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La nación y la historia regional en los países andinos, 1870-1930 Germán Colmenares Nación y región Por encima de toda innovación metodológica y conceptual en la cons- trucción histodo, g_ráfica, el tratamiento del siglo XIX encara, tarde o tempra- no, un problema capital que ha heredado de la historiografía tradicional. Esta afirmación puede parecer embarazosa a la vista de los productos de la "histo- ria patria". Pero debe reconocerse que estas construcciones narrativas -ela- boradas o ingenuas, poco importa- reposaban sobre un credo informulado que constituye un problema histórico legítimo. Para la historiografía latinoamericana del siglo XIX cavar en el pasa- do, en cualquier dirección, significaba la búsqueda de una identidad nacional. Que el intento mismo de narrar el pasado, de reconocerse en civilizaciones indígenas desaparecidas, en ambiguas hazañas de los conquistadores o en las gestas de independencia, se juzgara una manera de construir esta identidad, que la aceptación o el rechazo conscientes del pasado formaran parte de una imaginería partidista o de una formulación filosófica y educativa de más vas- to alcance; todo esto está señalando el papel que debía jugar la elaboración histórica en un proyecto político de construcción del Estado-nación. La as- piración de crear una imagen colectiva de pertenencia y orígenes comunes estaba destinada a superimponerse sobre la realidad de sociedades plurales. No. 2, diciembre 1985 311

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La nación y la historia regional en los países andinos, 1870-1930

Germán Colmenares

Nación y región

Por encima de toda innovación metodológica y conceptual en la cons­trucción histod o,g_ráfica, el tratamiento del siglo XIX encara, tarde o tempra­no, un problema capital que ha heredado de la historiografía tradicional. Esta afirmación puede parecer embarazosa a la vista de los productos de la "histo­ria patria". Pero debe reconocerse que estas construcciones narrativas -ela­boradas o ingenuas , poco importa- reposaban sobre un credo informulado que constituye un problema histórico legítimo .

Para la historiografía latinoamericana del siglo XIX cavar en el pasa­do, en cualquier dirección, significaba la búsqueda de una identidad nacional. Que el intento mismo de narrar el pasado, de reconocerse en civilizaciones indígenas desaparecidas, en ambiguas hazañas de los conquistadores o en las gestas de independencia, se juzgara una manera de construir esta identidad, que la aceptación o el rechazo conscientes del pasado formaran parte de una imaginería partidista o de una formulación filosófica y educativa de más vas­to alcance; todo esto está señalando el papel que debía jugar la elaboración histórica en un proyecto político de construcción del Estado-nación. La as­piración de crear una imagen colectiva de pertenencia y orígenes comunes estaba destinada a superimponerse sobre la realidad de sociedades plurales.

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Como tal , era un proyecto ideológico. Esto no descarta que haya operado con efectividad en el proyecto político, aun si hacía caso omiso de las con­tradicciones que afectaban al cuerpo social.

Hoy , las perplejidades ideológicas parecen haber cerrado el acceso ha­cia una mediana comprensión del problema de la formación nacional. A dif e­rencia de sus predecesores del siglo XIX, el historiador contemporáneo exige la mediación de un aparato conceptual explícito frente a un tema que lepa­rece cargado de ideología. Por eso prefiere tratar con fenómenos parciales, que de suyo aparecen suficientemente complejos, antes que intentar encade­narlos en una visión totalizadora. Además , enfrentados con el tema de la for­mación nacional , algunos de estos problemas no parecen relevantes.

Por esta razón , el tratamiento del problema de la formación nacional es apenas sumario y a veces indirecto . Parece como si relegarlo a una dudosa tradición académica lo desvirtuara como problema propiamente histórico. A veces se prefiere más bien moldear el conjunto de las historias nacionales la­tinoamericanas dentro de una matriz uniforme , apoyada en una percepción externa del subcontinente como un todo más o menos uniforme. Esta reac­ción es explicable también frente a un cuadro abigarrado de procesos políti­cos que parecen caóticos, con fuertes desfases cronológicos en la formación de instituciones, como los partidos políticos, que muestran además una enor­me disparidad en su eficacia.

Dentro de este tipo de interpretaciones globales , por ejemplo( I ), tan­to la teoría de la dependencia como la teoría dualista de la modernización exhiben un pobre trasfondo histórico. En ambos casos se esquematiza un pe­ríodo colonial de más de tres siglos para lograr un efecto de contraste con las realidades del s,ubdesarrollo contemporáneo. La teoría de la dependencia ni siquiera se propuso inicialmente como un modelo lógico-abstracto, sino co­mo una interpretación histórica . De algunos estudios históricos derivó un tipo de generalización que reducía el siglo XIX casi entero a una especie de lapsus y vinculaba directamente procesos de transición (entre, aproximada­mente , 1870 y 1930) a un pasado remoto que se suponía haberse perpetuado sin mayores alteraciones. Sucesivas formulaciones, unas más afortunadas que otras , fueron combinando la depuración conceptual con un ejercicio rudi­mentario de reflexión histórica . Pero ésta se presenta forzosamente elíptica, con un sector económico externo que ocupa todo el escenario y que enlaza un capítulo de exportación de metales con otro de exportación de materias primas o de productos agrícolas, sin solución de continuidad.

Dentro de la teoría, la polarización entre metrópolis y países depen­dientes establece un juego que condena a la pasividad y prácticamente a la inexistencia a las regiones que en estos países no han estado involucradas en algún episodio de comercio exterior. El esquema postula la existencia, en el curso del siglo XIX, de un sector social que orientó la economía de cada país hacia la exportación de productos agrícolas y de materias primas. La vigori­zación económica consiguiente transformó a este sector social en una hurgue-

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sía ligada a una metrópoli dominante , capaz de subordinar a otros sectores y a las regiones más atrasadas para canalizar excedentes económicos hacia la metrópoli. La elipsis histórica deduce así que la dependencia misma constitu­ye el proceso que ha conformado a las naciones latinoamericanas. Se atribuye a una clase , que se define en virtud de su vinculación a la economía_ exporta­dora , no sólo la unificación político-institucional que debía convertir al Esta­do en un instrumento para sus fines , sino la virtud de ser el vehículo mismo de la unificación nacional.

Esta interpretación, que no siempre se formula de manera tan explí­cita, se ve reforzada por una innegable coincidencia cronológica. En el curso de las tres últimas décadas del siglo XIX, muchos países latinoamericanos afianzaron simultáneamente su posición dentro del comercio internacional y normalizaron instituciones internas que encauzaron en adelante los proce­sos de una vida nacional. Parecería, entonces, como si los requerimientos de participación en el sistema económico mundial hubieran forzado una tregua en los conflictos internos, imponiendo, al menos provisoriamente, el punto de vista de lo que se define en términos gramscianos como una fracción hege­mónica de clase.

Esta conclusión pone en tela de juicio la noción misma de una forma­ción nacional. La actividad de una clase social marginó a vastos sectores de la población y a regiones enteras en un proceso de consolidación económica. Este marginamiento resulta tanto más significativo en cuanto afecta a uno de los factores básicos de la formación nacional: la identidad cultural. Debe re­conocerse, sin embargo , que en el contexto latinoamericano las naciones fue­ron originalmente un proyecto político y no la afirmación de una identidad cultural y que este proyecto político se vio favorecido por un grado creciente de integración económica. Es posible también que la consolidación de una burguesía y sus arreglos políticos con terratenientes de viejo cuño hicieran viable su propio proyecto político(2); es decir, que el fortalecimiento econó­mico de una burguesía exportadora hubiera coincidido con el fortalecimiento de instituciones estaduales capaces de cubrir íntegramente los territorios des­membrados de un antiguo Imperio colonial. En muchos casos inclusive puede señalarse una conexión concreta entre estos dos fenómenos a través del incre­mento de las finanzas públicas.

Pero el alcance de la explicación teórica de la dependencia no cubre todo el terreno que se atribuía a las viejas historias nacionales, moldeadas a veces en la inspiración ideológica de Ranke o de Michelet. La explicación convierte al Estado y a sus instituciones formales, junto con la posición do­minante de un grupo y la existencia de uno o dos productos exportables, en las manifestaciones visibles de una nación. El resto del cuerpo social , con sus actividades heterogéneas, se convierte en una arcilla histórica más o menos informe. Se subrayan las conexiones entre una sociedad global nacional con el mundo exterior, pero no se aclaran las conexiones internas que convierten en algo distintivo a una formación económico-social. Sin embargo, gran parte

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de la experiencia histórica concreta de cada país latinoamericano, aun dentro del proceso de la dependencia, ha sido determinada por tensiones y dinamis­mos internos que no podrían reducirse a una metáfora como la que implica la expresión "colonialismo interno".

¿Cómo podrían definirse estas fuerzas internas? Aun si se acepta que el proceso de formación nacional fue contemporáneo a la transición de una economía de tipo agrario a otra de tipo capitalista, los factores que intervi­nieron en esta transición no fueron los mismos en todas partes. Hubo condi­ciones preexistentes, identificables en cada caso.

Este problema no encuentra una solución satisfactoria en modelos generales de estructuras agrarias. Aunque hoy se reconoce casi generalmente que estas estructuras no fueron inmóviles y que registraron una gran variedad de formas , el cuadro dista de ser completo. Ejemplos recogidos aquí y allá van conformando tipologías de la hacienda , por ejemplo , que invitan a una aproximación comparativa . Pero todavía parece demasiado pronto para in­tentar una síntesis razonable de esta unidad productiva tan ubicua. Aunque en algunos casos (como el del Perú) se ha dado una concentración de estudios que parece suficiente para percibir los matices de la hacienda en regiones y subregiones , en otros casos la dispersión de las observaciones es tan grande que salta a la vista la falta de representatividad del caso estudiado . ¿ Qué sen­tido tiene , por ejemplo , comparar plantaciones azucareras en Argentina con plantaciones azucareras en el Caribe o plantaciones de café en el interior de una provincia colombiana con plantaciones algodoneras en el norte de la cos­ta peruana?(3 ). Pero , en cambio, pueden existir similitudes históricas entre las haciendas de trapiche en el valle de Chota (Ecuador) y las del valle del Cauca (Colombia). Y aun la comparación de regiones globales en países dis­tintos (Arequipa, por ejemplo , y el antiguo Cauca o partes de la Mérida vene­zolana con el Santander colombiano) puede arrojar similitudes interesantes en cuanto a la estructura social y a la función histórico-política de las dos re­giones en procesos nacionales diferentes( 4 ).

El problema que se plantea consiste , entonces, en captar a la vez la presencia de elementos comparables, lo cual requiere una disección analítica , y el movimiento que forzosamente los acompaña. Esta especie de ley de la indeterminación requiere un marco apropiado de referencia que haga posible un método comparativo sin abandonar la comprensión del dinamismo pro­pio , la cualidad única como actor histórico , de las formaciones agrarias parti­culares. El dinamismo pertenece , sin duda, a un proceso de formación nacio­nal. Pero la comparación sólo es posible abstrayendo elementos y en cierta manera inmovilizándolos, sin referencia a una realidad nacional concreta.

A través de estudios específicos nos hemos ido familiarizando con re­giones . Pero si estos estudios pueden dar cuenta - así sea relativamente- del todo latinoamericano, rara vez dan cuenta satisfactoria de una nación. Si por alguna razón se ve la necesidad de concentrar la atención en una región parti­cular. la excepcionalidad de sus rasgos puede ser comparable en alguna parte

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del continente, pero rara vez en su contexto más inmediato. Parece así más factible encontrar las conexiones entre una región y un marco global (el co­mercio mundial, el imperialismo, etc .) que con respecto a la nación de la que forma parte.

Los estudios regionales

El marco más adecuado para lograr simultáneamente la identificación de elementos homogéneos y observar su dinamismo propio es la región. Vin­cular el estudio de la región al de la formación nacional tiene una intención precisa. No se trata de sustituir un nacionalismo ideológico por una colección de provincianismos que sigan el modelo de la "historia patria". La introspec­ción necesaria en el examen de la formación regional no debe ser la búsqueda inconciente de un elemento mítico o la racionalización de una experiencia estética o emocional inmediata y cotidiana. Por eso, para orientar la búsque­da por encima de todas estas inclinaciones, se requiere un marco objetivo y un concepto claro de región.

Dentro de los estudios regionales existentes para los países andinos se disciernen tres tendencias en la interpretación: 1.- El desa"ollo regional desigual proviene de una herencia colonial que se perpetuó bajo otras formas de dominación y de dependencia económica. Desde un punto de vista histórico, por lo menos en lo que concierne a los estudios coloniales, las raíces del regionalismo, si no de las regiones, pueden observarse con alguna claridad a través del mundo andino. Como cuando se habla, por ejemplo, de la herencia colonial de Latinoamérica. Si esta herencia se refiere no a instituciones ni a estructuras sociales , sino a la mera organiza­ción del espacio , a la manera como esta organización tendía a evolucionar en el curso de la mitad del siglo XVIII , se trata de un legado inmediato, cuyas prolongaciones pueden comprobarse en el siglo XIX. Pero si la continuidad quiere ir más lejos, echar raíces en una época más distante o referirse al com­plejo de las actitudes y de las mentalidades, nos enfrentamos con todos los riesgos de una metáfora.

Hoy, las zonas del atraso de la "colonización interior" o del "desarro­llo del subdesarrollo", como quiera llamárseles , corresponden, en términos generales, a las metrópolis provinciales de la explotación colonial. Imaginaria­mente puede extenderse un eje que pasaría por Cartagena (o Porto Belo), Mompox, Honda, Popayán, Pasto, Ibarra, Quito y más allá hasta Riobamba. Pasaría por Lima y de allí al Cusco y al Alto Petú, uniendo Potosí c'on Salta y Córdoba. Este eje de ciudades, que recorre las zonas indígenas más densa­mente pobladas de Sudamérica, era el eje de la trata de esclavos y de las explotaciones mineras con sus economías complementarias de obrajes, ha­ciendas y mulas(5) .

Obviamente, no son los ejes de las formaciones nacionales contempo­ráneas, vinculadas a un crecimiento industrial y comercial de signo diferente .

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Sólo en un sentido metafórico, asociado casi siempre a la celebración de fas­tos patrióticos, se reconoce en antiguas ciudades españolas como Cartagena, Cuenca, Popayán, Cusco o Chuquisaca una primacía histórica en la formación de las naciones andinas. El legado colonial proviene más bien del oesplaza­miento tardío de estos ejes, resguardados por un mar interior y por la relativa inaccesibilidad del Pacífico. El esfuerzo de los últimos Borbones por adaptar­se a las realidades de una economía mundial es propiamente el legado colo­nial. La idea misma de economías basadas en la exportación es una idea de la Ilustración. La obstinación con que , a mediados del siglo XIX, se buscaron productos que gozaran de ventajas comparativas en su explotación para ingre­sar en el mercado mundial, tiene matices apenas diferentes de las exploracio­nes científicas con fines utilitarios de fines del siglo XVIII. La idea implicaba la existencia de espacios vírgenes que en cierta manera ofrecían ya productos que sólo requerían su recolección y, por lo tanto, debía comenzarse por po­blar dichos espacios. En este período se buscó ampliar la frontera agrícola, se reconoció la entidad política a poblamientos nuevos, que iban a competir con las viejas ciudades, y muchas aldeas cautivas en haciendas o viejos pue­blos de indios mestizados alcanzaron el rango de parroquias.

La etapa de ruralización de la vida que muchos historiadores perciben entre 1770 y 1840-50 es el preludio a una nueva organización del espacio. La quiebra de las economías mineras desvertebró el esquema original de los vie­jos centros urbanos y acentuó los regionalismos. A partir de estos regionalis­mos, una herencia clara del siglo XVIII , se intentará la construcción de Estados nacionales en el curso del siglo XIX( 6 ).

Se ha sugerido que, dentro del ámbito de los viejos centros coloniales del mundo andino, las leyes del primer Estado republicano favorecieron un asalto sobre las tierras de las comunidades indígenas y que éstas, junto con enormes posesiones de la Iglesia, acrecentaron la hacienda mercantil. Un se­gundo asalto se habría operado en el momento de la transición, cuando exis­tió la posibilidad de transformar las haciendas mercantiles en una unidad de producción capitalista. Es cierto que, en la sierra peruana y boliviana, la in­corporación a un mercado internacional contribuyó a romper un equilibrio tradicional entre haciendas y comunidades indígenas y condujo a usurpacio­nes de tierras y al desalojo de arrendatarios y aparceros para aumentar el po­tencial productivo. Pero si la hacienda creció a expensas de las comunidades, su tránsito de mera hacienda comercial a hacienda (o plantación) propiamen­te capitalista se vio obstaculizado por arreglos internos con el sector indíge­na-campesino.

En Colombia, el cuadro que presenta la transición es muy diferente. Si bien hacia 1880 surgieron haciendas cafeteras en la región de Cundinamar­ca, éstas no eran la transformación de un reducto colonial. Aunque las tierras en que se levantaron las nuevas haciendas poseyeran títulos antiguos (que, en todo caso, no debían ser anteriores al siglo XVIII), estuvieran relativamente cercanas a la capital y formaran parte del llamado latifundio colonial, nunca

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antes estuvieron integradas al paisaje habitual y a las actividades de los terra­tenientes bogotanos. En muchos casos había que comenzar por roturarlas, como si se tratara de una verdadera frontera agraria. Esta tarea, que daba el carácter de pioneros a quienes la emprendían, fue encarada por comerciantes y atrajo mano de obra migrante de los altiplanos. Así, el latifundio colonial en las márgenes de los términos urbanos, es decir , del dominio efectivo de la ocupación española original, no pasaba de ser un mero concepto jurídico de apropiación. Muchas veces este latifundio colindaba con tierras baldías, cuya usurpación en el siglo XIX se amparaba con el título original. Esta frontera contrastaba con la hacienda colonial , incluida dentro de los términos urba­nos. Mientras aquí se perpetuaba una rigidez extrema en las relaciones socia­les, el latifundio marginal representó una oportunidad no sólo para comer­ciantes con capacidades empresariales, sino también para las poblaciones que eran víctimas del estancamiento de la hacienda colonial y podían migrar en búsqueda de mejores salarios(?).

En parte, las dificultades de las interpretaciones históricas del siglo XIX en el mundo andino provienen de su confinamiento a un espacio prefija­do , en el que operó la explotación colonial. Aun en el caso extremo de la costa peruana, en donde el espacio tuvo límites de aprovechamiento muy precisos y se distribuyó y gravitó desde el siglo XVI en tomo a centros urba­nos como Lima o Trujillo, puede afirmarse la existencia de una, frontera agra­ria(8). Allí se operó el desplazamiento de un eje subordinado a un tipo de economía centrada en las minas de la Sierra y del Alto Perú hacia otro orien­tado de manera diferente, con la sustitución de una vieja clase terrateniente por una clase empresarial y la transformación de haciendas mercantiles que capitalizaban trabajo en plantaciones que invirtieron capitales que provenían del guano.

Para la época de la transición ( 1870-1930), la formación regional no puede confinarse entonces dentro del viejo espacio colonial. Hasta mediados del siglo XIX, el mundo andino ofreció el contraste profundo entre la red de poblamientos españoles -que habían asegurado al Imperio un control admi­nistrativo y económico sobre un tipo de recursos- y vastas regiones despo­bladas. En este mundo andino no ha habido, sin embargo, una frontera abier­ta, que escape por entero a la impronta de los viejos asentamientos colonia­les y que culturalmente signifique una ruptura radical. No una sino muchas fronteras se movieron a partir de estos poblamientos, creando otros que a ve­ces conservaban el viejo núcleo como punto nodal de una región, a veces lo degradaban en favor de otro y raras veces creaban uno enteramente nuevo. El hecho de que estos núcleos nacieran y se consolidaran con un carácter patri­monial y crearan una jerarquía entre los nuevos asentamientos en virtud de privilegios políticos y administrativos, acentuó el carácter regional de la his­toria andina.

Con todo, el concepto de frontera no paréce describir adecuadamen­te esta realidad(9). La carga ideológica asociada a un mundo nuevo, de opor-

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tunidades que se abren indefinidamente al esfuerzo, no desplaza nunca la per­cepción de un mundo dominado por improntas tradicionales. Esto se debe al doble carácter fragmentario del proceso. Por un lado, el nuevo espacio acce­día o se integraba a núcleos urbanos existentes, según un viejo esquema patri­monial , y de otro, la ampliación de las fronteras dentro de las regiones obede­ció casi siempre a un nuevo episodio de exportación. Si por un corto momen­to la región vivía la euforia de su contacto con un mundo más amplio, esta experiencia no tardaba en desaparecer, relegándola de nuevo a una indiferen­ciación histórica de pasados coloniales. 2.- la penetración capitalista induce formas de explotación y de colonia­lismo internos. En los países andinos, la existencia de regiones marginadas pone en tela de juicio la consistencia de una formación nacional( 10), al me­nos en la medida en que esta formación se asocia con la apertura hacia el mundo exterior y con formas de vida, de mentalidades y de organización so­cial que tienden a ser homogéneas; es decir, que forman parte de una corrien­te de "vida nacional". Por eso, no es casual que se busquen los nexos entre regiones incorporadas efectivamente al tráfico mundial con un hinterland empobrecido y estático. O que una dualidad étnica se reduzca a términos an­tagónicos pero complementarios de clase.

Estas diferencias de desarrollo han delimitado áreas muy precisas de observación en los estudios sociológicos y antropológicos, particularmente en zonas que se definen como tradicionales o atrasadas en el mundo andino. Por ejemplo, una primera distinción regional aparece de bulto en el contraste del desarrollo entre la costa y la sierra peruanas. Esta dicotomía, que podría ex­tenderse al Ecuador, tiene un equivalente en Bolivia en el contraste que ofre­cen los Andes y el Oriente. Sin embargo, los llamados estudios andinos tienen un foco privilegiado en la sierra centro y sur del Perú y rara vez la noción de los Andes se extiende hacia el Ecuador o Bolivia y mucho menos hacia Co­lombia, Venezuela, Chile o el norte argentino.

El acento con el que la intel/igentsia local enfrenta el problema de esta dualidad, en los tres países en los que aparece más acusada, posee una intensidad diferente. Resulta muy arriesgado tratar de desentrañar un proble­ma que se desenvuelve en el trasfondo de una conciencia nacional a la luz de argumentos casi siempre apasionados. Baste observar que, a partir de la guerra del Pacífico y de dos generaciones sucesivas de intelectuales, positivistas y neopositivistas de fines del siglo XIX, la sierra ha gravitado en la conciencia peruana como un obstáculo a la formación nacional( 11 ). La atención sosteni­da sobre este problema ha desembocado en las tesis generales de una sociolo­gía de la dependencia y en debates particularizados sobre la significación de lo étnico y de la clase en regiones como Cusco y Puno, sobre la incorporación de economías campesinas y pastoriles en el área de un mercado internacional, sobre el significado de migraciones internas que se desplazan como mano de obra a regionys de la costa, sobre la vinculación de economías campesinas a sectores más dinámicos a través de la producción de alimentos o sobre los

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efectos de un desarrollo industrial y minero en una sociedad campesina tradi­cional( 12).

Dentro de estos debates, que hacen de la sierra peruana un enorme la­boratorio de observaciones sobre fenómenos diversos, se maneja casi siempre , de manera explícita o implícita , un concepto de región. De esta manera se in­troducen variantes a la dicotomía inicial , las cuales afectan también la noción de una costa más o menos uniforme , aun cuando no sea sino por las formas particulares de su vinculación con la sierra.

Vistas desde afuera, las sociedades campesinas se han caracterizado por un grado mayor o menor de ensimismamiento. Los modelos abstractos con que se enfrenta el problema de su supervivencia en el mundo moderno consideran si tienen acceso inmediato o no a un mercado en donde puedan encontrar un estímulo en las variaciones de precios, si disponen o no de un excedente de trabajo fuera de la unidad doméstica o de la comunidad , si se benefician o no de una tecnología o de unos insumos generados externamente o si se encuentran presas o no dentro de un tipo de relaciones que imponen de manera permanente coerciones extraeconómicas( 13). Esta perspectiva ex­terna tiende a distorsionar y a minimizar toda noción de movimiento inheren­te a la sociedad campesina misma. El cambio sólo puede provenir desde fuera o sólo es posible cuando se desarrolla en el sentido previsto por el observador.

La observación más atenta, en áreas diferenciadas de la sierra perua­na, ha conducido a su historización; es decir , al esfuerzo de captar su dinámi­ca peculiar, que es independiente del punto de vista del científico social o de sus esquemas preconcebidos. Con el cúmulo de observaciones de sociólogos y antropólogos, el paisaje social de la sierra ha adquirido una diversidad des­concertante. La tesis tradicional, que enfrentaba hacienda y comunidades indígenas como elementos generales de una explicación, tiende a descartarse para poner de relieve factores históricos, entre ellos la diversificación de una estructura social aparentemente homogénea. Algunos antropólogos prefieren fijar la atención en un concepto más bien atomístico, la unidad doméstica (household)(l 4 ), el cual les permite recomponer el proceso social de una ma­nera absolutamente diferenciada en cada región. Aunque esta interpretación podría desembocar en la caracterización de una sociedad campesina basada en modelos ahistóricos de la estructura anímica del campesino, movido por un amoralismo familiar, por una imagen del bien limitado o por un ideal de dependencia(l 5); es decir, por ventajas inmediatas o egoístas, lo que se pre­tende en ·última instancia es poner de relieve un proceso de diversificación y de cambio social que no está inmovilizado por las férreas estructuras de la hacienda y la comunidad.

La diversificación social , sea a partir de lo étnico en un proceso de cholificación y mestización, sea a partir de la comunidad que se recompone y se usa con fines estratégicos para alcanzar ventajas económicas y políticas, ofrece variantes de acuerdo con los nexos particulares de cada región con el mundo exterior. La respuesta de esta llamada sociedad tradicional a presio-

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nes externas depende así no tanto de una solidaridad extendida y homogénea entre comunidades que se caracterizan a priori por sus remotos antecedentes , como por la naturaleza de un proceso histórico y las presiones que conlleva. En este proceso, las estructuras de poder no han sido inmutables y monolíti­cas, sino fluidas y en muchos casos sometidas a un proceso de negociación, a tal punto que la aldea y el pequeño pueblo disputaron muchas veces con éxi­to el poder a la hacienda. 3.) El proceso de modernización no es uniforme, sino que deja áreas mar­ginales intocadas. Así, en lo que respecta a sectores y regiones marginadas, estudios recientes seflalan una clara tendencia revisionista(l 6 ). La atención se concentra más y más en aquellos aspectos de una transición que ponen de re­lieve la multiplicidad de formas y el camino peculiar por el que las viejas so­ciedades agrarias han ido desembocando en el capitalismo. La rapidez de las transformaciones operadas en el último cuarto de siglo y la violencia de un desarraigo continuado de masas campesinas han agudizado la conciencia de la fragilidad de arreglos sociales que parecían sustraerse a la historia. Experien­cias políticas concretas y una observación más atenta han mostrado también que esas masas, que se pensaba inertes, han desarrollado formas de respuesta -en la acción, en la pasividad, en la negociación y aun en la forma como par­ticipan en una relación de dominación como la del patrón-cliente- a pre­siones externas. Un sector marginado, someramente descrito como el comple­jo de latifundio improductivo, con una función ostensible de prestigio social, una actividad económica secundaria y un minifundio que sustentaba a una sociedad campesina como una rareza antropológica, ha revelado poco a poco leyes de un equilibrio precario, pero basadas en cálculos racionales, tanto de parte de los terratenientes como de parte de los campesinos(l 7).

La atención misma prestada por los antropólogos a las sociedades campesinas ha roto su marco usual de referencia, la comunidad encerrada en sí misma, para comprometerlos en la observación de un tejido social más complejo, en una escala regional y nacional. Esta ruptura del marco de refe­rencia antropológico es de por sí muy significativa. Equivale al reconocimien­to de que el estudio de las sociedades campesinas no es una prolongación di­recta del de las comunidades indígenas. Culturalmente, campesinos e indíge­nas no son términos equivalentes. Para utilizar una distinción temprana de Lévi-Strauss -quien asignaba a la antropología el estudio de fenómenos in­concientes y a la historia el de los fenómenos concientes que generan las so­ciedades-, las sociedades campesinas son soeiedades históricas. Esto quiere decir que su origen puede datarse históricamente y que la multiplicidad de sus formas obedece a una cronología de los acontecimientos en que se han visto envueltas. Historiar esta clase de sociedades significa sustraerlas a toda esencia inalterable, del típo que sugiere una fenomenología del campesino o una indagación estructuralista que dé cuenta de los patrones de su conforma­ción anímica.

Aun los historiadores a veces se sienten tentados de ver en la margina-

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lidad campesina la congelación de toda evolución temporal. Por esta razón, el dualismo aparente de las sociedades andinas más parece una construcción ideológica, un distanciamiento inconciente del observador, que una realidad histórica. La desvertebración social de masas humanas enteras se ha contem­plado como si se tratara de un fenómeno de la naturaleza , como cuando un geólogo advierte una grieta que puede atribuir a una convulsión de la tierra en alguna época indeterminada, que no tuvo testigos . Los fenómenos de vio­lencia campesina, por ejemplo, parecen haber transcurrido en un trasfondo imperturbable de la conciencia colectiva, sin un significado aparente. La re­flexión histórica -y no sólo la de la historia política tradicional, sino la de la más reciente historia económica- se ha refugiado en el dinamismo más obvio de los centros urbanos y ha marginado a la sociedad campesina, predominan­te hasta hace muy poco.

El concepto de la región

Si el problema de la formación nacional en los países andinos se defi­ne a través de estas tensiones internas, lo que los sociólogos de la dependen­cia gustan llamar desarrollo desigual y contrastado, parece manifiesto que el esfuerzo de los historiadores que quieran enfrentarlo debe concentrarse en la significación de las regiones, de las regiones como formas peculiares de orga­nización de un espacio que cambia radicalmente en cada etapa histórica . En definitiva, se trata de saber qué diferencia hace una multitud de nuevos asen­tamientos rurales y semiurbanos en el curso del siglo XIX.

En este sentido, la teoría geográfica clásica de los asentamientos sirve para medir el contraste entre un modelo europeo y la realidad peculiar del mundo andino. Según la formulación clásica de esta teoría( 18),el número, el tamaño y la distribución de los asentamientos humanos deben obedecer a una ley . De la misma manera que las leyes de una teoría económica hacen comprensibles actos aparentemente azarosos de intercambio y de distribu­ción de los bienes mediante la postulación de un mecanismo de formación de los precios, la teoría de los asentamientos humanos postula su forma ideal de eficacia en cuanto a la distribución de bienes y servicios. La teoría comienza por eliminar dos factores que pueden distraer la reflexión de un objeto autó­nomo, con leyes propias. Uno, la naturaleza, que introduce elementos dema­siado arbitrarios en la distribución de los asentamientos. Otro, la historia, que sólo puede proporcionar la apariencia de regularidades; es decir, un material empírico, pero sin descubrir cuál pudiera ser su principio de orden. Se acen­túa así el carácter puramente teórico de la reflexión, su validez y su coheren­cia internas. Como tal , posee un carácter eminentemente deductivo, que no requiere validarse a cada paso con la observación de la realidad. Como herra­mienta de análisis, la construcción entera y acabada puede enfrentarse a la realidad empírica y encontrar en ella un sentido general de adecuación, no su confirmación en cada punto. La realidad, como tal , puede diferir del modelo

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ideal. En este caso, corresponde a disciplinas empíricas (geografía, historia) dar cuenta de las desviaciones de la teoría.

Entre el azar de las determinaciones de la naturaleza y el azar aparen­te de la historia, la teoría de los asentamientos se sitúa en el campo de las ciencias sociales. Como herramienta deductiva, forma parte de la geografía económica y, como ésta , hace uso de las leyes económicas, tal como fueron formuladas por los clásicos, sólo que en lugar de desarrollar estas leyes con respecto al tiempo , la teoría de los asentamientos tiene que hacerlo con res­pecto al espacio. En este dominio, el geógrafo puede introducir sus concep­tos propios, el de las diferencias de escala, por ejemplo, indiferentes para la teoría económica. Las leyes geográfico-económicas dan cuenta así de las di­ferencias entre una economía mundial y una economía nacional y, todavía más , pueden derivar una teoría de las economías de muy pequeña escala.

De la misma manera que en economía las leyes del mercado regulan la distribución de los bienes, en la teoría de los asentamientos estas mismas leyes operan en el espacio para regular el acceso a los bienes. La óptima dis­tribución espacial debe adoptar la figura de un hexágono en donde cada aldea o asentamiento tributario de un lugar central esté colocado de tal manera que reciba una atención uniforme en la distribución de bienes y servicios que parten de ese lugar central.

Esta teorización pura del espacio debe despojarse de todo elemento empírico-histórico. Basta comprobar que, lo mismo que en la materia , algu­nas formas de vida humana comunitaria poseen un principio de orden alre­dedor de un núcleo . Los signos visibles de este orden serían la iglesia, la alcal­día u otros edificios que sobresalen en un paisaje urbano con un rango espe­cial. Formalmente puede analizarse la evolución histórica de las ciudades con respecto a su ordenamiento. visible. Pero lo que interesa a la teoría no es esta apariencia formal , sino su función en la vida humana comunitaria.

Ateniéndose a este solo rasgo, la función , siempre existe un lugar des­tinado a centralizar servicios y bienes y distribuirlos dentro de un área de in­fluencia. Esta característica no se aplica sólo a las ciudades, sino que la fun­ción puede ser ejercida por diversos sitios de asentamiento : minas, fuertes , muelles o monasterios. Para designar este centro de la manera más abstracta se utiliza el concepto de lugar central (central place). Hay un lugar que ejerce una función central, que posee centralidad.

De la misma manera que depura, a través de la función, su concepto de lugar central, la teoría depura también los conceptos de bienes y servicios ofrecidos (así, hay bienes y servicios centrales jerarquizados) para construir un ordenamiento ideal, de equilibrio estático, en el cual un espacio es servido por uria red uniforme de lugares centrales. Este ordenamiento ideal distribu­ye de manera estratégica los lugares centrales, de tal manera que las regiones complementarias de cada lugar central no queden superpuestas.

Inspirados por un trabajo clásico de adaptación de la teoría de los asentamientos. algunos antropólogos han estudiado recientemente el proble-

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ma de la formación de mercados en sociedades campesinas de Hispanoaméri­ca( 19). Esto les permite trascender su unidad de análisis habitual , la comuni­dad , y reconocer nexos mucho más amplios que ligan a las sociedades campe­sinas , definidas como sociedades parciales, al resto de la sociedad(20). En la mayoría de los casos se trata de un análisis sincrónico contemporáneo , aun­que en otros se busca una profundización histórica.

¿ Qué aplicación podrí~ tener esta teoría en los estudios históricos re­gionales? Su atractivo reside en el tratamiento conceptual riguroso de lo que es una región. Pero que pueda aplicarse a China o a la región de Puno no es indicación de su validez abstracta, que nadie podría disputarle, sino de si , con algunas modificaciones, es un buen instrumento heurístico(21 ). Si las socie­dades campesinas se estudian como fenómenos contemporáneos, en ellas pue­de discernirse la formación de mercados y hasta la homogeneización del espa­cio en el que se desenvuelven sus relaciones. De otro lado , este tipo de estu­dios implica el reconocimiento del carácter histórico de estas sociedades, la manera como la circulación de mercancías afecta su distribución espacial. Pero en lo que concierne a su aplicación histórica, la teoría se ve limitada por varios fenómenos: 1.- La teoría europea de los asentamientos postula como presupuesto im­plícito la homogeneidad de un sistema económico , en el que todos los bienes y servicios circulan como mercancías. Esto ha conducido a que sus aplicacio­nes más notables introduzcan un elemento evolutivo, extraño a la concepción original de la teoría. Ahora se examina la aparición gradual de asentamientos que no están asociados necesariamente a la existencia de un mercado y que de alguna manera podrían conciliarse con los rasgos de una sociedad tradi­cional.

Posiblemente el fundamento racional contemporáneo del mito del buen salvaje sea la versión de Polanyi(22) y su escuela , para la cual los meca­nismos del mercado y los valores político-sociales asociados con ellos deben confinarse a las sociedades occidentales de tipo europeo, desde el momento en que accedieron al capitalismo y en el que la tierra y el trabajo adquirieron el carácter de mercancías. En las sociedades andinas, ni la tierra ni el trabajo adquirieron este carácter hasta el momento de la transición. Por esta razón, el análisis debe moverse en medio de las ambigüedades que presentan estas sociedades, orientadas hacia valores corporativos, pero en las cuales actúa cada vez con más fuerza la movilidad de los factores de producción y la ideo­logía asociada con ella. 2.- En el mundo andino -y en Hispanoamérica en general- la centrali­dad de un lugar nunca surgió de intercambios espontáneos, sino de privile­gios de tipo político-administrativo. Esto podría contribuir a explicar por qué muchos conflictos -en el siglo XVIII, todavía más en el siglo XIX y algu­nas veces en el XX- no obedecen a un patrón de intereses coaligados o a una impronta de clase, sino que revisten un carácter eminentemente local. ¿ Qué sentido tienen , por ejemplo, los sucesivos acomodos y reacomodos consti-

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Estudios y Debates _________________________ _

tucionales de Provincias, Departamentos. Estados, Cantones, Municipios. etc.? Las innumerables constituciones del siglo XIX no sólo estaban destina­das a legitimar los golpes de Estado de caudillos ambiciosos y personalistas; la mayoría de las veces , el primer título de la Constitución (que solía elabo­rarse inmediatamente después de una guerra civil) se refería al ordenamiento político-territorial; es decir , a ensayar un nuevo equilibrio regional, pues el anterior había sido roto con el conflicto .

La rígida jerarquía colonial de los poblamientos (ciudades , villas , pue­blos de indios) estaba diseñada para imponer cargas y crear privilegios o , si se prefiere, un orden de explotación , que era la fuente permanente de estos con­flictos . No se trataba de que el Estado español fuera más fuerte que el ulte­rior Estado republicano , sino que los patrones jerárquicos de los asentamien­tos estaban mejor definidos. Por esta razón, en el curso del siglo XIX y parti­cularmente en la época de la transición, cuando se multiplicaron los asenta­mientos que luchaban por sacudirse esta impronta jerárquica, el orden colo­nial aparecía tan opresivo. Entonces solía atribuirse ai despotismo monárqui­co , cuando en realidad la opresión provenía de mucho más cerca: del centro provincial o del asentamiento que hubiera alcanzado algún privilegio, ejerci­do por sus notables y no necesariamente por una burocracia. Cuando se mul­tiplicaron los asentamientos campesinos y se integró verticalmente la buro­cracia , la tensión entre formaciones sociales espontáneas y la acción de Esta­dos centralizados se volvió permanente. En casos extremos surgió una duali­dad entre autoridades comunitarias y los intentos del Estado de superponer estructuras administrativas(23). Esto explica por qué la comunidad campesi­na se integró difícilmente en una red semi-urbana, su asentamiento fue muy disperso en algunas regiones y, en general, mantuvo relaciones hostiles con centros urbanos o semi-urbanos de poder(24 ). 3. - La hacienda comercial del siglo XIX, que podía coexistir en gran me­dida con una economía campesina , cuando ella misma no la alimentaba en su seno, tampoco excluía la aparición de aldeas campesinas . Otra cosa es la plan­tación moderna , que congrega a los trabajadores en campamentos y cuyos asentamientos son a menudo momentáneos . El complejo que aloja la admi­nistración, la maquinaria y a los trabajadores o que sirve de bodegas asume la forma de un lugar central muy peculiar. No integra el espacio más inmediato , sino que aprovecha el acceso a un puerto o a una carretera para llevar sus productos a un mercado distante.

Pero aun la hacienda tradicional y la hacienda comercial podían ser un obstáculo para la formación de sitios de mercado cuando estaban orienta­das hacia adentro. Por eso, a raíz de la reforma agraria boliviana, se vieron surgir después de 1952 nuevos asentamientos nucleados, con mercados sema­nales.

Conclusiones En los países andinos, el tema central para la historia del siglo XIX. y

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particularmente para el período crucial de 1 870-1930 , sigue siendo el de la formación nacional. La necesidad de este tratamiento debe conciliarse con el hecho Ü.! que los mayores avances conceptuales y metodológicos de la histo­riografía y de otras ciencias sociales se han logrado sobre la demarcación de unidades de análisis diferentes a la nación , o en base a una especialización te­mática . Se trata, entonces , de acceder a una síntesis que no puede excluir los patrones usuales de la investigación empírica sin arriesgarse a retornar a la mera exposición ideológica.

Ante todo, debería verificarse el proceso de configuraciones regiona­les que , en una etapa crucial , fue llenando espacios vacíos y creando tensio­nes y desequilibrios tanto entre las regiones mismas como con respecto al Estado . Frente a una peculiar conformación del espacio subordinado a un ti­po de explotación colonial , el siglo XIX crea otro e invierte muchas veces la relación original entre los viejos centros urbanos y su hinterland. Por eso , los análisis de la formación nacional no pueden confinarse al primitivo espacio colonial , en el que presuntamente se habría perpetuado una herencia de atra­so y opresión, de valores tradicionales y de tendencias corporativas , y que habría prolongado externamente un esquema de dependencia similar al de la colonia.

La unificación de perspectivas que ha querido introducir la teoría de la dependencia para el continente debería conservarse , pero no sobre la base de conjuntos nacionales indiferenciados , sino sobre la observación más deta-1,lada de regiones comparables. Esta comparación sigue los contornos de rela­ciones y contrastes entre desarrollos regionales desiguales .

Las regiones del mundo andino no pueden definirse históricamente a través de relaciones de equilibrio, sino más bien en función de conflictos per­manentes, guerras civiles y violencia campesina. La normalización de relacio­nes de mercado , su extensión y la manera como conforman el espacio, pare­cería implicar que con ellas se difunde un tipo peculiar de ideología, más afín con la de los países industrializados de occidente. Esta era al menos la expec­tativa de una élite en el siglo XIX en todo el continente, para la cual la aper­tura al mundo exterior debía traer consigo la civilización.

Posiblemente esta expectativa no tenga nada que ver con la realidad del mundo andino contemporáneo. En medio de los dilemas ideológicos del presente , la tarea del investigador que encara el tema de síntesis por excelen­cia , el de la formación nacional , no consiste en ilustrar la realización de un designio intemporal, sol?re una realidad acabada , como la concebía el histo­riador del siglo XIX. El historiador tampoco puede quedar preso en la histo­ria, sin percibir la radical novedad de cada momento. Por eso , la tarea más in­mediata para el estudio de la formación nacional en el período de transición ( 1870-1930) podría consistir en indagar qué formas tomó la incorporación de nuevos espacios y de nuevas masas humanas y de qué manera transforma-ron los viejos recintos coloniales. ·

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NOTAS

Sobre este problema, ver las observaciones de Christopher Baker, "Economic Reor­ganization and the Slump in South and Southeast Asia", en Comparative Studies in Society and History, 23 :3 (1981 ), pp. 3 25-349. Otra crítica, orientada a señalar la ausencia de trabajos empíricos dentro de los cultores de la teoría de la dependencia, en Peter Smith, "Political History in the 1980's", Journal of lnterdisciplinary His­tory, 12:1 (1981), pp. 3-21.

El argumento original en Franr,ois Bourricaud, Tres ensayos y una polémica: la oli­garquía en el Perú (Lima, 1969). Una versión más elaborada, Karen Spalding, "Class Structures in the Southem Peruvian Highlands, 17 50-1920", en Benjamín Orlove y Glynn Custred, Agrarian Economies and Social Processes in the Andes (New York, 1980).

A partir del libro de Robert S. Platt, (Latin America Countrysides and United Na­tions, New York, 1942), una obra pionera en el análisis regional comparativo, ¿cuán­to se ha avanzado por este camino? Pese a las diferencias entre Venezuela, Colom­bia, Ecuador, Perú y Bolivia, Platt tuvo el cuidado de tomar sus ejemplos en zonas ecológicas contrastadas y comparables entre país y país. Andrew Pearse (The Latin American Peasant, London, 1975) sugiere una clasificación útil para distinguir ras­gos históricos del campesinado. Habla así de lndoamérica (en donde incluye los alti­planos de México central y del sur, Guatemala, Colombia, Perú, norte de Chile y de Bolivia), Mestizo-américa (Caribe, gran parte del Brasil, Perú costero, sur y occiden­te de Bolivia, Chile central, Paraguay) y Euroamérica (Norte de México, Uruguay y Argentina). Obviamente, las categorías indoamérica y mestizo-américa presentan todos los problemas inherentes a una demarcación de este tipo. También existe el riesgo de hipostasiar un rasgo aparentemente histórico en una categoría inmutable.

En algunos casos, como el de Cuenca (Ecuador), parecería que estamos frente a un modelo casi puro de categorías y relaciones sociales anacrónicas pero vagamente re­conocibles en otras partes. Ver Leslie Ann Brownrigg, The 'nobles' of Cuenca: The Agrarian Elite of Southern Ecuador (Ph.D. Diss., inédita, Columbia University, 1972). Con respecto a las similitudes de la formación social de Táchira (Venezuela) y Santander (Colombia), ver Arturo Guillermo Muñoz, The Táchira Frontier 1881-1899: Regional lsolation and National lntegration in the Venezuelan Andes (Ph. D. Diss.,inédita), y David E. Johnson , Social and Economic Change in Nineteenth Cen­tury Santander, Colombia (Ph. D. Diss., inédita. University of California, Berkeley, 1975). Un elemento común, fuera de la situación fronteriza y las migraciones co­lombianas, resulta ser un tipo de estructura en la tenencia de la tierra, con pequeños

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cultivadores de café independientes en Táchira y una tradición más antigua de pe­queños y medianos propietarios en Santander. El papel político que jugaron ambas regiones en los respectivos países sugiere también aproximaciones, aunque en este caso la comparación es mucho más azarosa . Ambato (Ecuador) y Boyacá (Colom­bia) sugieren también comparaciones por la tendencia de la gran hacienda colonial a la fragmentación y por su coexistencia con minifundios mestizo-indígenas. Al res­pecto, ver Robson Tyrer, The Demographic and Economic History of the Audiencia of Quito: Indian Population and the Textile lndustry , 1600-1800 (Ph. D. Diss, iné­dita . University of California, 1977, p. 71) y Orlando Fals Borda, El hombre y la tierra en Boyacá (Bogotá).

(5) El trabajo de Robson Tyrer, cit. , ayuda a ver claramente los eslabonamientos de este eje y las razones de su decadencia .

(6) Ver el lúcido enunciado de Henri Favre sobre este problema en F. Bourricaud et al. , Tres ensayos ... , cit. El hiatus entre economía colonial exportadora de metales y las economías nacionales que se consolidan a fines del siglo XIX es parte de la argu­mentación de D.C.M. Platt ("Dependence in Nineteenth Century Larin America" , en Latín American Research Review, 1980, 15 : 1, pp. 113-30) en una polémica con los Stein (Ibid., 1980, 15: 1, pp. 131-149).

(7) Ver Marco Palacios, El Café en Colombia (1850-1970). Una historia económica, so­cial y política (Bogotá, 1979). También, edición inglesa. Esta obra contribuye a des­pejar muchos lugares comunes sobre el papel de una sociedad campesina en el pro­ceso de transformación capitalista. Por su parte, Malcolm Deas ( ver "A Colom bian Coffee Estate : Santa Barbara, Cundinamarca, 1870-1912", en Duncan and Rutledge eds., Land and Labour in Latín America, London, 1977) reduce a un tono menor, de una gran precisión descriptiva, el dramatismo con el que usualmente se pintan las relaciones entre peones , mayordomos y propietarios ausentistas .

(8) Sobre la distribución y utilización de tierras en la costa durante el período colonial, ver Susan Elisabeth Ramírez Horton, Land Tenure and the Economics of Power in Colonial Peru (Ph.D. Diss ., inédita, University of Wisconsin , Madison, 1977); Nicho­las P. Cushner, Lords of the Land: Sugar , Wine and Jesuit States of Coastal Peru, 1600-1767, Albany, 1980; Manuel Burga, De la encomienda a la hacienda capitalis­ta (El valle de Jequetepeque del siglo XVI al XIX), Lima, 1976.

(9) Esta frontera podía ser el viejo dominio de comunidades indígenas, como en Bolivia (ver Paul Robert Turovsky, Bolivian Haciendas, Before and After the Revolution, Ph.D. diss. , inédita, University of California, Los Angeles, 1980), o tratarse de bal­díos. El estudio de Catherine C. Legrand (From Public Lands into Prívate Proper­ties: Landholding and Rural Conflict in Colombia, Ph.D. Diss. , inédita. Stanford University , 1980) contribuye a dar una idea de la magnitud del fenómeno en el caso colombiano. Sobre la aplicabilidad del concepto de frontera en Latinoamérica, ver Alistair Hennessy, The Frontier in Latín America (London, 1978). El autor subraya no sólo la dislocación espacial de las fronteras, sino también la variedad de sus for­mas de ocupación y la diacronía absoluta con la que aparecen en el horizonte men­tal, político y económico.

( I O) Esta ha sido una fuente fructífera de reflexiones teóricas y de trabajos empíricos de la escuela del Instituto de Estudios Peruanos. Para citar unas pocas compilaciones de ensayos, ver José Matos Mar et al, Perú Problema: cinco ensayos (Lima, 1968); ibid. , Hacienda, comunidad y campesinado en el Perú (Lima, 1970); ibid ., Domina­ción y cambios en el Perú rural : la microrregión del valle de Chancay (Lima, 1969).

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(11) Ver Fredrick B. Pike, The Modern History of Peru (New York, 1967). La interpre­tación del Perú en este autor ha derivado de una narración clásica hacia una explora­ción sicocultural. Ver The United States and the Andean Republics (Cambridge, Mass. 1977) y especialmente "Religion, Collectivism, and Intrahistory: the Peruvian Ideal of Dependence", en Journal of Latín American Studies, l O: 2 (1978), pp. 239-262; Jesús Chavarría, José Carlos Mariátegui and the Rise of Modern Peru, 1890-1930 (University of New Mexico Press, 1979) y su artículo "The intellectuals and the Crisis of Modero Peruvian Nationalism, 1870-1919", en Hispanic American Historical Review, 50:2 (1970) . El libro de Henry F. Dobyns y Paul L. Doughty, Peru: A Cultural History (New York, 1976),desplaza el acento hacia el papel central de Lima en el proceso político de formación nacional. Una obra específica sobre la política indígena es la de Thomas M. Davies Jr., Indian Integration in Peru: A Half Century of Experience, 1900-1948 (Lincoln, 1 974 ). Sobre el movimiento indigenis­ta y sus interioridades, Dan Chapín Hazen, The Awakening of Puno: Government Policy and the lndian Problem in Southern Peru, 1900-1955 (Ph.D. Diss., inédita, 1975).

(12) Particularmente después de la revolución peruana y la reforma agraria de 1969, el acento se ha desplazado hacia una visión dinámica del campesinado. En este sentido es interesante el contraste entre sociólogos y antropólogos que hacen énfasis en la capacidad de adaptación de las sociedades campesinas a la aceleración de procesos históricos y las teorías de tipo sico-cultural de científicos políticos que señalan las rigideces de los sistemas institucionales. Ver, por ejemplo, los ensayos reunidos por Norman Long y Bryan Roberts, Peasant Cooperation and Capitalist Expansion in Central Peru (Austin, Texas, 1978), y los de Orlove y Custred, cit. También los artículos de Pike, citados en la nota 11, el de Glen C. Dealy, "The Tradition of Mo­nistic Democracy in Latín America", en Journal of the History of Ideas, 35 (1974), pp. 625-646, y el libro de Alfred Stepan, The State and Society: Peru in Compara­tive Perspective (Princeton, 1978). Sobre el problema de la incorporación del trabajo serrano en las plantaciones coste­ras y el enganche, Michael Gonzalez, "Capitalist Agriculture and Labour Contrac­ting in Northem Perú, 1880-1905 ", en Journal of Latín American Studies, l 2: 2 (1980), pp. 291-315. Sobre la producción campesina de lanas y el complejo de rela­ciones regionales con el mercado internacional, ver Benjamín J. Orlove, Alpacas, Sheep and Men: The Wool Export Economy and Regional Society in Southern Peru (New York, 1977). Sobre lo étnico en el Perú, P. Van Den Berghe y G. Primov, Inequality in the Peruvian Andes: Class and Ethnicity in Cuzco (Columbia Mo. 1977). '

(13) Sobre este tipo de modelos, ver las contribuciones en el seminario sobre economías campesinas y de subsistencia celebrado en Honolulú, en Feb.-Mar. 1965, en Clifton R. Wharton, Jr., Subsistence Agriculture and Economic Development (Chicago, 1969). De especial interés es el comentario de H. Myint, p. 99 y ss. De este mismo autor, ver The Economics of Developing Countries (London, 1964), que se basa so­bre todo en países con una experiencia colonial reciente. Para Latinoamérica pone de relieve, antes que el problema de una sociedad campesina, la existencia contem­poránea de enclaves extranjeros en minas y plantaciones (p. 64). Sin embargo, mu­chas de las observaciones de teoría económica servirían para enfocar los problemas de la transición, entre 1870 y 1930.

( 14) Por ejemplo, William Stein, Life in the Highlands of Peru (Comell, 196 l) y Orlove y Custred, op. cit.

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(15) Ver Pike, op. cit., y Edward C. Banfield, The Moral Basis of a Backward Society (New York, 1958).

(16) Ver Duncan y Rutledge, op. cit., y las recopilaciones de Long y Roberts. Al discutir la noción de un colonialismo interno, Van Den Berghe y Primov (op. cit.) se incli­nan por otra de marginalidad absoluta. Contra estos dos extremos, ver la explora­ción detallada de las múltiples relaciones entre una hacienda tradicional, el sector campesino y una sociedad más amplia, regional y nacional, en Muriel Kaminsky Crespi, The Patrons and Peons of Pesillo: a Traditional Hacienda System in High­land Ecuador (Ph.D. Diss. , inédita, University of Illinois at Urbana, 1969).

(17) Un excelente modelo explicativo de este tipo de racionalidad, en I.G.Bertram, "New Thinking onthe Peruvian Highland Peasantry".

(18) Ver Walter Christaller, Central Place in Southern Germany (Englewood Cliffs, New Jersey, 1966). Si bien la bibliografía sobre la teoría de los asentamientos es muy rica, la diafanidad de la exposición de Christaller parece insuperable.

(19) G. William Skinner, "Marketing and Social Structure in Rural China", en The Jour­nal of Asian Studies, 24: l y 2 ( 1964 y 196 5); Caro! A. Smith, "Economics of Mar­keting Systems Models from Economic Geography", en Annual Review of Anthro­pology, 3 (1974 ), pp. 167-201; edid. Regional Analysis (Economic Systems I y Social Systems 11) (New York, 1976). Otra exposición general de las variantes de la teoría en Edgar Augustus Jerome Johnson, The Organization of Space in Develo­ping Countries (Cambridge, Mass., 1970).

(20) Ver las incitaciones iniciales de Clifford Geerz, "Studies in Peasant Life : Communi­ty and Society", en Biennial Review of Anthropology (Stanford, California, 1962).

(21) La teoría de los asentamientos es rechazada a veces como una intromisión ideológi­ca intolerable en el análisis de la organización del espacio en Latinoamérica. Sin em­bargo, como instrumentos heurísticos en la definición de regiones debería servir al menos para: l) Comprobar que las cosas no han ocurrido de la misma manera en los países de Europa occidental y en la periferia ; 2) Hasta qué punto la penetración ca­pitalista conforma el espacio a su imagen y semejanza. Un punto de vista de rechazo enfático en Patricia Ann Wilson , From Mode of Production to Spatial Formation: The Regional Consequences of Dependent Industrialization in Peru (Ph.D. Diss., inédita, Cornell University, 1976). También, Fernando Antonio Soler, An Analysis of Spatial Formation in Dependent Countries: The Latin American Case (Ph.D. Diss., inédita, Cornell University, 1976). Un rechazo, en tono menor, de la teoría europea como algo inaplicable a la realidad latinoamericana, puesto que dicha teo­ría está basada en observaciones en Europa y los Estados Unidos, en Peter Odell y David Preston, Economies and Societies in Latin America: a Geographical Interpre­tation (Chichester, 1978). Una aplicación matizada de teorías geográficas, en Nyle Keith, Walton, Human .Spatial Organization in an Andean Valley: The Callejón of Huaylas, Peru (Ph.D. Diss., University of Georgia, 1974). Finalmente, una incursión teórica que sugiere -hasta donde la jerga y la sintaxis intrincada dejan percibirlo­que las naciones latinoamericanas no son sino territorios en torno a un puerto crea­do con el exclusivo objeto de sacar productos hacia una metrópoli, en Alejandro B. Rofman, Dependencia, estructura de poder y formación regional en América Latina (Buenos Aires, 1954 ).

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(22) Karl Polanyi et. al., Trade Market in the Early Empires (Economies in History and Theory) (Glencoe, 111 ., 1959). Walter C. Neale , uno de los colaboradores en esta obra, hace la distinción entre mercado como mecanismo de formación de precios; es decir, como fundamento teórico de la economía, y el mercado como lugar en que se efectúan transacciones . Este último sería de mayor interés para el historiador y para el antropólogo. En el trabajo de Skinner sobre mercados rurales en China, en donde hay un mercado móvil de comerciantes itinerantes predominaría el segundo senti­do. Sin embargo, en la concepción christalleriana cÍásica, la teoría del Lugar central no hace sino desdoblar espacialmente este supuesto teórico de la economía clásica.

(23) Ver Giorgio Alberti y Rodrigo Sánchez, Poder y conflicto social en el valle del Man­taro (Lima, 1974 ).

(24) Ver, por ejemplo, las observaciones de T .L.Smith, Colombia: Social Structure and the Process of Development (Gainesville, 1954), p. 258 y ss. En el caso específico colombiano, la dispersión o la nucleización de asentamientos campesinos posee ca­racterísticas regionales muy acusadas. Por ejemplo, al contrario de lo que creía Smith, los pueblos del valle del Cauca o de la costa norte no son vestigios de anti­guos asentamientos aldeanos. Se trata de formaciones mucho más recientes, que fueron apareciendo a fines del siglo XVIII y en el curso del siglo XIX en las márge­nes o dentro de las mismas haciendas . Por el contrario, en antiguas regiones de asen­tamientos indígenas, la dispersión se acentuó, a partir de un núcleo original que data de comienzos del siglo XVII, con el proceso de minifundio.

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COMENTARIOS

Marie·Daniele Démélas Centre National de la Recherche

Scientifique 54, boulevard Raspail 75006 Paris (Francia)

Si he comprendido bien , Germán Col­menares se propone recuperar en benefi­cio de la historia el terna de la formación nacional , que los especialistas han abando­nado en favor de las ideologías nacionalis­tas y chauvinistas; así , el autor sugiere va­ri9s ángulos de ataque a este problema inti­midante . Abriendo camino, se propone romper con ciertos modelos interpretativos que tienden a borrar las diversidades nacio­nales de América del Sur y a "olvidar" las especificidades del siglo XIX ya que postu­lan una continuidad entre la dependencia colonial y aquella propia del siglo XX.

Germán Colmenares combina los análisis de fenómenos históricos muy sugestivos (ruralización del siglo XIX, negociaciones complejas entre la hacienda y las comuni­dades indígenas, aunque también entre re­giones después de cada crisis política avan­ce de la ''frontera" agraria dentro dei espa­ciQ andino , así corno sobre la costa, etc.), con un inventario crítico de conceptos y de modelos avanzados, en su mayor parte por las ciencias sociales norteamericanas. '

Sus observaciones se ordenan alrededor de dos ejes : de un lado, una simplificación excesiva de los objetos de estudio no per­mite captar de modo alguno la complejidad de la formación nacional ; de otro lado hay que terminar con los restos de las te~rías que aún persisten en las obras que conciben la edificación del espacio nacional corno consecuencia de la extensión de una econo­mía de mercado. Sobre este punto, Germán Colmenares recuerda con justeza que en América del Sur el espacio nacional no fue construido por el mercado, sino gracias y a través del conflicto. Considera, de manera muy particular, la teoría de la dependencia,

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que no menciona sino un solo actor, el Es­tado (y sus extensiones) , y que atribuye así, paradójicamente, a las burguesías compra­doras la tarea de la unificación nacional ; se llega a estas falsas premisas no tornando en consideración más que las relaciones exter­nas y descuidando el estudio de las redes internas que estructuraron a las jóvenes na­ciones sudamericanas.

A pesar de estas críticas severas y funda­das, Germán Colmenares concluye propo­niendo conservar el marco de la teoría de la dependencia , revisando , sin embargo, el mé­todo empleado. Se tratará, en Jo sucesivo, de tornar como objeto de estudio las regio­nes comparables, mas no los Estados indi­ferenciados (sin disimularse la dificultad de reubicar los estudios regionales dentro de un contexto nacional), y en lugar de las grandes dicotomías costa/sierra, Andes/ Oriente . . . habrá que darles preferencia a los movimientos internos de las sociedades campesinas. Curiosamente , Colmenares dis­tingue, por otra parte, a éstas de las comu­nidades indígenas: sólo las sociedades cam­pesinas serían históricas . La no historicidad de las comunidades indígenas permite so­ñar .. .

Dejando de lado este absurdo, lamentaría que las proposiciones de Germán Colmena­res estén tan limitadas a una cuestión de método : los estudios dedicados a la forma­ción nacional deberían cambiar de escala yendo de "macro" a " micro". Pero, ¿córn¿ pensar la articulación de lo regional a lo na­cional? Este trabajo , indudablemente atra­sado en dos o tres años , ignora las tentativas recientes para reforrnular esta cuestión ; se puede adivinar que aludo al coloquio del Centro "Bartolorné de Las Casas" dedicado a las regiones (Cusco, julio 1984), así corno a un congreso organizado por el IFEA so­bre la formación del Estado-Nación (Lima, agosto 1985); por último, es lamentable que no se haya citado la tesis de Jean-Paul Deler, quien se aventura a un recorrido his-

' tórico-geográfico fructífero para describir y explicar la formación nacional ecuatoriana.

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Wilfredo Kapsoli Jr. Mariano Arredondo 2961

Urb. Benavides. Lima 101 Perú

La propuesta de Germán Colmenares es una sistematización crítica de un conjunto de interpretaciones de la historia andina El dice que , en el s. XIX, las historias nacia"na­les se construían para afirmar la identidad co!1 el respaldo del pasado ; que esto consti­tuia no una historia real y concreta sino un proyecto político; que en el prese~te si­glo se han _incorporado nuevos conceptos, como dualismo y dependencia para dar cuenta del mismo fenómeno. Si ia historio­grafía positivista obvió la explicación de los .soportes sociales y económicos del pro ble­ma, ahora se ha enfatizado las conexiones globales con el mundo externo sin detener­se en las especificidades y conexiones inter­nas. De esto ha resultado que hay trabajos acerca del todo latinoamericano o andino y no así estudios sobre la historia particular de las naciones que satisfagan las exigencias de la ciencia.

Una respuesta a aquellas deficiencias han sido los estudios regionales. Estos partían tomando como base los espacios y econo­mías coloniales, pasaban por las modalida­des de la penetración capitalista y termina­ban con la modernización de las áreas andi­nas. Y para un acercamiento más preciso se recurrió a la teoría geográfica de los asenta­mientos humanos y del lugar central con los cuales se intentó superar el obstá~ulo. Sin embargo, su excesiva propensión al equilibrio estático, a la reflexión teórica, y su marcada tendencia reduccionista han ser­vido sólo para definir el concepto de región y no así su evolución y movimiento históri­co. Todo esto porque : 1) La teoría europea de los asentamientos supone la homogenei­d~d del sistema económico en el que los bienes y servicios han sido mercantilizados·· 2) En Hispanoamérica lo central nunca sur: gió de intercambios espontáneos sino de privilegios político-administrativo; que han generado conflictos y desequilibrios perma­nentes, así como la jerarquización entre las r~giones y el resto del Estado; y 3) Las ha­ciendas capitalistas no integran los espacios

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más inmediatos, sino aprovechan el acceso a un puerto o a una carretera para trasladar sus productos a mercados distantes y gene­ralmente al exterior.

Aparte de estas observaciones precauto­rias, del artículo de Colmenares' podemos rescatar ideas e hipótesis sugerentes como la necesidad de priorizar el análisis' de las conexiones, tensiones y dinámicas internas de las sociedades andinas (además claro está, de subrayar las conexiones entr~ ia so­c~ed_ad _ global y el mundo externo) como distmtlvos de una formación nacional. Pun­tualizar las condiciones pre-existentes en cada nación , para comprender el proceso de transición del feudalismo al capitalismo requiere del auxilio de una historia campa: rada que debe captar los elementos comu­nes, inmovilizándolos y abstrayéndolos de las realidades concretas. De este modo se podrá discernir mejor las similitudes y las diferencias regionales y nacionales.

Algunos reparos que podemos presentar al autor son : en cuanto al estudio de la re­gión como forma peculiar de organización del espacio que cambia radicalmente en cada etapa histórica. Esto nos parece muy rígido, toda vez que abordar la región no implica sólo concretarse al conocimiento de su organización espacial, sino básicamen­te a la configuración de los grupos de poder eco~ómico-político y a la manera cómo ga­rantizan su permanencia y reproducción; a la función específica de las clases sociales en la articulación de ejes y engranajes que dan lugar a fenómenos como el gamona1is­mo y caciquismo provinciano o al colonia­lismo interno y externo. Por otro lado im­plica también interesarse en las diversa; mo­dalidades de resistencia y cuestionamiento alentados desde las propias clases subalter­nas. El estudio de la región sin considerar a las empresas transnacionales (minas petró­leos, lácteos) que han generado ;nclaves económicos hasta configurar territorios o "estados" fuera del control y del gobierno de las naciones andinas, sería un ejercicio parcial. Asimismo, las fronteras cronológi­cas no se pueden considerar como capas geológicas con cortes en tal o cual año, sino solamente como aproximaciones y signos referenciales de principio y fin.

Finalmente, entender la transición desde

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un feudalismo colonial a una Nación reque­riría igualmente precisar sus elementos constitutivos o, si se quiere , su específica definición conceptual. ¿Conferirle " un lu­gar central" al tema de la formación nacio­nal no sería mejor partiendo desde el pre­sente? Un problema de palpitante actuali­dad como es el de la regionalización y reor­denamiento de los potenciales económico­sociales podría contar también con el con­curso de los historiadores. Estos , además de familiarizarse con las categorías y enuncia­dos de los geógrafos, economistas, planifi­cadores y antropólogos, pueden explicar las raíces y columnas que lo sustentan, las ra­zones y los factores que han facilitado o re­tardado los progresos o los estancamientos regionales y de la nación entera. Experien­cias de gobierno, de lucha y de cre·ación, asentadas en los diversos espacios· del mun­do andino , pueden servir de base para afir­mar una identidad regional que fomente el orgullo y que tienda a la integración y defi­nición de lo nacional y popular. De otra suerte , los regionalismos y los nacionalis­mos colindantes con el chauvinismo segui­rán separándonos, lejos de unirnos en un proyecto nacional andino.

Pe ter F. Klaren George Washington University

Washington D. C. 20052 Estados Unidos

En la historiografía reciente de América Latina, la formación y la dinámica del Esta­do-Nación moderno ha sido un tema persis­tente. De todos los intentos teóricos aplica­dos a este problema, ninguno tal vez ha es­timulado mejor nuestro pensamiento que el modelo de la dependencia . Sin embargo, como sugiere Colmenares, la teoría de la dependencia representa una imposición de­masiado externa sobre una sociedad alta­mente pluralista , lo cual suscita tantas pre­guntas como las que p_arece !~sponder acer­ca del carácter y la d1mens1on del Estado­Nación en América Latina.

Aunque parece correcto postular el naci­miento del Estado exportador liberal en América Latina hacia fines del siglo XIX, tal como lo pretenden los dependentistas,

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ese Estado tenía sólo en apariencia un al­cance verdaderamente nacional. Como Bur­ga y Flores Galindo lo proponen en su li­bro reciente sobre el Perú( 1 ), los obstácu­los para la cohesión nacional en la "Repú­blica aristocrática" eran en verdad formida­bles, incluyendo los límites impuestos al poder civilista por fuertes sub-élites regio­nales , la naturaleza cerrada tanto de la ha­cienda como del enclave extranjero enfren­tados a un aparato estatal administrativo y policial que no había alcanzado mucha so­fisticación y el carácter heterogéneo en ge­neral del conjunto de la población, dividida como estaba por razas , clases , lo regional y lo étnico .

Se podría añadir a esta explicación el fracaso de la naciente burguesía civilista en fundar sus objetivos políticos y económicos en una verdadera cultura nacional , con raí­ces en la conciencia popular. Este fracaso , que los reformadores progresistas , comen­zando con González Prada y de manera más intensa con Mariátegui, Haya y la genera­ción de l 919 , se apresuraron a mostrar , es­taba arraigado en la Weltanschauung o el ethos de esta clase dirigente . Como Jo ex­presa tan concisamente Sinesio López, " . . . el estilo de vida, los modelos de consu­mo, los gustos artísticos y la problemática intelectual (de los civilistas), en pocas pala­bras su ciencia, su arte y su tecnología , es­taban siempre mejor sintonizados con los mercados extranjeros de Londres, París y los Estados Unidos que con sus propias ne­cesidades"(2).

Nuestra visión de la formación nacional , ''el proceso nacional" , ha sido conformada por esto casi exclusivamente po~ el énfasis de los dependentistas en las fuerzas externas. Crítico de ciertos aspectos de esta visión, entre otros de su carácter determinista, Colmenares cree que se imponen algunas correcciones. Invocando la ''ley de indeter­minación", propone enfrentar el pro6íema desde un ángulo diferente: la historia regio-

(1) Apogeo y crisis de la república aristocrá­tica. Lima, 1979.

(2) "El estado oligárquico en el Perú : un en­sayo de interpretación";.. Revista Mexica­na de Sociología, Julio-;:,et ., 1978.

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nal más particularizada de los Andes y su relación en evolución con la nación. ¿Si realmente una burguesía nueva y nacionali­zadora fue capaz de conformar incipientes enclaves de capital en una nueva configura­ción nacional -pregunta-, cómo se relacio­na y se articula esa estructura con las varia­das sub-regiones de los Andes, muchas de las cuales permanecen en gran medida fuera o solo parcialmente integradas dentro del Estado exportador en surgimiento?

Al enfrentar el problema desde esta pers­pectiva , Colmenares procede. a la disección de algunas de las tendencias mterpretativas del modelo de la dependencia. La primera se centra en la idea del desarrollo desigual de las regiones como una consecuencia del llamado "legado colonial". Hace énfasis acertadamente en que fue el "colonialismo" más próximo del siglo X VIII borbónico, an­tes que una mentalidad más distante, el que estableció las desigualdades regionales andi­nas . Los esfuerzos borbónicos para adecuar las colonias americanas a las realidades eco­nómicas del mundo occidental al abrir nue­vas fronteras de exportación tuvieron como efecto perturbar las economías mineras tra­dicionales y con ello intensificaron las in­congruencias regionales. Es en este contex­to de progresivas discontinuidades regiona­les que debemos ver el esfuerzo -tan labo­rioso, tortuoso y prolongado- para forjar nuevos Estados-Naciones independientes durante la mayor parte del siglo XIX.

Enseguida, Colmenares pasa a llenar la inmensa laguna en el análisis de los depen­dentistas que salta de la estructura exporta­dora del colonialismo diréctamente al surgi­miento de la economía exportadora poste­rior a 1880, un período histórico general­mente analizado de manera superficial. Su­giere que durante este período se desarro­lló una interrelación compleja entre los vie­jos centros políticos y económicos del asen­tamiento español y las nuevas "fronteras" orientadas hacia la exportación, un concep­to que implica tanto un nuevo espacio co­mo un nuevo modo de producción. A dife­rencia de fronteras en otras partes, estas "nuevas" economías andinas nunca alcanza­ron su propia autonomía al elaborar nuevos imperativos culturales. Antes bien, estos núcleos, como los llama el autor, conserva­ron una relación patrimonial y jerárquica

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internamente y en sus partes componentes tanto como con su centro colonial tradicio­nal. Cuando el auge exportador que lo~ i~­pulsaba y los distinguía fatalmente d1sm1-nuía estas localidades se hundían de nuevo en la~ viejas modalidades coloniales.

Colmenares encuentra una segunda no­ción dependentista igualmente problemáti­ca : la idea de que la penetración capitalista indujo formas de explotación y de colonia­lismo internos. Según este punto de vista , el hinterland marginal, como la sierr!i peruana, estaba vinculado a la costa capltahsta, refor­zando de esta manera la comunidad nacio­nal en formación. La .piedra de toque y es­tribillo de este proceso fue el enfrentamien­to permanente en la sierra entre una hacien­da dinámica y expansiva y una comunidad forzosamente estática y autárquica. Co11:si­derando que este proceso es i:nas compleJ,o, Colmenares sugiere que esta mterpretac10n minimiza y distorsiona la dinámica interna que actúa dentro de la sociedad campesina misma. Parece como si para los dependen­tistas el cambio sólo pudiera ser impuesto desde el exterior y los campesinos sólo pu­dieran reaccionar a las presiones de fuerzas externas. Un mayor énfasis en el estudio de la economía de la unidad doméstica propor­ciona, según él, un cuadro más exacto de la diversidad andina. Esto nos permite ver la lucha por el poder en términos más fluidos, menos inmutables, en los cuales un proceso de negociación y de arlaptación caracteriza­ba las relaciones entre hacienda y comuni­dad. Si bien esta estrategia se muestra pro­misoria, si no se lleva a extremos de atomis­mo, todavía espera más investigaciones em­píricas.

De otro lado, una versión de esta lucha por el poder se revela de manera muy preci­sa en la monografía de Florencia Mallon (que aparecerá en Princeton) sobre los cam­pesinos de Yanamarca y el desarrollo del ca­pitalismo en los Andes centrales del Perú en­tre 1860 y 1940(3). Con el análisis de docu­mentos de archivos aldeanos, ella muestra cómo la economía campesina sufrió frente a formas capitalistas expansivas que fueron desatadas por el auge minero entre comien-

(3) Inédito. Princeton University Press. 1982?

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zos del siglo y la gran depresión. Esto con­dujo a agudizar el proceso de diferenciación de clases estratificación y conflicto que dejó a la ~ociedad aldeana polarizada entre un ' estrato "campesino" crecientemente pauperizado y proletarizado confrontado con una "burguesía campesina" emergente , cuya integración dentro de los circuitos ca­pitalistas más amplios de economía regional y control del gobierno local fue impulsada por nexos clientelistas con la burguesía re­gional en expansión . El empirismo riguroso del estudio de Mallon sirve para reforzar una perspecti'fa neo-marxista del problema.

Otro trabajo reciente sobre el Perú que toma en cuenta mucho más completamente el dinamismo interno del sector campesino, aunque todavía de manera predominante dentro del marco más amplio de las presio­nes externas, es el libro de Nelson Manrique (1981) Campesinado y Nación: las guerri­llas indígenas en la guerra con Chile. Manri­que desafía la historiografía tradicional al mostrar cómo la guerra desencadenó una respuesta nacionalista en embrión en el campesinado, el cual veía sus comunidades sagradas amenazadas por el ejército chileno invasor. Como lo expresa Manrique , el cam­pesinado fue movilizado por Cáceres valién­dose de un sentido elemental de nacionalis­mo que estaba fundado en el amor por la tierra y en un profundo sentido de la terri­torialidad. Más todavía, Manrique cree que al represar este sentimiento después de la guerra , Cáceres y otros líderes perdieron una oportunidad para estimular un movi­miento político verdaderamente nacionalis­ta con raíces auténticas en las clases popu­lares.

Estos dos trabajos caen en lo que Colme­nares observa correctamente como una co­rriente fuertemente revisionista que mues­tra la variedad de respuestas altamente ra­cionales emanadas del llamado sector mar­ginal de los Andes a fuerzas externas, fue­ran la guerra o la intrusión del capitalismo. La masa campesina no era, como pareció al­guna vez, tan inerte o pasiva a estas nuevas fuerzas, sino, pc;>r el contrario, estaba dota­da de respuestas activas y se encontraba en permanente ''negociación" con ellas. Un elemento particularmente fascinante del li­bro de Mallon muestra cómo, por ejemplo, sectores de la sociedad aldeana se aliaron,

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en el esquema establecido de patrón-clien­te, con los agentes de la modernidad en el mundo yanamarquino más amplio. Todo esto lleva a Colmenares a concluir que la in­terpretación del pretendido dualismo de la sociedad andina, que percibía una sociedad campesina rígida y estática, trabada en mor­tal combate con las fuerzas del capitalismo, fue siempre más un! construcción ideológi­ca que histórica.

Sea como sea, Colmenares finalmente no está sugiriendo en su crítica a la dependen­cia que ésta deba ser descartada. Por el con­trario , alega que debe ser refinada y profun­dizada para aplicarse no tanto a un grupo de entidades nacionales indiferenciadas, si­no más bien con mayor rigor a configura­ciones regionales del espacio andino. Por eso Colmenares cierra su artículo propo­niendo una teoría de la organización histó­rica andina .

Aquí el punto central consiste en la evo­lución de una más compleja , así sea ambi­gua, organización de la sociedad , una socie­dad tradicionalmente orientada hacia valo­res corporativos, pero que, durante este pe­ríodo crucial de transición , fue afectada de manera creciente por nuevos modos de pro­ducción y su ideología concomitante . Para él, los principales asentamientos en el mun­do andino , y en ese caso en toda América Latina , surgieron no a causa de algún inter­cambio espontáneo de bienes, como lo in­terpretarían las teorías del desarrollo euro­peo. Derivaron más bien su existencia y po­sición del dinamismo central de la evolu­ción ibérica, esto es, del establecimiento o la continuidad del privilegio y la jerarquía político-administrativos o, si se prefiere, de un ordenamiento de la explotación . La ela­boración de innumerables constituciones en el siglo XIX, sostiene agudamente el autor, tuvo tanto que ver con la persisten­cia de este patrón hispánico de permanente conflicto y reajuste territorial entre núcleos de reciente aparición y los más viejos como con la necesidad de caudillos ambiciosos de establecer su legitimidad política.

Me parece que el discurso tan sofisticado de Colmenares sobre el problema nacional posee una función particularmente valiosa en esta precisa coyuntura porque intenta reconciliar el peso todavía importante de la teoría de la dependencia con una recons-

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trucción umca de la evolución regional en los Andes la cual se apoya en la profunda herencia patrimonial del mundo ibérico, en donde las relaciones jerárquicas de poder entre (y en el interior) el nivel local de la sociedad y los centros monistas son de fun­damental importancia. El resultado es una reorientación constructiva en el enfoque hacia una praxis regioflal como medio para entender la formación del Estado-Nación andino .

Eduardo López Zavala Casilla 400, La Paz

Bolivia

Hay desafíos que comportan rupturas, y Colmenares prefiere la ruptura, elige el en­frentamiento y la de-construcción de aque­llos códigos y referentes privilegiados que, hasta hace poco, hacían de la historia el es­caparate de la Nación: de la historia como discurso y transcurso enunciado desde el Poder como recurso que dibuja la trayecto­ria de 'un sujeto avasallador cuya pretensión es la de borrar o pacificar la heteronomía (diferencia y extrañamiento) en las forma­ciones sociales andinas. Primera lección: no se trata de llenar los vacíos de esa historia y hacer de sus "olvidos" una inversión aca­démica rentable; tampoco -cosa frecuen­te- se trata de invertir la lógica de los he­chos e imponerles un sujeto de contenido social nuevo dejando intacta la racionali­dad que a fir{ de cuentas permite esa misma centralidad. Se trata de abrir y multiplicar los horizontes más que de refrigerarlos; ello implica reconocer la existencia de otras historias afirmar la posibilidad de historias alternati~as que den cuenta de aquellas di­mensiones (regionales, étnicas, ... ) que lle­nan de significación el espacio andino y de­nuncian la ceguera de las reducciones ope­radas en las biografías nacionales.

Para el caso de Bolivia, de la historia an­dina boliviana, las consecuencias de esta provocación analítica podrían contribuir a pensar en una historia que dé la cara -sin trampas ni estratagemas- a lo que se podría nombrar como "topología de la diferen­cia"; es decir, en una historia que no exclu­ya las determinaciones de su abigarramien-

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to constitutivo. Pero más que un abigarra­miento traducible a esquemas duales de composición interna o de mecanismos pu­ramente exógenos de articulación económi­ca, lo que importa es ver en el hecho nacio­nal el escenario y también el resultado de un juego de implantaciones violentas, c~yo carácter nos obliga, entre otras cosas, a ms­cribir la producción histórica de los espa­cios sociales en la trama de esa conflictuali­dad básica, en la trama ?e esa guerra solapa­da abierta o momentaneamente conJura­da'. Nación y Región llevan este signo, son dimensiones que nos hablan claramente de la matriz espacial de este proceso, matnz que, sin embargo, sólo ~s comprensible en relación a los desplazamientos del Poder, de las alianzas y lealtades, a la topografía de los intercambios, a la producción y repro­ducción de las identidades sociales.

En este sentido, el corte sugerido por el autor (1870-1930) corresponde -aunque con la necesaria flexibilidad del caso- a una intensa etapa de reconfiguración material e imaginaria de las ocupaciones espaciales. Forzando las conclusiones del artículo ha­cia una lectura política, podríamos decir que los conflictos que aquí se expresan in­volucran proyectos de sociedad distintos y contradictorios involucran percepciones y acciones opuestas sobre un terreno común. Aunque de forma muy apretada, v~lg~ aquí un ejemplo. En la serie de acontec1m1entos que revuelven a Bolivia durante la Guerra Federal y la rebelión indígena liderada por Zárate Willka (1899) podemos diferenciar dos proyecciones qu¡ parten de formas di­ferentes de vivir y de asumir los conflictos de esta reconfiguración espacial. Por un la­do están las corrientes emanadas desde los sectores dominantes, que, a pesar de atrave­sar por un ajuste bélico entre liberales y conservadores, prolongan la tendencia h~~ia la implantación de un modelo de N~c1on centralista y fundado en la heteronomia; es decir, que pretende resolver su pr?pia des­articulación y la relativa autonom1a ~e s!-'s regiones (a su vez atravesadas por terr1tona­lidades étnicas) en la concentración exclusi­va del poder económico y político; en el lí­mite de esta propuesta, la Nación se confun­de con el Estado se define ella misma por un "estado de s~paración" en lo político. En los hechos, el triunfo liberal y el subse-

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cuente desplazamiento de la sede de gobier­no consolidan el proceso de recomposición de las regiones y de cierta cohesión espacial (limitada geográficamente) bajo la égida de nuévos enclaves económicos. Tales transfor­maciones son sustanciales para la historia republicana del siglo XX. Con todo, esto no significa un cambio en el espíritu del pro­yecto nacional esgrimido por la oligarquía criolla: de cualquier modo, la Nación cris­taliza un programa fundado en la supresión y/o conculcación de las potencialidades so­ciales autónomas, sobre todo de aquéllas de raíz étnico-comunitaria. Y estas potenciali­dades nos llevan a la segunda perspectiva en cuestión : en efecto, la Guerra Federal y el proceso de reconfiguración espacial/regio­nal pueden también ser vistos como un es­fuerzo de los ayllus y comunidades indias por recomponer su propia figura social, co­mo un intento -muchas veces repetido­de restituir los espacios de una territoriali­dad étnica asediada, de recuperar las bases de racionalidad económica y organizativa propias a la profundidad de su campo his­tórico . Heteronomía/autonomía: a partir de aquí, la matriz espacial en el análisis de los procesos regionales y nacionales debería abrirse a la lógica y a la historia de los po­bladores andinos.

Ne/son Manrique . Jr. Buenos Aires 220

Mira[lores. Lima 18 Perú

El agudo artículo de Germán Colmena­res resulta estimulante por diversas razones, de las cuales resalto su invitación a romper con el provincialismo en el análisis, el es­fuerzo de síntesis y sistematización de los estudios realizados sobre el desarrollo regio­nal y sus problemas, su persistente vocación totalizadora, así como el llamado de aten­ción sobre la necesidad de incorporar como una dimensión fundamental en los estudios a la cenicienta de las Ciencias Sociales en nuestro ámbito: la Geografía.

El período escogido por Colmenares está comprendido, a nivel mundial, entre dos grandes crisis del sistema capitalista. Cierta-

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mente, ello ayuda a articular el análisis gra­cias a la existencia de un elemento unifica­dor que brinda el espacio para homologar situaciones radicalmente diferentes -por su inserción en matrices históricas diversas-, con la singularidad expresada en la forma peculiar en que la crisis afectó a las diversas regiones, a partir de su particular modalidad de inserción (o no inserción) en el mercado capitalista mundial. Pienso en el diverso im­pacto que la crisis tuvo para regiones conti­guas, como pueden ser, en el Perú, Lima y la costa norte (articuladas en torno a la ex­plotación del guano y del desarrollo de la agricultura de exportación) y la sierra cen­tral (donde la declinación de la exportación argentifera se había iniciado tres décadas antes, creándose en ese período nuevas arti­culaciones alrededor de dos ramas produc­tivas orientadas básicamente hacia el consu­mo interno : la ganadería y la producción de aguardiente de caña).

A nivel su bcontinental existe en el perío­do otra coyuntura unificadora, de profunda significación para Chile, Perú y Bolivia: la Guerra del Pacífico. En el caso peruano, ella representó para las zonas que sufrieron más directamente la ocupación (la sierra central y Lima y la costa norte) la interrupción de procesos de afirmación regional, a través de la destrucción de las fuentes de acumulación alrededor de las cuales empezaban a conso­lidarse burguesías regionales que, luego de su quiebra, dejaron un vacío prontamente llenado por los capitales limeños e imperia­listas. La sierra sur constituye un caso diver­so, tanto porque su grado de dependencia frente al mercado mundial era mayor, cuan­to porque ella no fue escenario de la guerra. Esta coyuntura parece decisiva, pues , para entender los procesos de "desregionaliza­ción" y desnacionalización sufridos, así co­mo la afirmación del creciente centralismo limeño.

Coincido en la constatación de la escasa continuidad que Colmenares encuentra en­tre la situación colonial y la emergencia de las regiones durante el siglo XIX. Esto resul­ta particularmente evidente cuando se ana­liza en la sierra central peruana el proceso de declinación del antiguo eje de articula­ción minero, alrededor de la explotación del mercurio de Huancavelica, y su despla­zamiento por el nuevo eje económico (Ce-

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rro de Paseo y la plata), así como el despla­zamiento de los antiguos centros adminis­trativos coloniales de Tarrna y Jauja por Huancayo. La conclusión es clara : la heren­cia colonial no supone continuidad en la forma de organización del espacio (por el contrario, el siglo XIX es rico en profundas reestructuraciones regionales), y es necesa­rio estudiar atentamente el proceso vivido entre el período de declinación del poder colonial -fines del siglo XVIII- y la déca­da del 70 del siglo XIX para entender el proceso posterior.

Dada la limitación del espacio, aventuro una última reflexión. De hiera repensarse el proceso de constitución de los mercados in­ternos -como un momento privilegiado de la constitución de las entidades nacionales­desde la perspectiva de los desarrollos regio­nales. Muchos estudios que parten del pre­sente hacia el pasado limitan su análisis al momento de la penetración de los capitales imperialistas, a inicios del siglo XX, y de la constitución de la fracción burguesa domi­nante a ella vinculada. Tal perspectiva hace perder de vista precisamente esa enorme riqueza histórica sobre la que Colmenares nos llama la atención.

Alexis Pérez Torrico Casilla Correo 7846

La Paz Bolivia

La vulnerabilidad de nuestras economías y la permanente emergencia de los pueblos latinoamericanos fuerzan a cuestionar la or­ganización de nuestras sociedades, colocan­do sobre la mesa de discusión una serie de preguntas sobre su contexto y su dinámica.

Una de ellas va dirigida a la historia y -como apunta Colmenares- es sobre la for­mación nacional; sin embargo, señala el autor que existen corrientes dentro de las ciencias sociales , la economía y también dentro de la política que presentan inter­pretaciones totalizadoras, conteniendo un pobre trasfondo histórico. Da como ejem­plo las teorías de la dependencia o la teoría dualista.

Es probable que con el transcurso del tiempo un mayor número de investigacio-

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nes en el campo de la historia enriquezcan y modifiquen estas tesis sobre la dependen­cia, que, indudablemente, es un factor exó­geno de gravitación sobre nuestro decurso histórico.

Colmenares observa que en el siglo XIX los historiadores positivistas buscaban en el legado histórico los factores que consti­tuían la identidad nacional para así contri­buir en la elaboración de un proyecto polí­tico que condujera al Estado-Nación. Agre­ga el autor que se aspira a crear una imagen colectiva sin tomar en cuenta la pluralidad de la sociedad y las contradicciones propias de la misma que afectan al contexto social.

En el área andina es notoria la presencia visible de la identidad cultural como uno de los factores preponderantes en la forma­ción nacional.

En el caso boliviano, la sociedad en su conjunto cabalgó sobre dos mundos a lo largo de su historia , rechazándose, acusán­dose y tolerándose.

Creo que la preocupación central es la ausencia de estudios multidisciplinarios so­bre la formación nacional, la ausencia de estudios en el campo de la historia que con­tribuyan a un trabajo de conjunto.

En su parecer, la historia aún se mantie­ne en viejas preocupaciones , observaciones parciales de la vida social o en meras espe­culaciones. Por ello es que aún no puede participar en las investigaciones multidisci­plinarias y lo peligroso es la ausencia del trasfondo histórico al que alude el autor.

Es por esto que los resultados son par­ciales e inconexos. Uno de ellos, que es ex­puesto a lo largo del texto, es el problema de las regiones internas que se encuentran en el Hinterland de la América; aquellas que no fueron movidas por el puerto expor­tador a los centros mineros, para así encon­trar, como él señala, las conexiones internas o definir las fuerzas internas.

El autor observa que es más fácil encon­trar conexión entre una región y la otra ve­reda del mundo, el mercado mundial, y no así entre la región y la Nación a la que per­tenece.

Si bien el régimen colonial establece los nuevos espacios regionales quebrando pre­téritos espacios, lo hace en función a las ne­cesidades del nuevo orden económico en el mundo, orden que se expresa al interior de

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nuestro continente en el establecimiento de centros económicos que irradian influencia en las regiones de su contorno Y, en algunos casos, como las minas del cerro de Potosí , más alla de las mismas. Al declinar su pro­ducción, las regiones que giraban en torno a ella se repliegan, las más , hacia sí mismas. Ahora, tomando la preocupación de Colme­nares, ¿qué sucede con regiones que no tu­vieron esta influencia, tal el caso de Santa Cruz de la Sierra o el noreste boliviano? Aceptamos incuestionablemente que tuvie­ron su organización, administración y su propia dinámica , pero ¿cuál sería su relieve histórico si no estuvieron ligadas en cierta manera a los centros económicos y de po­der?

Exhibir , realizar e interpretar su proceso histórico en sí mismo no ayudaría a expli­car el proceso de formación nacional.

La desvertebración de los pisos ecológi­cos origina una nueva fisonomía de las re­giones. Al establecerse los regímenes repu­blicanos, este ordenamiento de las regiones prevaleció en algunos casos , pero en otros hubo desplazamiento de los ejes económi­co-administrativos. En el caso boliviano, el desplazamiento administrativo de la capital en Sucre hacia La Paz, que se había conver­tido en el nuevo centro minero y comercial que databa de tiempo atrás.

La desacumulación y la ausencia de una burguesía -salvo en los puertos o en ciertos centros o plazas comerciales- no permitió aglutinar en torno a un proyecto político suyo a la nueva "República".

Por ello, fue una oligarquía en perma­nente pugna por espacio económico o cuo­tas de poder la que dirimió el curso de las nuevas naciones, por ejemplo Bolivia y Perú, con una zona costera peculiar.

Finalmente, es necesario observar el con­tenido de esas regiones; es decir, sus centros activos y sus conexiones. La hacienda y la comunidad eran lo más notable; sin embar­go, no lo único. El carácter de su organiza­ción y de su dinámica le daba fisonomía a la región. Lo que queda es la discusión so­bre esa "dinámica peculiar". Si dejamos de lado el conflicto de la hacienda o estancia frente a la comunidad y toda esa perspecti­va externa, ¿qué elementos se tomarían en cuenta para relievar esa dinámica conocien­do el tiempo transcurrido sobre las expe-

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riendas de la actividad agrícola y sobre to­do las relaciones que resultan de la misma?

No se cuestiona aquello de que las socie­dades campesinas rebasan los marcos de la comunidad, las formas múltiples que ésta ha ido adquiriendo a lo largo de su acciden­tada y combativa historia. Pero lo que im­porta son las relaciones en todas sus formas que adquiere la sociedad campesina, las contradicciones y presiones tanto internas como externas. La identidad cultural, si bien es uno de los elementos formadores, en países como el nuestro tiene en su ex­presión connotaciones alejadas del análisis del proceso de la formación nacional.

En el período que se analiza, las oligar­quías ignoraron o pusieron al margen el problema cultural; por su parte , los ayma­ras y quechuas protegieron la identidad de­fendiendo sus predios, como si fuesen los generadores.

Al surgir el proyecto liberal se acentúa la confiscación de tierras y el intento de con­vertir a los campesinos en mano de obra se­miespecializada, a fin de que contribuyan al establecimiento del capital externo.

Los aymaras y quechuas, por su parte , continúan con su lucha secular, resistiendo y defendiéndose , enarbolando símbolos mesiánicos. Luego de la experiencia revolu­cionaria de 1952, las etnías comienzan a expresarse políticamente, primero a través de los sindicatos, luego mediante la organi­zación de sus partidos políticos o manifes­tándose y después en proyectos étnicos.

Esto no es extraño, ya que el rostro visi­ble de nuestra dependencia es el área rural ; allí se observa la depauperación creciente de los aymaras, quechuas y otras etnías al­go menores.

Sin embargo, sus proyectos no apuntan a la transformación integral del campo, sino sólo a las relaciones de propiedad o a la comercialización de sus excedentes. En otros casos se enarbola peligrosamente la identidad cultural, exaltando la raza y pre­sentando el pasado como proyecto. Esto da como resultado una mayor parcelación de la sociedad.

Por esto creemos que la formación na­cional , aún no consolidada en el área andi­nai deberá tender a transformar el rostro de paisaje agrícola : una revolución en su verdadera acepción en la que convergan la

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Estudios y Debates ___________________________ _

dinámica de las regiones, la experiencia his­tórica de las sociedades indias y los nuevos cambios estructurales. Sólo así se pondrá en la cuestión el problema de la identidad cultural.

Es sugerente la proposición de un rigu­roso análisis de las regiones en busca de sus similitudes y diferencias .

Creemos que los estudios contemporá­neos en el caso nuestro buscan relievar esas tensiones desequilibrios y rupturas, inci­diendo s~bre todo en los movimientos po­pulares . Sin embargo, se advierte la ausen­cia de una visión totalizadora de los proble­mas.

Joanne Rappaport Dept. of Modern Languages & Linguistics

Univ. of Maryland Baltimore County Catonsville, Maryland 21 228

U.S.A.

En primer lugar, celebro que Revista Andina haya incluido el estudio de Germán Colmenares. Este representa un paso impor­tante para la iniciación de un diálogo entre andinólogos y confío en que será la prime­ra de muchas contribuciones de parte de colom bianistas a esta revista.

En su estudio, Colmenares esboza una importante tarea para los historiadores de América Latina: la investigación sobre la naturaleza de la sociedad de frontera y la incorporación de nuevas poblaciones a fines del siglo XIX, y el estudio de cómo esta nueva organización espacial y social trans­formó los centros coloniales existentes. Esta también podría ser una tarea para an­tropólogos.

Si bien Colmenares podría estar errado en cuanto a su generalización de que la ma­yoría de los antropólogos se concentran só­lo en las sociedades indígenas, dejando de lado a las comunidades campesinas, está en lo cierto cuando señala una debilidad cen­tral de casi todos los estudios antropológi­cos sobre la sociedad andina contemporá­nea. A excepción de sólo unos cuantos ca­sos (por ejemplo, Platt 1982), nos hemos descuidado en examinar las enormes trans­formaciones que tuvieron lugar en el campo

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en América del Sur durante el siglo XIX y sus efectos en las comunidades que estudia­mos. Tal como lo señala Colmenares, debe­mos empezar a hacer estudios antropológi­cos sobre las transformaciones y las respues­tas de las comunidades rurales que surgie­ron o que cambiaron de manera permanen­te por la creación de una nueva frontera y el desarrollo de una estructura regional co­mo parte de la consolidación de la nación a fines del siglo XIX. Durante los últimos cin­cuenta años hemos centrado nuestros es­fuerzos en trazar la continuidad desde la época precolombina hasta la sociedad con­temporánea, sin prestar atención a aquel período que muchos indígenas denomina­rían "segunda conquista".

Si los andinólogos en el campo de la an­tropología han de iniciar un diálogo entre ellos, así como con historiadores, sociólo­gos y otros especialistas, debemos esforzar­nos por desarrollar unidades comparables de investigación que sólo podrán surgir cuando empecemos a basar nuestros estu­dios de las comunidades en las formaciones nacionales y estructuras regionales dentro de las que existen actualmente y dentro de las que se formaron en el siglo XIX. Esto se aplica tanto a los estudios de comunidades indígenas como de sociedades campesinas, ya que los indígenas andinos conforman so­ciedades históricas y han vivido en la co­rriente de nuestra historia desde principios del siglo XVI. Los antropólogos deben em­prender también un tipo de análisis de la reacción indígena a la dominación externa, para el siglo XIX, tan bien desarrollado co­mo el que se hizo para la época de la Con­quista.

El artículo de Colmenares refleja el he­cho de que el antropólogo puede contribuir de manera significativa a los estudios histó­ricos. Esto es tan cierto para aquellos ejem­plos de análisis antropológico que cita co­mo para los que no cita. En particular, Col­menares debería empezar a examinar algu­nos de los numerosos y muy valiosos estu­dios sobre modelos indígenas del espacio regional que podrían ayudar al historiador a comprender la reacción del pueblo andino indígena ante las transformaciones que. tu­vieron lugar a fines del siglo XIX. Entre és­tos, el autor podría ver los estudios sobre la ideología contemporánea de la organización

Revista Andina, año 3

--------------------------Colmenares: Nación

del espacio en los Andes Centrales (Allen 1982, Urton 1984) y las consecuencias de este sistema conceptual en la migración ur­bana (Isbell 197 8), sobre la reforma agraria (Skar 1982) y las estructuras regionales de comercialización (Poole 1982, Golte y de la Cadena 1983).

REFERENCIAS:

ALLEN, Catherine. " To Be Quechua : The Sym bolism of Coca Chewing in Highland Peru", American Ethnologist, 8,1: 157-71. 1982.

GOLTE, Jurgen y DE LA CADENA, Ma­risol. "La co-determinación de la organiza­ción social andina" , Allpanchis Phuturinqa, 22 : 7-34. 1983 .

ISBELL, Billie Jean. To Defend Ourselves: Ecology and Ritual in an Andean Village. University of Texas Press . Austin, 1978.

PLATT, Tristan. Estado boliviano y ayllu andino: tierra y tributo en el Norte de Po­tosí. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1982.

POOLE, Deborah A. "Los santuarios reli­giosos en la economía regional andina", Allpanchis Phuturinqa, 19 : 75-116 . 1982.

SKAR, Harald O. The Warm Valley People: Duality and Land Reform among the Que­chua lndians of Highland Peru. Universi­tetsforlaget . Oslo, 1982.

URTON, Gary. "Chuta: El espacio de la práctica social en Pacariqtambo, Perú", Revista Andina, 2, 1: 7-43. 1984.

NOTA DE LA REDACCION : La respuesta de Germán Colmenares a los comentarios a su estudio será publicada en el próximo número de Revista Andina.

No . 2, diciembre 1985 341