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L A LLAVE DEL AMANECER PEDRO TERRÓN

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LA L L AV E D E L A M A N E C E R

PEDRO TERRÓN

LA LLAVE DEL AMANECER_ClaudiaR:Antártida 1947 2 23/08/2007 12:37 Página 5

Colección: Kalixtiwww.libroskalixti.com

Título: La llave del amanecerAutor: © Pedro Terrón Marín

Copyright de la presente edición © 2007 Ediciones Nowtilus S. L.Doña Juana I de Castilla 44, 3o C, 28027 - Madridwww.nowtilus.com

Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas

Diseño y realización de cubiertas: Rodil&HerraizDiseño del interior de la colección: JLTVMaquetación: Claudia Rueda Ceppi

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por laLey, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientesindemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren,plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte,una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretacióno ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada através de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN 13: 978-84-9763-316-1Fecha de publicación: Octubre 2007

Printed in SpainImprime: Gráficas Marte, S.A.Depósito Legal:

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Quiero darle las gracias a “ellos”,donde quiera que estén.

A Fernando Marañón mi maestro de tinta chinay el mejor abrillantador de estrellas

de esta parte del Universo.A Marta Gala, Laura Marigil y Óscar Serrano

porque su chispa iluminaciertas páginas de esta novela.

Y a Gema Torrijos por sus opiniones.

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ÍNDICE

PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

1. PIEL DE ROBLE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .015

2. ORLANDO, FLORIDA (EE.UU) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

3. VENEZUELA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .055

4. LA MAGIA DE KALIXTI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .083

5. Mayo 1702 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .091

6. DE VUELTA AL 2003 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .241

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PRÓLOGO

En la literatura como en Kalixti nada sucede por casuali-dad. 000000000000000000 0000 00000000 0000000Los escritores y su producción son hijos de un

tiempo concreto en el que la información, la cultura y el entre-tenimiento se trenzan de una manera específica. Han transcu-rrido dos siglos desde la aparición de la novela por entregas, unsiglo desde la invención del cine y medio desde la llegada de latelevisión. La industria del entretenimiento ha evolucionadohasta extremos jamás conocidos. Cualquier producto culturalpuede derivar en película, videojuego, parque temático o lastres cosas a la vez.

En ese contexto, escribir una nueva epopeya en la que laeterna lucha del bien contra el mal recorre toda una sagaplagada de personajes y escenarios sin ser tachados de oportu-nista, imitador o fenómeno de marketing, haciéndolo de formaoriginal sin lucir siquiera un prometedor apellido anglosajón,es algo que no está al alcance de cualquiera. Pedro Terrón hasaltado a la arena para intentarlo y a fe que le sobran ideas,empuje y talento para alcanzar su objetivo.

Kalixti es una historia nueva llena de antiguas historias, uncombinado explosivo y altamente recomendable que reú neaventura, misterio, magia, romance, amistad, ciencia ficción y

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un sin fin de cosas más. Pero, sobre todo, es un entreteni-miento puro, potente, para lectoras y lectores —avezados ono— de edades comprendidas entre los quince y los cienaños. El mérito de Kalixti reside precisamente en recoger losingredientes que han hecho de la literatura de evasión uno delos géneros más queridos por el público de todo el mundo ycrear con ellos un nuevo puzzle literario en el que todo en -caja, engancha y divierte.

Kalixti podría ser un cómic de culto, una serie de televisiónadictiva, un juego en red o una saga made in Holliwood. Kalixtitiene algo de todo eso porque Pedro lo ha querido así. Parabien o para mal, algún día tenía que aparecer un escritor enlengua española que tuviese en cuenta los fenómenos de ociomasivo de la realidad en que vive, para filtrarlos con habilidad yponerlos de su parte con la sana intención de entretener, perotambién con vocación de estilo, sin dejar nada a la casualidad.

El primer volumen de la saga tiene como narrador a supersonaje central: Runy, el chico de Ibiza, un chaval de veinti-pocos años, un joven simpático e impulsivo al que es fácilimaginar leyendo cómics y jugando con la videoconsola mien-tras salta de un negocio en otro, se casa a primera vista y metea su amigo de toda la vida (el divertido Jorge) en toda clase deempresas descabelladas, buscando sin cesar, buscando siempresin saber bien qué. Runy es un personaje rabiosamente actual,un Peter Pan de la era internet. Pero además es un clásico,aunque él no lo sepa. Un tipo poco dado al análisis que avanzacomo un tornado dispuesto a encajar cualquier giro de sudestino sin descomponerse, un amante del riesgo. En definitiva,un héroe de los de siempre, de los que viven la aventura comoalgo natural, porque así también es su naturaleza, aventurera.

La primera novela adopta el desparpajo de su protagonista:que nadie espere algún alarde expresivo en boca del chico deIbiza. Su forma de contar es la de un aficionado a las películas deacción, a los cómics de super héroes, al submarinismo, a la velo-cidad. Una apuesta arriesgada que, al mismo tiempo, es su granhallazgo. La saga de Kalixti está contada por diferentes voces y

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cada una de ellas tiene su timbre. Para paladear otro estilo denarración más mesurado, más reflexivo o más técnico hay otrospersonajes, en este mismo volumen y en otras novelas de la saga.

Para descubrir una sensibilidad distinta, una voz másdulce, está la protagonista de este nuevo título: Dámeris, la delos ojos verdes, la joven que partirá en busca de La llave delamanecer.

La historia que tienes en tus manos, lector, comienza comotantas otras: con el hallazgo de un misterio del pasado quedesencadena al mismo tiempo una búsqueda y una persecu-ción. hasta aquí nada nuevo. La novela de aventuras tiene suscódigos y es lícito aprovecharlos. Pero La llave del amanecer noes solo una novela de aventuras. No hay nada en ella que seafruto de la casualidad.

Cuando te has acomodado en un relato lineal de consignasya transitadas, un giro sorprendente te conduce a Kalixti y todocobra una nueva dimensión: empieza un viaje iniciático para laprotagonista y para el propio lector, una experiencia fascinanteque arranca a lomos de un caballo alado, continúa con unaciudad submarina única en el mundo y culmina en el corazónde la selva venezolana, donde dos almas gemelas de culturasopuestas descubren la verdadera naturaleza del amor y la lealtad.

Entonces, cuando la protagonista del relato y el propiolector creen haber colmado sus espectativas con la aventura delguardián del amanecer —el mejor personaje de la novela— lahistoria regresa una vez más a Kalixti, a la búsqueda del ver -dadero tesoro, al eje de la saga... y a Runy.

La aventura continúa, los héroes vuelven a la carga, lamemoria fluye como un antídoto, el mal acecha en la sombra yla pasión —esa estrella alrededor de la que todo gira— asoma,se oculta y espera.

¿Acaso no es lo que realmente importa? ¿Todavía creesque las cosas ocurren por casualidad?

Marañón

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PIEL DE ROBLE

Los tablones de madera intentan descansar, poco a pocovan recuperando la calma. Ya no tienen que soportar elespanto de crujir bajo los temibles cañones escupiendo,

una y otra vez, fuego y muerte. Atrás quedó la batalla. Ahorasolo sirven de escolta a un viejo galeón, un galeón que sesiente orgulloso por tener casi cuarenta metros de eslora, porlas mil toneladas que es capaz de cargar y por sus enormescastillos de proa y popa.

Los años pasaron por él y curtieron su piel de roble, perono han conseguido cambiar un ápice sus ganas de sentir lafuerza del viento soplando en las velas, ni doblegar su intrépi-do espíritu aventurero. Como antaño, sigue considerándosemuy afortunado por cruzar el ancho océano gozando la bra-vura de sus aguas.

Pero hoy no es un gran día. Pocas jornadas atrás sufrió losdesastres de una guerra. No era su propósito, pero se vioenzarzado en una despiadada lucha de hombres armados conbanderas, ambiciones y pólvora. El valioso cargamento quelleva en sus entrañas lo convirtió en pieza codiciada para elenemigo.

Los barcos no entienden de guerras ni de bandos. Él esfeliz cargando mercaderías y siendo testigo mudo de algúnque otro romance entre sus pasajeros. Como el ocurrido en la

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última travesía. Quizás por eso no comprenda por qué lasluchas de poder y el ansia de riquezas siempre terminan mal,siempre acaban en mortificantes combates tan dolorososcomo el que le ha tocado vivir.

El galeón con alma de roble, sin proponérselo, ha sidoprotagonista destacado en una famosa batalla de la que guar-dará un pésimo recuerdo; sus magníficos castillos quedaronmaltrechos; uno de los mástiles acabó hecho astillas; lacubierta y parte de estribor, quemados a consecuencia devarios incendios y, en babor, unos cuantos boquetes de respe-table tamaño recuerdan el mal genio de otros tantos cañonesde bronce empeñados en hacerle naufragar.

Pero, a pesar de sus males, tiene fuerzas suficientes paraseguir navegando; se puede dar por contento, es uno de lospocos supervivientes de la contienda. De los cuarenta navíosque conformaban la flota, solo trece quedaron en pie —todosellos fueron hechos prisioneros—, el resto se hundió bajo lasfrías aguas de la costa norte española.

Al viejo galeón solo le queda el consuelo y privilegio deser la nave en la que los vencedores han guardado la mayorparte del botín conquistado. Sus bodegas, llenas a rebosar,protegen un fabuloso tesoro de incalculable valor.

Preciadas mercaderías como índigo, maderas nobles,bálsamos exóticos, pieles o tamarindos ocultan una verdaderamontaña de perlas y piedras preciosas: amatistas, esmeraldas,ámbar gris y hasta diamantes limpios como la luz.Acompañando a estas joyas viajan extraños objetos y obras dearte de incomparable belleza y valor que pertenecen, desdetiempos inmemoriales, a culturas milenarias. Bajo todos ellosse esconde una auténtica mina de metales preciosos: veintetoneladas de oro, casi cien de plata y trescientos mil doblones.

En popa, una bruñida campana repica para anunciar queha llegado el mediodía. Sobre la tablazón quemada decubierta, el capitán otea con la mirada perdida en el horizontey la mente anclada en el implacable asedio, en la terrible bata-lla, en la aplastante victoria. Poco sabe de su próximo destino.

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Un destino que puede resultar mucho más peligroso que laúltima contienda.

El dolorido galeón, cargado hasta sus límites, aguantaestoicamente el envite de las olas. Lastrado por el voluminosoy aplastante cargamento, la quilla se ve obligada a desplazarsevarios metros bajo el mar. Para su desgracia, los marinerosque le obligan a llevar un rumbo desconocido no conocen losfondos marinos de las costas cercanas, solo saben que es horade marea baja.

De repente, la mañana se hiela con un escalofriantecrujido. Las afiladas garras de un inesperado arrecife destro-zan parte de la quilla y abren un tremendo agujero en elcasco. Esta vez la herida es profunda. Muy profunda.

El navío, herido de muerte, intuye que le queda pocotiempo para disfrutar el aire que resopla en sus velas. Sinembargo, sus nuevos inquilinos desconocen el alcance de latragedia.

—¿Quién es el inútil que está en la cofa de mayor? —elcapitán se desgañita mirando hacia el vigía.

—Estamos en una zona de arrecifes —vocea un jovenmarino desde la punta más alta del barco.

—¡Oficial! Cambie inmediatamente a ese botarate yponga a alguien que sepa lo que se hace. Y mande a sushombres que averigüen lo que ha ocurrido. ¡Rápido!

El marino escapa raudo a cumplir las órdenes.—¿Dónde está el teniente Sheman? —vuelve a aullar el

capitán.—Aquí, señor.—Arríen velas, echen anclas y reúna a todos los mandos

en el puente. ¡Vamos, muévase!El veterano capitán es un mando disciplinado, aunque

duro y autoritario. Lleva más de veinte años en la marina y suhoja de servicio está impecable, solo de pensar que puedeperder un navío tan valioso se le revuelve la bilis. Sabe quetiene a su cargo el botín conseguido en la sangrientacampaña: un tesoro de incalculable valor. Su pérdida supon-

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dría una victoria sin frutos, casi una derrota, y no estádispuesto a echar por la borda toda su carrera.

Tras un instante de incertidumbre se reúnen los oficialespara informar de las últimas novedades.

—Señor, varias tablas del pantoque de babor están destro-zadas, no pudemos repararlas desde dentro porque seencuentran debajo de toda la carga. Lo intentamos por fuera ytampoco fue posible, el boquete casi se junta con la quilla,está a mucha profundidad y es demasiado grande como pararealizar una reparación de emergencia en mar abierto.

—¿Tenemos tiempo de volver a puerto?—Mucho me temo que no. Además, seguimos con

problemas de estabilidad porque la carga se desplazó peligro-samente.

Al capitán le ha cambiado la expresión del rostro, sabe queel naufragio es inevitable. Un sentimiento de rabia e impoten-cia corroe sus entrañas. Está tan alterado que no siente ni elnudo asfixiante que le oprime la boca del estómago.

—Tenemos que rescatar todo el botín. Insisto: todo elbotín. No voy a consentir que quede en este maldito barco niuna sola onza de oro —dice golpeando amargamente sobre lamesa. Con los ojos inyectados en sangre se dirige a todos lospresentes mostrando una mirada cercana a la locura—. Quetoda la tripulación se ponga a trabajar ahora mismo. Teniente,envíen señales a los buques más cercanos para traspasar lacarga a sus bodegas. ¡Muévanse!

Las jarcias que sostienen las velas se aflojan con maestría.El galeón aminora la marcha y empieza a sentir el saladolastre que va entrando por su costado.

A cierta distancia y escoltando al fastuoso tesoro, losvencedores han dispuesto una poderosa flota de barcos deguerra armados con cientos de cañones. Todavía altivos por eltriunfo, ignoran el desastre que les acecha.

Por babor y estribor varios marineros hacen aspavientoscon sus aparejos para transmitir la alarma y la urgencia delsalvamento.

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Los buques más próximos se han dado cuenta y tratan deiniciar las maniobras necesarias para ir en su ayuda, pero noserá fácil guardar en ellos la preciosa mercancía; son barcospreparados para el combate, por lo que no disponen de losalmacenes apropiados.

Poco después, el galeón al completo se convierte en unhervidero de hombres afanándose en recuperar todo lo posi-ble. Para hacer más ardua su tarea, la lluvia comienza a caer.

Mientras las bocanadas de mar siguen entrando cada vezcon más fuerza en las bodegas, la tripulación va acumulandosobre la cubierta la parte alta de la carga: cacao, valiosas piezasde cuero, lana colorada, jengibre y lujosas cuberterías.

El cargamento comienza a sufrir las inclemencias deltiempo. La lluvia arrecia y las gotas van empapando poco apoco las delicadas telas y las maderas nobles que se amonto-nan sin orden ni control.

Media hora después del accidente aumenta el descon-cierto, los mandos se esfuerzan inútilmente en dar las órde-nes necesarias para rescatar todo lo que tenían previsto. Tareacasi imposible; el agua ya cubre una parte importante de lasenormes bodegas.

Los intrépidos marinos luchan con denuedo frente a loselementos. Hace tiempo que tienen las manos y los piesamoratados y doloridos debido a la fría temperatura del agua.La mayoría sufre calambres en los dedos, que ya se muevencon dificultad; sin embargo, la tensión del momento y lasórdenes de los superiores les obligan a continuar sin protes-tas. Trabajar con las ropas encharcadas resulta difícil, y los másdébiles comienzan a desfallecer.

—¡Vamos! ¡Vamos! Ese cabrestante tiene que girar másrápido y con más fuerza —grita uno de los oficiales.

Conforme pasan los minutos, el cansancio y la confusiónhacen mella en los esforzados trabajadores. A pesar de todo,los navíos que servían de escolta han empezado a guardar los

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primeros bultos rescatados y garantizan a la tripulación unsalvamento más o menos seguro.

—Capitán, ya hemos sacado casi toda la mercadería, perolas piedras preciosas, los doblones, el oro y la plata están abajodel todo, y el agua está empezando a cubrir toda esa parte.

—¡Le ordeno que lo recuperen todo como sea! Quetrabajen sin descanso. ¡Hagan lo imposible! Queda muy pocotiempo para que nos trague la mar. ¿Sabe lo que eso significa?

Una mirada fuera de razón insinúa las cabezas que puedenrodar. El desahuciado capitán empieza a valorar la magnitud deldesastre. Sabe que la parte más pesada y valiosa no podrá serrescatada. De momento le resulta imposible hacer una valora-ción de las pérdidas, pero reconoce que serán cuantiosas. Sumente, abrumada por la situación, se plantea la posibilidad deno abandonar la nave y hundirse con los restos del tesoro.Sentado en una silla queda abatido, muerto en vida.

En las bodegas, la situación es tan dramática que muchosde los marineros corren gran peligro. Varios de ellos arrancanlos tesoros al mar con desesperación, siguen aferrados a laidea de guardar todo cuanto les sea posible, aunque sea entrelas ropas. El ansia por enriquecerse los transforma, no sonconscientes de que se están jugando la vida.

Los relucientes lingotes se van cubriendo de agua salada.Sin que nadie pueda remediarlo siguen su camino hacia unfondo oscuro y silencioso.

El amasijo de hombres lucha por hacerse con unaporción, por pequeña que sea, de la fabulosa riqueza que seburla de ellos brillando bajo la espuma. Algunos llevan tantopeso encima que difícilmente pueden nadar, pero los brazosse niegan a soltar tan valioso lastre, a dejar escapar la oportu-nidad de esconder un trozo de metal que les haga ricos.

Quien ha abandonado ha sido el capitán. Moralmente tanhundido como su barco, dejó atrás al enorme galeón cuandola bodega central, la que esconde la carga más preciada,comenzó a ser engullida por el océano. Apenas faltan unossegundos para que la luz abandone los amplios compartimen-

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tos; mientras tanto, los últimos hombres, los más avariciosos,intentan salir.

El barco se está sumergiendo en las frías aguas con unadocena de tripulantes que desesperadamente busca la salida.Los que estaban más cerca de estas, tras un esfuerzo titánico,logran huir buceando hasta el límite de sus fuerzas. Otros hantenido que lanzar sus pequeños tesoros en el últimomomento para poder nadar y salvarse. El resto corrió peorsuerte, quedó atrapado bajo los gruesos tablones. La luz hadesaparecido, la desesperación les domina porque no soncapaces de avanzar a la velocidad que necesitan. Aunquenadan con bravura, no encuentran por dónde salir. El oxígenose les acaba. Los pulmones piden aire, pero ya solo respiranagua de mar.

Demasiado tarde para los diez navegantes que acompañana la tumba a este coloso con piel de roble. Triste final paraalguien que muere con los bolsillos llenos de un oro quejamás disfrutará.

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ORLANDO, FLORIDA (EE UU)

FEBRERO DEL 2003

Hace un día fantástico. Temperatura ideal, un solradiante y una cálida brisa me acarician la piel. Lamañana perfecta para pasear por el mejor barrio

residencial de la ciudad.¡Buf! Cómo me gustaría tumbarme en esa mullida y

perfecta alfombra verde que queda a mi derecha. Vaya jardinesque tienen algunos. Me encantaría vivir con John en una deestas enormes casas.

Ya, ya, supongo que te estarás preguntando quién esJohn. Pues un hombre al que —si fueses mujer— te describi-ría como alto, guapo y detallista; al que —si fueses hombre—te describiría como un buen tipo; y al que —si fueses mimadre— te presentaría como el novio más distinguido quehe tenido hasta la fecha.

¿Que quién soy yo? Perdona por no haberme presentado,soy Dámeris Bossy. Y resulta difícil escoger atributos con losque describirme a mí misma, sea quien sea el lector de estaspáginas. Digamos, sin orden de preferencia, que tengo unalarga melena de cabellos negros, veinticuatro años, un carác-ter soñador pero ordenado, los ojos muy verdes, una persona-

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lidad mestiza entre latina y sajona, un buen empleo, tres kilosde más para mi gusto y más pecho del que pretendo. Aunque,en esto último, naturalmente, John no comparte mi opinión.

Mi madre es mi vivo retrato; nació en Valladolid, unapequeña ciudad del centro de España. Mi padre vio la luz porprimera vez en la costa oeste de Estados Unidos, concreta-mente en San Francisco. Ahora viven en Nueva York, y apenasnos vemos desde que me instalé por mi cuenta hace ahora unpar de años.

Soy arqueóloga y trabajo en el Orlando Museum of Art.Precisamente de allí vengo. Esta tarde he salido antes de lohabitual porque he quedado con mi novio para ir a casa de suabuelo. Hace unos meses que murió y su familia no sabe quéhacer con la vivienda. Estoy impaciente por saber el motivode nuestra improvisada cita. Cuando hablamos por teléfono,por el tono de voz que improvisaba John, presiento que tienealgo interesante que proponer.

Meses atrás decidimos vivir juntos en un pequeño aparta-mento de las afueras. Hasta ahora no me había planteado laposibilidad de cambiar de casa, pero después de ver algunasde estas mansiones no me importaría hacerlo.

—¡Menuda choza tenía tu abuelo! No imaginé que fuesetan grande —le digo desde el centro de un enorme salón conmás de cincuenta metros cuadrados.

Conocí a su predecesor unas semanas antes de que underrame cerebral acabara con su vida en cuestión de minutos.Por la sencillez en el vestir y por su modestia al hablar, jamáspensé que pudiera tener y mantener semejante “palacio”. Elconjunto incluye un edificio de tres plantas rodeado de unextenso jardín, un amplio garaje para tres coches y una zonapara hacer deporte con dos canastas reglamentarias de balon-cesto.

En el interior, más de quinientos metros se reparten lastres alturas en un derroche de calidad y buen gusto. Todo estátal y como él lo dejó. Los muebles, las cortinas y la decora-ción son las mismas que mantuvo mientras vivió entre estas

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paredes, algunas de ellas forradas con bellas telas damasqui-nas.

—Acompáñame, voy a enseñarte la buhardilla. Te va aencantar.

A John le brillaron los ojos antes de subir los peldaños dedos en dos; debe tratarse de un lugar digno de ser contem-plado.

Echo a correr tras él y ascendemos sin parar hasta elúltimo piso. Jadeando por el esfuerzo, nos detenemos frente auna hermosa puerta de caoba con incrustaciones de ébano ymarfil que nos da la bienvenida.

—¡Qué maravilla! —digo recorriendo la estancia de unsolo vistazo— La tarde va de sorpresas. No sé de dónde sacóesta curiosa puerta, pero conozco el lugar de procedencia demuchos de estos objetos.

La buhardilla es completamente diáfana, no tieneninguna separación. Mis ojos inspeccionan las generosasparedes, forradas de maderas nobles sobre las que cuelganvaliosas y exóticas obras procedentes de lejanas culturas.

—Aquí hay piezas de los cinco continentes. Tu abuelodebió ser muy viajero, esta lanza y este escudo pertenecen alos masai africanos —comento acariciando las rudas armas.

—Desconozco si son de los masai, los batusi o lospigmeos, pero sí te puedo asegurar que estuvo muchas vecesen África.

—¿A qué se dedicaba para viajar tanto?—Colaboraba con empresas que hacían prospecciones

petroleras por todo el mundo.—Veo que también estuvo en Sudamérica. Estos ídolos

me recuerdan al arte de alguna tribu precolombina, parecenmuy antiguos —digo observando varias figuras de barro quehay colocadas por orden en el estante más alto de la pared.

—En Venezuela pasó muchos años, era un país que lefascinaba. Como puedes comprobar, le encantaba el arte delos pueblos con los que convivía.

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—¿Por qué nunca me comentaste que tu abuelo teníatodo esto?

—Porque mis padres no sabían qué hacer con la casa.Primero pensaron en venderla, pero al final mi madre, comoúnica heredera, ha decidido quedársela. Y ya que no tengohermanos, me ha propuesto vendérmela a un precio muyespecial: trescientos mil dólares. Esta propiedad vale más deun millón. ¿Qué te parece la idea de comprarla?

—Estoy muy a gusto en nuestro apartamento, pero estoes un sueño, algo que difícilmente podríamos conseguir encondiciones normales. Por mí, podemos cambiarnos cuandotú quieras.

EL HALLAZGO

Hace pocos días que hemos hecho el traslado, es todo unprivilegio vivir aquí. Tengo la sensación de que nos ha tocadola lotería y hemos sabido invertir el dinero.

Afortunadamente, los dos tenemos un buen sueldoporque, entre lo que hay que pagar y el mantenimiento, se vacasi todo lo que ganamos. Aún así, merece la pena.

La buhardilla es la parte de la casa que más me gusta. Hehecho algunas modificaciones para convertirla en una impre-sionante sala de estar con una confortable chimenea, unamesa de billar americano y una pequeña biblioteca con mislibros más queridos.

Las paredes son lo único que he respetado: los mismosobjetos en idéntica posición, tal como su aventurero abuelolos conservó en vida.

Hoy es sábado y estoy de limpieza, un trabajo que gene-ralmente detesto hacer, pero que ha adquirido otra dimensióndesde que vivo en mi nueva residencia. De alguna manera,siento que acondicionar, ordenar y limpiar la casa es unaceremonia íntima que la convierte definitivamente en unespacio de mi propiedad. Y organizar la pequeña colección de

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antigüedades que ahora poseo supone un auténtico placerque he reservado para el final del día.

Con la misma meticulosa tranquilidad que empleo a lahora de enfrentarme a cualquier trabajo arqueológico, quitoel polvo a las maravillosas piezas que me rodean. John hatraído unos refrescos y ordena su colección de discos en elotro extremo de la sala. Sonrío al pensar que estoy viviendo eltipo de situación que siempre asocié con la armonía de unapareja. Si yo misma hubiese reunido los objetos de la colec-ción en viajes y expediciones a lo largo y ancho del mundo,todo sería perfecto. Pero no resulta fácil combinar en unamisma persona el gusto por la aventura con un caráctersedentario. El día que lo consiga, mi vida estará completa.

Abstraída en las cavilaciones, subo a una vieja escalera demano para limpiar con comodidad los ídolos de cerámicavenezolana que hay encima de una estantería.

—¡Mierda!Sin querer, golpeo con el codo la figura más grande.

Estiro los brazos con rapidez, intentando cogerla en el aire.Mis dedos casi la alcanzan pero, por desgracia, no puedoevitar su caída hacia el entarimado.

Sigo el vuelo con la mirada hasta que el objeto da unfuerte golpe contra el suelo. Un ruido seco cruje en el alma,en la del objeto y en la mía, la pieza se ha partido por lamitad.

—¡Oh, no! Maldita sea... —¿Qué ha pasado? —dice John desde el fondo.—He roto una de las piezas que más me gust... —no he

terminado la frase cuando me llevo una sorpresa. De un salto, bajo de la escalera y me arrodillo junto a las

dos mitades. El asombro es mayúsculo, mis ojos tintinean deemoción al descubrir unos manuscritos abrazados con tela delino y sujetos por un cordel de cuero.

—¡Ay, tenía algo escondido!Siento una inquietud creciente; jamás hubiera imaginado

que el ídolo estuviese hueco por dentro. Me pregunto a quién

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se le ocurriría esconder algo en su interior. Desde luego, setrata de algo muy especial. Mi mente enseguida empieza adivagar, más bien, a fantasear sobre conjuras o secretos prohi-bidos. En la antigüedad se escondían legajos como estos paraocultar información confidencial o transmitir órdenes veladas.

Con las manos temblorosas contemplo un pequeño o,quizás, gran misterio de la historia; mi imaginación vuelve adispararse. Me muero de ganas por saber qué esconde elmisterioso manojo de hojas amarillentas.

Recojo con mucho cuidado las dos mitades y las pongoencima de la mesa que tenemos junto al sofá. John se acercaenseguida.

—Mira lo que acabo de encontrar —le digo con elmismo tono que emplearía si hallara un esqueleto del pleisto-ceno.

Después de desenrollar la tela raída por el tiempo, descu-bro un manuscrito con un tamaño aproximado al de un folio.Debe ser muy antiguo, a juzgar por el color de las hojas y eldesgaste de sus bordes. Con respecto a la extraña portada,llama la atención una vistosa caligrafía escrita en un idiomaque desconozco. El texto aparece sobre una estrella de sietepuntas de color morado.

—Esto debe ser muy viejo —el comentario de John nocorresponde al de un erudito, pero es acertado.

Los dedos acarician el curioso documento y al sentir suancestral tacto tengo la impresión de que oculta un mensajede una época perdida. Mis anhelos se avivan empujándome aespecular con diferentes alternativas.

—Está redactado en un lenguaje que supongo será lalengua de alguna tribu de Venezuela —explico después dehojear las primeras páginas.

—¿Qué vas a hacer con él?—Me lo llevaré al museo, allí tenemos los mejores avan-

ces técnicos para poder investigar en profundidad. Quierosaber cuántos años tiene, quién lo escribió y qué representaesta figura que guardaba tu abuelo.

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Pedro Terrón

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Palpando la rugosidad del barro cocido, sigo elucubrandosobre antiguas leyendas que hablan de épicas hazañas y teso-ros perdidos.

Lo que me acaba de ocurrir es algo con lo que fantaseodesde que era una chiquilla. Encontrar por casualidad unaextraña obra de arte que sirve de escondite a un intrigantelibro es un sueño demasiado impactante para la niña inquietaque llevo dentro. Aunque ya he cumplido veinticuatro vera-nos, algunas ilusiones nunca se marchitan. Desvelar este tipode misterios es el ideal infantil que te acompaña durante todauna vida; es el principio de una novela que todos los arqueó-logos a los que conozco han querido protagonizar, aunquepocos se atrevan a confesarlo.

Cómo me gustaría que fuese un descubrimiento digno demención. El trabajo en el museo es muy interesante, pero estova mucho más allá, es la quintaesencia de mi oficio. Lo queuno de mis profesores denominaba “el síndrome del egiptó-logo”.

Tengo el presentimiento de que estoy a punto de zambu-llirme en una historia apasionante. Solo espero que ningunamaldición aceche al final del camino.

INVESTIGACIÓN EN MARCHA

Mis dos compañeros se han quedado boquiabiertos,están encantados con el nuevo reto que acaba de irrumpir ensus vidas. Sobre una mesa del moderno laboratorio reposanlos dos pedazos de una deidad desconocida y el escrito quenos tiene desconcertados.

—Es una verdadera suerte que el director del museo nosdeje investigar con plena libertad —digo entusiasmada ante laidea de poder usar los sofisticados medios que tenemos anuestra entera disposición.

El departamento en el que trabajo se especializa en elestudio y clasificación de las piezas que se van incorporando

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a la selecta colección del Orlando Museum of Art. En éldesempeñamos nuestra labor dos grupos de cuatro personascada uno. El nuestro está dirigido por Gordon, un veteranopaleólogo que presume de ser el más antiguo de la sección, yque lleva más de nueve años investigando y clasificando fósi-les de todo tipo.

Lo que menos me gusta de él es su carácter. Ambicioso ydominante, de trato seco y áspero, le falta esa sensibilidadpara hacerse querer, aunque sus conocimientos sobre antiguascivilizaciones vienen a paliar, en parte, su escasa simpatía. Apesar de todo, tengo que agradecerle que en estos momentosme encuentre en este departamento, pues fue él quien mefichó entre más de noventa candidatos.

Mi otra compañera se llama Gina, tiene un año más queyo y unos meses más de antigüedad en la sección. Fuimosjuntas a la universidad y, desde que trabajamos aquí, se haconvertido en una de mis mejores amigas.

Y por último está Chalmu, un arqueólogo que llevavarios meses en el museo y que cuenta con una excelentereputación. Seguramente porque habla poco, pero sabe escu-char, es paciente, metódico y considerado.

—Tenemos que establecer un plan de trabajo. Primerosometeremos la figura a un profundo estudio termoluminis-cente. Una vez sepamos la antigüedad de la pieza, investigare-mos cuál es su composición exacta. De esa forma estaremosen disposición de localizar las posibles zonas en las que pudoser fabricada —Gordon monopoliza el protagonismo rápida-mente, como es su costumbre. Nadie discute sus dotes demando pero, dadas las circunstancias, hubiera agradecido queen esta ocasión me hubiera cedido un poco de terreno.

Viendo cómo actúa, compruebo que muestra un interéscomo pocas veces había visto en él, lo cual indica que nosencontramos ante un hallazgo que puede ser un “notición”.

—Convendría contactar con un experto en lenguasamerindias, traducir este libro sería de gran ayuda —propongocon entusiasmo creciente.

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Pedro Terrón

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—Primero nos centraremos en la pieza de cerámica. Enpoco tiempo conoceremos los resultados de la termoluminis-cencia; así tendremos más datos para investigar el escrito.

No comparto su opinión, creo que sería mejor estudiarprimero el origen del documento y después continuar con lafigura, pero no quiero entrar en discusiones que no merecenla pena. Después de todo, él es el director del equipo y sabemuy bien lo que se hace.

La jornada ha sido intensa. Durante la mañana nos dedi-camos a desarrollar el plan de trabajo y a coordinar los meti-culosos preparativos. Tomamos varias muestras del ídolo y lodejamos todo organizado para que en la próxima jornadapodamos realizar las primeras pruebas. En un par de díassabremos mucho más acerca de la misteriosa deidad de barronegro.

La noticia se extendió por el museo como un rayo,incluso ha traspasado el edificio. Esta tarde hemos recibido unpar de llamadas preguntando por el hallazgo, cosa que hamolestado muchísimo a Gordon. Me ha extrañado su reac-ción, un asunto como el que tenemos entre manos es algoque debe disfrutarse, y él parece recelar de todo el mundo.Después de negarse a atender la segunda llamada, ha hechoespecial hincapié en que llevemos a cabo toda la investigaciónen secreto.

Yo prefiero trabajar en un ambiente mucho más relajado.Imponer este tipo de condiciones para un proceso querequiere del tiempo y la colaboración de todo un equipo esalgo que ni me convence ni me agrada. Es más, pensaballamar por teléfono desde el museo a un antiguo profesor dela universidad, pero después de su advertencia he decididohacerlo desde casa.

—Hola, soy Dámeris Bossy, quería hablar con JonathanRobbins —digo después de marcar un número de la agenda.

—¡Caramba! ¡Qué sorpresa! Cuánto tiempo sin saber de ti.

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Me ha reconocido inmediatamente. El señor Robbins fuemi profesor preferido en la universidad, sus clases tenían unamagia especial, era el más enrollado de todos. Tenía la imagentípica del maestro despistado que vive en su mundo y queparece no enterarse de nada que no huela a ciencia, pero enrealidad no se le escapaba detalle. A mí me ayudó a buscartrabajo, y sé que me tiene un gran aprecio. Es un encanto depersona.

—Siento no haberte llamado antes, pero es que estoymuy liada y... —trato de justificarme.

—Ya sé, ya sé. No es necesario que sigas… tus cincohijos, la hipoteca, tu marido no saca al perro...

—Ja, ja, veo que sigues igual de bromista que siempre–puedo hablarle en este tono porque tengo mucha confianzacon él.

—Quien descubre el secreto de la risa ya no cambiajamás. ¿En qué puedo ayudarte?

A pesar de estar a punto de jubilarse, es ágil de cuerpo y,sobre todo, de mente. Enseguida ha averiguado que voy apedirle un favor.

—Me gustaría enseñarte algo que te va a gustar mucho.—Yo ya no tengo edad para que me enseñes esas cosas,

sabes que me escandalizo con facilidad.—No te voy a enseñar nada de eso que imaginas, no

quiero ser la culpable de que te suba la tensión más de lacuenta.

Oigo sus risas a través del auricular.—Soy todo oídos —dice cambiando de tono.—Tengo en mi poder un documento bastante antiguo, sé

que te encantará.—Eso suena fenomenal. ¿Cuándo podré hojearlo?—Mañana por la tarde, al salir del museo, te lo acercaré a

casa. ¿Sigues viviendo en el mismo sitio?—No cambio mi pequeño jardín ni al mismísimo Bill

Gates por todas sus mansiones. Aquí te estaré esperando conimpaciencia.

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Pedro Terrón

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SE SUCEDEN LAS SORPRESAS

—Es imposible, seguramente habéis cometido algúnerror —dice Chalmu.

—Te aseguro que el dato es correcto, lo hemos compro-bado dos veces, y en ambos casos coincidió la iridiscencia.

Los que estamos en la sala no salimos de nuestro asom-bro, quien nos ha contestado es el experto que ha realizado laprueba termoluminiscente. El resultado ha sido una enormesorpresa para todos: la figura de barro tiene una antigüedadque supera los nueve mil años.

Nuestro jefe toma la palabra:—No hay una pieza de cerámica en todo el mundo con

un estilo y antigüedad similares..—Estoy de acuerdo contigo Gordon, sé que estamos ante

un objeto que supone toda una incógnita —afirma quien hallevado a cabo las pruebas—, pero todavía no sabéis lo másdesconcertante.

Los presentes dejamos por un momento de observar laobra de arte y miramos al especialista en datación.

—Por la técnica empleada, esta figura debería tener unosdos mil años de antigüedad.

—No puede ser, acabas de decir que tiene más de diezmil –dice Gina con los esquemas cruzados.

—Ese es el gran misterio. Como todos sabéis, los prime-ros hornos se construyeron hará unos 8.000 años, pero tuvie-ron que pasar casi seis mil hasta que se empezó a trabajar lacerámica vidriada. Ese fue el método que emplearon paracocer este ídolo.

—Es algo inaudito. ¿Qué más habéis averiguado? —pregunto, cada vez más intrigada.

—Según comentaste, lo trajeron de Venezuela, pero no sefabricó allí. La masa está compuesta por una variedad de sílicemezclada con sosa que abunda en el norte de África. Tambiénhemos descubierto que sufrió una segunda cocción, le aplica-

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