La pantalla se estremece
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ABC VIERNES 3š10š2008 LA TERCERA 3
ABEL Gance estrenó Napoleón el 7 de abrilde 1927, con el acompañamiento musical deuna orquesta en vivo, y para quienes asis-
tieron a la Ópera de París aquel día la película re-sultó tan increíble y espectacular como la aventu-ra de su personaje principal. Todos los espectado-res quedaron atrapados por las imágenes queveían, capaces de revivir los pasos del conquista-dor de Italia y de transmitir la angustia, el miedo,el coraje, la esperanza, el hedor y la pasión de la Re-volución francesa. Entre ellos se encontraba un jo-ven oficial llamado Charles De Gaulle junto a suamigo André Malraux. Años después, aquel jovenmilitar espigado, de fuerte talante conservador,convertido ya en la figura central de la Francia dela posguerra, recordaría: «Malraux se levantó,abrió en alto sus brazos en el aire y empezó a gri-tar: ¡Bravo! ¡Tremendo! ¡Magnífico!». Ninguno delos dos olvidó la película. Ni el novelista que comba-tió en la Guerra Civil española para frenar el fascis-mo en Europa ni el general que se enfrentó al go-bierno colaboracionista de Vichy y organizó la re-sistencia contra los ocupantes alemanes.
Como Homero, que nos hace ver lo que nos estácontando en bellos hexámetros, pero sobre la heroi-ca sábana blanca de una pantalla, el cine puede re-crear el pasado de una manera que sólo sería posi-ble revivir mediante la máquina del tiempo. Lasruinas se levantan de entre el polvo y los viejos hue-sos se recubren de carne y pasiones, metiéndonosen la piel y en el corazón de mundos perdidos. Te-bas y Akhenatón. Roma y Julio César. China y elgran Khan. El Dorado y Lope de Aguirre.
Historia o ficción, las buenas películas de am-bientación histórica son un camino extraordina-rio y amable hacia el conocimiento, paralelo al queabren las mejores novelas históricas. RecordemosJuana de Arco, de Dreyer, Barry Lindon, de Kubric,El Gatopardo, de Visconti, Lawrence de Arabia, deDavid Lean, y la solidez de los mundos que resuci-tan en la pantalla.
Todos conocemos hoy el paisaje de la Italia ocu-pada por los nazis y de la inmediata postguerra, yno por los noticiarios, sino por unas imágenes queparecen más verídicas aún: el blanco y negro, fuer-te y áspero, de las primeras películas de Rossellini.Hoy conocemos la calma helada de las calles humi-lladas bajo el cielo nublado o bajo la impasible glo-ria de los aviones, la metralla en las paredes de losedificios y el roce sombrío del cuero y las culatasde los fusiles, entre sombras y ruinas... conocemostodo eso, lejano, hiriente, porque lo hemos vividoen el cine.
Y lo mismo puede decirse de la Viena carcomi-da de historia y de mercado negro que evoca El
Tercer Hombre, de la depauperada y corrupta Ale-mania de la República de Weimar que Fassbinderretrata ácidamente en la monumental BerlinAlexanderplatz o de aquel París de Mayo del 68 quePhilippe Garrel filma en Los amantes regulares pa-ra evitar que aquellos días y aquellas batallas juve-niles caigan en el olvido.
Del genocidio de la Segunda Guerra Mundialapenas quedan ya testigos que puedan decir, comoGoya en la invasión napoleónica, «Yo lo vi», y si alas nuevas generaciones los campos de concentra-ción no se les antojan cosas tan lejanas y ajenas co-mo las matanzas de los hunos de Atila, es porque elcine ha contado una y otra vez las abundantes y si-niestras barbaries del siglo de Hitler y Stalin. Porencima de la exactitud o inexactitud que pueda no-tar el historiador, las películas sobre Auschwitz osobre la revolución rusa permiten constatar a losniños de cualquier generación las fechorías delogro, y nos recuerdan que los asesinatos en masano pertenecen al olvidable territorio de la pesadi-lla sino que ocurrieron aquí, y entonces.
Nuestro mundo está hoy dominado por la omni-presencia de la imagen, y el cine puede entre-
garle a Clío una inmensa popularidad, y con ellalectores que nunca habría conseguido. Por supues-to, existe un precio. Al relato de la historia el cinele quita la profundidad y anchura del campo de ob-servación, y a menudo sustituye la realidad heladade los hechos por el colorido sentimental de los mi-tos. Hay una cinta norteamericana muy mentirosaque puede servir de ejemplo para ilustrar esta im-postura: ¡Viva Zapata! Cualquier conocedor some-ro de la historia mexicana sabe que aquel Zapatainterpretado por Marlon Brando era falso de pies acabeza, pero cuando muere su muerte de gallo acri-billado el espectador siente lo que debió sentir todoMéxico cuando conoció la noticia. El espectador seha conmovido, y lo ha hecho de la misma maneraque lo hacía la buena conciencia progresista de losaños cuarenta y cincuenta con las películas filma-das por Eisenstein bajo la supervisión de Stalin.
La relación del cine con la historia es tan larga,y está tan repleta de fraudes y fiascos, como la esta-blecida entre el cine y la literatura. El primer largo-
metraje exhibido en Estados Unidos, La reina Eliza-beth, fue un simple vehículo para que Sara Bern-hardt mostrara su histrionismo excesivo. Y en suprimera versión de Anna Karenina Hollywoodtransformó la plenitud humana y emocional de lamagnífica novela de Tolstoi en una bata de andarpor casa hecha a la medida de Greta Garbo.
La era napoleónica, época de universal carnice-ría que asiste atónita al levantamiento madrileñode 1808 filmado ahora por José Luis Garci en San-gre de Mayo, ha tenido suerte en la gran pantalla ycuenta con excelentes películas, especialmente lagrandiosa Guerra y Paz que hizo King Vidor en1956. Todo aquello que acoge el cine con esplendoraparece en esta magnífica adaptación de la novelade Tolstoi: el encanto de la nobleza, los bailes en sa-lones majestuosos y las visitas a la ópera, el amor ysu ceniza, el estremecimiento ante la guerra, la in-mensidad del paisaje, el sacrificio de la poblaciónque lucha por preservar la patria, la pobre genteque escapa ante el invasor dejando tras de sí los pa-lacios abandonados, las cosechas quemadas y, al fi-nal, la melancolía de la retirada y derrota del ejérci-to francés, sin duda uno de los mejores momentosde la historia del cine.
Lo que conocemos del siglo inaugurado con laRevolución francesa deja mucho espacio para ima-ginar, reflexionaba Galdós cuando se disponía ainiciar los Episodios Nacionales. Y pocas son real-mente las novelas capaces de adentrar al lector enel siglo XIX español con la sonrisa y comprensióncervantina con que lo ha hecho el escritor canario.Leer a Galdós es como penetrar en un gran y polifó-nico país sorbido de tertulias y quimeras, y JoséLuis Garci, que siempre ha confesado su fascina-ción por el autor de Fortunata y Jacinta, ha sabidoentenderlo en el momento de trasladar al cine LaCorte de Carlos IV y El 19 de marzo y el dos de mayo.
Lo que Milton, Homero inglés, reunió ante susojos de ciego y de poeta, «innúmeros espíritus
armados en lucha incierta», puede ser una perfec-ta evocación de Sangre de Mayo. Los innúmeros es-píritus son las vagas sombras convocadas sobre lablanca pantalla. Las tropas napoleónicas avanzan-do por el territorio nacional. Una corte ensimisma-da. Y un coro tumultuoso, bestial y generoso, inge-nuo y marrullero, despistado, intuitivo, manipula-do, mezquino, tierno y noble. ¡El pueblo español!,convertido en protagonista principal de la historiaal calor del fuego heroico que inflama las calles deMadrid en un inmenso y fulminante ataque de cóle-ra. Al final, noche de lóbrega matanza, de ejecucio-nes en masa, de exterminio, en el Manzanares y LaMoncloa, la desolación de los esfuerzos inútiles yla grandeza de las batallas perdidas de antemano.Al final, un canto a la vida inmortal: porque haypestes, plagas y guerras y el sol sigue poniéndosepero el hombre, como la tierra, siempre se levanta,permanece.
LA PANTALLA SE ESTREMECE
... Lo que conocemos del siglo inaugurado con la Revolución francesa deja mucho espacio para imaginar,
reflexionaba Galdós. Y pocas son realmente las novelas capaces de adentrar al lector en el siglo XIX
español con la sonrisa y comprensión cervantina con que lo ha hecho el escritor canario. Leer a Galdós es
como penetrar en un gran y polifónico país sorbido de tertulias y quimeras, y Garci ha sabido entenderlo
en el momento de trasladar al cine «La Corte de Carlos IV» y «El 19 de marzo y el dos de mayo»...
FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZARDirector de la Fundación «Dos de Mayo. Nación y Libertad»