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Domingo, día del Señor 1 La multiplicación de los panes es una manifestación de las promesas cumplidas por el Padre eterno (Is 55,1) . Jesús encarna y supera la figura de Moisés, da de comer a todo el pueblo reunido en obediencia (se sientan para comer este alimento), convirtiendo el lugar en una gran mesa mesiánica del reino que irrumpe con la abundancia de la misericordia que se vuelve alimento absolutamente gratuito . La multiplicación de los panes es el signo del amor de Dios, siempre incluyente. UN CAMBIO DE MIRADA: EL TESTIMONIO DE JUAN Desde este domingo, y por cinco domingo consecutivos, nuestra Iglesia en su liturgia nos invita a contemplar y seguir el ministerio público de Jesus según la mirada y testimonio del Evangelio de San Juan. Este cambio de mirada no es casualidad. Lo que venía desarrollando Jesucristo en los evangelios dominicales anteriores (más de un mes) son en definitiva la manifestación del Reino de Dios, que irrumpe en la historia de la humanidad a través de las señales que Jesucristo realiza en medio de una contingencia no siempre fácil. Recordemos que en su propia tierra Jesucristo fue rechazado y no pudo hacer allí ningún milagro a razón de su falta de fe. Jesucristo responde a este rechazo no imponiéndoles por la fuerza la verdad de esta Buena Noticia que él predica, ni con violencia ni con desprecio. Al contrario, envía a sus discípulos de dos en dos, cumpliendo las promesas de los profetas, enviando pastores según el corazón de Dios mismo. Ahora bien, lo que vamos a contemplar ahora bajo la mirada de San Juan son las señales de la irrupción de esta novedosa presencia del Reino de Dios, actuando en la persona de Jesucristo en medio de la contingencia de pobreza, de desgracia y de muerte que vive y experimenta cotidianamente el Pueblo de Israel. Por ello que todos los relatos de los evangelios de los siguientes domingos tendrán esta tónica: LA LLEGADA DEL REINO DE DIOS PROMETIDO.

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Domingo, día del Señor

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La multiplicación de los panes es una manifestación de las promesas cumplidas por el Padre eterno (Is 55,1) . Jesús encarna y supera la figura de Moisés, da de comer a todo el pueblo reunido en obediencia (se sientan para comer este alimento), convirtiendo el lugar en una gran mesa mesiánica del reino que irrumpe con la abundancia de la misericordia que se vuelve alimento absolutamente gratuito .

La multiplicación de los panes es el signo del amor de Dios, siempre incluyente.

UN CAMBIO DE MIRADA: EL TESTIMONIO DE JUAN Desde este domingo, y por cinco domingo consecutivos, nuestra Iglesia en su liturgia nos invita a contemplar y seguir el ministerio público de Jesus según la mirada y testimonio del Evangelio de San Juan. Este cambio de mirada no es casualidad. Lo que venía desarrollando Jesucristo en los evangelios dominicales anteriores (más de un mes) son en definitiva la manifestación del Reino de Dios, que irrumpe en la historia de la humanidad a través de las señales que Jesucristo realiza en medio de una contingencia no siempre fácil. Recordemos que en su propia tierra Jesucristo fue rechazado y no pudo hacer allí ningún milagro a razón de su falta de fe. Jesucristo responde a este rechazo no imponiéndoles por la fuerza la verdad de esta Buena Noticia que él predica, ni con violencia ni con desprecio. Al contrario, envía a sus discípulos de dos en dos, cumpliendo las promesas de los profetas, enviando pastores según el corazón de Dios mismo. Ahora bien, lo que vamos a contemplar ahora bajo la mirada de San Juan son las señales de la irrupción de esta novedosa presencia del Reino de Dios, actuando en la persona de Jesucristo en medio de la contingencia de pobreza, de desgracia y de muerte que vive y experimenta cotidianamente el Pueblo de Israel. Por ello que todos los relatos de los evangelios de los siguientes domingos tendrán esta tónica: LA LLEGADA DEL REINO DE DIOS PROMETIDO.

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LA MESA QUE OFRECE EL MUNDO EXCLUYE A MUCHOS. NO ASÍ LA MESA DEL REINO

No existe experiencia verdadera de amor si no estamos dispuestos a compartir la mesa con quien sea. Jesucristo quiso regalarnos hacer esta experiencia doméstica cuando nos dijo que cuando diésemos un banquete invitásemos a los pobres, a los lisiados, a aquellos que no tendrían cómo devolvernos el favor (Lc 14,13) en esto hay un ejercicio místico de unidad. La unidad nos es un bonito discurso, es una experiencia de comunión diaria y doméstica. La cual pasa inevitablemente por vivir en primer lugar la absoluta dependencia de Dios. Quien se cree y se sabe autosuficiente nunca podrá entrar en comunión con nadie verdaderamente. Despreciará, excluirá, sintiéndose él por encima de todos y de cualquiera. Por eso que la experiencia de Dios es una necesidad para que La Paz reine verdaderamente en nuestros corazones. Dios es un Dios de amor, cualquier interpretación asesina de los preceptos del Señor son una deformación perversa del mensaje de salvación. En el universo, que es creación de Dios, existe suficiente espacio para todos. Así es Dios, que no excluye a nadie, otorgándonos la dignidad de ser sus comensales. El Reino mesiánico es una promesa de servicio del mismo Dios que nos sienta a su mesa para regalarnos su amor. Sin este amor el ser humano fracasa en su existencia y no sirve sino para ser desechado como lo peor. Este es pues el tiempo para crecer en el amor perfecto, incluyente y festivo. Pues es alrededor de una mesa donde el ser humano vive la experiencia sublime de la comunión y de la amistad.

La Eucaristía es el anticipo y signo sensible de la unidad querida en testamento por el Maestro. Un solo alimento, una sola copa de salvación.