que miden algunas de las inteligencias propuestas en su

teoría.

Podría considerarse, con Larivée, que la teoría de Gardner es “una opinión bien articulada

más que una teoría científica en el sentido estricto” (Larivée, 2010, 118). Sin embargo, en

vistas del éxito de las aplicaciones educativas de algunas de estas ideas, no parece razonable

simplemente descartarla. Desde la concepción de la ciencia articulada por T. Kuhn (2013),

podemos entender esto en dos sentidos: en primer lugar, todo aquello que rompe con la

“ciencia normal” lucirá poco científico, y la intención de Gardner es justamente modificar los

paradigmas en el estudio de la inteligencia. En segundo lugar, si bien podemos coincidir en

que el libro de Gardner puede presentar falencias epistemológicas, eso no implica que no sea

un libro importante para el desarrollo de la ciencia. Los factores políticos y sociales son

relevantes a la hora de producir o impedir el progreso de un determinado paradigma de

investigación; y si bien Gardner no parece hablar en un lenguaje que satisfaga todos los

criterios de la comunidad científica, sí ha podido establecer una excelente comunicación con

la sociedad. Como a veces sucede con Freud, quizás se pueda llegar a considerar a Gardner

como un filósofo más que como un científico; pero al igual que con el padre del psicoanálisis,

no parece razonable negar su importancia como teórico aunque se deba siempre tener en

cuenta las debilidades de la teoría.

La inteligencia intrapersonal

Según Gardner, la inteligencia intrapersonal es aquella cuya capacidad medular es “el acceso

a la propia vida sentimental”. Con esto se refiere a la capacidad de efectuar al instante

discriminaciones en esos sentimientos, darles un nombre incluyéndolos en códigos

simbólicos y utilizarlos para comprender y guiar la propia conducta (Gardner, 1994).

Por su condición especial, la inteligencia intrapersonal se ve más influenciada por la cultura

que otras inteligencias: el sentido del yo emerge del conocimiento intrapersonal pero surge

en un contexto cultural ilustrativo, con sus símbolos del yo, sus rituales, sus metáforas. Como

señala Popper, debemos aprender a ser un yo (Popper y Eccles, 1980). Se trata, aún así, de

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una capacidad de procesamiento de información natural, puesto que el conocimiento de uno

mismo y de los otros es una parte inalienable de la condición humana. En palabras de

Gardner: habrá características universales en cualquier sentido de persona o yo, pero

también matices considerablemente culturales que reflejarán una serie de factores

históricos (Gardner, 1994, p. 215).

El objetivo de un sentido desarrollado del yo, en muchas culturas (incluida la occidental),

aparece como uno de los logros más elevados, siendo las sanciones ante sus falencia más

fuertes que, por ejemplo, ante una baja inteligencia musical o cinestésico-corporal (Gardner,

1994). Gardner entiende el sentido del yo como el equilibrio que encuentra el individuo entre

los propios impulsos internos y las presiones de otras personas. Esta teorización no puede

dejar de recordar a la segunda tópica freudiana donde el Yo es el encargado de mediar entre

las presiones contradictorias del Ello y del Superyo (Adano, 2007; Freud, 2010).

La importancia del sentido del yo es incuestionable, al grado de que Gardner considera que

en nuestra cultura se lo puede considerar como un “regulador de segundo nivel” que puede

llegar a modular las demás capacidades de un individuo.

Inteligencia Emocional e Intrapersonal

Al menos hasta cierto nivel, la Inteligencia Emocional Intrapersonal podría equipararse a la

Inteligencia Intrapersonal de Gardner, aunque esta última sea más amplia. Por sólo señalar

algunas similitudes, podemos decir que la percepción emocional es tratada por Gardner

como esa capacidad natural que tienen incluso los infantes de reconocer sus propios

sentimientos (Gardner, 1994), mientras que la claridad emocional parece referirse a algunas

de las capacidades medulares de la I. Intrapersonal: la capacidad de efectuar al instante

discriminaciones en esos sentimientos y darles un nombre, incluyéndolos en códigos

simbólicos (Gardner, 1994). La capacidad de utilizarlos para comprender y guiar la propia

conducta (el otro componente medular) será llamada facilitación emocional en el modelo de

habilidad de Mayer y Salovey (2001; Salovey y Mayer, 1990). Estos aspectos se desarrollarán

con mayor profundidad en el siguiente apartado.

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Parte 2: La inteligencia emocional y el

estudio científico de las emociones

1. El modelo Mayer-Salovey de Inteligencia Emocional

2. La Inteligencia Emocional, el rendimiento académico y la satisfacción con la vida.

3. Las emociones y sus bases biológicas

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5. El modelo Mayer-Salovey de Inteligencia

Emocional

Conceptos científicos y populares de Inteligencia Emocional

Si bien Gardner llegó a un público más amplio que otras publicaciones académicas, quizás el

concepto psicológico más masivo hoy en día sea el de Inteligencia Emocional. Haciendo una

búsqueda en Google pueden encontrarse miles de artículos de diarios y revistas populares

donde se discuten aplicaciones de la Inteligencia Emocional para la pareja, la paternidad, la

empresa, la salud, la felicidad, el liderazgo, el éxito e incluso para seducir . Generalmente en 1

estos artículos se encuentra una mezcla entre divulgación de trabajos científicos, menciones

al libro de Goleman (1996) y muchas afirmaciones con poco rigor epistemológico (del tipo de

“el hecho de transmitir felicidad es el mejor estímulo de seducción”).

Lo que comenzó como un concepto científico se ha convertido en un concepto popular, más

comercial que científico (Fernández-Berrocal y Extremera, 2010). En gran medida, esto se

debe a que existen distintos modelos de IE, algunos más circunscriptos y otros más amplios:

por ejemplo, el modelo de Goleman y el de Bar-On, son modelos mixtos donde se incluyen

rasgos de personalidad, habilidades socio-emocionales, aspectos motivacionales y algunas

capacidades cognitivas (Fernández-Berrocal y Extremera, 2005; Goleman, 1996). Ante la

diversidad de perspectivas se abre la posibilidad de que afirmaciones sobre la IE sean

difíciles de evaluar.

En ese contexto es relevante tener presente la definición y el modelo de Mayer y Salovey, el

denominado modelo de habilidad de la IE. Este perspectiva funcionalista se adecúa a los

planteos adaptacionistas de Sternberg y es en general el más utilizado por los investigadores

aunque sea bastante desconocido entre los educadores (Fernández-Berrocal y Extremera,

2005).

El modelo de habilidad

1 Algunos ejemplos: Seducción

https://psicologiayautoayuda.com/parejas/tecnicas-para-ligar/inteligencia-emocional-para-ligar/ Éxito:

https://www.euroresidentes.com/estilo-de-vida/superacion-personal/por-que-necesitas-la-inteligencia Pareja:

https://lamenteesmaravillosa.com/inteligencia-emocional-en-la-pareja-claves-y-consejos/.

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El concepto de Inteligencia Emocional (IE) es propuesto por Peter Salovey y John Mayer en

un artículo titulado Inteligencia Emocional (Salovey y Mayer, 1990). En dicho artículo, la

inteligencia emocional es definida como “la habilidad de monitorear las emociones y

sentimientos propios y de los demás, de discriminar entre ellos y de usar esta información

para guiar el pensamiento y la acción” (Salovey y Mayer, 1990, p. 189; traducción propia).

Algunos años después, los mismos autores la expresan de la siguiente manera: “una

habilidad para reconocer los significados de las emociones y sus relaciones y usarlas como

base para razonar y resolver problemas. También implica usar emociones para realzar

actividades cognitivas” (Mayer, Salovey, Caruso y Sitarenios, 2001; traducción propia). Más

recientemente la IE es definida como la “habilidad de razonar válidamente con información

emocional e información relacionada a las emociones y usar las emociones para realzar el

pensamiento” (Mayer, Caruso y Salovey, 2016, p.296). En general, la definición más

detallada es que la IE es la habilidad para “percibir, valorar y expresar emociones con

exactitud, la habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento;

la habilidad para comprender emociones y el conocimiento emocional y la habilidad para

regular las emociones promoviendo un crecimiento emocional e intelectual” (Mayer y

Salovey, 1997).

Como se aprecia en las definiciones anteriores, el modelo de Mayer y Salovey entiende a la IE

como procesamiento de información ligada a las emociones, dejando fuera rasgos de

personalidad (como el optimismo-pesimismo o la alta-baja autoestima). No se trata de tener

tendencia a tal o cual tipo de emoción sino de razonar sobre las emociones (Mayer et

al.2016). Evidentemente esto no implica que necesariamente sean independientes: es

esperable encontrar influencia de la IE sobre la autoestima (Rey, Extremera, y Pena, 2011)

en la medida en que la autoestima es un estado emocional deseable (Rosemberg, 1965) y el

objetivo del razonamiento emocionalmente inteligente es alcanzar un estado y experiencia

emocional deseada (Mayer et al., 2016). Sin embargo, se trata de aspectos diferentes: en ese

sentido este modelo distingue entre IE intrapersonal y autoestima.

Factores de la IE

El modelo de Mayer y Salovey, a partir de 1997, divide la IE general en 4 componentes o

ramas: percepción emocional, facilitación emocional, comprensión emocional y regulación

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emocional (Mayer y Salovey, 1997; Mayer et al 2016; Mayer et al. 2001; Fernández-Berrocal y

Extremera, 2005). Esas cuatro ramas son explicadas a continuación.

Percepción emocional: es la habilidad para percibir las propias emociones

y la de las personas que nos rodean (Fernández-Berrocal y Extremera, 2005).

Implica tipos de razonamiento como los siguientes (Mayer et al. 2016):

identificar expresiones emocionales honestas/deshonestas, discriminar entre

expresiones emocionales, entender cómo las emociones se expresan

diferencialmente según el contexto y la cultura, expresar emociones

precisamente cuando es deseado, percibir el contenido emocional en el

ambiente y las artes, percibir emociones en otras personas en base a su forma

de hablar, sus expresiones y conducta, e identificar emociones en los propios

estados corporales, sentimientos y pensamientos. Por ejemplo, es la habilidad

que se despliega al notar que algún alumno no se encuentra bien aunque

verbalice lo contrario (Fernández-Berrocal y Extremera, 2005).

Facilitación emocional: refiere a la habilidad de facilitar el pensamiento

utilizando la emoción. Este aspecto difiere de los demás en que los otros tres

aspectos implican razonar sobre las emociones, mientras que este aspecto

implica usar las emociones para razonar. Implica seleccionar los problemas

basado en el estado emocional presente, priorizar aspectos del pensamiento

bajo la dirección de la emoción, generar emociones como medio para relatar

experiencias a otras personas y generar emociones como medio para el juicio y

la memoria (Mayer et al. 2016, 2001). También se puede utilizar la emoción

para favorecer el pensamiento creativo (Fernández-Berrocal y Extremera,

2005). Cabe señalar que en el análisis matemático realizado con el MSCEIT,

una prueba de ejecución de IE, la facilitación no surge como un factor discreto.

Sin embargo, los autores deciden mantenerlo como parte de su modelo

basados en consideraciones teóricas (Mayer et al., 2016).

La comprensión emocional o entender las emociones: implica la

habilidad de etiquetar emociones y reconocer relaciones entre ellas, así como

desglosar emociones complejas. También implica determinar los antecedentes,

significados y consecuencias de las emociones, al igual que ser capaz de

reconocer las transiciones entre estados emocionales (Fernández-Berrocal y

Extremera, 2005; Mayer et al. 2001). En Mayer et al. (2016) se consideran

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nuevas habilidades como la de diferenciar entre estado de ánimo y emociones

y la habilidad de apreciar las situaciones adecuadas para explicitar emociones.

Regulación emocional: este componente implica manejar nuestro mundo

intrapersonal y también el interpersonal (Fernández-Berrocal y Extremera,

2005). Las habilidades implicadas incluyen manejar las propias emociones y la

de los otros para lograr resultados deseados, así como evaluar estrategias para

mantener, reducir o intensificar un estado emocional. Implica también

monitorear las reacciones emocionales para determinar si se trata de

emociones razonables. A su vez implica mantenerse abierto a la información

que proveen las distintas emociones, y la habilidad de involucrarse o no con las

emociones según su utilidad.

Como ya fue mencionado anteriormente, varios de estos aspectos parecen coincidir con las

inteligencias personales de Gardner. Sin embargo, una diferencia es que la propuesta de

Mayer y Salovey se inscribe dentro de la tradición psicométrica, creando instrumentos de

evaluación tanto de auto-informe como de ejecución (como el TMMS, y el

Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligence Test) (Fernández-Berrocal y Extremera, 2005;

Mayer et al. 2001, 2016).

Por otro lado, mientras Gardner insiste en la relativa independencia de cada una de las

inteligencias, uno de los últimos aportes del modelo de habilidad implica considerar que la

IE pueda formar parte de un grupo de “inteligencias calientes (hot intelligences)” (Mayer et

al. 2016). Según estos autores el procesamiento “caliente” es aquel en que se razona con

información relevante para el sujeto, pues se trata de lo que más le importa: la aceptación

social, la coherencia de su identidad y su bienestar emocional. Las otras inteligencias

propuestas para formar parte de este grupo de “Inteligencias Calientes” son la Inteligencia

Personal y la Inteligencia Social (Mayer et al., 2016)

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6. La Inteligencia Emocional, el rendimiento

académico y la satisfacción con la vida.

A continuación se mencionan sucintamente algunos estudios que buscan correlacionar la IE

con el Rendimiento Académico y la Satisfacción Vital, puesto que se considera que estas

variables son interesantes indicadores de la adaptación al medio.

En cuanto a la relación entre la IE y el rendimiento académico, la bibliografía no es

consistente (por una revisión, véase, Jiménez y López, 2009). Esa inconsistencia de los

hallazgos ha continuado en investigaciones más recientes. Por ejemplo, Ros, Filella, Ribes y

Pérez (2017) encuentran relación significativa en Educación Primaria, al igual que Cuellar

(2012). También Cassinda, Chingombe, Angulo y Guerra (2017) encuentran relaciones

significativas entre las variables en preadolescentes, especialmente en el factor de

Reparación Emocional. Páez y Castaño (2015) encuentran relaciones significativas en

estudiantes universitarios. A su vez Austin, Evans, Goldwater, y Potter (2005) encuentran

que la Inteligencia Emocional correlacionó con el rendimiento académico de universitarios

en los exámenes anteriores, pero no en los siguientes a la medición de I.E., por lo cual se

considera que la investigación aporta evidencia parcial (Jiménez y López, 2009).

Por otro lado, Ferragut y Fierro (2012) encuentran que, de los tres factores del TMMS-24,

solamente la claridad emocional correlaciona significativamente con el rendimiento

académico en preadolescentes, y se trata de una correlación negativa y muy débil (r=-0,133)

aunque estadísticamente significativa (p< 0.05). Tampoco Sánchez-López, León-Hernández

y Barragán-Velásquez (2015) encuentran relaciones significativas positivas entre el

rendimiento académico y la IE percibida en estudiantes universitarios. También Serrano y

Andreu (2016) deben aceptar la hipótesis de que no existe relación directa entre IE y

rendimiento académico, aunque pueda establecer relaciones débiles pero significativas

mediada por el estrés percibido y el compromiso. También la investigación de Rajasingam et

al. (2014) no encuentra relación significativa, excepto una relación negativa entre Atención

Emocional y Rendimiento Académico cuando Claridad y Reparación son bajas. En el estudio

de Sánchez, Rodríguez y Padilla (2007) no se encuentra relación significativa entre una y

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otra variable, aunque se repite el hallazgo de que una alta puntuación de atención emocional

correlaciona de manera negativa y muy débil (r= -0.165) con el rendimiento académico.

Menos controvertida es la relación entre IE y satisfacción vital (Fernández-Berrocal y Ruiz,

2008). Se han encontrado relaciones positivas y significativas en población adolescente

(Gutierrez y Gonçalves, 2013). La investigación con población universitaria de

Augusto-Landa, Pulido-Martos y López-Zafra (2011) encuentra relación positiva débil

(r=0.25/0.50) pero significativa entre Claridad y Reparación Emocional con distintos

factores del bienestar subjetivo. Cabe resaltar que dicha influencia no sólo es directa, sino

que también puede encontrarse una relación mediada por la autoestima (Rey et al, 2011).

Otros estudios, como el de Gutierrez y Gonçalves, (2013) coinciden en la relación entre I.E. y

autoestima.

Por último cabe señalar que en una investigación exploratoria realizada con 139 adolescentes

en Colonia, Uruguay, se encontraron relaciones significativas entre IE, satisfacción vital y

autoestima. Sin embargo no se halló relación significativa entre la IE y el rendimiento

académico (Manchini, 2018).

A modo de conclusión general podemos afirmar que la IE (entendida como habilidad) es un

factor relevante para la correcta adaptación del individuo a su medio, observables por su

correlación con la satisfacción vital y la autoestima, considerados como indicadores

subjetivos. En cuanto al Rendimiento Académico, vale la pena cuestionar si la inconsistencia

de las evidencias indica realmente la ausencia de relación entre la IE, el aprendizaje y el éxito

escolar. Hay que considerar igualmente la posibilidad de que el Rendimiento Académico no

sea un buen indicador del aprendizaje y el aprovechamiento de las experiencias escolares.

Igualmente, hay que tener en cuenta que, en procesos de tan alto nivel como el aprendizaje y

la adaptación al medio escolar, las relaciones entre variables son siempre complejas.

Más allá de cual sea la realidad acerca de la compleja relación entre el Rendimiento

Académico y la IE, no se debe olvidar que la evidencia es consistente en señalar su

importancia para la satisfacción vital. ¿Es necesario un fundamento mayor que ese para

incluir este tipo de habilidades en la educación formal? ¿Es el bienestar un objetivo de la

educación? Estas preguntas no son empíricas sino que evidencian que la educación, aunque

se base en evidencias, es siempre una cuestión política.

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7. La emoción y sus bases biológicas.

Dificultades

El estudio neurobiológico de la emoción es muy complejo, puesto que, aparentemente, la

vida emocional es una experiencia subjetiva y difícil de enunciar. Además, no hay un

consenso claro acerca de la definición y el enfoque que debe darse a la emoción (Silva, 2008).

También, no deja de haber una cierta disonancia entre las referencias técnicas a la emoción y

las formas populares de hablar sobre ella.

Una dificultad marcada por LeDoux (2000) es que el estudio científico de la emoción enfoca

al procesamiento emocional de la información como un proceso inconsciente que

eventualmente puede volverse consciente, lo cual contradice la creencia de sentido común de

que las emociones son estados subjetivos. En ese sentido vale diferenciar la emoción del

sentimiento, el aspecto consciente de la emoción (Belmonte, 2007; Damasio, 1996).

Definición

En este trabajo se utilizará la “definición canónica” de Mayer et al. (2001) según la cual la

emoción es una respuesta mental organizada frente a un evento que incluye aspectos

fisiológicos, experienciales y cognitivos, entre otros (Mayer et al. 2001, p.233, traducción

propia). Además, las emociones aparecen generalmente como respuesta a un evento interno

o externo que tiene una valencia positiva o negativa para el individuo (Salovey y Mayer,

1990). Sin embargo, más allá de utilizar una definición canónica, hay que tener en cuenta

que aquello que se conoce sobre la emoción proviene de distintos campos de conocimiento y

que la imagen que hoy se tiene de los mecanismos y la naturaleza de la emoción aún es

fragmentaria.

Sistema límbico: limitaciones del concepto de “cerebro emocional”.

Durante mucho tiempo la teoría predominante fue la del cerebro triúnico de MacLean. Esta

teoría, basada en evidencia comparativa y en sugerencias de autores tan relevantes como

James Papez, afirmaba que los procesos emocionales dependían de estructuras primitivas

del cerebro humano, particularmente del sistema límbico o cerebro mamíferos, mientras que

el neocórtex se encargaría de llevar a cabo las funciones cognitivas superiores (ver Belmonte,

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2007, por una historia de la investigación científica de la emoción). Estas afirmaciones aún

hoy son frecuentes (Cuellar, 2012; Goleman, 1996) y el concepto de sistema límbico y

“cerebro emocional” aún se utilizan como un acercamiento a la neuroanatomía de las

emociones.

Sin embargo, según LeDoux (2000), dicha teoría muestra diferentes problemas. Uno de ellos

es la evidencia de la implicación de estructuras subcorticales en procesos cognitivos; por

ejemplo, el famoso caso de H.M. demostró la importancia del hipocampo en la memoria

declarativa (Ramachandrán y Blakeslee, 1999). También muestra dificultades por el

descubrimiento de áreas similares a la neocorteza en vertebrados no-mamíferos (Le Doux,

2000). Según este autor, si bien hay señales de la importancia de áreas límbicas en la

emoción, no hay evidencia importante de que el sistema en general sea el encargado de la

emoción. Actualmente, no parece pertinente considerar que haya una sola estructura o

sistema cerebral encargada de la emoción, sino que la misma depende de múltiples regiones,

redes y estructuras funcionales, muchas de las cuales no se encuentran limitadas al ámbito

afectivo (Silva, 2008).

Sin embargo, LeDoux propone que la evidencia es congruente en dos aspectos con la teoría

de MacLean: la cognición y la emoción parecen ocurrir en mecanismos relativamente

independientes, en algunas circunstancias (véase Greene et al. 2001, sobre los mecanismos

emocionales y cognitivos de tomar decisiones morales; por una postura alternativa, Damasio,

1996). Por otro lado, también parece que la emoción está vinculada a mecanismos primitivos

que se conservan en la evolución de los mamíferos (LeDoux, 2000; también véase Ekman,

2003). Pero se encuentra superada la concepción de que dependa exclusivamente de dichos

circuitos primitivos, sino que también se deben tener en cuenta estructuras

filogenéticamente modernas como la corteza prefrontal.

Estructuras cerebrales y su papel en la emoción.

A continuación se expondrán sintéticamente algunas de las investigaciones y conocimientos

que se tienen acerca de estructuras específicas y su papel en la emoción humana.

La amígdala

Las amígdalas cerebrales –estructuras subcorticales que forman parte del sistema límbico-

han sido relacionadas en repetidas ocasiones con el comportamiento emocional. La

información obtenida mediante el estudio de pacientes con la enfermedad de Urbach-Wiethe

(que afecta a la amígdala sin afectar otras estructuras cerebrales) indica que esta estructura

se relaciona con el miedo y el reconocimiento facial de emociones (Adolphs, Tranel,

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Damasio, y Damasio, 1994). En este mismo sentido converge la evidencia experimental con

monos rhesus con daño unilateral en la amígdala y con el cerebro dividido por

comisurotomía, así como las investigaciones realizadas con neuroimagen y estimulación

eléctrica (Belmonte, 2007).

Los aportes más significativos en el área han sido probablemente los de Joseph LeDoux

(2000), quién en experimentos con ratas logró identificar el papel de la amígdala en el

aprendizaje por condicionamiento, especialmente vinculado con el miedo y la ansiedad.

Investigando estímulos auditivos identificó que existen dos vías hacia la amígdala: por un

lado un vía talámico-amigdalina y por otro lado una vía talámico-córtico-amigdalina, donde

se realiza un procesamiento más refinado pero más lento; esta doble vía de procesamiento

parece tener su origen en las ventajas evolutivas que otorga reaccionar rápidamente ante

estímulos potencialmente peligrosos (Goleman, 1996; LeDoux, 2000).

En consonancia con estos hallazgos, se ha encontrado que la amígdala participa en la

consolidación de recuerdos emocionalmente relevantes (Silva, 2008) y en el

“condicionamiento de contexto”. Los núcleos basolaterales de la amígdala se relacionarían

con la asociación entre estímulos relevantes para el mantenimiento de la especie

aprendiendo a aumentar el contacto con entornos que proporcionan recompensa (Belmonte,

2007).

Muchos de los comportamientos de huida, congelamiento o lucha que aún tenemos los

humanos pueden interpretarse como producto de las estructuras amigdalinas, y al hecho de

que evolucionaron para la supervivencia en un entorno muy distinto al actual (Goleman,

1996).

La corteza cingulada anterior

Otra estructura relacionada directamente con la emoción es la Corteza Cingulada Anterior

(CCA). Esta estructura fue asociada desde el comienzo de la investigación a funciones de

autorregulación y organización de conducta ante demandas de respuestas conflictivas (Silva,

2008). También se la ha asociado con estímulos autorreferenciales, así como en tareas que

involucran la autoimagen. No es de sorprender por lo tanto que la CCA se vea asociada con

los contenidos emocionales, naturalmente autorreferenciales (Silva, 2008). A su vez, la CCA

se ha asociado con la autorregulación. Por ejemplo Posner, Rothbart, Shesse y Tang (2007)

señalan que hay intensa activación de la CCA en tareas de inhibición –evitar la excitación

ante contenido erótico o evitar la demostración emocional-.

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29

Filogenéticamente la CCA es una estructura antigua. Sin embargo, se observa que un tipo

particular de neurona –neuronas de von Economo-, propia de la CCA, se encuentra sólo

presente en homínidos pero no en macacos y con gran diferencia entre el humano y los

grandes simios, pudiendo ser parte de la explicación de nuestra regulación y funcionamiento

ejecutivo (Posner et al.2007). En cuanto al desarrollo evolutivo de la autorregulación, parece

ser que el funcionamiento de la CCA en la detección de error ya puede observarse desde los 7

meses de edad; además, el desempeño de los niños de 3 años en tareas de inhibición se

relaciona con cuestionarios de reporte de los padres sobre sus conductas. Según Posner et al.

(2007), las diferencias en funcionamiento ejecutivo y autorregulación son observables desde

los 3 años. Además, sus estudios con gemelos y mellizos los lleva a afirmar la fuerte

heredabilidad. En conjunto estos datos apuntan a la importancia de las bases biológicas del

funcionamiento ejecutivo y la autorregulación, siendo el CCA un área fundamental en este

aspecto.

Cabe señalar que pacientes con lesiones en la CCA tienen una marcada disminución de la

intensidad emocional, especialmente las vinculadas al miedo y la tristeza (Silva, 2008).

La corteza prefrontal

En cuanto a la corteza frontal, quizás el primer caso que indicaba la importancia de la corteza

prefrontal (CPF) en el procesamiento emocional fue el de P. Gage. Cómo relata Damasio

(1996), una de las dificultades que tenía luego del accidente que lo dejara con una gran lesión

en dicha zona era la incapacidad de autorregular sus propias emociones, teniendo conductas

impulsivas. Otra forma igualmente trágica de adquirir conocimiento fue la práctica de la

lobotomía impulsada por E. Moniz (ver Belmonte, 2007).

Más allá de estos casos, hay evidencia convergente con la afirmación de que distintas áreas

de la CPF tienen roles distintos en la conformación de la experiencia emocional. La corteza

orbitofrontal y ventromedial estarían relacionadas con el establecimiento de los valores de

reforzamiento o amenaza de los estímulos; estas partes de la CPF juegan un papel

importante en el aprendizaje de asociaciones estímulo-respuesta (Sánchez-Navarro y

Román, 2004; Silva, 2008) inhibiendo la respuesta cuando un estímulo deja de predecir un

refuerzo. Por otro lado la CPF dorsolateral y la CPF ventromedial lateral se han asociado con

la generación de representaciones conceptuales y contenidos mentales asociados a la

emoción.

En cuanto al estudio de pacientes con lesiones cerebrales, se ha observado que la lesión

orbitofrontal produce desinhibición, que la frontomedial produce cese del movimiento –en

general y especialmente los movimientos faciales asociados a la emoción- y la dorsolateral

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produce apatía, pérdida de impulso y motivación y en general estados “pseudo-depresivos”

(Sánchez-Navarro y Román, 2004).

En sus estudios pioneros de la emoción con neuroimagen, en la década del 90, Tomarken y

Davidson (1994) encontraron que la autorregulación presente en sujetos “represores” se

asociaba con una mayor activación frontal relativa del hemisferio izquierdo. También Lane,

Reiman, Ahern, Schwartz y Davidson (1997) encontraron que la corteza prefrontal medial se

activaba frente a emociones como la felicidad, el asco y la tristeza. Según ese estudio, es

esperable encontrar activación del tálamo y la corteza prefrontal medial en el procesamiento

emocional, más allá de su valencia o método de inducción. En ese estudio no se encontró

lateralización hemisférica aunque esto sí se ha visto en otros estudios, lo cual es adjudicado

por los autores a cuestiones metodológicas.

Especialización hemisférica

En cuanto a la lateralización hemisférica en la bibliografía se manejan tres modelos generales

(Lane et al. 1997; Sánchez-Navarro y Román, 2004; Silberman y Weingartner, 1986), de los

cuales dos proponen una mayor participación del hemisferio derecho (HD) en el

procesamiento emocional, mientras que la otra propone que la CPF funciona como

mediadora, activándose el HD si se trata de emociones relativas al sistema de

evitación/inhibición, mientras que las emociones vinculadas al sistema de aproximación

activarían la CPF del hemisferio izquierdo (HI) (Lane et al. 1997; Sánchez-Navarro y Román,

2004; Silberman y Weingartner, 1986; Silva, 2008). Este último modelo es llamado Modelo

de Aproximación/Evitación (MAE).

La evidencia para los modelos que defienden la primacía del HD proviene de distintos

ámbitos. En lesiones cerebrales afásicas se mantiene la expresión emocional, lo cual ya fue

notado por H. Jackson; además, se observa una mayor expresividad facial emocional en la

hemicara izquierda –evaluada a través de reporte subjetivo y con medidas fisiológicas-, lo

cual podría indicar mayor implicación del HD. Otro cuerpo de evidencia proviene de estudios

realizados con EEG (Sánchez-Navarro y Román, 2004).

La hipótesis bilateral supone que la CPF es un mediador de la respuesta afectiva, así como un

moderador del estilo afectivo personal (Silva, 2008). Inicialmente la hipótesis suponía que el

HD procesaría emociones negativas y el HI emociones positivas, pero en base a

investigaciones empíricas se ha cuestionado dicha dicotomía arribando a un modelo basado

en conductas de aproximación (ej. felicidad, ira) y conductas de evitación (ej. miedo, asco)

(Sánchez-Navarro y Román, 2004). Cabe mencionar que aún en este modelo se mantiene

que el HD sería dominante en el procesamiento emocional general. La evidencia para esta

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teoría surge ante todo de estudios con neuroimagen (especialmente con EEG) pero también

del estudio de asimetrías funcionales en poblaciones patológicas diagnosticadas con fobias y

trastorno depresivo mayor (Silva, 2008).

Conclusiones generales

Si bien aún hay mucho camino por recorrer, se puede llegar a las siguientes 4 conclusiones

generales sobre la emoción y el cerebro:

-La emoción se debe a procesos cerebrales, algunos muy primitivos y compartidos con otros

mamíferos.

-La emoción depende de complejas redes corticales y subcorticales, siendo reduccionista

identificar un centro de la emoción.

-La emoción incluye procesos conscientes y procesos inconscientes.

-Si bien hay predominancia del HD, ambos hemisferios parecen participar de la emoción.

Es esperable que las décadas venideras aporten evidencia interesante sobre la compleja

relación, ya observada por los filósofos griegos, entre la pasión y la razón.

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