La tentación totalitaria [Capítulos del 1 al 5] - Jean-François Revel

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Jean-François Revel LA TENTACIÓN TOTALITARIA (Capítulos 1 a 5)

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La tentación totalitaria [Capítulos del 1 al 5] - Jean-François Revel

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EL SOCIALISMO Y SUS ENEMIGOS

Jean-Franois Revel

LA TENTACIN TOTALITARIA

(Captulos 1 a 5)1976

1. EL SOCIALISMO Y SUS ENEMIGOSEl mundo actual evoluciona hacia el socialismo. El principal obstculo para el socialismo no es el capitalismo, sino el comunismo. La sociedad del futuro tiene que ser planetaria, por lo cual slo puede realizarse a costa, si no de la desaparicin de las naciones-Estado, por lo menos de su subordinacin a un orden poltico mundial.

stas son las tres ideas rectoras de este libro. El interrogante que se plantea es el de si los socialistas podrn eliminar los dos grandes obstculos que impiden la construccin de un mundo socialista: El Estado y el comunismo. O acaso se obstinarn en servir y reforzar a uno y otro, al uno por el otro; en seguir aniquilndose a s mismos con inagotable abnegacin, para ayudar a crear nuevos Estados totalitarios?

Se me objetar de inmediato que la pregunta presupone una definicin del socialismo. Yo, con la misma prontitud, responder que ya no. Hay abundantes definiciones del socialismo. Lo que escasea es la realizacin. Con el socialismo ocurre lo que con la libertad: si, despus de todo lo que se ha escrito y experimentado al respecto, todava siente uno la necesidad de definirlos, es que no se tiene intencin de ponerlos en prctica. En efecto, esto significa que hay sectas o grupos que presentan una querella de escuela para disimular y justificar a un tiempo sus intenciones despticas. Un escritor francs (creo que fue Jean Cocteau) dijo: No hay amor, slo hay pruebas de amor. De igual modo, podramos decir: no hay socialismo, slo hay pruebas de socialismo. Y: no hay democracia, slo hay pruebas de democracia. Muchas veces, cuando trata uno de definir lo que son en s el amor, el socialismo o las libertades democrticas, no consigue ms que el tpico filosfico, la abstraccin jurdica, el dogmatismo estaliniano o la repeticin liberal. Pero si se pide la enumeracin de actos concretos que manifiesten su presencia, entonces la duda se disipa rpidamente. La ciencia poltica es una ciencia del comportamiento.

En el momento en que, a finales de 1975, los espaoles, tras la muerte de Franco, meditaban sobre el paso del pas a la democracia, un alto funcionario del rgimen me hizo esta elemental observacin: Hasta un nio de diez aos puede comprender lo que es la democracia. Si le decimos, sencillamente, que democracia es elecciones libres, sufragio universal, derecho de reunin y de asociacin, libertad de opinin y expresin, etc., l no dudar ni un momento en que, en cualquier sistema, stos son los signos indiscutibles cuya presencia o ausencia indica la presencia o ausencia de la democracia. Para completar la idea de este hombre de derechas, indignado por las tergiversaciones de su bando, aadir que, a mi modo de ver, meterse en discusiones intiles sobre la esencia de la democracia, denota que pretende uno escamotearla, tanto si se declara uno de izquierdas como de derechas. No veo por qu las lastimosas escapatorias por las que trata uno de evitar la luz del sol han de ser forzosamente reaccionarias en un caso y progresistas en el otro.

Las pruebas de democracia son claras y palpables. Basta suprimir algunas para darse cuenta de inmediato, cuando las echamos de menos, de que son constitutivas de la realidad democrtica.

Cuando un sicario de las buenas palabras trata de convencerme de que el monopolio del Estado es decir, el monlogo del Estado en la informacin, ejercido directamente o con la pantalla de cualquier subterfugio, es el nico que puede poner a la Prensa y la Televisin al servicio del pueblo ya que, seala, todos conocemos la falsa objetividad del New York Times, la Stampa y la NBC, yo le agradezco que con tal argumento me advierta de su intencin de suprimir la informacin y sustituirla por la propaganda. Porque es verdad que existe una falsa objetividad. Pero sta slo podr existir all donde exista tambin la verdadera. Bertrand Russell dijo, acerca de ciertas proposiciones, que ni siquiera tienen el raro privilegio de poder ser falsas, indicando con ello que son demasiado amorfas para ser refutadas, que no tienen un grado de elaboracin suficiente para ser unos enunciados cualesquiera, verdaderos o falsos. La demostracin de la falsedad tiene que apoyarse en un grado mnimo de coherencia lgica.

De igual modo, las sociedades censuradas no pueden ni siquiera permitirse el lujo de la falsa objetividad, porque carecen de la verdadera. Y, en las civilizaciones de la libertad, la misin de luchar contra la falsa objetividad incumbe precisamente a la objetividad verdadera, no a una burocracia cualquiera, ajena a la cultura. La Historia seria es la que elimina o refuta a la Historia parcial; el periodismo honrado es el que puede hacer retroceder al periodismo venal, no una comisin administrativa, cuya primera diligencia suele ser la distribucin de fondos secretos. Una Prensa libre no es forzosamente una prensa que siempre tenga razn y siempre sea desinteresada, como tampoco un hombre libre es un hombre que siempre haya de tener razn y que siempre sea desinteresado. Si, para autorizar la literatura, hubiera habido que esperar a aprender a suprimir antes la mala, an estaramos corrigiendo las primeras pruebas de imprenta de la Historia. No comprender que la libertad es un valor por s misma cuyo ejercicio comporta necesariamente un polo bueno y otro malo, es mostrarse francamente refractario a la cultura democrtica.

Me he detenido un momento a considerar este ejemplo clsico de la libertad de Prensa, por ser sta una de las pruebas fundamentales para distinguir de los otros los espritus dados a la cultura democrtica. Todo cuanto tiene de sencillo para los primeros definir una Prensa libre, para los otros resulta tortuoso y complicado, ya que, en el fondo, tienen cierta propensin a creer que la nica Prensa libre tendra que ser la que expresara sus propias opiniones. El cndido dogmatismo con el que pretenden emanciparnos del pluralismo que acompaa al sistema represivo del dinero, para imponernos la obligacin de paladear a perpetuidad la virtuosa insipidez de su recta conciencia y de su informacin rectificada, constituye la anttesis de lo que yo llamo prueba de democracia.

En cuanto a las pruebas de socialismo, son mucho ms difciles de aportar que las de democracia, porque la democracia ha existido y existe, y el socialismo, no. La idea socialista progresa da a da, pero la realidad, no. La literatura socialista es la ms abundante que se haya visto desde la de los escolsticos y telogos medievales, pero tampoco tiene en qu emplearse, le falta objeto. Ya he dicho que el socialismo ha sido experimentado. Pues bien, a diferencia de lo que ha ocurrido con la democracia poltica, todos sus experimentos han fracasado. Existe socialismo, s, de un modo especial en los pases capitalistas, mejor dicho, nicamente en los pases capitalistas. Hay segmentos de socialismo, pero no hay una sociedad socialista. Cuando hablamos de democracia poltica, tenemos ante nosotros una cantidad suficiente de hechos histricos que pueden ser objeto de un estudio cientfico y no nicamente futurolgico. Desde luego, los totalitarios esgrimen las imperfecciones de las sociedades democrticas. Pero imperfeccin no es inexistencia. La sociedad democrtica es defectuosa, pero existe. La sociedad socialista posee la perfeccin en grado sumo, lo admito, pero no existe.Adems, la mayor parte de las formas de definir el socialismo procede no tanto de la voluntad de hacerlo existir, como de las disputas entre sectas que luchan por la supremaca, ya sea en el poder, ya en el seno de los partidos de oposicin. Constituyen el cdigo de las luchas de influencia entre pandillas polticas con sus jefes autoritarios, a los que preocupan mucho menos las necesidades de los hombres, que las condiciones de un futuro reparto del Estado. Ahora bien, el objetivo de la poltica es la felicidad, la mayor felicidad posible para el mayor nmero de seres humanos posible, no el xito de unos cuantos profesionales, que quieren imponer sus opiniones a la mayora, simulando que la siguen. Que su temtica sea de izquierda no quiere decir que ellos sean menos arcaicos, ya que siguen viendo en la poltica el viejo objetivo, heredado de lo ms profundo de los tiempos: el poder de una minora y no la felicidad de la masa.

Para terminar con unas disputas primitivas y estriles, diremos, prudentemente, que puede definirse como progreso hacia el socialismo, como prueba de socialismo, toda evolucin, reforma o revolucin que tenga como consecuencia el que la economa trabaje un poco ms en beneficio del hombre, y el hombre, un poco menos en beneficio de la economa; que la haga funcionar en beneficio de un mayor nmero de hombres y ms controlada por ellos. Es antisocialista todo aquello que mantiene a los hombres al servicio de la economa, con ms consideraciones para con la economa que para con ellos; socialista es, pues, todo lo que contribuye a supeditarla ms a las necesidades de la mayora, pero sin dejar por ello de mejorarla.Por lo que respecta a la idea de control, sta implica que no hay socialismo econmico sin socialismo poltico. Slo hay socialismo si se da un aumento simultneo de la justicia social y de la democracia poltica. De qu sirve una pretendida socializacin de la economa si el poder poltico sigue estando monopolizado por una oligarqua que puede decidir, por ejemplo, sin control alguno, dedicar el 40 % del producto nacional bruto a gastos de armamento y de prestigio, en apoyo de un imperialismo estatal de gran potencia, lo cual quiere decir la potencia de la oligarqua en s?Este crecimiento paralelo de la democracia econmica y de la democracia poltica supone el mantenimiento, el restablecimiento o, lo que es preferible, la mejora de la produccin. Qu diferencia prctica existe entre unos socialistas irresponsables que, tan pronto como llegan al poder, imponen en la gestin de un pas sus dictados ideolgicos, que nunca han sido comprobados por los hechos, empezando as por disminuir a la mitad su capacidad de produccin, y unos capitalistas irresponsables que dejan agravarse una crisis en la que la subida de precios y el paro acompaan tambin el descenso de la produccin? Ninguna, salvo que, a pesar de todo, los segundos suelen causar menos dao que los primeros, menos aprisa, menos irremediablemente. Un punto en favor del capitalismo es que, por lo menos, est contento de s mismo slo en tiempos de euforia y cuando todo marcha bien, mientras que el triunfalismo socialista no precisa esta condicin para ahuecarse. Los fracasos lo revigorizan, afortunadamente para l, ya que si hubiera de fundarse en los xitos su contento de s mismo, se retorcera en ininterrumpidas mortificaciones.

Al escribir que el mundo evoluciona hacia el socialismo, entiendo, pues, que el cuadro de las necesidades mundiales aboga con fuerza por una economa administrada globalmente, por un poder poltico adaptado a esta gestin global, en inters de toda la Humanidad (concepto que ha dejado de ser tericamente estpido) y en la mayor igualdad posible.

Pero no quiero decir que esta evolucin pueda producirse espontneamente. Una nocin del determinismo histrico simplista a ultranza, heredada de Hegel y de Marx, ha llevado a muchos, ms que a un materialismo, a un fatalismo entreverado de ilusin del cual est excluida la creacin histrica, es decir, a una especie de automatismo histrico. Ahora bien, la poltica es accin y no el recorrido de una sucesin de etapas marcadas de antemano. En el curso de la Historia, la nica etapa inevitable, es la agravacin de los problemas: las soluciones nunca brotan de esta agravacin. Nada llevar a la Humanidad hacia el socialismo como no sea el conocimiento de la realidad, el espritu crtico y la rectificacin de los errores, virtudes y disciplinas que no suelen cultivar los socialistas de hoy. Al hablar de evolucin, e incluso de evolucin necesaria, he querido decir indispensable, no fatal.

Los dos obstculos principales que hoy impiden la realizacin del socialismo el comunismo y el Estado-nacin parecen realmente imposibles de superar.

En un plano puramente racional, suele admitirse la incompatibilidad entre el Estado-nacin tradicional y la creacin de un nuevo orden econmico y poltico mundial. Se admite que este orden nuevo es el nico marco posible para buscar soluciones que, en la actual situacin de interdependencia de los grupos que componen la Humanidad, no pueden ser exclusivamente nacionales. El socialismo podr imaginarse y realizarse en lo sucesivo slo mediante una coordinacin planetaria. Pero, al mismo tiempo, cuanto ms se percatan de ello los hombres por lo menos, aquellos que por su oficio no estn al servicio de ninguno de los nacionalismos existentes, el Estado-nacin se consolida ms, en lugar de diluirse. Cuanto ms se habla de colaboracin internacional, ms se refuerza el Estado-nacin, rival por antonomasia, de los otros Estados-nacin, herramienta creada con miras a esta rivalidad, idnea para reavivarla y extenderla.

De un modo particular, la propensin natural del Estado-nacin consiste en poner la poltica interior al servicio de la poltica exterior, o sea, de todo cuanto pueda servir para hacer la competencia a los otros Estados-nacin y debilitarlos. Evidentemente, esto no es ni dar prioridad a la felicidad de los hombres como meta poltica, ni fomentar la cooperacin planetaria. Pero es incapaz de actuar de otro modo. Incluso podra citarse como ejemplo de prueba de socialismo la inversin de esta tendencia natural del Estado nacional. Cuando un pas supedita su poltica exterior a su poltica interior, es decir, al bienestar de sus ciudadanos, puede considerarse ms socialista que cuando acta a la inversa. Tal es el caso de Suecia o del Japn desde 1950, de grado o por fuerza. Por el contrario, cuando, sin un imperativo absoluto de seguridad, sacrifica el desarrollo interior a la voluntad de poder y de prestigio en el exterior, supone un retroceso del socialismo: ste es, concretamente, el caso de la URSS, del Egipto nasseriano, de la Francia gaullista y de la India de Indira Gandhi a muy distintos niveles de prosperidad, como es natural. De modo que no es tanto una cuestin de desarrollo econmico como de tipo de poder poltico y de utilizacin del Estado.Por lo que se refiere a la mancomunidad socialista de las reservas naturales del Globo, condicin para la supervivencia de la especie, no podr hacerse, ni siquiera iniciarse, mientras haya Estados. Y es que el Estado, por naturaleza, slo puede utilizar los recursos que la casualidad pone a su alcance, para aumentar su poder y reducir el de los dems. Esta utilizacin no tiene nada que ver con una sabia explotacin de las riquezas de la Tierra en beneficio de todos los hombres, es ms, destruye, ya en embrin, toda posibilidad de semejante ordenacin. El creciente exacerbamiento de los afanes de poder o independencia de los Estados-nacin hace que los problemas de la Humanidad actual se acerquen cada vez ms a lo insoluble.Este endurecimiento de los Estados no debe confundirse con otro fenmeno importante de nuestra poca; el renacimiento o la aspiracin de renacimiento de las etnias. La confusin de ambos conceptos se debe a que suele llamrsele nacionalismo a la reafirmacin o recuperacin de la originalidad cultural por una determinada colectividad. Pero este nacionalismo es distinto del de los Estados. Los derechos de las etnias (o nacionalidades), siempre que sean compatibles con los derechos del hombre, deben ser garantizados o respetados igual que los del individuo. Pero si en la sociedad civil la libertad del individuo no consiste en que cada cual se construya un fortn y se agencie un arsenal, tampoco el ejercicio de los derechos de los grupos tnicos tiene que traducirse necesariamente en la creacin de un nuevo Estado soberano y armado. Una simplificacin tan radical del modo de concebir el marco de la autonoma cultural, slo puede esperar cada da ms la anarqua de nuestro pobre planeta y dar olas a una chusma de bribones polticos locales, dispuestos a apoderarse de los Estados jvenes o no tan jvenes, para satisfacer sus aficiones a la dictadura. Alegrmonos cuando no se llaman a s mismos socialistas, que, por desgracia, es lo que suele ocurrir. Cuntas veces no hemos visto, en los ltimos veinte o treinta aos, a los dirigentes de un movimiento de liberacin nacional, estimables y hasta heroicos, luchar y hacer luchar para conseguir la independencia y, cuando la alcanzan, acaparar el nuevo Estado para esclavizar al pueblo liberado a sus ideas fijas, a su afn de poder y a sus delirios de grandeza en poltica extranjera! A menudo, convertirse en dueos de este juguete que es el Estado nacional, basta para hacer brotar de los corazones ms puros todas las inmundicias de un despotismo ms o menos disfrazado de repblica, inmunizado, adems gracias a un socialismo de fachada, contra las crticas de la opinin.Ms temible an es la influencia estatificadora del comunismo sovitico, chino o indochino. Existen numerosas razones para convertir en adversario del socialismo el comunismo aliado al Estado nacional. La primera es, precisamente, la de que engendra los Estados-nacin ms fuertes y menos comunicativos que conoce la Historia, con lo cual hace retroceder varios siglos la evolucin hacia una civilizacin sin Estados. La segunda razn es la de que el comunismo, con miras a su propaganda y expansin, utiliza los temas progresistas del socialismo. Por tanto, puede aprovecharse de las muy reales contradicciones del capitalismo y explotar el descontento que provocan para destruir, en nombre del socialismo, la democracia poltica, e instalar despus sistemas que no son ni democrticos ni socialistas y que tanto en lo econmico como en lo humano son muy inferiores al capitalismo.

La confusin se mantiene con el empleo metdico de la palabra socialista como sinnimo de comunista: los pases socialistas son los pases comunistas en los que reina la burocracia totalitaria, y las revoluciones socialistas son aqullas en las que una minora se hace con el poder absoluto, sin intencin de restituirlo.

Est bien claro por qu los comunistas procuran mantener la confusin. Pero lo que ya no queda tan claro es cmo pueden encontrar tantos socialistas y revolucionarios que los sigan por este camino y les ayuden as a hacer irrealizable el socialismo.2. EL DESEO DE TOTALITARISMO

Existe en nosotros el deseo de ser gobernados de modo totalitario? Esta hiptesis explicara muchas actitudes, muchas palabras y muchos silencios. En el seno de lo que provisionalmente llamar la izquierda de los pases no comunistas, se aumentan de tal modo los defectos de las sociedades liberales, que stas llegan a ser presentadas como mscara de una realidad eminentemente totalitaria, y se disminuyen en tal medida los defectos de las sociedades totalitarias, que stas aparecen como liberales, si no en apariencia, por lo menos en esencia. Se postula que son buenas por naturaleza, aunque transitoriamente no respeten los derechos del hombre, y que las sociedades liberales son malas por naturaleza, pese a que los hombres vivan en ellas, accidentalmente, mejor y ms libres. A juzgar por ciertos comentarios publicados en los escasos pases en que puede uno escribir lo que se le antoje, una sociedad comunista, aunque est reducida a la categora de un inmenso campo de concentracin, poblado de individuos que luchan penosamente por subsistir, es una sociedad en vas de mejora. Y una sociedad capitalista y liberal, dejando aparte la evaluacin de la vida que se lleve en ella, es una sociedad que hay que derribar.

Esta desigualdad en el tratamiento podra ser el resultado directo de la diferencia de rgimen poltico: en las sociedades que pueden ser atacadas desde dentro, la continua denuncia de injusticias hace acumularse inmediatamente una montaa de quejas, mientras que el silencio impuesto a las sociedades totalitarias impide la diaria anotacin de su pasivo. Desde luego, el pasivo es revelado de vez en cuando, aunque por observadores exteriores o por evadidos, lo cual no surte el mismo efecto que el acoso de una oposicin interior que forma parte del sistema al que ataca y que no tiene el mismo peso que una votacin, en la que una fraccin importante de polacos o rumanos, por ejemplo, en unas elecciones libres, se pronunciara, a la vista de todos, en contra del socialismo. Por consiguiente, en la prctica, lo nico que se ventila a diario y sin piedad son los fallos y los crmenes del capitalismo liberal y socialdemcrata. A la larga, stas son las nicas sociedades contra las que instruyen proceso, con carcter permanente, los mismos hombres que se preocupan por ellas.

As, estos hombres adquieren una visin desfavorable de los regmenes sociales y polticos del planeta, desfavorable, naturalmente, para su propio sistema y que conduce a su destruccin, dado que esa tendencia a la denigracin crtica, correctora o destructora, no puede manifestarse en las sociedades comunistas, en las cuales el mensaje corrosivo es ahogado en su fuente o cortado por el poder burocrtico. Es como un partido de ftbol en el que se anotaran en el marcador slo los goles que fallara uno de los dos equipos.

De todos modos, aunque esta disparidad explique el procomunismo de algunos pases del Tercer mundo, en los que las masas estn mal informadas y, lo que es ms, nunca han conocido el liberalismo poltico, no basta para comprender esa creciente insistencia con que Occidente declara que la libertad es insignificante frente a una justicia que, por otra parte tampoco procuran los pases comunistas. Y ah est el contrasentido. Si hubiera pruebas de que, renunciando a la libertad y a la dignidad pudiera obtenerse la justicia, la eleccin sera difcil, pero habra eleccin. Todo el mundo sabe que ste no es el caso, pero, aun sabindolo, raramente lo tiene en cuenta.

La intrigante paradoja del dilogo Este-Oeste parece deberse ms a la negativa para sacar las conclusiones polticas, e incluso de entreverlas slo en breves relmpagos. Por el contrario, el testigo que denuncia esta opresin es tachado, a menudo, de reaccionario. Acaso los fascistas no utilizan sus mismas palabras? Si, en cierta ocasin, un sarnoso denunci la peste, en lo sucesivo sern considerados como sarnosos todos los que denuncian la peste. A la larga, la censura espontnea de la informacin es ms eficaz que la oficial. Como dice un antiguo profesor de la Universidad de Praga: Satisfecho, condescendiente y escuchndose a s mismo, Occidente se repite su propio relato del socialismo... lo no vivido erigido en dogma. De todos modos, como quiera que no es posible ignorar por completo y de manera prolongada la realidad de los pases del Este europeo, de China y de ciertos socialismos del Tercer Mundo, la negativa a juzgarlos quiz traduzca la decisin de aprobarlos por encima de todo.

Por ello, no se ha de descartar que la causa de semejante ceguera deliberada de importantes minoras occidentales sea el inconfesado deseo de vivir en el sistema estaliniano, no a pesar de lo que es, sino precisamente por lo que es. Unos, para saciar ese apetito de ejercer la tirana del que ninguno de nosotros est exento, y otros, por necesidad de experimentar la servidumbre, turbia aspiracin de la que acaso tampoco nadie est libre. Al fin y al cabo, si la tirana no contara con la complicidad de sus vctimas, la historia de nuestro tiempo y de tantos otros no hubiera sido lo que fue.Tal vez no sea necesario apelar a la psicologa profunda para explicar la indulgencia que rodea al totalitarismo. La psicologa vulgar ensea, con bastante claridad, que la minora que ya dirige los partidos y los sindicatos comunistas de Occidente, trata de extender su poder a toda la sociedad. Algunos caracteres alcanzan su plenitud slo ejerciendo el absolutismo. Unos se saben incapaces de llegar a los escalones superiores o a un escaln cualquiera del poder, por bajo que sea, en una sociedad en la que el celo puesto al servicio de la tirana no supla al talento; otros, por el contrario, dotados de un talento extraordinario, no pueden soportar que tenga lmites o un plazo la autoridad que de l se deriva. Lo anormal en la historia de los hombres es la aceptacin del pluralismo, no el deseo de escapar de l. Por lo dems, lo que nosotros aceptamos cuando lo aceptamos no es nunca el pluralismo, con los mil golpes de lima que da todos los das a nuestro poder y a nuestro orgullo, sino, en abstracto, el sistema que hace inevitable el pluralismo. Por razn y moralidad elegimos la regla de la mutua y estatutaria limitacin de las voluntades de poder. Pero, por inclinacin natural, cul es el hombre que no elegira la omnipotencia, si el sistema le garantizara que haba de ser siempre la suya y no la de otros? Considerarse exento de este deseo es hipocresa.

Por lo que respecta a la masa de los que, en un eventual sistema totalitario, seran excluidos del poder y sometidos al dominio de la minora burocrtica y de la intelligentsia oficial, qu pueden saber ellos de esta futura experiencia, antes de pasarla?

En las sociedades mejor informadas existe un tercer mundo interior de la informacin. A fuerza de or decir que las sociedades liberales de Occidente constituyen el paroxismo histrico de la opresin y la miseria, y que cualquier cambio es preferible a las atrocidades del presente, los electores de los partidos comunistas occidentales empujan hacia el rgimen totalitario no por deseos de estalinismo que no saben lo que es, sino de reformas y mejoras que creen no van a poder obtener sin l. Y, una vez que las masas puedan apreciar, por experiencia directa, el sistema estaliniano, perdern la posibilidad de sustraerse a l en el caso de que cambien de opinin al respecto. Lo propio y la funcin del paso a un rgimen totalitario es que no hay retorno, salvo cataclismo mundial, como podra ser, por ejemplo, una guerra intercontinental. Desde el momento en que los que viven en l, y lo viven, pueden juzgarlo con conocimiento de causa, no tienen posibilidad de abolirlo, criticarlo, transformarlo y ni siquiera eludirlo. Y con el tiempo, despus de una generacin, un pueblo sometido al totalitarismo carece ya prcticamente de medios para comparar su sociedad con otra cualquiera. Ms estrictos que los regmenes autoritarios tradicionales, simplemente dictatoriales, los poderes totalitarios prohben tanto a sus ciudadanos viajar por donde quieran, como a los extranjeros moverse libremente por su territorio. Puesto que la informacin ha sido sustituida totalmente por la propaganda, a los habitantes de los pases totalitarios les resulta imposible conservar o imaginar siquiera la imagen de una sociedad que pueda oponerse a la suya. Se debilitan sus facultades, no ya de pensar, sino incluso de soar. Machacadas por la propaganda poltica y anmica a causa del aislamiento cultural, sufren la amputacin no slo de su rama nostlgica, sino incluso de su rama utpica. Estos pueblos no pueden ya imaginar el pasado ni el futuro.

Hasta el presente no ha podido comprobarse ningn hecho que justifique la esperanza que funda incansablemente la izquierda liberal en una evolucin de los comunistas hacia una democracia pluralista y una aceptacin de la alternancia en el poder, es decir, el compromiso a dejarse desposeer de l por una votacin en regla, llegado el caso.

La particularidad distintiva del rgimen comunista, su definicin, su razn de ser, consiste en destruir las condiciones de su posible revisin, es decir, quitar tanto a las masas como a la minora dirigente la ocasin de rectificar, una vez pasado el momento inicial en el que se constituy el rgimen. El comunismo no tendra razn de ser si, al trmino de una franca y cordial discusin con interlocutores liberales, tolerara agregar al sistema un pequeo codicilo en el que se estipulara que se admitir el pluralismo y, si tal es el deseo de la mayora de los ciudadanos, se abandonar el poder una vez conquistado. El comunismo de Gobierno que suscribiera semejante clusula, actuara de manera tan contraria a su naturaleza, como el presidente de una multinacional capitalista que diera a sus competidores el derecho a expropiarlo en cualquier momento. Por cierto que ste es el motivo por el cual han sido rechazadas todas las liberalizaciones en los pases comunistas. Es la lgica del sistema.

En efecto, lo que caracteriza a los sistemas democrticos pluralistas fundados en el sufragio es que los errores de direccin son pagados, en principio, por el Gobierno, mientras que en los sistemas comunistas son pagados por el pueblo. Con ello no quiero decir que en las democracias no pague el pueblo, por desgracia, las consecuencias de los errores cometidos por los Gobiernos. De todos modos, la sancin, prevista por el sistema, para el fracaso de una poltica, es la sustitucin, en el poder, de una mayora por otra. Por el contrario, la reaccin del comunismo al trmino de un perodo de fracasos, aunque pueda haber destituciones individuales en el seno de su oligarqua, ser reforzar el control del pueblo ejercido por esta oligarqua. Es lo que, en la jerga estaliniana, se llama normalizacin.

ste es el sentido del comunismo de Gobierno. Por lo que se refiere al comunismo de oposicin en las democracias occidentales, carece de coherencia, y justifica la disciplina que impone a sus dirigentes y a sus militantes slo si el objetivo de su actividad es el poder absoluto y definido. Si quitamos este objetivo, lo dems resulta absurdo. Por qu utilizar, en lo inmediato, unas tcticas polticamente poco eficaces y humanamente odiosas, si no es para hacerse al fin con el poder absoluto? Los comunistas italianos pueden permitirse ser ms tolerantes que los franceses, por ejemplo, porque son ms numerosos y, en consecuencia, son factibles sus posibilidades de ocupar democrticamente el poder, lo cual no ocurre en Francia. Pero no seran coherentes si no apuntaran ya a la etapa que lgicamente ha de seguir: despus de haberse convertido en uno de los partidos en el poder, eliminar a los dems. Si no tuvieran estas intenciones, se habran convertido en socialdemcratas.

El objetivo de los comunistas es la toma del poder por el partido comunista, lo cual, al fin y al cabo, es lo que pretenden todos los partidos polticos. Pero lo que diferencia al comunismo de los restantes partidos polticos es su forma de servirse del poder. Y, al igual que para todos los partidos polticos, hay que distinguir entre las justificaciones que los comunistas dan de su empresa, y su empleo efectivo del poder cuando lo tienen, naturalmente, y all donde pueden ejercerlo, no en otro momento, ni en otro lugar.

La ilusin de los procomunistas liberales de izquierda es el pensar que hay otro comunismo distinto del estaliniano. Ahora bien, el estalinismo es la esencia del comunismo. Lo que cambia no es el sistema estaliniano, sino el rigor, mayor o menor, con el que se aplica. No se puede estar siempre fusilando o internando a la gente. No todos los das se ve uno obligado a mandar los tanques a restablecer el orden estaliniano en un pas amigo. Lo que cuenta es el resultado. En los perodos en que la disuasin, unida a un crecimiento del consumo, basta para prevenir las sublevaciones, la represin no tiene nada de espectacular: es rutinaria y cotidiana. Mas no por ello es menos estaliniana. Kruschev y Brezhnev no fueron menos estalinianos que Stalin, ya que mantuvieron el orden que instaur ste. Enviaron tropas a los pases satlites cada vez que hizo falta. Simplemente, fueron menos sanguinarios que Stalin, y acabaron con los asesinatos disfrazados de proceso. Pero han continuado el aparato policaco, los arrestos arbitrarios, los campos, todo el sistema totalitario de control de las personas y las ideas. Y no poda ser de otro modo. Tanto en Mosc, como en Pekn, como en Hanoi, un comunismo que no fuera estaliniano, se destruira a s mismo. La independencia, bastante relativa por cierto, de la poltica exterior rumana respecto de la URSS, se ha traducido en un reforzamiento del estalinismo en el interior de Rumania, a fin de no dar ocasin de intervenir a las tropas soviticas, en el caso de que pudiera creerse que en Bucarest estaba amenazado el socialismo. Aunque esta poltica exterior pueda halagar el amor propio de los dirigentes rumanos, para el pueblo rumano supone un agravamiento del totalitarismo. Sin embargo, Rumania no es vctima de la proximidad de los Estados Unidos ni del bloqueo imperialista, razones por las cuales se suele disculpar al totalitarismo cubano. El titismo ha permitido cierta libertad de accin a Tito respecto a Mosc, pero mucha menos a los yugoslavos respecto a Tito. En suma, una experiencia histrica, que ya va siendo bastante amplia, nos permite afirmar, no por mera especulacin, sino por simple comprobacin, que no ha existido ni existe un rgimen comunista no estaliniano. No confundamos las tentativas con los sistemas, ni los libros que se escriben con las sociedades en las que se vive.

As, pues, el deseo de totalitarismo contiene dos componentes:

El uno, popular, no es en realidad deseo de totalitarismo, ya que se asienta en la ignorancia de los sistemas comunistas, natural en pases en los que nadie ha vivido tales sistemas. Es una expresin poltica particular de la lucha de clases, de la lucha por la justicia econmica y de la mejora de la vida en general, sin una visin precisa del rgimen futuro que implica semejante eleccin poltica. En este componente popular, la solucin comunista se concibe como el reverso de los defectos de la sociedad en la que se vive.

Por el contrario, el otro componente, el componente selecto de ese deseo de totalitarismo, va unido al claro conocimiento de la sociedad que se elige, a pesar de sus evidentes vicios y de la resistencia a admitir que tales vicios son connaturales en l y no constituyen unas desviaciones accidentales. Este componente entraa, pues, una explicacin psicosocial ms compleja.

3. POR QU PROGRESA EL ESTALINISMO EN EL MUNDO

En la mayor parte del mundo, el avance del estalinismo se explica de modo sencillo y racional. Las causas que lo determinan son, a un tiempo, pocas y contundentes. Su combinacin pone en movimiento el determinismo de una potencia a la que, a la larga, nada puede oponerse de forma duradera.

Los tres factores internos que conducen al estalinismo son el sub-desarrollo econmico, el odio a todo dominio extranjero y la falta de experiencia de una democracia pluralista. A stos hay que aadir un factor externo: el apoyo de la Unin Sovitica o de China, segn el caso, con miras a crear sistemas satlites, ya en el contexto de su rivalidad con los Estados Unidos, ya en el de su mutua rivalidad. Pero la contribucin china o sovitica servira de poco, de no conjugarse las tres principales causas internas: la pobreza, el nacionalismo y la ignorancia histrica de la democracia. Esta ltima realidad anula la casustica occidental sobre las dificultades de conciliar democracia poltica y desarrollo socialista. Cmo pueden los hombres tener miedo a perder lo que nunca ha existido para ellos?

Y no me refiero al valor objetivo de estas razones. A mi entender, es muy discutible. Al hombre subdesarrollado, el centralismo burocrtico se le aparece un da, casi inevitablemente, como el nico medio de acceder al bienestar, aunque, a la postre, esta apreciacin se revele ilusoria. Atribuir la propia desgracia casi exclusivamente al dominio extranjero constituye en los pueblos una inclinacin universal y elemental, fuente de disciplina y sacrificio en tiempos de guerras de independencia, pero raramente saludable en tiempos de paz. Por caro que a veces se pague, el nacionalismo no deja de ser el tema ms fcil y fructfero de todas las demagogias. Por ltimo, el no haber vivido nunca en una sociedad habituada a las libertades pblicas, hace al individuo insensible a su carencia, desde luego; pero acaso la iniciacin a la democracia no provocara un despertar, indispensable para el mismo desarrollo econmico y, lo que es ms, no constituye la democracia el componente indispensable de la liberacin del hombre, y no ya slo de los Estados?

Tanto si estas objeciones son pertinentes como si no lo son, no han de ejercer influencia. Ante el subdesarrollo y la humillacin, los abogados de la dictadura nacionalizante y socializante hablan el nico lenguaje que se entiende de modo inmediato. Lo que puedan hacer despus de conquistar el poder es otra cuestin. Antes, nada ms natural que orlos, especialmente en un vaco de informacin que, por cierto, casi todos ellos pondrn buen cuidado en perpetuar despus, a fin de proteger el Estado que hayan fundado.

Por el contrario, resulta mucho menos comprensible la defensa que se hace del estalinismo en las civilizaciones desarrolladas e informadas y, de modo particular, en las capas culturales ms desarrolladas y mejor informadas de estas civilizaciones.

En los pases democrticos y desarrollados, el estalinismo est geogrficamente bastante circunscrito y electoralmente bastante limitado. No pasan de tres los pases ricos en los que los partidos comunistas no se reducen a grupsculos insignificantes, durante los treinta aos siguientes a la Segunda Guerra Mundial: Italia, Francia y Japn. Los cito por orden de importancia del electorado: aproximadamente un tercio de los sufragios emitidos en Italia, una quinta parte en Francia y una dcima parte en el Japn. Los comunistas desempearon tambin cierto papel poltico en la historia del Chile democrtico, hasta el golpe de Estado que derrib a Salvador Allende. No se trata aqu de un pas rico, pero tampoco de un pas del Tercer Mundo.

Pero las elecciones son una cosa, y los partidos, otra. Jams han tomado el poder los comunistas donde se celebran regularmente elecciones no falseadas, en condiciones en las que tiene sentido el acto electoral, es decir, donde se respetan en grado suficiente, para que se beneficien de ellos la mayora de los ciudadanos, el derecho de asociacin y de reunin, el derecho a la informacin, el derecho a la educacin y a la libre circulacin de las ideas y de las personas. En ningn lugar han obtenido la mayora absoluta de los sufragios, ni siquiera una mayora relativa, aunque esta ltima eventualidad sea probable en Italia.

Por el contrario, donde alcanzan una masa crtica mnima, los partidos comunistas, con efectivos inscritos y militantes equivalentes al 4 5 % del electorado como mximo, ejercen una influencia que rebasa ampliamente el peso de este electorado y puede llegar a condicionar toda la vida poltica de un pas. En los citados pases existe una dinmica comunista, es decir, que la fuerza de accin y penetracin de los comunistas les da una productividad poltica superior a la importancia numrica de los ciudadanos que votan por ellos. Esta dinmica responde a tres causas principales:

En primer lugar, a la eficacia de su organizacin, a la entrega de sus mandos y de sus adeptos, a la firmeza de su conviccin, a la entera disponibilidad intelectual y militante de sus tropas, que, dejando aparte las deserciones peridicas, mnimas en general, aceptan y aplican todas las consignas ideolgicas, estratgicas y tcticas de la direccin. Y por supuesto que aceptan tambin las modificaciones ms imprevistas que puedan darse de tales consignas.

En segundo lugar, los comunistas deben su influencia a su dominio del sindicalismo obrero. Este dominio encierra, por otra parte, una contradiccin: la de que en los pases de fuerte presencia comunista, el sindicalismo est controlado por el partido, aunque, en el conjunto del mundo del trabajo, es ms dbil que en los pases socialdemcratas, y que en una economa liberal como la de los Estados Unidos. (Habra mucho que corregir en la tan extendida conviccin de que la economa americana ha permanecido fiel al modelo liberal clsico, aunque, por el momento, prescindiremos de esto.) El porcentaje de trabajadores sindicados, en relacin con el total de asalariados, es del 15 al 20 % en Francia, del 20 al 30 % en Italia, del 30 % en Alemania Occidental, del 40 % en el Reino Unido, del 50 % en Dinamarca y del 70 % en Suecia. En pocas palabras: el control comunista de los sindicatos refuerza la influencia poltica del comunismo y reduce la eficacia de los sindicatos.

En este siglo, los trabajadores han estado peor defendidos por los sindicatos comunistas de los pases de la Europa del Sur, que por los sindicatos socialdemcratas de los pases de la Europa del Norte. Mas para comprender este flojo rendimiento se ha de tener en cuenta que la finalidad del sindicalismo comunista no consiste en mejorar la situacin de los trabajadores en el marco del sistema capitalista, sino en explotar los conflictos, para debilitar a este ltimo.

Cierto que esta regla no se aplica constantemente. Con frecuencia, los comunistas adoptan una actitud reformista lo cual les vale peridicamente las pullas de la extrema izquierda en aquellas coyunturas en las que temen que la pequea burguesa y el campesinado puedan desviarse hacia la derecha e incluso hacia el fascismo. Pero, con las tcticas ms diversas, se mantiene el principio de que el sindicalismo es para ellos un arma poltica.

Los sindicatos de obediencia comunista o, en trminos ms generales, de ideologa marxista, se defienden de esto con indignacin, naturalmente, mientras que Gobiernos y empresas los atacan, indefectiblemente, en este campo. Unos y otros mienten con ardor, calificando de laboral una huelga que es poltica, y de poltica una huelga que es laboral.

Para ver con claridad en esta confusin, hay que distinguir entre las consecuencias polticas de una huelga o de cualquier otra accin sindical, y los contactos polticos de un sindicato, que acarrean la coordinacin de su tctica con la estrategia de un determinado partido poltico: entre el sindicalismo como realidad y el sindicalismo como instrumento poltico.

El sindicalismo puramente profesional no puede existir. Hasta el ms limitado corporativismo tiene consecuencias econmicas, es decir, acta sobre el poder poltico. En una democracia, la poltica es la expresin de las tensiones sociales. Nunca se ha visto una huelga importante que no tuviera una prolongacin poltica, ya que, si es realmente importante, no puede solucionarse a nivel puramente profesional y requiere la intervencin del poder poltico elegido, ya sea local o nacional. En este caso como ya se vio en Gran Bretaa en el siglo XIX, cuando la expansin de los sindicatos suscit el nacimiento del partido laborista es el sindicalismo expresin de las capas laborales de una sociedad el que imprime su huella en la poltica.

Por el contrario, en el caso del sindicalismo controlado, es un partido poltico el que imprime su huella en el sindicato, a poder ser, nico. En el caso anterior se puede hablar de sindicalismo; en el presente, de sindicalismo politizado. Por ejemplo, la intransigencia o la moderacin de las reivindicaciones pueden decidirse, en el sindicalismo politizado, no en funcin de la situacin econmica, sino en funcin de la fecha, ms o menos lejana, de las elecciones, o del deseo de plantear dificultades al Gobierno, en funcin de una estrategia internacional. Y sta es la razn dicho sea de paso por la que los dirigentes de estos sindicatos son ms agresivos unas veces que los trabajadores sindicales, y otras, menos. Unas veces tratan de lanzar huelgas artificiales, decididas en la cumbre, y otras, por el contrario, se esfuerzan en frenar huelgas espontneas iniciadas en la base.

En el caso del sindicalismo independiente, hay consecuencia poltica a posteriori del sindicalismo; en el segundo el del sindicalismo controlado, orientacin poltica a priori del sindicalismo. Y el polticamente ms fuerte es, con mucho, el primer sistema sindical, de origen puramente profesional. En la Repblica Federal Alemana, en Suecia y Gran Bretaa, los Gobiernos socialistas son, en realidad, emanaciones de los grandes sindicatos. En el sindicalismo latino ocurre todo lo contrario: el principal sindicato es siempre emanacin del partido comunista.Esta adhesin resulta siempre dbil cuando la eleccin poltica no es la prolongacin, sino el requisito, de la adhesin a los sindicatos. El sindicato procomunista francs, la CGT (cuyo secretario general es, tradicionalmente, miembro del Politbur del P. C. francs), cuenta, en 1976, con unos 2 millones de miembros sobre una poblacin activa de 22 millones de franceses. El otro sindicato de ideologa marxista, la CFDT, que recomienda el socialismo de autogestin, apenas alcanza los 800.000 afiliados. As, en el sindicalismo comunista, el sindicato emite, con frecuencia, una orden de huelga, para dar prueba de su representatividad. Por no representar ms que a una parte mnima de los trabajadores, cuenta con escaso poder de negociacin en perodos de calma, y aumenta este poder cuando un conflicto social le permite atraerse a los obreros no sindicados. Pero si las cosas se ponen feas, carece de medios para asegurar la subsistencia de los huelguistas en los momentos en que slo el tiempo podra hacer decisiva la prueba de fuerza.Por otra parte, es muy desigual el rendimiento de estas dos formas de sindicalismo. Desde finales del decenio 1950-1960, la jornada de trabajo se ha hecho ms corta en Alemania que en Francia, y los salarios ms altos, lo cual provoca el xodo de los franceses de la regin fronteriza al otro lado del Rin. En la misma poca, se implant en Alemania la cogestin obrera, en rgimen de paridad, en numerosas empresas, en cuyos consejos de administracin figuran no slo delegados del personal, sino tambin delegados sindicales permanentes, ajenos a la empresa, lo cual supone el comienzo de un autntico reparto del poder econmico.

Estas mutaciones polticas son mucho ms fundamentales que cualquier apertura a la izquierda que pudiera traducirse en la obtencin de unos cuantos escaos ms en el Parlamento. En Gran Bretaa, la Confederacin de los Sindicatos, el Trade Union Congress (TUC), viene a ser muchas veces el autntico Gobierno. Cuenta con los medios necesarios para provocar la derrota electoral del Gabinete laborista, como en 1970, o del Gabinete conservador, como en 1973, con serena imparcialidad, cuando stos se atreven a oponerse a sus reivindicaciones, y cuando se trata de defender sus intereses, mejor o peor comprendidos, manifiesta, incluso en grado peligroso, una imperturbable indiferencia frente a imperativos nacionales, como la lucha contra la inflacin o la reduccin del dficit de la balanza de pagos y del comercio exterior. Estos sindicatos no dicen que quieran cambiar la sociedad, pero en realidad la han cambiado y siguen cambindola.

Por el contrario, los sindicalistas latinos proclaman que quieren cambiar las bases de la sociedad, pero en realidad no cambian ni siquiera la superficie. Ms an, hacen de su inoperancia un artculo de fe. Y con lgica, ya que se sitan en una perspectiva o, por lo menos, adoptan una fraseologa revolucionaria. En realidad, niegan ferozmente la existencia y hasta la posibilidad de toda reforma, de toda mejora en el sistema actual, que se supone invariable y sin cambios desde los albores del capitalismo. De esta forma, cuando mejoran las condiciones de los trabajadores, ellos se niegan a reconocerlo. Nunca tienen ni una palabra para dar testimonio de una nueva ley favorable a los asalariados. Segn ellos, el descontento de los trabajadores siempre va en aumento, su poder de adquisicin no deja de reducirse por los siglos de los siglos. De tal modo que siente uno deseos de decirles: Pero qu habis hecho durante estos treinta o cuarenta aos? Si es verdad que durante todo este tiempo los trabajadores manuales e intelectuales de la ciudad y del campo utilizando la amplia y acogedora frmula, tan cara al partido comunista han visto cmo su situacin iba empeorando da a da, ello no dice mucho en favor de la eficacia de vuestra accin, estis haciendo vuestra autocrtica. O sois unos incapaces, o no sois sinceros.

Sin embargo, el sindicalismo de tipo latino es muy eficaz para cubrir los objetivos polticos que se ha asignado, y que son: subordinar la vida sindical a la estrategia comunista y, sobre todo, impedir el desarrollo de cualquier sindicalismo reformador poderoso que sustrajera a la burocracia comunista el papel de portavoz casi nico del mundo obrero frente al poder poltico y empresarial. Esta estrategia fue desarrollada hasta su objetivo lgico por los comunistas portugueses cuando, despus de que el Ejrcito depusiera a la dictadura salazariana, en abril de 1974, convencieron al nuevo poder, el Movimiento de las Fuerzas Armadas, de que impusiera en Portugal un sindicato nico, pese a las protestas de los socialistas, socialdemcratas y centristas. El sindicato nico, gracias a la accin de varios militantes bien preparados y bien situados en cada empresa, les permiti dominar la vida econmica y utilizar este dominio con fines polticos, en especial, en las empresas de Prensa, Radio y Televisin. As, con slo el 13 % de los votos conseguido en las elecciones del 25 de abril de 1975, el P. C. portugus pudo paralizar la produccin y manipular la informacin a su antojo; en suma, ejercer un poder real mucho mayor que el de los socialistas y socialdemcratas juntos, que representaban el 64 % de los portugueses.

ste es un buen ejemplo de dinmica poltica increblemente superior a la representatividad de un partido, gracias a una juiciosa utilizacin del monopolio sindical. Monopolio menos difcil de conservar, cuanto menor es el nmero de obreros sindicados. Estricta aplicacin de un principio leninista: la minora organizada se autodesigna como intrprete de la mayora no organizada y vela, por todos los medios, para preservar esta exclusiva. La debilidad numrica del sindicato hace la fuerza poltica del partido.

En tercer lugar, el avance del estalinismo en el mundo se debe a la docilidad de la izquierda comunista, actitud que va desde la complicidad activa hasta la petrificacin intimidada. Su resultado ha sido desacreditar la va socialdemcrata y habituar poco a poco a la gente a considerar secundarias y episdicas las caractersticas profundas del totalitarismo y, en todo caso, mucho menos graves que los vicios del capitalismo. As, se ha creado una situacin mejor no podan desearla los estalinianos en la que se hace admitir el postulado de que ha de ser forzosamente de derechas la crtica anticomunista, antisovitica o antimaosta. Aparte las crticas izquierdistas que, a la postre, se reducen casi siempre a reprochar a los estalinianos el no ser todo lo estalinianos que deberan ser, toda la escuela del pensamiento de la izquierda socialista democrtica de ese socialismo que aspiraba a ser prolongacin de la conquista de la libertad poltica se ha puesto a la defensiva. Se ha avenido a considerarse una especie de estalinismo moderado o una variante de la derecha paternalista, y no una fuerza poltica e intelectualmente original. Puesto que, en general, ha perdido la conviccin de ser la nica izquierda verdadera, se abstiene de toda crtica creadora acerca de los comunistas, limitndose de vez en cuando si ha recibido de ellos algn golpe demasiado duro a lanzar breves y plaideros quejidos (completamente intiles, por supuesto) reclamando los derechos del hombre. De ah el vaco, la actitud de docilidad frente al estalinismo, que se ha implantado en las sociedades democrticas.

4. EL ERROR DE LA DEMOCRACIA

Antes de describir las manifestaciones y estudiar las causas de la complacencia que sienten hacia el estalinismo quienes no son miembros ni electores de los partidos comunistas, hay que insistir en las razones demostrativas de la inexistencia e imposibilidad de un comunismo liberal. En efecto, este animal legendario le sirve a los cmplices del avance estalinista para declinar toda responsabilidad por las consecuencias de su actitud. Ellos dicen profesar un comunismo liberal al que, por cierto, prefieren llamar socialismo-, no un comunismo totalitario.

Pero, en la prctica, el que sale ganando es el ltimo, no el primero. En lugar de preguntarse por qu y cul es la ley que rige tan larga serie de experiencias, se limitan a declarar que es una deslealtad juzgar al socialismo por el pasado. Y qu otra cosa podra decir? En efecto, el pasado nos ensea nicamente esto: que favorecer la propagacin del comunismo es, evidentemente, favorecer la propagacin del nico comunismo que existe, no la de su antagonista.En su afn por cuidar las relaciones pblicas, los historiadores comunistas occidentales suelen presentar los crmenes de Stalin en los momentos de gran apertura de criterio en que admiten su existencia como accidentes de la Historia. Este subterfugio, prueba de mediocridad de imaginacin, demuestra slo una cosa: lo poco marxistas que son tales historiadores. Porque, cmo explicar, desde un punto de vista marxista, tal superabundancia de accidentes y desviaciones, ocurridos a lo largo de varias dcadas, que no hayan tenido su causa en la infraestructura econmica, en la organizacin social ni en el sistema de autoridad poltica? O, si se prefiere, cmo explicar el hecho de que, durante ms de medio siglo, se haya mantenido un sistem desptico sin ninguna raz, sin ser resultado de determinante histrica alguna? Sera el primer fenmeno de este tipo que se hubiera dado desde el origen de los tiempos, y es interesante que sean los representantes del socialismo cientfico quienes nos hayan reservado las primicias de esta aguda aplicacin del materialismo histrico: una constante, el estalinismo, de una rara longevidad y que no da seal de debilitamiento, aplicada a dos pases tan distintos como la URSS y China constante observada igualmente en todos sus satlites o imitadores, sera producto de la casualidad, un puro accidente sin relacin con la realidad profunda del sistema del que, sin embargo, en todas partes y desde siempre, es inseparable!

Para apoyar la tesis de una trayectoria histrica compuesta nicamente por excepciones y una sucesin de momentos aberrantes, hara falta contar con un perodo de referencia, por breve que fuera, en el que hubiese imperado la regla y no la excepcin. Ni en la URSS ni en la China comunista lo ha habido. Y es que repitmoslo la esencia del estalinismo consiste, no en sus paroxismos de fusilamientos y deportaciones, sino en el sistema que los hace posibles, aunque no siempre necesarios con igual imperativo.

Todo Estado comunista ha sido siempre estalinista. El comportamiento de los partidos comunistas en los pases democrticos es comparable al de los misioneros en tierras paganas. Tienen que transigir con las supersticiones locales y aceptar un cierto sincretismo religioso. Pero esta tolerancia no puede ser definitiva. En efecto, por qu el que est seguro de tener la razn, de conocer el Bien, de poseer una teora cientfica para la comprensin y la gestin de las sociedades, va a someterse a los convencionalismos democrticos? La democracia est ligada a la incertidumbre. Entre otras funciones, desempea la de permitir la sustitucin de los dirigentes cuando existe la creencia de que stos estn equivocados. Donde nadie se adhiere sin reservas a una Verdad y a un Bien indiscutibles, lo que traza la lnea de conducta colectiva es la opinin de la mayora. Por tanto, en la democracia, el talento esencial del poltico es el de convencer. Por el contrario, parece inevitable que un poder que ya est convencido de poseer la Verdad absoluta o defender el nico inters legtimo en materia de poltica, sienta el derecho y el deber de imponerlos por todos los medios, a despecho de lo que piense la opinin pblica o, lo que es mejor, impidindole pensar. En casi toda la Historia, la mayora de Estados, ciudades y otros centros de autoridad han actuado as espontneamente y sin remordimientos. El respeto al pluralismo, tanto de intereses como de valores, y tanto en el interior del grupo social como en sus relaciones con los otros grupos, es una anomala. La intolerancia y su corolario la violencia considerada legtima constituyen la norma en la mayor parte de los casos. Si yo estoy seguro de la verdad de mi doctrina, por qu he de conceder libertad de informacin y de expresin, la cual, a mi modo de ver, slo puede servir para propagar errores y obstaculizar la buena aplicacin de un sistema social y moral totalmente justo? La Iglesia catlica ha seguido este principio durante siglos, incluso ha sido imitada por las mismas sectas que se alzaron contra ella. Y, en su calidad de depositara del nico dogma verdadero, no poda obrar de otro modo sin ser inconsecuente. Por tanto, la adhesin verbal y peridica de los comunistas en tierras de misin es decir, de los comunistas de Occidente a las libertades fundamentales y a la alternancia en el poder, slo puede considerarse como una concesin tctica y provechosa, dado que el comunismo es minoritario en las democracias liberales. El pluralismo poltico tiene inconvenientes cuando uno est en el poder; cuando se halla en la oposicin, no tiene ms que ventajas. Por qu no explotarlas? Pero los derechos de la oposicin y del individuo instrumentos de lucha contra el poder no pueden conservarse en una sociedad socialista, ya que nadie debe luchar contra un poder justo. stos no son, pues, derechos definitivos. Si no pensaran as, los comunistas no seran personas serias.

Por tanto, los comunistas chinos y sus discpulos europeos tienen razn al tildar de revisionista la condena que Kruschev hizo de Stalin en 1956. Y los socialistas-demcratas se desorientan al no comprender que la liberalizacin y la autocrtica de los partidos comunistas son como el vaivn del acorden, el cual se estira en toda su amplitud hasta cierto punto, del que no puede pasar sin romperse. Y, despus de estirarse, tiene que contraerse de nuevo. El que fue tan representativo e histrico secretario general del partido comunista francs en tiempos de la direccin de Stalin en persona, Maurice Thorez, traduce fielmente la esencia del marxismo-leninismo cuando dice: La tercera causa de los errores cometidos por nuestro partido es que hasta estos ltimos tiempos hemos permanecido fuertemente ligados a la democracia; no podamos desasirnos, no podamos aflojar la opresin que pesa sobre nuestro partido. Nuestro partido se desarrolla en un pas que desde hace cincuenta y siete aos est infestado de democracia; este partido no ha librado todava batallas revolucionarias ni luchas importantes.

Aunque el paralelismo sea un tanto inesperado, para comprender el leninismo-estalinismo se ha de observar que procede de la misma hiptesis aunque, por desgracia, con menor calidad literaria que la filosofa poltica de Platn. En ambos casos se supone que existe un modelo, cuya verdad ha sido demostrada de una vez por todas. Por tanto, la realidad tiene que ser la copia pura y simple, lo ms fiel posible, de tal modelo. La poltica consiste en inducir progresivamente al grupo social en conjunto y al individuo en particular, a adaptarse al prototipo todo lo posible, en obras y pensamientos. En ambas doctrinas existe, pues, una minora, cuyo pensamiento guiar al pueblo, ya que slo ella tiene acceso a la plena comprensin terica del modelo: la academia de los reyes-filsofos en el caso de Platn, y el Politbur y el Comit Central en los partidos comunistas. A . nivel inferior con la misin de aplicar y explicar las directrices de la superioridad al resto de la poblacin, ya que comprenden el sentido general, aunque no sean capaces de captar los principios tericos supremos tenemos, en Platn, la clase de los guerreros, y, en el universo comunista, a los miembros del partido. Por ltimo, tanto en un sistema como en otro, los campesinos y los obreros (con Platn, artesanos), encargados de mantener materialmente a las dos categoras anteriores, les obedecen en la esfera de su actividad particular, pero no disponen de luces que les permitan relacionar esta actividad con el plan general del que sta es fragmento, y menos an con los principios tericos en los que se ha inspirado el plan. Contra ellos, en su caso, el de la mayora de la poblacin, la imposicin es, pues, legtima. Tiene por objeto situarlos constantemente en su autenticidad, una autenticidad respecto a la cual los dirigentes no tienen la menor duda, ya que dimana de un teorema demostrado, y demostrado definitivamente. La educacin y la reeducacin incesantes forman parte, pues, del arte de gobernar, al igual que la vigilancia permanente de todos los ciudadanos. Para su bien, Platn prev explcitamente en sus Leyes la existencia de agentes secretos que espen las conversaciones y el deber de delacin del conciudadano, y, por ltimo, la discreta liquidacin fsica de los irrecuperables.Tambin con Platn, al igual que con Stalin o con Mao, la cultura est cuidadosamente regulada: la msica, el teatro, la danza, la pintura, el canto, la poesa y la arquitectura, la gimnasia y el modo de vestirse son objeto de minuciosas y detalladas prescripciones y prohibiciones en La Repblica, como lo seran en el siglo XX, concretamente por parte de Jdanov en la URSS y de la seora de Mao Ts-tung en China, naturalmente, para la aplicacin del arquetipo terico supremo: el pensamiento del rey-filsofo Stalin y del rey-filsofo Mao Ts-tung.

En esta tesitura, ni la democracia en el sentido en que se entiende en Occidente, ni la lnguida y modesta liberalizacin pueden ser virtualidades del sistema. Por el contrario, constituyen su contrapunto, su enemigo mortal, al igual que la dictadura es contrapunto y enemigo mortal de la democracia. Se hace votar a los escolares para que elijan entre la cosmologa de Aristteles y la de Coprnico? Un gran helenista que fue tambin un gran estalinista, Andr Bonnard, reuni en una frase la lgica de la censura totalitaria: Toda sociedad que crea encarnar y defender valores preciosos, se guardar de consentir que un escritor cualquiera utilice lo que l llama su talento para proceder a la desintegracin pura y simple de estos valores. As, pues, la censura existe en la Unin Sovitica, como es natural que exista en una sociedad organizada.

Este argumento se invoca ms o menos en todos los tipos de sociedad: lo que caracteriza a las sociedades totalitarias es la aplicacin efectiva y total del sistema de censura que de l se deriva.

Como todas las dems, esta ideologa totalitaria sirve para justificar un dominio. Pero no es una simple mentira de los amos, ni su aplicacin acarrea inconvenientes slo a los que la sufren. Si los amos no fueran sinceros en gran medida, el sistema no se podra poner en prctica de modo tan implacable: el cinismo no es ms tolerante que el fanatismo, y el inters ms acomodaticio que la fe. Si el estalinismo planteara inconvenientes slo a los gobernados suponiendo que ello fuera posible, no bastara la represin para perpetuarlo. Pero a los ojos de sus autores y de sus defensores de Occidente, el estalinismo no se juzga por el balance de sus ventajas e inconvenientes para el usuario. Aunque con cifras y ejemplos se le demuestre que el nmero de inconvenientes para los menos favorecidos es menor en los Pases Bajos que en la URSS, y mayor el de ventajas para el ciudadano medio, el clculo realista no les har vacilar, y tampoco las informaciones sobre la mediocridad de la vida, los procesos truncados o los campos de concentracin. Como dice Marcel Proust, los hechos no penetran en el universo en que viven nuestras creencias; no las engendran ni las destruyen. Para ellos, ni la norteamericana ni la holandesa son sociedades verdaderas. Por cierto que para evitar los estragos de este empirismo por la comparacin, los Gobiernos estalinianos impiden a sus ciudadanos que salgan al extranjero, y conceden este favor slo a militantes incorruptibles, slidamente blindados de ideologa oficial. En el semanario cultural checo Tvorba se lea: Es nuestro deseo que quienes viajen a Occidente representen dignamente a su patria socialista y no se derrumben polticamente ante el primer jersey femenino que vean en unos grandes almacenes. A veces hay que dejar salir a los ciudadanos, cuando su desplazamiento ms all de las fronteras sirve para fines de propaganda: bailarines, deportistas, hombres de ciencia... cuya ortodoxia leninista, por desgracia, no corre parejas con su talento, por lo cual sus giras suelen ser deplorables oportunidades de evasiones. Pero el ciudadano medio no debe conocer ms sociedad que la socialista. Al contrario de las sociedades capitalistas desarrolladas, las sociedades socialistas no tienen problemas de inmigracin; slo los tienen de emigracin.

De nada servir querer oponer al precio del billete del Metro de Mosc, que no ha variado desde hace diez aos, la escasez de patatas. Qu puede importar? No cabe duda de que el implacable aumento del precio de los transportes abruma a los pases capitalistas, y su evidente riqueza de patatas a buen precio no los disculpa, porque estn viciados en su esencia. La estabilidad de las tarifas del Metro de Mosc es el fruto natural del socialismo, y la escasez de patatas, un accidente transitorio. En el capitalismo ocurre lo contrario: lo que marcha mal es el exponente de la profunda ley del sistema, y lo que va bien, un accidente transitorio. Huelga discutir los detalles de la Historia: que la industrializacin rusa ya haba sido lanzada en gran medida antes de 1917; que la masa de los campesinos es ms desgraciada que a finales del siglo XIX; que las condiciones de trabajo de los obreros son casi propias de esclavos; que la produccin est orientada, principalmente, hacia todo lo que sirve al Estado industrias de guerra, aeronutica, vuelos espaciales y no hacia los bienes que puedan elevar el nivel de vida del pueblo... Se advierten en algunos pases socialistas los primeros y tardos sntomas del nacimiento de una sociedad de consumo? El consumo, que en Occidente fue siempre slo un seuelo y uno de tantos factores de alienacin de los trabajadores, en el Este se convierte, de pronto, en una fuerza liberadora. Cmo el lavaplatos, que en Pars es un chisme opresor, puede convertirse en Mosc en sinnimo de buena vida y de xito social? Vaya pregunta! Por un lado, estn las contradicciones del capitalismo, que engendran los inevitables defectos de las sociedades liberales, y, por el otro, una orientacin fundamentalmente correcta.

sta, indudablemente, deja subsistir provisionalmente ciertos defectos de importancia secundaria que, eso s, son reconocidos. Las crticas del modo de vida socialista publicadas en la Prensa del Este e invocadas por los comunistas de Occidente como prueba de que el Este no es totalitario, son siempre crticas que denuncian el error en la interpretacin o la negligencia o incompetencia en la aplicacin de las directrices de la cumbre, y nunca a la cumbre como tal ni a su sistema. Los errores que se reconocen pblicamente son de ejecucin, nunca de direccin y, menos an, de principio. nicamente en el mbito reservado de la oligarqua se reconoce y castiga el error de orientacin general que, eventualmente, determina la eliminacin de los responsables, aunque, por supuesto, la rectificacin nunca alcanzar al principio del socialismo estaliniano en s.Por ello, el famoso informe de Nikita Kruschev contra la tirana estaliniana, presentando en el XX Congreso del P. C. de la Unin Sovitica en 1956, no pudo generar la desestalinizacin. Obsrvese que este informe denuncia la represin estaliniana nicamente en la medida y a partir del momento en que afecta a la jerarqua de los jefes y la burocracia comunista en s, y no en la medida en que se ejerce sobre el pueblo. Adems, el informe Kruschev fue ledo a puerta cerrada, al estilo de la jerarqua nica, y nunca fue publicado en la URSS ni espontneamente en la Prensa comunista occidental, a no ser en fragmentos y despus de haber dado la vuelta al mundo en la Prensa burguesa. A los ojos de Kruschev, el crimen de Stalin consisti en traicionar el pacto de la oligarqua y convertirse en rey entre barones, dspota de dspotas, asesino de asesinos y verdugo de verdugos. Su crimen no fue el esclavizar al pueblo sovitico, el cual sigui siendo tan esclavo como antes, ya que nada cambi en el Gulag con sus decenas de millones de internados, ni en los asilos psiquitricos, ni en la censura, ni en la vigilancia policaca. Seis meses despus de emitir su informe, Kruschev, el desestalinizador, enviaba los tanques a disparar contra los hngaros, que se haban sublevado contra el estalinismo. Como buen integrista del materialismo dialctico, impuso nuevamente a la ciencia sovitica la teora y la tirana de Lissenko, cuya charlatanera, devastadora tanto para la investigacin fundamental como para la produccin agrcola, conocera una segunda poca de auge gracias a Kruschev.

Hubo una mala interpretacin: el informe Kruschev iba dirigido contra Stalin, no contra el estalinismo. Estaba destinado a permitir al estalinismo sobrevivir como sistema de gobierno, pero libre de las excrecencias patolgicas que, de haberse perpetuado, a la larga habran acabado por destruir al rgimen. A fuerza de exterminar o aterrorizar a los jefes de la burocracia y de infligir unos planes cada vez ms disparatados a la poblacin activa, Stalin llevaba el pas a la ruina, por efecto de un pasmo gigantesco de sus rganos de funcionamiento. Por tanto, era esencial poner nuevamente en marcha la mquina, volviendo si se me permite la expresin a un totalitarismo sano. El deshielo fue esto y no una democratizacin.Y as como no hay en la historia de los regmenes comunistas nada que permita detectar el menor asomo de una tendencia innata a la liberalizacin, tampoco se ve en ningn momento que los partidos comunistas instalados en democracia pluralista se hayan apartado de los mtodos y de la organizacin estaliniana lo suficiente ni durante el tiempo preciso para que pueda hablarse de metamorfosis. En realidad, se trata slo de variaciones de escasa amplitud, que no modifican en modo alguno los principios del sistema. El error peridico de los socialistas liberales consiste en tomar por fase inicial de una evolucin destinada a continuar, lo que, por el contrario, es slo uno de los puntos terminales de una oscilacin pendular. El retroceso del pndulo sorprende siempre de modo desagradable a los aliados de los comunistas, que no consiguen dar con una explicacin racional para estos bruscos virajes y endurecimientos. Desde luego, no encontramos ninguna explicacin racional si nos situamos en sus puntos de mira, aunque la hay, para los comunistas. Si los socialistas no la encuentran es porque, como ocurre en todas las ciencias me dirijo a los marxistas, la hiptesis que ellos tratan de comprobar es falsa. Se obstinan en ver los primeros sntomas de una futura democratizacin en algo que slo es una de las fases clsicas de la tctica comunista: la llamada de Frente Popular o de Unin de Izquierda. Esta fase tctica tiene una doble finalidad: retrasar una lucha sin cuartel con una derecha que el P. C. considera, por el momento, demasiado fuerte como para poderla destruir mediante un ataque violento y, lo que es ms importante, impedir la formacin de un bloque de reforma, o social-demcrata, dividiendo por la mitad los efectivos sociales y electorales capaces de constituirlo. Una parte queda neutralizada por su alianza con los comunistas, y la otra, por su alianza con elementos ms conservadores.Mas para los comunistas, liberalizarse no es cuestin de buena voluntad. No se trata de amplitud de criterio. Las concesiones transitorias, todas ellas verbales, que les imponen sus alianzas electorales, nunca llegan a la revisin de los mtodos del comunismo cuyo triunfo eliminar simultneamente a los aliados y a las elecciones, ni de su prctica, cuyo fin supremo sigue siendo el centralismo democrtico, es decir, el poder burocrtico, asegurando la irreversible creacin de una sociedad gobernada de forma autoritaria por el partido nico.

Por tanto, el partido, aun cuando est en la oposicin, no puede transformarse, ni siquiera por maquiavelismo, hasta el punto de quedar incapacitado para ejercer esta futura responsabilidad. En el seno de la sociedad liberal, debe ser trasunto, prototipo, en miniatura, de la sociedad del porvenir, sociedad que l se esfuerza en instaurar y en la que en todo momento debe estar preparado para insertarse, en perfecto estado de funcionamiento, como el motor en la carrocera o el alma en el cuerpo. Si dejara de ser modelo del orden que pretende crear a escala de la sociedad entera, su proyecto para el futuro, se hara irrealizable, y su accin de ahora resultara incoherente.Por ello, las concesiones liberales de los comunistas tienen que ser necesariamente muy limitadas, so pena de equivaler a un repudio de su razn de Estado particular. Se puede dejar de ser comunista, pero no cambiar la forma de serlo. Obsrvese que las concesiones comunistas ms sustanciales hechas al espritu democrtico se refieren al futuro, nunca al presente. Son promesas, no actos. Prometen que cuando estn en el poder, con los socialistas o los cristiano-demcratas, respetarn las libertades. Pero desde ahora mismo y desde la oposicin podran dar numerosas pruebas de esta futura tolerancia, demostraciones prcticas que estn a su alcance y que, sin embargo, rehsan. As, por ejemplo, la Prensa comunista es la nica que no aplica la legislacin republicana sobre el derecho de respuesta y que sistemticamente descredita a quienes profesan opiniones distintas de la suya. Si criticar a los comunistas es hoy, segn ellos, capitular ante el dinero o hacerle el juego al imperialismo extranjero, por qu habran de pensar de otro modo el da en que llegaran al poder, aunque fuera en compaa de otros? No sera deber del Estado cuya direccin parcial asumiran ellos extirpar la venalidad y castigar a los agentes del extranjero? En los procedimientos de la polmica comunista en democracia pluralista estn inscritas ya las justificaciones de una futura supresin de la libertad de expresin. Y es que, segn esta polmica, nadie discrepa de los comunistas por haber reflexionado y tomado posicin de buena fe. De ello resultar que silenciar ms adelante a un crtico del comunismo o a un adversario del poder en el que participen los comunistas, ser castigar a un lacayo de los monopolios capitalistas o a un agente de los servicios de propaganda norteamericanos o chinos. Jurdicamente, esto no ser atentar contra la libertad de expresin sino instruir diligencias legales contra conspiradores. Se me responder que los aliados de los comunistas, presentes tambin en el Gobierno, se preocuparn de impedir cualquier abuso contrario a la ley. Pero entonces se plantea la misma pregunta: Por qu no tratan de obtener ese hermoso resultado hoy mismo? Si, estando en la oposicin, los socialistas democrticos son incapaces de hacer renunciar a los comunistas a ciertos mtodos totalitarios de discusin y de accin, de los que ellos mismos suelen ser vctimas, cmo van a tener fuerzas para conseguirlo el da en que se acreciente la eficacia de la organizacin comunista, con el respaldo del Estado?

El que no comprende el funcionamiento de los partidos comunistas, no sabe nada de poltica moderna.

La derecha y los guerreros fros han confundido el comunismo con los otros totalitarismos, el nazismo y el fascismo de preguerra, cuando lo nico que los tres totalitarismos tienen en comn es la organizacin, con sus mtodos implacables, pues ni el nazismo ni el fascismo identificados con las necesidades de los pases en los que surgieron estaban arropados por la ideologa prestigiosa y contagiosa que hace del comunismo una fuerza mundial. Los guerreros fros han contraatacado al comunismo como lo hubieran hecho contra el nazismo, es decir, militarmente, mediante los servicios secretos, el contraespionaje y la propaganda, sin advertir, en primer lugar, que en este terreno las democracias se enfrentaban con un adversario ms fuerte que ellas, y, en segundo lugar, que no bastaba la accin, sino que haba que inventar, adems, una rplica ideolgica. Suponiendo que la haya, pues, aunque se puede triunfar oponiendo un credo a otro, generalmente se fracasa cuando a un credo no se le puede oponer ms que una solucin o, lo que es peor, un complicado conjunto de soluciones y problemas.Por su parte, la izquierda no comunista, ha rechazado el dogma estaliniano y ha optado abiertamente, y sin remordimientos, por la social-democracia, como en la Repblica Federal Alemana y en la Europa del Norte, o bien, en los pases en que los efectivos comunistas condicionaban la vida poltica, ha oscilado constantemente entre el alineamiento y la ruptura. Sea como fuere, en estos pases las aspiraciones unitarias se han considerado casi siempre ms autnticas y conforme a la trayectoria de la izquierda. De modo que la izquierda no comunista, cuando trata de acercarse a los comunistas, proclama que socialistas y comunistas estn de acuerdo en lo esencial y divididos en lo accesorio, cuando la realidad es todo lo contrario. En cada uno de estos acercamientos, las izquierdas no comunistas sienten el deseo de creer que las democracias populares, la URSS y los partidos comunistas de Occidente han cambiado, estn cambiando o van a cambiar. Y luego tienen que desengaarse, cuando se enteran de algn hecho nuevo ocurrido en el Este en Budapest, en Praga, en Gdansk y en el Gulag o en su mismo pas, en las filas de su propio partido comunista. Y cada vez se abstienen de asociar el hecho con sus precedentes y de estudiar el pasado que podra explicarlo. Califican el hecho, supuestamente nuevo que desbarata su teora de simple accidente, y el perodo que le sigue, de convalecencia, de examen de conciencia, que ha de sellar la curacin, definitiva esta vez, del partido comunista.Una conducta neurtica utilizando la expresin en su sentido tcnico, no metafrico es aquella que, en vez de dar una respuesta a la realidad, busca un sucedneo, ilusorio e ineficaz, de tal respuesta. Disimula el fracaso de adaptacin al orden concreto y la incapacidad de analizarlo y dominarlo.

Todas las conductas neurticas tienen un rasgo comn: el olvido de la edicin anterior. El individuo que siempre llega con retraso a sus citas; el empresario atrado siempre irresistiblemente por las mismas trampas y siempre rondando la quiebra; el timador mitmano, simptico y convincente, al igual que su vctima advertida y, no obstante, siempre dispuesta a picar..., todos ellos y otros muchos estn convencidos de que es la primera vez que les ocurre esta desgracia, estn seguros de vivir una situacin nueva, para la que encuentran explicaciones particulares que les parecen inditas, cuando, a los ojos de los dems, su conducta es la clara reproduccin de un estereotipo inmutable, cuya previsible repeticin ha podido seguir el observador hasta la saciedad. Del mismo modo, todas las discusiones suscitadas en Occidente entre la izquierda no comunista y los comunistas, a raz de las publicaciones hechas fuera de la URSS (en 1973) de textos contestatarios soviticos Maximov, Sajarov, Jaures y Roy Medvedev, Siniavski, Amalrik y, por ltimo, Soljenitsin con su Gulag son una copia de aquellas otras discusiones desarrolladas hace ms de veinte aos, cuando llegaron a los medios de la izquierda europea los primeros rumores sobre la existencia de campos de concentracin en la Unin Sovitica. Por aquel entonces, el debate cristaliz entre los intelectuales franceses concretamente en una polmica entre Sartre y Camus, en la que ste llev las de ganar, y Sartre sali derrotado. Pero lo que importa recalcar, en un contexto poltico ms generalizado, es que todo lo que sucedi entonces el sobrecogimiento de horror de los no comunistas ante estas revelaciones; su voluntad de permanecer firmes en su condena, pero buscando el dilogo y procurando hallar un compromiso sobre el tema con los comunistas; la furiosa intransigencia de la rplica comunista, que los acusaba de hacer el juego a los reaccionarios y comprometer la causa de la paz (despus ser la distensin); los remordimientos y la avergonzada rplica de los no comunistas y, como eplogo, su capitulacin final, llena de esperanza en el futuro, a despecho de algunas protestas anodinas todo ello, palabra por palabra, gesto por gesto, argumento por argumento, se reprodujo, en el invierno de 1973-1974, con motivo del caso Soljenitsin. Pero ninguno de los autores cay en la cuenta de que estaba reponiendo un viejo melodrama escrito veinte aos antes, que, a su vez, no fue sino reposicin del libreto representado en Occidente con motivo de los procesos de Mosc de 1937.Nunca se aprende ninguna leccin en el reino de la subinformacin y del olvido. Cuando se repite una situacin clsica, nadie la reconoce. Se machacan, creyendo descubrirlos, los mismos nombres, las mismas citas y los mismos razonamientos. La memoria histrica de la izquierda es como la del edredn que se deforma bajo los golpes, pero nunca aprende a evitarlos, y cada vez recobra su forma primitiva, que ofrecer al siguiente vapuleo.

Si la izquierda no comunista hubiera recordado, examinado y analizado el pasado como sera la obligacin de polticos responsables que estuvieran a la altura de su misin y de intelectuales a la altura de sus pretensiones, no habra dejado de advertir la repeticin del guin, de todos los guiones. En tal caso, no habra podido sostener durante mucho tiempo la fbula de las excepciones enojosas o las desviaciones corregidas, ni escapar a la conclusin de que estos momentos, interrelacionados, formaban una trayectoria histrica firme y clara. Pero la izquierda no comunista mundial, en conjunto, nunca asoci estos momentos, sino que escogi el olvido y eludi la comprensin.Y es que la comprensin la habra obligado a renunciar a la esperanza de una convergencia entre el socialismo democrtico y el comunismo. La habra obligado a reconocer que los partidos comunistas persiguen y, cuando estn en el poder, realizan un designio, cuya ejecucin excluye categricamente a la democracia. Acaso este designio no sea malo: ste es otro problema, otra papeleta. Pero no est ideado para prolongar la democracia ni para desembocar en ella. Y no ser para volver a implantarla por lo que el comunismo la destruy en los pases en los que ya exista, como en Checoslovaquia antes de 1948.

Si en unos lugares la destruy, es porque quera destruirla. Si en otros no la ha creado, es porque no tiene vocacin de crearla.

5. EL EQUVOCO ACERCA DEL SOCIALISMO

El error de la izquierda no comunista salvo cuando opta francamente por la social-democracia consiste en creer que el comunismo es una forma de socialismo. Nada de eso. El comunismo tiene por objeto destruir el capitalismo, eso s, pero no instituir el socialismo, es decir, poner la economa al servicio del hombre. Su finalidad es poner la economa y al hombre al servicio de la nueva clase dirigente que, por cierto, ya va siendo cada vez menos nueva: la burocracia. El dominio de esta clase se funda no en la propiedad, sino en la funcin. Somete al trabajador con mucho ms rigor que el capitalismo, y permite su explotacin es decir, si se prefiere, la deduccin de la plusvala por vas mucho ms directas y autoritarias. Implica y acarrea la implantacin de un sistema de sindicalismo dirigido en el que los trabajadores slo pueden defenderse con la pereza de un sistema de gobierno en el que los ciudadanos no tienen ningn derecho poltico y estn sometidos a constante vigilancia policaca; de un sistema cultural controlado, censurado y expurgado, en el que las mentes castradas renuncian espontneamente a toda veleidad de resistencia.

Por lo que se refiere a la cultura, que es uno de los puntos de friccin constante entre las dos izquierdas, el estalinismo ha recurrido siempre al subterfugio de que la represin cultural no apuntaba a la libertad de pensar, sino a las maniobras polticas disimuladas bajo el uso que se haca de ella. En la poca en que el partido comunista francs trataba de imponer a sus miembros y amigos la esttica lgubre y cmica del llamado realismo socialista, promovi al rango de corifeo del desastre en Francia a una calamidad pictrica llamada Fougeron, cuya letrgica ramplonera les pareca inhumana incluso a algunos militantes. Uno de ellos se quej a un alto dirigente, al que lleg a decirle: Me acosan porque no me gusta la pintura de Fougeron. El dirigente, Laurent Casanova, le respondi: No lo entiende, porque el fondo de la cuestin es que las reservas sobre Fougeron han sido formuladas de tal manera, que constituyen un ataque poltico contra l partido. Esto pona de manifiesto el crculo vicioso existente, ya que la promocin de Fougeron haba sido dictada por mviles puramente polticos aplicar la lnea esttica de Mosc, lo cual impeda que se le juzgara en el terreno puramente pictrico, terreno que, sin el apoyo del P. C., nunca habra llegado a pisar, como tampoco Lissenko habra llegado al de la Biologa por sus propias fuerzas*El totalitarismo politiza por anticipado todos los campos, para denunciar seguidamente resabios polticos en cualquier disidencia cultural. Idntico sofisma fue utilizado, con bastante xito por cierto, para intentar evitar que la izquierda occidental apoyara la lucha por la libertad de expresin sostenida por Sajarov y Soljenitsin en 1973: segn el P. C., tras esta supuesta campaa por la libertad de expresin se ocultaba una maniobra poltica dirigida contra la distensin.

De este modo, los comunistas confiesan ingenuamente que son totalitarios. Porque insistamos una vez ms lo propio del totalitarismo es precisamente considerar que no hay manifestacin humana que posea existencia autnoma, ni valores de referencia propios, aparte sus relaciones con el poder, ni que pueda juzgarse ms que como una parcela del sistema de autoridad poltica. En el fondo, el totalitarismo no condena una obra porque esconda una intencin poltica. Nada de eso: a los ojos del capitalismo, la obra tiene siempre una dimensin poltica, porque el rgimen que la produce es totalitario: mejor dicho, tiene slo una dimensin poltica, a favor o en contra del rgimen, el cual se concibe como un bloque de elementos indisociables.

Estos hechos son tan conocidos, lo son desde hace tanto tiempo y la documentacin sobre este tipo de rgimen es tan abundante y elocuente, que resulta menos interesante repetir la demostracin, que tratar de comprender por qu tiene tan poco alcance.

Y es que ya no hace falta demostrar que los regmenes comunistas son tan contrarios al marxismo de Marx como a los ideales de un socialismo democrtico (mejor dicho: y por consiguiente, a los ideales de un socialismo democrtico). Lo que se ha de explicar es por qu cunde tanto la negativa a levantar acta de la demostracin. Acaso sea ste el principal escollo que retrasa y compromete el salvamento poltico y social de la Humanidad actual. Mientras los socialistas no comprendan que el ms temible enemigo del socialismo es el comunismo ms temible incluso que el capitalismo, ser irrealizable la revolucin que tanto necesita el mundo de hoy. Es posible pasar del capitalismo al socialismo, pero no del comunismo al socialismo. Que socialistas y comunistas formulen las mismas quejas contra el capitalismo, no significa que ste deba ser sustituido por el mismo rgimen. La lucha de la futura clase dirigente burocrtica de los ciudadanos-trabajadores contra la clase dirigente de los propietarios actuales, puede coincidir transitoriamente con la crtica de los ciudadanos-trabajadores contra los mismos propietarios, pero su objetivo es el poder para los burcratas y no para los ciudadanos-trabajadores. No ser a los marxistas a los que haya que explicar este elemental mecanismo histrico.

ste es el motivo por el que carece de fundamento la objecin ritual de que los socialistas deben guardarse de mezclar sus ataques contra el estalinismo, con los de los defensores del capitalismo. Los representantes del capitalismo atacan al estalinismo principalmente porque ste quiere destruirlos; y lo mismo deberan hacer los representantes del socialismo, sin el menor escrpulo y por la misma razn, porque el estalinismo tambin quiere destruirlos a ellos. Dejarse encerrar por la propaganda estaliniana en la misma categora que el capital si protestan contra los mtodos comunistas cuando estn amenazados a ttulo distinto que el capital, pero del mismo peligro, constituye para los socialistas una concesin sin contrapartida. Por otra parte, en las filas de los capitalistas abundan los demcratas que rechazan el estalinismo por las mismas razones que los socialistas: por adhesin a la democracia poltica y al pluralismo. Negar su existencia y su importancia, so pretexto de no hacerle el juego a la derecha, es precisamente hacerle el juego al estalinismo, el cual trata siempre de escamotear la cuestin de la democracia, de servirse de los socialistas para derribar al capitalismo y luego a la democracia, a costa de ellos.

Es un error inexcusable imaginar que puede haber una lucha comn a socialistas y comunistas, hasta el punto en el que, despus de la eliminacin del capitalismo, se elija entre la corriente democrtica y la corriente totalitaria. Cuando se llega a este punto, el comunismo resulta ser siempre el ms fuerte, aunque no tenga la mayora en las elecciones, cosa que, por cierto, nunca ha tenido. Y cuando la tenga (por ejemplo, en Italia), los comunistas sern invencibles. Cmo es posible que un partido que acta ya como si tuviera a la opinin unnime en su favor, cuando cuenta slo con una minora de votos, cambie de actitud si alcanza la mayora relativa? Y, una vez en el poder el comunismo, sera ya tarde para salvar al socialismo, su causa estara irremisiblemente perdida: contra el capitalismo siempre se ha podido organizar una oposicin eficaz; contra la Burocracia, jams. Es ms fcil corregir las desigualdades econmicas, que liberarse de un despotismo poltico.

En apoyo de estos datos histricos podra invocarse, una vez ms, el testamento de los fundadores del socialismo, que ha sido violado hasta tal punto, que uno de los ms eminentes eruditos en la materia ha podido citar a Marx critique du marxisme. En un captulo cuyo ttulo basta para