La Mujer en La Literatura Colombiana

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  • 7/29/2019 La Mujer en La Literatura Colombiana

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    LA MUJER EN LA LITERATURA COLOMBIANA: DE MARA AROSARIOTI J ERAS

    Juan Gustavo Cobo Borda

    Los personajes femeninos de la literatura colombiana han tenido que decir la verdad,antes que ser figuras ejemplares. Mujeres de tragedia y dolor.

    Petrarca vio por primera vez a Laura y se enamor de ella el viernes santo, 6 de abril de1327, en la iglesia de Santa Clara de Avignon. Gracias al poeta todos asistimos a la cita ycontinuamos repitiendo sus versos: Cuando hallandome yo desprevenido, vuestros ojos,seora, me prendieron.As dos adlteras clebres, Madame Bovary y Anna Karenina, todava nos estremecen conlo trgico de su destino. Mientras que la Odette de Proust pasa de cortesana a seoradudosamente respetable. Y la impdica Molly Bloom desgrana la salacidad verbal de sumonologo, a la vez que Lady Chatterley continua sembrando flores en el bosque del pubisde su vital guardabosques.Cuando estrechamos la ptica y nos fijamos en Colombia, la Mara de Jorge Isaacs parececumplir con la habitual parbola nacional que nuestro mejor critico literario, HernandoValencia Goelkel, resumi as: La dicha - el matrimonio, quiero decir - de Efrain y Marase aplazo hasta que el llegara a la mayora de edad. Quienes leyeron la novela de Isaacsrecuerdan lo dems: mientras el hroe- y el tiempo - estaba cumpliendo ese requisito,Mara haba muerto.La dicha, entre nosotros, no parece factible, se demora, se enreda, se sustituye porcompensaciones menores. Pero no es acaso El amor en los tiempos del colera el granrecuento de una pasin terca y empecinada que finalmente triunfa, en la antesala de lamuerte, el barco enarbolando la negra bandera de la peste.Esa terquedad proverbial tiene su origen en rsula Iguarn, matriarca por excelencia, se

    remonta al cielo con Remedios la bella o insiste, apasionado e incluso senil, en loslechos clandestinos que de Petra Cotes a Delgadina prefieren el verdadero amor fuera decasa. En la clandestinidad de la prostitucin consentida. La Madre o la Puta, pero muypocas veces la mujer misma en su autnoma plenitud.Gran frustracin

    Si no miremos el panten nacional femenino. Desde la Aura de Vargas Vila, quiencontrae matrimonio por conveniencia econmica con un anciano, y luego muere defrustracin, hasta La Marquesa de Yolomb, de Tomas Carrasquilla, de 1926, dondeBarbar, la mujer mas rica de la regin minera del titulo recibe su reconocimiento del reyde Espaa, y se casa con Fernando de Orellana, quien la abandona en Cartagena. A razde ello se vuelve loca hasta el final de sus das: basta recordar la herona de Delirio, de

    Laura Restrepo, para ver como esta tradicin perdura.Pero dos aos antes de Brbara Caballero, en 1924, La Vorgine, de Jos Eustasio Rivera,nos sumerge en otra alucinacin, esta vez vegetal. La del mundo que lleva a Aliciaembarazada a abortar en la selva y a desaparecer en la nada de esa utopa, con crimenincluido. Similar en todo a la mestiza Nina que Cesar Piedrahita bautizara Toa (candela)y con la cual el medico Antonio Orrantia, trasunto claro del autor, tendr una hija quemuere junto con la madre en el parto.

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    El amor solo factible un momento antes de morir; la locura enclaustrando en su rgidacelda; lo precario de las condiciones de salubridad, en el pas, ponen a las heronas denuestra literatura en posturas limites, frente a un entorno de hipocrita control social. Aslo anuncia en el XVIII Genoveva Alcocer, quien en La tejedora de coronas (1982), deGermn Espinosa, es violada por los piratas en Cartagena y acusada de bruja ante laInquisicin. Quemada en la hoguera a los 90 aos se erige indudable smbolo de la mujerque en pos del saber, como sor Juan Ins de la Cruz, topa con el poder, y es vencida porel.Incluso siglos mas tarde, las tres heronas de las novelas de Elisa Mujica, Celina, Catalinay Mirza Eslava, siguen padeciendo, desde su origen provinciano, desde sus idealessocialistas, desde su afn por ingresar a la universidad o asumir una vida propia a partirde sus trabajos, la sempiterna muralla de engaos y postergaciones, de seductoresbaratos y clandestinos abortos. Pero en su caso novelas como Los dos tiempos (1949) yCatalina (1963) derivaron hacia el reconocimiento de que la tradicin de la escriturafemenina en Colombia, y por consiguiente de sus heronas, apenas si poda reconocerseen figuras como la madre Francisca Josefa del Castillo y Soledad Acosta de Samper.Haba que partir de cero. Por ello la ficcin en el caso de Elisa Mujica dio paso almisticismo y a sus libros sobre Santa Teresa de Jess.Quizs una de las pocas novelas colombianas donde la herona despliega una madurez yun dominio de si misma, adems de las heronas de Garca Mrquez, sea la Wanda delvaro Mutis en La Ultima Escala del Tramp Steamer (1989). Musulmana nacida enBeirut, y de solo 24 anos, Wanda al ser duea del barco de cabotaje obtendr suindependencia y libertad econmica para culminar su educacin europea y enamorarsede ese capitn vasco de 50 aos, Jon Iturri. Consciente de lo profundo de su pasin perotambin de lo efmero y endeble de la misma, ligada a la lenta agona de ese barco quemas parece surgir del celebre poema de Pablo Neruda, el Fantasma del buque de carga,que de cualquier realidad naviera o comercial. Cuando el narrador, en cierto momento,nos menciona a Tristn e Isolda nos damos cuenta de que Mutis esta intentando conferir

    un aura mstica a esa tragedia humana. De trascender esos encuentros de pocos das, enlos puertos del mundo, a una constelacin de almas afines, por ms que el capitn veadestrozado su barco en los raudales del Orinoco y ella retorne a la ortodoxia de su raza yreliginSolo que en nuestros das, y finalmente, Rosario Tijeras, con la vertiginosa visualidadalucinante de su saga de amor y muerte, vuelve a replantearnos el atroz dilema: madresque permiten a sus compaeros abusar de sus hijas menores de edad, para asmantenerlos cerca, en la celda de la sexualidad. Hijas que luego reprocharan a susmadres no esas violaciones consentidas sino el saber y proclamar que con ellas, jvenes,disfrutaron ms sus enfermos padrastros. Tal la venganza.Desde aquella nia bien de Cali que termina prostituta, la Mara del Carmen Huerta de

    Que viva la msica (1977), de Andrs Caicedo, hasta el tiro, bailando, que cancela a laherona de Jorge Franco, no parece demasiado atrayente el papel de la mujer en nuestrasletras. Pero tampoco el pas queda muy bien representado. Quiz la literatura haya tenidoel penoso deber de decir la verdad mas que erigir figuras que nos convoquen y unan. Quenos hagan sentir como nosotros tambin vimos el fantasma de Helena sobrevolando lasmurallas de Troya, aunque ella no estuviese all y los hombres se mataran, durante unadcada, por un ensueo colectivo. Tal la fuerte poesa que emana de la mujer.