LA PRINCESA REMOLACHA Un cuento de hadas …morado intenso. Sus padres, la Reina y el Rey, viendo...

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1 LA PRINCESA REMOLACHA Un cuento de hadas poco común para un público familiar Adriana Segurado Méndez

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LA PRINCESA REMOLACHA

Un cuento de hadas poco común para un público familiar

Adriana Segurado Méndez

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DRAMATIS PERSONAE

Remolacha, la princesa que quiso viajar.

Valiente, el príncipe cobarde, pero fiel. Y tozudo.

Martina, el Hada Madrina. (No necesita presentación).

Fatma, la mujer saharaui que camina lenta, pero segura.

Charlotte, la exuberante domadora de pulgas.

Pièrre, el misterioso acordeonista parisino.

La Reina Madre. Madre de Remolacha, claro.

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PRÓLOGO

Telón cerrado. Una anciana todavía ágil para su edad, con ropajes algo

estrambóticos y muy coloridos aparece repentinamente en proscenio, rodeada de

una nube de humo.

MARTINA: (Habla con un marcado acento cubano, sin poder parar de toser) Carajo

con el humo. ¡Será posible que a estas alturas todavía me persiga el dichoso humo

este! (Sacude el humo que la rodea tratando de ver dónde se encuentra). ¡Supongo

que, por lo menos, esta vez me habrás traído a casa, humo endiablado, porque lo

que me tienes es hartica ya de tus equivocaciones! (Mira al público). Óyeme, esto

no es mi casa. En mi casa no cabe tanta gente. (Dirigiéndose al público).

Discúlpenme ustedes, ¿me sabrían decir dónde estamos? (Espera respuesta).

Óiganme, ¿pero por qué nadie me contesta? ¿Por qué están ustedes ahí sentados?

¿Será que están esperando algo? (Mira a su alrededor nuevamente. Por fin parece

comprender). Cojontra,… ¡Ya entendí! …esto debe ser un teatro; y ustedes deben

de están ahí sentados esperando a que aquí donde yo estoy suceda algo, ¿no es

eso? (Espera la respuesta del público. Después introduce la cabeza por la apertura

central del telón de boca, como buscando algo dentro, en el escenario). Pues me

parece que aquí adentro no hay nada. ¿Pagaron la entrada? (Espera respuesta

nuevamente). ¿En serio pagaron la entrada? Pues les digo que aquí adentro no hay

nada. (Pensativa). ¿Qué podemos hacer? Ya está, ya lo tengo. Si ustedes quieren,

yo les puedo contar una historia. ¿Les parece bien? Óiganme, no es una historia

cualquiera. Es una historia real como la vida misma, la historia de una mucha

intrépida a la que yo tuve la suerte de conocer cuando todavía era joven y ejercía la

magia. Porque yo… aquí donde me ven… (dándose importancia) he sido Hada

Madrina, ¿saben ustedes? De las mejores hadas madrinas que se graduaron en la

Escuela Superior de Magia de La Habana, la mejor escuela de magia del mundo.

Nada de Hogwarts, ni inventos de esos de ahora. Bueno, qué, ¿quieren que les

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cuente la historia o no? (Espera la respuesta del público). ¿Les cuento? Entonces

déjenme que agarre una silla, que estoy mayor. (Se sienta en proscenio, se

acomoda y adopta el papel de una ancestral narradora oral). Había una vez, en un

lejano –o tal vez cercano– reino, una hermosa princesa a la que todo el mundo

llamaba Remolacha, puesto que todo aquello que la joven poseía era de un color

morado intenso. Sus padres, la Reina y el Rey, viendo que su heredera se convertía

en una joven doncella, decidieron que había llegado la hora de organizar su boda.

Para comenzar, anunciaron en todos los reinos cercanos la búsqueda del

pretendiente adecuado: un caballero audaz, de buena cuna y bien educado. Con un

requisito indispensable: debía ser valiente. Sólo un príncipe apuesto y valiente sería

aceptado para casarse con su única y adorable hija. Y así, mientras esperaban la

llegada de los pretendientes, creyeron oportuno instruir a su joven hija en el arte

de ser toda una dama. Había ciertas cosas que Remolacha debía conocer para

enfrentar su futura vida en la alta sociedad de la corte: andar grácilmente luciendo

bellos vestidos, comer con siete tipos de cubiertos diferentes, levantar divinos

recogidos y elaborados peinados sobre su cabeza, sonreír durante prolongados

periodos de tiempo, bordar hermosos paños, cantar antiguas melodías en francés,

bailar tradicionales danzas medievales,…

**********

ESCENA 1. SOLA EN CASA.

Repentinamente, se abre el telón. Una mesa dorada, rodeada de sillas doradas en

primer término. Una cama de color morado al fondo, con una mesita de noche,

también morada, sobre la cual se sostiene una enorme bola del mundo. Luz intensa

y música de ritmo trepidante. Una joven camina apresurada por la estancia

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tratando de abrocharse la cremallera de un vestido, mientras intenta peinarse con

cubiertos de distintos tamaños. Calzando un solo zapato de tacón, parece buscar

incómoda el otro par, al tiempo que procura no perder el paso de un vals que,

improvisado sobre la variación de un tema en francés, ella misma está cantando,

siempre sin perder la sonrisa. Martina, el Hada Madrina, continúa sentada en

proscenio, observando. Recordando. De pronto…

REMOLACHA: (Gritando, visiblemente saturada) ¡Bueno, basta ya! (Quitándose

dos tenedores del pelo mientras se descalza el único zapato de tacón que ha

conseguido hacer entrar en su nada delicado pie, al tiempo que se despoja de su

aparatoso vestido para lucir un sencillo camisón). ¡Basta, he dicho! ¡Que pare esa

música que no sé de dónde sale, porque no pienso seguir haciendo estupideces! Me

duele la cabeza, tengo los pies destrozados, y… ¡Tengo hambre! Es imposible comer

tranquila cuando una tiene que hacer malabares con siete cubiertos diferentes…

Además, ¿para qué estoy haciendo todo esto? Para casarme. (Irónica…) Uhhhh

¡Qué diversión! Esperar a que llegue un apuesto príncipe –que seguramente será

un muermo–, celebrar una gran boda por todo lo alto… Y después, ¿qué?

¿Quedarme encerrada todo el día en este aburrido palacio bordando y sonriendo

mientras él está fuera haciendo negocios o matando dragones? ¡Vaya aburrimiento!

Si lo que yo que quiero es… (Soñadora…) ¡VIAJAR! Descubrir mundo, correr

aventuras, conocer otros lugares y otras gentes. Yo…

Remolacha corre hacia proscenio enérgicamente, parece haber tenido una brillante

idea. Al hablar, se dirige al público, al lado izquierdo de la platea.

REMOLACHA: ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Escuchadme un momento, por favor! Ya sé que

estáis ocupada haciendo las maletas, que todos los años por estas fechas os vais de

vacaciones y todo eso… pero prestadme atención, por favor, será sólo un minuto,

es que… ¡he tenido una idea! He pensado que, ya que queréis que me case, en vez

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de quedarme aquí esperando a un príncipe azul, podría ir por el mundo en busca de

ranas, y besarlas a todas, hasta que alguna se convirtiese en Príncipe, alguna

tendrá que haber, digo yo… ¡¿Qué os parece?! ¿eh? Mamá… ¿me estáis

escuchando? Es que no me apetece nada quedarme encerrada en este palacio…

Ponerme los vestidos esos me aburre mucho… ¡Mamá! ¿Me estáis escuchando?

Repentinamente, la expresión ilusionada de Remolacha cambia rotundamente hacia

la desilusión. Parece haber recibido un ‘no’ por respuesta… Se gira lentamente, y

camina hacia la mesa y las sillas, dispuesta a reiniciar su trabajo, cuando

nuevamente parece tener otra idea. Regresa enérgicamente hacia el mismo lugar

que antes, para volver a hablarle al público. Pero esta vez se dirige a la parte

derecha de la platea.

REMOLACHA: ¡Papá! ¡Papá! ¡Escuchadme vos un momento, por favor! ¡Papá!

Papá… dejad de hacer las maletas un ratito y escuchadme, por favor… Mirad, he

tenido una idea, ya sé que queréis que me case y todo eso, pero en vez de

quedarme aquí esperando por si viene algún pretendiente mientras estáis de

vacaciones, he pensado en un ‘plan B’. A ver qué os parece esto: me preparo una

mochila, cojo un saco de dormir, una tienda de campaña y me voy al bosque de

excursión a la espera de que me rapte algún dragón, ¡¿eh?! Así, algún príncipe se

enterará ¡y vendrá a rescatarme! Y oye, conocer dragones debe de ser toda una

experiencia… Además, ¿qué no viene ningún príncipe? Pues nada, lucho yo contra el

dragón, me rescato a mí misma, someto al bicho y me voy volando a buscar a un

príncipe que me guste a mí… ¿no? ¿Qué os parece? ¿eh? … Papá,… papá… ¿me

estáis escuchando?

La expresión del rostro de Remolacha refleja nuevamente la desilusión. Parece que

tampoco su padre aprueba esas extravagantes ideas, nada apropiadas para una

dama de la corte. Cansada y triste, Remolacha camina derrotada hacia su cama. Se

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sienta y toma la enorme bola del mundo que hay sobre la mesita de noche entre

sus manos. Nostálgica, la hace girar varias veces, mirando ensimismada y soñadora

la cantidad de lugares, todavía desconocidos para ella, que hay en el mundo. Al

cabo de un rato, posa nuevamente la bola sobre la mesita y se deja caer por

completo sobre la cama. Está agotada y comienza a quedarse dormida. Martina, el

Hada Madrina, desde su silla, le dedica una mirada maternal.

MARTINA: Duerme, Remolacha, duerme… Tal vez soñar te ayude a encontrar

otros caminos.

Martina, el Hada Madrina, se levanta, recoge su silla e inicia el mutis. La luz va

debilitándose progresivamente. Oscuro.

**********

ESCENA 2. EL SUEÑO.

Luz tenue. Remolacha duerme profundamente. De pronto, comienza a oírse muy

suavemente una dulce melodía, mientras la luz se intensifica. Poco a poco, nuestra

princesa se despereza y misteriosamente se eleva para escapar de los muros que la

rodean. En sueños, Remolacha puede volar y, lejos de su aburrido palacio, desde

las alturas, observa el mundo que tanto desea conocer. Sobrevuela incesantemente

parajes y parajes hasta que, poco a poco, la música va apagándose paulatinamente

y Remolacha desciende lentamente de nuevo hasta su cama, donde vuelve a dormir

plácidamente. La luz disminuye. Oscuro1.

**********

1 Se recomienda resolver la puesta en escena de ‘El sueño’ con un número de cuerda o telas acrobáticas.

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ESCENA 3. EL ENCUENTRO.

Amanece. Remolacha se despierta. Pronto recuerda su sueño.

REMOLACHA: ¡Ostras! He tenido un sueño increíble… ¡He soñado que podía volar y

recorrer miles de lugares desde el aire, como un pájaro! He visto un mundo

hermoso más allá de este reino… Un mundo diverso, con lugares verdes y

húmedos; o secos y amarillos… ¿Será así el mundo de más allá de este palacio?

Golpes bruscos e incesantes. Alguien golpea la puerta exageradamente.

REMOLACHA: ¿Quién llama?

VALIENTE: (Desde detrás de la puerta, rotundo) Soy el príncipe Valiente, ¡¡abrid!!

REMOLACHA: (Extrañada y molesta a un tiempo) Seréis valiente, pero educado

desde luego que no. (Abre la puerta) ¿Qué deseáis?

El Príncipe Valiente entra. Es alto, apuesto y arrogante. Camina tan tieso y erguido

como un palo de escoba. Remolacha mira a Valiente. Valiente mira a Remolacha.

No se gustan mutuamente.

VALIENTE: Buenos días, avisad a la Princesa. Deseo verla.

Tras decir esto, Valiente saca un pulverizador de su bolsillo de y rocía con él su

garganta. Después exhala y huele su propio aliento, satisfecho.

REMOLACHA: (Visiblemente asqueada) Yo soy la princesa que buscáis.

VALIENTE: Ah, ¿sí? Pues permitidme que os diga que no parecéis precisamente

una… princesa.

REMOLACHA: Ah, ¿no? ¿Y se puede saber por qué?

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VALIENTE: Me abrís la puerta en camisón. Poco apropiado para una dama.

REMOLACHA: Y vos llamáis a la puerta como si no hubiera mañana. Poco

apropiado para un príncipe.

VALIENTE: Estáis descalza.

REMOLACHA: (Irónica) Claro… a lo mejor os apetece a vos andar durante un rato

con este comodísimo zapato de tacón. Si encontráis el otro, os dejo que os lo

probéis también.

VALIENTE: (Haciendo caso omiso a las palabras que acaba de escuchar) Lucís un

peinado un tanto extravagante, si mi opinión os interesa.

REMOLACHA: Para seros sincera, la verdad es que no me interesa en absoluto.

VALIENTE: ¡Sois maleducada!

REMOLACHA: ¡¿Lo decís vos, que casi habéis tirado la puerta a golpes exigiendo

que os abriese?!

VALIENTE: (Perdiendo los papeles) ¡¡Porque venía buscando a la Princesa

Remolacha!! ¡¡La joven heredera de este reino, cuyos padres han anunciado la

búsqueda de pretendientes!! ¡¡Y vos no hacéis más que estorbar!!

REMOLACHA: ¡¡Porque esa princesa que veníais buscando soy yo, estúpido

arrogante!! ¡¿A caso no habéis visto el color de mis aposentos?! ¡Todo color

morado, ¿no os dice eso algo?! ¿A qué se debe mi nombre, lo sabéis?

VALIENTE: (Observa a su alrededor, dubitativo) Entonces, ¿de veras sois vos? ¿La

Princesa Remolacha?

REMOLACHA: La misma.

VALIENTE: (Duda un instante, todavía confuso. Repentinamente, se arrodilla en

una exagerada reverencia) Entonces, ¿queréis casaros conmigo?

REMOLACHA: (Sorprendida) ¿Perdonad?

VALIENTE: (Todavía arrodillado) Digo, puesto que sois la princesa que he venido

buscando atravesando valles y montañas, que si deseáis casaros conmigo.

REMOLACHA: (Divertida, observando el hombro derecho de Valiente) Valiente,

perdonad, pero…

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VALIENTE: (Todavía arrodillado) ¡¿Qué?! Ya lo he entendido, ¡¿de acuerdo?! ¡Lo

siento, me he equivocado, la princesa sois vos, teníais razón! ¡Qué muchacha más

obcecada! Os lo repetiré, si es eso lo que deseáis ¿queréis casaros conmigo,

Princesa Remolacha?

Remolacha hace un gesto, señalando al hombro derecho de Valiente

VALIENTE: ¿Qué respuesta es esa? ¿Se trata de otra de vuestras extravagancias?

REMOLACHA: ¡Qué pesado sois! Sólo pretendo deciros que tenéis una araña en el

hombro.

VALIENTE: (Repentinamente lívido) ¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! ¡¿Una araña?!

Valiente se levanta rápidamente. Nervioso y acelerado, camina torpemente

mientras trata de zafarse de la araña a manotazos. Por desgracia, dado que le

produce pánico la simple idea de tocar al insecto, acaba por darse manotazos a sí

mismo.

VALIENTE: ¡Por favor, quitádmela! ¡¿Todavía la tengo en el hombro?! ¡Quitádmela,

os lo ruego! ¡Haré lo que sea!

Remolacha le observa, asombrada. Sonríe viéndole correr de un lado a otro de la

estancia desesperado. Finalmente, decide ayudarle.

REMOLACHA: ¡Parad! ¡Parad! Quieto, así… Calmaos, Valiente… ¡Está ella más

asustada que vos!

Remolacha coge cuidadosamente la araña del hombro derecho de Valiente.

VALIENTE: Alejadla de mi, por lo que más queráis.

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REMOLACHA: De acuerdo, tranquilo. ¿Veis? (Suelta al animalito por la ventana)

Así, ya está. Mirad, Valiente, yo os agradezco mucho el interés, de verdad. Quiero

decir, que hayáis venido desde tan lejos sólo para conocerme es un honor, pero la

verdad es que yo… no deseo casarme.

VALIENTE: (Todavía algo extenuado. Recomponiéndose) Pero vuestros padres…

ellos anunciaron que vos buscabais pretendiente.

REMOLACHA: Lo sé, lo sé. Pero creo que se precipitaron un poco… Es que… ahora

mismo… Veréis, la idea de casarme para quedarme aquí encerrada bordando y

peinándome todo el día no me gusta nada. Valiente, lo que yo quiero es viajar,

conocer mundo, gentes distintas, escalar montañas, surcar mares, yo…

VALIENTE: (Interrumpiéndola) Bueno, vamos a ver, todo eso está muy bien, pero

son ideas un tanto extrañas para una princesa. (Firme, en actitud arrogante

nuevamente) Quiero hablar con vuestros padres, deseo pedir vuestra mano.

REMOLACHA: Pues no va a poder ser.

VALIENTE: Sois rebelde, veo. No me importa, ¡yo soy persistente! ¡Majestades!

¡Rey! ¡Reina! ¡Deseo postrarme ante vuestros pies! ¡He venido desde lejos…

¡¿Rey?! … ¡¿Reina?! … ¿Por qué nadie contesta...?

REMOLACHA: No sois persistente, Valiente. Os diré lo que sois: ¡sois tozudo y

engreído! Os dije que no podía ser. Están de vacaciones. Todos los años por estas

fechas se toman unos días para ir a Vaqueira a esquiar. Así que, como vos mismo

habéis podido comprobar, no están. Y tardarán en regresar. Por lo tanto, ha llegado

el momento de que os vayáis por donde vinisteis. ¡Hala, buen viaje!

Remolacha arrastra a Valiente hasta la puerta, y a empujones, consigue hacerle

salir. Al instante, de un portazo airado, cierra la estancia.

VALIENTE: (Fuera de escena, en el espacio latente) Pues digáis lo que digáis, no

pienso irme. Al fin y al cabo, vos sois una princesa. Un poco extravagante, es

cierto, pero princesa a fin de cuentas. Y además, me habéis salvado la vida al

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librarme de esa horripilante araña. Así que os debo fidelidad y protección. De modo

que esperaré aquí afuera hasta que cambiéis de opinión y decidáis aceptarme como

marido.

Remolacha le escucha exasperada. Finalmente, resignada, se cruza de brazos y se

deja caer nuevamente sobre la cama.

REMOLACHA: ¡Vaya lío!

**********

ESCENA 4. LA APARICIÓN.

Gran estruendo, luces, humo. Ecos de una música que podría ser son cubano.

Remolacha observa atónita. Al disiparse el humo aparece, entre toses y contoneos

danzarines, Martina, el Hada Madrina, visiblemente más joven y más estrambótica

aún, si cabe.

MARTINA: (Tosiendo) Cojontra con el endiablado humo este. (Haciendo ademanes

para disipar el humo) A ver, ¿dónde está la princesa triste y deprimida que no sabe

qué hacer con su vida?

REMOLACHA: (Tímida) Creo que esa debo de ser yo.

MARTINA: ¡Ajá! Bueno, compañera, no tienes por qué preocuparte. Aquí está

Martina, tu Hada Madrina. ¡Óyeme, fíjate que siempre me gustó cómo suena eso!

REMOLACHA: ¿Cómo sabes que estoy triste, deprimida y que no sé qué hacer con

mi vida?

MARTINA: Muchacha… ¡Que soy un Hada Madrina! Pa’ eso estudié diez años en la

Escuela Nacional de Magia de La Habana. ¡En eso consiste mi trabajo, chica!

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Cuando yo siento que hay una princesa en apuros en algún lugar del mundo, al

momento me transporto y voy pa’allá rapidito. Sólo me falta mejorar la técnica del

humo este del carajo que no me deja respirar… pero por lo demás, ¡soy casi

perfecta! Ahora mismito verás, ¿qué tú quieres? … ¿Problemillas con dragones?

Remolacha niega con la cabeza.

MARTINA: Entonces… ¡una madrastra que te hace la puñeta!

Remolacha niega nuevamente con la cabeza.

MARTINA: En ese caso ya sólo nos queda la opción más habitual: dificultades con

un príncipe.

REMOLACHA: ¡Eso! ¡Sí! ¡Eso es!

MARTINA: Mi hija, pero tú me tenías que haber dicho eso lo primero. No se me

preocupe, compañera, que eso es de lo más habitual. Lo que ocurre es que

encontrar al príncipe azul no es fácil. Es más, entre tú y yo, voy a contarte un

secreto… (misteriosa, bajando la voz) el príncipe azul no existe. Pero bueno,

quitando eso, siempre se puede hacer un arreglito… ¿Cómo te gustaría a ti que

fuese el príncipe ese?

REMOLACHA: No… no, no, no, no. No, no es eso. Si yo no quiero encontrar a

ningún príncipe, lo que pasa es que, por desgracia, un príncipe me ha encontrado a

mí. Un príncipe bastante plasta, por cierto.

MARTINA: (Desconcertada) No entiendo ná.

REMOLACHA: Verás, es que mis padres se empeñan en casarme, y se han

dedicado a publicar por todos los reinos vecinos que se buscan pretendientes… Y

eso justo antes de irse de vacaciones, ¿qué te parece? Entonces, al poco de irse

ellos, ha aparecido por aquí un tal Valiente que parece que quiere casarse conmigo

a toda costa. Yo ya le he dicho que no tengo ningún interés en casarme con él, pero

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es que no me escucha. Y para colmo, le he quitado una araña del hombro, y se

piensa que con eso le he salvado la vida. Y ahora no quiere apartarse de mi lado

porque dice que me debe protección o no sé qué y yo sólo sé que ¡nadie me

escucha! (Llora) Todos pretenden que hagan lo que ellos quieren pero ¡a nadie le

importa lo que yo quiera!

MARTINA: No llores, mi hija. No vale la pena. Ya lo dijo Celia Curz: (canturreando)

‘Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval, y las penas se van cantando….’

Óyeme, una no siempre encuentra quien la escuche. A veces, incluso, es necesario

luchar duro por lo una que quiere. Pero no te me desanimes. ¿Quieres saber una

cosa? Cuando yo dije en mi casa que quería estudiar magia, a mis papás por poco

les da un infarto. Y mírame ahora. ¡Dudo que encuentres en todo el mundo un

Hada Madrina mejor que yo!

[Canción PUEDO VOLAR2]

Cuando yo pedí, nadie me escuchó:

A mí me gusta la magia, eso es lo que quiero yo.

Aunque lloré y pataletié, nadie creyó en lo que soy…

Pero insistí…Ahora mírame aquí estoy.

¡Puedo volar! ¡Ir dónde estés!

Convierto Príncipes en ranas, dejo todo del revés.

Nadie me obliga a obedecer, ni me ordena a dónde ir;

Lo hago todo a mi manera, vivo como he de vivir.

¡No desistí!

Esa soy yo,

Tu Hada Madrina…

¡No se cansa de reír!

2 Canción escrita partiendo del I will survive, de Gloria Gaynor, tomando como base musical la versión salsera de Celia Cruz (Yo viviré).

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Y me dicen insistentes que yo tengo que cambiar,

Ni hablar, no voy a hacerlo, ¡pues mi vida es hechizar!

¡Puedo volar! ¡Ir dónde estés!

Puedo salvarte de un dragón y capturarlo por los pies.

Tengo todo para dar,

Tantos a quién ayudar.

¡Puedo volar! ¡Puedo hechizar!

Y si tú alguna vez te sientes igual,

Debo decirte que se puede, deja de llorar.

No vale ya el compadecerse y el pasarlo mal.

¿Qué quieres tú? ¡Llegó la hora de actuar!

Dímelo a mí,

Estoy aquí.

Vengo a ayudarte desde lejos porque creo en ti.

Por eso aparca ya tus miedos, deja de sufrir…

¡Ha llegado el momento de arriesgarse a vivir!

¡Ven a cantar!

¡Ven a bailar!

Olvida todo…

Lo que aún te hace dudar.

Deja el miedo ya de lado y atrévete a saltar.

Eres joven y valiente ¡Sólo tienes que actuar!

¡Oh, oh, oh!

¡Puedo hechizar!

Pídeme todo lo que quieras, vine aquí para ayudar.

Tengo tanto para dar,

Tienes tanto que contar…

¡Puedes soñar!

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¡Puedes luchar!

¡Ven a cantar!

¡Ven a bailar!

Olvida todo…

Lo que aún te hace dudar.

Deja el miedo ya de lado y atrévete a saltar.

Eres joven y valiente ¡Sólo tienes que actuar!

¡Puedo volar!

¡Puedo hechizar!

Pídeme todo lo que quieras, vine aquí para ayudar.

Tengo tanto para dar,

Tienes tanto que contar…

¡Puedes soñar!

¡Puedes luchar!

Ohhhh!!!

Martina, el Hada Madrina, y Remolacha se dejan caer al suelo entre risas, agotadas

tras un baile desenfrenado.

MARTINA: (Todavía riendo) ¡Ay, mi hija! ¿Tú ves? Lo que tendríamos que hacer es

tomarnos la vida menos en serio y disfrutarla más… Pero bueno, como estamos

aquí para trabajar, vamos a lo nuestro, ¿te parece? Cuéntame, ¿qué es lo que tú

quieres?

REMOLACHA: Yo, en realidad... Lo que yo he querido siempre es… Viajar.

MARTINA: ¿Viajar?

Remolacha asiente con la cabeza.

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MARTINA: Viajar… Eso sí que no me lo habían pedido nunca. Y ¿a dónde quieres

viajar?

REMOLACHA: (Confusa) Pues… la verdad es que no lo sé. Siempre me imaginé

que sería maravilloso recorrer el mundo, visitar lugares lejanos, conocer gentes

distintas… De pequeña, cogía mi bola del mundo y jugaba a imaginar cómo era

cada uno de los países que había en ella. Me gustaba pensar que algún día los

conocería todos, pero la verdad es que jamás pensé por dónde empezaría.

MARTINA: Ah,.. Pues fíjate que yo necesito justamente un lugar concreto para

poder enviarte. Muchacha, no puedo soltarte así… a la deriva, de cualquier forma.

De modo que vas a tener que escoger un lugar.

REMOLACHA: Un lugar… hay tantos… ¡que no sé por dónde comenzar!

MARTINA: Óyeme, vamos a hacer una cosa. Tráeme aquí la bola del mundo esa

con la que jugabas de pequeña.

Remolacha obedece.

MARTINA: Bien. Lo que vamos a hacer es lo siguiente: tú cierras los ojos, haces

girar la bola, levantas un dedo, siempre con los ojos cerrados, y lo posas sobre la

bola. Donde caiga tu dedo, allá te envío yo. ¿Te parece?

REMOLACHA: (Ilusionada) Me parece. De hecho, me parece genial. Vamos allá.

Remolacha cierra los ojos, hace girar su preciada bola del mundo; a continuación

levanta su dedo índice y lo posa sobre la esfera. Destino seleccionado. Martina, el

Hada Madrina, se acerca a observar.

MARTINA: ¡Carajo! Dale otra vez, eso no puede ser.

REMOLACHA: (Abriendo los ojos) Pero, ¿por qué? ¿Qué pasa?

MARTINA: Pasa que eso que tu dedito escogió es el desierto del Sáhara, y está

difícil la cosa por allá. Elige otro lugar, venga: dale a la bolita.

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REMOLACHA: … No.

MARTINA: ¿Cómo?

REMOLACHA: … He dicho… que no.

MARTTINA: ¿Pero por qué no? ¿Qué más te da un lugar que otro, si hace un

momento no sabías a dónde querías ir?

REMOLACHA: Ya… pero es que… esto es lo primero que escojo yo. Yo sola, quiero

decir. … Mi dedo y mi bola del mundo. Nadie más, ¿entiendes? Bueno, tú también

estabas aquí, de acuerdo. Pero siento que esta es la primera decisión que he

tomado yo solita, sin que nadie me diga que tiene que ser así o asá, y no la voy a

cambiar. Mi dedo cayó aquí, en este desierto. Muy bien, pues ahí es a dónde quiero

ir.

MARTINA: Óyeme, ¡no eres fácil! Eres terca como una mula.

REMOLACHA: Tú me dijiste hace nada que creías en mí, que tenía que aparcar mis

miedos, que era hora de actuar, de atreverme a saltar y todo eso. Y ahora qué…

¿has cambiado de opinión?

MARTINA: Mi hija, también te dije que no había que tomarse la vida tan en serio.

¡Puedes escoger otro lugar, nadie te obliga a ir al desierto!

REMOLACHA: Nadie me obliga, exacto. Por eso justamente quiero ir allí. ¿Es que

no lo entiendes? Tú misma me has animado. Así que si quieres ayudarme, te estaré

muy agradecida. Pero si no vas a hacerlo, no tienes por qué preocuparte. Yo solita

llegaré hasta el desierto.

MARTINA: Ah, ¿sí? ¿Cómo, si se puede saber?

REMOLACHA: Preguntando.

MARTINA: Tú no eres terca, eres lo siguiente. (Suspira) Anda, ven acá. Estate

quieta y tápate la nariz.

REMOLACHA: ¿Por qué?

MARTINA: Porque voy a transportarte al desierto, ¿no es eso lo que quieres?

REMOLACHA: (Nuevamente ilusionada) ¿De verdad?

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MARTINA: Pues claro, ¿a caso no soy tu Hada Madrina? Pero te lo advierto, el

desierto no es fácil. ¡Y si no te gusta, yo no tengo hojas de reclamaciones!

REMOLACHA: ¡Gracias, Martina! ¡Gracias, gracias, gracias!

MARTINA: Venga, deja ya la bobería y tápate la nariz, ¡que el humo este está de

madre!

Martina, el Hada Madrina, chasquea los dedos y repentinamente comienza a

aparecer un espeso humo, acompañado de un gran estruendo, ecos de son cubano

y una intensa luz. Cuando el humo se disipa, la escena está vacía.

**********

ESCENA 5. LA AVENTURA EN EL DESIERTO

Estruendo, son, luces, nube de humo. Cuando la humareda comienza a disiparse y

la música se apaga,, se perfilan las figuras de Martina, el Hada Madrina, y la

Princesa Remolacha. Arena. Inmensidad. Tonos amarillos y ocres construyen el

implacable paisaje del desierto. Las dos mujeres tosen compulsivamente.

MARTINA: (Todavía sin poder parar de toser) ¡Es que nunca voy a conseguir

deshacerme del endiablado humo este! … Bueno, mi hija, aquí estamos. El desierto

del Sáhara.

REMOLACHA: (Con un suspiro entrecortado por la admiración) Esto es… ¡precioso!

MARTINA: (Irónica) Sí, precioso… Ya me lo dirás dentro de un ratico, cuando estés

sudando igualitico que un puerco asado. ¡Ño!, este calor es peor que el de La

Habana, imagínate tú…

REMOLACHA: (Todavía fascinada, sin prestar un ápice de atención a su Hada

Madrina) Este lugar es increíble… ¡Cuánta luz! Y.. ¡Cuánta arena! Parece que no se

acabe nunca…

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MARTINA: En fin, mi niña, veo que estás maravillosamente feliz, así que, por el

momento, no me necesitas más. Disfruta del sol, del calor, de la arena,… que yo

me voy a un lugar más húmedo… ¡Remolacha!

REMOLACHA: ¡¿Eh?! ¿Qué?

MARTINA: ¡Óyeme, atiéndeme un poquitico, por favor! Te decía que me voy. Aquí

te dejo, buena suerte. (Se dispone a chasquear los dedos para partir) ¡Ah! Por

cierto, se me olvidaba. (Sacando algo de uno de sus bolsillos) Toma: mi tarjeta.

Imprescindible para contactar conmigo. Ahora sí. ¡Hasta pronto, princesa!

Martina, el Hada Madrina, chasquea nuevamente los dedos, y una nube de humo,

acompañada de su habitual estrépito musical, la transporta hacia otro lugar más

apacible. Remolacha tose, observando durante unos instantes el rastro del humo.

Luego vuelve su mirada soñadora de nuevo hacia el paisaje, todavía maravillada.

Por fin, observa la tarjeta que sostiene en sus manos. Y lee.

REMOLACHA: “Martina, tu Hada Madrina. Licenciada en Hechizos y otras Artes

Ocultas por a Escuela Superior de Magia de La Habana, Cuba. Contacto: Si me

necesitas, silba”.

Remolacha guarda la tarjeta, todavía ensimismada en la visión del paisaje.

Repentinamente, la expresión de su rostro cambia por completo.

REMOLACHA: Pero… ¡¡si yo no sé silbar!!

Una tos lejana aleja a la Princesa Remolacha de su estupefacción. A medida que la

tos se acerca, va reconociéndose la figura de Valiente, todavía aturdido y

desconcertado, siempre sin parar de toser.

REMOLACHA: ¿Valiente?

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VALIENTE: ¡Princesa!

REMOLACHA: ¡Valiente, ¿qué hacéis vos aquí?! ¡¿Cómo os las habéis arreglado

para seguirme hasta el desierto?!

VALIENTE: ¿Seguiros? … ¿Al desierto? … (Para sí mismo) Así que estoy en el

desierto…

REMOLACHA: ¡Dejad de disimular! ¿Cómo habéis conseguido seguirme hasta aquí?

VALIENTE: ¡Pero si yo no os he seguido!

REMOLACHA: ¡Ah, ¿no?! ¿Y por qué estáis aquí, entonces, si puede saberse?

VALIENTE: ¡Y yo qué sé! Lo último que recuerdo es que estaba sentado quietecito

tras la puerta de vuestro palacio cuando una densa nube de humo me envolvió… Y

empecé a toser, y toser… ¡Tuve que taparme la nariz y cerrar los ojos! … Luego,

cuando los abrí de nuevo ya estaba aquí, en este paraje tan extraño. Pero por

suerte, vos estáis aquí también. (Recomponiéndose, galante) No olvidéis que

todavía os debo protección.

REMOLACHA: (Irónica) Sí, claro… Cómo iba a olvidarlo…

Valiente observa por primera vez el paisaje que le rodea, y ante la inmensidad del

desierto, emite un suave silbido de admiración. A lo que Remolacha reacciona

interesada.

REMOLACHA: ¿Qué ha sido eso?

VALIENTE: ¿El qué?

REMOLACHA: Ese ruidito que acabáis de hacer, ¿podéis repetirlo?

Valiente, confuso, trata de repetir su silbido en actitud de admiración, sin lograr

comprender nada de nada.

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REMOLACHA: ¡Sabéis silbar! (Abalanzándose, feliz, a abrazarlo) ¡Sabéis silbar,

Valiente, eso es una muy buena noticia! (Súbitamente de buen humor) ¡Vamos,

caminemos un poco, conozcamos este lugar!

VALIENTE: (Aparte) Definitivamente, esta chiquilla no está bien de la cabeza…

Valiente se dispone a seguir a Remolacha cuando, de pronto, parece divisar algo en

la extraescena, entre patas, a derecha de público.

VALIENTE: ¡Remolacha, esperad un momento, volved aquí! ¡Mirad, parece que

alguien se acerca!

Remolacha frena en seco. Curiosa, regresa junto a Valiente y dirige su mirada

también a la extraescena.

REMOLACHA: Es cierto. Parece que se aproxima una figura humana. ¿Creéis que

es un hombre, o una mujer?

VALIENTE: Imposible distinguirlo desde aquí… Hombre o mujer, va completamente

cubierto. No se deja ver. Quien se encubre no es de fiar, Remolacha. Venid,

deberíamos escondernos.

REMOLACHA: No digáis tonterías, tal vez esa sea la vestimenta que se usa por

estas tierras… En cualquier caso, pronto lo sabremos porque avanza hacia aquí,

¿verdad?

VALIENTE: Diría que sí… Viene directamente hacia nosotros, sospechosamente

tapado. Especialmente si tenemos en cuenta el calor que hace. Esto no me gusta

nada, princesa, deberíamos irnos.

Valiente hace ademán de irse, mientras Remolacha lo retiene.

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REMOLACHA: Tal vez se cubra para protegerse del sol. Estoy segura de que

dentro de unas horas nosotros dos estaremos rojos como gambas, si tuviésemos

algo con lo que cubrirnos también… Mirad, Valiente, ¡cada vez está más cerca!

VALIENTE: (Retrocediendo) Sí… eso parece. (Retrocediendo cada vez más…) Os

repito que será mejor que nos escondamos hasta que haya pasado de largo…

REMOLACHA: (Haciendo cada vez más esfuerzos para evitar que su acompañante

huya) ¡No seáis absurdo, Valiente! Siempre he querido viajar para conocer otras

gentes, ¡y ahora que estoy a punto de hacerlo no pienso esconderme!

Mientras Valiente y Remolacha forcejean –el primero tratando de huir, la segunda

tratando de retenerlo–, una mujer saharaui entra en escena. Ambos se detienen

bruscamente para observarla. Luce una tradicional Melhfa estampada y colorida.

Camina lenta, pero segura. Aunque la mujer ha advertido sin duda alguna la

presencia del príncipe y la princesa, tampoco eso parece inmutarla.

REMOLACHA: ¡Mirad, Valiente, es una mujer! (Dirigiéndose a la caminante)

¡Señora! ¡Disculpe! ¡Buenos días!

FATMA: Salaam alei-kum3.

REMOLACHA: Claro... ¡Cómo no se me había ocurrido! …en este desierto no

hablan nuestro idioma.

FATMA: (Habla pausadamente, con un marcado acento árabe y sin dejar de

caminar) Sí que hablo vuestro idioma, aunque vosotros no habléis el mío.

REMOLACHA: ¡Oh! ¿En serio? Eso es estupendo, porque, verá, mi amigo y yo

acabamos de llegar, y estamos todavía un poco perdidos. ¿Sería mucha molestia

preguntarle si hay algún pueblo por aquí cerca? ¿Hacia dónde se dirige usted, por

ejemplo?

3 Transcripción fonética del clásico saludo árabe entre musulmanes: Salaam alei-kum –La paz esté contigo–, a lo que se responde: Waa ali-kum Salaam –Y contigo esté la paz–.

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Por fin, la mujer se detiene. Se gira y les mira sonriente, siempre pausada.

FATMA: Voy hacia Smara, a uno de los campamentos de Tindouf.

REMOLACHA: ¿Un campamento militar?

VALIENTE: (Todavía desconfiado, susurrando) Lo veis, os lo dije, teníamos que

habernos escondido.

FATMA: No. Un campamento de refugiados.

REMOLACHA: ¿Un campamento de refugiados? ¿Qué es eso? Jamás oí hablar de

ello.

FATMA: No me sorprende. Los saharauis estamos acostumbrados a que en el

mundo no se hable de nuestra situación. Nuestro pueblo vive expulsado de su

propio país, en campamentos olvidados en esta zona inhóspita del desierto del

Sahara, sin agua, sin luz y sin posibilidad de retornar a nuestra tierra. Pero al

mundo no parece importarle.

REMOLACHA: Vaya, lo siento de veras, pero jamás había oído hablar de esto.

FATMA: Lo imagino. Es una larga historia y aquí hace mucho calor para pararse a

hablar. Además no puedo retrasarme, voy a ayudar a una novia a engalanarse para

su boda. ¿Por qué no me acompañan? En una haima y con un buen té podré

contarles tranquilamente la historia de nuestro pueblo.

REMOLACHA: (Emocionada) ¡Valiente, ¿has oído?! ¡Nos invita a una boda! ¡¿Qué

te parece?!

Valiente, todavía desconfiado, y con pocas ganas de acudir a cualquier boda que no

sea la suya, busca en su inventario de excusas, alguna que le venga bien para la

ocasión.

VALIENTE: Muchas gracias, señora, acudiría encantado… pero…

REMOLACHA: Pero ¡¿qué?! (Aparte, a Valiente) ¿No pretenderéis decir que no

vamos a ir, verdad?

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VALIENTE: (Bajando la voz) Escuchad, Remolacha, no me fío de esa mujer.

REMOLACHA: Pero… ¿por qué?

VALIENTE: No la conocemos de nada, y permitidme que os diga que es un tanto

extraña.

REMOLACHA: ¿Extraña? ¡Me apuesto lo que queráis a que ella opina lo mismo de

vos! Valiente, no estamos en casa, no podéis pretender que las gentes aquí sean

como las que habéis conocido toda la vida. ¡Además, eso es justamente lo

interesante de un viaje: ver lugares distintos, conocer a otras gentes, ¿es que no lo

entendéis?!

Un suave viento ha comenzado a levantarse mientras Valiente y Remolacha han

entrado nuevamente en disputa. La mujer saharaui protege su rostro con la melhfa,

mientras inicia nuevamente la marcha.

FATMA: Es un extraño comportamiento el de los extranjeros que vienen por aquí.

Desconfían de la hospitalidad y creen saber más que las gentes que habitamos el

desierto. (A los dos jóvenes, que continúan enfrascados en su conversación). Haced

como queráis. Pero no os recomiendo quedaros aquí, se está levantando una

tormenta de arena. Si cambiáis de opinión, Smara está en esa dirección. Preguntad

por Fatma Mulay y me encontraréis. Ma3a asalama4.

La mujer saharaui inicia el mutis.

VALIENTE: ¿Lo veis? Os dije que esa mujer no era de fiar. Una tormenta de

arena... ¿Habrase visto semejante invento? De toda la vida, las tormentas son de

agua, Remolacha.

4 La clásica despedida en hasaní, el dialecto hablado por el pueblo saharaui.

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REMOLACHA: Estoy harta de vuestras estupideces, Valiente. ¿Se os ha ocurrido

pensar que en este lugar hay más arena que agua, eh? ¡Quedaos aquí si eso es lo

que queréis, pero yo me voy de boda! ¡Fatma, espéreme, voy con usted!

Remolacha abandona la escena, corriendo, por el mismo lugar por el que se fue la

mujer saharaui. Valiente permanece solo en escena, visiblemente asustado. Duda.

Tal vez habría sido mejor seguir a Remolacha hacia ese extraño campamento…

Demasiado tarde: rápidamente el viento aumenta y pronto una inmensa nube de

arena le impide ver ningún camino. Trata de avanzar, pero el viento es demasiado

fuerte y le domina, mientras incómodos granos de arena comienzan a acribillar

todas aquellas zonas de su cuerpo que no están cubiertas. Poco a poco, una

sinuosa música árabe comienza a acompañar el ritmo de la tormenta, en un

crescendo vertiginoso.

Valiente se enfrenta lo mejor que puede a la tormenta de arena, que no cesa.

Luces, nube de arena, viento huracanado, música cada vez más intensa. Cuando

sus fuerzas comienzan a desfallecer, parece oír una voz conocida.

REMOLACHA: ¡¡Valienteeeeee!! ¡¿Estáis ahí?!

La Prinecesa Remolacha, ahora también enfundada en una melhfa que le ha

permitido adentrarse en la tormenta, ha regresado para ayudar a su nuevo amigo.

VALIENTE: ¡Remolacha, ¿sois vos?! ¡Estoy aquí!

Ambos tratan inútilmente de encontrarse mientras ruedan por el suelo, sacudidos

por el viento enfurecido. El viento despoja a Remolacha de su melhfa prestada, y

ésta revolotea ágil, dejándose llevar por el aire huracanado, trazando hermosas

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piruetas, ligera y adaptable, en evidente contraste con la torpeza de los cuerpos de

los dos extranjeros dominados por las fuerzas del desierto.

REMOLACHA: ¡¡Valiente!!

VALIENTE: ¡¡Remolacha!!

REMOLACHA: ¡¡Silbad, Valiente, silbad todo lo fuerte que podáis!!

Entre sacudida y sacudida, Valiente consigue emitir un silbido. Enseguida, rodeada

del habitual estruendo, la clásica nube de humo, entre gráciles bailoteos aparece

Martina, el Hada Madrina. Al instante, sin apenas tiempo para las toses de rigor,

también ella es arrastrada por la tormenta. Pronto los tres ruedan, imparables, por

el suelo. Finalmente, Martina, el Hada Madrina, consigue hacer chasquear sus

dedos y la nube de arena se convierte en la mucho más confortable nube de humo

que ya todos conocen. El suave eco de son cubano substituye a la trepidante

música árabe que acompañaba la tormenta. El viento ha cesado. La luz se debilita.

El humo comienza a disiparse.

**********

ESCENA 6. LA SELVA.

Restos de humo. Imponente vegetación, luces y sombras sugieren ahora un paraje

mucho más sombrío, mientras el sonido de cientos de ruidos emitidos por animales

poco reconocibles comienza a aumentar. El verde se impone.

REMOLACHA: (Todavía tosiendo) ¿Dónde estamos ahora?

MARTINA: Mi hija, qué sé yo. (Sin dejar de hacer ademanes para ahuyentar el

humo) ¿Te crees tú que en ese remolino de arena al que me hiciste llegar yo era

capaz de pensar en algo coherente? Lo único que sé es que pedí un lugar húmedo y

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sombrío, sin viento. Y aquí estamos. Nosotras y el humo este del carajo que no me

deja vivir tranquila…

VALIENTE: (Todavía reponiéndose del susto y sin comprender muy bien por qué

cada vez que aparece ese humo extraño acaba en un lugar desconocido)

Discúlpeme, señora pero, ¿ha sido usted, entonces, la que nos ha traído hasta

aquí?

MARTINA: Óyeme, de señora nada, ¡eh! (A Remolacha) ¿Y este quién es?

REMOLACHA: El príncipe del que te hablé.

MARTINA: ¿El príncipe ese pesado, que no te escuchaba y del que tú querías huir?

VALIENTE: ¡¿Cómo?! ¿Eso pensáis de mí?

MARTINA: O sea, que yo te transporto a otro lugar, y tú te traes al príncipe ese

del que me dices que te quieres escapar. No entiendo ná, mi hija.

REMOLACHA: Martina, verás, es una larga historia…

MARTINA: Ya veo, ya. Pero, por suerte, aquí van a tener mucho tiempo los dos

para repasarla y contármela bien despacito la próxima vez que nos veamos. Me

voy, que me esperan otros compromisos. (Se dispone a chasquear los dedos)

REMOLACHA: ¡Martina, espera, por favor! Dinos al menos dónde estamos antes de

marcharte.

MARTINA: (Suspira) Está bien. (Saca un extraño mapa mágico de su bolsillo y

comienza a hacer extravagantes cálculos digitales y absurdos ejercicios de

orientación) Todo parece indicar que estamos en la selva amazónica. Tengan

cuidado. Y si me necesitan de nuevo, ya saben: silben. ¡Ah! Eso sí, procuren, para

la próxima vez que me llamen, no estar en medio de un huracán, de un tsunami o

de algo parecido, ¿entendido? Cuídense.

Martina chasquea los dedos, y al instante desaparece envuelta en su característica

nube de humo acompañada del tradicional son cubano.. Remolacha y Valiente

tosen hasta que el humo y la música se disipan de nuevo. Después se miran

mutuamente. Valiente parece triste y ofendido.

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VALIENTE: Así que soy un pesado que no os escucha y del que sólo queréis huir.

Está bien saberlo.

REMOLACHA: Valiente, debéis reconocer que cuando llegasteis a mi palacio,

vuestra actitud fue arrogante y altiva.

VALIENTE: ¿Y todavía pensáis eso de mí?

REMOLACHA: Bueno, ahora creo que sois más buena gente de lo que imaginé en

un principio. Lo que no entiendo es por qué tenéis que esconderos bajo ese disfraz

de tipo duro que todo lo sabe.

VALIENTE: Soy un Príncipe.

REMOLACHA: ¿Y?

VALIENTE: Y tal vez no sea todo lo apuesto que un príncipe debiera ser. O todo lo

Valiente que mi nombre indica, pero tengo que parecerlo. No es sencillo tener que

estar siempre dispuesto a salvar princesas, capturar dragones y esas cosas. Para

seros sincero, me dan miedo las alturas y… bueno, como ya habéis podido

comprobar tengo pánico a las arañas. Tal vez yo no tenga sangre azul, al fin y al

cabo…

REMOLACHA: (Enternecida) No digáis tonterías, Valiente. Además, ¿qué importa el

color de vuestra sangre? Cada uno es como es y el color de nuestra sangre, nuestro

cabello o nuestra piel no nos hace ni mejores, ni peores. Vos puede que nos seáis

muy valiente, es cierto; y puede que tampoco seáis intrépido, e incluso puede que

seáis endiabladamente tozudo… Pero sois leal. Y eso es hermoso.

VALIENTE: ¿De verás pensáis eso?

REMOLACHA: De veras.

VALINTE: Pero… antes, en la tormenta del desierto… Vos fuisteis la que

regresasteis a buscarme. Debería haber sido al revés. Yo soy el Príncipe.

REMOLACHA: Yo hice caso a las gentes del lugar, me vestí con sus ropas y por eso

me fue más sencillo resistir la arena de la tormenta. Deberíais haber confiado en la

mujer del desierto, conocía la tierra en la que vive mejor que vos. Por lo demás…

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¿qué importancia tiene quién regrese a buscar a quién? Vos os veis obligado a ser

valiente y no lo sois, ¿y qué? Tampoco yo soy la dama fina y delicada que se espera

de mí. Se me cae el alma a los pies con sólo pensar que tengo que quedarme

encerrada en un palacio, recluida en esa burbuja de cristal sin poder vivir todas las

aventuras que el mundo me ofrece. Nadie debería decirnos cómo tendríamos que

vivir por el simple hecho de haber nacido príncipes o princesas, ¿no os parece?

VALIENTE: Tal vez tengáis razón… Yo... No sé… Todo esto es nuevo para mí…

De pronto, un insecto pica a Valiente, que instintivamente se da un manotazo en el

brazo antes de comenzar a rascarse compulsivamente. Después le ocurre lo mismo

a Remolacha. Así, una y otra vez, ambos son acribillados por las continuas

picaduras de una nube de implacables mosquitos. Tratan de ahuyentarlos, se

atestan manotazos a sí mismos, se rascan compulsivamente.

La conversación que sigue debe pronunciarse acompañada de una intensa actividad

física destinada a tratar de ahuyentar a la nube de mosquitos, atraparlos cuando

les pican y rascarse al mismo tiempo:

REMOLACHA: ¡Valiente, creo que será mejor que nos vayamos de aquí, estos

insectos van a acabar con nosotros!

VALIENTE: ¡Tenéis razón, os sigo!

REMOLACHA: ¡No! ¡Nos seguirán a los dos! ¡Tratemos de despistarlos, yo iré por

aquí y vos seguid por allá!

VALIENTE: ¿Sólo?

REMOLACHA: Sí, no os preocupéis, en cuanto nos libremos de los insectos

regresamos aquí y nos encontraremos de nuevo. Confiad en mí.

VALIENTE: Está bien, confío en vos.

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Se separan, siempre a un ritmo frenético y en la actitud absurda de golpearse a sí

mismos tratando de ahuyentar a los insectos. Poco a poco, la nube de mosquitos

les abandona y ambos tratan de ubicarse para regresar al lugar del encuentro. Sin

embargo, el espesor y la frondosidad de la vegetación selvática les despistan.

Ambos están perdidos y completamente desorientados, cada uno en su respectivo

espacio, más lejos el uno del otro de lo que esperaban. Escénicamente se

encuentran en espacios contiguos, uno a derecha y otro a izquierda de público.

Ambos hablan a un tiempo, en monólogos simultáneos pero sin pisarse.

Remolacha se ha detenido,

resignándose a aceptar que está

completamente perdida. Sentada sobre

una piedra y todavía rascándose,

escucha durante un tiempo los

hipnóticos sonidos de la selva. Observa

a su alrededor y descubre una hermosa

planta, rica en frutos y bayas, que le

recuerda lo hambrienta que está.

Siempre curiosa, se dispone a olisquear

y recolectar las frutas.

REMOLACHA: Esto… ¿podrá comerse o

será venenoso? Este lugar es tan

misterioso… ¿Dónde estarán todos esos

animales que se oyen pero no se dejan

ver? ¡Cuántas frutas, esto es increíble!

Son demasiadas para mí sola… Debería

guardar algunas para Valiente. Por

cierto, ¿qué habrá sido de él? … Pobre,

seguro que está muerto de miedo. La

verdad es que, a pesar de lo tozudo y

Valiente ha conseguido ahuyentar a los

mosquitos, pero en su lugar se ha

topado con una enorme araña, negra y

peluda, que parece desafiarle,

amenazadora. Horrorizado, el Príncipe

se ve paralizado por el miedo. Trata de

concentrarse en no mover ni sólo un

músculo, para evitar ser atacado por el

gigantesco y horripilante insecto.

VALIENTE: Hola, animalito… Vamos a

llevarnos bien, ¿verdad? No me miréis

tan fijamente, por favor… Decidme… ¿yo

os doy tanto miedo a vos como vos a

mí? No puedo creer que me esté

pasando esto… ¿Dónde estará

Remolacha? Seguro que ella sabría qué

hacer… No sería la primera vez que me

salva de una araña amenazante…

Confiad en mí, confiad en mí,… y

desaparece. Muy propio de ella. Desde

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testarudo que es, al final, no ha estado

tan mal que me siguiera en este viaje…

Ahora que estoy completamente sola

aquí, no sé… Es agradable tener alguien

con quién compartir el viaje… Además,

debo reconocer que no sé qué habría

hecho sin él en el desierto, porque la

verdad es que yo no sé silbar… ¡Ah, se

me olvidaba otra vez! Si no sé silbar a

ver cómo voy a poder regresar sin él…

¡Valienteeeee!

luego, está llena de extrañezas y

extravagancias Y sin embargo, es una

muchacha excepcional. Tiene iniciativa,

¿sabéis? Y tal vez eso no sea lo más

valorado en una dama de la corte,

pero… sin duda ella está destinada a

otro fin… Si al menos pudiese

encontrarla… ¿Dónde se habrá metido?

Seguro que anda tan campante

divirtiéndose por ahí mientras yo me

encuentro frente a este bicho…

¡¡¡¡Remolachaaaaaa!!!

Hace ya un buen rato que una figura conocida ha hecho aparición en escena. La

estrambótica anciana que comenzó a contarnos esta historia lleva ya unos cuantos

minutos sentada en su silla, observando a los dos jóvenes perdidos. Levanta una

mano y las figuras de Valiente y Remolacha se congelan. Se dirige al público:

MARTINA: ¿Qué les parece? Sí, sí, les hablo a ustedes. ¿Qué les parece? Resulta

que, al final, aquellos dos muchachos comenzaban a apreciarse. A pesar de que

eran diferentes. A pesar de que querían cosas distintas en la vida. A pesar de que a

veces no estaban de acuerdo… Quiero decir, a pesar de que nunca estaban de

acuerdo. … Y en aquel momento, yo entendí algo. Comprendí que aquellos dos

jóvenes tercos y resabiados habían descubierto por fin el verdadero valor de la

amistad. Habían aprendido a aceptar al otro tal y como es, con sus cosas buenas, y

sus cosas malas. De modo que pensé… ¡Esto hay que celebrarlo! Y como ellos dos

solos no eran capaces de encontrarse… creí que no les vendría mal un poquitico de

ayuda. Además, ¡qué carajo! Por una vez podría enviarles yo a dónde a mí me

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apeteciese, ¿no? (Dirigiéndose a los dos jóvenes, que reaccionan extrañados al oír

una voz cuya procedencia desconocen) ¡Muchachos, agárrense que nos vamos de

viaje!

Chasquido de dedos, son cubano, nube de humo, luces.

**********

ESCENA 7. EL CIRCO.

Luz suave de cálido atardecer mediterráneo. Plaza de una villa de medianas

dimensiones, hermosa, ordenada, coqueta. Flores en las ventanas, bolsas de pan

recién horneado en las puertas. Suave melodía de acordeón. Remolacha y Valiente

todavía tosen a consecuencia del fastidioso humo.

VALIENTE: ¡¡Remolacha!!

REMOLACHA: ¡¡Valiente!!

VALIENTE: ¡¡Estáis aquí!!

REMOLACHA: ¡Valiente! ¡Qué alegría veros de nuevo! ¡Estamos aquí…! (Mira a su

alrededor, extrañada) En otro lugar. (Dirigiéndose acusadora a Valiente) ¿Habéis

silbado?

VALIENTE: ¿Eh? Yo… (Tratando de recordar) no. Diría que no.

REMOLACHA: No me mintáis, Valiente…

VALIENTE: ¡Y dale! Cada vez que ocurre algo que no entendéis o no podéis

controlar, me echáis la culpa. Yo no silbé, os digo. Es más… difícilmente podría

haber silbado estando, como estaba, paralizado frente a la araña más grande que

he visto en toda mi vida. Y… ¡¿se puede saber dónde estabais vos?! (Imita a

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Remolacha en tono burlón) “Yo iré por aquí, id vos por allá, nos encontraremos más

tarde, confiad en mi”. Ya. ¡Confiando en vos hubiese acabado por ser la merienda

de la reina de los arácnidos!

REMOLACHA: ¡Así que silbasteis para escapar! ¡Reconocedlo!

VALIENTE: ¡Os he dicho que no! (Observando de pronto el puñado de açaís5 que

Remolacha lleva todavía en su mano izquierda) ¿Y eso qué es?

REMOLACHA: ¡Oh, nada! Son sólo unas frutillas que me encontré por el camino…

VALIENTE: ¡Así que yo estaba desesperado frente a una araña gigante y vos de

paseo por ahí recogiendo frutas! ¡Ya veo lo mucho que os preocupaba el volver a

encontrarme!

REMOLACHA: ¡Sabía que os lo ibais a tomar así! ¡Sois un testarudo! ¡No me había

olvidado de vos! Encontré unas frutas mientras andaba, ¡¿qué tiene eso de malo?!

VALIENTE: ¡Tiene de malo que pensasteis sólo en vos! Yo muerto de miedo frente

a una araña gigante y vos recogiendo frutitas por ahí… Y encima las escondéis para

no compartirlas conmigo.

REMOLACHA: ¡Eso no es cierto! ¡No las escondía! ¡Las recogí para los dos!

VALIENTE: ¡Ah, ¿si?! Muy bien, entonces, ¡dádmelas!

REMOLACHA: ¡No! ¡Si queréis frutas, me las pedís bien!

VALIENTE: ¡Y encima me habláis como una sabelotodo! ¡Qué rabia dais a veces!

Valiente se abalanza sobre Remolacha e intenta arrebatarle el puñado de frutos.

Ambos forcejean de un modo ridículo.

REMOLACHA: Pero ¡¿qué hacéis?! …. Pero… ¡¿vos quién os habéis creído que

sois?! ¡No voy a daros nada! ¡¡Las cosas se piden por favor!!

5 El açaí es una fruta redonda y pequeña procedente de una palmera (Euterpe oleracea) que puede encontrarse en la zona norte de América del Sur. Se trata de una de las frutas más nutritivas que existen en el mundo, pues contiene, además de altas dosis de proteínas: carbohidratos, fibras, calcio, hierro, vitaminas A y C, varios antioxidantes y muchas calorías.

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VALIENTE: ¡Dejad de decirme cómo tengo que pediros las cosas! ¡Os he dicho que

me dejéis ver esas frutas! ¡Quiero ver cuántas tenéis! ¿Cuántas habéis conseguido

encontrar mientras yo estaba siendo atacado por una araña, eh? Seguro que hay

un montón… ¡Porque tan pronto como os separasteis de mí os despreocupasteis y

comenzasteis a recoger frutillas como Caperucita, en vez de acudir en mi ayuda!

¡Va a ser verdad que sólo queríais libraros de mí! … ¡Ajá, aquí están, mías!

REMOLACHA: ¡Devolvédmelas! … ¡He dicho que me las devolváis! … ¡Uy,… ahora

sí que os vais a enterar de lo que es bueno!

VALIENTE: ¿Sabéis qué? ¡No me dais miedo!

REMOLACHA: ¡Eso ya lo veremos! ¡Arggg! ¡Las tengo, son mías!

VALIENTE: ¡Devolvédmelas!

REMOLACHA: ¡Ni hablar!

Mientras Valiente y Remolacha continúan su absurda contienda por el control de las

frutas, una curiosa mujer comienza a cruzar lenta y rítmicamente la escena por

detrás de ambos. Viste un llamativo frac rojo, unos elegantes shorts negros y unas

medias de rejilla. Camina, recia y ondulante, sobre dos botas negras de charol.

Porta una chistera de lentejuelas y sostiene un larguísimo látigo plateado. Parece

haber perdido algo, pues no levanta su mirada del suelo. Sorprendida por la reyerta

entre el príncipe y la princesa, se detiene un instante. Les observa

desinteresadamente, inspecciona nuevamente el suelo a su alrededor, mucho más

preocupada y, siempre sin perder su galante actitud militar, abandona la escena

por el lado contrario al que apareció.

Valiente y Remolacha todavía no han dejado de forcejear, cuando la mujer vuelve a

hacer aparición, exactamente en la misma actitud. Esta vez cruza el escenario en

sentido contrario, pero más cerca de los dos jóvenes. En el ímpetu de su batalla

infantil, Remolacha y Valiente caen al suelo, a lo que la mujer reacciona

exasperada.

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CHARLOTTE: ¡Arretez! ¡¡Arretez, j’ai dis!! (Súbitamente muy ofendida, chasquea

el látigo contra el suelo).

Ante el imponente sonido del látigo, Valiente se paraliza. Remolacha continúa

arremetiendo contra él todavía un poco, pero al percatarse de que éste no se

defiende, también ella se detiene. Pronto, ambos descubren la presencia de

Charlotte, la domadora de pulgas.

CHARLOTTE: Madamme, Monsieur… ¡S’il vous plait!

VALIENTE: (Mirando, extrañado, a Remolacha) ¿Qué ha dicho?

REMOLACHA: No sé. Pero creo que será mejor que nos levantemos.

Se levantan.

CHARLOTTE: ¡Oh, voilà! ¡Comme ça c’est mieux! Merci.

Charlotte, la domadora de pulgas, inicia nuevamente su marcha, siempre

concentrada en algo muy importante que parece suceder en el suelo. Remolacha,

interesada por la curiosa mujer, olvida la pelea, suelta sus frutas y se dispone a

seguirla, intrigadísima por eso tan importante que parece haber en el suelo.

REMOLACHA: Señora, disculpe… Señora…

CHARLOTTE: Pardon?

REMOLACHA: Disculpe,… Imagino que no habla nuestro idioma…

CHARLOTTE: (Siempre con un fuerte acento francés, y con mucha clase) ¡Ajá! Je

comprends. ¡Son ustedes extranjeros!

REMOLACHA: ¡Oh, qué bien, habla usted nuestro idioma!

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CHARLOTTE: Por supuesto, querida. Mi trabajo me obliga a viajar continuamente.

Hoy estamos aquí, pero en seguida desmontamos y partimos para otro lugar….

Forma parte de la profesión… Por eso conozco varias lenguas. He recorrido más de

veinte países distintos.

REMOLACHA: ¿¡De veras?! ¡Qué interesante! Y… ¿qué trabajo es ese?

CHARLOTTE: Yo… (Generando expectación, orgullosa) soy Domadora de Pulgas.

REMOLACHA: Domadora de pulgas…. Nunca había oído eso. ¿En qué consiste ese

trabajo?

CHARLOTTE: Pues, como su nombre indica, en domar pulgas, querida. … Pulgas …

¿no? ¡Pulgas! Esos petit bichitos fascinantes que ustedes dos han estado a punto de

aplastar cuando se peleaban allí, en el suelo. (Muy seria) Estábamos en pleno

entrenamiento.

REMOLACHA: ¡Oh, disculpe usted! Y… ¿dónde están sus bichitos ahora?

CHARLOTTE: Aquí conmigo, por supuesto. Son muy disciplinadas. (Mirando al

suelo, a su lado) ¿Quiere verlo? (Preparándose exageradamente, se dispone a

realizar una demostración) ¡Firmes! ¡À droite! ¡À gauche! ¡Tout droit! ¡Arretez!

¡Très bien, petites! (Orgullosa, a Remolacha) ¿Ve usted? Obedecen siempre.

Remolacha mira a Valiente, que ha permanecido sentado en el suelo escuchando la

conversación, extrañada. Valiente mira a Remolacha, extrañado también.

REMOLACHA: Y, perdone mi ignorancia, pero… ¿dónde doma usted a esas…

pulgas?

CHARLOTTE: ¡En el circo, querida!, ¿dónde si no?

REMOLACHA: El circo… Jamás había oído hablar de semejante cosa.

CHARLOTTE: ¡El circo, mademoiselle! ¿Cómo no? ¡Equilibristas, payasos,

acróbatas, trapecistas! Todo lo nunca visto… ¡está siempre en el circo!

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Remolacha la observa sorprendida. No entiende nada de lo que la exuberante

Domadora de Pulgas está diciéndole.

REMOLACHA: ¿Y dice usted que en ese… circo… se viaja mucho?

CHARLOTTE: Muchísimo, querida. Como le decía, hoy estamos aquí y mañana allí…

¡C’est la vie!

REMOLACHA: Y yo…. ¿podría conocer ese circo?

CHARLOTTE: ¡Por supuesto! Sólo tiene que seguirme, mademoiselle.

Inicia el mutis nuevamente mirando al suelo, en actitud militar, dirigiendo a su

manada de invisibles pulgas. Remolacha la sigue, intrigada.

CHARLOTTE: ¡No, no! Tenga cuidado, querida. Por ahí no, están mis pequeñas.

Por el otro lado, s’il vous plait.

REMOLACHA: Perdón... (A Valiente) ¡Vamos!, ¿qué hacéis ahí sentado? ¿Es que no

pensáis venir?

VALIENTE: ¿Por qué siempre tenemos que hacer lo que vos queréis?

REMOLACHA: ¿Y por qué cada vez que aparece algo interesante para hacer vos

preferís quedaros sentado, eh? En fin, haced como gustéis… Pero os advierto que si

volvéis a encontraros en medio de una tormenta de arena… ¡esta vez no seré yo

quién regrese a buscaros!

Remolacha abandona la escena por el mismo lugar por el que lo hizo Charlotte.

Valiente duda unos segundos. Mira a su alrededor, desconcertado. Ante la idea de

quedarse nuevamente solo en un lugar desconocido, resuelve seguir a su amiga.

VALIENTE: ¡Está bien, esperadme, que voy! ¡Remolacha! ¡Remolachaaa!

Valiente abandona también la escena, que queda completamente vacía. Oscuro.

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Cuando se hace la luz, de nuevo, Remolacha está en el circo. Contempla, divertida,

el absurdo número acrobático de las pulgas invisibles de Charlotte, la domadora. Al

finalizar éste, la luz se debilita. Una suave música de acordeón comienza a sonar,

cada vez más cerca. Aparece en escena Pièrre, el acordeonista del circo. Ataviado al

más puro estilo parisino, entona una melodía típicamente francesa mientras un

trapecio, también morado, desciende lentamente. Remolacha lo observa, fascinada.

Sonriente, Pierre le indica, con un gesto de cabeza, que ese trapecio está

esperándola. Así que la Princesa Remolacha, todavía en camisón, se sube al

trapecio y, finalmente, vuela. Vuela como siempre deseó volar. Con sus propias

manos6.

Poco a poco, la música finaliza, Pièrre abandona la escena y Remolacha baja del

trapecio, que misteriosamente asciende, desapareciendo también de escena.

Todavía fascinada, no está segura de haber soñado o haber vivido lo que acaba de

suceder. De pronto, resuelta, se dirige corriendo a proscenio.

REMOLACHA: ¡Ya lo entiendo! ¡Acabo de entenderlo todo! ¡¡Martinaaaa!!!

¡¡Martinaaaa, ven, por favor!!!! (De repente, se percata de la presencia del público)

¿Han venido ustedes al circo? Perdonen que les moleste, pero…. ¿Me ayudarían

ustedes a silbar? Es que yo no sé silbar y ahora… necesito un silbido muy fuerte.

Por favor, ¿me ayudarían? … ¡Bien! Entonces a la de tres: una,… dos,… y…. ¡¡¡tres!!

El público silba y nuevamente… un gran estruendo, son cubano, nube de humo.

Martina, el Hada Madrina ya no tose, puesto que está ataviada con una aparatosa

máscara de gas propia de un soldado de la II Guerra Mundial

6 Número de trapecio

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REMOLACHA: (Al público, esparciendo el humo) ¡Gracias, gracias, muchas gracias!

(A Martina, el Hada Madrina, entre toses ) ¿¿Martina?? ¿Qué es eso?

MARTINA: (Quitándose la máscara de gas) Muchacha, el humo este, que está de

madre. Alguna solución tenía que encontrar yo… Y tú… ¿por qué me has llamado?

REMOLACHA: Martina, ¡es que ya está! ¡Ya lo he entendido todo! ¡Ya podemos

volver!

MARTINA: (Todavía desubicada) Calma, calma, calma… Vamos a ver, ¿ya se

divirtieron? ¿Ya disfrutaron del circo? Si les traje aquí hace nada… ¡Muchacha, no

me dan ustedes tregua!

REMOLACHA: Es que, Martina… ¡Ya está! ¡Ya lo entendí!

MARTINA: ¡¿Pero el qué?! ¡Mi hija, habla claro de una vez, porque la que no

entiendo ná soy yo!

REMOLACHA: El sentido del viaje.

Valiente ha entrado nuevamente en escena. Venía buscando a Remolacha y,

sorprendido al verla conversar con Martina, se ha detenido, en segundo plano.

Ahora, escucha la conversación.

REMOLACHA: Martina, es que ya he comprendido, por fin, por qué quise irme.

Desde siempre, desde pequeñita, yo deseé viajar porque, en realidad, no

encontraba mi lugar. Ese palacio, la corte, la vida de una princesa… todo eso no era

para mí. Nunca lo fue. Por eso quería irme. Pero creo que no buscaba otros

lugares… en realidad, me buscaba a mí misma, ¿entiendes? Y me escapaba de mi

realidad, de un mundo al que sentía no pertenecer. Sin embargo, he visto que

existen otros mundos, otras formas de vivir. Y lo que he aprendido en este viaje es,

justamente, que en vez de huir de las cosas, hay que enfrentarse a ellas, hay que

resolverlas. Así que ha llegado el momento de regresar a casa. Porque ahora ya sé

lo que quiero, ya sé quién soy y sé qué camino deseo seguir. Podemos volver.

VALIENTE: Remolacha…

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REMOLACHA: ¡Valiente! Estabais ahí… Pensé que os habíais quedado en la plaza.

Venid, estaba diciéndole a Martina que…

VALIENTE: Sí, os escuché. Que deseáis regresar. Entonces… ¿eso significa que

nuestro viaje se ha acabado?

REMOLACHA: Eso creo, Valiente. Por lo menos, el mío. Pero si vos deseáis, podéis

quedaros.

VALIENTE: Bueno… la verdad es que es una pena, justamente ahora, que

comenzaba a cogerle el gustillo a esto de conocer lugares… Aunque, sinceramente,

no creo que viajar sin vos sea tan divertido. Además, mi pobre caballo todavía debe

de estar esperándome en las caballerizas de vuestro palacio.

MARTINA: ¡Muy bien! En ese caso, fin de la expedición. ¡Volvemos a casa!

Tápense las narices… ustedes, ¡que yo ya estoy preparada!

Martina, el Hada Madrina, se enfunda en su recién adquirida máscara de gas y

después chasquea los dedos. Estruendo, ecos de son cubano, nube de humo, luces.

**********

ESCENA 8. LA VUELTA A CASA.

Humo que se disipa. Toses. Al evaporarse el humo Remolacha, Valiente y Martina,

el Hada Madrina, se encuentran nuevamente en la estancia inicial, que está

exactamente igual que cuando la dejaron: con su mesa y sus sillas doradas en

primer término, y su cama morada con mesita de noche en segundo plano. La

enorme bola del mundo también sigue allí todavía.

MARTINA: (Despojándose de su máscara de gas) ¡No, si llegaré a la vejez y no

habré conseguido librarme del humo este del carajo! No es fácil…

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REMOLACHA: (Tratando de alejar el humo a manotazos). Bueno, aquí estamos de

nuevo... Parece que fue ayer cuando nos fuimos, ¿verdad? Está todo exactamente

como lo dejamos. Mis padres no deben de haber llegado todavía.

Al decir esto, una mujer aparece al fondo del patio de butacas. Viste elegantes

ropas, lleva una ostentosa corona y carga con un par de maletas, un sinfín de

bártulos absurdos y unos aparatosos y anticuados esquís. Avanza a trompicones,

pues a cada poco algo se le cae de las manos y tiene que pararse a recogerlo. La

Reina Madre, o más bien la Reina, madre de Remolacha, entra en casa tras unas

accidentadas vacaciones.

REINA: ¡Hola! … ¡Ya estamos en casa! … ¿Remolacha? ¡Hija, ven a ayudarme con

las maletas, por favor! Tu padre se ha roto una pierna esquiando y todavía está

subiendo las escaleras de la entrada. Con las muletas se defiende fatal, ya sabes

que es muy mal enfermo… Remolacha, ¿dónde estás hija? ¿Vas a venir a

ayudarme?

Remolacha suspira hondo y baja al patio de butacas a ayudar a su excéntrica

madre.

REMOLACHA: (Cargando parte de los muchos enseres que su madre ha acumulado

en vacaciones) Mamá, tengo muchas cosas que contaros… Ha ocurrido algo

extraordinario mientras estabais de viaje…

REINA: (Sin hacerle demasiado caso, siempre avanzando hacia el escenario) Sí,

claro, enseguida estoy con vos, hija. Dejadme sólo que guarde todos estos trastos,

que me quite los zapatos y… (De pronto descubre la presencia de Valiente y de

Martina, el Hada Madrina) ¡Oh, vaya, tenemos visita! (Aparte, a Remolacha)

Deberíais haberme avisado, hija. ¿Hace mucho que están aquí? (Sin darle tiempo a

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su hija a responder) Claro, deben de haber venido por el asunto de la boda. Subo

enseguida.

REMOLACHA: Mamá, no es eso, dadme un minuto y os lo explico, por favor...

Demasiado tarde. La Reina ya ha alcanzado el escenario. Remolacha, suspirando,

recoge los bártulos que su madre ha ido perdiendo por el camino y se dirige

también allí.

REINA: (A Valiente y a Martina, el Hada Madrina, en actitud cortés) Buenas tardes,

disculpen el desorden, por favor. Mi marido y yo acabamos de llegar de nuestras

vacaciones anuales y no les esperábamos tan pronto. Porque imagino que habrán

venido por el asunto de la boda, ¿verdad?

Martina, el Hada Madrina y Valiente se miran mutuamente, con cara de

circunstancias.

VALIENTE: Bueno, en realidad, para ser exactos… yo vine por eso, pero…

REINA: (Siempre sin escuchar demasiado a los demás) Supongo que habrán

venido ustedes desde lejos, deben de estar cansados del viaje. (Extiende su mano

esperando una reverencia por parte de los dos invitados, que no saben muy bien

qué hacer). Tomen asiento, por favor. (Les invita a ocupar las sillas doradas,

haciendo ella lo propio) Imagino que usted debe ser uno de los pretendientes de mi

hija. Efectivamente, parece usted un hombre apuesto, tendremos que estudiar su

trayectoria diplomática, pero no creo que haya ningún problema… Y usted será…

supongo, su madre…

MARTINA: ¿Su madre? ¡Esto ya es lo que me faltaba por oír hoy!

REMOLACHA: (Interrumpiéndola) ¡Mamá! ¡Basta ya, por favor! ¡¿Por una vez en tu

vida quieres escucharme?! (La reina, por primera vez desde su llegada, presta

atención a su hija, mirándola asombrada) Gracias. Te presento a mi buen amigo

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Valiente, y a Martina, mi Hada Madrina. … Verás, mientras vosotros habéis estado

de viaje, yo… Bueno, nosotros… Hemos estado viajando también. Y hemos

aprendido mucho. O por lo menos yo he aprendido mucho. He descubierto que el

mundo es hermoso ahí afuera, mamá, aunque no siempre es fácil. Y me he dado

cuenta de que no tiene ningún sentido vivir encerrada en un castillo como este.

Yo… mamá… yo…

MARTINA: ¡Muchacha, suéltalo ya!

REMOLACHA: Está bien. … Mamá, yo no quiero ser princesa.

La Reina se lleva las manos a la boca para ahogar un grito de asombro.

REMOLACHA: Intenté decíroslo un montón de veces, mamá. Pero no quisisteis

escucharme nunca…

[Canción PUEDO VOLAR7 - reprise]

Cuando yo pedí, nadie me escuchó:

A mí me gusta viajar, eso es lo que quiero yo.

Aunque lo dije sin cesar, nadie dio crédito a mi voz…

Pero llegó… mi Hada Madrina y aquí estoy.

¡Pude viajar! ¡Y descubrir…

un mundo entero extraordinario donde hay tanto por vivir!

No me interesa la realeza, prefiero mi libertad;

Pues después de tanto tiempo, he encontrado mi lugar.

¡Yo soy así!

Y estoy aquí,

Para decirte…

¡que por fin me decidí!

7 Canción escrita tomando como base el I will survive, de Gloria Gaynor, en la versión disco.

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A vivir a mi manera, a creer en lo que soy

A dejar de ser princesa y escoger a dónde voy.

¡Y volaré! ¡Sí, volaré!

Al subirme en un trapecio y verlo todo del revés…

Tengo tanto por vivir,

Y tanto que descubrir…

¡Yo volaré! ¡Sí, volaré!

¡Oh, oh, oh!

Martina, que hace un buen rato está dando palmas orgullosa, se levanta del asiento

y se dispone a bailar con Remolacha. Ambas levantan a Valiente de su asiento, que,

tímido, se suma poco a poco al baile.

Sé bien que quedarse aquí va a ser lo seguro,

Más soy fuerte y podré luchar por mi futuro.

Decidida ya por fin, me he arriesgado a vivir.

Voy a salir… ¡por esa puerta a ser feliz!

Volví hasta aquí,

Para decir

No tengáis miedo, madre, yo voy a sobrevivir.

Por eso dejad de temblar, por eso dejad de sufrir…

¡Ha llegado el momento de arriesgarse a vivir!

¡Venga a cantar!

¡Venga a bailar!

Olvidad todo…

Lo que aún os hace dudar.

Dejad ya de preocuparos, dejad ya de vacilar.

Pues la vida es misteriosa y no se puede controlar

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¡Voy a volar!

¡Y a recorrer!

Con mi maleta y mi trapecio el mundo voy a conocer.

Tengo tanto que vivir,

Y tanto que descubrir…

¡Yo viviré!

¡Y volaré!

Ohhhh!!!

Martina, el Hada Madrina, Remolacha, e incluso Valiente, agitados por la música y

el baile, acaban por levantar a la asombrada Reina de su silla para cantarle:

¡Ven a cantar!

¡Ven a bailar!

Olvida todo…

Lo que aún te hace dudar.

¡Deja el miedo ya de lado y ven aquí a guarachear!

Porque vida sólo hay una, la tenemos que gozar…

¡Ven a cantar!

¡Ven a bailar!

Todavía estás a tiempo, de soltarte y disfrutar.

Hay tanto que descubrir

Tantas cosas por vivir

¡Ven a bailar!

¡Ven a soñaaar!

Al finalizar la canción, todos ríen extasiados, excepto la Reina que, ahogada, se

deja caer nuevamente sobre su silla.

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REINA: Pero, hija… Vos sois una dama… Hemos invertido años en daros una

cuidadísima educación para ello…

REMOLACHA: Lo sé madre. Pero ese era vuestro deseo, no el mío. … Además,

madre, permitidme que os diga que la realeza está un tanto… anticuada.

REINA: ¡Hija!

REMOLACHA: Es cierto, madre. He viajado por el mundo y… no he visto príncipes

ni reinas. He visto gentes que se ganan la vida como buenamente pueden. Como

voy a hacerlo yo.

REINA: (Cada vez más desconcertada) Pero… hija… ¿a dónde pensáis ir? ¡A

vuestro padre le va a dar un infarto cuando se entere!

REMOLACHA: Papá lo superará, estoy segura. Y en cuanto a mi… Voy a hacer las

maletas y me iré con el circo. No os preocupéis, mamá, os escribiré. Y podréis venir

a verme cuando lo deseéis.

Remolacha le da dos besos a su estupefacta madre y se dirige hacia su cuarto.

Saca una enorme maleta morada de debajo de la también morada cama, y rebusca

entre la ropa de los morados cajones de su mesita de noche. Martina, el Hada

Madrina, abanica con cuidado a la Reina, que está a punto del colapso. Mientras,

Valiente se levanta y se dirige hacia su amiga.

VALIENTE: Remolacha…

REMOLACHA: ¿Sí, Valiente?

VALIENTE: Supongo que es una tontería que os lo pregunte pero… ¿del asunto de

casarnos, nada de nada, verdad?

REMOLACHA: (Sonriente) Valiente… me temo que vos y yo no haríamos nunca una

buena pareja. Sin embargo, formamos un buen equipo como amigos, ¿no os

parece? Me encantaría volver a viajar con vos alguna vez…

VALIENTE: Sí, bueno, a un lugar donde no haya arañas gigantes, a ser posible…

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REMOLACHA: De acuerdo, vos escogéis destino, la próxima vez. Y yo me adapto,

lo prometo. ¿Sabéis una cosa? Estoy segura de que este viaje os ha dado mucho

que pensar, también a vos. Me apuesto lo que queráis a que tampoco vos deseáis

ejercer de Príncipe Valiente y casaros conmigo. Tenéis que encontrar vuestro

camino, Valiente. Igual que yo he encontrado el mío.

VALIENTE: Puede que tengáis razón… Pero no sé muy bien por dónde empezar a

buscar.

REMOLACHA: Tal vez Martina pueda ayudaros... Y si me necesitáis, ya sabéis

dónde encontrarme. Siempre habrá un lugar para vos allá donde yo esté. Buena

suerte, Valiente. Me ha encantado conoceros.

VALIENTE: A mí también, princesa. Quiero decir, Remolacha.

Ambos se abrazan a modo de despedida. Después, Remolacha coge su maleta y se

dirige hacia su madre nuevamente.

REMOLACHA: Mamá, ya estoy lista.

REINA: Pero hija, ¿estáis segura?

Remolacha abraza a su atónita madre con cariño.

REMOLACHA: Estoy más segura que nunca. Despedíos de papá por mí, ¿queréis?

Y no os preocupéis. Pronto regresaré de visita. Además, si alguna vez me veo en

apuros, sólo tengo que silbar (le guiña un ojo a Martina, el Hada Madrina).

MARTINA: Bueno, lo que tendrás es que aprender a silbar primero…

REMOLACHA: Gracias por todo, Martina.

MARTINA: No hay de qué, muchacha, no te olvides de que ese es mi trabajo. Pá

eso estamos (devolviéndole el guiño de ojo).

REMOLACHA: Cuídales, ¿quieres?

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MARTINA: Óyeme, ¡dame un descanso! ¡Cuidar de esta gente no es fácil! ¿No te

parece que ya tuve suficiente contigo?

Remolacha sonríe y abraza a Martina, su Hada Madrina, con fuerza. Después recoge

su maleta morada e inicia el mutis. La Reina y Valiente se miran mutuamente,

pasmados. Martina, el Hada Madrina, les observa con cara de circunstancias.

MARTINA: Bueno, pues… Ustedes dirán… Soy toda oídos. (Espera inútilmente

respuesta). ¿Saben qué? Creo que después de todo esto, nos merecemos unas

vacaciones, ¿no les parece? Así que… ¡Tápense esas narices, carajo!

Martina, el Hada Madrina, se coloca su máscara de humo, mientras Valiente y la

Reina se tapan sus respectivas narices, todavía tratando de encajar la situación.

Chasquido de dedos, humo, son cubano, luces. Oscuro. Se cierra el telón.

**********

EPÍLOGO.

Telón cerrado. Una anciana estrambótica y todavía ágil para su edad, a la que ya

conocemos de sobras, aparece nuevamente en proscenio.

MARTINA: Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Porque lo que les

sucedió a la mamá de la princesa y al Príncipe Valiente –que en verdad era

cobarde, pero leal–, eso ya es otra historia para ser contada otro día… Además, se

está haciendo tarde y ustedes seguro que tienen mucho que hacer. Y si no, yo sí

que tengo mucho que hacer, carajo, porque dentro de unas horas se celebra la

“Convención Anual de Magia para Hadas Madrinas Jubiladas” y no pienso

perdérmela. Así que, encantada de haberles conocido y ¡hasta siempre!

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Martina, el Hada Madrina, chasquea los dedos y… bueno, ya sabemos lo que

sucede, ¿verdad? Humo, luces y ¡Música!

FIN