La Traición Es Una Espada de Dos Filos

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La traición es una espada de dos filos -¿Hay alguien ahí?-se alzaba su áspera voz cortando el silencio del recinto. Entonces, como murallas, otras voces se hacían eco de su pregunta, superponiendo frases inconclusas, ideas absurdas que no podía descifrar aún. Decenas de interrogantes caían en el espacio vacío de su mente en una eterna escena de dominó desperdigado sobre el piso viejo, sucio, del pequeño cuarto. "¿Qué amor te sedujo?" era la pregunta que insistentemente rebotaba contra los límites que le imponía su propio cuerpo. Cuando todo comenzó creyó estar jugando. Un par de miradas seductoras, una palabra dicha al pasar, media sonrisa insinuante, fueron suficientes herramientas para que ambos sucumbieran al flechazo de un Cupido empecinado en romper las reglas. El peligro no la amilanó. Luego la vida misma se deslizó ofreciendo atardeceres, noches de lluvia, estrellas cómplices, serenatas de grillos. Y se fueron enamorando, perdida, irremediablemente. O por lo menos eso creía ella. Yo, que la conocía como a la palma de mi mano, puedo afirmar que lo amó a primera vista y que en sus solitarias noches tejió minuciosamente tramas de un futuro compartido en el que los retoños crecieran vigorosos a su lado. ¡Qué inocente! Aquella fatídica noche se encontraron en la esquina del cine como tantas otras veces. Él la besó con fiereza y ella le correspondió con entrega absoluta. Él había reservado un cuarto para incendiarlo de pasión. Ella se quemaba por dentro. Entonces sucedió lo que había estado previsto desde siempre. Él, perfecto impostor al descubierto, la entregó como mercancía. Miró con perverso deleite cómo la reducían a los golpes. Sonrió satisfecho mientras ella buscaba en sus ojos alguna respuesta. Ella, despojada de cualquier artificio con el que hubiera ocultado su naturaleza vulnerable, luchaba por su vida contra la horda de bárbaros que la atacaban. La sacaron desnuda por la puerta de atrás, el mundo jamás supo su destino. Si cierro mis ojos puedo imaginarla aún, llorando, su áspera voz retumbando en el maldito recinto. Puedo verla desnuda, abrazando sus hermosas piernas, meciéndose como una cría indefensa. Puedo

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La traición es una espada de dos filos

-¿Hay alguien ahí?-se alzaba su áspera voz cortando el silencio del recinto.Entonces, como murallas, otras voces se hacían eco de su pregunta, superponiendo frases inconclusas, ideas absurdas que no podía descifrar aún.Decenas de interrogantes caían en el espacio vacío de su mente en una eterna escena de dominó desperdigado sobre el piso viejo, sucio, del pequeño cuarto. "¿Qué amor te sedujo?" era la pregunta que insistentemente rebotaba contra los límites que le imponía su propio cuerpo.Cuando todo comenzó creyó estar jugando. Un par de miradas seductoras, una palabra dicha al pasar, media sonrisa insinuante, fueron suficientes herramientas para que ambos sucumbieran al flechazo de un Cupido empecinado en romper las reglas. El peligro no la amilanó.Luego la vida misma se deslizó ofreciendo atardeceres, noches de lluvia, estrellas cómplices, serenatas de grillos. Y se fueron enamorando, perdida, irremediablemente. O por lo menos eso creía ella.Yo, que la conocía como a la palma de mi mano, puedo afirmar que lo amó a primera vista y que en sus solitarias noches tejió minuciosamente tramas de un futuro compartido en el que los retoños crecieran vigorosos a su lado. ¡Qué inocente!Aquella fatídica noche se encontraron en la esquina del cine como tantas otras veces. Él la besó con fiereza y ella le correspondió con entrega absoluta. Él había reservado un cuarto para incendiarlo de pasión. Ella se quemaba por dentro.Entonces sucedió lo que había estado previsto desde siempre. Él, perfecto impostor al descubierto, la entregó como mercancía. Miró con perverso deleite cómo la reducían a los golpes. Sonrió satisfecho mientras ella buscaba en sus ojos alguna respuesta.Ella, despojada de cualquier artificio con el que hubiera ocultado su naturaleza vulnerable, luchaba por su vida contra la horda de bárbaros que la atacaban.La sacaron desnuda por la puerta de atrás, el mundo jamás supo su destino.Si cierro mis ojos puedo imaginarla aún, llorando, su áspera voz retumbando en el maldito recinto. Puedo verla desnuda, abrazando sus hermosas piernas, meciéndose como una cría indefensa. Puedo oler el miedo. Puedo contemplar su magnífica piel, verde como las hojas del eucalipto, sus ojos de lince irritados por el llanto, sus manos sin uñas, su cabello cayendo como cascada de fuego sobre su espalda.Si cierro mis ojos puedo recordar su sonrisa, y es entonces cuando juro por nuestros ancestros y los ancestros del Universo entero, que vengaré su muerte. Algún día un ejército de nosotros arrasaremos con ellos, exterminaremos su raza primitiva, fundaremos nuestras ciudades y enarbolaremos la bandera del Imperio.