La pelota de goma 01
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Abril 2014
Pedro Pérez Y Génesis Villanueva
La orden de las letras
01/04/2014
Pelota De Goma
1
Índice: 2: La pelota de goma.
3: Estrellas en la sabana.
4: Turquesa.
5: La última copa
7: Mi cuatro, mi burrito sabanero y yo.
8: Mi cuatro y yo
12: Cuerdas y corazones
13: El ángel de acero
14: Tabla de publicitaria
2
La pelota de goma
Antes de la universidad, antes del
liceo, antes de que las cosas comenzaran a
girar de tal forma que cualquiera se daba
cuenta que la vida era la vida precisamente
porque todo puede pasar, un pequeño niño
jugaba con una pelota de goma, tanto jugaba
con ella, tantas cosas era una pelota para él;
una cosa que arrojabas a la pared y
regresaba. Un meteorito que caía desde el
cielo, incluso un ninja que rebotaba
esquivando los puñetazos.
Ya sea lanzarla al aire, otorgaba la suficiente
interactividad que un niño sin otro niño
podía pedir, la pelota saltaba y atravesaba
las pequeñas ramas de un árbol de mango en
la casa del niño, y se desviaba al chocar con
las más gruesas y viejas. ¿Qué tenía de
especial esa pelota? El objeto de goma nada,
tantas se habían perdido que el niño ya no
lloraba, solo suspiraba y esperaba el
momento a tener otra, lo esencial era lo que
esta pelota generaba, pues a diferencia de
una persona, las pelotas son todas iguales a
menos que tú les hagas especiales. En una de
esas la pelota rebota de la rama del mango,
disparándose a la casa de atrás, el niño no
conocía a quien vivía ahí, a veces por lo
callado del lugar pensaba que la casa estaba
abandonada. ¿Pero qué ocurrió? El niño no
suspiró, tan inmerso en su juego estaba que
imaginó a la pelota caer en un patio que
nunca había visto, donde un furioso pero
guardián trató de morderla corriendo tras de
ella y con su embestida la sacó de la casa,
haciéndola caer en una canaleta de esas que
el niño veían en televisión, esta se deslizaba
hacia abajo por la canaleta hasta alcanzar el
desagüe, donde se dirigía a alcantarillas, no
oscuras y asquerosas alcantarillas pero si un
tétrico calabozo, donde las corrientes de
agua elevaron la velocidad de la pelota que
flotando emergió en un grueso tubo en un
desierto, volando con la velocidad del agua
rebotó en un cactus, donde un cíclope la
tomó con las manos, y al apretarla tan fuerte
se disparó como un jabón al cielo. Ahí un
misil de la base área la detectó y la persiguió
interceptándola, la pelota era de goma, lo
que para un niño significa indestructible, la
pelota tomó el impulso de la explosión del
misil y llegó al espacio, moviéndose
internamente hacia el frente y rebotando en
las lunas y cuerpos del espacio por toda la
eternidad, el niño se despidió de la pelota,
ignorando el paradero actual de la pelota,
pero descubriendo en su mente pequeña
pero cuerda todo lo que había imaginado,
todo lo “posible” en vez de solo calló al lado
del vecino, es así que esa pelota de goma fue
más especial, pues incluso al irse le brindó la
diversión más grande de esos días y un
descubrimiento interno que perduraría hasta
los días que ese niño escribe esto. El
ensamblaje y disparada hacia el espacio, de
su pelota de goma. Su imaginación…
3
Estrellas en la sabana
En aquel hermoso planeta tierra,
había nacido yo, era pequeña y frágil.
Mucho más que los demás porque era
prematura. Eso sí, no supe cómo se
llamaba el lugar donde vivía hasta que un
día pisando fuerte y siendo yo muy
pequeña me dejaron caminar sobre ella,
no se sentía como algo que yo conociera a
mi corta edad y luego cuando crecí y sus
misterios me envolvieron, me dijo una
noche la luna que no se llamaba tierra
sino sabana… Yo era bien chiquitica, y
por allá no había mucho que hacer. En
verano, el rio que quedaba cerca de mi
casa y cuyo cause nos proporcionaba no
solo agua sino alimento, bajaba y
quedaban pozos y mis hermanos y yo nos
íbamos bien temprano en la mañana a
puya‟ el rio pa‟ pode‟ bañarnos. Y así en
medio de aquella brisa fresca, nos
bañábamos bien temprano para después ir
a comernos las arepas. Era simplemente
mágico, aunque no sé qué era
precisamente, quizás era el murmullo del
rio y aunque muchas veces me puse terca
a pelear con mi „ama por que no podía
escuchar la canción del rio por las noches,
al final me convencí de que ese
espectáculo era solo para niños o solo
para mí, y en las noches sentada bajo las
estrellas que eran casi tanto como los
cocuyos, me ensimismaba en la orilla del
rio a escucharle cantar…
“Entre valles y bosques voy, subo y bajo
por doquier, pero aquí he venido una vez
más a refrescarte con mis regalos sabana,
te traigo colores, cantos, fertilidad y
estrellas”
Y yo le gritaba al rio – ¡Mándame
estrellas a mí también!- y él me enviaba
más cocuyos o el aroma del mastranto en
la brisa de la noche, o miles de cantos de
pajaritos. El rio y yo siempre nos
entendimos, el cuidaba de mí y yo de él.
Siempre recordare que en las tardes
cuando mi „ama me decía que habían
toros bravos cerca yo me escurría por
debajo de la empaliza‟ para irme
corriendo y montarme en el palo más alto
que encontrase en ese monte y ve‟ a los
bichos correr, si a los bichos esos y que
bravos. Mi „ama nunca entendió que los
toros no estaban bravos que tenían calor y
me decía -¡ah muchacha más loca!
¿Habrase visto ahora un toro que tiene
calor?- y el rio volvía cantar
“venid todos, y mis dones han de saciarte,
no soy Dios, pero mi misión cumplo
humildemente, si me necesitas, corre a mi
cause”
Y el viento corría, se deslizaba y traía a
las vacadas a la orilla del rio. Si esa era
mi sabana, aquella que me alimentaba
mejor que a los bichos del campo, que me
defendió de las garras de un tigre cuando
era yo apenas una pequeña, aquella
sabana que me respondía con cocuyos
cuando muy entusiasmada por las
hermosura de las estrellas, me escapaba
de noche a montarme en el cogollo de un
árbol para gritarle -¡quiero estrellas
sabana! ¡Dame más estrellas!
4
Turquesa
Jamás he podido olvidar el color de la
blusa que llevaba puesta mi madre ese día. Su
piel emanaba el aroma suave y fresco de un
perfume que le hacía juego al turquesa. Ahora
que lo pienso bien, hoy entiendo el motivo de la
mirada fija del caballero que estaba en la fila con
nosotros, su hijo me sacaba la lengua cada vez
que volvía mi mirada hacia atrás. Pensé que yo
era la razón por la que mi madre era observada.
La estatura era uno de los indicativos de que cada
cual estaba en su mundo; mi madre con una
mirada masculina en su blusa, y yo, con una carita
impertinente que me mostraba su lengua.
Transcurrieron unos minutos y la fila comenzó a
avanzar hasta llegar a la puerta de un salón con
mesitas y sillitas ordenadas a mi medida.
Inclinándose, mi madre me besó en la mejilla y
entregándome un bolsito fue alejándose. Apenas
se alejó unos pasos cuando comenzó el forcejeo
con unas manos que me halaban en dirección
opuesta hacia donde había emprendido una
carrera verdaderamente olímpica. Fue entonces
cuando advertí lo prensadas que estaban mis dos
colitas, al sentir la irrigación sanguínea en mi
cabecita impactar el cuero cabelludo y cada
hebra de mi pelo. Para el momento, mi llanto era
incontrolable, absolutamente estridente,
insoportable. La maestra y mi madre parecían
haber sido entrenadas para hacerlo: mi madre:
partir; y la maestra: controlarme. Al perder el
turquesa de vista, la sensación de desamparo y
desasosiego fue abrumadora. Estuve llorando por
horas frente a una pecera gigantesca que estaba
al fondo del salón. Aún ignoro si los otros niños ya
habían estado allí, pero todos estaban tranquilos
en sus mesitas mientras yo lloraba
desconsoladamente como reacción espontánea
ante la novedad de hallarme lejos de mi madre. El
niño que me sacaba la lengua me miraba desde
su puesto con curiosidad; en su rostro había
lágrimas también y a ratos miraba por la ventana
como si buscara a alguien. El olor a plastilina, los
colores de los peces en la gran pecera, el
turquesa y la lengua del niño sellaron este día de
mi vida que hoy recuerdo con tal exactitud que
pareciera todavía estar allí. Son las 12:45 p.m. y
mi vuelo tiene tres horas de retraso con
posibilidades de llegar a ser más por el
complicado estado del tiempo. Mientras espero,
observo a todos a mi
alrededor, al
tiempo que el
recuerdo de
mi primer día
en la escuela
se cuela entre
las miradas
mecánicas y
vacías de los
que están
conmigo en la
sala de espera.
El hombre que está a mi lado se encuentra
mirando mujeres en su portátil, mientras todos
los demás se encuentran alterados y
malhumorados llenando a la aerolínea con sus
reclamos y quejas, vociferando para mantenerse
ocupados y así atenuar el tedio. En la pantalla de
la cafetería a unos metros, el canal de noticias
muestra imágenes de una revuelta distante en la
que personas salen heridas y otros mueren. De
todo lo perceptible yo escojo lo que recuerdo, no
lo que veo, no lo que escucho. Pienso... lo que no
entiendo, lo que cuestiono y... me pregunto...
cómo habrá sido el primer día de escuela de
todos los que estaban allí, incluyendo los de la
T.V, incluyendo mi libidinoso vecino. ¿Lo
recordarán? ¿Tendrá algún valor para ellos?
¿Algún peso en sus vidas? ¿Habrá turquesas en
sus memorias? ¿en sus diarios? ¿se sentirán igual
de vulnerables ahora? Cerrando los ojos,
cerrando mi cuaderno, y colocando mi cabeza en
el respaldar espero por horas imaginando que
todos ellos eran los que estaban conmigo en ese
saloncillo con la pecera. Imaginando... que alguna
vez todos tuvimos a la inocencia de la mano.
5
La última copa
Mi madre me decía de pequeño que
era un niño prodigio. Con sólo tres años de
edad ya ella había predicho mi futuro, iba a
ser una persona muy exitosa, todo lo que me
propondría lo lograría, -Involúcrate en la
política y serás presidente, busca una iglesia
y serás papa, estudia arte y serás Dalí,
escribe música y serás Bach, escribe un verso
y serás Shakespeare, estudia actuación y
serás Chaplin, estudia filosofía y serás
Aristóteles. Todo lo que te propondrás lo
conseguirás, sólo se persistente, lucha por lo
que quieres- Mamá murió cuando tenía 30
años y nunca me vio convertido en ninguno
de esos personajes. Soy un completo vago,
mi sueño era viajar por el mundo y lo más
lejos que he llegado es a un país vecino.
Nunca me casé. Por una parte, estoy
contento de que mi madre haya muerto y no
me haya visto de esta forma. Estoy
desempleado, sólo vivo del alquiler de una
parte de mi casa, que es mi única herencia. El
carro lo tuve que vender para pagar algunas
deudas. El resto de mi familia está en el
exterior, salieron justo a tiempo antes que el
país fuera sometido por un bloqueo
económico y aislamiento total. No se puede
salir ni entrar. Así que por los momentos
somos, mi vieja perrita “sasha” un loro y yo.
Todas las noches recuerdo al acostarme el
día en que mi madre visitó a una gitana y
esta le leyó la carta astral, cosa que después
de todo lo que me ha pasado no creo, le dijo
que yo sería una persona reconocida, que
viajaría a muchos países y que dominaría
muchos idiomas. Sólo tenía 10 años. Estaba
convencido que sería un famoso poliglota,
quizás sería un escritor, un pintor, un
cantante, un corresponsal de guerra tal vez.
Pero sólo soy yo. Digamos que si me esforcé
por mis sueños, nunca me quedé de brazos
cruzados, sólo que absolutamente nada se
me dio, recuerdo que alguien me dijo: -
Antes de morir debemos sembrar un árbol,
publicar un libro, tener un hijo- Pues yo
también quise hacerlo. Sembré el árbol,
estoy escribiendo el libro e intenté tener un
hijo. Al final, el árbol se quemó por un
incendio forestal, llevo un año escribiendo el
libro y no paso de media cuartilla,
simplemente no tengo ideas y bueno, el
doctor me dijo hace un par de años que era
estéril. Hay una canción muy famosa que
dice: “A veces veo la luna dándole gracias a
Dios porque aún respiro y le digo que no me
lleve temprano porque estoy en este mundo
por alguna razón” Y yo me pregunto... ¿Qué
hago en este mundo? Si todos tenemos una
misión, ¿Cuál es mi misión? ¿Por qué razón
aún sigo vivo? ¿Seré un simple estorbo de la
humanidad? Simplemente nadie se percata
que existo y si muero nadie se va a enterar.
La única persona que me amó y que nunca
fue capaz de hacerme daño fue mi madre y
ya no está aquí, así que no hay nada de que
aferrarme. Por ahora, Lo único que me
mantiene con vida es la herencia de mi
abuela. Algunas piezas de Bach, Vivaldi,
Mozart, Chopin, Händel, Beethoven. Las
tengo en un viejo disco de acetato que está
rallado de tanto reproducirlo. Otra cosa que
alimenta mi espíritu son las obras de Dalí y
Picasso que están en la sala. Igualmente, las
fotografías de mi padre en los Alpes suizos,
en los valles de Viena, en las calles de Paris,
en las colinas de Sicilia, incluso tengo una de
cuando estuvo en el Everest. Mi padre sirvió
en el ejército inglés, era intérprete en su
compañía y por eso viajaba tanto. Se dice
que murió en un accidente aéreo, otros
dicen que está conviviendo con una
6
comunidad en Nepal. Mi padre siempre fue
un nómada, no era un hombre partidario del
matrimonio ni mucho menos de tener una
familia. Él decía que no quería tener nada
que lo atara, ni siquiera una casa. Mi madre
tuvo que salir adelante sola. Sin embargo no
siente ni una pizca de rencor por ser
abandonada por mi padre. Ella me dijo que
me encontraría a mi padre en mis supuestos
viajes, en mis supuestas aventuras y cuando
lo viera le diera un abrazo y agradecerle por
engendrarme, agradecerle por el Quijote,
por Bach, por Goethe, por las amantes, por
Neruda, por Gardel, en fin, por esta
maravillosa vida. En fin, me da igual verlo o
no, me da igual agradecerle o no. Al fin y al
cabo nunca fui quien quise ser, nunca fui a
donde quise ir, nunca probé lo que quise
probar, nunca vi lo que quise ver.
Pensándolo bien, si puedo subir y bajar el
Everest cuantas veces quiera, puedo caminar
por el Mediterráneo, puedo volar por encima
de la cordillera de Los Andes, puedo saltar de
Tepuy en Tepuy en el macizo guayanés, para
luego lanzarme del salto Ángel. Puedo correr
por florales y trigales en cualquier campo de
Europa, puedo besar tierra santa, gritar en el
Machu Picchu, rodar en la arena del desierto
del Sahara, nadar por el Caribe, el atlántico y
el pacífico, recorrer las calles de todas las
ciudades del mundo en bicicleta, recorrer
selvas y bosques, cuestionar a Aristóteles,
Sócrates, Platón, Marx, Einstein, Freud, Dios.
Para así entender el sentido de la vida.
Contemplar a Beethoven dirigiendo la
sinfonía nº 9, , a Bach dirigiendo un Minuet o
una Fuga, observar a Dalí y a Picasso
haciendo magia con sus pinceles, reírme
hasta no poder por alguna broma de
Groucho Marx y Charles Chaplin. Todo esto
es posible, mi madre tenía razón, sólo debo
proponérmelo. Lo que es mejor es que todo
lo puedo hacer en un día, sólo tengo que
beberme esta copa de vino con cianuro,
mientras escucho a Gardel y cantar. “Es la
última farra de mi vida, de mi vida
muchachos que se va, mejor dicho se ha ido
tras de aquella que no quiso mi amor nunca
apreciar. Y brindemos no más la última
copa”…
7
Mi cuatro, mi burrito
sabanero y yo.
-"Con mi burrito sabanero voy
camino de Belén... Si me ven, si me
ven, voy camino de Belén"...
Sí, es extraño comenzar mi historia
cantando, pero disculpa, eso
precisamente es lo que recuerdo
hacer con mi cuatro, un palo de
escoba y mi cantar en Diciembre.
No te preocupes, estaba pequeñita,
y a falta de burros buenos son
palos de cepillo.
- ¡Vamos papi, canta conmigo! ¿No
quieres ir a Belén?´- Le decía yo a
mi papá para animarlo
- ¡Ah sí! ¿A Belén?-. Respondía con
un poco de incredulidad
- ¡ah pues papá! ¿Acaso no
escuchas? ya te dije que voy a
Belén, pero si tú no quieres no
acompañes chico.
Y en ese momento mi papá
agarraba el rastrillo y cantaba
conmigo para llegar a Belén en
nuestro "burrito sabanero".
Ya éramos dos locos en la casa,
bueno, digamos tres, mi papá, mi
cuatro y yo... Y así; mi tiempo
pasaba volando con mi cuatro y mi
burrito sabanero.
Con el tiempo, descubrí el mundo
en mis clases de geografía, y ahora
mi cuatro y yo soñábamos, con
visitar las pirámides de Egipto, la
Torre inclinada de Pisa, la Torre
Eiffel, los canales de Viena, el Big
Ben... ¡Sí! mi cuatro y yo soñamos
un montón... y con tanta decisión,
una noche cantándole una tonada
a la luna loca, agarramos nuestros
churupos y cambiamos al palo de
cepillo por un avión.
Yo lloraba en el avión, esta vez no
me acompañaba mi papi, debí
dejarlo, pero llevaba a mi cuatro, el
me ayudaría y fue así como
comenzó toda esta graciosa locura,
cantando en la sala de mi casa...
Con mi cuatro, mi burrito sabanero
y mi papá.
8
Mi cuatro y yo Desde pequeña cuando tenía mucho miedo
en las noches, recuerdo que mi papa me hacía
escuchar tonadas, no había nada en este planeta que
pudiese comparársele, nada comparado con la belleza
de una tonada cantada por “El tío Simón” o por la
acariciante voz de Illan Chester, o el “Dueto
criollísimo”. Esas eran canciones que podían calmarme,
o hacerme volar, volar sobre la “la luna que amanece”.
Era mágico escuchar las notas de aquel suave cuatro
que otros tocaban pero que yo disfrutaba muchísimo
acostada en el costillal de mi ‘apa. Él lo sabía, sabía que
yo amaría a ese cuatro, que aunque nací en una ciudad
la sabana me inspiraría y me haría soñar con ella; sabía
que la sabana me enamoraría y que yo aprendería a
tocar el cuatro para no extrañarla tanto. La primera vez
que la vi, amplia, verde y con un parecido al cielo que
siempre me describía mi mama; no pude dejar de
admirarme, de notar que los colores del amanecer allí
eran más intensos que los de la ciudad, y las horas más
largas. No pude dejar de escuchar las canciones que se
producían en las hojas de los arboles al mecerse en el
viento, de verdad no pude ignorar a las estrellas que
bajaban a saludarme de noche. Y jamás olvidare su
perfume, el aroma particular de mi sabana; puro
mastranto y bosta de ganao’. Cuando mi padres se
dieron cuenta de que llevaba a mi sabana en las venas
y que no dejaba de encaramarme en una silla para
hacer sonar las cuerdas del cuatro que mi mama
escondía sobre el escaparate, ellos tomaron la decisión
de darme aquel instrumento, para que aprendiera a
tocarlo. Y así, cuando mi profesor de cuatro, me dijo
que podía tocar la “vaca mariposa” en Si menor, me
deje llevar… llevar por las preciosas tonadas del Tío,
por toda la música que pudiese escuchar, por un arpa,
por cualquier cosa que me recordara a mi sabana,
especialmente todas aquellas canciones, que hablaban
de ella. Durante el invierno, y por falta de diversión,
me sentaba a ver la lluvia caer; nada comparado con el
llano por supuesto, pero ¿Por qué no cantarle a la
lluvia en la ciudad si solo estábamos mi cuatro y yo? Así
comenzaron las aventuras de mi cuatro y yo, miles de
canciones por aprender, miles de acordes que me
alegraban el corazón y me hacían extrañar menos
aquello que no ha sido nunca mío, pero que se
estampo en mi piel mucho antes de yo saberlo. Mi
cuatro y yo, hemos hecho muchas cosas, hemos
luchado contra los sifrinos, mi cuatro y yo fuimos a la
escuela, aprendimos geografía, música, canto,
matemáticas. A mi cuatro y a mí nos ha dado miedo
cantar, como aquella primera vez, y aun así, lo hemos
hecho. A mi cuatro y a mí nos gustaría ir al “American
Idol” y por esa razón, y en un arranque de locura, mi
cuatro y yo aprendimos inglés y nos graduamos como
profesores –perdona sino entiendes, pero mi cuatro es
mi amigo-, trabajamos, reunimos un pasaje, hicimos los
trámites de CADIVI, y ¡allá vamos! A conocer el mundo,
y quien sabe si ganar el “American Idol”.
-”Llevo tu luz y tu aroma en mi piel, y el cuatro en el
corazón. Llevo en mi sangre la espuma del mar, y tu
horizonte en mis ojos”… -. Esa canción cantamos antes
de salir del aeropuerto, es posible que no me creas,
pero los dos lloramos, era difícil dejar a Venezuela así
fuese por un poco tiempo, pero debíamos soñar, los
dos queríamos vivir esa experiencia, queríamos cantar
en las plazas, como hacen los Americanos en y hacer a
nuestro país famoso. No somos monte y culebra
después de todo, no así como ellos piensan, y mi
cuatro y yo íbamos a enseñarles, después de todo eso
soy, profesora de inglés, así que puedo enseñar.
No fue fácil, mientras esperábamos que el avión
despegase, el nudo en el estómago no era nada
normal, fue peor que intentar buscar las palabras para
decirle a Pedro que me gustaba y tuve que pelear para
que no nos separasen pero lo logre, y nos montamos
juntos, lo hice pasar como una maleta de mano, muy
9
delicada, y me creyeron el cuento. Y allí, sentados,
sentimos el empuje de ese avión – ¡Oh Dios Santísimo!,
¡que susto el nuestro!- pero a lo hecho pecho, como
decía mi mama y ya estaba como tarde para
arrepentirse.
América no es lo mismo que Venezuela, eso siempre
me decía mi profesora de Cultura de los países de
habla inglesa, esa gente es fría, cosa que de acuerdo
con la profesora Diana es un estereotipo que se deriva
del etnocentrismo propio del Venezolano, y solo eso;
pero no dejaba de escuchar en mi cabeza esa canción
que tantas veces cante con mi cuatro. -“Me fui para
Nueva York en busca de unos centavos y he regresado
a Caracas como fuete de arrear pavos, el Norte es una
quimera ¡que atrocidad! Y dicen que allá se vive como
un pacha”-. Yo no iba a buscar oro, pero si quizás un
premio, quien sabe, técnicamente, Venezuela es parte
de América, eso me hace tan americana como ellos.
Es probable que después de todo, las canciones y los
estereotipos tuviesen razón, y al llegar allí lo note, no
habían rastros de mi sabana, no en ninguna parte,
Nueva York no es tan verde como Venezuela, y por
supuesto que no se parecía a Maracay, No hay
montañas alrededor, pero me calme y mi cuatro – a
quien sostenía con fuerza para no olvidar mi casa, mi
Venezuela-, me recordó que teníamos una misión,
cantar música llanera en la “Gran Manzana”. Salímos
del aeropuerto, y agarramos un taxi. -Hello Sir, Good
afternoon, could you please take me to the fifth
avenue?-. Le pregunte amablemente, ya saben para
evitar el culture shock, y que el señor tan inmigrante
como yo no se sintiese agredido. Pa’ los que no saben,
le pregunte al tipo si podía llevarme a la quinta avenida
en Nueva York. El viejo pelo los ojos, bien abiertos, ya
saben, con esa expresión de incredulidad que haría a
cualquiera desmayarse del horror. Yo abrace a mi
cuatro y ore. No hay un tiempo exacto para hacer que
los sueños se vuelvan realidad pensaba dentro de mí,
pero quizás este era el mío, después de todo es un
sueño simple, nada comparado con el Sueño
Americano, este sueño incluía A Dios, a mi cuatro y a
mí porque estaba estábamos solos en una tierra de
extranjeros y con los dólares contaditos.
-Ey, Young lady, you look scared, are you feeling ok?-.
El señor me pregunto que si estaba bien y a mí me
provoco responderle: -No señor, pues claro que estoy
bien y en un país extraño, no conozco a nadie y extraño
a mi familia y a mis mascotas, especialmente a motita,
pero y a usted ¿qué le importa?-. Claro esa era la
respuesta que quería darle en mi cabeza, pero solo
sonreí un poco. El taxista era de aspecto hindi y en
otras circunstancias le hubiese preguntado un montón
de cosas acerca de la India, pero estaba tan aprensiva
que de broma y tenía fuerzas para fingir una sonrisa, ya
faltaba poco, en un país nuevo, en la Quinta Avenida
de Nueva York, mi cuatro y yo estábamos por hacer
nuestro primer debut internacional.
De la misma forma me golpeo una ráfaga de viento al
salir del taxi, me sentí tan mal, no había nada de mi
Venezuela en esta ciudad sino quizás mi cuatrico
sabanero y yo, aquí no estaría nadie de mi familia para
apoyarme, y en ese momento triste recordé una
canción venezolana muy graciosa, solté una pequeña
carcajada y me dispuse a sacar a mi compañero de
viaje de su estuche. Hice lo que tantas veces había
observado en las películas, abrí el estuche a ver si
gustaba mi canción y reunía algo de platica, agarre el
cuatro, lo afine y comencé a cantar por todo el gañote,
en español por supuesto porque no tiene sentido
traducir la música venezolana, además sino hay
traducción exacta para la palabra “sabana o llano” en
ingles por que debía yo traducir nuestra música.
“Me fui para Nueva York en busca de unos centavos y
he regresado a Caracas como fuete de arrear pavos, el
norte es una quimera, ¡que atrocidad! Y dicen que allá
se vive como un pacha. Hay Nueva York, no me halagas
con el oro tu riqueza la rechazo no me agrada y la
deploro, pa’ Nueva York, Pa’ ‘ya no voy…”. En realidad
esta era la segunda vez que esta canción me hacía reír
de ese modo, de verdad que el autor habría tenido sus
razones, pero yo, en ese preciso momento conseguí la
motivación para no rendirme allí. Quizás si alguien me
entendiese se enojaría, pero yo me reía mientras
cantaba, o hacia eso, o se me saldrían los ovarios por la
boca del susto y la gente comenzó a escucharme, a
detenerse, a preguntarse de donde venía yo. Eso era
exactamente lo que yo esperaba y Dios me había
10
honrado así que, termine mi canción y comencé otra,
esta vez, les cante de “La vaca Mariposa”, esa fue la
primera canción que nos aprendimos, y mi estuche ya
tenía algunas monedas y billetes, bueno, mas monedas
que billetes, pero eso serviría igual. Y de una forma
muy curiosa note, que entre mis pocos oyentes hubo
uno que se quedó a escuchar todas las canciones que
interpretamos. Y al final de mi recital exitoso el señor
se acercó a mí, me asuste un poco, pero era la primera
muestra de un poco de empatía que recibía en el “país
de los sueños posibles”. Y así cuando esta persona
mayor se hizo su acercamiento para conversar
conmigo, deje a un lado los juicios criminales que había
puesto sobre los habitantes de dicho país y camine con
el hasta Central Park. Conversamos un largo rato, y en
el primer día de mi viaje tuve la oportunidad de
contarle a alguien las historias de mi bella Venezuela.
Su nombre era David Westman y yo no tuve mucha
curiosidad por preguntarle mucho más que su nombre,
pero sí de contarle todas las mías. El me pregunto por
el instrumento, y yo con mi inglés Upelista-Venezolano
le explique que se trataba de un cuatro, un
instrumento venezolano que se habría derivado
posiblemente de la guitarra española. Le conté acerca
de la belleza natural de mi país, le dije que el suyo era
muy frio para nuestro gusto, que en mi tierra el sol
brilla fuerte, la gente es amigable y de muchos colores,
le explique que aquí jamás mataríamos a alguien por
decirle “negro”. El me pidió que ahondara en el tema, y
es por eso que le dije que “negro” para nosotros no es
una expresión racista y que la usamos de cariño. Y
justo en el momento en que comencé a contarle acerca
de mi sabana, tuve que detenerme un momento… Allí
note lo lejos que estaba de ella, mi sabana, se me
apretó el corazón y recordé la canción “sabana” del tío
Simón. Le pedí permiso a Mr. Westman para sacar mi
cuatro y cante una canción más ese día, una que por un
momento me llevo a casa de nuevo, y que le contaba a
mi atento amigo americano con música la belleza
encantadora de mi país… “Con tu brisa de mastranto,
tus espejos de laguna, centinela de palmeras que se
asoma con la lluvia aquí me quedo contigo aunque me
valla muy lejos como tórtola que vuela y deja el nido en
el suelo”…
-Would you like to know something Mr. Westman? (Le
gustaría saber algo señor Westman?)-. El respondió
que sí, con su español americano.
-¡habla español!, ¡uy qué pena!-. Me ruborice un poco,
pero continuamos conversando.
-Sí, aunque estoy un poco oxidado-. Comento.
- Ningún perfumista francés podrá nunca imitar el olor
del mastranto fresco y el rocío de las mañanas en las
sabanas venezolanas-. Me miro con intriga. Y después
de eso, seguí con mi exposición de como amar a
Venezuela, no intentaba adoctrinarlo, pero fue una
conversación larga. Le hable hasta de las hallacas de mi
mama, que por supuesto son las mejores de todo mi
país, a mi parecer y el de todos los compradores que
hacen cola en la puerta de la casa todos los Diciembre
para comprarlas. La compañía del señor David me hizo
sentirme mejor ese día. Y cuando el sol comenzaba a
ocultarse me marche a buscar un lugar donde
quedarme esa noche y que se pudiera pagar con las
monedas y billetes que habíamos conseguido ese día
cantando. Y así pasamos la primera noche solos en un
hotel barato mi cuatro y yo. Pensé muchas cosas, y sí
que me hizo falta la arepa, los ladridos de motita, mi
familia y mi prometido. Recordé una canción que
escuchaba con mi papa. Era un Cd del Tío Simón junto
a la Rondalla Venezolana, no podía parar de escuchar
aquel pasaje en mi cabeza, y no dejaba de pensar en
Pedro; “No me olvides por favor que amarte y adorarte
es mi obsesión para ti son mis besos y mi amor y
también tuyo entero el corazón. Aunque el destino me
aleje de ti”… También extrañaba a mi papa,
seguramente estaría tomándole fotos a la luna, la luna
que yo estaba viendo en Nueva York y el en Maracay.
El cansancio hizo de las suyas, el ruido de la Gran
Ciudad me adormito y solo me dio la oportunidad de
orar y caer como una roca en el fondo del rio, mañana
seria otro día, y de Nueva York ahora debía irme en bus
a las Vegas, el reto por el cual me había montado en
ese avión esperaba por mi allí, El “American Idol”. Era
increíble como las cosas en los Estados Unidos de
América cambiaba de un estado a otro, y aunque el
viaje fue largo vi la Gloria de Dios al llegar a “Las Vegas-
Nevada” – solo en caso de que sientas curiosidad, no
hay nieve en “Las Vegas” aunque el estado sea Nevada-
. Las Vegas esta en medio de un inmenso valle rojo, o
así lo describiría yo. En este lugar de apuestas y hoteles
espectaculares la competencia musical sería
demasiado alta por lo que había estipulado que allí no
podría hacer lo que hice en Nueva York, aquí no nos
serviría lo del ahorro para nada, así que por primera
vez en mi viaje use los dolaritos del Estado. No fue fácil
para nada, busque un motel, porque no podía pagar un
hotel lujoso, además solo podría pasear un día, al
siguiente debía correr y hacer cola. La costumbre
recientemente adquirida del venezolano me seria
súper útil, ya que la escasez ha hecho que los
venezolanos aprendamos a hacer cola y seamos los
mejores. Esa noche aproveche, y pasee un poco,
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conseguí una de esas “Capillas de Matrimonio express”
que son mundialmente conocidas, y recordé a Pedro
otra vez y las muchas veces fallidas que le había
sugerido que nos casáramos en una de esas, pero en
Venezuela no las hay, así que hubiésemos tenido que
salir corriendo para un prefectura. Después de tanta
caminata solo me fui al hueco ese feo que había
conseguido para pasar la noche, y soñé, soñé que
ganaba el American Idol cantando con mi cuatro, soñé
que no me juzgaban por ser venezolana y que les
gustaban mis canciones. Ese sueño fue muy bueno,
pero nada comparado con la realidad del día siguiente.
Agarre mis macundales y me fui bien temprano a
audicionar, sentía murciélagos en el estómago, estaba
aturdida, y no sabía que cantar, pero lo decidiría en la
cola. Me había encargado de llenar la planilla de pre-
selección en Venezuela y por supuesto que no la había
olvidado, en la dichosa hoja, había un número que
después de tanto hacer cola, se convirtió en una
etiqueta gigante que me pegaron en la espalda, ya no
estaba haciendo más cola, estaba dentro, y los
murciélagos en mi estómago se habían convertido en
zamuros a estas alturas, pensé por momentos que de
los nervios o me haría pipi en el escenario o vomitaría,
pensé que los jueces nos odiarían, que no podrían
comprendernos, que nos sacarían de allí, que se
burlarían de nosotros, pero allí estábamos, ya al frente
del jurado, listos para audicionar y con mucho miedo
decidí que le cantaría de nuevo a la sabana.
-Erm, my name is Genesis Villanueva, I’m 22 years old
and I’m Venezuelan. My cuatro and I are planning to
sing a Simon Diaz’s song named Sabana. We hope
you’d like it-. (Este, mi nombre es Génesis Villanueva,
tengo 22 años y soy venezolana. Mi cuatro y yo
cantaremos una canción de Simón Díaz llamada
Sabana. Esperamos que les guste).
Y de ese modo deje fluir aquella hermosísima tonada
por todo aquel escenario. No había venido a ese sitio
desde tan lejos para perder, y aquellos jueces lo
notaron, puse todo mi corazón, mi fe, y mis esfuerzos
en ese escenario. Nunca vi tal cara de asombro, jamás
vi tales lágrimas de sobrecogimiento como las que
resultaron de nuestra audición aquel día. Mi cuatro y
yo habíamos logrado mostrar con una espectacular
canción del Tío Simón que Venezuela no es, ni será
jamás solo “monte y culebra”, ese día y en esa audición
mi cuatro y yo clasificamos en el American Idol.
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Cuerdas y corazones
Escrito 1
Mi nombre es Mark, tengo 22
años. Soy músico y mi instrumento
favorito es el violín. Sí; ese hermoso
instrumento, con suaves y relajantes
sonidos, ¡oh me siento tan feliz cuando lo
toco!, cuando los movimientos lentos o
rápidos de mis manos y brazos dan vida a
las notas es tan relajante.
Puedo poner diferentes sentimientos y
sensaciones dentro de mi música;
felicidad, tristeza, energía, calma, paz…
Depende de cómo me siento o cómo me
quiero sentir.
Aparentemente para ustedes, mis
lectores; mi violín es la cosa más
importante para mí. Tal vez, pero eso es
porque ese pequeño trozo de madera,
cuerdas y acero no es solo un
instrumento musical pero mi compañero,
es mi mejor amigo en los tiempos más
difíciles; es también mi más grande
defensa y ataque.
Mi violín es muy viejo, tiene
alrededor de treinta años, pero lo cuido
tan bien que se ve nuevo. Pulo la
madera, lo limpio cada mañana, lo toco
cada noche. Me paro tras la puerta de mi
habitación y comienzo a tocar, con los
ojos cerrados. No necesito verlo porque
me sé cada parte de él de memoria, es
como otra parte de mi cuerpo.
-¿Me estará escuchando?- Pregunto
dentro de mi cabeza. Luego veo fuera de
mi ventana a la casa de al lado y… detrás
de su ventana, mirándome con una
relajada y sonriente expresión hay una
hermosa chica. Toco el violín para ella
cada que puedo. Le gusta.
-¿Por qué te detienes?-
Me preguntó, sacándome de mi
distracción, ayudándome a tocar el violín
de nuevo. Dentro de mi ser hay
diferentes ideas al mismo tiempo. No sé
qué hacer, no sé qué decir. Obviamente
me gusta, sabe cómo me siento porque
entiende los sentimientos dentro de mi
música, y… ¿acaso sabe que me gusta?
¡Oh Dios mío en realidad no lo sé!
¿Siente lo mismo por mí? Realmente no
lo sé. Lo que sé es que mañana voy a
hacer algo diferente, voy a hablarle por
primera vez.
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El ángel de acero
Capítulo 1: Bienvenido a Andárias
Una de las tantas cosas que se nos quitó fue la
capacidad de ver la noche, su hermosa luna, sus
doncellas llamadas estrellas. Poetas que perderán
inspiración y culturas que serán silenciadas. Debía
hacer algo, de lo contrario ¿Podía pedir a alguien
más que lo hiciera? Años pasados tras la
opresión. Década y media me hacen sentir que
solo mi generación queda de los que alguna vez
conocieron la libertad. Ya no recuerdo el nombre
de mi nación, ni su tamaño. Ahora todos le
llaman Andárias. Epicentro de la nada absoluta en
materia de vida, vida real no esta infravida que se
traga con hambre la esperanza y excreta
sumisión, no permitiría ser parte de esto.
Veinte años afortunadamente
cumplidos. A partir de aquí estaré en el estrato
que bordea la esperanza de vida. “Lo que viva a
partir de aquí es extra” es lo que muchos dicen.
¿Rebelión? Ya se ha intentado, armas tras armas,
balas tras balas, cadáveres tras cadáveres de
familias enteras por pensar distinto. ¿Y yo? ¿Seré
Igual? ¿Otro soldado? Si solo un soldado
representara lo que antes. Ahora solo un héroe
ha de ser un símbolo. Pero he de demostrar que
hace falta un millar de héroes para parar esto,
pero como el más grande fuerte. Todo empieza
por un bloque, una persona. Yo seré ese bloque.
Bloque de acero, el ángel de acero.
A los ojos del sistema soy un desecho.
Algo que alguna vez hubiera sido necesario pero
ya no es de utilidad, pero tal vez mi forma de
expresarme ya lo ha hecho evidente, soy un
artista de las palabras, mi nombre es Nikola
Campos, residenciado bajo la directiva Nómada
en el sector Rádicas. Para quien no conoce la
directiva Nómada consiste en movernos de hogar
cada cuando el sistema le parece propicio,
cuando le place por así decirlo. Eso les sirve para
muchas cosas. Asegurar la falta de organización
grupal en las masas y el encubrimiento de la
desaparición de “habitantes de alto interés y baja
productividad”.
Esos bautizados oficialmente como los
Centuriones del progreso con sus armas,
potentes cañones de mano que no callan muy a
menudo. La primera orden es sencilla. “Obedece
o se te hace obedecer” La segunda orden es un
“bang” de sus herramientas de oficio, una marca
roja que significa que no obedeció, lo he visto
tantas veces que ya no me perturba soñar con el
día que me ocurra a mí, como las miles de
pesadillas donde estoy en los ojos de mis
familiares que he visto caer bajo esa segunda
orden.
Pero mi mente está atenta en algo; parar esto.
Primero hay que hacer algo para eludir la
directiva Nómada. De repente escucho lo
esperado con ansias y miedo a la vez. La pre-
grabada voz de una niña.
-Atención habitantes de este edificio, la
directiva Nómada está en aplicación para sus
inmuebles asignados. Cooperen con los
Centuriones y su integridad física será respetada.-
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Fernando Straker:
La última copa
Génesis Villanueva:
Estrellas en la sabana
Mi cuatro, mi burrito sabanero y yo
Mi cuatro y yo
Lérida Selene:
Turquesa
Pedro Pérez:
La pelota de goma
Cuerdas y corazones
El ángel de acero