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LA SANTÍSIMA TRINIDAD ES LA MEJOR COMUNIDAD Leonardo Boff Índice Advertencia Introducción: La santísima Trinidad es nuestro programa de liberación 1. En el principio está la comunión de los tres, no la soledad del uno 1. De la soledad del uno a la comunión de los tres 2. En el principio está la comunión 3. ¿Por qué solamente tres personas divinas y no dos o una sólo? 4. Es peligroso decir: un solo Dios en el cielo y un solo jefe en la tierra 5. Una experiencia desintegrada de la santísima Trinidad 6. La misma gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo 7. La santísima Trinidad es un misterio que siempre hay que conocer de nuevo 8. La perijóresis: la interpenetración de las tres divinas personas 9. Las dos manos del Padre: el Hijo y el Espíritu Santo

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LA SANTÍSIMA TRINIDAD ES LA MEJOR COMUNIDAD

Leonardo Boff 

ÍndiceAdvertencia

Introducción: La santísima Trinidad es nuestro programa de liberación

1. En el principio está la comunión de los tres, no la soledad del uno

1. De la soledad del uno a la comunión de los tres 2. En el principio está la comunión 3. ¿Por qué solamente tres personas divinas y no dos o una sólo? 4. Es peligroso decir: un solo Dios en el cielo y un solo jefe en la tierra 5. Una experiencia desintegrada de la santísima Trinidad 6. La misma gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo 7. La santísima Trinidad es un misterio que siempre hay que conocer de nuevo 8. La perijóresis: la interpenetración de las tres divinas personas 9. Las dos manos del Padre: el Hijo y el Espíritu Santo

2. El proceso de revelación de la santísima Trinidad

10. ¿Cómo se reveló el Padre de cariño infinito? 11. ¿Cómo se reveló el Hijo, nuestro hermano? 12. ¿Cómo se reveló el Espíritu Santo, nuestra fuerza? 13. La conciencia trinitaria de los primeros cristianos 14. El Antiguo Testamento: preparación para la revelación de la santísima Trinidad

3. La razón humana y la santísima Trinidad

15. ¿Cómo expresaron los cristianos la santísima Trinidad? 16. Tres maneras. de entender la santísima Trinidad 17. Las palabras-clave para expresar la fe en la santísima Trinidad 18. Formas erróneas de entender la santísima Trinidad

4. La imaginación humana y la santísima Trinidad

19. Creer también con la fantasía 20. La persona humana como imagen de la Trinidad 21. La familia humana, símbolo de la Trinidad 22. La sociedad como imagen de la Trinidad 23. La Iglesia, gran símbolo de la Trinidad 24. El mundo, sacramento de la Trinidad

5. Lo que es la santísima Trinidad: la comunión de vida y de amor entre los tres divinos

25. La Trinidad es una eterna comunicación de vida 26. Yo-tú-nosotros: la santísima Trinidad 27. La Trinidad como una eterna autocomunicación28. La santísima Trinidad es la mejor comunidad.29. Lo masculino y lo femenino dentro de la santísima Trinidad 30. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo existen desde siempre juntos 31. En la Trinidad todas las relaciones son ternarias 32. Tres soles, pero una sola luz: así es la santísima Trinidad

6. La comunión de la Trinidad: crítica e inspiración para la sociedad y la Iglesia

33. Más allá del capitalismo y del socialismo real34. De una Iglesia-sociedad hacia una Iglesia-comunidad

7. La persona del Padre: Misterio de ternura

35. ¿Quién es el Padre? Misterio de ternura 36. El Padre, la raíz eterna de toda la fraternidad 37. El Padre maternal y la madre paternal 38. El Padre, el principio sin principio 39. Cómo aparece el Padre: en el misterio de todas las cosas

8. La persona del Hijo: Misterio de comunicación y principio de liberación

40. ¿Quién es el Hijo? La comunicación eterna 41. El Hijo eterno del Padre eterno en el Espíritu Santo

42. Lo masculino y lo femenino del Hijo, nuestro hermano 43. La misión del hijo: liberar y hacer a todos hijos e hijas

9. La persona del Espíritu Santo: Misterio de amor e irrupción de lo nuevo

44. ¿Quién es el Espíritu Santo? El motor de la liberación integral 45. El Espíritu está siempre junto al Hijo y al Padre 46. La simultaneidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo 47. La dimensión femenina de! Espíritu Santo 48. Misión del Espíritu Santo: Unificar y crear lo nuevo 49. La relación única entre el Espíritu Santo y María

10. La Trinidad en el cielo y la Trinidad en la tierra:       La historia interna de la Trinidad reflejada en la historia externa de la creación

50. Como era en el principio: la eternidad de la Trinidad 51. La Trinidad del cielo se manifiesta en la tierra52. La gloria y la alegría de la Trinidad 53. La creación proyectada hacia la comunión 54. Cada persona divina ayuda a la creación del universo 55. Signos trinitarios bajo la sombra de la historia56. Ahora y siempre: la Trinidad en la creación y la creación en la Trinidad

Conclusión: Resumen de la doctrina trinitaria: el todo en muchos fragmentos

Glosario: Palabras técnicas y afines de la reflexión trinitaria

Advertencia

DETRÁS de todos los grandes problemas humanos hay siempre una cuestión teólogica. Hay siempre una exigencia de radicalidad, es decir, de un sentido último, de una referencia definitiva. Cuando uno estudia estas cuestiones se hace teólogo, independientemente de su inscripción religiosa o confesional, del uso que hace o deja de hacer de la terminología técnica que ha creado la llamada "teología". Hay una pregunta insoslayable: ¿Cuál es la estructura última del ser? ¿Qué se esconde detrás de lo que vemos, vivimos y sufrimos? ¿Qué podemos esperar? ¿Habrá un último bienestar? ¿Quién nos acogerá?

Las respuestas a estas cuestiones existenciales y sociales están codificadas en las religiones. Las teologías intentan darles legitimidad con todos los recursos de la razón y de otras formas de convencimiento. A pesar de este carácter institucional, cada persona interroga por su cuenta y busca una respuesta que llegue a adecuarse a su percepción de la realidad.

Normalmente, cada tipo de sociedad produce su adecuada representación religiosa. La religión que domina en un grupo es la religión del grupo dominante. La forma dominante de representar a Dios se ve influida por la forma con que la cultura dominante representa a Dios. Y esta cultura representa a Dios dentro del marco de sus intereses fundamentales. Así, en la sociedad capitalista, basada en el desinterés del individuo, en la acumulación privada de los bienes, en la prevalencia de lo particular sobre lo social, normalmente la representación de Dios acentúa el hecho de que Dios es uno solo, de que es el Señor de todo, de que es todopoderoso y fuente de todo poder. De ahí se deriva normalmente que los detentores del poder en la tierra son sus representantes naturales. El mongol Mangu-Khan escribió una carta al rey de Francia en donde expresaba bien este raciocinio lógico: "Este es el orden del Dios eterno: en el cielo hay un solo Dios eterno y en la tierra tiene que haber un solo señor, Gengis-Kahn, el hijo de Dios". En su sello se lee: "Un Dios en el cielo y Khan en la tierra: sello del Señor de la tierra".

La Iglesia, en su faceta institucional-histórica, se ha desarrollado dentro del marco occidental, fuertemente caracterizado por la concentración del poder en pocas manos. Se ha inculturado dentro de unas matrices en las que el poder monárquico, el principio de autoridad y de propiedad prevalecían sobre otros valores más comunitarios y societarios. Así es como se entiende el perfil histórico actual de la institución eclesiástica, con su modo propio de distribución social del trabajo religioso entre clérigos y laicos,

marcadamente poco participativo. Dentro de este contexto, difícilmente podría asimilarse el misterio trinitario como comunión de las tres distintas personas, que —respetada su distinción— por causa del amor y de la comunión son un solo Dios. Una doctrina trinitaria basada en la unidad de la única naturaleza divina o de la figura del Padre, causa única y fuente última de toda la divinidad, se presentaría como más adecuada al contexto general de la cultura. No sin razón predomina en la conciencia de la Iglesia un monoteísmo atrinitario o pretrinitario más bien que una verdadera conciencia trinitaria de Dios. La vuelta a una comprensión radicalmente trinitaria de Dios ayudaría a la Iglesia a superar el clericalismo y el autoritarismo, todavía vigentes en los comportamientos eclesiásticos. El desafío para la estructura eclesial no es propiamente la secularización ni la politización de la fe; éstos son riesgos menores; el verdadero desafío para el tipo actual de institución que concentra todavía demasiado poder en el clero es la vivencia de la fe trinitaria, de la fe-comunión entre distintos, que forman una comunidad viva y abierta. Esta fe llevaría a toda la estructura de la Iglesia a un proceso de conversión. La misma estructura sería evangelizada, ya que Puebla enseñó muy bien que "la evangelización es una llamada a la participación en la comunión trinitaria" (n. 218). Esto se aplica fundamentalmente a la Iglesia como institución.

Por otro lado, hemos de reconocer que el espíritu de comunión —y por eso mismo la raíz trinitaria de la Iglesia— se conservó y se vivió mejor en la vida religiosa y en el cristianismo popular. En estos terrenos el poder es más participado y está muy presente el sentido de fraternidad. Esta tiene que abrir cada vez más espacios a la participación igualitaria de todos, sin discriminación alguna por razones de sexo o de la función específica que uno ocupa en el conjunto eclesial. Sólo entonces podrá ser verdad lo que dice el concilio Vaticano II: "De esta manera la Iglesia toda aparece como el pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Lumen gentium 4).

Igualmente comprobarnos, en los procesos sociales de hoy, una inmensa voluntad de participación, de democratización v de transformaciones que fomentan la gestación de una sociedad más igualitaria, participativa, pluralista v fraternal. Este anhelo se afianza mejor con una comprensión trinitaria de Dios. Más aún, encuentra en la fe cristiana en el Dios-comunión de las tres divinas personas la utopía trascendente de todas las búsquedas humanas de formas más participativas, comunionales y respetuosas de las diversidades. Dios-Trinidad es lo que es. Pero la fe en Dios-Trinidad-de-personas-distintas, enfrentada con esta realidad emergente, adquiere una especial importancia. La Trinidad se revela también en la dimensión política. La fe en la comunión trinitaria se puede convertir en una bandera de liberación integral y de principio promotor de los afanes de participación personal, social e histórica.

Nuestras reflexiones intentan reforzar este proyecto social a partir del propio terreno específico de la teología trinitaria. Queremos transformaciones en las relaciones sociales, porque creemos en Dios. Trinidad de personas en eterna interrelación e infinita perijóresis. Queremos una sociedad que sea más imagen y semejanza de la Trinidad, que refleje mejor en la tierra la comunión trinitaria del cielo y que nos facilite más el conocimiento del misterio de la comunión de los divinos tres.

Este libro traduce en un lenguaje más asequible lo que expusimos con una terminología técnica en La Trinidad, la sociedad v la liberación (1987). Consideramos la concepción trinitaria de Dios tan revolucionaria para la sociedad, la Iglesia y la autocomprensión de la persona, que nos disponemos a difundirla en esta forma más popular y, según espero, más universalmente comprensible. Por el hecho de que hemos de tratar con lo más importante y fascinante, hemos tenido que trabar una lucha permanente con las palabras, para que fueran las más adecuadas. Realmente, pierden consistencia cuando se las confronta con lo Inefable de la comunión de las tres divinas Personas. Resultan como alusiones o frágiles saetas que apuntan hacia el misterio siempre conocido y al mismo tiempo siempre desconocido en todo el conocimiento. Pero estamos convencidos de que apuntan en una dirección exacta.

INTRODUCCIÓN

La santísima Trinidad es nuestro programa de liberación

¿POR QUÉ nos ocupamos hoy de la santísima Trinidad? Creer en un solo Dios constituye ya una gran dificultad. ¡Cuánto más creer en tres personas que son un solo Dios! ¿Vale la pena creer en Dios? ¿Qué ganamos con ello? ¿Qué cambia en nuestra existencia el hecho de decir con toda sinceridad: creo en Dios, creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, siempre juntos y en comunión de vida y de amor?

Estamos convencidos de que vale la pena creer en Dios. Con ello queremos expresar la convicción de que no es la muerte la que tiene la última palabra, sino la vida; no es el absurdo el que gana la partida, sino el sentido pleno. Decir creo en Dios significa: hay alguien que me rodea, que me abraza por todas partes y que me ama; él me conoce en lo mejor de mí mismo, en el fondo del corazón, en donde ni la persona amada puede penetrar; él conoce el secreto de todos los misterios y la dirección de todos los caminos. No estoy solo en este universo abierto con mis interrogantes, para los que nadie me da una respuesta satisfactoria. El está

conmigo, existe para mí y yo existo para él y delante de él. Creer en Dios quiere decir: existe una última ternura, un último seno, un útero infinito, en el que puedo refugiarme y tener finalmente paz en la serenidad del amor. Si esto es así, vale la pena creer en Dios. Esto nos hace ser más nosotros mismos, potencia nuestra humanidad.

Pero no basta acoger la existencia de Dios. ¿Cómo vive Dios? ¿Cómo es? Aquí es donde entra la santísima Trinidad. Creemos que Dios no es soledad, sino comunión. El uno no es lo primero, sino el tres. Primero viene el tres. Luego, debido a la relación íntima entre los tres, viene el uno como expresión de la unidad de los tres. Creer en la Trinidad significa: en la raíz de todo lo que existe y subsiste hay movimiento, hay un proceso de vida, de extroyección, de amor. Creer en la Trinidad significa: la verdad está del lado de la comunión y no de la exclusión; el consenso traduce mejor la verdad que la imposición; la participación de muchos es mejor que el dictado de uno solo. Creer en la Trinidad implica aceptar que todo se relaciona con todo, formando un gran todo; que la unidad resulta de mil convergencias y no de un factor solamente.

Nosotros nunca vivimos; siempre convivimos. Todo lo que favorece la convivencia es bueno y vale la pena. Por eso vale la pena creer en ese modo comunitario de la existencia de Dios, de la forma trinitaria de Dios, que es siempre comunión v unión de tres.

No necesitamos responder a la cuestión: ¿Cómo se relaciona ese Dios-Trinidad con los hombres? Es algo evidente. El nos incluye a todos y nos sobrepasa con su comunión. Pero ¿cómo se relaciona con la utopía de los pobres y de los oprimidos? Estos casi siempre han sido vencidos y convencidos por los poderosos de que son débiles y de que no pueden vencer. Pero, a pesar de todo, viven, dormidos y despiertos, el sueño de una humanidad sin oprimidos ni opresores. Los oprimidos son los verdaderos portadores de esperanza, ya que son los únicos que viven de la esperanza y necesitan de ella para seguir resistiendo y buscando la liberación. ¿Qué es lo que desean finalmente los pobres? Quieren algo más que el pan, la casa y el trabajo. Quieren una sociedad que se organice de tal forma que todos con su trabajo puedan ganarse el pan y construir su casa. Y esa sociedad solamente se levantará cuando logre estructuras sobre la participación del mayor número posible de sus miembros, dispuesta a superar las desigualdades sociales, proponiéndose respetar las diferencias y decidir la realización de la comunión entre todos y con el destino trascendente a la historia.

En este contexto de búsqueda es donde la Trinidad gana especial importancia. En ella encontramos realizado de forma definitiva nuestro programa liberador. En efecto, en ella hay diferencia y distinción, hay igualdad y perfecta comunión y hay unión de personas hasta el punto de que son una sola realidad divina, dinámica y en eterna reproducción. Mirando hacia la Trinidad sacamos las oportunas consecuencias para nuestra realidad social con vistas a su trasformación. Considerando nuestros anhelos, especialmente el de los oprimidos, descubrimos en la Trinidad su concreción utópica, su convergencia final más allá de nuestra propia imaginación.

Vale la pena creer en la Trinidad y en un Dios-comunión, porque un Dios semejante se compagina con lo más excelente de nuestra naturaleza y no se opone a nuestras búsquedas más fundamentales. Al contrario, sale a nuestro encuentro y se ofrece a sí mismo como su plena realización.

CAPÍTULO 1

En el principio está la comunión de los tres, no la soledad del uno

1. De la soledad del uno a la comunión de los tres

¿Cómo es el Dios de nuestra fe? Muchos cristianos se imaginan a Dios como un ser infinito, omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que vive solo en el cielo y tiene a sus pies toda la creación. Es un Dios bondadoso, pero solitario. Otros le conciben como un padre misericordioso o un juez severo. Pero siempre piensan que Dios es solamente un ser supremo, único, sin posibles rivales, en el esplendor de su propia gloria. Podrá estar con los santos, con las santas y los ángeles en el cielo. Pero todos ellos son criaturas; por muy grandiosas que sean, no dejan de haber salido de las manos de Dios; por tanto, son inferiores, solamente semejantes a Dios. Pero Dios estaría fundamentalmente solo, porque hay un solo Dios. Esta es la fe del Antiguo Testamento, de los judíos, de los musulmanes y comúnmente de los cristianos.

Necesitamos pasar de la soledad del Uno a la comunión de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Al principio está la comunión entre varios, la riqueza de la diversidad, la unión como expresión de entrega y donación de una persona divina o las otras.

Si Dios significa tres personas divinas en eterna comunión entre sí, entonces hemos de concluir que también nosotros, sus hijos e hijas, estamos llamados a la comunión. Somos imagen y semejanza de la Trinidad. En virtud de esto, somos seres comunitarios. La soledad es el infierno. Nadie es una isla. Estamos rodeados de personas, de cosas y de seres por todas partes. Por causa de la santísima Trinidad, estamos invitados a mantener relaciones de comunión con todos, dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica, abierta, que respete las diferencias y beneficie a todos.

La fe cristiana no niega la afirmación: sólo existe un Dios. Pero comprende de forma distinta la unidad de Dios. Por la revelación del Nuevo Testamento, lo que existe de hecho es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios es Trinidad. Dios es la comunión de los divinos tres. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman de tal manera y están tan interpenetrados entre sí que están siempre unidos. Lo que existe es la unión de las tres divinas personas. La unión es tan profunda y radical que son un solo Dios. Es algo similar a tres fuentes que constituyen un único y mismo lago. Cada fuente corre en dirección a la otra; entrega toda su agua para formar un solo lago. Es algo similar a tres focos de una misma lámpara, que constituyen una sola luz.

Es preciso cristianizar nuestra comprensión de Dios. Dios es siempre la comunión de las tres divinas personas. Dios-Padre nunca está sin el Dios-Hijo y el Dios-Espíritu Santo. No es suficiente confesar que Jesús es Dios. Hay que decir que él es el Dios-Hijo del Padre junto con el Espíritu Santo. No podemos hablar de una persona sin hablar también de las otras dos.

2. En el principio está la comunión

Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en comunión recíproca. Coexisten desde toda la eternidad; nadie es anterior ni posterior, ni superior ni inferior al otro. Cada Persona envuelve a las otras, todas se interpenetran mutuamente y moran unas en otras. Es la realidad de la comunión trinitaria, tan infinita y profunda que los divinos tres se unen y son por eso mismo un solo Dios. La unidad divina es comunitaria, porque cada persona está en comunión con las otras dos.

¿Qué significa decir que Dios es comunión y por eso Trinidad? Sólo las personas pueden estar en comunión. Implica que una esté en presencia de la otra, distinta de la otra, pero abierta, en una reciprocidad radical. Para que haya verdadera comunión, tiene que haber relaciones directas e inmediatas: ojo a ojo, rostro a rostro, corazón a corazón. El resultado de la entrega mutua y de la comunión recíproca es la comunidad. La comunidad resulta de relaciones personales, en las que cada uno es aceptado como es, cada uno se abre al otro y da lo mejor de sí mismo.

Pues bien, decir que Dios es comunión significa que los tres eternos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, están vueltos unos a los otros. Cada persona divina sale de sí misma y se entrega a las otras dos. Da la vida, el amor, la sabiduría, la bondad y todo lo que es. Las personas son distintas (el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, y así sucesivamente), no para estar separadas, sino para unirse y poder entregarse unas a otras.

En el principio está no la soledad del uno, de un ser eterno, solo e infinito. En el principio está la comunión de los tres únicos. La comunión es la realidad más profunda y fundadora que existe. El amor, la amistad, la benevolencia y la entrega entre las personas humanas y divinas existen por causa de la comunión. La comunión de la santísima Trinidad no está cerrada sobre sí misma. Se abre hacia fuera. Toda la creación significa un desbordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que invitan a todas las criaturas, especialmente a las humanas, a entrar también ellas en el juego de la comunión entre sí y con las personas divinas. El mismo Jesús lo dijo muy bien: "Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Jn 17,21).

"Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo"(Juan Pablo II en Puebla, e128 de enero de 1979, hablando a la Asamblea del CELAM).

3. ¿Por qué solamente tres personas divinas y no dos o una sóla?

Hay muchas personas que se sienten intrigadas por el número tres de la Trinidad, ya que afirmamos que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo; por tanto, tres personas divinas. La dificultad se agiganta más aún cuando decimos: los tres son uno, es decir, las tres personas son un solo Dios. ¿Qué matemáticas son ésas, en las que tres es absurdamente igual a uno? En función de este tipo de raciocinio, dejan de tener fe en la Trinidad y abandonan el núcleo mejor del cristianismo. Y entonces dicen: lo más normal sería, entonces, admitir tres dioses o quedarse simplemente con un solo Dios.

En primer lugar, la Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) no es una cuestión de número. No estamos en matemáticas, donde las cantidades se suman, se restan, se multiplican o se dividen. Estamos en otro campo de pensamiento. Cuando decimos Trinidad no queremos hacer una suma de 1+1+1=3. La misma palabra Trinidad es una creación de nuestro lenguaje, que no se encuentra en la Biblia. Empezó a utilizarse después del año 150; comenzó primero con Teodoto, un hereje, y fue luego asumida por el teólogo laico Tertuliano (murió en el 220). En Dios no hay número. Cuando hablamos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo nos referimos siempre a un único. Lo único es la negación de todo número. Lo Único significa: sólo existe un ejemplar, como si en el firmamento hubiera sólo una estrella, o en el agua un solo pez y en la tierra un solo ser humano y nadie más. Entonces debemos pensar así: sólo existe el Padre como Padre y nadie

más; sólo existe el Hijo como Hijo y nadie más; sólo existe el Espíritu Santo como Espíritu Santo y nadie más. Rigurosamente hablando, no deberíamos decir "tres únicos", sino siempre: el único es único, tanto el Padre, como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pero para facilitar nuestra manera de hablar, decimos con poca precisión: "tres únicos" o también "Trinidad".

Pero no podemos pararnos en este tipo de reflexión; en caso contrario, diríamos con toda razón: ¡entonces existen tres dioses, porque está tres veces el único! Así estaríamos en el triteísmo. Aquí importa introducir la otra verdad: la interrelación, la inclusión de cada persona, la perijóresis. Los únicos no están entonces vueltos sobre sí mismos, sino que están eternamente relacionados unos con otros. El Padre es siempre el Padre del Hijo y del Espíritu Santo. El Hijo es siempre el Hijo del Padre junto con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es eternamente el Espíritu del Hijo y del Padre. Esta interacción y compenetración entre cada único hace que exista un solo Dios-comunión-unión.

Y es bueno que así sea, tres personas y un único amor, tres únicos y una sola comunión.

Si hubiera un único solo, un solo Dios, existiría, en definitiva, la soledad. Por detrás de todo el universo, tan diverso y tan armonioso, no habría la comunión, sino solamente la soledad. Todo terminaría como la punta de una pirámide: en un único punto solitario.

Si hubiera dos únicos, el Padre y el Hijo, habría primeramente la separación: uno sería distinto del otro. Luego estaría también la exclusión: uno no sería el otro. Faltaría la comunión entre ellos y, por tanto, la unión entre el Padre y el Hijo.

Pues bien, con la Trinidad alcanzamos la perfección, ya que se da la unión y la inclusión. Por la Trinidad se evita la soledad del uno, se supera la separación de dos (Padre e Hijo) y se va más allá de una exclusión de uno del otro (el Padre del Hijo, el Hijo del Padre). La Trinidad se permite la comunión y la inclusión. La tercera figura revela la apertura y la unión de los opuestos. Por eso, el Espíritu Santo, la tercera persona divina, fue comprendido siempre como la unión y la comunión entre el Padre y el Hijo, siendo la expresión de la corriente de vida y de interpenetración que vige entre los divinos únicos durante toda la eternidad.

Por consiguiente, no es arbitrario que Dios sea la comunión de tres únicos. La Trinidad muestra que, por debajo de todo lo que existe y se mueve, habita una dinámica de unificación, de comunión y de eterna síntesis de los

distintos en un infinito total, vivo, personal, amoroso y absolutamente realizador.

¿Por qué negar a las personas la verdadera información, aquel derecho fundamental de cada uno a saber de dónde vino, adónde va y cuál es su verdadera familia? Venimos de la Trinidad, del corazón del Padre, de la inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu Santo. Y peregrinamos hacia el reino de la Trinidad, que es comunión total y vida eterna.

4. Es peligroso decir: Un solo Dios en el cielo y un solo jefe en la tierra

Quedarse únicamente en la fe en un solo Dios, sin pensar en la santísima Trinidad como la unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es peligroso para la sociedad, para la política y para la Iglesia. Al contrario, decir que Dios es siempre comunión de las tres divinas personas permite fomentar la colaboración, las buenas relaciones y la unión entre los diversos miembros de una familia, de una comunidad y de una Iglesia. Veamos los peligros de un monoteísmo (afirmación de un solo Dios) rígido, fuera de la comprensión trinitaria. El puede engendrar y justificar el totalitarismo político, el autoritarismo religioso, el paternalismo social y el machismo familiar.

1. El totalitarismo político

Ha habido gente que decía en otros tiempos: Lo mismo que existe un solo Dios en el cielo, tiene que existir también un solo jefe en la tierra. Así es como surgieron los reyes, los líderes y los jefes políticos que dominaban ellos solos a sus pueblos, alegando que imitaban a Dios en el cielo. Dios solo gobierna y dirige el mundo, sin dar explicaciones a nadie. El totalitarismo político creó, por parte de los líderes, la prepotencia, y por parte de los liderados, la sumisión. Los dictadores pretenden saber ellos solos lo que es mejor para el pueblo. Quieren ejercer ellos solos la libertad. Todos los demás deben acatar sus órdenes y obedecer. La mayor parte de los países son herederos de una comprensión semejante del poder. Se ha metido en la cabeza del pueblo. Por eso es difícil aceptar la democracia, en la que todos ejercen la libertad y todos son hijos de Dios.

2. El autoritarismo religioso

Están también los que dicen: Como hay un solo Dios y existe un solo Cristo, así también debe existir una sola religión y un solo jefe religioso. Según esta comprensión, la comunidad religiosa está organizada en torno a un solo centro de poder, que lo sabe todo, que habla de todo, que lo hace

todo; los demás son simples fieles, que han de adherirse a lo que el jefe determina. Los evangelios, por ejemplo, no piensan así: está siempre la comunidad y, dentro de ella, los coordinadores para animar a todos.

3. El paternalismo social

Algunos se imaginan a Dios como un gran padre. Con su providencia atiende a todo y retiene sólo en sí todo el poder. Los grandes señores de este mundo dominan apelando al nombre de Dios-amo, en la sociedad y en la familia. Se olvidan de que Dios tiene un Hijo y que convive con el Espíritu Santo en igualdad perfecta. Dios Padre no sustituye los esfuerzos de los hijos e hijas. Nos invita a colaborar. Sólo la fe en un Dios-comunidad y comunión ayuda a crear una convivencia fraterna.

4. El machismo familiar

Dios, por ser Padre, es representado como masculino. Lo masculino asume entonces todos los valores, rebajando a lo femenino y a la mujer. Surge así el dominio del macho y una cultura machista. Esta cultura hizo tensas todas las relaciones y privó a todos de expresar su ternura, especialmente a las mujeres, relegadas a ser tan sólo fuerza auxiliar del hombre. Dios es un Padre que engendra; mostró en su revelación rasgos femeninos y maternales. Por eso se le comprende también como Madre de bondad insondable. Pensando siempre en los tres juntos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como iguales y con la misma dignidad, quitamos el soporte ideológico del machismo, que tan perjudicial ha sido para nuestras relaciones familiares.

La fe en la santísima Trinidad es un correctivo para nuestras desviaciones y una poderosa inspiracion para vivir bien en el mundo y en las Iglesias.

Si Dios es trinidad de personas, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, entonces el principio creador y sustentador de toda unidad en los grupos, en la sociedad y en las Iglesias tiene que ser la comunión entre todos los participantes, es decir, la convergencia amorosa y el consenso fraterno.

5. Una experiencia desintegrada de la santísima Trinidad

El Padre, el Hijo y el Espíritu siempre están juntos: crean juntos, salvan juntos y juntos nos introducen en su comunión de vida y de amor. En la santísima Trinidad no se realiza nada sin la comunión de las tres personas. En la piedad de muchos fieles hay una desintegración de la vivencia del Dios trino. Algunos sólo se quedan con el Padre, otros sólo con el Hijo y,

finalmente, otros sólo con el Espíritu Santo. De esta manera surgen desviaciones en nuestro encuentro con Dios que perjudican a la propia comunidad.

1. La religión sólo del Padre: el patriarcalismo

La figura del padre es central en la familia y en la sociedad tradicional. El dirige, decide y sabe. Así, algunos se representan a Dios como un padre todopoderoso, juez de la vida y de la muerte de los hijos e hijas. Todos dependen de él y, por eso, son considerados como menores. Esta comprensión puede llevar a que los cristianos se sientan resignados en su miseria y alimenten un espíritu de sumisión a los jefes, al papa y a los obispos, sin creatividad alguna. Dios es ciertamente Padre, pero Padre del Hijo, que, junto con el Espíritu Santo, viven en comunión e igualdad.

2. La religión sólo del Hijo: vanguardismo

Otros se quedan sólo con la figura del Hijo, Jesucristo. El es el "compañero", el "maestro" o "nuestro jefe". Especialmente entre los jóvenes y en los cursillos de cristiandad se ha desarrollado una imagen entusiástica y joven de Cristo, hermano de todos y líder que entusiasma a los hombres. Es un Jesús relacionado sólo por los lados, sin ninguna dimensión vertical, en dirección al Padre. Esta religión crea cristianos vanguardistas, que pierden contacto con el pueblo y con el caminar de las comunidades.

3. La religión sólo del Espíritu Santo: espiritualismo

Hay sectores cristianos que se concentran solamente en la figura del Espíritu Santo. Cultivan el espíritu de oración, hablan en lenguas, imponen las manos y dan cauce a sus emociones interiores y personales. Estos cristianos se olvidan de que el Espíritu es siempre el Espíritu del Hijo, enviado por el Padre para continuar la obra liberadora de Jesús. No basta la relación interior (Espíritu Santo), ni solamente hacia los lados (Hijo), ni sólo la vertical (Padre). Hay que integrar las tres. ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos un Padre que nos acoge? ¿Qué sería de nosotros si ese Padre no nos diese a su Hijo para hacernos también hijos? ¿Qué sería de nosotros si no hubiésemos recibido al Espíritu Santo, enviado por el Padre a petición del Hijo para morar en nuestra interioridad y completar nuestra salvación? ¡Vivamos la fe completa, en una experiencia completa de la imagen completa de Dios como trinidad de personas!

La persona humana, para ser plenamente humana, necesita relacionarse por los tres lados: hacia arriba, hacia los lados y hacia dentro. Es que la

Trinidad nos sale al encuentro: el Padre está infinitamente "arriba"; el Hijo es el radical "para todos los lados" y el Espíritu en el total (hacia dentro).

6. La misma gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

El cristiano comienza y termina el día con la oración de "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo". Se trata de algo mucho más importante que una profesión de fe en el Dios cristiano, que es siempre el Dios trino; es una alabanza a las tres divinas personas, por haberse revelado en la historia y habernos invitado a participar de su comunión divina. La respuesta humana a la revelación de la santísima Trinidad es el agradecimiento y la glorificación. En primer lugar, quedamos entusiasmados, pues percibimos que, con la existencia de las tres divinas personas, estamos envueltos en la vida y en el amor que irradian de su comunión íntima. Luego empezamos a pensar cómo son las tres personas en comunión, qué cualidades posee cada una de ellas y cómo se relacionan con la creación.

Jesús nos reveló su secreto de Hijo y su relación íntima con el Padre en una oración cargada de la alegría del Espíritu: "Yo te alabo, Padre, señor del cielo y de la tierra... Nadie conoce al hijo sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera manifestar" (Lc 10,21-22). Así también nosotros nos acercamos a la santísima Trinidad por la oración, por la adoración y por la acción de gracias.

¿Qué estamos diciendo cuando rezamos "Gloria"? Gloria es de suyo la manifestación de la Trinidad tal como es: comunión de los divinos tres. Gloria es revelar la presencia de Dios trino en la historia. La presencia siempre trae alegría, fascinación y sentimiento de comunión. Saber que Dios es comunión de tres personas que se aman infinita y eternamente en descubrir la belleza de Dios, su esplendor y la alegría. Un Dios solo carece de belleza y de humor. Tres personas unidas en la comunión y en la misma vida, entregadas unas a otras eternamente, causan un enorme asombro y una íntima alegría. Esta alegría es mayor cuando nos sentimos invitados a la participación.

Cuando rezamos el "Gloria" queremos devolver la gloria que descubrimos de Dios. Gloria con gloria se paga. Agradecemos que la santísima Trinidad quiera manifestarse, venir a morar con nosotros. Le damos gracias al Padre porque posee un Hijo unigénito y nos ha creado como hijos e hijas en el Hijo, en la fuerza del amor del Espíritu Santo. Quedamos contentos, porque nos ha enviado a su propio Hijo para ser nuestro hermano y salvador. Agradecemos que el Padre y el Hijo nos entregaran el Espíritu Santo, que nos ayuda a aceptar a Jesucristo y nos enseña a rezar diciendo

"Padre nuestro", santificándonos e introduciéndonos en la comunidad trinitaria a partir de nuestro propio corazón hecho templo del Espíritu.

Muchas veces, al acostarme por la noche, me he preguntado: ¿Cómo es Dios? ¿Qué nombre expresa la comunión de los divinos tres? Y no he encontrado ninguna palabra ni he visto ninguna luz. Comencé entonces a alabar y glorificar. Y en aquel momento mi corazón se llenó de luz. Y ya no pregunté más: estaba dentro de la misma comunión divina.

7. La santísima Trinidad es un misterio para ser siempre conocido de nuevo

Decimos de ordinario que la santísima Trinidad es el mayor misterio de nuestra fe. ¿Cómo es que tres personas pueden ser un solo Dios? En efecto, la santísima Trinidad es un misterio augusto ante el cual vale más callarse que hablar. Pero hemos de entender correctamente lo que queremos decir cuando hablamos de misterio. Normalmente se entiende por misterio una verdad revelada por Dios que no puede ser conocida por la razón humana: ni se conoce su existencia ni —después de revelada— se conoce su contenido.

En esta acepción el misterio significa el límite de la razón humana. Esta intenta entender, pero cuando se han agotado sus fuerzas renuncia a las reflexiones y acepta humildemente, por causa de la autoridad divina, la verdad revelada. Este concepto de misterio fue asumido en una época de la Iglesia en la que los filósofos querían sustituir la revelación divina por la filosofía; en el siglo xix hubo algunos pensadores que se atrevieron a decir que todas las verdades del cristianismo no eran más que verdades naturales, por lo cual era posible prescindir de las Iglesias y asimilar las llamadas verdades reveladas en los sistemas de pensamiento.

La comprensión más original y correcta del misterio viene de la Iglesia antigua. Misterio significaba entonces no una realidad escondida e incomprensible al entendimiento humano, sino más bien el designio de Dios revelado a unas personas privilegiadas, como los grandes místicos, las personas santas, los profetas y los apóstoles, y comunicado a todos por medio de ellos. El misterio debe ser conocido y reconocido por los hombres y las mujeres. No significaba el límite de la razón, sino lo ilimitado de la razón. Cuanto más conocemos a Dios y su designio de comunión con los seres humanos, más nos sentimos invitados y desafiados a conocer y a profundizar.

Y podemos profundizar durante toda la eternidad sin llegar jamás al fin. Subimos de un peldaño de conocimientos a otro peldaño, abriendo cada

vez más los horizontes sobre lo infinito de la vida divina, sin vislumbrar nunca un límite. Dios es así vida, amor, sobreabundancia de comunicación, en la que nosotros mismos quedamos sumergidos. Esta visión del misterio no provoca angustia, sino expansión del corazón. La santísima Trinidad es misterio ahora y lo será por toda la eternidad. Nosotros lo conoceremos cada vez más, sin agotar nunca nuestra voluntad de conocer y de alegrarnos con el conocimiento que vamos adquiriendo progresivamente. Conocemos para cantar, cantamos para amar, amamos para estar juntos en comunión con las divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

"Dios puede ser aquello que no podernos entender" (san Hilario). "¡Qué profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos.!.. De él y por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén"  (epístola a los Romanos 11,33.36).

8. La "perijóresis": La interpenetración de las tres divinas personas

Siempre que hablamos de la santísima Trinidad hemos de pensar en la comunión de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta comunión significa la unión de las personas y la manifestación, de esta forma, del único Dios trino. ¿Cómo se da esta comunión entre las divinas personas? Los teólogos ortodoxos han acuñado una expresión que comenzó a divulgarse a partir del siglo VII, especialmente por san Juan Damasceno (muerto en el 750): perijóresis. Como no existe una buena traducción en ninguna lengua moderna, creemos conveniente mantenerla en griego. Pero hemos de entenderla bien, ya que nos abre una comprensión fructuosa de la santísima Trinidad. Perijóresis quiere decir, en primer lugar, la acción de envolver cada una de las personas a las otras dos. Cada persona divina penetra en la otra y se deja penetrar por ella. Esta interpenetración es expresión del amor y de la vida que constituyen la naturaleza divina. Es propio del amor comunicarse; es natural que la vida se desarrolle y quiera comunicarse. De la misma manera, los divinos tres se encuentran desde toda la eternidad en una infinita eclosión de amor y de vida, uno en dirección al otro.

El efecto de esta mutua interpenetración es que cada persona mora en la otra. Este es el segundo sentido de perijóresis. En palabras sencillas, esto significa: el Padre está siempre en el Hijo, comunicándole la vida y el amor; el Hijo está siempre en el Padre, conociéndolo y reconociéndole amorosamente corno Padre; el Padre y el Hijo están en el Espíritu Santo como expresión mutua de vida y de amor; el Espíritu Santo está en el Hijo y en el Padre como fuente y manifestación de la vida y del amor de esta fuente abismal. Todos están en todos. Lo definió muy bien el concilio de

Florencia en el año 1441: "El Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo. El Hijo está todo en el Padre y todo en el Espíritu Santo. El Espíritu está todo en el Padre y todo en el Hijo. Ninguno precede al otro en eternidad, ni lo supera en grandeza, ni le sobrepuja en poder".

Así pues, la santísima Trinidad es un misterio de inclusión. Esta inclusión impide que entendamos a una persona sin las otras. El Padre debe comprenderse siempre junto con el Hijo y con el Espíritu Santo, y así sucesivamente. Alguno podría pensar: ¿Habrá entonces tres dioses, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Los habría si uno estuviese al lado del otro, sin relación con él; los habría si no hubiese relación e inclusión de las tres divinas personas. No existen primero los tres y luego su relación. Los tres conviven sin principio y se entrelazan eternamente. Por eso son un solo Dios, un Dios-Trinidad.

"La física moderna ha demostrado que no podemos hablar ya de partículas elementales, como átomos, núcleos y hadrones. En la nueva visión, el universo se concibe como una trama de acontecimientos siempre relacionados; todos los fenómenos naturales están interligados, de manera que ninguno puede explicarse por sí mismo sin los otros. Es el reflejo de la perijóresis divina dentro de la creación"(Fritjof Capra, en el capítulo `Interpenetracáo" del libro O Tao da Fisica, S. Paolo 1987, 213-225).

9. Las dos manos del Padre: el Hijo y el Espíritu Santo

¿Cómo se reveló la santísima Trinidad? Hay dos caminos que debemos seguir. En primer lugar, la santísima Trinidad se reveló en la vida de las personas, en las religiones, en la historia y, luego, en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, y en la manifestación del Espíritu Santo en las comunidades de la primitiva Iglesia y en el proceso histórico hasta los días de hoy. Aun cuando los hombres y las mujeres no supieran nada de la santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitaban desde siempre en la vida de las personas. Siempre que las personas seguían las llamadas de sus conciencias; siempre que obedecían más a la luz que a las ilusiones de la carne; siempre que realizaban la justicia y el amor en las relaciones humanas, estaba presente la santísima Trinidad. Porque Dios trino no se encuentra fuera de esos valores a que aludíamos. San Ireneo (murió por el año 200) dijo acertadamente: "El Hijo y el Espíritu Santo constituyen las dos manos por las cuales nos toca el Padre, nos abraza y nos moldea cada vez más a su imagen y semejanza. El Hijo y el Espíritu Santo han sido enviados al mundo para morar entre nosotros e insertarnos en la comunión trinitaria".

La santísima Trinidad, en este sentido, no estuvo nunca ausente de la historia, de las luchas y de la vida de las personas de todos los tiempos. Hemos de distinguir siempre entre la realidad de la santísima Trinidad y la doctrina sobre ella. La realidad de las tres divinas personas ha acompañado siempre a la historia humana. La doctrina surgió luego, cuando las personas captaron la revelación de la santísima Trinidad y pudieron formular doctrinas trinitarias.

La revelación misma de la santísima Trinidad en toda su claridad sólo vino por medio de Jesucristo y por las manifestaciones del Espíritu Santo. Hasta entonces, en las religiones, en los profetas del Antiguo Testamento y en algunos textos sapienciales aparecían algunas alusiones trinitarias. Con Jesús irrumpió la conciencia clara de que Dios es Padre que envía a su Hijo unigénito, encarnado en Jesús de Nazaret en virtud del Espíritu Santo; él formó la santa humanidad de Jesús en el seno de la virgen María y llenó a Jesús de entusiasmo para predicar y curar, así como envió a los apóstoles para dar testimonio y fundar comunidades cristianas. Sólo podremos entender a Jesucristo si lo comprendemos tal como nos lo presentan los evangelios: como Hijo del Padre y lleno del Espíritu Santo. La Trinidad no se revela como una doctrina, sino como una práctica: en los comportamientos y palabras de Jesús y en la acción del Espíritu Santo en el mundo y en las personas.

¡Padre, extiende tu mano y sálvanos de esta miseria! Y el Padre, que escucha el grito de sus hijos e hijas oprimidos, extendió sus dos manos para liberarnos y abrazarnos en su seno bondadoso: el Hijo y el Espíritu Santo.

CAPÍTULO 2

El proceso de revelación de la santísima Trinidad

10. ¿Cómo se reveló el Padre de cariño infinito?

El texto más importante que se aduce para la revelación de la santísima Trinidad por parte de Jesús es su palabra de despedida en Mateo: "Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (28,19). Este mandato de Jesús sólo se encuentra en el evangelio de san Mateo; falta en los otros tres evangelios.

Los estudiosos piensan que esta fórmula es tardía, ya que recoge la experiencia bautismal de la comunidad primitiva en el tiempo en que se escribió el evangelio de san Mateo, por el año 85. Aquella comunidad había meditado mucho en la vida y en las palabras de Jesús. A partir de allí comprendió que Jesús nos había revelado de hecho quién es Dios, es decir, la santísima Trinidad, y que en nombre de ese Dios trino tenían que ser bautizados los creyentes. Jesús está en el origen de esta fórmula eclesial.

Vamos a considerar cómo nos reveló Jesús las tres personas divinas. Comencemos por el nombre del Padre. Sabemos que Jesús siempre llamó a Dios Abba, que quiere decir "papá". Si uno llama a Dios Padre es porque se siente hijo. Este Padre es de infinita bondad y misericordia. Jesús mantuvo en sus largas oraciones una profunda intimidad con él. Si se muestra misericordioso con los pecadores es porque está imitando al Padre celestial, que es fundamentalmente misericordioso y ama a los ingratos y malos (Lc 6,35).

¿Cómo actúa el Padre? El Padre actúa en el mundo con vistas a la implantación de su Reino. Jesús hace del mensaje del reino de Dios el centro de su predicación. Reino no significa un territorio sobre el cual tiene dominio un rey. Reino es el modo de actuar del Padre mediante el cual va liberando a toda la creación de los males del pecado, de la enfermedad, de las divisiones y de la muerte, e implantando el amor, la fraternidad y la vida.

Jesús, con su palabra y con su práctica, se empeña en inaugurar ya en este mundo el reino del Padre. Y lo hace, como veremos a continuación, en la fuerza del Espíritu Santo. Jesús se siente tan unido con este Padre, que puede confesar: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). El Padre amó al Hijo "antes de la creación del mundo" (Jn 17,24). Por tanto, incluso antes de ser creador, Dios era el Padre del Hijo eterno, que se encarnó y se llamó Jesucristo. El nos revela al Padre porque dijo: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9).

El Padre es Padre, no ante todo por ser creador. Antes de la creación ya era Padre, porque eternamente era el Padre del Hijo. En el Hijo él nos imaginó como hijos e hijas suyos y, por tanto, como hermanos y hermanas del Hijo. Desde siempre estábamos en el corazón del Padre. Allí están nuestras raíces.

11. ¿Cómo se reveló el Hijo, nuestro hermano?

El Hijo se reveló asumiendo la santa humanidad de Jesús de Nazaret. Pero debemos respetar el camino que él escogió para manifestarse a las personas. No empezó diciendo enseguida que estaba encarnado en Jesús. Los discípulos, viendo cómo rezaba, cómo actuaba y cómo hablaba, fueron descubriendo la realidad de la filiación divina de Jesús, y así descubrieron la presencia de la segunda persona de la santísima Trinidad.

En primer lugar, el Hijo se revela en la forma de rezar de Jesús. Llama a Dios su "querido papá". El que llama a Dios papá se siente su hijo querido. Y, de hecho, Jesús dice: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera manifestar" (Lc 10,22). En la oración Jesús revelaba su unión e intimidad con el Padre. Entonces podía decir: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). Se sentía Hijo, pero con la misma naturaleza del Padre, viviendo una misma comunión.

En segundo lugar, Jesús actuaba como quien era el Hijo de Dios y el representante del Padre. Se compadecía de todos los que sufrían y de todos los pobres. Curaba y consolaba. Las personas agraciadas tenían la sensación de estar ante el poder personalizado de Dios. Pedro confesaba: "¡Tú eres el Hijo de Dios vivo!" Los enemigos de Jesús se dieron cuenta de que Jesús invadía el espacio divino. Perdonaba pecados, cosa que solamente Dios puede hacer; modificaba la ley santa del Antiguo Testamento o introducía interpretaciones liberadoras. Con razón le acusaban: "Llama a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios" (Jn 5,18).

En tercer lugar, el mismo cielo dio testimonio en favor de Jesús, el Hijo de Dios. No sabemos si el relato bíblico se refiere a un acontecimiento concreto o se trata de expresar, por esta forma literaria, la experiencia íntima de Jesús, comunicada de alguna manera a los discípulos. De todas formas, en el bautismo de Jesús y en la transfiguración del monte Tabor se oyó la voz: "Este es mi Hijo amado, mi predilecto" (Mt 3,17; 17,5). Aquí se revela lo que Jesús escondía con recato: su filiación divina.

Finalmente, la muerte y la resurrección de Jesús son momentos cruciales en los que se revela la verdadera naturaleza de Dios y de las otras dos personas divinas: el amor y la plena comunión. En la muerte, Jesús entrega totalmente su vida a los demás. Esta muerte es fruto del rechazo que Jesús sufrió. Pero no deja que la muerte sea solamente expresión del rechazo de su persona, del Dios que anuncia y del Reino. Asume libremente la muerte como expresión suprema de su amor para con quien lo rechaza. Quiere que la última palabra la tenga la comunión y no la exclusión. Jesús murió en solidaridad y en comunión hasta con los enemigos que le condenaban para garantizar el triunfo del amor y de la comunión. Este triunfo se revela en la resurrección, que es la plenitud de la

vida en total comunicación y realización. Esta vida revelada en la resurrección es la misma que estaba en la cruz. Por eso existe una unidad entre la muerte y la resurrección: hay un solo misterio pascual. Este misterio revela la esencia de la santísima Trinidad: el amor y la comunión. En este misterio está presente el Padre, que ama y que sufre con el Hijo; está presente el Espíritu Santo, por cuya fuerza el Hijo entrega su vida y mantiene la comunión hasta el fin.

Si queremos estar unidos a la santísima Trinidad, hemos de seguir el mismo camino que Jesús: rezar con intimidad, actuar con radicalidad por la justicia y la comunión y aceptar la misma muerte como forma de entrega total y de comunión última hasta con los enemigos.

 

12. ¿Cómo se reveló el Espíritu Santo, nuestra fuerza?

El Espíritu Santo es la segunda mano por la que el Padre nos alcanza y nos abraza. El Padre y el Hijo enviaron al mundo al Espíritu Santo. Ya antes el Espíritu actuaba desde siempre en la tierra: fomentando la vida, animando el coraje de los profetas, inspirando sabiduría para las acciones humanas. Su mayor obra fue venir sobre María y formar en su seno la santa humanidad del Hijo encarnado en Jesús; bajó sobre Jesús con ocasión del bautismo de Juan; en la fuerza del Espíritu, Cristo hace portentos para liberar al hombre de sus miserias. El mismo Jesús dijo: "Si echo los demonios con el Espíritu de Dios, es señal de que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Mt 12,28). Después de la ascensión de Jesús a los cielos, es el Espíritu el que profundiza y difunde el mensaje de Cristo. El nos hace acoger con fe y con amor a la persona del Hijo y nos enseña a rezar: ¡Abba, Padre nuestro!

Hay cuatro lugares privilegiados de revelación del Espíritu Santo. El primero es la virgen María. El moró en ella. La elevó a la altura de lo divino. Por eso lo que nace de María, como dice san Lucas, será llamado Hijo de Dios (Lc 1,35). Lo femenino fue tocado por lo divino y también eternizado. La mujer posee en Dios su propio lugar.

El segundo lugar es Jesucristo. Jesús estaba lleno del Espíritu. Por eso era el hombre nuevo, totalmente libre y liberado de todas las ataduras históricas. En la fuerza del Espíritu lanza su programa mesiánico de total liberación (Lc 4,18-21). El Espíritu y Cristo siempre estarán juntos para conducir de nuevo a la creación al seno de la santísima Trinidad.

El tercer lugar es la misión. El Espíritu baja en pentecostés sobre los apóstoles, les quita el miedo y los envía a difundir el mensaje de Cristo

entre todos los pueblos. Es el Espíritu el que en la misión permite ver y realizar la unidad en la pluralidad de naciones y de lenguas. La variedad no tiene por qué significar confusión, sino riqueza de la unidad.

El cuarto lugar es la comunidad humana y eclesial. Dentro de ella aparecen muchos servicios y habilidades. Unos saben consolar, otros coordinar, otros escribir, otros construir. De la misma forma, en la comunidad cristiana existe todo tipo de servicios y ministerios, bien en favor de la comunidad o bien en favor de la sociedad, rompiendo muchas veces los esquemas e inaugurando lo nuevo. Todo proviene del Espíritu. Los cristianos han meditado sobre estas manifestaciones y han sacado la siguiente conclusión: el Espíritu Santo también es Dios con el Padre y el Hijo. No son tres dioses, sino un solo Dios en comunión de personas.

Estas son las señales de la presencia del Espíritu: cuando hay entusiasmo en el trabajo de la comunidad, cuando hay coraje para inventar caminos nuevos para nuevos problemas, cuando hay resistencia contra todo género de opresión, cuando hay voluntad de liberación empezando por la justicia de los pobres, cuando hay hambre y sed de Dios y unción en el corazón.

13. La conciencia trinitaria de los primeros cristianos

En el Nuevo Testamento tenemos la revelación de la santísima Trinidad. Pero no existe allí una doctrina elaborada sobre este hecho. La doctrina supone el cuestionamiento, la reflexión y la sistematización de las ideas. Esto no surgirá hasta dos siglos más tarde, cuando los cristianos tuvieron que elaborar ideas claras sobre la divinidad de Jesús y la del Espíritu Santo.

Pero en los escritos de los primeros cristianos, particularmente en las cartas de san Pablo, de san Pedro y de san Juan, se percibe la conciencia trinitaria. Esta conciencia se expresa mediante fórmulas ternarias, es decir, mediante formas de pensar y de hablar en las que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo aparecen siempre juntos. Este hecho demuestra que hay allí una fe en la santísima Trinidad, aunque no se perciba claramente una doctrina bien elaborada sobre la misma; podemos decir que esta doctrina sólo está allí a manera de embrión. Veamos algunos de los textos más significativos.

El primero es el de la comunidad eclesial de san Mateo: "Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (28,19). Ya hemos dicho que se trata de un texto tardío (por el año 85) y significa que por el bautismo el fiel es

introducido en la comunidad de la Trinidad y está bajo la protección de los divinos tres.

El segundo texto en importancia es el de san Pablo, que hoy se utiliza en todas las misas: "La gracia de Jesucristo, el Señor; el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Cor 13,13). La fórmula ternaria es tan explícita que nos dispensa de todo comentario.

Otro texto trinitario es el de la carta a los Tesalonicenses: "Pero nosotros debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos queridos del Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para salvaros por la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad. Precisamente para esto os llamó por nuestra predicación del evangelio, para que alcancéis la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (2Tes 2,13-14). Aquí aparecen juntos, en la obra de la salvación, los divinos tres. Conviene recordar que siempre que el Nuevo Testamento habla de Dios sobrentiende al Padre. Textos semejantes a los citados son los de 1 Cor 12,4-6 y Gál 3,11-14; 2Cor 1,21-22; 3,3; Rom 14,17-18; 15,16; 15,40; Flp 3,3; Ef 2,20-22; 3,14-16.

Destaquemos, además, otros textos en virtud de su claridad: "Y como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestroscorazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre! (Gál 4,6). "Dios es el que a nosotros y a vosotros nos mantiene firmes en Cristo y nos ha consagrado; él nos ha marcado con su sello y ha puesto en nuestros corazones el Espíritu como prenda de salvación" (2Cor 1,21-22). "Por él (por Jesucristo) los unos y los otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

Habría otros textos que podrían ser leídos sin mayores explicaciones, como en la epístola de Tito 3,4-6, en la primera de Pedro 1,2, en la epístola de Judas 20-21, en el Apocalipsis 1,4.5 y en otros más.

La tónica de estos textos es siempre la siguiente: en la obra de la aproximación liberadora de Dios a los seres humanos siempre aparecen los tres divinos en comunión, actuando juntos e insertándonos en su vida divina.

Más importante que la conciencia del bien es hacer el bien. Más importante que saber cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios es vivir la comunión, que es la esencia de la Trinidad.

14. El Antiguo Testamento: Preparación para la revelación de la santísima Trinidad

Si el único Dios verdadero se llama Trinidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, entonces hemos de admitir que toda revelación divina, en cualquier parte de la historia, significa una manifestación de la santísima Trinidad. Ciertamente, la gente no sabe que el encuentro con Dios implica siempre un encuentro con las tres divinas personas; pero una vez descubierta esta verdad, siempre podemos decir: toda experiencia auténtica de Dios significa realmente una experiencia del Dios trinitario. A la luz de esta verdad podemos releer las religiones del mundo, y particularmente el Antiguo Testamento. Allí percibimos indicios de una conciencia de que en Dios hay diversidad y de que en él existe la comunión y el amor. Así, en el Antiguo Testamento se profesa la fe de que existe solamente un único dios, pero al mismo tiempo se afirma que este Dios salió de sí mismo, que estableció una alianza con los hombres y con las mujeres, que toma partido por los oprimidos y quiere su liberación.

En los escritos del Antiguo Testamento descubrimos tres personificaciones que aluden a la fe futura en la santísima Trinidad. En primer lugar, se personifica la sabiduría. Ella es el Dios presente entre los hombres, que abre caminos donde hay dudas, que enciende la luz en medio de la búsqueda de los hombres. Ella es Dios, pero posee una relativa autonomía respecto al mismo Dios. En segundo lugar, se personifica la palabra de Dios. Por la palabra, Dios está en medio de la comunidad; por medio de ella él comunica su voluntad, juzga la historia, salva y promete al futuro liberador. Esta palabra es Dios, pero al mismo tiempo mantiene una relativa independencia de él, lo cual demuestra que en Dios hay unidad y diversidad. Finalmente, se personifica también a la fuerza de Dios: es el Espíritu de sabiduría, de discernimiento, de coraje, de santidad. Esta fuerza de Dios se manifiesta en la creación, en la historia, en la vida de las personas, particularmente en los justos y en los profetas. El Nuevo Testamento vio en estas manifestaciones la presencia del Espíritu Santo, tercera persona de la santísima Trinidad.

La santísima Trinidad quiso manifestarse progresivamente a las personas humanas. Primero, como enseñaba san Epifanio, "se enseña la unidad en Moisés, luego se anuncia la dualidad en los profetas y, finalmente, se encuentra la Trinidad en los evangelios".

La revelación es como la vida. Hay siempre una preparación de lo que va a surgir. La aurora prepara el sol naciente, la semilla la planta, la flor el fruto. Así, el Antiguo Testamento prepara el Nuevo; el Dios de la alianza, al Dios de la comunión.

CAPÍTULO 3

La razón humana y la santísima Trinidad

15. Cómo expresaron los cristianos la santísima Trinidad

La venida del Hijo y del Espíritu Santo inauguró un tiempo nuevo en la humanidad. Los primeros cristianos, al ver las acciones y las palabras de Cristo y estando atentos a las manifestaciones del Espíritu Santo, llegaron a la conclusión de que Dios-Padre los había enviado y que los tres eran el Dios en comunión e intercomunicación.

Al principio, no había reflexión teológica sobre esta convicción. El ambiente litúrgico fue el primer lugar de expresión de la fe trinitaria. Las doxologías, esto es, las oraciones de alabanza y de acción de gracias, constituyeron las oportunidades primordiales en las que los fieles atestiguaron la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Las oraciones antiguas, lo mismo que las nuestras de hoy, terminaban siempre con el "Gloria al Padre, por el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo".

Estaba, además, la práctica sacramental. Se celebraba de forma solemne el bautismo y la eucaristía. Siguiendo el mandato del resucitado, conservado en Mateo (28,19), los cristianos bautizaban "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Los primeros formularios de misas (anáforas o canon) se estructuraban siempre de forma trinitaria. El Padre es siempre el fin y el objetivo de toda celebración. En ella se celebran los misterios de la vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús, se recuerda la venida del Espíritu en pentecostés y su actuación en la comunidad y en la historia. Y todo esto se hace para insertar a las personas en la comunión trinitaria.

También conocemos los primeros credos (llamados "símbolos" en la Iglesia antigua). Allí había ya una clara conciencia trinitaria. El rito actual del bautismo todavía conserva la misma estructura de expresión de fe que el rito del siglo II en Roma. Allí se dice: "Creo en Dios, Padre todopoderoso..., y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor... Creo en el Espíritu Santo". Todavía hoy los cristianos suelen comenzar y terminar el día haciendo la señal de la cruz; es una expresión de fe en el Dios cristiano, que es siempre la comunión y la copresencia de las tres personas.

Finalmente, a partir del siglo al empezaron las reflexiones teológicas. En primer lugar, se pensó sobre la verdadera naturaleza de Cristo, la misma del Padre; por eso es igualmente Dios, como y con el Padre. Luego se llegó a la idea clara de que también el Espíritu es igualmente Dios como y

con el Padre y el Hijo. Solamente el año 381, en el concilio de Constantinopla, se definió con todas las palabras que Dios es tres personas en la unidad de una misma naturaleza de amor y de comunión.

El pensamiento reflejo no tiene nunca la primera palabra. Primero viene la vida, la celebración de la vida y el trabajo. Luego viene la reflexión y la doctrina. Lo mismo pasó con los primeros cristianos. Comenzaron alabando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y bautizando luego a los que creían en el nombre de la Trinidad Tan sólo al final empezaron a reflexionar sobre lo que celebraban y sobre lo que hacían.

16. Tres maneras de entender la santísima Trinidad

A lo largo de la historia los cristianos han desarrollado tres modalidades principales de presentar de forma más sistemática el misterio de la santísima Trinidad. ¿Por dónde empezar? Veamos cada una de estas formas: la griega, la latina y la moderna.

Los griegos partían de la persona del Padre. Veían en él la fuente y el principio de toda la divinidad y de todas las cosas que existen. Lo dice bien el credo: "Creo en Dios Padre todopoderoso". Este Padre está lleno de inteligencia y de amor. Al expresarse a sí mismo, engendra de sí al Hijo como la expresión suprema de su naturaleza. Es su palabra, reveladora de su misterio sin principio. Al proferir la palabra (el Hijo) emite también el soplo: espira al Espíritu Santo, que sale del Padre simultáneamente con el Hijo. De esta manera el Padre entrega a las dos personas toda su sustancia y su naturaleza. De esta forma los tres son consustanciales, es decir, poseen juntos la misma naturaleza y por eso son Dios.

Los latinos partían de la única naturaleza divina. Esta naturaleza es espiritual. Por eso está llena de vitalidad y de dinamismo interior. Este principio espiritual, en cuanto que es eterno, sin principio y sin fin, se llama Padre. En cuanto que el Padre se conoce a sí mismo, se proyecta hacia fuera como palabra, engendra al Hijo. En cuanto que el Padre y el Hijo se vuelven el uno hacia el otro, se reconocen y se aman, espiran juntos (como de un solo principio, como en un solo movimiento) al Espíritu Santo. Si los griegos acentuaban en el credo la expresión Padre ("Creo en Dios Padre todopoderoso"), los latinos se detenían más en Dios ("Creo en Dios, Padre todopoderoso"); solamente luego pasaban a la persona del Padre.

Los modernos prefieren partir de las relaciones entre las tres divinas personas. Parten decididamente de la novedad cristiana. Dios es, desde el principio, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero las tres personas están de tal manera interpenetradas unas en las otras, mantienen entre sí un lazo de

amor tan íntimo y tan fuerte, que son un solo Dios. Son tres amantes de un solo amor o son tres sujetos de una única comunión.

Cada una de estas visiones tiene sus ventajas. En un mundo donde se tiende a venerar muchos dioses y fetiches es aconsejable partir de la unidad de la naturaleza divina. En una realidad en donde se acentúa demasiado la unicidad y lo absoluto de Dios y la concentración del poder político y religioso es conveniente partir de la trinidad de personas en comunión. En una sociedad de egoísmo, en donde no hay comunión suficiente para humanizar las relaciones ni se respetan las diferencias, está indicado partir de las relaciones iguales, amorosas y unitivas entre las tres personas. Entonces aparece con claridad que la santísima Trinidad es la mejor comunidad y que es el programa de liberación de los cristianos.

A los filósofos les agrada ver en Dios al absoluto. Este lenguaje tiene un inconveniente: establece siempre un dualismo fundamental entre lo absoluto y lo relativo, entre la eternidad y el tiempo, entre Dios y el mundo. Los cristianos preferimos hablar de la comunión de las divinas personas, que es siempre inclusiva, ya que engloba también a la humanidad, al mundo y al tiempo.

17. Las palabras-clave para expresar la fe en la'santísima Trinidad

Después de ciento cincuenta años de reflexiones, discusiones y encuentros de obispos, la Iglesia llegó a fijar las palabras-clave con las que expresar su fe en la santísima Trinidad sin errores ni distorsiones. Es verdad que las expresiones parecenfrías y formales. Pero tienen que completarse con el corazón, que se inflama al saber que es el receptáculo dentro del cual moran las tres divinas personas.

Naturaleza divina una y única: Para señalar lo que une en la Trinidad y hace que las personas sean un solo Dios, la Iglesia utilizó la palabra naturaleza (sustancia o esencia). La naturaleza es la esencia de Dios en su aspecto dinámico; por tanto, es aquello que constituye a Dios como Dios, distinto de cualquier otro ser posible. Esta naturaleza es numéricamente una y se encuentra presente en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.

Persona es aquello que distingue en Dios, o sea, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Entendemos por persona la individualidad que existe en sí, vuelta hacia los otros en una existencia singular, distinta de las otras. Así el Padre es distinto del Hijo, aunque no sea otra cosa distinta del Padre, ya que posee la misma naturaleza. Es propio de cada persona estar abierta a la otra y entregarse totalmente a ella, de tal forma que el Padre está todo en el Hijo y en el Espíritu Santo, y así cada persona respectivamente.

Procesiones designa la manera y el orden según los cuales una persona procede (de ahí "procesiones") de la otra. Existen dos procesiones: la generación del Hijo y la espiración del Espíritu Santo. Se dice que el Padre se conoce a sí mismo absolutamente: esta operación es tan absoluta en el Padre que engendra al Hijo. El Padre no causa al Hijo, sino que le comunica totalmente su propio ser. El Padre y el Hijo se contemplan y se aman. Este amor hace que los dos espiren al Espíritu Santo, como expresión de amor del Padre y del Hijo.

Relaciones son las conexiones que existen entre las tres divinas personas. El Padre en relación con el Hijo posee la paternidad; el Hijo en relación con el Padre posee la filiación; el Padre y el Hijo en relación con el Espíritu Santo poseen la espiración activa; el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo posee la espiración pasiva. Las relaciones permiten distinguir a una persona de la otra. Pero las personas se distinguen también por su propia personalidad.

Misiones designan la presencia de las personas divinas dentro de la historia; así se dice que el Padre, al engendrar al Hijo, proyectó toda la creación; el Hijo se encarnó para divinizarnos y redimirnos; el Espíritu Santo recibió la misión de santificarnos y de reconducirlo todo al reino de la Trinidad. Con estas palabras vislumbramos un poco del misterio divino de comunión y de infinito amor.

No se nos han revelado las palabras, sino las personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las palabras solamente valen cuando nos recuerdan y nos llevan a las personas divinas. Por eso es preciso usarlas con unción y con amor. De lo contrario, somos como camellos que se quedan ciegos antes de llegar al oasis de aguas abundantes.

18. Formas erróneas de entender la santísima Trinidad

La fe cristiana profesó desde el comienzo que el Dios revelado por Jesús es Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Inicialmente no hubó problemas, ya que los cristianos no habían sentido todavía la necesidad de profundizar en las implicaciones de su fe. ¿Cómo compaginar la fe en un solo Dios, tal como se creía en el Antiguo Testamento, con la fe del Nuevo Testamento, que afirma la Trinidad en Dios? En la Iglesia de ayer y todavía en nuestros días perduran tres formas erróneas de entender la santísima Trinidad: el modalismo, el subordinacionismo y el triteísmo. Veamos cada una de ellas.

El modalismo es el error según el cual la santísima Trinidad representa tres modos (de ahí "modalismo") de presentarse a los hombres el mismo y único Dios. Dios sólo puede ser uno y habita en una luz inaccesible. Sin

embargo —dicen los modalistas—, cuando se revela a los seres humanos, aparece bajo tres máscaras distintas. Cuando se dice que Dios crea, aparece bajo la máscara de Padre. Cuando se dice que Dios salva, aparece bajo la máscara de Hijo. Cuando se dice que Dios santifica y reconduce toda la creación al reino de los cielos, se trata del mismo y único Dios que aparece bajo la forma de Espíritu Santo. Dios es Trinidad solamente para nosotros. En sí mismo, es solamente un Dios único y solitario. Con esta comprensión errónea se renuncia a la idea típicamente cristiana de Dios como comunión de los tres únicos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Iglesia, ya desde antiguo, condenó siempre esta forma de representar a la santísima Trinidad.

El subordinacionismo significa que el Hijo y el Espíritu Santo están subordinados (de ahí "subordinacionismo") al Padre. Solamente el Padre es plenamente Dios. El Hijo es la criatura más excelsa que creó el Padre. Pero no es Dios. Todo lo más posee una naturaleza semejante a la del Padre, pero nunca es igual ni de la misma naturaleza que el Padre. Lo mismo se dice del Espíritu Santo. Depende del Padre y no es Dios. Algunos llegaron a decir que el Hijo es solamente adoptivo, pero nunca unigénito ni de la misma sustancia del Padre. En esta comprensión se pierde la igualdad entre las tres divinas personas, así como la divinidad de cada una de ellas. La Iglesia, especialmente en el concilio de Nicea (año 325), condenó esta doctrina.

Está, finalmente, el triteísmo. Algunos cristianos decían: Sí, existen tres personas divinas. Pero son tres dioses distintos, separados unos de otros. Esta doctrina fue rechazada. ¿Cómo puede haber tres infinitos?, ¿tres absolutos?, ¿tres eternos? Las tres personas están eternamente relacionadas y en comunión entre sí, hasta el punto de ser un único Dios-amor-y-vida.

Estos errores han obligado a los cristianos a profundizar en su conocimiento de la santísima Trinidad, manteniendo siempre la unidad del amor y la trinidad de las personas que aman.

Las doctrinas erróneas son generalmente lecturas parciales de la verdad Para contemplar la verdad con los dos ojos necesitamos un gran esfuerzo de la razón. Las doctrinas erróneas nos obligan a pensar. Por eso no representan una desgracia absoluta, sino un accidente del camino hacia el rumbo cierto.

CAPÍTULO 4

La imaginación humana y la santísima Trinidad

19. Creer también con la fantasía

Nosotros no creemos solamente con el corazón, que ama, y la cabeza, que piensa. También creemos con nuestra fantasía. Sin la fantasía no somos casi nada. Es a partir de la fantasía como se fortifica nuestra esperanza y toma colorido toda la realidad. Sólo podemos captar lo que Dios nos prometió si usamos la fantasía, porque la mente humana sólo alcanza lo presente y piensa en Dios con conceptos sacados del mundo. El mismo Jesús, cuando nos describe el reino de Dios, utiliza imágenes y comparaciones sacadas de la fantasía: la imagen de la semilla, del tesoro escondido, del banquete, del amo que llega por sorpresa a su propiedad... Los pensadores cristianos utilizaron ya desde los primeros siglos las imágenes para poder comprender mejor y comunicar alguna idea del augusto misterio de la Trinidad. Así, por ejemplo, san Ignacio de Antioquía (muerto en el 104) escribió una carta a los efesios en que habla de esta forma de la santísima Trinidad: "Sois piedras del templo del Padre, preparadas para la construcción por Dios-Padre, levantadas a las alturas por la palanca de Jesucristo, palanca que es la cruz, sirviéndoos del Espíritu Santo como de una cuerda". Aquí aparecen las tres divinas personas actuando en la historia en función de la salvación del mundo.

También es muy conocido el icono del ruso Rublev (por el 1410). Presenta a las tres personas divinas bajo la forma de los tres ángeles que se aparecieron a Abrahán en Mambré (Gén 18,1-5) y que luego desparecieron, dejando la impresión clara de una visita del mismo Dios. Los tres están sentados alrededor de una mesa, sobre la cual está la eucaristía. Son todos ellos iguales y al mismo tiempo distintos. Se miran entre sí con respeto y en profunda comunión de amor. La eucaristía significa la presencia de Cristo y, junto a él, la del Espíritu, que fue enviado por el Padre; es decir, la presencia de toda la santísima Trinidad morando con nosotros en la tierra.

Hay también otra representación muy significativa que se encuentra en una pequeña iglesia de Baviera (Urschalling bei Prein). Allí aparece el Espíritu Santo en forma de mujer, teniendo a un lado al Padre y al otro al Hijo. Los dos ponen sus manos, respetuosamente, en el seno del Espíritu Santo. Y por debajo los tres terminan unidos, como si fuesen un solo cuerpo, cubierto con una larga túnica. De nuevo está aquí la diversidad (las tres personas), incluyendo a lo femenino en Dios y la unidad (la misma

naturaleza de amor y comunión). En la iglesia de la Trinidad en Goiás también se representa a la santísima Trinidad coronando a Nuestra Señora, que está en el lugar de toda la creación. Con razón los cristianos de aquel lugar escribieron un gran letrero: "La santísima Trinidad es la mejor comunidad", como saludo a los cristianos de las comunidades eclesiales de base de todo el Brasil.

Somos templos de la santísima Trinidad. Ella está en todas y en cada una de nuestras dimensiones. Cada facultad de nuestro espíritu es digna de alabar y de reconocer a las divinas personas. Y la fantasía, ¿será entonces menos digna por soñar en vez de pensar, por tener representaciones en vez de tener ideas? También la fantasía, a su modo, bendice a la santa Trinidad

20. La persona humana como imagen de la Trinidad

En el Génesis se dice que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,27). Para los cristianos esto significa que toda persona humana, hombre y mujer, revela algunos rasgos de la santísima Trinidad, que es el único Dios verdaderamente existente. ¿Cómo aparece en el ser humano la imagen del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? San Agustín ha sido el teólogo que investigó más esta realidad. Sus elaboraciones siguen siendo hoy perfectamente válidas.

Cada persona humana, en primer lugar, aparece como un misterio para sí misma. Por mucho que nos conozcamos, que nos conozcan los otros y que las ciencias nos ofrezcan datos y más datos sobre la existencia humana, seguimos siendo un misterio profundo para nosotros mismos. Por esto no podemos juzgar a nadie y hemos de mantener una actitud de respeto y de atención profunda a toda persona humana, por más humilde que sea. Todos tienen algo que decir y que revelar, y con esas revelaciones podemos descubrir mejor el rostro del Dios-trino. La persona, como misterio abismal, representa al Padre, que como persona divina, principio sin principio, es el misterio primero y fundamental.

La persona como misterio tiene inteligencia y se comunica hacia fuera de sí misma. Se autoconoce y crea todo un mundo de representaciones y de ideas. Dice la verdad sobre sí misma. Esta verdad o palabra de sí misma representa al Hijo, que es la verdad y la palabra reveladora del Padre. Por eso siempre que pensamos correctamente, siempre que decimos la verdad sobre nosotros mismos y sobre las cosas del mundo, estamos sirviendo a la palabra divina, que se revela en nosotros. La persona no solamente se conoce. También ama. Quiere estar unida a las otras personas y a las cosas. El Espíritu Santo es el amor dentro de la santísima Trinidad. Une al

Padre y al Hijo, haciendo que se supere la oposición Padre-Hijo. Por el Espíritu Santo se revela entre las tres personas una unión de comunión y de amor eternos que siempre las entrelaza. Cuando amamos y nos sentimos confraternizados con los demás, estamos revelando en la historia lo que significa el Espíritu Santo.

La persona como misterio, como inteligencia y como amor constituye una unidad dinámica y siempre abierta. No son tres cosas yuxtapuestas. La persona misma es la que es misterio, la que piensa y la que ama. Así, cada uno de nosotros, en su unidad y en su diversidad, muestra que realmente es imagen y semejanza de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Con cuánto respeto hemos de tratar a cada persona, por ser templo de la santísima Trinidad!

Si violamos la naturaleza humana, si atropellamos los derechos de las personas, si vilipendiamos a los pobres, destruimos todos los caminos de acceso al Dios-vida-y-comunión. Porque la brújula de todos los caminos pasa por el respeto a la persona humana, imagen de la Trinidad. La falta de respeto destruye la aguja y desaparece entonces la brújula.

21. La familia humana, símbolo de la Trinidad

Cada persona humana lleva en todo su ser y en su obrar los rasgos de las tres personas divinas. Toda persona humana nace de una familia. Ya aquí aparecen signos de la presencia del Dios trino. Dios es comunión y comunidad de personas. Pues bien, la familia se construye sobre la comunión y sobre el amor. Ella es la primera expresión de la comunidad humana.

En toda familia completa y normal nos encontramos con tres elementos: el padre, la madre y el niño. Hay diversidad de personas. El padre, en nuestra cultura, es la expresión del amor objetivado en el trabajo, en la construcción del hogar y en la seguridad. La madre, en nuestra percepción, es el amor que engendra y protege la vida, la intimidad de la casa y el cariño. La madre y el padre se entrelazan en el amor, en el mutuo reconocimiento y admiración, en la misma tarea de llevar adelante la familia. Conviven bajo el mismo techo, comparten las mismas preocupaciones y comulgan de las mismas alegrías. La expresión de la comunión y del reconocimiento mutuo es el niño que nace. El niño une a los dos. Hace que el marido y la mujer se transformen en padre y madre. Los dos salen de sí y se concentran en una realidad más allá de nosotros y que es el fruto de su relación amorosa: el niño. En la familia tenemos una de las imágenes más ricas de la santísima Trinidad. En primer lugar existen los tres elementos: padre-madre-niño. Luego está la distinción de

personas: la una no es la otra; cada una tiene su autonomía y su tarea propias; sin embargo están relacionados por lazos vitales y fuertes, como el amor. Hay una sola comunión de vida. Por eso, siendo tres, forman una sola familia. La unidad de la familia es semejante a la de la santísima Trinidad. La unidad es expresión del amor, de la salida de cada persona en dirección a la otra, de la comunión en la misma vida. Está el reconocimiento entre el padre y la madre, de forma semejante al que existe entre el Padre y el Hijo. El niño une al padre y a la madre. De forma análoga, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, une al Padre y al Hijo. Por eso se dice que el Espíritu Santo es amor unitivo. El es la persona divina que une a las personas eternas y a las personas humanas.

Para que sea el sacramento de la Trinidad, la familia humana necesita buscar su perfección. Históricamente, la familia humana está marcada también por el pecado y por la desunión. Pero siempre que la familia intenta orientarse en busca de la integración y en la vivencia consecuente del amor, se convierte en una señal del Dios trino dentro de la historia.

En la familia bien constituida encontramos las principales dimensiones de la santísima Trinidad: la distinción (padre, madre e hijos) y la unión de una sola vida, de un solo amor y de una misma comunión, en el abrazo de los tres, que constituyen una sola familia. Nacemos en el seno de una familia y viviremos eternamente como hijos e hijas en la familia divina.

22. La sociedad como imagen de la Trinidad

La persona humana no vive solamente en sí misma, en la profundidad de su misterio individual. No nace solamente de una familia, como expresión de amor entre marido y mujer. Se inserta dentro de la sociedad humana, donde se encuentra la persona y la familia. La sociedad constituye, para los que la observan con atención, una poderosa señal de la santísima Trinidad en la historia.

La sociedad no es una realidad que nazca espontáneamente o que haya sido hecha directamente por Dios o por la naturaleza. La sociedad es el resultado de tres fuerzas que actúan siempre en conjunto y permanentemente. Y aquí es donde identificamos los rasgos de la Trinidad.

En primer lugar está la fuerza económica. Mediante ella organizamos la producción y la reproducción de la vida humana. Por la economía elaboramos los alimentos necesarios para el cuerpo. De forma socialmente organizada los producimos, los distribuimos y los consumimos. La fuerza económica nunca tiene que ver solamente con las realidades materiales que se llaman económicas. Nos las tenemos que ver con realidades

humanas, porque el comer, el sustentar una vida, el garantizar el alimento para el que tiene hambre es una realidad profundamente humana y también espiritual. Esta fuerza subyace a todas las demás, porque sin ella no existe vida. Y sin la vida no hay sociedad, ni religión, ni adoración a Dios.

La segunda fuerza es la política. Por la política nos organizamos socialmente, distribuyendo el poder, las profesiones y las responsabilidades. Por la política creamos las relaciones humanas y proyectamos las instituciones necesarias para hacer funcionar la sociedad, para satisfacer las necesidades materiales, espirituales y culturales de las personas.

Finalmente, en tercer lugar está la fuerza cultural. Mediante ella creamos todos los valores y significaciones que hacen que nuestra vida y nuestra práctica sean válidas y expresivas. Así, por la fuerza cultural surgen los ritos de las religiones, las filosofías, las artes y todos los símbolos por los que expresamos nuestros pensamientos y valores. Nadie vive sin valorar las cosas que hace o que están a su alcance.

Toda sociedad humana se construye, se solidifica y se desarrolla por la coexistencia e interpenetración de estas tres fuerzas. Las tres obran siempre conjuntamente, de tal manera que en lo económico está lo político y lo cultural, y así sucesivamente.

Pues bien, eso precisamente decimos que es la santísima Trinidad: las tres personas son distintas, pero actúan siempre juntas. La interrelación entre los divinos tres hace que sean un solo Dios, reflejado en nuestra realidad social.

"La comunión que ha de construirse entre los hombres abraza el ser desde las raíces de su amor y ha de manifestarse en toda la vida, aun en su dimensión económica, social y política. Producida por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es la comunicación de su propia comunión trinitaria" (Documento de Puebla, n. 215).

23. La Iglesia, gran símbolo de la Trinidad

Un gran teólogo del siglo III, Tertuliano, uno de los primeros en formular la doctrina sobre la Trinidad, escribió lo siguiente: "Donde está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, allí se encuentra también la Iglesia, que es el cuerpo de los tres". En cada persona humana se refleja el misterio trinitario; se refleja también en la familia; muestra sus signos en la sociedad. Pero es

en la Iglesia donde este augusto misterio de comunión y de vida encuentra su expresión histórica más visible.

La Iglesia, por definición, es la comunidad de fe, esperanza y amor que intenta vivir el ideal de unión propuesto por el mismo Jesucristo: "Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Jn 17,21).

La unidad de los cristianos no reside en una uniformidad burocrática, sino en una interpenetración de los fieles entre sí y con sus pastores al servicio de los demás.

La Iglesia se construye sobre tres ejes fundamentales, y en eso es donde aparece más concretamente su semejanza con los divinos tres: sobre la fe, la celebración de la fe y la organización con vistas a la cohesión interna, a la caridad y a la misión en medio de los hombres. Estos tres momentos son concreción de la misma comunidad que se reúne para proclamar y ahondar en la fe, para celebrar la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu en la historia de los hombres, y particularmente en la propia comunidad cristiana, y para organizarse con vistas al servicio coherente a todas las personas, empezando por los pobres. La fe, la celebración y la organización no son realidades yuxtapuestas e independientes entre sí. Son la misma Iglesia en movimiento dinámico de vida y de servicio. La comunión en la Iglesia no se expresa solamente en el terreno religioso. Se realiza también en un proyecto social de comunión de bienes, de participación de vida y de creación de fraternidad, como se ve claramente en los Hechos de los Apóstoles, donde se narra la vida de la primitiva comunidad apostólica (cf He 2,44-45; 4,34-36).

Cuando Tertuliano dice que la Iglesia es el cuerpo de las tres personas divinas, quiere insinuar que a través de la vivencia de la fe, de la participación en el culto y de la organización sagrada se da a conocer algo del misterio del Padre, de la inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu Santo. La Iglesia es todo esto, no simplemente por el hecho de ser Iglesia, sino por el hecho de vivir con coherencia el mensaje evangélico de ser en el mundo un espacio de fe ardiente, de esperanza invencible y de amor comprometido.

Cuanto más beba la Iglesia de su fuente eterna, que es la comunión trinitaria, por la que los tres Distintos se unifican y son un solo Dios, tanto más superará las divisiones internas, dejará de ser clerical y laical y se transformará en un espacio de relaciones igualitarias, en un pueblo de Dios, de verdaderos hermanos y hermanas al servicio del reino de la Trinidad.

24. El mundo, sacramento de la Trinidad

Toda la creación es obra de la santísima Trinidad. Cada persona actúa a partir de sus cualidades propias, de tal manera que por todas partes surgen las señales del Dios trino. Dios no puede jamás ser representado adecuadamente en su misterio.

Por eso, con razón enseñaba el concilio de Letrán (1215): la desemejanza entre el Creador y la criatura es mayor que la semejanza. Pero no por eso estamos privados de las huellas de lo divino impresas en toda la creación.

Algunos estudiosos, como el célebre psicólogo Carlos Gustavo Jung, han estudiado, por ejemplo, la simbología del número tres. Este número es un arquetipo (una matriz profunda del alma a partir de la cual captamos nuestras experiencias) que se encuentra en todas las culturas. Se manifiesta también en el inconsciente. Su significación antropológica es semejante a su significación bíblica: el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios. El número tres simboliza la exigencia humana de integración, de asociación y de totalidad. A veces, junto a la Trinidad aparece un cuarto elemento, que muchas veces tiene una forma femenina, como María, la creación o la sabiduría. Este cuarto elemento quiere expresar la comunión de los tres divinos vueltos hacia fuera: se autocomunican e invitan a las personas y a la creación a la comunión de amor y de vida, propias de la vida trinitaria.

En la predicación se suelen utilizar analogías y figuras sacadas de la vida material para expresar la trinidad de personas y la unidad de comunión. Así se hace referencia al sol, el rayo y el calor. Otras veces se habla del fuego que irradia luz y produce calor. 0 se alude a las tres velas encendidas, que se unen en una sola llama. Muchos catequistas enseñan a los niños un trébol: una hoja con tres puntas distintas.

Otros apelan también a las tres energías fundamentales del universo: la gravitación, la electromagnética y la atómica. Las tres son expresión de la única energía universal. Cada vez hay más científicos que abandonan la visión clásica de las partículas elementales de la materia (protón, neutrón, hadrón) y postulan la interacción de todos los factores en una verdadera perijóresis cósmica; utilizan la palabra que usó siempre la teología: "interpenetración" de todo con todo (perijóresis). Son las relaciones trinitarias reflejadas en el cosmos. ¿Quién no ha pensado en el triángulo equilátero? Tiene tres lados iguales, constituyendo una sola superficie.

Evidentemente, estas imágenes son pálidas referencias muertas al misterio vivo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, distintos como personas, pero

eternamente unidos en el amor y la comunión. En una palabra, ninguna imagen, ningún concepto puede expresar la profundidad del amor trinitario. Sólo el corazón, que es mayor que nuestra inteligencia, puede vislumbrar la grandiosidad y el encanto de la vida divina, ya que por el corazón entramos en comunión con las divinas personas y participamos de su vida íntima.

La naturaleza no es muda; las piedras hablan, el mar se expresa y el firmamento canta la gloria de Dios. No hay nada meramente yuxtapuesto a lo demás y en manos del azar. Todo se relaciona y entra en comunión: el viento con la roca, la roca con la tierra, la tierra con el sol y el sol con el universo. Todo está perijorizado, impregnado de la comunión de la santísima Trinidad.

CAPÍTULO 5

Lo que es la santísima Trinidad: La comunión de vida y de amor entre los tres

divinos

25. La Trinidad es una eterna comunicación de vida

El Dios cristiano es la comunión eterna de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres están eternamente borbotando el uno hacia el otro y construyendo un solo movimiento de amor, de comunicación y de encuentro. ¿Cómo entender mejor esta realidad? No se trata de descubrir el misterio de Dios. Se trata de captar el movimiento divino para poder vivir mejor la presencia y la actuación de la santísima Trinidad dentro del mundo y en nuestra trayectoria personal. La teología bíblica ha encontrado una palabra para expresar esta dinámica divina: vida. Se entiende a Dios como un vivir eterno, dador de vida y protector de toda vida amenazada, como la de los pobres y oprimidos por la injusticia. El mismo Jesús, el Hijo encarnado, se presentó como aquel que vino a traer vida, y vida en abundancia (Jn 10,10). Si analizamos un poco lo que supone la vida, captaremos mejor la comunión de los divinos tres.

La vida es un misterio de espontaneidad, un proceso inagotable de dar y recibir, de asimilar, incorporar y entregar la propia vida en comunión con otra vida. Ligada al fenómeno de la vida está la expansión y la presencia.

Un ser vivo no está ahí como pudiera estar una piedra. El ser vivo tiene presencia, que significa una intensificación de existencia. El ser vivo habla por sí mismo; no necesita de palabras para comunicarse. Ante un ser vivo tenemos que tomar posición: acoger o rechazar la vida del otro. Toda vida incluye un proceso de comunión con algo diferente, con lo que entra en ósmosis, incorporándolo a sí mismo. Toda vida se reproduce en otra vida. Por su naturaleza, la vida se desarrolla. Significa siempre un proceso abierto a nuevas expresiones de vida. Entenderemos algo de la santísima Trinidad si la referimos al misterio de la vida. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son vivientes eternos que se autorrealizan en la medida en que se entregan unos a otros. La característica fundamental de cada persona divina es ser para la otra, por la otra, con la otra y en la otra. Cada persona viva se vivifica eternamente vivificando a las otras y participando de la vida de las otras. Lo mismo que uno no es feliz más que haciendo felices a los demás, igual ocurre en la vida trinitaria: cada persona es viva en la medida en que da la vida a las otras y recibe la vida de las otras. Porque esto es así, entendemos por qué el Dios cristiano solamente puede ser la comunión de los divinos tres y tiene que ser trinidad. Es más que dualidad: el Padre frente al Hijo. Es trinidad, que significa la inclusión de un tercero para expresar la plenitud de vida más allá de la contemplación mutua: el Espíritu Santo. La vida así constituye la esencia de Dios. Y la vida es comunión dada y recibida. Y la comunión es la Trinidad.

No sabemos qué es la vida. Pero la vida implica movimiento, espontaneidad, libertad, futuro y novedad. La Trinidad es vida eterna; por tanto, es libertad, donación y recepción perenne, encuentro consigo mismo para darse incesantemente. La Trinidad es novedad como toda vida, siempre en mutación, pero sin dispersión. Cada persona es para la otra futuro; por eso siempre es nueva y sorprendente.

26. Yo-tú-nosotros: La santísima Trinidad

El misterio de la santísima Trinidad ha significado siempre un desafío a la inteligencia de los teólogos, a saber: de aquellos cristianos que dedican su vida a pensar y a buscar las verdades que Dios mismo nos ha revelado. Los grandes concilios establecieron los marcos principales, a la luz de los cuales tenemos que orientar nuestro pensamiento sobre la santísima Trinidad. Pero los concilios no cerraron nunca las cuestiones, dándose cuenta de las insuficiencias de todo lenguaje humano. Al final de todo el esfuerzo, siempre terminamos en un silencio reverente. Pero antes de callar tenemos que hablar y emplear todos los esfuerzos de la inteligencia para hacer cada vez más luz, ya que sólo así haremos justicia a la grandeza de Dios y a la profundidad de su misterio. En este sentido, en los últimos decenios se ha profundizado mucho en el concepto de persona,

aplicado al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Según la doctrina común, se entendía por persona la invidualidad que existe en sí, distinta de cualquier otra. Así, Padre, Hijo y Espíritu Santo son distintos unos de otros y tienen una existencia singular. Modernamente se ha profundizado en este concepto, acentuando un aspecto que no se había desarrollado suficientemente en el pasado, aunque estuviera presente en muchos teólogos cristianos. Persona es, ciertamente, un estar-en-sí, y por eso la persona significa una individualidad irreductible; pero esta individualidad se caracteriza por el hecho de estar siempre abierta a los demás. Persona es entonces un nudo de relaciones vuelto en todas las direcciones. Persona es un ser de relaciones.

La persona humana nos ofrece una analogía para que entendamos mejor lo que queremos decir cuando hablamos de los divinos tres como personas. En cada existencia humana descubrimos las siguientes relaciones: siempre hay una relación yo-tú. El yo nunca está solo. Es también siempre un eco de un tú que resuena dentro del yo. El tú es un otro yo, distinto, abierto al yo del otro. En este juego de diálogo yo-tú es donde la persona humana va construyendo su personalidad.

Pero no existe solamente el diálogo yo-tú. Existe también la comunión entre el yo y el tú. La comunión surge cuando el yo-tú se expresan juntos, cuando superan el yo y el tú y, unidos, forman una relación nueva que es el nosotros. Decir nosotros es revelar una comunidad. Pues bien, algo parecido con este proceso es lo que ocurre en la santísima Trinidad. El yo puede señalarse en el Padre. Este yo (Padre) suscita un tú que es el Hijo. El Hijo no es solamente la palabra del Padre. Es también la Palabra al Padre. De esta relación surge el diálogo eterno. El Padre (yo) y el Hijo (tú) se unen y revelan al nosotros. Es el Espíritu Santo. El es nuestro Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo. Por consiguiente, tenemos aquí la unión divina, como expresión de la relación entre las tres divinas personas.

"Cristo nos revela que la vida divina es comunión trinitaria. Padre, Hijo y Espíritu viven en perfecta intercomunión de amor, el misterio supremo de la unidad. De allí procede todo amor y toda comunión, para grandeza y dignidad de la existencia humana" (Documento de Puebla, n. 212).

27. La Trinidad como una eterna autocomunicación

Cuando decimos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres divinas personas, la mayor parte de los cristianos entiende la palabra "persona" en la acepción común del término: un individuo que tiene inteligencia, voluntad, sentimientos y que puede decir "yo". En Dios habría entonces tres inteligencias, tres voluntades, tres conciencias. Si dijéramos sólo esto, sin

añadir que los tres están siempre relacionados, caeríamos fatalmente en el error del triteísmo. Con ello queremos decir que tendríamos realmente tres dioses distintos.

Debido a esta dificultad del pensamiento moderno, ha habido dos teólogos, uno protestante, Karl Barth, y otro católico, Karl Rahner, que han intentado sustituir la palabra persona en el lenguaje trinitario. Esta palabra crearía más bien dificultades y no ayudaría a los cristianos de hoy a entender el misterio de la comunión trinitaria. Cuando hablamos de Dios simplemente, fuera de la referencia trinitaria, decían estos teólogos, podemos hablar de persona. De lo contrario, pensaríamos que Dios significaría una fuerza cósmica impersonal. Dios sería entonces la persona absoluta o el sujeto eterno. Pero respecto a la santísima Trinidad sugerían que había que evitar la palabra persona. En lugar de ella Barth propone hablar de tres modos de ser. Trinidad significaría, por tanto, que la persona eterna (Dios) existe realmente en tres modos de ser, como Padre sin origen, como Hijo siempre engendrado del Padre y como Espíritu Santo eternamente procedente del Padre y del Hijo a la vez.

Karl Rahner aceptó esta misma intuición, pero añadiéndole una pequeña modificación. En vez de hablar de tres modos de ser prefería hablar de tres modos de subsistencia. Esta modificación intenta evitar el error del modalismo. Según esta doctrina errónea, como antes señalábamos, en el fondo no se aceptaba a la santísima Trinidad, sino a un solo Dios revelándose de tres maneras distintas; sería tres solamente para nosotros, pero en sí mismo Dios sería y continuaría siendo uno. Entonces Rahner dice lo siguiente: Dios es un misterio de comunión. Está siempre saliendo de sí y entregándose en vida y en amor. Es la autocomunicación como misterio radical. Entonces, en cuanto que la autocomunicación, en el propio acto de entregarse, permanece soberana e incomprensible, un principio sin principio, se llama Padre; en cuanto que esta autocomunicación se expresa y se hace comprensible y por eso es verdad, se llama Hijo; en cuanto que esta autocomunicación acoge en amor y crea unión, se llama Espíritu Santo. Este proceso no es sólo una forma de pensar por nuestra parte, sino que Dios se revela así, tal como es en sí mismo; evitamos el modalismo y estamos ante el misterio de la comunión, que se realiza siempre en tres modalidades reales y nos inserta dentro del mismo proceso, haciendo que, como personas, seamos cada vez más capaces de entrega y de amor.

Pero estas dos comprensiones nos parecen insuficientes. En primer lugar, son muy abstractas; nadie ama y adora a tres modos de subsistencia, sino a unas personas concretas como el Padre, el Hijo y el Espíritu. En segundo lugar, las dos muestran la unidad de Dios, pero no responden bien a la trinidad de personas y a las relaciones que existen entre las tres. En el

fondo, no se consigue salir del monoteísmo y se corre el riesgo del modalismo. Nosotros partiremos siempre de los divinos tres en comunión y en eterno amor entre sí.

Si en la santísima Trinidad hay una lógica, ésta tiene que ser: dar, dar y dar una vez más. Las tres personas son distintas para poder darse unas a otras. Y este darse es tan perfecto, que las tres personas se unen y son un solo Dios.

28. La santísima Trinidad es la mejor comunidad

En el VI Encuentro Intereclesial de Comunidades eclesiales de base, celebrado a finales de julio de 1986 en Trindade (Brasil Central), detrás del altar del santuario había un enorme letrero que decía: "La santísima Trinidad es la mejor comunidad". Se representaba a la santísima Trinidad de esta manera: aparecían las manos del Padre, de las que salía en forma

de paloma el Espíritu Santo, que, a su vez, reposaba sobre la cabeza del Hijo, Jesucristo. Éste levantaba los brazos, tocando las manos del padre; y agarrados a sus hombros, de cada lado, había representantes del pueblo y de los movimientos populares, como la CPT (Comisión Pastoral de la Tierra), CIMI (Consejo Indigenista Misionero), las CEBS (Comunidades Eclesiales de Base) y otros. Con ello se quería significar que no existe solamente la comunión y la comunidad trinitaria, sino que junto a ella está la comunidad humana, invitada siempre a participar de la comunión divina.

Este cuadro supera la comprensión meramente personal de la santísima Trinidad. Evidentemente, existen los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero no existen solamente para ser distintos unos de otros. Existen como distintos para poder estar juntos por la comunión y por el amor. Lo que realmente existe es una comunidad divina.

Desde toda la eternidad coexisten, siempre juntos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ninguno de ellos es antes o después; ninguno es superior o inferior. Los tres son igualmente eternos, infinitos y misericordiosos. Los tres forman la comunidad eterna.

Cuando decimos comunidad, queremos resaltar las relaciones recíprocas, directas y totales que vigen entre las personas. Cada una de las personas se vuelve por completo hacia las otras. No guarda nada para sí. Lo pone todo en común: su ser y su tener. De esta comunión radical surge la comunidad. En la Iglesia primitiva de los Hechos de los Apóstoles se dice que los cristianos lo ponían todo en común. Por eso no había pobres entre ellos.

En la santísima Trinidad ocurre algo semejante y todavía más profundo. Los divinos tres son distintos e irreductibles. Uno no es el otro. Pero ninguno se afirma con exclusión del otro. Cada persona divina se afirma afirmando a la otra persona y entregándose totalmente a ella. Las personas son distintas para poder entregarse cada una a las otras y estar en comunión. De este modo hay riqueza en la unidad y no mera uniformidad. La Trinidad es el modelo de cualquier comunidad: respetando a cada una de las individualidades, surge la comunidad, gracias a la comunión y a la entrega mutua. Lo entendieron muy bien los cristianos de base, mucho ' mejor que cualquier teólogo, y lo supieron expresar con gran acierto: "La santísima Trinidad es la mejor comunidad".

En la comunidad de los Hechos de los Apóstoles, los cristianos se amaban tanto que formaban un solo corazón y una sola alma (He 4,32). Si allí el amor constituía una comunidad tan fuerte, ¡cómo no la va a constituir en la Trinidad! San Agustín, comentando este hecho, dijo: Ti amor en Dios es tanto lo que impide la desigualdad como lo que crea la igualdad entera. Si

en la tierra y entre los hombres puede haber un amor tan grande que muchas almas se hacen una sola, ¿cómo no habrá también ese amor entre el Padre y el Hijo, ya que ambos son siempre inseparables y de este modo son un solo Dios? Allí, de muchas almas se hizo una sola, gracias a una inefable y suprema conjunción; aquí igualmente, por la misma razón, las personas divinas se hicieron no dos dioses, sino un único Dios" (Sermón a los catecúmenos sobre el credo 1,4: PL 40,629).

29. Lo masculino y lo femenino dentro de la santísima Trinidad

En el Génesis se dice que Dios creó a la humanidad y que la creó varón y mujer; los creó a los dos como su imagen y semejanza (Gén 1,27). Sólo en cuanto masculina y femenina la humanidad representa a Dios aquí, en la tierra. Dios está más allá de los sexos. Pero lo masculino y lo femenino humanos encuentran su última raíz dentro del misterio trinitario. Por el hecho de que el Dios-Trinidad es masculino y femenino, nosotros podemos —como hombres y mujeres— ser a su imagen y semejanza.

En los últimos años muchos cristianos, especialmente mujeres, se han dado cuenta de que el lenguaje teológico se presenta casi por completo dentro de la versión masculina. Dios es el Padre que engendra eternamente a un Hijo y que juntos dan origen desde siempre al Espíritu Santo. Los conceptos principales del cristianismo son masculinos y solamente los hombres, con exclusión de las mujeres, tienen la dirección de la Iglesia y son ordenados en el sacramento del orden.

Basados en la verdad de fe de que cada persona humana (masculina y femenina) es imagen y semejanza de Dios, muchos se han preguntado: ¿No podríamos superar el lenguaje sexista (usando sólo los términos de un sexo, en este caso el masculino) y llegar a utilizar un discurso transexista, que aproveche tanto los valores de un sexo como los del otro para expresar la riqueza del misterio de Dios?

En efecto, cada vez más cristianos, especialmente en los Estados Unidos, pero también entre nosotros, evitan hablar sólo de hombre para expresar la humanidad y aprenden a decir siempre "hombre y mujer", o simplemente "ser humano" o "persona humana". De forma semejante evitan hablar de Dios solamente como Padre, introduciendo también la palabra "Madre". El mismo papa Juan Pablo I, en una audiencia pública dijo: "Dios es Padre, pero es especialmente Madre". Los profetas en el Antiguo Testamento usaban expresiones que simbolizaban a Dios como la Madre que levanta a sus hijos en sus brazos, los besa y les seca las lágrimas (Os 11,4; Is 49,15; 66,13; Sal 25,6). Decir que Dios es misericordioso para la mentalidad hebrea equivale a decir: Dios es como una madre que tiene entrañas y se

compadece de sus hijos e hijas. El papa Juan Pablo II en su encíclica sobre la Misericordia nos recordó esta dimensión femenina del Padre. Entonces podemos decir: Dios-Padre tiene rasgos maternales y Dios-Madre tiene rasgos paternales. Dios es simultáneamente Padre y Madre de infinita ternura. Algo parecido podríamos decir del Hijo y del Espíritu Santo. Son con-fuente de lo femenino y de lo masculino. En su actuación en la historia de la salvación muestran estos rasgos masculinos y femeninos en la vida de los hombres y de las mujeres justas. De este modo los tres están cerca de cada uno de nosotros y nos envuelven en nuestra propia realidad. Nuestra masculinidad y nuestra femineidad se insertan en lo masculino y en lo femenino eternos, en una resplandeciente comunión.

¿Cuál es nuestro futuro como hombres y como mujeres? No basta con decir que resucitaremos para la vida eterna. Esto no sacia nuestra sed infinita. Cada mujer y cada hombre que llegan al reino de la Trinidad participarán, como hombre y como mujer, de la misma comunión trinitaria. Lo femenino y lo masculino que nos hace imagen y semejanza de la Trinidad (Gén 1,27) estarán unidos al eterno femenino y al eterno masculino.

30. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo existen desde siempre juntos

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres únicos, unidos en la vida, en el amor y en la comunión eterna. Por eso no son tres dioses, sino un solo Dios. Surgen simultáneamente, irrumpen eternamente uno en dirección al otro, constituyendo una sola comunidad de vida, de amor y de unión. Es algo parecido a tres fuentes cuyas aguas corren al encuentro unas de otras, formando una sola laguna. Es como si tres chorros de agua saltasen hacia arriba y se encontrasen en la cima, formando un solo chorro torrencial de agua. Y esto eternamente. Con razón los padres de los concilios de la Iglesia insisten en reafirmar que cada persona divina es igualmente eterna, igualmente poderosa, igualmente inmensa. Todo en la Trinidad es simultáneo. Ninguno es mayor o superior, inferior o menor, antes o después. Los divinos tres son co-iguales desde toda la eternidad. Debido a esta igualdad fontal, las personas divinas son concomitantes. ¿Cómo se unifican y son un solo Dios?

Lo que constituye la unión entre las divinas personas es la ininterrumpida e infinita interpenetración del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es lo que llamamos anteriormente la perijóresis: estar una persona en la otra y penetrarla y ser penetrada cada persona por las otras dos. Esta unión es específica de las personas y de los seres espirituales. Solamente las personas, al ser diferentes unas de otras, pueden establecer relaciones de intimidad, de mutua entrega, de amor que funda una comunión y una

comunidad. Entre las divinas personas la comunión es absoluta y la relación infinita. Este convivir y coexistir constituye la unidad de lo que llamamos esencia o naturaleza o sustancia divina. Si la observamos atentamente, vemos que está constituida por el amor. Con razón decía san Juan: "Dios es amor" (Un 4,8.16). San Agustín decía atinadamente que el amor eterno entre los divinos tres fundamenta la unión trinitaria. Con expresiones cuyo secreto sólo él conoce, escribía: "Cada una de las personas divinas está en cada una de las otras y todas en cada una y cada una en todas, y todas están en todas y todas son solamente un Dios". Por tanto, si la doctrina de la Iglesia dice que la naturaleza igual en cada una de las personas divinas constituye la unidad en Dios, entonces debemos entender esta naturaleza —en conformidad con la revelación del Nuevo Testamento— como amor y como intercomunión infinita. La trinidad de las personas es un dato primordial de la existencia divina. No es obra del Espíritu absoluto que se desdoble hacia fuera de sí mismo, ni la diferenciación interna de una naturaleza divina siempre igual. Dios es eternamente, sin comienzo ni fin, Padre, Hijo y Espíritu Santo, reciprocidad de los divinos tres en un único amor, irrupción infinita de una misma vida.

"En la santísima Trinidad, ¿qué es lo que conserva aquella suprema e inefable unidad sino el amor? El amor es la ley, y esta ley es la ley del Señor. Este amor constituye a la Trinidad en la unidad y en cierto modo unifica a las personas en el vínculo de la Paz. Amor crea amor. Esta es la ley eterna y universal, ley que lo crea todo y lo gobierna todo" (San Bernardo, Libro del amor de Dios, c. 12, n. 35: PL 182,996B).

31. En la Trinidad todas la relaciones son ternarias

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son coeternos y simultáneos. ¿Cómo dejar claro que cada una de las personas es diferente de las otras y, al mismo tiempo, relacionadas siempre entre sí? La teología, siguiendo al Nuevo Testamento, habla de procesiones divinas. Con esto se quiere mostrar que una persona se relaciona siempre con la otra. Del Padre se dice que es fuente y causa de toda la divinidad. De él proceden el Hijo y el Espíritu Santo. También se dice que el Padre "engendra" al Hijo. El Padre y el Hijo "espiran" al Espíritu Santo como de un solo principio. Estas expresiones, "causa", "generación", "espiración" y "procesiones", pueden darnos la impresión de que en Dios existe una especie de teogonía (génesis y generación de Dios). ¿Podemos decir acertadamente que en la Trinidad vale el principio de la causalidad?, ¿qué existe una "generación" y una "espiración"? ¿No afirmamos siempre que las divinas personas son originalmente simultáneas y que coexisten eternamente en comunión e interpenetración (perijóresis)? En la perspectiva de la eternidad, el Padre

no es anterior al Hijo ni al Espíritu Santo. Los tres irrumpen juntos y entrelazados ya en el amor y en la comunión infinita.

En virtud de esta concomitancia de las divinas personas, debemos entender las expresiones utilizadas por la Iglesia y reasumidas por la teología, como "causa", "generación", "espiración", en un sentido analógico y figurativo. Estamos ante fórmulas altamente sugestivas. Muestran cómo los divinos tres son siempre respectivos, es decir, que uno existe respecto al otro. Efectivamente, no existe el Padre sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre. No existe el soplo (Espíritu) sin ir acompañado de la palabra (Hijo) pronunciada por la boca del Padre. Si usamos las expresiones consagradas es siempre en un sentido estrictamente trinitario: vale solamente para el misterio trinitario, donde todo es eterno, concomitante y simultáneo. Pero hemos de conceder que persiste el riesgo de una comprensión antropomórfica (como si se tratase de un fenómeno humano, v.gr., la generación), inadecuada al misterio de los divinos tres.

Hay, además, otra posibilidad derivada también de la Escritura: la de hablar de las personas divinas en términos de revelación y de reconocimiento. Las personas coeternas y coiguales se revelan mutuamente y se reconocen unas a otras y unas en las otras y por las otras. Así, el Padre se revela a través del Hijo en el Espíritu. El Hijo revela al Padre en la fuerza del Espíritu. El Espíritu Santo "procede" del Padre y reposa sobre el Hijo. Así, el Espíritu es del Padre por el Hijo (a Patre Filioque), lo mismo que el Hijo se reconoce en el Padre por el amor del Espíritu (a Patre Spirituque). Debido a esta implicación de las tres personas entre sí, hemos de decir que las relaciones entre ellas son siempre ternarias: donde está una persona están siempre las otras dos.

¡Cuánta concordia, cuánta alegría y cuánta justicia no habría en este mundo si asumiéramos, en el pensar y en el actuar, la lógica trinitaria, siempre envolvente, siempre comunitaria, siempre acogiendo las diferencias e impidiendo que se transformen en desigualdades!

32. Tres soles, pero una sola luz: Así es la santísima Trinidad

Muchos cristianos encuentran una dificultad especial en imaginarse a las tres personas divinas como un solo Dios. ¿Cómo es posible que tres sea igual a uno? Hemos de decir enseguida, como ya lo hicimos al principio, que cuando hablamos de tres personas y de un solo Dios no estamos haciendo ninguna matemática y ninguna operación contable. Las Escrituras no cuentan nunca nada en Dios. Sólo conocen la expresión "único". El Padre es "único", el Hijo es "único" y el Espíritu Santo es "único". Lo único no es un número, el primero de una serie, sino justamente la negación de

todo número. Lo "único" no tiene semejantes ni subsecuentes. Es sólo él y nadie más. Por eso, en la santísima Trinidad no existe ninguna suma.

Hemos de partir de aquí: existen tres únicos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta afirmación es importante: el fundamento de toda la realidad descansa sobre la coexistencia de tres únicos y no en la soledad del uno, siempre idéntico a sí mismo. Los tres únicos son irreductibles entre sí. Son distintos, pero no desiguales. Así también está el samba, el rock, la bossa-nova, el canto gregoriano, que son diferentes géneros de música, pero no son desiguales en dignidad y valor. La diferencia no es sinónimo de desigualdad. Todos son expresiones musicales. Algo semejante ocurre con los tres únicos. Son distintos: el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, pero los tres son igualmente eternos e igualmente Dios. Si son distintos, es para poder estar en comunión y poder intercambiar su propia riqueza. Los tres únicos jamás están yuxtapuestos, uno al lado del otro. Los divinos tres éstán eternamente vueltos unos a los otros. Más aún: moran el uno dentro del otro, comulgan de la vida y del amor de uno y de otro de forma tan infinita y perfecta, que constituyen una única comunidad. Por eso decimos, sin ir contra la lógica y la matemática: las tres personas divinas están de tal modo relacionadas entre sí, se interpenetran tan amorosamente y con tanta radicalidad y totalidad, que constituyen un solo Dios.

Hemos de referirnos a las experiencias humanas de amor y de intimidad en relación con el espíritu, el corazón y las personas, para poder entender esta unidad. Son dos los que se aman y en la familia son tres (padre, madre, hijos). Pero su atracción es tan profunda que sienten que forman una sola vida y una sola fusión de corazones y de destino. Algo semejante e infinitamente más perfecto pasa con los divinos tres: el amor, la comunión entre sí y la circulación de la vida de cada uno, entregada siempre y eternamente a los otros, son tan absolutos que constituyen la unidad de Dios. Como decía san Juan Damasceno: La santísima Trinidad es como tres soles. Están de tal forma el uno dentro del otro que dan origen a una sola luz. Así Dios, siendo tres personas, es eternamente un solo Dios-amor.

Para vislumbrar un poco el misterio de la comunión de los divinos tres, hemos de calar muy hondo en nuestras propias experiencias. Conviene escuchar la llamada del amor, que quiere unión, comunión, fusión con la persona humana. En el fondo, ya no queremos decir: `yo pienso, yo quiero, yo hago'; sino "nosotros pensamos, nosotros queremos, nosotros hacemos'; juntos y en comunión. Si esto ocurre con nosotros, pálida imagen de la Trinidad, ¡cuánto más ocurrirá entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios-amor-vida, verdadero prototipo de todo cuanto existe y cuanto vive!

CAPÍTULO 6

La comunión de la Trinidad:

Crítica e inspiración para la sociedad y la Iglesia

33. Más allá del capitalismo y del socialismo real

La comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, constituyendo un solo Dios, es un misterio de inclusión. Las tres divinas personas se abren hacia fuera e invitan a las personas humanas y a todo el universo a participar de su comunidad y de su vida. Lo dijo muy bien Jesús: "Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Jn 17,21). La presencia de la comunión trinitaria en la historia permite que se superen todas las barreras que transforman las diferencias en desigualdades y discriminaciones; así, en el misterio del Hijo (segunda persona de la Trinidad) no hay judíos ni paganos, ni hombres ni mujeres; todos son una sola cosa (Gál 3,28). En el nivel económico surge la comunión de bienes entre todos (He 4,31-35); y en el nivel social "tenían un solo corazón y una sola alma" (He 4,32). Tenemos que ver aquí unas realidades utópicas: caminamos en dirección hacia esos ideales. Desencadenan energías para alcanzar niveles cada vez mayores de participación y de comunión y, al mismo tiempo, relativizamos y criticamos cada conquista alcanzada, conservándola abierta a nuevos perfeccionamientos.

Hay un anhelo humano fundamental: el de participación, el de igualdad, el de respeto a las diferencias y a la comunión con todo y con Dios. La comunión de los divinos tres promueve una fuente de inspiración en la realización de estos anhelos ancestrales de todas las personas y de todas las sociedades. Cada persona divina participa totalmente de las otras dos: en la vida, en el amor y en la comunión. Cada una de ellas es igual en eternidad, en majestad y en dignidad; ninguna es superior o inferior a la otra. Aunque iguales en la participación de la vida y del amor, cada persona es distinta de la otra. El Padre es distinto del Hijo y del Espíritu Santo, y así también las otras dos personas. Pero esta distinción permite la comunión y la entrega mutua. Las personas son distintas para poder dar de su riqueza a las otras y formar así la comunión eterna y la comunión divina. La santísima Trinidad es la mejor comunidad.

¿Cómo realizan este ideal nuestros sistemas de convivencia que hoy dominan, el capitalismo y el socialismo? El capitalismo se asienta sobre el individuo y su evolución personal, sin ninguna ligación esencial con los otros y con la sociedad. En el capitalismo los bienes están apropiados privadamente, con la exclusión de las grandes mayorías. Se valora la diferencia, en perjuicio de la comunión. En el socialismo se valora la participación de todos; por eso está estructuralmente más cerca del proyecto de Dios que cualquier otro sistema; pero se valoran poco las diferencias personales. La sociedad tiende a ser masa y no ya una red de comunidades en las que cuentan las personas. El misterio trinitario apunta hacia formas sociales en las que se valoran todas las relaciones entre las personas y las instituciones, de forma igualitaria, fraternal y dentro del respeto de las diferencias. Sólo así se superarán las opresiones y triunfarán la vida y la libertad.

En todos los problemas radicalmente humanos y sociales trabaja un sueño infinito, se hace presente una exigencia última de vida para todos, empezando por los últimos, de inclusión de todos y de comunión con todo y con todos. En otras palabras, siempre hay una cuestión teológica que tiene que ver con lo supremo y lo decisivo de nuestra historia. Es la aparición del misterio de la Trinidad, en el que las tres personas, por causa del amor recíproco, convergen para ser un único Dios vivo y dador de vida.

34. De una Iglesia-sociedad hacia una Iglesia-comunidad 

La Iglesia tiene una dimensión de misterio que sólo puede captarse por la fe. Es portadora de la memoria de Jesucristo, de la fuerza del Espíritu y de la tradición de los apóstoles. Creemos que la sustancia de la encarnación se perpetúa en la historia a través de ella: por Cristo y por el Espíritu Santo, Dios está definitivamente cerca de cada uno de nosotros y dentro de la

historia humana. Este misterio gana cuerpo en la historia, ya que se organiza en grupos y comunidades. Las comunidades, a su vez, asumen los elementos de cada época, de forma que la Iglesia tiene tantos rostros como encarnaciones ha conocido a lo largo de su historia. La concepción monárquica del poder fue la que marcó más profundamente a la Iglesia y a la forma con que ha organizado la distribución del poder entre sus miembros. En este caso predominó, no ya una reflexión sobre la santísima Trinidad, sino el monoteísmo pretrinitario o atrinitario. Todavía hoy se sigue diciendo: como hay un solo Dios, como hay un solo Cristo, tiene que existir en la tierra un solo representante oficial de Cristo, que es el papa para toda la Iglesia, el obispo para la diócesis, el párroco para la parroquia y el coordinador para la comunidad de base. Aquí se verifica una inmensa concentración de poder en una sola figura. Al relacionarse con los otros, asume fatalmente una actitud paternalista y asistencialista. El portador de poder se siente investido de grandes responsabilidades, ya que debe representar a Dios delante de los demás. Tiene que ejercer ese poder en beneficio de los otros, en orden a su salvación eterna. Lo hará todo para el pueblo. Y como solamente él es el representante oficial de Dios, difícilmente lo hará con el pueblo o a partir del pueblo. De este modo deja de reconocer y de valorar la inteligencia del pueblo, su experiencia de fe, su capacidad evangelizadora y su carácter de representante también de Dios y de Cristo. Dentro de esta práctica monárquica, fácilmente surge el autoritarismo, por un lado, y la supervivencia, por otro. De una Iglesia-comunión de fieles, todos iguales y corresponsables, se pasa a una Iglesia-sociedad con una distribución desigual de funciones y de tareas.

Por el contrario, si partimos de que la santísima Trinidad es la mejor comunidad, de que la comunión de los divinos tres hace que ellos sean un solo Dios, entonces veremos que nace otro tipo de Iglesia. Esa Iglesia es fundamentalmente comunidad. Cada uno tiene en ella sus propias características y sus dones, pero todos viven en función del bien de todos. Surge una comunidad con diversidades, que se respetan y se valoran como expresión de la riqueza de comunión de la misma Trinidad. Cada uno, en la medida en que crea comunión y se inserta en la comunión, es representante de la santísima Trinidad. En la Trinidad, lo que hace la unión de los divinos tres es la comunión entre ellos y la entrega total de una persona a las otras. Es lo mismo que tiene que ocurrir en la Iglesia: superando la centralización del poder y distribuyéndolo entre todos, surgirá la unidad dinámica, reflejo de la unión trinitaria.

Cuando la Iglesia se olvida de la fuente de donde nació —la comunión de las tres divinas personas—, deja que su unidad se transforme en uniformidad; que un grupo de fieles asuma él solo todas las responsabilidades, poniendo trabas a la participación de los demás; dejar que los intereses confesionales predominen sobre los intereses del Reino;

correr el riesgo de que el arroyo de aguas cristalinas se convierta en un charco de aguas estancadas... Es preciso convertirse a la Trinidad, para recuperar la diversidad y la comunión, que crea la unidad dinámica y siempre abierta a nuevos enriquecimientos.

CAPÍTULO 7

La persona del Padre: Misterio de ternura

35. ¿Quién es el Padre? Misterio de ternura

Jesús dijo: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera manifestar" (Mt 11,27). El Padre es un misterio insondable. El Padre es invisible. Se vuelve visible mediante su Hijo (Jn 1,18; 14,9). Por tanto, dependemos de Jesús, el Hijo unigénito, para poder vislumbrar alguna faceta del rostro del Padre. En primer lugar, Jesús deja bien claro que el Padre es un misterio de ternura. Lo llama Abba, que quiere decir: "Mi papá querido". Jesús goza de tanta intimidad con él que dice: "Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío" (Jn 17,10), y también: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). Consiguientemente, "el que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9).

En segundo lugar, el Hijo muestra cómo actúa el Padre, construyendo el Reino, dando vida, siendo misericordioso y mostrando su providencia. La gran causa del Padre es el establecimiento del Reino. Esto significa que la muerte ya no reinará más, que las divisiones no prevalecerán, que imperará la justicia y la fraternidad universal. Jesús quiso reforzar con su práctica el cumplimiento de esta causa del Padre: "El Hijo no puede hacer nada de por sí que no vea hacerlo al Padre" (Jn 5,19). En el Reino se da la victoria definitiva de la vida. El es un Dios de la vida, que toma siempre partido por los que necesitan de la vida. Tanto el Padre como Jesús se empeñan en engendrar vida, y vida en abundancia (Jn 10,10). Por eso dice muy bien Jesús: "El Padre resucita a los muertos y los hace revivir; así también el Hijo da la vida a los que quiere" (Jn 5,21). Con los que perdieron la vida por el pecado, el Padre se muestra misericordioso, como se indica muy bien en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). El sigue amando siempre a los ingratos y a los malos (Lc 5,36), porque su naturaleza es amor, y cuando no ve correspondido su amor, ofrece la misericordia. Además de eso, es un Padre lleno de providencia. Cuida de los cabellos de

cada cabeza humana, hace crecer los lirios con todo su esplendor y vela por los pajarillos del cielo (Mt 6,26).

Finalmente, el Padre se muestra como es en relación con su Hijo Jesús. Nos ha amado tanto que nos ha entregado a su propio Hijo. El Hijo se reveló como el mayor promotor del Reino, se empeñó por la vida de los más débiles, cuidando a los enfermos, consolando a los afligidos y resucitando a los muertos; ejerció la misericordia plenamente con la pecadora pública y con todos los que pedían perdón por sus pecados. La ternura de Jesús para con todos los que le buscaban era un reflejo de la ternura del Padre. Por eso podía decir: "Todos los que el Padre me da vendrán a mí. Al que viene a mí no lo rechazo" (Jn 6,37). No rechazó a los niños, ni a Nicodemo, que lo buscó de noche; ni a los fariseos que le invitaban a comer, ni a la mujer samaritana, ni a los que le pedían ayuda gritando desde lejos. Acogió a todos, imitando al Padre celestial, que acoge a todos como a sus hijos e hijas.

El sentimiento más terrible e insoportable es la repulsa y la sensación de que uno no es acogido. Es lo mismo que sentirse extraño en el nido, vivir una muerte psicológica. Cuando decimos Padre, queremos expresar esta convicción: hay alguien que me acoge definitiva-mente; poco importa mi situación moral; siempre puedo confiar que hay un regazo para acogerme. Allí no seré un extraño, sino un hijo —aunque pródigo— en la casa paterna.

36. El Padre, la raíz eterna de toda la fraternidad

El Padre es aquel que eternamente es, incluso antes de que existiera cualquier criatura. Si, por hipótesis, pudiésemos imaginar que no ha habido creación y que no existe ningún ser creado, aun así el Padre sería Padre. El Padre es Padre no fundamentalmente por ser creador. Podría haber un creador que fuese un Dios uno y único, una única persona infinita, sin ser Padre. El Padre es Padre por ser Padre del Hijo unigénito, por estar desde toda la eternidad en comunión con el Hijo en el Espíritu Santo, por estar "engendrando" en virtud del Espíritu al Hijo eterno. En una perspectiva trinitaria, la paternidad es propia del Padre. Al engendrar al Hijo, el Padre proyecta hacia fuera de sí a todos los que son imitables suyos y de su Hijo. En el Hijo engendrado son pensados todos los hijos e hijas creados a imagen y semejanza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Existe, por tanto, una dimensión eterna y filial de la creación. El Padre, con el amor que engendra al Hijo, da origen en él a todos los demás seres en el Hijo, por el Hijo, con el Hijo y para el Hijo (Jn 1,3; Col 1,15-17). Todos los seres participan de la filiación del Hijo unigénito, así como de la espiración del Espíritu Santo.

Puesto que todos nosotros existimos en el Hijo (cf Rom 8,29), todos somos hermanos y hermanas. Cristo, Hijo eterno, es "el primogénito entre muchos hermanos" y hermanas (Rom 8,29). Por tanto, Dios es Padre y nosotros somos hermanos y hermanas, no ya en primer lugar porque Dios sea creador y nos haya creado a todos, sino porque es Padre del Hijo unigénito (Rom 15,6; iCor 1,3; 2Cor 11,31; Ef 3,14). Y nosotros hemos sido proyectados en el Hijo eterno por el Padre en el mismo movimiento de amor con que el Padre "engendró" al Hijo en unión con el Espíritu Santo. De esta forma nosotros no somos meras criaturas exteriores al misterio trinitario. Nuestras raíces de fraternidad se hunden en el propio misterio de la fecundidad del Padre. Para marcar la diferencia entre el Hijo eterno y sus hermanos y hermanas, la teología utiliza las expresiones "Hijo unigénito" e "hijos e hijas adoptivos". El Hijo no es creado, sino engendrado de la misma sustancia de amor y de comunión del Padre junto con el Espíritu. Nosotros, hermanos y hermanas del Hijo unigénito, hemos sido creados de la nada a imagen y semejanza del Hijo por el Padre, junto con el Espíritu. De todas formas, el Padre del Hijo es nuestro Padre. Con razón Jesús nos enseñó a llamarlo "Padre nuestro, que estás en el cielo". El Padre no está nunca sin el Hijo. Y el Hijo jamás está sin los demás hijos e hijas adoptivos del Padre, es decir, sin sus hermanos y hermanas. Esta visión impide todo autoritarismo y paternalismo, basados sólo en la figura de Dios creador, Padre del universo. Este Padre engendró primeramente al Hijo y en él a todos nosotros. De ahí se deriva que la comunidad de iguales, hermanos y hermanas, es la verdadera representación de la Trinidad. Y si existe la autoridad, ésta será para reforzar a la comunidad, al servicio de ella, en medio de ella y siempre con ella.

Es fascinante saber que existíamos antes de existir. Que estábamos en la mente del Padre. Que hemos sido eternamente amados. Que también sobre cada uno de nosotros el Padre dijo lo que dijo, lo que dice y lo que dirá siempre a su Hijo unigénito: "Tú eres mi hijo y mi hija muy amados. En vosotros puse todo mi cariño".

37. El Padre maternal y la Madre paternal

Cuando la fe cristiana profesa que Dios es Padre del Hijo eterno junto con el Espíritu Santo, quiere manifestar que en él experimentamos el misterio absoluto del que todo viene y hacia el que todo va. El es la fuente de toda fecundidad. Pues bien, esta idea puede expresarse tanto por el término Padre como por el término Madre. Cas palabras son diferentes, pero el concepto (lo que se piensa) es el mismo. Al decir Padre y Madre eternos queremos también expresar que lo femenino y lo masculino, que son imagen y semejanza de Dios según el Génesis (1,27), encuentran en la santísima Trinidad su última raíz y justificación. Quizá haya cristianos poco

acostumbrados a este tipo de terminología, ya que somos herederos del predominio de lo masculino y de un lenguaje sexista de Dios. Realmente, si consultamos la Biblia, veremos que Dios es presentado también con los rasgos propios de la madre. Ya el buen papa Juan Pablo I decía acertadamente: "Dios es Padre, pero es más todavía Madre". El concilio de Toledo del año 675 enseña que "hemos de creer que el Hijo no procede ni de la nada ni de otra sustancia, sino que fue engendrado y nacido del seno del Padre, esto es, de su sustancia". Aquí se hace una referencia al seno; pero es la mujer y la madre la que posee seno. Dios es Padre maternal o Madre paternal. En otras palabras, la fecundidad de Dios se expresa mejor por las dos fuentes humanas de fecundidad que son el padre terreno y la madre terrena. Los dos expresan dignamente lo que es Dios en su misterio que da origen a todo, el Dios que subyace a todo el proceso de generación y aparición del nuevo ser.

El profeta Isaías en el Antiguo Testamento presentaba a Dios bajo la figura de una madre diciendo: "¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría, no tener compasión del hijo de sus entrañas?" (Is 49,15). Lo mismo ocurre con Dios, con mucha más razón. La actitud primordial de la madre es la de consolar y enjugar las lágrimas de los hijos e hijas. Así, el mismo profeta dice: "Como a un hijo a quien consuela su madre, así yo os consolaré a vosotros" (Is 66,13). Una de las características básicas de Dios es ser misericordioso. En la mentalidad hebrea, misericordioso significa "tener entrañas maternales". El padre del hijo pródigo revela rasgos maternales: corre al encuentro del hijo, lo abraza y lo cubre de besos. Del mismo modo podemos decir: Dios es solamente Padre eterno si muestra también características maternales. Solamente es Madre de ternura infinita si revela también dimensiones paternales. En el Padre y

en la Madre eterna nos sentimos plenamente acogidos, en el Reino de la confianza de los hijos y de las hijas, libres y felices, miembros de la familia divina.

Es sumamente reconfortante descubrir que el Padre sólo es plenamente Padre cuando se muestra también como Madre. Como el padre del hijo pródigo, él nos espera atisbando el recodo del camino, para correr a nuestro encuentro, abrazarnos y cubrirnos de besos. Pero para todo eso importa sentir añoranza de la casa paterna y materna y decidirse a volver a ella.

38. El Padre, el principio sin principio

La revelación que el Hijo encarnado nos ha hecho del Padre eterno nos permite entrever alguna cosa de su realidad inmanente. Nosotros solamente conocemos al Padre mediante la revelación del Hijo (Mt 11,27),

en cuanto que el Padre representa, por excelencia, el misterio abismal. Cada una de las personas es misterio. Pero en el Padre el misterio destaca como misterio. Quede asentado que el misterio divino es siempre un misterio de comunión, de vida y de amor. No es una realidad que nos asusta, sino una realidad que nos fascina y nos invita a participar de su felicidad. La fe dice que el Padre es el principio sin principio. Como las demás personas es una fuente que hace manar vida desde toda la eternidad. El comunica esta vida en plenitud. Por eso creemos que el Padre "engendra" al Hijo en el Espíritu Santo. Como ya hemos visto anteriormente, el término "engendrar" no significa un desdoblamiento del Padre; es la forma como el Padre se revela en el Hijo eterno y muestra en él su fecundidad. El Padre también está junto con el Espíritu Santo, "espirándolo" en la unión con el Hijo unigénito. Esta "espiración" no significa que el Padre cause junto con el Hijo a la tercera persona, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo une al Padre y al Hijo en el amor que interpenetra a las tres divinas personas. Porque los divinos tres están siempre juntos, rezamos igualmente a los tres la misma oración: "Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo".

Todo el misterio trinitario es impenetrable a la razón humana. No solamente ahora que estamos aquí, en la tierra, sino también en la eternidad y para siempre. Sin embargo, este misterio está siempre abierto a la comprensión y a la comunión. Por esto él es Padre, en la medida en que es sin raíz y es la raíz de todo lo demás; pero también es Hijo, en la medida en que se revela y se muestra hacia fuera como verdad. Es también Espíritu Santo en la medida en que lo unifica todo y se entrega como amor. Cuando hablamos del Padre, nos referimos al último horizonte de todo, a aquel que lo contiene todo y lo ilumina todo. A partir de él es posible acoger a la persona del Hijo y del Espíritu Santo. Ellos están siempre juntos y son simultáneos. Pero para poder entender algo de la santísima Trinidad, aunque sólo sea bajo frágiles signos y leves alusiones, tenemos que empezar siempre por el Padre. El es el primero entre los simultáneos cuando queremos establecer cierto orden entre las personas trinitarias. En primer lugar, el Padre; en segundo, el Hijo; y en tercero, el Espíritu Santo. Este lenguaje es nuestro como expresión de nuestra fe. Pero hemos de saber que, en realidad, nadie es anterior o superior, sino que los tres son coiguales, coeternos y coamorosos. Pero es en la persona del Padre donde este misterio, igual en cada una de las personas, se muestra de una forma singular.

El ojo puede verlo todo, pero no puede verse a sí mismo. Cada río remite a la fuente, pero la fuente no remite a nada. Mana por sí misma. Esto se parece al misterio del Padre. El Padre es el origen escondido que lo permite todo y del que todo tiene comienzo. El está siempre presente,

aunque invisible; presente para producir vida y defender a los que se sienten amenazados en su vida.

39. Cómo aparece el Padre: En el misterio de todas las cosas

La santísima Trinidad está presente toda entera en la creación. Cada persona divina aparece en su distinción y propiedad específica. ¿Cómo aparece el Padre en cuanto Padre en nuestro mundo? Ya hemos dicho que en el Padre entrevemos el carácter de misterio abismal de toda la santísima Trinidad. El Padre representa al primero y al último, el origen y el fin. El Padre significa la fecundidad, la generación y el origen último de todo lo que puede existir. El es, fundamentalmente, el principio sin principio, junto con los simultáneos: el Hijo y el Espíritu Santo. Decir que el Padre es el origen y el principio de todo es decir algo incomprensible para nosotros. Nuestro conocimiento es siempre de aquello que ya comenzó y que ya tuvo un origen. Por eso llegamos siempre después; nunca podemos presenciar el origen de nosotros mismos. Nosotros vivimos siempre a merced de un misterio. Entonces todo lo que tiene algo que ver con el origen, como el surgir de una nueva vida y el aparecer de cualquier ser nuevo, tiene que ver con el Padre, fuente y origen de todo. Todo lo que nos desafía y se nos presenta como un misterio es para nosotros una señal del Padre en la creación.

Es un misterio la existencia del universo; no tendría por qué existir, y sin embargo existe. Es un misterio la vida humana personalizada, la trayectoria individual de cada existencia, lo que ocurre en las profundidades del corazón humano, el sentido último de todo lo que existe. Todas estas investigaciones que vienen envueltas en la penumbra del misterio remiten al misterio del Padre. El Padre está presente en tales experiencias. Está presente en nuestro propio misterio, ya que andamos siempre en busca de un último puerto feliz o de un abrigo último. Se trata de un interrogante incansable: ¿De dónde venimos?, ¿qué hacemos aquí, en la tierra?, ¿hacia dónde caminamos? Intuimos más de lo que sabemos, ya que permanecemos en el misterio indescifrable. El Padre habita en nosotros, cuando suscitamos semejantes preguntas.

Otras veces nos vemos inmersos en crisis radicales; nos sentimos perdidos. 0 bien se trata de un pueblo postrado, ya que ha sido vencido y se ha visto privado de su identidad. Tiene que recomenzar todo de nuevo y rehacer los caminos. En una situación de crisis semejante, Jesús exclamó a Dios llamándolo "mi querido Papá" (Mt 26,39.42); el pueblo de Israel, al verse libre de la esclavitud, descubrió a Dios como Padre (Is 63,16). Hizo la experiencia de Dios, que escucha el grito de sus hijos oprimidos. Se reveló

como el goel esto es, como Dios-Padre, vengador de los oprimidos injustamente.

Particularmente, los pobres y los humillados sienten a Dios como Padre y protector, ya que sólo Dios está a favor suyo. El mismo Jesús, Hijo del Padre, hizo de ellos los primeros destinatarios de su mensaje liberador. Es que en su intimidad con el Padre descubrió la dimensión liberadora del misterio del Padre. Hizo lo que siempre hizo el Padre, lo que el Padre hace y hará en la historia: toma partido por los vencidos injustamente para tomarlos bajo su custodia y protección. El Padre, por consiguiente, se hace presente en aquellos cuyo carácter filial queda más negado. Aparece en todos aquellos que se proponen y luchan por un mundo más fraterno (todos hijos y todos hermanos).

¿No está todo cargado de misterio? El cielo estrellado, la luz eléctrica, la sonrisa del niño, el gesto que ayuda al desvalido, la mano que se abre para dar... Es el misterio del Padre, que sale a flote y nos deja sus señales...

CAPÍTULO 8

La persona del Hijo: Misterio de comunicación y principio de liberación

40. ¿Quién es el Hijo? La comunicación eterna

Al lado del Padre y en eterna comunión con Él está el Hijo. El es la total expresión del Padre. El Padre se reconoce en el Hijo, en su eternidad y en su misterio de ternura. El Hijo muestra la distinción en Dios y, al mismo tiempo, la comunión. Por eso el Padre y el Hijo están siempre juntos, conociéndose, reconociéndose y entregándose mutuamente. Para llevar la creación a su plenitud, pasando por la redención, el Hijo se encarnó. Por su encarnación se nos reveló el misterio de comunión que es el Dios trino. Ya lo hemos considerado: en medio de las personas, actuando de forma liberadora, el Hijo nos revela al Padre; el dinamismo transformador que irradiaba de él significaba la presencia del Espíritu Santo. ¿Cómo Jesús de Nazaret, aquel hombre pobre y solidario con todos los que sufren, nos reveló a la segunda persona de la santísima Trinidad, el Hijo? Si tomamos los evangelios tal como están escritos, no es difícil percibirlo: el Hijo está allí con toda su presencia densa, como revelador de los secretos del

Padre, como mediador de la plena liberación para todos, empezando por los pobres, en la fuerza del Espíritu que habita en él. Sin embargo, los textos actuales del Nuevo Testamento recogen, además de las palabras y de las prácticas de Jesús, las reflexiones que las primeras comunidades cristianas hicieron sobre el acontecimiento Jesús. Actualmente no es fácil distinguir entre lo que procede del Jesús histórico y lo que se deriva de sus seguidores. Lo importante reside en el hecho de que tanto Jesús como las reflexiones de los primeros cristianos atestiguan con claridad que estamos ante el Hijo de Dios. Este Hijo de Dios plantó su tienda en medio de nuestra miseria.

En primer lugar, Jesús se muestra Hijo de Dios en la oración. Invoca siempre a Dios como Abba, papá querido. El que llama a Dios Padre suyo es porque se siente su Hijo. Nos enseñó también a nosotros a llamarlo Padre y a vernos como hijos e hijas y, por tanto, como hermanos y hermanas entre nosotros. En segundo lugar, Jesús se comporta como Hijo del Padre. Asume la representación del Padre: así como el Padre trabaja hasta ahora, también el trabaja (Jn 5,17). Así como el Padre es misericordioso, también lo es él: perdona los pecados, convive con los pecadores y les da la certeza del perdón del Padre. En tercer lugar, obedece al plan del Padre, que es la instauración del Reino, hasta la muerte, incluso cuando se ve tentado; resiste con fidelidad frente a todas las persecuciones; e incluso desde lo alto de la cruz, en el mayor abandono, se entrega confiado al Padre.

En el entusiasmo que provoca entre el pueblo, en su coraje por superar las tradiciones caducas, en la vida que suscita por donde pasa, deja entrever que el Espíritu habita en él y que así también lo revela al mundo. De este modo Jesús es el Hijo del Padre en el Espíritu y también nuestro hermano mayor y mejor.

La lógica de las manos es más convincente que la lógica de las palabras. Para revelarse como Hijo del Padre eterno, Jesús prefirió la práctica a la gramática. Realizó gestos liberadores, perdonó pecados y resucitó muertos. Más que decir: "Yo soy el Hijo de Dios"; Jesús se portó como el Hijo de Dios.

41. El Hijo eterno del Padre eterno en el Espíritu Santo

¿Quién es el Hijo eterno en sí mismo? La fe nos dice que es el unigénito del Padre, de la misma sustancia que el Padre. No es creado, sino "engendrado sin comienzo y sin principio", "subsiste en el Padre desde toda la eternidad y para toda la eternidad". Permanece para nosotros en la penumbra del misterio la manera con la que el Padre "engendra" al Hijo,

sin ser por ello anterior a él, ya que el Padre y el Hijo son coiguales e igualmente eternos. Lo que podemos decir con toda certeza es que el Padre y el Hijo viven en la misma naturaleza-comunión. Son distintos para poder entregarse mutuamente y vivir una comunión eterna. San Juan dice que el Hijo es la Palabra. Expresa toda la realidad del Padre. Pablo afirma que es "imagen de Dios (Padre) invisible" (Col 1,15). Todo el carácter misterioso de Dios se comunica y se manifiesta en el Hijo. El es la inteligencia del misterio compartido por las tres divinas personas. Por eso, el Hijo es por excelencia la revelación y la comunicación divina, tanto dentro de la Trinidad como dentro de la creación. Todo lo que el Padre tiene se lo da al Hijo. Excepto el hecho de que el Padre es Padre. El Hijo recibirá también del Padre la capacidad de espirar al Espíritu Santo. El Padre y el Hijo juntos permiten la aparición del Espíritu Santo. Cuando usamos estas expresiones de "generación", "espiración", "dar origen", "permite la aparición", hemos de confesar inmediatamente nuestras insuficiencias; no son palabras adecuadas, ya que dan la impresión de sucesión y de causalidad, siendo así que todo ocurre en la dimensión de la eternidad, en donde no hay comienzo ni fin. Por eso es importante que acentuemos la simultaneidad de los divinos tres. Los tres coexisten y están en comunión entre sí eternamente. En ellos subsiste siempre la perijóresis, es decir, la interpenetración de vida, de donación y de amor. Entonces podemos decir: el Hijo, al ser "engendrado" por el Padre, recibe simultáneamente al Espíritu Santo, que descansa sobre él y se une siempre a él. En virtud de esto, el Hijo y el Espíritu Santo vienen juntos hacia la creación, a fin de llevarla a su plenitud y liberarla integralmente. Junto con el Espíritu Santo, el Padre se relaciona y se revela al Hijo. Y el Hijo, junto con el Espíritu Santo, descubre la innascibilidad del Padre y nos la revela a nosotros.

El Hijo está encarnado dentro de nuestra historia. Con eso confiere un carácter de hijo y de hija a todas las criaturas, especialmente a las humanas. En cierta forma, ahora que el Hijo resucitado está de regreso dentro de la Trinidad, algo de nuestra naturaleza ha quedado eternizado y ha sido hecho definitivamente partícipe de la vida de comunión y de amor eternos. Si él es el Hijo del Padre unido al Espíritu, nosotros somos hijos e hijas en el Hijo, y todos somos hermanos y hermanas en virtud del mismo Espíritu.

Por muy siniestra que pueda parecer la trayectoria humana, hay algo de ella que ha sido absolutamente preservado y radicalmente realizado: la santa humanidad de Jesús, asumida por el Hijo eterno e introducida definitivamente en el seno de la Trinidad. Hay algo nuestro, de nuestro corazón, de nuestro deseo infinito, que por Jesús está para siempre a salvo.

42. Lo masculino y lo femenino del Hijo, nuestro hermano

El Génesis nos revela que somos imágenes y semejanzas de Dios en cuanto que somos varones y mujeres (Gén 1,27). Esto supone reconocer que las raíces últimas de nuestra realidad personal, tanto masculina como femenina, se encuentran en el misterio del mismo Dios. Las personas divinas no son sexuadas. Están más allá de estas determinaciones creadas. Pero los valores y dimensiones que se comunican a través de lo masculino y de lo femenino son también valores divinos. En virtud de esta consideración, podemos pensar en la dimensión femenina y masculina de cada una de las personas divinas. En Jesús encontramos la integración perfecta de lo femenino y de lo masculino. Primeramente de lo masculino, ya que Jesús no fue mujer, sino varón. Pero como todo varón, él incluía también dentro de su realidad la dimensión femenina, que expresó perfectamente. Todo el dinamismo de Jesús, su capacidad de decisión en favor de los pobres, primeros destinatarios de su mensaje; su coraje al enfrentarse con las oposiciones y con la misma muerte, revelan su dimensión masculina, presente también en la mujer, pero de forma distinta. Lo femenino expresa la dimensión de ternura de la existencia humana, masculina y femenina; el cuidado, la misericordia, la sensibilidad ante el misterio de la vida, especialmente con los que tienen menos vida; la interioridad en la oración. Los relatos evangélicos nos presentan a Jesús como alguien que había integrado el anima (dimensión femenina) dentro de su animus (dimensión masculina). Primeramente elabora una relación profundamente humana y tierna con las mujeres que pasan por su camino, varias de las cuales son discípulas suyas (Lc 10,38-42). Siempre toma la defensa de la mujer desamparada, como la adúltera, la mujer siro-fenicia que pide ayuda, la samaritana, la mujer encorvada y la que sufría hemorragias.

Con actitudes muy femeninas se inclina sobre los pobres que encuentra en su camino; se llena de compasión (se conmovían sus entrañas) frente al pueblo abandonado (Mc 6,34), no esconde las lágrimas cuando se entera de la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,35). De forma muy femenina dice que quiso juntar a los hijos de Jerusalén como una gallina que reúne a sus polluelos bajo sus alas y ellos no quisieron (Lc 13,34).

Esta dimensión femenina de Jesús pertenece a su humanidad. Esta humanidad fue asumida hipostáticamente por el Hijo eterno. Esto significa que algo de lo femenino ha quedado divinizado para siempre. La mujer está también llamada a participar de la vida de eterna comunión y a encontrar en cada una de las personas de la santísima Trinidad un prototipo para sus anhelos de perfección y de crecimiento.

Todo ser humano tiene dentro de sí la dimensión femenina y masculina, tiene ternura y vigor. Es un desafío de la vida el integrar estas dos dimensiones de tal forma que seamos plenamente humanos, siendo así un reflejo de Dios. Jesús asumió e integró dentro de sí lo masculino y lo femenino. El Hijo eterno, encarnado en él, santificó y divinizó para siempre estas dos dimensiones.

43. La misión del Hijo: liberar y hacer a todos hijos e hijas

El Hijo fue enviado al mundo por el Padre junto con el Espíritu Santo. El no solamente ilumina a todas las personas que vienen a este mundo (Jn 1,9), sino que nos visitó en nuestra propia carne, haciéndose hermano nuestro en nuestra situación de pobreza y de opresión. ¿Cuál es el sentido último de la venida y de la misión del Hijo entre nosotros? ¿Cuál es la intención del eterno? Hay dos corrientes que, históricamente, se han disputado la mejor interpretación. La primera corriente parte del credo, que dice: "Por nuestra salvación (el Hijo) bajó del cielo y fue concebido del Espíritu Santo". En esta visión la encarnación se debió al pecado de la humanidad que nos separaba de Dios. El pecado ocupa aquí todo el centro. En función de la redención de este pecado, el Padre nos envió a su propio Hijo. Nos preguntamos: ¿Es digno de Dios dejar que el pecado ocupe un puesto tan central? ¿No es acaso Dios y su gloria el centro de todo? Debido a estas preguntas, la segunda corriente parte de otra comprensión basada en el prólogo de san Juan, en las epístolas a los Efesios y a los Colosenses y en algunas afirmaciones de la epístola a los Hebreos. Allí se afirma que "todo fue hecho por él (el Verbo), y sin él nada se hizo" (Jn 1,3). San Pablo dice que el plan de Dios es "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Por eso mismo podía decir también que "absolutamente todo fue creado por él y para él" (Col 1,16), y que "todo lo sometió bajo sus pies" (Heb 2,7-8). En otras palabras, la encarnación no es una solución de emergencia para reconducir la creación a su dirección primitiva, de la que se había derivado. La encarnación del Hijo pertenece al misterio de la creación. Sin la venida del Hijo todo se quedaría sin cabeza, esto es, sin un último sentido y sin una última coronación.

Nos parece que esta segunda corriente interpreta mejor los misterios divinos en consonancia con la propia glorificación divina. El Hijo verbifica, es decir, hace participar de su naturaleza de Verbo a todo el universo, hace a todos los seres de la creación, incluso a los infrahumanos, hijos e hijas. Por causa del pecado de los hombres, que contaminó también las relaciones con la naturaleza, la encarnación se dio bajo la forma de humillación y no de gloria; pero esta modalidad no cambia en nada la esencia del plan de la santísima Trinidad de incluir en su comunión al universo entero.

Esta visión se encuadra mejor en una comprensión realmente divina de la creación. Como ya vimos, al proyectarse en el Hijo y revelarse en él, el Padre proyecta y revela también a los imitables posibles de sí mismo y de su Hijo, que podrían ser creados algún día. En este sentido, ya dentro de la santísima Trinidad está la creación como proyecto. Está la santa humanidad de Jesús, con la capacidad de acoger la plena comunicación del Hijo, cuando fuera enviado a entrar dentro de nuestra historia. Y él vino. Con ese acontecimiento comienza nuestro fin bienaventurado: ¡Estamos ya dentro de la santísima Trinidad!

Todo lleva las marcas del Hijo porque todo fue hecho en él, con él y para éL El sapo que está en medio del camino, la estrella del cielo, la partícula atómica son filiales porque están en el Hijo. Son también nuestros hermanos y hermanas. Y ésa es la razón por la que los respetamos y amamos como a nosotros mismos.

CAPÍTULO 9

La persona del Espíritu Santo:

Misterio de amor e irrupción de lo nuevo

44. ¿Quién es el Espíritu Santo?       El motor de la liberación integral

El Espíritu Santo es aquel que supera la relación yo-tú (Padre-Hijo) e introduce el nosotros. Por eso el Espíritu Santo es por excelencia la unión entre las personas divinas; es la persona que revela para nosotros con mayor claridad la interrelación eterna y esencial entre los divinos tres. En la historia, el Espíritu se muestra como una fuerza volcánica, como un vendaval que toma a las personas y las arrastra a hacer obras grandes. Así ocurre con los líderes carismáticos como los jueces, con los profetas, con el siervo doliente que lucha por el restablecimiento del derecho y de la justicia, con los reyes investidos de poder para proteger al pueblo, con el mesías, portador de todos los dones del Espíritu. Podemos resaltar algunas características del Espíritu.

Él es la fuerza de lo nuevo y de la renovación de todas las cosas: crea orden en la creación, hace surgir al nuevo Adán en el seno de María, impulsa a Jesús a la evangelización, resucita al crucificado de entre los

muertos, anticipa a la humanidad nueva en la Iglesia y nos trae, al final, el nuevo cielo y la nueva tierra.

El Espíritu es el que actualiza la memoria de Jesús, el liberador. No deja nunca que las palabras de Jesús se queden muertas, sino que sean continuamente releídas, adquieran nuevos significados y fomenten nuevas prácticas.

El Espíritu es el principio liberador de las opresiones de nuestra situación de pecado, que la Biblia llama con el nombre de "carne". La "carne" expresa el proyecto de una persona vuelta hacia sí misma, que se olvida de los otros y de Dios. El Espíritu es el continuo generador de libertad (cf 1Cor 3,17), de entrega a los demás y de amor. El Espíritu es el padre de los pobres, infundiéndoles esperanza para sacudir las opresiones que soportan, haciéndoles soñar siempre con un mundo reconciliado y justo y luchar para realizarlo. Finalmente, el Espíritu es la fuerza creadora de diferencias y de comunión entre las diferencias. Es él el que suscita entre las personas los más diversos dones y en las comunidades los más diferentes servicios y ministerios, como se enseña en la epístola a los Romanos (c. 12) y en la primera a los Corintios (c. 12). Pero esta diversidad no deriva en desigualdades y discriminaciones. Todos bebemos del mismo Espíritu (1Cor 12,13). Los dones no se dan para la autopromoción, sino para el bien de la comunidad (1Cor 12,7).

El Espíritu se derramó sobre todos. Él habita en los corazones de las personas, dándoles entusiasmo, coraje y decisión. El consuela a los afligidos, mantiene viva la utopía en las mentes humanas y en la imaginación social, la utopía de una humanidad totalmente redimida, y da la fuerza para anticiparla, incluso a través de las revoluciones dentro de la historia. El es una persona divina junto con el Hijo y el Padre, emergiendo al mismo tiempo que ellos y estando esencialmente unido a ellos en el amor, en la comunión y en la misma vida divina.

Bíblicamente, el Espíritu es como un huracán y un vendaval Es una forma de transformación lo mismo que el amor, que es más fuerte que la muerte. El Espíritu no es, como para nuestra cultura, algo etéreo e indefinible. ¡Qué inmenso dinamismo engendraría la espiritualidad si aceptáramos al Espíritu como energía vital y siempre innovadora!

45. El Espíritu está siempre junto al Hijo y al Padre

¿Cómo se relaciona el Espíritu Santo, tercera persona divina, con el Padre y el Hijo? El Nuevo Testamento nos ofrece dos datos: por un lado, dice que Jesús lo enviará de parte del Padre (Jn 15,26); por otro, dice que el Espíritu

procede del Padre (Jn 15,26). ¿Cómo hemos de entender esta vinculación del Espíritu con el Padre y el Hijo? Esta cuestión dividió a la Iglesia hasta el punto de que en el año 1054 se produjo en ella una división, que perdura hasta nuestros días: la Iglesia romano-católica y la Iglesia ortodoxo-católica. Detrás de las diferentes interpretaciones hay visiones distintas de Dios, de la Iglesia y de la sociedad. Los griegos, como ya hemos visto, parten del Padre como fuente y causa suprema de toda la divinidad. El Padre pronuncia su palabra (el Hijo) y junto con ella sale simultáneamente el soplo (Espíritu Santo). Aunque la fuente sea la misma (el Padre), la palabra y el soplo son distintos. Hay también dos maneras distintas de proceder ambos del Padre, lo cual hace que el Padre no tenga dos hijos, sino un Hijo unigénito y un solo Espíritu.

Los latinos parten de la naturaleza divina, que es la misma y única en cada una de las personas. El Padre, al engendrar al Hijo, se lo entrega todo (cf Jn 16,15), incluso la capacidad de espirar conjuntamente al Espíritu Santo. Por la comunión el Padre y el Hijo son una sola cosa (cf Jn 10,30) y un solo principio de espiración del Espíritu Santo. De lo contrario, el Padre tendría dos hijos o habría dos causas para el Espíritu Santo. Por eso los latinos dicen que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque) como de un solo principio.

Esta comprensión de los latinos es rechazada por los griegos porque, según ellos, sacrifica la cualidad específica del Padre: la de ser la causa única y la fuente de toda la divinidad. El Hijo participaría entonces de esa cualidad exclusiva (sería una especie de segundo Padre), y así la paternidad dejaría de ser exclusiva. La intención de las dos corrientes es la misma: garantizar la plena divinidad e igualdad de las personas del Hijo y del Espíritu Santo. Los griegos consiguen esta comprensión haciendo proceder al Hijo y al Espíritu Santo de la misma y única fuente que es el Padre. Los latinos intentan lo mismo, pero por otro camino, al insistir en el hecho de que las tres divinas personas son consustanciales, es decir, tienen juntas la misma naturaleza. El Espíritu Santo tiene la misma naturaleza que recibió el Hijo del Padre. Como el Hijo la recibió del Padre, también él la entrega junto con el Padre al Espíritu Santo. Por eso, dicen los latinos, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

Lo que importa, en definitiva, es afirmar que el Espíritu Santo es Dios como el Padre y el Hijo. Por eso decimos en el credo que "con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los profetas".

El Padre y el Hijo, en su tú-a-tú, permiten el diálogo y se abren al amor perfecto. El amor es perfecto cuando los dos, el Padre y el Hijo, se unen para amar juntos a un tercero. El Espíritu Santo es esa tercera persona. Representa lo nuevo, la apertura y la comunión absoluta. Aquí está la

importancia de creer que el Padre y el Hijo juntos, o el Padre por medio del Hijo, "espiran" al Espíritu Santo. Es la importancia fundamental de la superación del tú-a-tú hacia la convergencia de un tercero.

46. La simultaneidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo

Las discusiones sobre la forma con que el Espíritu Santo procede y se relaciona con el Padre y el Hijo dividieron a la única Iglesia en dos expresiones históricas: la Iglesia romano-católica y la Iglesia ortodoxo-católica. En dos concilios ecuménicos, el de Lyon (1274) y el de Florencia (1439), se intentaron fórmulas de conciliación. En Lyon se dijo claramente que el Espíritu procede del Padre y del Hijo, no como de dos principios o causas, sino como de un solo principio. El Padre y el Hijo están tan unidos, ya que tienen la misma naturaleza-comunión y la misma vida, que constituyen una sola fuente. En Florencia se explicó que puede decirse también: el Padre espira al Espíritu Santo a través del Hijo, o también por el Hijo. El Hijo no es como una causa instrumental, sino que por la mutua comunión de amor participa del origen del Espíritu Santo. Las explicaciones no lograron acabar con las divisiones ni anular las mutuas sospechas de herejía. Las disputas continúan hasta hoy.

Entre tanto, los teólogos consiguieron profundizar significativamente en el tema. Así se cuestiona con razón si la terminología empleada es adecuada o no: causa, procesión, espiración. Parece como si el Espíritu Santo viniera en tercer lugar y estuviera subordinado al Padre, o al Padre y al Hijo. Realmente, no existe en la santísima Trinidad ninguna subordinación, ya que los tres divinos son coeternos, coinfinitos y coiguales. En ellos no se da un antes o un después, un arriba o un abajo. Tenemos que partir, como parte el Nuevo Testamento, de las tres personas: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siempre en relación y en comunión. Son simultáneos y siempre vienen juntos. Para evitar malentendidos, en vez de hablar de causa, principio y procesiones, sería mejor que habláramos de mutua relación y de reconocimiento. Cada persona está siempre relacionada con las otras dos, ya que por la perijóresis (por la interpenetración) cada una lleva dentro de sí a las demás. Cada persona se determina y se distingue por la relación propia que establece con las otras dos. Entonces hemos de decir: el Espíritu Santo revela la autoentrega, que se hacen el Padre y el Hijo. Este amor es lo propio del Espíritu Santo. El Espíritu reconoce al Padre en el Hijo. El Espíritu ve al Hijo como la suprema expresión del Padre. El Espíritu Santo es la alegría de la relación de inteligencia y de amor entre el Padre y el Hijo. Si quisiéramos mantener la terminología consagrada, podríamos decir también: el Padre "engendra" al Hijo con la participación del Espíritu Santo y "espira" al Espíritu Santo con la participación del Hijo. El Espíritu Santo junto con el Hijo atestiguan la

innascibilidad del Padre y así participan también ellos de la eternidad, ya que todo entre las divinas personas circula en un flujo y reflujo de eterna vida y de amor vital.

El empeño de los cristianos por crear una sociedad igualitaria, estructurada por los mecanismos de participación de todos, dentro del respeto de las diferencias, impidiendo que se transformen en desigualdades, encuentra su fundamento en la dignidad igual de las tres divinas personas distintas, en su simultaneidad y en su coexistencia amorosa.

47. La dimensión femenina del Espíritu Santo

Más que en relación con el Padre y con el Hijo, la reflexión teológica vio muy pronto dimensiones femeninas en el Espíritu Santo. Empezando por el nombre Espíritu Santo, que en hebreo es femenino. En las Escrituras el Espíritu aparece siempre asociado a la función generadora y al misterio de la vida. El evangelio de san Juan nos dibuja la actuación del Espíritu Santo en una terminología típicamente femenina. El nos consuela como paráclito, exhorta y enseña como hacen las madres con sus hijos pequeños (Jn 14,26; 16,13). No permite que nos quedemos huérfanos (Jn 14,18). Nos enseña a balbucear el verdadero nombre de Dios Abba, que quiere decir "papá". El nos transmite también el nombre secreto de Jesús, que es Señor (1Cor 12,2). Finalmente, como hacen también las madres, él nos educa en la oración y en la forma de pedir las cosas verdaderas (Rom 8,26).

Ya en el Antiguo Testamento el Espíritu se presenta asociado a funciones femeninas. El mismo aletear del Espíritu por encima de las aguas del caos primitivo de la creación, antes que hubiera orden, simbolizaría, según buenos intérpretes, el incubar generador de todo tipo de vida. En la literatura sapiencial, como es sabido, la sabiduría es amada como una mujer (Si 14,22) y es presentada como esposa y como madre (Si 12,26), identificada a veces con el Espíritu (Sab 9,17). Hay representaciones trinitarias en las cuales el Espíritu Santo es colocado entre el Padre y el Hijo, en forma de mujer. En las Odas de Salomón, un escrito del cristianismo sirio, la paloma del bautismo de Jesús, que es una de las representaciones del Espíritu Santo, es llamada madre. Hay padres de la Iglesia que llamaron al Espíritu Santo la madre divina de Jesús-hombre, ya que la concepción en el seno de la virgen María se dio por obra y gracia del Espíritu (Mt 1,18). Macario, gran teólogo cristiano de Siria (muerto el año 334), nos ha dejado este hermoso texto: "El Espíritu es nuestra Madre, porque el paráclito, el consolador, está pronto para consolarnos como una madre consuela a sus hijos y porque los hijos renacen de él y son así los hijos de esta Madre misteriosa que es el Espíritu Santo". Efectivamente, el Espíritu está presente en la primera creación; actúa, además, en la nueva

creación, viniendo sobre María y haciéndole concebir al Hijo encarnado; baja sobre Jesús en el bautismo y lo impulsa a la misión; resucita a Jesús de entre los muertos (He 13,33; Rom 1,3), desciende sobre los apóstoles y así da comienzo a la Iglesia misionera. En el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, el Espíritu como Madre concibe nuevos hermanos y hermanas de Jesús y llena de vida con carismas y servicios a las comunidades cristianas. Repetimos lo que dijimos ya anteriormente: el Espíritu tiene dimensiones masculinas y femeninas, pero está más allá de los sexos. Los valores que descubrimos en lo femenino, que están presentes en la mujer y en el varón, encuentran en el Espíritu Santo una de sus fuentes eternas.

Dios nos encuentra en unos valores que nuestra cultura califica de masculinos, como el vigor, la decisión, el trabajo; valores masculinos que existen en el varón y en la mujer. Pero nos encuentra también en los valores femeninos que existen en ambos sexos, como la ternura, el sentido del misterio y la solicitud. El Espíritu Santo en su acción entre nosotros ha privilegiado este aspecto de la existencia humana.

48. Misión del Espíritu Santo: unificar y crear lo nuevo

La acción del Espíritu Santo en la historia es reflejo de su acción en el seno de la Trinidad. En la Trinidad el Espíritu Santo es principio de diversidad y de unión entre los distintos (Padre e Hijo). Por eso es amor y comunión por excelencia, aunque cada persona divina sea comunión y amor. Siempre que en la historia nos encontramos con los dinamismos de benevolencia, de aceptación, de convivencia de las diversidades, discernimos allí la presencia inefable de la acción del Espíritu Santo. El Espíritu está ligado a la acción transformadora e innovadora. Su acción impregna los actos humanos haciendo que sean realizadores del designio de la Trinidad. Especialmente los agentes históricos, los líderes carismáticos, los creadores de nuevos horizontes, los iniciadores de nuevos caminos, son expresiones de la fuerza del Espíritu Santo. Más particularmente los pobres, cuando resisten contra las opresiones; cuando se organizan para buscar la vida, el pan y la libertad; cuando en medio de las luchas conservan la fe y la ternura para con los demás, son los grandes sacramentos históricos de la presencia activa del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo está vinculado con lo nuevo y con lo alternativo. Siempre nos las tenemos que ver con leyes, hábitos e instituciones. Estas instancias nos dan seguridad y nos garantizan una dirección. Pero el espíritu humano está siempre abierto hacia arriba y hacia adelante. Es insaciable. De vez en cuando surgen crisis de identidad; se esconden las estrellas de nuestro cielo. Las sociedades sienten la necesidad de nuevos caminos. Ocurren revoluciones que dejan atrás venerables instituciones y caminos trillados.

Se abren nuevos senderos. Se crea un orden nuevo. El Espíritu Santo está siempre presente en estos procesos, generalmente dolorosos, de cambio estructural. Es él el que inaugura el cielo nuevo y la tierra nueva. Podríamos decir figuradamente que el Espíritu Santo es la imaginación creativa de Dios. Especialmente el Espíritu actúa en la Iglesia, ya que la Iglesia es el sacramento del Espíritu de Jesús. Al lado de su estructura legítima de poder existe el carisma que viene del Espíritu. El Espíritu Santo actualiza el mensaje de Jesús, no deja que en la comunidad impere el autoritarismo ni que en las celebraciones se imponga el ritualismo, ni que en la reflexión cristiana se caiga en la abominable repetición de fórmulas. En los sacramentos, particularmente en la eucaristía, se muestra la eficacia salvadora del Espíritu. El viene como gracia que diviniza nuestra vida y, por su actuación, las palabras de Cristo que instituyeron el sacramento eucarístico adquieren eficacia y traen a la santa humanidad de Cristo en medio de nosotros, bajo la forma de pan y de vino.

¿Qué sería de la sociedad y de las Iglesias si no surgieran los innovadores, las personas creativas, que tienen ideas nuevas, que inventan ritmos nuevos, que descubren nuevos caminos para la educación, la técnica, la agricultura, la política y la religión? Por esas obras del entramado social es como se manifiesta el Espíritu Santo, creador y dador de vida.

49. La relación única entre el Espíritu Santo y María

El Espíritu Santo fue enviado juntamente con el Hijo a la tierra para santificar a todas las criaturas y reconducirlas al seno de la Trinidad. ¿Quién acogió esta venida del Espíritu Santo? ¿A quién vino él personalmente y en total entrega? La reflexión teológica no ha precisado de forma clara este punto todavía. Sabemos ciertamente que el Espíritu está en la vida de todos los pobres y de todos los justos de la historia, que se encuentra más densamente en la comunidad de los fieles, que actúa particularmente en los sacramentos y que presta una asistencia infalible al Papa, cuando éste habla para toda la Iglesia, para expresar la fe de esta misma Iglesia de forma conscientemente vinculante para todos los fieles. Pero ¿nq podríamos concretar mejor la presencia personal del Espíritu en el tiempo, como lo hacemos y lo sabemos con referencia al Hijo? El Hijo fue acogido por la santa humanidad de Jesús: tal es la esencia del misterio de la encarnación, la unión inseparable e inconfundible entre la realidad humana y la realidad divina en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y hermano nuestro carnal. ¿No podríamos buscar también algo semejante en referencia con el Espíritu Santo? Efectivamente, la reflexión respetuosa de los cristianos puede elaborar una hipótesis (un teologúmeno) que no ofenda a las otras verdades de la fe y que avance en el conocimiento y en el amor de la santísima Trinidad. No se trata de ninguna doctrina oficial que

pueda enseñarse en las aulas de la catequesis. Se trata de un esfuerzo, marcado por la unción y por el respeto, de ver más profundamente los misterios de Dios, que nos desafían siempre y que nos invitan a una penetración mayor. Expongamos esta hipótesis teológica.

Hay un texto de san Lucas que nos parece iluminador; hablándonos de María, dice: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y se le llamará Hijo del altísimo" (1,35). Aquí se dice que el Espíritu ha de venir sobre María, como vino de hecho. "Cubrir con su sombra" es la expresión bíblica para decir que el Espíritu planta su tienda en María, es decir, que tendría allí una presencia palpable (cf Ex 40,34-35). Con razón el concilio Vaticano II llama a María "sagrario del Espíritu Santo" (LG 53). La presencia del Espíritu en María la convierte en madre; transforma su maternidad de humana en maternidad divina. Por eso lo que nace de ella es "Hijo del altísimo". El concilio dice: "María es como plasmada por el Espíritu Santo y formada una nueva criatura" (LG 56). Decir que es "como plasmada por el Espíritu Santo" supone reconocer una relación única con la tercera persona de la santísima Trinidad. Se realiza entonces la mayor dignificación de la mujer, a semejanza de la del varón con Jesús. El varón y la mujer son imagen y semejanza de Dios, de la santísima Trinidad (Gén 1,27). Ambos participan de la divinidad, cada uno a su manera, pero real y verdaderamente. Nosotros, hermanos y hermanas de Jesús y de María, participaremos en unión con ellos, y de una forma propia a cada uno.

Lo masculino en Jesús fue divinizado por la encarnación del Hijo. ¿ Y lo femenino? ¿No tiene acaso la misma dignidad? Junto con lo masculino, ¿no es lo femenino imagen y semejanza del Dios-Trinidad? Convenía mantener el equilibrio querido por Dios, convenía divinizar también lo femenino. ¿No puede ser vista María como aquella en la que el Espíritu Santo mora, elevando lo femenino a lo divino?

CAPÍTULO 10

La Trinidad en el cielo y la Trinidad en la tierra:

La historia interna de la Trinidad reflejada en la historia externa de la creación

50. Como era en el principio: La eternidad de la Trinidad

Nosotros estamos en el tiempo. El futuro viene, pasa por el presente y se transforma en pasado. 0 también venimos del pasado, atravesamos el presente y caminamos hacia el futuro. Todos tenemos un comienzo, un medio y un fin. Nos encontramos dentro de un espacio de tiempo limitado. Con la santísima Trinidad las cosas son distintas. Ella es eterna, no tuvo comienzo ni tendrá fin. Nos enfrentamos aquí con un misterio abismal, que supera nuestro pensamiento y nuestra misma imaginación. ¿Cómo arrojar un poco de luz sobre este misterio? Quizá sólo lo consigamos negativamente, es decir, diciendo lo que no es la eternidad; lo que es en sí misma es algo que se nos escapa por completo. Pero no por eso hemos de caer en el mutismo. Si no hay conceptos, hay al menos algunas indicaciones.

Eternidad no significa un tiempo interminable e ilimitado. Eternidad no quiere decir un envejecer sin fin, sino una juventud permanente y sin amenaza. Si fuera una duración interminable, entonces deberíamos afirmar que Dios no tiene fin. Pues bien: las criaturas racionales tampoco tienen fin. Un día comenzaron a existir gracias al acto amoroso de las tres divinas personas y son eternizadas para siempre en la comunión trinitaria. ¡Pero tuvieron un comienzo! La santísima Trinidad nunca comenzó. Existió siempre, desde el principio y eternamente; y nunca cesará de existir. Aquí es donde surge el limite de nuestra comprensión: ¿Cómo representarnos a alguien que siempre existió? Nuestra experiencia nos atestigua que todo lo que conocemos comenzó algún día, se va desarrollando y acabará muriendo. O bien, en el caso de las personas, que comenzaron un día y pasarán a una eternidad sin fin. Con la santísima Trinidad no hay un comienzo ni habrá un fin. Lo que nos presenta dificultades no es tanto el sin-fin, sino el sin-comienzo. Por eso la eternidad no significa una cantidad, sino que quiere expresar una cualidad divina. La santísima Trinidad es tan perfecta, posee la vida de una forma tan plena y simultánea, que no presenta ninguna insuficiencia. El estar abierto y en comunión es perfección. Si ella asocia a su comunión perijorética a otras personas y hasta al universo entero, no es por carencia, sino por sobreabundancia. Ella se expansiona infinitamente y se expresa, y en cada momento es absoluta y totalmente plena.

Cuando decimos que la Trinidad existe desde el principio, queremos confesar lo siguiente: antes de que hubiese la más mínima porción de materia atómica, antes de que irrumpiese cualquier señal de vida, antes de que comenzase la sucesión de los tiempos, el Padre ya existía expresándose totalmente en el Hijo y amando juntos infinitamente al Espíritu Santo. Nosotros, como criaturas, estábamos en la mente divina

como proyecto a realizar en un momento determinado y así poder participar de la comunión trinitaria. No entendemos lo que estamos diciendo. Pero queremos afirmar solamente que el amor, la comunión, el entrelazamiento amoroso de las divinas personas es una realidad tan extraordinaria y tan plena, que siempre existió y existirá para siempre.

La eternidad es un problema solamente cuando queremos entenderla. Y nunca la entenderemos. Pero se transforma en una fuente de alegría cuando sabemos y creemos que vamos a participar de ella en una fiesta sin fin, en un banquete de hermanos y hermanas, de amigos, en plenitud, en una victoria sobre el tiempo, deslumbrante, sin la menor sombra de amargura.

51. La Trinidad del cielo se manifiesta en la tierra

La Trinidad se revela tal como es: como comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Los apóstoles y los primeros cristianos descubrieron que Dios-Padre estaba presente y activo en la creación y en la historia. Se dieron cuenta de que en Jesús de Nazaret estaba el mismo Hijo de Dios encarnado. Percibieron que el Espíritu Santo actuaba en la historia con sus cambios y en la comunidad, movía los corazones de las personas para reconocer a Dios como Padre y aceptaron a Jesús como el Hijo de Dios, que nos salvó por su vida, comprometido con la justicia y el amor sin restricciones, por su muerte y su resurrección, y que seguía penetrando en la historia para llevarla hacia su buen fin. Llamaron Dios a estas tres presencias, sin caer por ello en el politeísmo ni traicionar la fe en un solo Dios. Dios, a partir de entonces, será comprendido como Trinidad, es decir, como comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siendo un solo Dios de amor, de vida y de comunicación.

Esta experiencia histórica permite decir: si percibimos que bajo el nombre de Dios existen tres personas, es porque Dios en sí mismo es trino y es la comunión de tres personas. Las tres personas no constituyen realidades solamente para nuestra percepción. Es una realidad en sí misma. A la Trinidad de la tierra corresponde la Trinidad del cielo. Y, viceversa, también podemos decir: a la Trinidad del cielo corresponde la Trinidad de la tierra.

Esta afirmación puede fundamentarse mejor si partimos del misterio de la venida del Hijo en la humanidad de Jesús de Nazaret y del de la bajada del Espíritu sobre la virgen María, como atestigua san Lucas (1,35). El Hijo está realmente presente en Jesús, hasta el punto de decir: esta humanidad aquí concreta es la humanidad del mismo Dios. El Espíritu Santo está de tal forma presente en la virgen María (según nuestra comprensión), que actúa sobre su potencia maternal, haciéndola realmente madre de Dios. El

que nace de ella será Hijo de Dios (Lc 1,35). Tanto el Espíritu como el Hijo están entre nosotros. Pero ambos remiten al Padre. El Hijo encarnado confiesa continuamente que fue enviado por el Padre. El Espíritu es enviado también por el Padre a petición del Hijo. Por tanto, tenemos aquí la presencia de toda la santísima Trinidad en nuestra vida. Esto es señal de que la Trinidad no es una creación nuestra. Existe en sí misma. La realidad última de la creación es comunión de los tres divinos. Nosotros estamos envueltos por ellos, invitados a participar de su vida, a entrar en su comunión y a pertenecer al reino de la Trinidad.

No nos engañamos ni se nos engaña sobre lo más importante del universo: ¿Qué hay detrás de todo? ¿Qué es lo que sustenta y penetra todos los seres? ¿Hacia dónde apunta el deseo de nuestro corazón? Es la comunión de los diversos, es el amor que lo unifica todo, es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siempre juntos entre sí y juntos con nosotros.

52. La gloria y la alegría de la Trinidad

Gracias a la encarnación del Hijo en Jesús y a la venida del Espíritu sobre María, hay una historia de la santísima Trinidad dentro de nuestra propia historia. Esta historia no se caracteriza por las dimensiones visibles de grandeza, de gloria y de poder. El camino privilegiado que Dios escogió en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, incluso en las religiones del mundo, es de simplicidad y de humildad. Jesús fue pobre, un profeta ambulante, despojado de todo poder, a no ser del que se deriva de la palabra y de la bondad radical. María fue una mujer del pueblo, que caminó en la oscuridad de la fe y que participó de la estrechez de la situación histórica de su Hijo. Sin embargo, ellos eran la presencia viva del Hijo y del Espíritu Santo entre nosotros. Incluso en estas situaciones de humillación manifestaron lo que es el Hijo y, respectivamente, el Espíritu Santo en el seno de la Trinidad. Jesús revela el rostro misericordioso del Padre, siendo él mismo misericordioso con los pecadores que encontraba. Manifestaba la verdad divina contra todas las distorsiones de la religión de aquel tiempo, verdad que libera lo humano, que alivia del peso de las tradiciones y que pone de manifiesto la vocación fundamental de cada persona: llamado al amor, al perdón y al servicio de los demás, por fidelidad a esa misma verdad tenía que soportar la muerte. De la misma forma, el Espíritu Santo es también fuerza de resistencia, unión entre todos, coraje en las dificultades, liberación de las opresiones. María siguió a su hijo en el mismo destino, mantuvo a la comunidad unida en pentecostés, sostuvo la adhesión a la voluntad misteriosa del Padre al pie de la cruz de su Hijo, tuvo el coraje de suplicar la intervención del Dios liberador de los pobres para modificar las relaciones de fuerza aquí, en la tierra (cf Lc 1,51-53). En otras palabras, la santísima Trinidad está presente en la historia por medio

del Padre, que envía al Hijo y al Espíritu Santo, y éstos, por su llegada concreta en Jesús y María, asumieron toda la condición humana, sometida a los achaques comunes de la existencia mortal y marcada por las consecuencias del pecado. La liberaron así a partir del interior de ella misma.

Por otra parte, a la fe le corresponde no solamente vislumbrar alguna luz acerca de la vida íntima de las tres divinas personas en sí mismas, sino también percibir la infinita alegría que impregna las relaciones trinitarias. Son tres miradas distintas que constituyen una única visión de amor. Es la convivencia de los tres en una sola comunión de vida. El entrelazamiento de los divinos tres, en un flujo y reflujo de autodonación, hace surgir el éxtasis de la intimidad, de la acogida y de la expansión de la ternura. Es la felicidad sin fin, en un océano de realización que no conoce márgenes, en un hechizo recíproco extasiante, en una vida eternamente plena. Es la gloria y la alegría del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, inefablemente juntos.

La unión de la diversidad —tal es la esencia del misterio de la Trinidad— no es solamente la expresión intelectual de la fe en Dios-comunión, sino que constituye una fuente de realización subjetiva, de efusión de alegría, de experiencia de belleza y también de humor placentero.

53. La creación proyectada hacia la comunión

Dios en su misterio más íntimo no es soledad, sino comunión de tres divinas personas. Esta comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es expansiva por su propia naturaleza; se desdobla en mil formas.

La Trinidad quiso tener compañeros en esta su comunión eterna. El sentido secreto de toda creación reside precisamente en esto: en ser diferente de Dios para poder ser incluido dentro de la comunión de la,Trinidad.

La creación no es necesaria, en el sentido de que se haya impuesto a Dios. Se deriva de la libertad y del amor de las tres divinas personas, que quieren una expansión de su comunión en otro nivel diferente del nivel eterno en que infinitamente conviven: el nivel temporal y finito. En esta creación participan los divinos tres. Actúan siempre juntos con un único principio de ser, de vida y de amor. Como dijo muy bien san Agustín, el mundo fue hecho por el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Cada persona imprime en la creación algo de su propiedad. Por eso la creación es tan rica, porque por detrás de ella y dentro de ella se esconde la riqueza de cada persona divina, tal como ella es, siempre distinta y siempre en comunión. Por eso también la creación está impregnada, dentro mismo de

las más variadas diferencias, de un dinamismo de unión, de convergencia y de comunión que refleja la realidad íntima de la Trinidad.

La creación tiene dos caras: una temporal y visible; es la que nosotros percibimos en la sucesión de todas las formas y expresiones del ser; la otra es eterna e invisible, como idea y proyecto de las tres divinas personas. La posibilidad de la creación surge de la intimidad misma de la comunión trinitaria. El Padre, unido al Espíritu Santo, se revela totalmente en el Hijo y al Hijo. La imagen eterna de sí mismo junto con el Espíritu es el Hijo. Pero en el Hijo proyecta también todas las posibles imágenes menores de sí mismo; son todas las criaturas que constituyen el universo. En cuanto proyección del Padre en el Hijo con el amor del Espíritu Santo, la creación es eterna y por ella se sitúa dentro del círculo de la comunión trinitaria. En cuanto que los divinos tres escogen, entre las infinitas imágenes de la Trinidad, a algunas de ellas para que existan fuera de este círculo de comunión interna, surge la creación que ahora tenemos. Lo que era proyecto eterno pasa a ser ahora proyecto temporal; lo que era antes proyección, ahora es realidad. Como realidad está sacada por la Trinidad de la nada. Es diferente de la Trinidad, pero está sellada por las marcas de la Trinidad. Porque es diferente, puede recibir dentro de sí la comunicación personal de cada una de las personas, puede ser asumida hacia dentro de la comunión trinitaria. Para esto existimos, para esto existe todo lo que existe.

La raíz última de nuestra historia se encuentra en la historia íntima de la Trinidad, en el juego de relaciones recíprocas entre los divinos tres, que producen eternamente diversidad y unificación.

54. Cada persona divina ayuda a la creación del universo

En la Trinidad todo es trinitario, es decir, todo circula, todo incluye siempre a las tres divinas personas, todo es expresión de la comunión de los tres divinos distintos. Esto mismo pasa también en relación con la creación. Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica, dice que cada persona actúa a su manera y siempre juntos (como un solo principio) en la creación del universo. Es parecido, dice, a lo que ocurre con el artista: él aplica la inteligencia y el amor en la producción de su objeto de arte. De forma análoga, la creación se hace con el Padre, con la inteligencia que es su Hijo y con el amor que es el Espíritu Santo. En virtud de esto todas las cosas remiten a su Creador, todas revelan y suponen una sabiduría sumamente lógica, todas son amables y expresión de un posible amor. En una palabra, todos los seres son imagen y semejanza de la Trinidad. Veamos un poco cómo podemos imaginarnos esta íntima colaboración de las tres personas en la creación de todos los seres. El Padre actúa como

misterio abismal, como aquel en quien vemos que la Trinidad es eterna, sin principio y dando principio a todo. Todas las cosas tienen un carácter misterioso; por más que las conozcamos, siempre podemos conocer más; todas remiten a una causa más alta, de donde provienen. Es el misterio del Padre el que allí se anuncia. Por otra parte, cada cosa hacederivar de sí otra cosa. Es principiada, pero al mismo tiempo se hace principio creado de otra cosa. Es nuevamente expresión del Padre, que es principio y se encuentra en el principio de todo. Cada cosa es paternal y maternal.

El Hijo es revelación e inteligencia. Cada criatura revela algo de Dios. Muestra la presencia de una sabiduría suprema. La estructura de cada ser es tal como se revela siempre; muestra su verdad y de esta forma entra en comunicación con el otro. Estas características denotan la presencia del Hijo dentro de la creación. Por eso todas las cosas son fraternales y sororales, son hermanos y hermanas entre sí.

El Espíritu es amor y unión. La comunión que caracteriza al misterio íntimo divino se muestra visible en él. Las cosas del universo no están yuxtapuestas, sino que forman totalidades de sentido; hay orden, a pesar del caos aparente. Especialmente entre las personas, reina el amor y la atracción hacia la unión y la comunión. En estas energías cósmicas y vitales emergen los signos de la presencia del Espíritu Santo. Las criaturas hacen siempre una llamada espiritual que viene del Espíritu divino.

Cada criatura y el conjunto de la creación contienen la actuación de estas tres energías divinas. No son energías ciegas, sino actuaciones de personas distintas, pero en comunión, que confieren profundidad, luz y calor al universo.

Cada ser que existe conserva la marca del Padre; por eso se presenta siempre como un misterio. Lleva la marca del Hijo; por eso puede comprenderse y es fraternal y sororaL Tiene la marca del Espíritu Santo; por eso puede ser amado y alimenta nuestra dimensión espiritual

55. Signos trinitarios bajo la sombra de la historia

El cosmos y la vida humana están estructurados trinitariamente. Esto corresponde al orden de la creación y también al orden de la gracia. Podemos y debemos vivir conscientemente esta dimensión. En el tiempo presente, entre tanto, no sentimos el gozo y la alegría que significa esta verdad. Caminamos a tientas, a la luz de la fe, imbuidos de esperanza y construyendo el amor. Los signos trinitarios se realizan en la oscuridad de la inteligencia. Creemos sin poder ver adecuadamente lo que creemos. Particularmente es oscura la presencia de las divinas personas en el

proceso histórico-social. En él están presentes conflictos y contradicciones. Está el pecado, que cumple también su obra nefasta de disgregación de la comunidad querida por la Trinidad. En este terreno es donde necesitamos creer y no dejarnos llevar solamente por lo que es palpable. La fe trasciende lo meramente visible y mira hacia el fondo, a aquel lugar en donde las cosas se ligan con el misterio de Dios.

Así, en la fe percibimos que la lucha de los oprimidos contra el pecado del hombre y de la violencia tiene una especial densidad trinitaria. Siempre que se recomienza de nuevo, desde el principio, después de cada fracaso o incluso después de haber alcanzado el objetivo, se está anunciando la señal del Padre en esta iniciativa. Siempre que en medio de las contradicciones se avanza en dirección hacia unas relaciones más fraternales y productoras de vida, es el Hijo el que allí se revela. La unión de los oprimidos, la convergencia de intereses en la línea del bien de todos, el coraje para enfrentarse con los obstáculos, la valentía de la palabra que denuncia, la habilidad para la creación de alternativas, la solidaridad con los más oprimidos entre los oprimidos, hasta la identificación con su causa y con su vida son indicaciones de la presencia activa del Espíritu en la historia.existenciales y colectivos. A pesar de eso, está misteriosamente habitada por el augusto misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta presencia es eficaz, dando ánimo para la lucha, capacidad de resistencia a la fuerza del pecado, espíritu creativo y voluntad transformadora de la historia. Esta historia es el teatro de la gloria posible de la Trinidad; en el tiempo presente siempre estamos bajo sombras y cruces; al final de los tiempos llegará la plena transparencia y la fiesta interminable. El universo está preñado del misterio de la santísima Trinidad, tan cercano que ni siquiera lo percibimos, tan trascendente que nos desborda por todas partes, tan íntimo que mora en lo más profundo de nuestro corazón, tan real que persiste, a pesar de todo el pecado y de todas sus perversas consecuencias.

Es una equivocación y una ofensa a Dios decir que la santísima Trinidad es un misterio tan abismal que no deja ninguna señal en la creación y en la vida humana. Es un indicio de debilidad en la fe o de total distracción religiosa no percibir la comunión, la riqueza de la diversidad y la unidad entre todas las cosas.

56. Ahora y siempre: La Trinidad en la creación y la creación en la Trinidad

La historia es humana; en ella se dan antagonismos al lado de convergencias. La historia tiene sentido y se van creando sentidos dentro de ella junto con la persistencia de absurdos

La creación existe para acoger dentro de sí a la Trinidad. La Trinidad quiere acoger dentro de sí a la creación. Dicho en breves palabras: la Trinidad en la creación intenta insertar a la creación en la Trinidad. ¿Habrá un momento en la historia en que se manifieste la realidad de Dios tal como es, pudiendo ser captado dentro de los limites de la criatura humana? Sí que lo habrá. Ya hemos tenido su anticipación en la encarnación del Hijo y en la venida del Espíritu Santo sobre María y la comunidad de los seguidores de Jesús. Esto significa que una parte de nuestra historia ha pasado a ser historia de la Trinidad. Pero la historia en su totalidad llegará a ser historia trinitaria. Entonces ya no habrá lectura de signos, sino alegría de la presencia directa y transparente. El universo, desde hace millones y millones de años de su aparición, desde el despliegue de sus potencialidades latentes, que se iban haciendo finalmente patentes; desde la crisis cósmica por la que se irá acrisolando de toda perversidad, alcanzará finalmente el reino de la Trinidad. A partir de la fuerza transformadora del Espíritu y a través de la acción liberadora del Hijo, el universo llegará finalmente al Padre. Ahora comienza la verdadera historia de la creación con su Creador trinitario. El misterio de la creación se encuentra con el misterio del Padre. Cada criatura se verá confrontada con su prototipo eterno, el Hijo del Padre. La comunión y la unión que existe entre todos se revelarán como expresión del Espíritu Santo. La creación entera unida para siempre al misterio de la vida, del amor y de la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Los hombres se descubrirán asumidos, a semejanza de Jesús de Nazaret, por la persona del Hijo eterno; entonces serán eternamente hijos adoptivos en el Hijo eterno, expresión del amor, de la sabiduría y de la vida del Padre. Las mujeres se verán asumidas, según nuestra teoría teológica, a semejanza de María de Nazaret, por el Espíritu Santo. Los hombres y las mujeres, así divinizados, revelarán el rostro paterno y materno de Dios en comunión, ahora inclusiva, de la Trinidad con la creación y de la creación con la Trinidad.

Es la fiesta de los redimidos. Es la danza celestial de los liberados. Es el banquete de los hijos y de las hijas en la patria y en el hogar de la Trinidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

En la creación trinitarizada saltaremos de gozo y alabaremos. Alabaremos y amaremos a cada una de las divinas personas y la comunión entre todas ellas. Y seremos invitados por ellas a amar y a alabar, a saltar y a cantar, a bailar y a adorar por los siglos de los siglos, amén. Entonces, finalmente, llegará la verdadera historia de la Trinidad en la creación y de la creación en la Trinidad. Lo que estaba fuera será introducido dentro; lo que estaba dentro se comunicará fuera. Lo de fuera y lo de dentro estarán en perpetua comunión, comunión que es el misterio de la misma Trinidad.

Todo este universo, estos astros sobre nuestras cabezas, estos bosques, estos pájaros, estos insectos, estos ríos y estas piedras, todo, todo se conservará, transfigurado y convertido en templo de la santísima Trinidad. Y viviremos en una casa grande, como una sola familia, los minerales, los vegetales, los animales y los seres humanos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.

CONCLUSIÓN

Resumen de la doctrina trinitaria:

El todo en muchos fragmentos 

1. Cuando hablamos de Dios, debemos pensar siempre en la santísima Trinidad La Trinidad es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siempre juntos y en comunión perfecta. Esta comunión perfecta hace que las tres divinas personas sean un solo Dios-vida-amor.

2. Es peligroso quedarse sólo con la afirmación de un único Dios fuera de una fe trinitaria. Hay líderes religiosos y politicos que invocan esta comprensión unicista de Dios para justificar su autoritarismo y exclusivismo.

3. Lo que permite vislumbrar por qué las tres divinas personas son un solo Dios es la perijóresis. Perijóresis significa la interrelación eterna que existe entre los divinos tres. Cada persona vive de la otra, con la otra, por la otra y para la otra persona. Están desde siempre entrelazadas e interpenetradas, de manera que no podemos pensar ni hablar de una persona, por ejemplo, del Padre, sin tener que pensar y hablar también del Hijo y del Espíritu Santo.

4. Solamente conocemos a la Trinidad en sí misma a partir de las señales que nos ha dejado en la historia, en la vida humana, en las religiones y en la Biblia. En el camino de Jesús y en la acción del Espíritu Santo en los primeros cristianos aparece claro que existe el Dios-Padre, el Dios-Hijo y el Dios-Espíritu Santo, siempre juntos y en eterna comunión recíproca.

5. El desafío fundamental de la fe trinitaria es éste: ¿Cómo compaginar tres en uno y uno en tres? ¿Cómo se llega de la trinidad de personas a la unidad de un solo Dios y cómo se pasa de la unidad de un solo Dios a la trinidad de personas?

6. La Iglesia expresa su doctrina oficial de esta forma: Dios es una naturaleza en tres personas. La naturaleza responde a la unidad de la Trinidad. La persona garantiza la Trinidad en la unidad. Existen, además, dos procesiones, esto es, dos maneras por las que una persona procede de la otra. El Padre engendra al Hijo (primera procesión) y el mismo Padre junto con el Hijo espira al Espíritu Santo (segunda procesión). Están, además, las relaciones, esto es, las conexiones que rigen entre los tres: la paternidad, la filiación, la espiración activa y la espiración pasiva. Por las relaciones las personas se distinguen unas de otras. También se distinguen por su propia personalidad específica. Finalmente, están las misiones del Hijo, para liberarnos y hacer hijos e hijas, y del Espíritu Santo, para santificarnos y reconducirnos al seno de la santísima Trinidad.

7. Hay tres maneras consagradas de profundizar racionalmente en la doctrina trinitaria: las corrientes ortodoxa, latina y moderna. La teología ortodoxa (de la Iglesia ortodoxa de oriente) parte de la unidad de la naturaleza del Padre. El Padre es fuente y origen de toda la divinidad. El por su boca profiere la palabra, que es el Hijo. Al proferir la palabra le sale simultáneamente el soplo, que es el Espíritu Santo. Los tres reciben del Padre toda la naturaleza divina; por eso son consustanciales. La teología latina (de la Iglesia romano-católica) y otras parten de la naturaleza divina, que es espiritual. El Espíritu absoluto, sin principio y origen de todo, es el Padre. El Padre se conoce por su inteligencia y engendra el Hijo. El Padre y el Hijo se aman, y juntos espiran al Espíritu Santo. En los tres se encuentra la misma naturaleza; por eso hay un solo Dios. La teología moderna parte de las tres personas juntas. Destaca el hecho de que las tres están siempre interrelacionadas y en eterna comunión (perijóresis). Esta relación es tan absoluta que los divinos tres se unifican sin fundirse, siendo así un único Dios vivo.

8. Hay tres maneras equivocadas de pensar la fe en la Trinidad. Está primero el triteísmo, por el que se afirma que existen tres dioses: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En esta visión no se considera la perijóresis, es decir, el entrelazado eterno entre los divinos tres. Está luego el subordinacionismo, que considera solamente al Padre como el Dios verdadero. El Hijo y el Espíritu Santo están subordinados a él, sin poseer la misma naturaleza divina. Así se niega la igualdad divina entre las tres personas Y está, finalmente, el modalismo, que afirma la existencia de un único Dios, pero con tres modos de manifestarse en el mundo. Cuando el único Dios crea, usa la máscara de Padre; cuando libera, el pseudónimo de

Hijo, y cuando santifica y lo reconduce todo hacia el Reino, se presenta con la cara del Espíritu Santo. En esta visión se abandona la trinidad de personas.

9. Todas las expresiones técnicas que utilizamos para intentar comprender algo de la Trinidad poseen un valor aproximativo, analógico y figurativo, como "generación" por parte del Padre en relación con el Hijo, o "espiración" por parte del Padre y del Hijo respecto al Espíritu Santo, o las demás palabras como "naturaleza", "persona", "relaciones", "procesiones", "misiones". Podernos utilizar también la forma bíblica de expresarse, como "revelación", "reconocimiento", "comunión", "vida" y "amor".

10. La razón no es el único acceso al corazón de la Trinidad. Existe también la fantasía. Por ella captamos mejor la significación existencial que la santísima Trinidad tiene para nuestra vida. Por la fantasía es como percibimos que la persona humana, la familia, la comunidad, la sociedad, la Iglesia y el cosmos son señales, símbolos y sacramentos de la Trinidad.

11. En virtud de la interrelación (perijóresis) entre las tres divinas personas, todo en ellas es ternario y participado. Esto no impide que haya acciones propias de cada una de las personas, por las que aparece la propiedad de la persona singular.

12. La acción propia del Padre es proyectar toda la creación en el acto de "engendrar" al Hijo a la luz del Espíritu Santo. Por eso todos los seres tienen un carácter de misterio (que viene del Padre) y también un carácter filial (que viene del Hijo, engendrado por el Padre), así como un sentido espiritual (lleno de dinamismo, que viene del Espíritu Santo).

13. La acción propia del Hijo es la plena comunicación de la revelación y la encarnación. Por ella nos libera de nuestra inhumanidad y nos diviniza, haciéndonos hijos e hijas de Dios.

14. La acción propia del Espíritu Santo es unificar y crear lo nuevo mediante la santificación. Así lo realizó plenamente en Jesús y de un modo totalmente personal en María santísima.

15. El sentido último de la creación es poder ser receptáculo de comunicación de las tres divinas personas. La comunión trinitaria se abre hacia fuera e invita a la creación, a las personas y a todas las criaturas a participar de su vida de comunión. La creación, al final de la historia, será el cuerpo de la Trinidad.

16. La comunión, que es la naturaleza de la Trinidad, significa criticar todas las formas de exclusión y de no-participación que existen y persisten

en la sociedad y también en las Iglesias. Propugna, además, las transformaciones necesarias para que haya comunión y participación en todas las esferas de la vida social y religiosa. La santísima Trinidad representa el mejor programa para la liberación integral.

17. La santísima Trinidad es un misterio sacramental. Esto significa que es una realidad que aparece en muchos signos, que puede ser cada vez más conocida, sin que acabe nunca nuestro esfuerzo por conocerla. Por ello, incluso en la eternidad, viviendo dentro de las tres divinas personas, nunca dejaremos de crecer en el conocimiento, siempre abiertos a descubrir nuevos aspectos, sin terminar nunca nuestra sed de saber, de amar, de palpar y de convivir.

GLOSARIO

Palabras técnicas y afines de la reflexión trinitaria

 

ACCIÓN AD EXTRA (hacia fuera): Se dice de las acciones que la Trinidad realiza hacia fuera del círculo trinitario, como la creación del universo, la revelación, la salvación de los seres humanos.

ACCIÓN AD INTRA (hacia dentro): Se dice de las acciones intratrinitarias, dentro del círculo trinitario, como la generación del Hijo y la espiración del Espíritu Santo.

ACCIÓN APROPIADA: Es una acción atribuida a una de las personas divinas, aunque sea realizada juntamente por las tres, debido a una afinidad con las propiedades de aquella persona. Así, se atribuye al Padre la creación, al Hijo la redención y al Espíritu Santo la santificación.

ACCIÓN PROPIA: Es una acción específica de una persona determinada, como la encarnación del Hijo o la venida del Espíritu Santo sobre María en el momento de la concepción de Jesús.

AFIRMACIÓN ESENCIAL: Es aquella afirmación que se fundamenta en la esencia divina, igual y única en las tres personas. Una afirmación esencial es, por ejemplo, decir que Dios es misericordioso, infinito, eterno; es decir: la esencia divina es eterna, infinita, misericordiosa.

AFIRMACIÓN NOCIONAL: Es aquella que se basa solamente en las personas en su distinción unas de otras. Hay cuatro afirmaciones nocionales: el Padre engendra, el Hijo es engendrado, el Padre y el Hijo (o el Padre por el Hijo) espiran al Espíritu Santo, el Espíritu Santo es espirado por el Padre y por el Hijo (o a través del Hijo).

ANÁFORA: Literalmente significa "ofrecimiento"; es la parte central de la celebración eucarística, que incluye la consagración, la anamnesis (recuerdo de la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Cristo) y la comunión.

ANAMNESIS: Literalmente significa "memorial"; es el recuerdo, después de la consagración del pan y del vino, de la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Cristo.

APOFÁTICO: Literalmente significa "sin palabra"; es la actitud del teólogo ante el misterio divino; después de decir todo lo que puede, guarda silencio respetuosamente. Se dice que hay una teología apofática, que termina en el silencio de la veneración y la adoración.

ARKÉ: Expresión griega para significar el hecho de que el Padre es principio, fuente y causa única en la generación del Hijo y en la espiración del Espíritu Santo. Véase principio, causa.

ARRIANISMO: Es una herejía propuesta por Arrio (250-336), sacerdote de Alejandría (Egipto). Arrio afirmaba el subordinacionismo, o sea: el Hijo (y el Espíritu Santo) son subordinados al Padre; son criaturas sublimes, creadas antes del universo, pero no son Dios. Está, además, el subordinacionismo adopcionista: el Hijo fue adoptado como Hijo por gracia del Padre, pero no tiene la misma naturaleza del Padre.

CARISMA: En griego significa "gracia"; es un don o una habilidad que el Espíritu Santo concede a una persona con vistas al bien dé todos.

CIRCUMINCESIÓN: Significa la interpenetración activa de las personas divinas entre sí, debido a la comunión eterna que vige entre ellas. Véase Perijóresis.

CIRCUMINSESIÓN: Indica el estar o el morar de una persona en otra, ya que cada persona divina solamente existe en la otra, con la otra, por la otra y para la otra. Véase Perijóresis.

DOXOLOGÍA: Fórmula de alabanza (doxa en griego). Aparece generalmente al final de las oraciones, en las que se da gracias al Padre por el Hijo en la unidad del Espíritu Santo.

DS: Abreviación del nombre de dos teólogos (Denzinger-Schónmetzer), que publicaron el libro Enchiridion Symbolorum, de f initionum et declarationum de rebus fidei et morum, que es un elenco de los credos, definiciones y declaraciones sobre asuntos de fe y de moral que el magisterio de la Iglesia (concilios, sínodos y pronunciamientos oficiales del papa) pronunció a lo largo de la historia del cristianismo. La primera edición es de 1854, y la última (32), de 1963.

ECONOMÍA: Son las diversas fases de realización del proyecto de Dios en la historia o de la progresiva revelación del mismo Dios; en el campo trinitario, economía significa el orden en la procesión a partir del Padre: en primer lugar viene el Hijo, y luego el Espíritu Santo.

EK: Partícula griega que corresponde al latín ex o de, y significa la procedencia de una persona divina de la otra. Así, el Hijo es engendrado de (ek o ex o de) el Padre; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (según la teología latina).

EKPOREUSIS: Término griego para designar la procedencia del Espíritu Santo a partir del Padre, que es siempre Padre del Hijo. En latín, el término es spiratio (espiración).

        EPIKLESIS: Celebración en la que se invoca al Espíritu Santo.

ESENCIA DIVINA: Es aquello que constituye al Dios trino en sí mismo, la divinidad; es el ser, el amor, la bondad, la verdad y la comunión recíproca, en la forma de lo absoluto e infinito. Véanse también Naturaleza, Sustancia.

ESPIRACIÓN: Acto por el que el Padre, junto con el Hijo, hace proceder a la persona del Espíritu Santo (según los latinos) como de un único principio. Los griegos hacen proceder al Espíritu solamente del Padre y del Hijo o del Padre a través del Hijo.

FILIOQUE: Literalmente, "y del Hijo"; doctrina según la cual el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio. Esta interpretación doctrinal se llama también "filioquismo"; es frecuente entre los teólogos latinos.

GENNESIS: Término griego para expresar la generación del Hijo por parte del Padre.

GESTALT RELACIONAL: Término usado por el teólogo alemán J. Moltmann para expresar la contribución del Hijo en la espiración del Espíritu Santo junto con el Padre; la persona del Espíritu proviene del Padre, mientras que la configuración concreta (Gestalt) de la persona del Espíritu Santo se deriva del Hijo. Es relacional, porque las personas están siempre vueltas hacia las otras y dentro de las otras.

HOMOIOUSIOS: Literalmente, "de naturaleza semejante"; herejía según la cual el Hijo no es igual, sino de naturaleza semejante al Padre.

HOMOIOUSIOS: Literalmente, "de la misma o igual naturaleza"; se dice que el Hijo y el Espíritu Santo tienen la misma e igual naturaleza que el Padre; las personas son consustanciales.

HIPÓSTASIS: Término griego para designar a la persona divina. Véanse Persona y Prósopon.

INNASCIBILIDAD: Propiedad exclusiva del Padre, la de no ser engendrado ni derivado de nadie; es principio sin principio.

KÉNOSIS: Expresión griega que significa "aniquilamiento" o "vaciamiento"; es el modo que escogieron las personas divinas (el Hijo y el Espíritu Santo) de comunicarse en la historia. Se opone a doxa, que significa el modo glorioso.

KOINONÍA: Expresión griega, equivalente a communio (comunión) en latín; es el modo propio de relacionarse entre sí las personas, incluso las divinas.

MISIÓN: En la teología trinitaria significa la autocomunicación de la persona del Hijo a la naturaleza humana de Jesús de Nazaret, y del Espíritu Santo a los justos, a María y a la Iglesia. Se trata de la entronización de la humanidad en el seno del misterio trinitario.

MISTERIO: En sentido estricto significa la realidad de la santísima Trinidad como inaccesible a la razón humana; incluso después de comunicada, puede ser conocida indefinidamente sin ser captada jamás totalmente por la mente humana. Dios trino es misterio en sí mismo, no sólo para la mente humana, ya que la Trinidad es esencialmente infinita y eterna. En sentido histórico-salvífico, el Dios trino es un misterio sacramental, o sea, un misterio que nos es comunicado por las actitudes y palabras de Jesús y en la acción del Espíritu Santo en la comunidad eclesial y en la historia humana.

MODALISMO: Doctrina herética según la cual la Trinidad constituye sólo tres modos de ver humanos del único y mismo Dios, o también tres modos (máscaras) de manifestarse el mismo y único Dios a los seres humanos; Dios no sería trinidad en sí, sino estrictamente uno y único.

MONARQUÍA: En lenguaje trinitario significa la causalidad única del Padre; sólo el Padre engendra al Hijo y espira, siendo Padre del Hijo, al Espíritu Santo; es una expresión típica de la teología greco-ortodoxa.

MONARQUIANISMO: Es la negación de la Trinidad en nombre de un estricto monoteísmo.

MONOTEÍSMO: Es la afirmación de la existencia de un uno y único Dios; el Antiguo Testamento conoce un monoteísmo pre-trinitario, anterior a la revelación de la santísima Trinidad; puede haber, después de la revelación del misterio de la Trinidad, un monoteísmo atrinitario: se habla de Dios sin tener en cuenta la trinidad de personas, como si Dios fuera una realidad única y existiera sólo en su sustancia; existe el monoteísmo trinitario: Dios es uno y único, debido a la única sustancia que existe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, o debido a la comunión eterna y a la perijóresis que vige desde el principio entre las tres divinas personas.

NATURALEZA DIVINA: Es la sustancia divina una y única en cada una de las personas; responde a la unidad o a la unión en Dios.

NOCIÓN: Son las características propias de cada una de las personas, que las diferencian a unas de otras: la paternidad y la innascibilidad para el Padre, la filiación para el Hijo, la espiración activa para el Padre y el Hijo, la espiración pasiva para el Espíritu Santo. Por tanto, hay cinco nociones.

PATREQUE: Literalmente, "y por el Padre"; en la Trinidad todas las relaciones son ternarias; así el Hijo se relaciona con el Espíritu Santo junto con el Padre o por el Padre; de la misma forma, el Espíritu Santo ama al Hijo por el Padre y junto con el Padre, etc.

PEGHE: Expresión griega para designar al Padre como fuente única e infinita de donde brotan el Hijo y el Espíritu Santo.

PERIJÓRESIS: Expresión griega que significa literalmente que una persona contiene a las otras dos (sentido estático) o que cada una de las personas interpenetra a las otras, y recíprocamente (sentido activo). El adjetivo perijorético designa el carácter de comunión que

vige entre las divinas personas. Véanse Circumincesión y Circuminsesión.

PERSONA: En lenguaje trinitario significa lo que es distinto en Dios; es la individualidad de cada persona, que existe simultáneamente en sí y para sí y en eterna comunión con las otras dos. Véanse Hipóstasis y Subsistencia.

PROCESIÓN: Es la derivación de una persona a partir de la otra, pero consustancialmente, en la unidad de una misma naturaleza, sustancia, esencia o divinidad.

PRÓSOPON: Literalmente significa máscara o careta; en lenguaje trinitario es una palabra griega para designar a la persona divina en su individualidad; es sinónimo de hipóstasis. Véase Persona.

RELACIÓN: En lenguaje trinitario significa la ordenación de una persona a las otras, o la eterna comunión entre los divinos tres. Hay cuatro relaciones: paternidad, filiación, espiración activa y espiración pasiva.

SABELIANISMO: Herejía de Sabelio (comienzos del siglo II en Roma), llamada también modalismo: el Hijo y el Espíritu Santo serían simples modos de manifestación de la divinidad, y no personas distintas. Véase Modalismo.

SÍMBOLO: En sentido técnico de la teología antigua designa los formularios por los que la Iglesia resumía oficialmente su fe; es sinónimo de credo.

SPIRITUQUE: Literalmente, "y del Espíritu"; como las relaciones en la Trinidad son siempre ternarias, se dice que el Padre engendra el Hijo junto con el Espíritu Santo, o que el Hijo reconoce al Padre junto con el Espíritu Santo.

SUBORDINACIONISMO: Es la herejía de Arrio, según la cual el Hijo y el Espíritu Santo estarían subordinados, en relación desigual, al Padre, sin poseer de forma idéntica la misma naturaleza; serían entonces criaturas excelentes, sólo adoptadas (adopcionismo) por el Padre en su divinidad.

SUBSISTENCIA: Es uno de los sinónimos de persona o hipóstasis; como en la Trinidad no hay nada accidental, se dice que las relaciones entre las personas son relaciones subsistentes; la persona es considerada como una relación subsistente.

SUSTANCIA: En lenguaje trinitario designa lo que une en Dios y es idéntico en cada una de las personas. Véase Naturaleza y Esencia.

TEOGONÍA: Proceso por el que surge la divinidad o explicación del misterio de la Trinidad de tal forma que da la impresión de que las personas no son coeternas y coiguales, sino que se producen unas a otras.

TEOLOGÍA: En lenguaje trinitario designa la Trinidad en sí misma, prescindiendo de su manifestación en la historia; teología se opone entonces a economía.

TEOLOGÚMENO: Se dice de una teoría teológica propuesta por los teólogos, pero que no pertenece al depósito de la fe; es un teologúmeno afirmar, por ejemplo, que el Espíritu Santo asumió la realidad humana de María, haciendo de su maternidad humana una maternidad divina.

TRIADA (TRIAS): Expresión griega para designar la trinidad de personas.

TRINIDAD ECONÓMICA: Es la Trinidad en cuanto que se autorreveló en la historia de la humanidad y actúa con vistas a nuestra participación en la comunidad trinitaria.

TRINIDAD INMANENTE: Es la Trinidad considerada en sí misma, en su eternidad y comunión perijorética entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.