La Muerte de Jesús Desde La Cristología

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La muerte de Jesús desde la cristología Apuntes del libro Acceso a Jesús, de J.I. González Faus, capítulo 4 Hoy hemos hecho de la cruz un símbolo religioso o, todavía peor, una alhaja, y así nos hemos tejido un caparazón contra lo que este hecho tiene de inaudito y de provocativo también para nosotros. I. Introducción: crítica de la teología tradicional ¿Cómo entender la muerte de Jesús? Desde la perspectiva creyente la teología tradicional ha dado su explicación y que se ha asumido en el subconsciente colectivo de la fe. Es preciso destruir esta imagen: la muerte de Jesús sería en definitiva obra o voluntad, sapientísima e incomprensible, de Dios y donde los hombres no habrían sido sino una marionetas. El problema de esta teología redentorista ha reducido a un solo punto la acción salvadora de Dios. Y hay que distinguir dos tipos de esta teología: - La encarnacionista: donde se habla de la irrupción de Dios en el mundo, un contacto, pero se le quita la dimensión de historia. Porque habría que ver que ese contacto de Dios con ha cambiado la realidad. - La expiatoria: Jesús con su muerte paga un precio, repara el enojo de un Dios molesto. Pero el beneficio de ese rescate se pospone a la otra vida. Esta teoría refleja en gran parte el terrible problema de encontrar sentido y explicación a escándalo de la cruz. Por consiguiente no hay causas en la vida de Jesús que lleven a su muerte. Esta teología no tiene sustento en los relatos evangélicos. Ambas posturas olvidan la vida de Jesús como una auténtica magnitud redentora que engloba a las otras dos, y donde el hombre a salvar es un ser libre e histórico. El problema es que la muerte de Jesús se la explicó tanto que se llegó a hacerla comprensible: en vez de dar un sentido, o de ayudar a vivir con sentido un sinsentido, se llegó a quitar el

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La muerte de Jesús desde la cristologíaApuntes del libro Acceso a Jesús, de J.I. González Faus, capítulo 4Hoy hemos hecho de la cruz un símbolo religioso o, todavía peor, una alhaja, y así nos hemos tejido un caparazón contra lo que este hecho tiene de inaudito y de provocativo también para nosotros.

I. Introducción: crítica de la teología tradicional

¿Cómo entender la muerte de Jesús? Desde la perspectiva creyente la teología tradicional ha dado su explicación y que se ha asumido en el subconsciente colectivo de la fe. Es preciso destruir esta imagen: la muerte de Jesús sería en definitiva obra o voluntad, sapientísima e incomprensible, de Dios y donde los hombres no habrían sido sino una marionetas.

El problema de esta teología redentorista ha reducido a un solo punto la acción salvadora de Dios. Y hay que distinguir dos tipos de esta teología:

- La encarnacionista: donde se habla de la irrupción de Dios en el mundo, un contacto, pero se le quita la dimensión de historia. Porque habría que ver que ese contacto de Dios con ha cambiado la realidad.

- La expiatoria: Jesús con su muerte paga un precio, repara el enojo de un Dios molesto. Pero el beneficio de ese rescate se pospone a la otra vida. Esta teoría refleja en gran parte el terrible problema de encontrar sentido y explicación a escándalo de la cruz. Por consiguiente no hay causas en la vida de Jesús que lleven a su muerte. Esta teología no tiene sustento en los relatos evangélicos.

Ambas posturas olvidan la vida de Jesús como una auténtica magnitud redentora que engloba a las otras dos, y donde el hombre a salvar es un ser libre e histórico.

El problema es que la muerte de Jesús se la explicó tanto que se llegó a hacerla comprensible: en vez de dar un sentido, o de ayudar a vivir con sentido un sinsentido, se llegó a quitar el sinsentido que constituía el punto de partida. La fe que busca entender se convierte en una inteligencia que dicta la fe.

Derivado de esta explicación, se ha entendido y justificado todo dolor y se ha terminado por bendecir toda injusticia.

Se olvida que la cruz no fue expresión de sumisión, sino de resistencia y que, por tanto, no toda sumisión es cristiana, sino que lo cristiano es la difícil dialéctica de resistencia y sumisión.

Esta concepción tradicional se concretó en los diversos modelos de sacrificio, satisfacción y redención, cuyos correlatos a los que se refieren son la culpa del hombre, la ofensa a Dios y la esclavitud del demonio. Hoy estas metáforas ya no argumentan nada y son mudas para el hombre de hoy.

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La cruz de Jesús tiene, también para nosotros una dureza escandalosa que nos es muy difícil de tragar y que hemos resuelto que Dios y no nosotros, sería entonces el responsable de la muerte de Jesús (El la quiso El sabrá por qué: designios) Porque así se descarga al hombre de su responsabilidad en ella, y la cruz ya no revela hasta donde es capaz de llegar el hombre por defender su posición de privilegio e intereses y proyectos.

II. La muerte de Jesús desde antes de Pascua

1. La condena

Como consecuencia de su vida, la muerte de Jesús es expresión de la conflictividad de su vida. Jesús obligó a tomar postura y definirse ante él. Vivió un constante conflicto que se fue agudizando.

Irónicamente el proceso contra Jesús terminó por unir a enemigos irreconciliables, unos por irritación, otros por desengaño o por miedo, unos por estar contra sus fines y otros por estar contra sus medios. El sistema termina por desautorizar y matar al pobre y al débil.

Si en la primera etapa de su vida Jesús había puesto al servicio de su causa todo lo que tenía, todos los poderes: su tiempo, su palabra, su irritación, su capacidad taumatúrgica… ahora aprende que ha de poner al servicio del reino todo lo que él es.

2. La condena políticaLa condena de Jesús tuvo un carácter de tipo político, y así fue ajusticiado, con todo e inscripción (inri).

La acusación política es una forma de desautorizar la interpelación religiosa.

3. Condena por blasfemia

Oficialmente la condena a Jesús es por blasfemia. Pero lo paradójico es que quien condenó a Jesús no fue, por así decir, la maldad monstruosa de los “malos”, sino la “bondad” de los buenos, o la maldad no reconocida de los buenos o al menos de los bien situados.

Este rasgo, muy distinto a la muerte de tantos mártires, es el que crea en los discípulos la aporía absoluta y la imposibilidad de seguir adelante tras su suerte; es el que induce la oscuridad total y la sensación de abandono en el propio Jesús.Por esto su muerte no fue una muerte bella. Los sinópticos hablan unánimes de temblor y temor y de una tristeza mortal del alma. Aquí está la noche oscura de Jesús, y aquí estuvo la fe y la fidelidad de Jesús.

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III. La muerte de Jesús vista desde la Pascua

Entre las primeras herejías aparecen intentos de eliminar la comprensibilidad del Dios de Jesús.

Dios, pues, no estuvo en Jesús como podría estar Dios en el hombre, sino como “negado a sí mismo” de una forma que el NT se atreve a llamar “vaciada”, anonadada y que explica diciéndonos que su trascendencia no fue para Jesús un privilegio a mantener a toda costa.

Dios no estivo en Jesús como puede estar Dios en el hombre, sino como negado a sí mismo. Y esto revela para el NT una increíble solidaridad de Dios que hace suya la suerte del hombre y no sólo la suerte “accidental o fortuita” del hombre, sino la suerte que el hombre ha ido sembrando en la historia con su pecado; porque también el hombre y la historia existen, para el NT, como “negados a sí mismos”, aunque ahora culpablemente.

Dios “renuncia a sus derechos”, “se deja echar del mundo” como dijo Bonhoeffer. Dios no impide las atrocidades de la historia, sino que las sufre. La cruz no es una recomendación ascética, sino un elemento del conocimiento de Dios.

La cruz debería capacitarnos para asumir la experiencia de la historia como fracaso. Aunque la humanidad está redimida, y tiene abiertas las posibilidades de la utopía, la cruz de Jesús revela que esa misma humanidad es también “la que mata a los profetas”, el lugar donde sobra y molesta el justo.

En el proceso de condena de Jesús unos le crucificaron en el nombre de la pax romana, otros en nombre de la ley divina, otros en nombre de la libertad judía, pero todos coincidían en crucificarle. Lo que más nos revela esta condena de un hombre justo es la capacidad falsificadora del hombre.

Por eso la cruz de Jesús descubre su enorme potencial humano y revolucionario, comprensivo y espoleador: su capacidad de desmitificar y desideologizar para hacer que sólo Dios sea Dios; y ello no como freno sino como impulso.

Al descubrir la fe, en la vida conflictiva y la condena asumida de Jesús, quizás podemos aprender algo sobre nosotros mismos:

a. Ser hombre es tener alguna fe, en el sentido general de confianza total y entrega confiada a algo que se crea digno de esa entrega y que responde preguntas.

b. Y esas respuestas (en cualquier sentido) nunca son teóricas, siempre se configura una praxis. Lo que realmente transforma al mundo en voz solo de interpretarlo es siempre una fe.

c. La pregunta ya no es si Jesús tenía o no tenía fe, sino cómo se configuraba en él esa fe. No se puede hablar en él de una fe que afecte meramente al hecho de la existencia de Dios,

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sino que su fe se refiere más bien a las actitudes de Dios para con nosotros. Para acceder a Dios es preciso creer no sólo que existe sino que se da a los que le buscan.

d. No podemos olvidar referirnos a la fidelidad. Jesús acoge naturalmente la realidad y se pliega a ella, pero sin renegar lo más mínimo de su experiencia fundamental. Jesús comprende desde la experiencia del padre que lo que se le pide es la fidelidad a lo que se ha comprometido, quizá no el éxito, tal como lo había concebido él al menos. Con ello se purifica en cuanto se hace cada vez más cercana al misterio inapresable pero acogedor que es Dios.