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LA LUZ INDIRECTA Paul Virilio A ún recuerdo mi sorpresa, hace unos diez años, al ver las pantallas de vídeo substituir los espejos en los andenes del metro. A decir verdad, poco después del 68, habían aparecido cámaras de vigilancia a la entrada de las escuelas superiores, de las universidades; los bulevares y las glorietas de la capital estaban controlados, también, por medio de ese nuevo material (1). Vuelvo a sorprenderme hoy al ver surgir, en- cima del teclado del portero automático de los edificios, el objetivo de una microcámara, pues evidentemente el interno ya no basta para reemplazar a los porteros... Material de sustitución electroóptico, la vi- deoscopia me parece encontrar aquí su nción principal: la de iluminar; iluminación indirecta de un entorno doméstico que ya no se conrma con la simple luz eléctrica, luz directa análoga a la luz del día. Además, la miniaturización acele- rada de este tipo de equipos se asemeja cada vez más a la videocámara, y su monitor de control a un piloto que se enciende e ilumina para que se pueda ver lo que hay alrededor. Hasta la cámara de grabación cinematográfica de 35 mm, cuyo visor antiguo, el ocular óptico, está ya ventosamente sustituido por un moni- tor de visualización de las imágenes grabadas... lCómo no ver aquí que el carácter esencial de la vídeo ya no es la «representación» más o me- nos actualizada de un hecho, sino la presenta- ción en directo de un lugar, de un medio elec- troóptico, que es el resultado aparente de una puesta en onda de lo real, cuya posibilidad se oecía con la sica electromagnética? Por lo tanto, resulta lógico no encontrar aquí ningún espacio de representación, «ninguna sala de proyección»: únicamente un control. La videografía, que da lugar a la imagen de un lugar, finalmente no precisa ningún otro «espa- cio» más que el de su soporte, de una cámara y de un monitor ellos mismos integrados, o por así decirlo, disueltos en otros aparatos, en otros equipos sin ninguna relación con la representa- ción artística televisual o cinematográfica. Como tampoco nos importan los indicadores y los pilo- tos de un salpicadero o la iluminación de un es- caparate. No nos importa verdaderamente el «lugar de disión» de la vídeo. Este lugar es únicamente lo que está iluminando, expuesto a la luz. Ya no es este «teatro» o este lugar de una representación cinematográfica proyectada a distancia. 33 Tan importante es la direncia que existe en- tre la videoscopia, la cinematograa y la televi- sión que el receptor TV mismo ya está superado por la incorporación de monitores a los aparatos domésticos más corrientes, como puede ser ese «portero electrónico» que permite ver, igual que el interno solamente permitía oir. Toda la polémica acerca de la reciente crisis de las salas de cine, de la miniaturización de las salas de proyección públicas volverá a surgir dentro de poco, no lo dudemos, a propósito de la vivienda privada, de este «cuarto de estar» donde aún se encuentra el televisor; el turo de la pantalla se halla a la vez en su emancipación, su repentina dilatación en pantalla gigante a la luz del día (JUMBOTRON o pantalla de los es- tadios olímpicos...), y en su retención, su disper- sión en objetos usuales, sin ninguna relación con el espectáculo o con las inrmaciones tele- visadas. lA quién le importan todavía los hilos eléctri- cos en los electrodomésticos? lA quién le im- portarán mañana las fibras ópticas incorporadas a los materiales, a los objetos de uso corriente? Ectivamente, además de la retransmisión de sucesos de actualidad, de hechos políticos o de acontecimientos artísticos, vídeo nos «ilustra» sobre unos nómenos de mera transmisión, transmisión intantánea de mayor o menor proxi- midad que se convierte, a su vez, en un nuevo tipo de «lugar», de localización «telepográfica». lNo se habla de televisión local? Al igual que la bombilla eléctrica inventada por Edison había suscitado la aparición de luga- res diurnos en medios nocturnos, la inovación de la lámpara electroóptica determina la emer- gencia de lugares perceptibles en medios gene- ralmente imperceptibles. Lugar del «no-lugar» de la transmisión instantánea (a mayor o menor distancia), conmutación de las apariencias sensi- bles, semejante a la percepción paróptica (2), sin ninguna relación con la comunicación «mass- mediática» habitual. De esta rma, junto a los conocidos ectos de la «telescopia» y de la «microscopia» que han trastornado, desde el siglo XVII, la percepción del mundo, están los ectos inducidos de esta «videoscopia», cuyas repercusiones en materia de visión no se harán esperar, ya que la vídeo participa activamente en la constitución de una localización instantánea e interactiva, de un nuevo «espacio-tiempo» que no tiene nada que ver con la topograa, el espacio de las distancias geográficas o simplemente geométricas. Si el problema de la «puesta en escena» de las representaciones teatrales o cinematográficas desemboca en la organización especial y tempo- ral de un acto, o de una narración lmica en una sala, un espacio de representación pública, y si,

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LA LUZ INDIRECTA

Paul Virilio

A ún recuerdo mi sorpresa, hace unos diez años, al ver las pantallas de vídeo substituir los espejos en los andenes del metro.

A decir verdad, poco después del 68, habían aparecido cámaras de vigilancia a la entrada de las escuelas superiores, de las universidades; los bulevares y las glorietas de la capital estaban controlados, también, por medio de ese nuevo material (1).

Vuelvo a sorprenderme hoy al ver surgir, en­cima del teclado del portero automático de los edificios, el objetivo de una microcámara, pues evidentemente el interfono ya no basta para reemplazar a los porteros ...

Material de sustitución electroóptico, la vi­deoscopia me parece encontrar aquí su función principal: la de iluminar; iluminación indirecta de un entorno doméstico que ya no se conforma con la simple luz eléctrica, luz directa análoga a la luz del día. Además, la miniaturización acele­rada de este tipo de equipos se asemeja cada vez más a la videocámara, y su monitor de control a un piloto que se enciende e ilumina para que se pueda ver lo que hay alrededor.

Hasta la cámara de grabación cinematográfica de 35 mm, cuyo visor antiguo, el ocular óptico, está ya ventajosamente sustituido por un moni­tor de visualización de las imágenes grabadas ...

lCómo no ver aquí que el carácter esencial de la vídeo ya no es la «representación» más o me­nos actualizada de un hecho, sino la presenta­ción en directo de un lugar, de un medio elec­troóptico, que es el resultado aparente de una puesta en onda de lo real, cuya posibilidad se ofrecía con la física electromagnética?

Por lo tanto, resulta lógico no encontrar aquí ningún espacio de representación, «ninguna sala de proyección»: únicamente un control.

La videografía, que da lugar a la imagen de un lugar, finalmente no precisa ningún otro «espa­cio» más que el de su soporte, de una cámara y de un monitor ellos mismos integrados, o por así decirlo, disueltos en otros aparatos, en otros equipos sin ninguna relación con la representa­ción artística televisual o cinematográfica. Como tampoco nos importan los indicadores y los pilo­tos de un salpicadero o la iluminación de un es­caparate. No nos importa verdaderamente el «lugar de difusión» de la vídeo. Este lugar es únicamente lo que está iluminando, expuesto a la luz. Y a no es este «teatro» o este lugar de una representación cinematográfica proyectada a distancia.

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Tan importante es la diferencia que existe en­tre la videoscopia, la cinematografía y la televi­sión que el receptor TV mismo ya está superado por la incorporación de monitores a los aparatos domésticos más corrientes, como puede ser ese «portero electrónico» que permite ver, igual que el interfono solamente permitía oir.

Toda la polémica acerca de la reciente crisis de las salas de cine, de la miniaturización de las salas de proyección públicas volverá a surgir dentro de poco, no lo dudemos, a propósito de la vivienda privada, de este «cuarto de estar» donde aún se encuentra el televisor; el futuro de la pantalla se halla a la vez en su emancipación, su repentina dilatación en pantalla gigante a la luz del día (JUMBOTRON o pantalla de los es­tadios olímpicos ... ), y en su retención, su disper­sión en objetos usuales, sin ninguna relación con el espectáculo o con las informaciones tele­visadas.

lA quién le importan todavía los hilos eléctri­cos en los electrodomésticos? lA quién le im­portarán mañana las fibras ópticas incorporadas a los materiales, a los objetos de uso corriente?

Efectivamente, además de la retransmisión de sucesos de actualidad, de hechos políticos o de acontecimientos artísticos, vídeo nos «ilustra» sobre unos fenómenos de mera transmisión, transmisión intantánea de mayor o menor proxi­midad que se convierte, a su vez, en un nuevo tipo de «lugar», de localización «telepográfica». lNo se habla de televisión local?

Al igual que la bombilla eléctrica inventada por Edison había suscitado la aparición de luga­res diurnos en medios nocturnos, la inovación de la lámpara electroóptica determina la emer­gencia de lugares perceptibles en medios gene­ralmente imperceptibles. Lugar del «no-lugar» de la transmisión instantánea (a mayor o menor distancia), conmutación de las apariencias sensi­bles, semejante a la percepción paróptica (2), sin ninguna relación con la comunicación «mass­mediática» habitual.

De esta forma, junto a los conocidos efectos de la «telescopia» y de la «microscopia» que han trastornado, desde el siglo XVII, la percepción del mundo, están los efectos inducidos de esta «videoscopia», cuyas repercusiones en materia de visión no se harán esperar, ya que la vídeo participa activamente en la constitución de una localización instantánea e interactiva, de un nuevo «espacio-tiempo» que no tiene nada que ver con la topografía, el espacio de las distancias geográficas o simplemente geométricas.

Si el problema de la «puesta en escena» de las representaciones teatrales o cinematográficas desemboca en la organización especial y tempo­ral de un acto, o de una narración fílmica en una sala, un espacio de representación pública, y si,

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en un menor grado, la escenografía televisual implica a su vez una escena y un lugar de difu­sión privado ( el cuarto de estar de una vivienda), con la videotransmisión ya no se trata de lo mis­mo, pues su «cinevideografía» consiste única­mente en conmutar U11as apariencias más o me­nos lejanas, «disyuntas» y también conmutar unos actores interactivos más o menos distan­tes. La conmutación de la emisión y de la recep­ción de la señal vídeo refleja, en la pantalla de la terminal, la mutación conmutación de las distan­cias (topología) en potencia (teletopología), es decir, en energía luminosa: unión de la cinemá­tica relativista y de la óptica ondulatoria.

Por lo tanto, la crisis actual de las salas de es­pectáculo cinematográfico no es únicamente el resultado de la difusión a domicilio de las pelí­culas televisadas, revela más bien una crisis de la noción de representación ligada al auge del «directo». Un directo en «tiempo real», fruto del desarrollo de la videoscopia, ya no solamente a domicilio, sino en cualquier sitio, indiferente­mente, en el cuerpo mismo de aparatos, de equipos diversos donde ha sido integrada desde hace unos veinte años -el ejemplo más relevan­te puede ser el de la tejedura en los materiales compuestos de fibra óptica- una crisis de la re­transmisión en diferido que, gracias a las técnicas de la imagen electroóptica, llega a imponer hoy en día la idea, o mejor dicho, la «ideografía» de una verdadera presentación de los lugares, de los distintos ambientes, una «presentación» que sería, esta vez a escala humana, lo que fue en su día la representación de la óptica telescópica a escala astronómica o también la representación microscópica a escala de las propiedades íntimas de los materiales.

Por consiguiente el vídeo no será el octavo ar­te, como tampoco el cine fue el séptimo. La cri­sis del espectáculo cinematográfico, de las cade­nas de televisión rivales, y también lo que ya se denomina «videoarte», es el resultado de esta equivocación, y de la importancia que, desde los orígenes de la «fotocinematografía», así como de la radiotelevisión, ha tomado el espectáculo de los hechos o el de actividades de entreteni­miento, en perjuicio de la iluminación de los lu­gares de los acontecimientos.

A pesar de Edison, Marey, los hermanos Lu­miere, Vertov y otros más, los festejos casi siempre prevalecieron ( como siguen prevale­ciendo en televisión) sobre la iluminación, aun­que la aparición repentina de una óptica activa sin embargo las proezas de la óptica pasiva ( del vidrio y de los diversos materiales transparentes de las lentes) en la organización de la realidad sensible. Aparición de una «telerrealidad pre­sente», cambiando totalmente la naturaleza tan­to del objeto como del sujeto de la representa­ción tradicional, la imagen de los lugares sucede ahora a los «lugares de imágenes»: salas de es-

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pectáculo o de proyección -el teatro es el único, gracias a su unidad de tiempo y de lugar, que to­davía se libra de las transmutaciones de una ilu­minación electroóptica cuyo carácter inmediato siempre excluye la «unidad de lugar» en benefi­cio de la «unidad de tiempo» exclusivamente, pero de un tiempo real que afecta gravemente al espacio de las cosas reales.

En realidad, al lado de los efectos de la ra­dioactividad de la emisión y de la recepción ra­diofónica, con su «alta fidelidad electroacústi­ca», existe lo que ahora se podría denominar la optoactividad de la conmutación videoscópica, con los problemas de «alta definición electroóp­tica» que esto supone.

Hoy, cuando hablamos, en Toulouse y en otras partes, de la próxima instalación de una te­levisión de proximidad, de una tele local, no nos damos cuenta que utilizamos una palabra que pertenece a la videoscopia o, si se refiere, en el caso de una ciudad cableada, a una «videogra­fía» que permite a la ciudad verse y hacerse ver, o dicho de otro modo, convertirse en su propio «control», su propia película ...

En este sentido va el proyecto estudiado por el municipio de Rennes: realizar una «ilumina­ción pública electrónica» para favorecer la exis­tencia política y económica de la ciudad; de ahí la necesidad de un «telecartel» municipal, de la inevitable televenta a domicilio, realización de un gigantesco escaparate catódico capaz de su­plantar la prensa local.

Pero lno ocurre lo mismo, ya, con la proximi­dad restringida de los objetos y de los lugares de nuestro entorno cotidiano, como pueden ser el terminal vídeo del metro, el circuito cerrado de las empresas, o de esas tiendas donde aparecen en pantalla los que contemplan el escaparate? Y esto no es nada todavía, en comparación con la diseminación de esas cámaras «enchufes» y de esos monitores «bombillas» incorporados a los objetos usuales, como lo fueron antes que ellos el micrófono y el altavoz en el radiodespertador, el magnetófono, los «Walkman» o también las esferas de visualización numérica de los relojes de cuarzo en el capuchón de los bolígrafos, los mecheros y otros objetos heteróclitos ...

En cuanto a la visualización videoscópica, sin embargo, la conmutación es diferente: la televi­sión de «proximidad geográfica» y la vídeo de «proximidad geométrica» parasitan la clara per­cepción del «aquí» y «ahora», interpenetran e intercambian telepológicamente los lugares gra­cias a la repentina revelación del «directo», es decir, de un «espacio-velocidad» que suplanta ·(momentáneamente) el espacio tiempo de nuestrasactividades corrientes. De esta forma, confundién­dose con una luz paraóptica, la velocidad límitede la transmisión del directo aparece como laluz indirecta de la velocidad de la señal vídeo.

La miniaturización o el gigantismo de las pan- .

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tallas no son, por lo tanto, como a menudo se suele decir en el Occidente, un «gadget» japo­nés. Lo que ocurre aquí, en el seno de la física de la imagen, ocurre también en astrofísica con la próxima puesta en funcionamiento del teles­copio espacial Edwin Hubble de óptica adaptati­va, una óptica activa donde el efecto de endere­zamiento de la imagen depende de la capacidad del ordenador y ya no de las propiedades del vi­drio de las lentes exclusivamente.

Por consiguiente, la escala de la pantalla, de la imagen, no influye para nada.

El dimensionamiento de los objetivos ya no representa lo esencial: lo que aparece en la sala catódica, es el espacio de una distancia que se transmuta, ante nuestros ojos, en energía lumino­sa, en potencia de iluminación.

El intervalo del género «luz» (signo nulo) de la nueva física (3) sustituyendo repentinamente los intervalos habituales de tiempo (signo positi­vo) y de espacio (signo negativo), toda superfi­cie, toda extensión, cualquiera que sea su tama­ño, su amplitud, ya no tiene existencia objetiva más que dentro y por medio de la interfase de una observación que ya no es el resultado visi­ble de la mera luz directa del sol o de la electri­cidad sino, ahora, da la luz indirecta del campo radioeléctrico de una red hertziniana o de un ca­ble de fibra óptica.

Lo que observamos para la supe,ficie máxima del globo terrestre sometida a examen, la ins­pección permanente de los satélites de observa­ción (militares, meteológicos), vale también pa­ra las supe,ficies mínimas de los objetos y luga­res sometidos a la luz intensa de la videoscopia. Efectivamente, se establece un misterio tele­puente entre un número siempre creciente de superficies, desde las más extensas hasta las más ínfimas, un «jeed-back de la imagen y del soni­do» que desencadena, para nosotros, los obser­vadores, una telepresencia, una «telerrealidad» (videográfica o videogeométrica) cuya expresión esencial es la noción de tiempo real.

Lo que la «teoría del punto de vista» de Al­bert Einstein nos enseñaba, en 1905, acerca de la relatividad de la extensión y de la duración, la existencia de un frente a frente, de un cara a ca­ra inseparable de las superficies observadas y del observador (interfase relativista sin la cual la ex­tensión no posee ninguna dimensión objetiva), el feed-back instantáneo de la vídeo lo confirma visiblemente: el entorno electroóptico supera desde ahora el entorno ecológico clásico, una «meteorología electrónica» se impone así, sin la cual la de la atmósfera terrestre pronto se volve­ría incomprensible.

Ahora que las grandes cadenas de televisión americanas, ABC, CBS, NBC (hay que señalar que se trata de televisiones unilaterales), van ca­da vez peor, CNN, la cadena de información en directo de Ted Turner, piensa poner en marcha

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NEWS HOUND, recurriendo al millón de teles­pectadores abonados que tengan un equipo de grabación vídeo. «Se trata de un millón de opor­tunidades para nosotros, manifestó reciente­mente Earl Casey, responsable de este futuro dispositivo interactivo, un millón de testigos que podrán proporcionarnos imágenes, y a nosotros, sólo nos quedará hacer una selección».

Lo mismo ocurre, esta vez a nivel militar, con la busca eminentemente estratégica de lafurtivi­dad de los aviones de combate. En el momento en que se establece un campo de detección elec­tromagnética compleja a escala del globo terres­tre, se buscan activamente los medios de esca­par a las «vistas radioelectrónicas», utilizando nuevos materiales especiales como puede ser el superpolímetro PBZ capaz, según parece, de evitar la detección de las ondas radar. .. Sin em­bargo al mismo tiempo, se propone a los fabri­cantes de material aeronáutico integrar dentro de esos mismos materiales unas fibras ópticas que puedan «auscultar», iluminar continuamen­te el espesor de las células y de los órganos mo­tores del aparato de combate ...

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Si para el filósofo Schopenhauer el mundo era su representación, para el videasta, el técnico en electrónica, la materia se convierte en su pre­sentación, una «presentación» externa directa y, simultáneamente, una presentación interna e indirecta, al volverse el objeto, el instrumento, no meramente presente a simple vista, sino tele­presente.

Otro ejemplo de esta no-separabilidad física del exterior y del interior, de lo cercano y de lo lejano, nos lo proporciona a la vez la industria de los transportes y el desarrollo de la publici­dad sideral.

La sociedad americana Geostar (y dentro de poco su homólogo europeo Locstar) iba a poner en órbita, en el mes de diciembre de 1987, el pri­mer elemento del sistema «Radio-Determina­ción Satélite-Servicio» (RDSS). Gracias a este dispositivo de vigilancia, la sede central de una empresa de transportes podrá observar, en cual­quier momento, la posición geográfica de cada uno de sus vehículos ... al encargarse del control de los desplazamientos un satélite geoestaciona­rio de navegación. Por eso se puede entender mejor que la revista Match acabe de poner su lo­gotipo en el chott el-Djerid (tan apreciado por Bill Viola): el desierto surtunecino transformán­dose de repente en una superficie de inscripción en una pantalla, como ya se han convertido aho­ra todas las superficies continentales y maríti­mas expuestas a las miradas escudriñadoras del ojo orbital de los satélites.

Pero este incesante frente a frente de la parte superior y de la parte inferior no estará comple­to si omitiésemos, después del nadir, el cenit y las proezas de los anuncios en órbita alta, con el proyecto de la firma Coca-Cola de dejar su huella indeleble en el firmamento de nuestras noches ( 4).

Una vez más, notamos el ocaso de los lugares de representación y de proyección; la sala, la es­cena o la pantalla se convierten meramente en el cielo y el suelo, el conjunto de las superficies, desde las más ínfimas hasta las más amplias ex­puestas, iqué digo!, sobreexpuestas a las mira­das inquisidoras de los aparatos de toma de vis­tas automáticos y de transmisión instantá­neas ... » «Superficies», o mejor dicho «interfa­ces», que ahora ya sólo tienen una existencia objetiva gracias al examen videoscópico, la ob­servación por materiales de grabación y de difu­sión en directo, telerrealidad presente en «tiempo real», que suplanta la realidad de la presencia del espacio real, de los objetos y de los lugares, al estar superados por los proyectos electromagnéticos.

Según Albert Einstein, lo que diferenciaba una teoría justa de una teoría errónea, era única­mente la duración de su validez: unos años, unas décadas para la primera, unos instantes, unos días para la segunda ...

¿No ocurrirá lo mismo con las imágenes, con este interrogante acerca de la duración de la va-

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lidez de la imagen, esa diferencia de naturaleza entre la imagen en «tiempo real» y en «tiempo diferido»?

Finalmente, todo el problema de la «telerrea­lidad» ( o si se prefiere, de la telepresencia) radi­ca en este mismo interrogante sobre la validez de la corta duración, el valor real del objeto o del sujeto presentes instantáneamente a una distan­cia que sólo depende del trayecto, es decir de la velocidad de su imagen, velocidad de la luz de la electroóptica contemporánea. Lo mismo sucede con la «teleacción», gracias a la capacidad de in­teracción instantánea de la telemetría, al resultar similar la optoactividad de la imagen en tiempo real a los efectos de la radioactividad del tele­mando manipulador de objetos más o menos le­janos: vehículos teleguiados, máquina transfer, instrumentos diversos (5).

Esta aparición del trayecto real en detrimento tanto del objeto como del sujeto reales, tan re­veladora de la primacía de la imagen sobre el ob­jeto concreto, fruto ella misma de la reciente su­premacía del tiempo sobre el espacio real, es sig­nificativa del carácter ondulatorio de la realidad. La repentina conmutación de las apariencias sen­sibles no es más, al final, que el signo precursor de una desrealización generalizada, consecuen­cia de la nueva iluminación de la realidad sensi­ble. De una realidad ya no únicamente «aparen­te» como hace poco, sino transparente o, para ser más preciso, trans-aparente.

Fusión/confusión de las apariencias transmi­tidas y de las apariencias inmediatas, luz indirec­ta capaz dentro de poco de suplantar la luz di­recta, luz artificial de la electricidad desde luego, pero primero y sobre todo luz natural, con los cambios radicales que esto supone ...

Con la aparición del trayecto instantáneo y ubicuo, asistimos pues a la aparición de la luz del tiempo, de ese tiempo intensivo de la electroóp­tica que suplanta definitivamente la óptica pasi­va tradicional.

No obstante, podemos estar seguros de que el estatuto de la realidad presente no resistirá por mucho tiempo a esta repentina iluminación de los lugares, de los hechos y de los acontecimien­tos. Efectivamente, si la mejora de la definición espacial de las lentes ópticas de los objetivos de las cámaras favorece la visión de los contrastes y aumenta la luminosidad de la imagen habitual, la reciente mejora en la definición temporal de los procesos de toma de vistas y de transmisión electrónica aumenta la nitidez, la resolución de las imágenes videoscópicas. De este modo, la velocidad audiovisual sirve primero para ver, pa­ra oir; por decirlo de otra forma, para avanzar en la luz del tiempo real, al igual que la velocidad automóvil de los vehículos servía para avanzar en la extensión del espacio real de un territorio.

Por consiguiente, a la mayor «transparencia» de los medios de comunicación de gran veloci-

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dad (TAV, av1on supersomco, etc ... ) hay que añadir esta repentina trans-apariencia ( elec­troóptica y acústica) de los medios de informa­ción y de telecomunicación. Alta fidelidad del sonido y alta definición de la imagen contri­buyen a modificar en gran parte la naturaleza del relieve (sonoro, visual); este «relieve» que al final no es más que la mayor o menor realidad de las cosas percibidas, relieve espacio-temporalque condiciona nuestra aprensión frente al mundo y al tiempo presente. Efectivamente, to­do cambio de intensidad de la luminosiddad es interpretado por el ojo como un cambio de for­ma, por eso la luz ( directa o indirecta, normal o artificial) no genera únicamente la coloración de los objetos y de los lugares, sino también su re­lieve. De ahí la importancia de las investigacio­nes sobre la alta definición de la imagen, defini­ción a la vez espacial y temporal de una señal vídeo capaz de realizar, esta vez para el espacio visual, lo que la alta fidelidad del sonido había realizado ya para la estereofonía del volumen sonoro: una verdadera estereoóptica integrada alentorno doméstico.

De esta forma, lo mismo que la técnica de to­ma de vistas sideral mejora continuamente la re­solución de las imágenes de los satélites de tele­detección, también se mejora constantemente la definición de las imágenes de televisión con el fin de aumentar ya no la transparencia eléctricadel entorno local, como se daba el caso a princi­pios de este siglo con la electrificación general de las ciudades y del campo, sino ahora la trans­apariencia electroóptica del entorno global.Emergencia de una nueva clase de «relieve», de volumen audiovisual aplicado a la totalidad de las apariencias transmitidas; «estereovideosco­pia» similar, a escala macroscópica, a lo que fue ayer el auge de la microscopia electrónica de ex­ploración en la revelación volumétrica de lo infi­nitamente pequeño.

Ahora, ya no nos conformamos para ver con disipar las tinieblas, la oscuridad ambiente, tam­bién disipamos, por la conmutación de las apa­riencias, el obstáculo de la extensión, la opaci­dad de las distancias demasiado largas, gracias a la implacable perspicacia de un material videos­cópico similar al más potente de los proyectores de luz ... Aurora del «falso día» de la luz elec­troóptica, de una luz pública indirecta, fruto del desarrollo de la puesta en ondas tanto de lo real como de lo figurado, luz artificial que completa ya la luz eléctrica al igual que ésta en su época se había substituido a la luz del día.

A las 13 horas y 32 minutos, hora local, el día 26 de octubre de 1988, en la base de Vanden­berg en California, un cohete TITAN-34D lan­zaba un satélite KHl 1. Puesto en una órbita po­lar que permite visualizar el planeta en su conjun­to, este satélite puede, en cualquier momento, a lo largo de su incesante exploración geográfica,

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filmar con «zoom», girar sobre sí mismo y trans­mitir unas imágenes convertidas en impulsiones electrónicas. ..a...La vida media de este aparato militar �es de treinta y seis meses... �

NOTAS

(1) El control de este dispositivo de vigilancia electró­nica se encuentra, simbólicamente, en los sótanos del ayun­tamiento de París.

(2) Sobre este tema, consultar «la Visión extra­rétinienne et le Sens paroptique» de Jules Romains, ed. Gallimard, 1964.

(3) «La Matiere espace-temps» de Gille CohenTannoudji y Michel Spiro, ed. Fayard, 1986.

(4) Una primera prefiguración de esta situación ex­céntrica aparece en los años 1930, con el auge de la publici­dad aérea. Escribir en el cielo se convierte entonces en una práctica corriente.

(5) El día 19 de octubre de 1987, el Krach informatiza­do de Wa/1 Street daba una primera visión de los efectos ne­gativos de esa interconexión instantánea entre los mercados financieros, llamada vulgarmente «BIG-BANG».