La Tradición Maldita Hanglin

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La tradición maldita Por Rolando Hanglin | Para LA NACION 13/11/2012 El Día de la Tradición suele aprovecharse para trazar unas estampas complacientes de la vida en el antiguo campo argentino. El gaucho y la china, la doma de un potro, fortines y malones, guitarras y fogones, etc. Nos ha parecido más original, por una vez, aportar cosas que se han registrado entre 1700 y 1880 sobre la campaña argentina, sus costumbres y sus habitantes. "Era la primera fuerza militar que veía yo en el servicio de la frontera y confieso que aquello me aterró. La impresión del fortín, grosero montículo de tierra rodeada de un enorme foso, me dio frío. Al aproximarnos, vi salir de los ranchos, que más parecían cuevas de zorros que vivienda humana, a cuatro o cinco milicos desgreñados, vestidos de chiripá todos ellos, con alpargatas unos, con botas de potro los demás". Acotación: la bota de potro, más que bota, es una funda que se confecciona con la piel de la pata de un caballo al que se ha despellejado. Se corta el cuero todavía fresco, formando un cilindro hueco, con los dos extremos abiertos. El paisano mete la pierna desnuda en ese cilindro y luego el pellejo se seca, amoldándose a su contenido. Los dedos del pie quedan afuera. El paisano los necesita para estribar, cosa que a veces se hace con un palito o bolita anudada de cuero crudo, elementos que se calzan entre el dedo gordo y el segundo de cada pie. Figúrense ustedes en torno la pampa desierta, chata y amenazante, a la cual el centinela, apostado en una torrecilla de palo, interroga día y noche, y tendrán el cuadro, a la vez pintoresco y monótono También sobre los fortines, el ingeniero francés Alfred Ebelot, diseñador de la famosa Zanja de Alsina: "Imaginen ustedes un reducto de tierra, de una cuadra de superficie, flanqueado por chozas de juncos. Algo más grandes que tiendas y más pequeñas que los ranchos más exiguos, dejando en el medio un sitio cuadrado en cuyo centro está el pozo, e inundado de criaturas que chillan, de perros que retozan, de avestruces, de ratas de agua domesticadas que en el campo llaman nutrias, de mulitas, de peludos que trotan y cavan la tierra, de harapos secándose en cuerdas, de fogones de estiércol en los que canturrea la pava para el mate y se asa la carne al aire libre; figúrense ustedes en torno la pampa desierta, chata y amenazante, a la cual el centinela, apostado en una torrecilla de palo, interroga día y noche, y tendrán el cuadro, a la vez pintoresco y monótono". Comunica don Francisco de Maguna al virrey Pedro Cevallos, desde Rosario de la Colla, en el Uruguay, en el año 1761: "Participo a Vuestra Excelencia que, habiendo cogido dos gauderios, los he remitido a Montevideo como V.E. me tiene ordenado. Uno es llamado Pantaleón Garcete, que se atrapó más allá de Malabrigo, hacia Ojolmí, con un trabuco en su poder. Al parecer llevaba también pistolas, que arrojó a un bañado y no se pudieron hallar. Este individuo parece haber hecho bastante daño por estos parajes, y últimamente se me ha dicho que tiene algunas muertes, de las que podrá informarle el alcalde Palacios. El otro es un mulato llamado Nicolás Torres, que se cogió en Cufré". Desde tiempos muy remotos, se empleaba la palabra gauderio (luego gaucho) como sinónimo de vago, desocupado, salteador, jugador y pendenciero. Estos hombres, siendo pobrísimos, poseían un caballo (a veces dos o tres) que es más de lo que puede decir un individuo de la clase media actual. Fechada en Rosario de Santa Fé, el 8 de marzo de 1768, hay una carta de don Francisco Sánchez al virrey Francisco Bucarelli y Ursúa, que habla de un tal "Roque Hernández, uno de los grandes gauderios de este partido, pues además de estar amancebado con una prima suya, que se le sacó de la cama estando con ella, para traerlo preso..."

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La tradición malditaPor Rolando Hanglin | Para LA NACION13/11/2012

El Día de la Tradición suele aprovecharse para trazar unas estampas complacientes de la vida en el antiguo campo argentino. El gaucho y la china, la doma de un potro, fortines y malones, guitarras y fogones, etc.

Nos ha parecido más original, por una vez, aportar cosas que se han registrado entre 1700 y 1880 sobre la campaña argentina, sus costumbres y sus habitantes.

"Era la primera fuerza militar que veía yo en el servicio de la frontera y confieso que aquello me aterró. La impresión del fortín, grosero montículo de tierra rodeada de un enorme foso, me dio frío. Al aproximarnos, vi salir de los ranchos, que más parecían cuevas de zorros que vivienda humana, a cuatro o cinco milicos desgreñados, vestidos de chiripá todos ellos, con alpargatas unos, con botas de potro los demás".

Acotación: la bota de potro, más que bota, es una funda que se confecciona con la piel de la pata de un caballo al que se ha despellejado. Se corta el cuero todavía fresco, formando un cilindro hueco, con los dos extremos abiertos. El paisano mete la pierna desnuda en ese cilindro y luego el pellejo se seca, amoldándose a su contenido. Los dedos del pie quedan afuera. El paisano los necesita para estribar, cosa que a veces se hace con un palito o bolita anudada de cuero crudo, elementos que se calzan entre el dedo gordo y el segundo de cada pie.

Figúrense ustedes en torno la pampa desierta, chata y amenazante, a la cual el centinela, apostado en una torrecilla de palo, interroga día y noche, y tendrán el cuadro, a la vez pintoresco y monótono

También sobre los fortines, el ingeniero francés Alfred Ebelot, diseñador de la famosa Zanja de Alsina: "Imaginen ustedes un reducto de tierra, de una cuadra de superficie, flanqueado por chozas de juncos. Algo más grandes que tiendas y más pequeñas que los ranchos más exiguos, dejando en el medio un sitio cuadrado en cuyo centro está el pozo, e inundado de criaturas que chillan, de perros que retozan, de avestruces, de ratas de agua domesticadas que en el campo llaman nutrias, de mulitas, de peludos que trotan y cavan la tierra, de harapos secándose en cuerdas, de fogones de estiércol en los que canturrea la pava para el mate y se asa la carne al aire libre; figúrense ustedes en torno la pampa desierta, chata y amenazante, a la cual el centinela, apostado en una torrecilla de palo, interroga día y noche, y tendrán el cuadro, a la vez pintoresco y monótono".

Comunica don Francisco de Maguna al virrey Pedro Cevallos, desde Rosario de la Colla, en el Uruguay, en el año 1761: "Participo a Vuestra Excelencia que, habiendo cogido dos gauderios, los he remitido a Montevideo como V.E. me tiene ordenado. Uno es llamado Pantaleón Garcete, que se atrapó más allá de Malabrigo, hacia Ojolmí, con un trabuco en su poder. Al parecer llevaba también pistolas, que arrojó a un bañado y no se pudieron hallar. Este individuo parece haber hecho bastante daño por estos parajes, y últimamente se me ha dicho que tiene algunas muertes, de las que podrá informarle el alcalde Palacios. El otro es un mulato llamado Nicolás Torres, que se cogió en Cufré".

Desde tiempos muy remotos, se empleaba la palabra gauderio (luego gaucho) como sinónimo de vago, desocupado, salteador, jugador y pendenciero. Estos hombres, siendo pobrísimos, poseían un caballo (a veces dos o tres) que es más de lo que puede decir un individuo de la clase media actual.

Fechada en Rosario de Santa Fé, el 8 de marzo de 1768, hay una carta de don Francisco Sánchez al virrey Francisco Bucarelli y Ursúa, que habla de un tal "Roque Hernández, uno de los grandes gauderios de este partido, pues además de estar amancebado con una prima suya, que se le sacó de la cama estando con ella, para traerlo preso..."

Al cabo de la historia, estos "vagos y malentretenidos" se convirtieron en héroes de la gestación de la Argentina y Uruguay.Los hombres que integraban esta población desperdigada eran mestizos o pampas puros, negros y mulatos, y en algún caso

blancos del tipo español. Aunque aparecieron también los paisanos rubios y pecosos de origen irlandés, desertores de las Invasiones de 1806 y 1807.

Desde tiempos muy remotos, se empleaba la palabra gauderio (luego gaucho) como sinónimo de vago, desocupado, salteador, jugador y pendenciero

En su libro Cautivas, olvidos y memorias en la Argentina", Susana Rotker habla de las mujeres de aquel tiempo y lugar. Especialmente las cautivas, anónimas esclavas de los indios, sirvientas y concubinas blancas de los caciques, que ocupaban el lugar más marginal de la sociedad y criaban a sus hijos, unos indiecitos a los que deberían abandonar si algún día recuperaban la libertad y volvían con los cristianos.

Toda la historia del campo rioplatense fue muy cruel y abarcó una guerra de exterminio mutuo desde 1800 a 1880. Un parte del juez de paz de cierta localidad bonaerense da cuenta de que se han capturado cinco gauderios jóvenes y sin conchabo, los que son enviados al servicio de las armas en carácter de "pito" o "trompa", es decir para tocar el clarín de órdenes en los regimientos y fortines. El destino de todos estos criollos era morir en la guerra con los indios, tarde o temprano. Los cinco "vagos" del parte tenían entre 12 y 15 años. Niños de escuela.

Así se abonó el campo, y pronto se hizo rico.(Notas tomadas de Vagos, desertores y malentretenidos. Radiografía de un gaucho como Martín Fierro, de Facundo Gómez

Romero)