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FILOSOFÍA MODERNA (I) TEMA 4 ─ RACIONALISMO: RENÉ DESCARTES II ─ EL PROBLEMA DEL MÉTODO: LA IDEA DE SUSTANCIA Y EL PROBLEMA DE LA VERACIDAD DIVINA ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- FILOSOFÍA II - SELECTIVIDAD/ CURSO 2010 - 2011 11 El proyecto cartesiano: la unidad del saber y la unidad del método La dispersión anárquica de conocimientos que reinó en la primera mitad del Renacimiento tuvo su reacción ya a partir de la segunda mitad del siglo XVI, que es cuando comienza a percibirse intensamente la necesidad del orden, de la disciplina y de un método de análisis de estudio de la realidad. Esta necesidad la pusieron de relieve Francis Bacon (1561-1626), Galileo Galilei (1564-1642), pero en Descartes es ya una verdadera obsesión. Descartes siente muy vivamente el espectáculo deprimente de la pluralidad de opiniones y saberes que se contradicen unos a otros. Para Aristóteles y la escolástica que había dominado el mundo intelectual durante siglos existía una diversidad de ciencias y de métodos. En efecto, dado que los objetos que conocemos son de naturaleza muy diversa, también debían de serlo las ciencias y los métodos para estudiarlos: un método para hablar de los elementos del mundo, otro método para ocuparse de los seres vivos, uno distinto para reflexionar sobre lo divino… Las diversas ciencias ─según dichas filosofías─ eran, además, incomunicables Frente a esta concepción, Descartes defiende la unidad del saber y la unidad del método. Parte de la idea de que la ciencia ─la sabiduría humana─ es única aunque se aplique a objetos diferentes y se manifieste en un conjunto de ciencias. La causa fundamental de esta unicidad del saber es que la razón es también única para todos los hombres: La facultad de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso, que es lo que se llama propiamente buen sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres”, dice Descartes al comienzo del Discurso del método. Este principio de la unidad del saber humano, fundada en la unidad de la razón, fue la primera inspiración de Descartes. En las Reglas para la dirección del espíritu, Descartes afirma claramente y por primera vez: Todas las ciencias no son sino la sabiduría humana, que permanece siempre una y la misma por más que sean diferentes los objetos a los que se aplica, y no recibe de ellos mayor distinción que la que recibe la luz del Sol de los diversos objetos que ilumina”. Partiendo de la base de la unidad de la razón, Descartes insistió de modo innovador en la unidad del método. Si la razón es una, por más que después pueda aplicarse al estudio de objetos diversos, también debe haber una única forma de utilizarla, un método común para todos los ámbitos del saber. Por esto, el proyecto de Descartes es doble: la búsqueda de un saber único y de un método único, fundados en la unidad de la razón. Tiene que haber, pues, una ciencia general que explique todo lo que pueda convenir al orden y a la medida en general, no importando si tal medida ha de buscarse en los números, en las figuras, en los astros, en los sonidos o en cualquier otro objeto, no adscrito a una materia especial, y que es llamada, no con el nombre RENÉ DESCARTES: VIDA Y OBRA (Estudiad la página 160 del libro de texto, Historia de la filosofía, de J. M. Matos y X. Martí Orriols. Edit. Vicens Vives).

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FILOSOFÍA MODERNA (I)

TEMA 4 ─ RACIONALISMO: RENÉ DESCARTES

II ─ EL PROBLEMA DEL MÉTODO:

─ LA IDEA DE SUSTANCIA Y EL PROBLEMA DE LA VERACIDAD DIVINA

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El proyecto cartesiano: la unidad del saber y la unidad del método

La dispersión anárquica de conocimientos que reinó en la primera mitad del Renacimiento tuvo

su reacción ya a partir de la segunda mitad del siglo XVI, que es cuando comienza a percibirse intensamente

la necesidad del orden, de la disciplina y de un método de análisis de estudio de la realidad. Esta necesidad la

pusieron de relieve Francis Bacon (1561-1626), Galileo Galilei (1564-1642), pero en Descartes es ya una

verdadera obsesión.

Descartes siente muy vivamente el espectáculo deprimente de la pluralidad de opiniones y saberes que se

contradicen unos a otros. Para Aristóteles y la escolástica que había dominado el mundo intelectual durante

siglos existía una diversidad de ciencias y de métodos. En efecto, dado que los objetos que conocemos son

de naturaleza muy diversa, también debían de serlo las ciencias y los métodos para estudiarlos: un método

para hablar de los elementos del mundo, otro método para ocuparse de los seres vivos, uno distinto para

reflexionar sobre lo divino… Las diversas ciencias ─según dichas filosofías─ eran, además, incomunicables

Frente a esta concepción, Descartes defiende la unidad del saber y la unidad del método. Parte de la idea de

que la ciencia ─la sabiduría humana─ es única aunque se aplique a objetos diferentes y se manifieste en

un conjunto de ciencias. La causa fundamental de esta unicidad del saber es que la razón es también única

para todos los hombres:

“La facultad de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso, que es lo que se llama propiamente buen

sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres”, dice Descartes al comienzo del Discurso del

método.

Este principio de la unidad del saber humano, fundada en la unidad de la razón, fue la primera inspiración de

Descartes. En las Reglas para la dirección del espíritu, Descartes afirma claramente y por primera vez:

“Todas las ciencias no son sino la sabiduría humana, que permanece siempre una y la misma por más

que sean diferentes los objetos a los que se aplica, y no recibe de ellos mayor distinción que la que

recibe la luz del Sol de los diversos objetos que ilumina”.

Partiendo de la base de la unidad de la razón, Descartes insistió de modo innovador en la unidad del

método. Si la razón es una, por más que después pueda aplicarse al estudio de objetos diversos, también

debe haber una única forma de utilizarla, un método común para todos los ámbitos del saber. Por esto, el

proyecto de Descartes es doble: la búsqueda de un saber único y de un método único, fundados en la

unidad de la razón.

Tiene que haber, pues, una ciencia general que explique todo lo que pueda convenir al orden y a la medida

en general, no importando si tal medida ha de buscarse en los números, en las figuras, en los astros, en los

sonidos o en cualquier otro objeto, no adscrito a una materia especial, y que es llamada, no con el nombre

RENÉ DESCARTES: VIDA Y OBRA

(Estudiad la página 160 del libro de texto, Historia de la filosofía, de J. M. Matos y X. Martí Orriols. Edit.

Vicens Vives).

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importado, sino ya antiguo y recibido por el uso de mathesis universalis, que Descartes define como “la

ciencia general del orden y la medida”. Esta mathesis universalis es, más que un saber, un método universal,

único para todas las ciencias.

El proyecto cartesiano de unificar las ciencias y de utilizar en todas ellas el mismo método se refleja en una

conocida metáfora según la cual todos los saberes humanos forman una unidad: “Toda la filosofía es como

un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física y las ramas que salen del ese tronco son todas

las demás ciencias, las cuales se pueden reducir a tres principales: medicina, mecánica, moral.”

El problema del método

Descartes ha sido celebrado como filósofo del método. Ahora bien, la originalidad del método

cartesiano no consiste ni en la crítica de la tradición cultural de la escolástica de la decadencia, ya hecha por

el Renacimiento italiano, ni en la formulación de las reglas, que no contienen nada que no esté en el método

de Galileo (1564-1642). La originalidad consiste en que la exigencia metodológica de Descartes es distinta:

en F. Bacon y Galileo, el método está al servicio de la naturaleza: se trata de garantizar la veracidad de los

datos que se obtienen a través de la experiencia (interpretar con garantías la Naturaleza). En Descartes, el

método está al servicio de la razón, se orienta a dirigir los mecanismos mentales del conocimiento racional.

Se trata de exigir garantías al proceso mismo del conocimiento, para que pueda llegar a la verdad o certeza.

El modelo matemático en Descartes

La reacción cartesiana contra el escepticismo, sumada a su interés por la ciencia, va a significar

el rechazo del error y la búsqueda de la verdad. Reacio a aceptar los argumentos de los escépticos Michel de

Montaigne (1533-1592) y Pierre Charrón (1541-1603), que afirman la imposibilidad de que haya algún

conocimiento verdadero, Descartes se dispone a investigar con el fin de determinar algo con certeza: incluso

si ese algo es que no puede haber conocimiento verdadero alguno.

Ya en su juventud le había atormentado haber aceptado una serie de verdades como ciertas, sin haberlas

comprobado personalmente. Cuando abandona el Colegio de los Jesuitas de la Flèche, se despide con un

profundo desengaño en la mayor parte de las ciencias, se muestra descontento con lo aprendido, excepto con

las matemáticas. Sólo en las matemáticas ha encontrado verdades de las que es imposible dudar, esto es,

certezas. De ahí que ─según nos confiesa en el Discurso del método─, desarrolla una especial dedicación

hacia esas ciencias. Se pregunta ¿qué es lo que hace que los matemáticos sean capaces de demostrar la

validez de sus proposiciones, que consigan un conocimiento cierto, mientras que los metafísicos se pierden

en vanas disquisiciones y disputas escolares? ¿A qué se debe el privilegio de certeza que tienen hasta ahora

las matemáticas? ¿Cómo proceden las matemáticas? Descartes está convencido de que lo que hace

verdaderos los conocimientos matemáticos es el método empleado para conseguirlos. No es que haya en las

matemáticas una estructura que hace inevitablemente verdaderos sus conocimientos, sino que es el método

que utilizan los matemáticos lo que permite conseguir tan admirables resultados.

Pero lejos de sacar de todo esto el encumbrar las matemáticas al puesto de única ciencia verdadera, lo que

hace Descartes es reflexionar sobre la certeza de las matemáticas y obtener de esa certeza una lección

acerca de cómo tiene que ser la ciencia y el método en general. Pues el hecho de que las matemáticas utilicen

su método con éxito no constituye una prueba de su validez universal, porque podría tener utilidad práctica

para las matemáticas y, no obstante, ser inaplicable a todos los demás saberes.

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Así pues, Descartes intentará hacer de la filosofía (de la metafísica) una ciencia constituida como las

matemáticas, a base de certezas, con la diferencia de que las matemáticas se circunscriben a un campo

determinado del conocimiento, mientras que la filosofía busca los fundamentos últimos del saber (sus

primeros principios). El problema, entonces, consistirá en descubrir cómo podemos obtener certeza acerca de

los primeros principios del conocimiento (fundamentos últimos del saber), es decir, una certeza que no afecta

a un campo determinado del conocimiento sino que afecta al saber en su base (por lo que tratará de obtener

una certeza absoluta).

Mecanismos mentales del conocimiento racional

Las matemáticas son el único modelo de conocimiento cierto, porque en sus procedimientos

operan siempre con certezas. ¿Qué entiende Descartes por certeza?, ¿cómo proceden las matemáticas para

obtener la certeza? La certeza es aquello de lo que no se puede dudar. Va acompañada siempre de dos notas

características: la claridad y la distinción. Algo es claro cuando “se muestra de modo presente y manifiesto

a un espíritu atento”; es distinto cuando está perfectamente delimitado y no se puede confundir con nada. La

noción de triángulo, de ángulo, de línea, de punto, etc. son claras y distintas para la mente. Por el contrario,

las ciencias empíricas dependen de los sentidos, que sólo nos dan conocimientos confusos.

Tras un somero examen del modo de proceder (método) de las matemáticas podemos descubrir que está

constituido por dos mecanismos mentales: la intuición y la deducción. A partir de la intuición de una serie

de elementos simples (puntos, líneas, superficies, etc.), por deducción, desarrollamos demostrativamente

todo el resto del saber (todo el campo de las matemáticas). Los elementos simples de que partíamos serán

tomados como base porque se muestran como evidentes. Así, ante la noción de triángulo, el entendimiento

“ve” como evidente que es una superficie cerrada por tres líneas (no puede “verlo” de otra manera). En tanto

evidente es claro y distinto, es decir, cierto.

El mecanismo que nos pone ante algo inmediato (elementos simples), perfectamente determinable, claro y

distinto es la intuición. La intuición es la aprehensión inmediata de algo. Esta intuición puede ser sensible o

intelectual. Puesto que, para Descartes, lo sensible es siempre confuso, se quedará únicamente con una

intuición de tipo intelectual (que nos pondrá ante una idea simple). Así, en matemáticas, conocemos sus

objetos simples (naturalezas simples, según Descartes) intuitivamente, en una intuición intelectual. Ahora

bien, para llegar a esto simple, intuido, a veces es necesario un análisis previo que descomponga lo complejo

en lo simple (véase segunda regla del método cartesiano)

El mecanismo por el que la razón descubre las conexiones que se dan entre los elementos simples ya intuidos

es la deducción. Tal como se aplica en matemáticas, el término deducción significa obtener unas verdades a

partir de otras (demostración).

Para obtener la certeza, el método matemático se orienta a dirigir y a garantizar el recto uso de esos

mecanismos (intuición y deducción). Pues bien, como ─según Descartes─ estos mecanismos son los dos

únicos modos de proceder que tiene el entendimiento o razón para conocer, esos dos únicos mecanismos

deben ser también los mecanismos que tiene la razón para alcanzar la certeza en general, no sólo la certeza

en matemáticas. Es decir, no existe ningún otro modo de llegar a la certeza si no es dirigiendo estos dos y

únicos mecanismos mentales, pues no hay otros mecanismos que dirigir. En este sentido el método es único

y universal, pues única es la razón a la que hay que orientar y único es el modo de dirigir los mecanismos de

la razón (intuición y deducción) para obtener certeza en cualquier tipo de saber.

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Tomando como base y modelo el método matemático, Descartes se propone desubrir su método para obtener

la certeza, pero una certeza absoluta (no relativa a un saber determinado), que sea la base de todas las

certezas y de todos los saberes. En esta certeza absoluta se encontrará la justificación del método y de su

validez universal.

El método cartesiano

¿En qué obras se encuentra el método que nos propone Descartes? En las Reglas para la

dirección del espíritu y en el Discurso del método.

¿Qué es el método? El método ─diceDescartes─ es “un conjunto de reglas ciertas y fáciles mediante las

cuales quien las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero y, sin ningún esfuerzo

mental inútil, sino aumentando gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo lo que

es capaz de conocer” (Regla IV). En esta definición se indica que el método permitirá evitar el error,

aumentar nuestros conocimientos y descubrir nuevas verdades.

Como acabamos de ver, Descartes descubre su método mediante la consideración del método de las

matemáticas, al que toma como modelo. Se inspira en el método resolutivo-compositivo o método del

análisis y de la síntesis de Galileo Galilei (1564-1642) y en el método deductivo del geómetra Euclides

(nacido a finales del siglo IV a. C.).

Las reglas del método cartesiano:

Las reglas del método constituyen el núcleo del método. Sirven para dirigir la razón “en orden a

procurar la verdad”, es decir, le permiten pasar con seguridad de unas verdades a otras y verificar así los

pasos sucesivos que se dan en una deducción. Son la parte constructiva del método.

1ª La evidencia intelectual. Prescribe que “sólo lo que se percibe con evidencia es verdadero”. No hay que

admitir nada que sea dudoso. Una verdad evidente es aquella que se presenta a la mente con claridad y

distinción.

2ª Análisis (división o resolución). Prescribe “reducir un problema a los aspectos más simple. Consiste en

dividir cada una de las dificultades a examinar en tantas partes como sea posible, y en cuantas se

requiera para resolverlas mejor. Por ejemplo, la física debe descomponer los datos confusos de la

experiencia en partes simples tales como triángulos, puntos, líneas, etc.

3ª Síntesis deductiva. Trata del paso de lo simple, conocido por intuición, a lo complejo. Se refiere a la

formación deductiva de estructuras cada vez más complejas a partir de los elementos simples conocidos

por intuición.

4ª Enumeración. Prescribe hacer enumeraciones de los pasos que se van dando”. Con ello se trata de no

perder de vista ningún paso en la deducción y garantizar que no hay saltos o lagunas en la misma. Es la

comprobación y revisión de todo el proceso a fin de no omitir nada. (En la resolución de un problema

matemático, esta regla equivale al “repaso" del problema: comprobar que el análisis es correcto y que no

se ha olvidado ningún dato).

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Todo el método se reduce a la evidencia: hay que lograr una evidencia en la verdad primera (la idea clara y

distinta) de donde se deduzcan las demás. Hay que lograr una evidencia en el proceso y hay que lograr una

evidencia en el conjunto del proceso. El resultado de aplicar correctamente las reglas del método es la

certeza, es decir, una verdad de la que no cabe la menor duda.

APLICACIÓN DE LAS REGLAS DEL MÉTODO CARTESIANO

Vamos a aplicar las reglas del método cartesiano a la resolución del siguiente problema: ¿Es cierto que

2 + 2 = 3 + 1?

Primera regla: evidencia

2 + 2 = 4; 3 + 1 = 4

Son proposiciones evidentes porque se intuyen de forma clara y distinta

Segunda regla: análisis

¿2 + 2 = 3 + 1?

Hay que dividir el problema en sus partes más simples

2 +2 y 3 + 1

Tercera regla: síntesis

Si es evidente que 2 + 2 = 4 y 3 + 1 = 4, entonces 2 + 2 = 3 + 1

Construimos una cadena deductiva.

Cuarta regla: enumeración

a) 2 + 2 = 3 + 1 (hay que analizar)

b) 2 + 2= 4 evidente

3 + 1 = 4 (evidente)

c) Si 2 + 2 = 4 y 3 + 1 = 4, entonces 2 + 2 = 3 + 1

(por deducción)

Revisamos todos los pasos con el fin de evitar errores u omisiones.

Aplicación del método a la metafísica cartesiana: la duda

Una vez formulado el método, Descartes comienza a aplicarlo a la metafísica para desarrollar ese

árbol de la ciencia del que hablábamos antes.

Descartes busca una verdad que se pueda creer por sí misma, independientemente de toda tradición o

autoridad; una verdad de la cual pueda deducir todas las demás mediante intuiciones en una cadena

deductiva. Tal verdad ha de ser común a todo espíritu pensante, lo cual presupone la creencia en la existencia

de ideas innatas con las que opera mi entendimiento.

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Si queremos ser fieles al método, comenzaremos fijándonos en la primera regla: la evidencia intelectual.

Según ésta “sólo lo que se percibe con evidencia es verdadero”, es decir, no hay que admitir nada que sea

dudoso. Una verdad evidente es aquella que se presenta a la mente con claridad y distinción. Por eso

Descartes adopta la duda como método, como camino para alcanzar una verdad absolutamente evidente

(certeza). Si dudando de todo nuestro conocimiento, se alcanza un principio sobre el cual la duda no es

posible, ese principio indudable y cierto puede considerarse como la primera verdad (certeza absoluta) de la

metafísica que estamos buscando.

Si las reglas representaban la “parte constructiva” del método, ahora, la duda representa la “parte

destructiva”.

Características de la duda:

Metódica. Descartes utiliza la duda “tan solo para buscar la verdad”: la duda es sólo un procedimiento

metodológico para encontrar una verdad indubitable que sirva de fundamento a la metafísica y al

método. Descartes no es, pues, escéptico en ningún momento. Para el escéptico la duda es punto de

partida y de llegada, es estacionaria, se convierte en un estado permanente y es un hábito del

pensamiento. Descartes no participa de esta duda escéptica. La duda no es para él la postura mental

definitiva; ni siquiera casi la postura inicial: parte de la confianza en la posibilidad de alcanzar la verdad;

su duda es una duda constructiva que pretende alcanzar una verdad que fundamente el edificio

metafísico. El empleo de la duda para encontrar la certeza la convierte en duda metódica: se trata de

dudar de todo para ver si queda algo que resista a toda duda, es decir, un resto indubitable y cierto.

Teorética: porque cuestiona todos los conocimientos y tiene la pretensión de repensar la teoría filosófica

desde sus fundamentos. La duda no se debe extender al ámbito de la religión ni al de la conducta

(moral), es decir, no es una duda práctica, ya que, aun cuando no tengamos establecido la verdadera

ciencia moral, nos debemos comportar de acuerdo con algunos principios morales por muy dudosos que

nos puedan parecer.

Universal: hay que dudar de todo, someter a duda todas las certezas existentes hasta ahora así como los

principios filosóficos en los que se apoyaban. Descartes pone en duda todos los conocimientos, tanto los

del sentido común y los procedentes de la experiencia sensible, como los que tienen su origen en la

investigación científica, incluidos los matemáticos que se suponen infalibles. Como ya se ha dicho, los

únicos conocimientos a los que no se aplica la duda son los religiosos (creencias) y los morales, es decir,

los prácticos.

Voluntaria, porque la decisión de poner la duda en práctica depende de nuestra voluntad de dudar.

Exagerada: porque nos invita a dudar no sólo de lo que claramente es falso ─ésta es una recomendación

de sentido común y un requisito mínimo del ejercicio de la razón─, sino también de todo aquello que

pueda suscitar en nosotros la más mínima sombra de duda.

Los motivos de la duda. ¿De qué duda Descartes?

1º. Duda de los sentidos. Si algunas veces los sentidos nos engañan, pueden hacerlo siempre, por lo que no

debemos fiarnos de ellos.

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2º. Duda del mundo exterior. La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño nos permite dudar de la

existencia de las cosas y del mundo. En efecto, ¿cómo distinguir la realidad del mundo que percibimos

despiertos del mundo que soñamos, cuando muchas veces las cosas soñadas parecen tan reales que

incluso nos asustamos por ellas? Despierto percibo el mundo como real, pero también eso me ha pasado

durante el sueño y creía que era real. Podría suceder que nuestra vida de vigilia no fuera sino un inmenso

sueño. (Resuena aquí, sin duda, un tema de la época: ¿no es la vida un “sueño”?, dice Calderón de la

Barca).

“Cuántas veces me ha sucedido soñar de noche que estaba en este mismo sitio, vestido y sentado junto

al fuego, estando en realidad desnudo y metido en la cama... Veo tan claramente que no hay indicios

ciertos para distinguir el sueño de la vigilia” (Descartes: Meditaciones metafísicas, 1ª)

3º. Duda de los propios razonamientos. Tampoco el conocimiento racional es de fiar; de hecho la razón

nos engaña a veces y nos equivocamos al resolver un problema matemático.

Esta duda se asienta en la creencia de que tal vez hemos sido creados por un Dios que nos engaña

sistemáticamente (hipótesis del “Dios engañador”), que ha dispuesto nuestra naturaleza de tal modo

que creamos estar en la verdad, cuando realmente estamos en el error, incluso en el contexto de aquellos

conocimientos que consideramos como evidentes como es el conocimiento matemático. Este motivo es

hipotético y es incompatible con la bondad y perfección divina. Descartes rechaza la idea de que Dios,

que es sumamente bueno, pueda engañarnos de tal forma. Pero de hecho, el pensamiento yerra, nos

podemos equivocar mientras razonamos, dado que a veces usamos mal la razón. Por tanto también se

derivan dudas. Como este criterio del “Dios engañador” se muestra como imposible, lo sustituye por la

hipótesis de la existencia de un genio maligno.

4º. Duda de sí mismo. Descartes, por si quedase alguna verdad en pie, añade el cuarto y más radical motivo

de duda: tal vez exista algún genio maligno –escribe Descartes– “de extremado poder e inteligencia que

pone todo su empeño en inducirnos al error”, que dedica toda su actividad a engañar a los hombres,

haciéndonos tomar como verdadero lo que no lo es, destruyendo, así, cualquier posibilidad de certeza y

verdad. Esta hipótesis es improbable, pero como tal también nos conduce a la duda de todos nuestros

conocimientos, si aún quedase alguno no cuestionado. Aquí Descartes de modo exagerado propone una

hipótesis, fruto de la ficción, con la finalidad de acabar con toda clase de prejuicios. En este caso su duda

se hace profundamente metódica. (La hipótesis del genio maligno es una reproducción que sustituye al

Dios engañador).

“Pero, ¿quién soy yo ahora que supongo que hay cierto geniecillo en extremo poderoso, y por decirlo así, maligno y astuto, que dedica todas sus fuerzas e industria a engañarme...?”

La primera certeza: el cogito

La duda así aplicada ha puesto entre paréntesis incluso las certezas más habituales. Descartes

desconfía ahora de la existencia del mundo y de los cuerpos ─incluido del propio─, de las otras personas y

sus mentes, de las verdades de la experiencia ordinaria y del sentido común; duda, incluso, de las verdades

matemáticas. ¿Qué le queda, entonces? ¿Dónde está esa verdad indudable sobre la cual basar el edificio del

saber y el método para alcanzarlo? Parece que en tal estado de duda le es imposible a Descartes hallar ese

axioma filosófico del que puedan deducirse todas las demás verdades. No obstante llegado a este

escepticismo tan radical, surge en él la luz y procede a dar un espectacular giro. En efecto, puedo pensar que

no existe Dios, ni el mundo ni las cosas, pero lo único que no se puede poner en duda es el propio sujeto que

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duda. Hay, pues, una certeza que resiste todos los ataques de la duda y de la que es imposible dudar: al

mismo tiempo que dudo me doy cuenta de que existo: el sujeto, al dudar, se percibe a sí mismo existiendo.

Y puesto que ─en terminología de Descartes─ dudar es una forma de pensar (otras son: imaginar, sentir,

afirmar, querer, etc.), tenemos la certeza absoluta de que pensamos, y, por lo tanto, de que, aunque sea como

meros seres pensantes, existimos. De aquí deriva la formulación de la primera certeza: “cogito, ergo sum:

pienso, luego existo, que equivale a: cogitans sum: yo existo pensando. Esta proposición “pienso, luego

existo” constituye el primer principio de la filosofía, de todo el saber, es la primera verdad sobre la que se

fundamentan todas las demás, el punto de partida de todo el conocimiento.

Este primer principio de la filosofía no es el resultado de una deducción, como a primera vista podría hacer

creer su formulación “cogito, ergo sum”, sino todo lo contrario: un acto de aprehensión intelectual

inmediata, es decir, una verdadera intuición intelectual. En esta intuición intelectual me capto a mí mismo,

directamente y en medio de la misma duda, como una cosa que piensa (como una res cogitans) y, por lo

tanto, en tanto que pensamiento, tiene que tener algún tipo de existencia. El “pienso, luego existo” nos obliga

a intuir un “yo”, una sustancia que existe y cuya esencia es pensar. El pensamiento es la “res cogitans”, esto

es, una sustancia que es independiente de lo material o corpóreo (concepción dualista de la realidad y, en

concreto, del ser humano). La idea de sustancia es innata y de ella derivará toda la metafísica cartesiana por

un estricto proceso deductivo.

“Conocí por eso que yo soy una sustancia cuya esencia o naturaleza es pensar, y que para ser no tiene

necesidad de ningún lugar, ni depende de cosa material alguna, de suerte que yo, es decir, el alma,

por la que soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo... y que, aunque este no existiera, ella no

dejaría de ser todo lo que es”.

En estas palabras Descartes pone de manifiesto:

- El yo existe como una sustancia, porque no necesita de ninguna otra cosa material para existir: existe,

aunque no existan las cosas materiales, entre ellas, mi propio cuerpo. De las cosas y del cuerpo dudo y a

lo mejor no existen, pero mi pensamiento existe sin que yo pueda dudar de él.

- El yo existe como una sustancia que piensa, lo cual la hace distinta de otras sustancias, pues no puede ser

lo mismo aquello de lo que no dudo (mi pensamiento), que aquello de lo que dudo: las cosas materiales y

mi cuerpo. Pensamiento y cuerpos son cosas distintas.

Por otro lado, la existencia del sujeto pensante no es solamente la primera verdad sobre la que se va a

fundamentar todo el edificio del saber, sino también el prototipo (criterio) de toda verdad y de toda certeza.

En efecto, al conquistar esa primera certeza, Descartes ya puede establecer cuáles son las notas

características de lo indubitablemente verdadero. ¿Por qué mi existencia como sujeto pensante es

absolutamente cierta? Porque se presenta a mi mente con evidencia, es decir, con claridad y distinción. Con

claridad, porque hemos reproducido en nuestra mente todos los pasos de la duda metódica y hemos

conseguido que nuestra mente se perciba a sí misma en el propio ejercicio de la duda. Con distinción,

porque, además de presentarse con claridad, aparece separada y recortada de las demás ideas, de manera que

no podamos confundirla con ninguna otra. Claridad y distinción constituyen el criterio de certeza: todo

cuanto perciba con igual claridad y distinción será verdadero y, por tanto, podré afirmarlo con inquebrantable

certeza.

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La duda, pues, se volvió fecunda, porque de ella brota, primero la certeza absoluta que buscábamos (cogito,

ergo sum) como punto de partida para hallar nuevas verdades y, en relación con dicha certeza, el criterio de

certeza (claridad y distinción).

Pero a Descartes se le plantea un problema: ¿cómo hallar nuevas verdades, si hasta ahora no hemos salido

del ámbito del “yo pienso” (cogito)?, ¿cómo saltar del “yo pienso” al mundo exterior?, ¿cómo justificar

demostrativa o intuitivamente la existencia de algo aparte del yo? Si bien el cogito resiste todos los ataques

de la duda, incluido el del genio maligno, la realidad de las cosas fuera de la mente permanece todavía bajo

la duda. La hipótesis del genio maligno, que dedica todas sus fuerzas a engañarnos, es todavía un obstáculo

para saltar fuera del yo. Se hace por ello preciso remover este obstáculo. Descartes tiene que encontrar algo

que le ponga a salvo del hipotético genio maligno y le asegure de la verdad de lo que es captado con claridad

y distinción. Y ¿cómo encontrarlo? Analizando el propio pensamiento (puesto que el pensamiento es lo

único que tenemos seguro de momento) para ver si hay algo en él, que me permita salir hacia el mundo.

Hecho el análisis, advertimos que el pensamiento consiste en una actividad en la que manejamos ideas: la

idea de perro, la de silla, la de centauro, la de rapidez… y la idea de Dios.

La afirmación de que el objeto de conocimiento son las ideas, lleva a Descartes a plantear tres cuestiones que

recuerdan la problemática platónica. Así, se pregunta en primer lugar qué son las ideas; en segundo término

investiga qué clases de ideas hay; y, finalmente, acerca de cuál es su origen y qué relación guardan con las

cosas.

Descartes reserva el término idea para aquellos contenidos de la mente que se refieren a cosas, que son

“imágenes” o representación de las mismas. Las ideas para nuestro autor representan una mediación

inevitable entre el sujeto pensante y las cosas. Atendiendo a su origen, distingue:

Ideas adventicias, las que parecen provenir de fuera, de nuestra experiencia externa: árboles, hombres,

cosas, mariposas, etc.

Ideas facticias, las que provienen de nuestra imaginación y voluntad: pueden construirse a partir de estas

dos facultades, aun cuando no tengan existencia real, o de otras ideas; por ejemplo, centauro, sirena,

Quijote, carro alado, dragón...

Ninguna de estas dos clases de ideas nos puede servir como punto de partida para la demostración de la

existencia de una realidad fuera de nosotros. Hay que buscar, pues, otro tipo de ideas.

Ideas innatas, las ideas que son elaboradas por el entendimiento (por la razón), sin ayuda de los datos

provenientes de los sentidos. No proceden de los objetos exteriores ni fueron construidas por nosotros,

sino que emergen de la propia facultad de pensar: Son innatas: existencia, pensamiento, sustancia,

infinitud, causa…

De estos tres tipos de ideas, Descartes da importancia, sobre todo y casi exclusivamente, a las ideas innatas,

pues considera que el auténtico conocimiento no surge ni del testimonio fluctuante de los sentidos (ideas

adventicias), ni del juicio falaz de la imaginación (ideas facticias), sino sólo de la mente pura y atenta que,

mirando en sí misma, logra descubrir las ideas innatas. Lograda la primera certeza, Descartes va a intentar

deducir el resto del edificio del conocimiento y demostrar que existe el mundo material (los cuerpos) a partir

de la idea innata de infinitud, que él identifica con Dios. Y Dios ─como veremos más adelante─, es quien

nos permite salir del “yo pienso” hacia el mundo exterior y quien nos asegura de la verdad de lo captado con

claridad y distinción.

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TEMA 4 ─ RACIONALISMO: RENÉ DESCARTES

II ─ EL PROBLEMA DEL MÉTODO:

─ LA IDEA DE SUSTANCIA Y EL PROBLEMA DE LA VERACIDAD DIVINA

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FILOSOFÍA II - SELECTIVIDAD/ CURSO 2010 - 2011 20

La idea de sustancia pensante

En la primera intuición intelectual “pienso, luego existo”, que sirve de punto de partida para toda

la metafísica (filosofía), Descartes examina qué es el yo que se descubre en el “cogito” (pienso):

“Conocí por eso que yo soy una sustancia cuya esencia o naturaleza es pensar, y que para ser no tiene

necesidad de ningún lugar, ni depende de cosa material alguna”

Pero este descubrimiento no nos permite salir de nosotros mismos. Soy pensamiento (res cogitans) y tengo

pensamientos, no obstante, no puedo saber si estos pensamientos se corresponden con alguna cosa fuera de

mí mismo. No sé con certeza, por ejemplo, si, además de pensamiento, también tengo cuerpo. El mundo, el

propio cuerpo, están aún sometidos a la duda: no sabemos con certeza nada de ellos.

La idea de sustancia infinita y la veracidad divina

La duda aplicada a todos nuestros conocimientos conduce a Descartes a la primera certeza

“pienso, luego existo”, pero también al descubrimiento de que es más perfecto conocer que dudar:

“A continuación, reflexionando sobre el hecho de que dudaba y que, por consiguiente, mi ser no era

del todo perfecto, pues advertía claramente que era mayor perfección conocer que dudar, traté de

indagar dónde había aprendido a pensar en algo más perfecto de lo que yo era, y conocí con

evidencia que debía de ser alguna naturaleza que fuese, en efecto, más perfecta”

En la duda, Descartes descubre no sólo la primera certeza ─y con ésta el criterio de certeza para todas las

verdades─, sino también la idea innata de perfección o infinitud. (Infinitud y perfección son términos

idénticos, pues, allí donde no hay falta de nada ─en lo infinito─ no puede haber mal y por lo tanto se da la

absoluta perfección).

Pero tener en la mente la idea de perfección, que él identifica con Dios, no implica que Dios exista, sino

solamente que entendemos la idea de la absoluta perfección. ¿Será, pues, Dios algo puramente pensado o

existe realmente? Siguiendo el orden en que el pensamiento percibe las verdades, tras la investigación del

sujeto de conocimiento (del “yo pienso” o “res cogitans”), Descartes pasa a demostrar la existencia de Dios.

Presenta tres pruebas:

¿Será, pues, Dios algo puramente pensado o existe realmente? Descartes presenta tres pruebas de la

existencia de Dios:

a) La idea de perfección. Descartes parte de la idea de perfección o infinitud que el sujeto puede tener, a

pesar de no ser él ni perfecto ni infinito.

Descartes afirma que no podría advertir mi finitud e imperfección si no tuviese en mí la idea de un ser

infinito y perfecto, la idea de Dios. Esta idea de perfección e infinitud no puedo producirla yo, en cuanto

que lo imperfecto y finito no puede ser causa de lo perfecto e infinito. Y entonces, consecuente con el

principio de que el efecto no puede contener en sí nada que no tenga la causa, concluye que la idea de

Dios que poseemos (efecto) debe tener por causa a Dios mismo y, por consiguiente, Dios existe.

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A pesar de que había asegurado que sólo admitiría lo absolutamente evidente, Descartes acepta sin

ponerlo en duda, el principio escolástico según el cual la causa siempre tiene que tener más realidad que

el efecto. Por otro lado, la prueba es radicalmente falaz. Cierto que sería inconcebible que un cogito

finito formase la idea infinitamente perfecta de un ser infinito; pero es perfectamente explicable que un

cogito finito forme la idea finita e imperfecta ─como es la que tenemos─ de un ser infinito. Descartes

aquí ha tomado él rábano por las hojas. Error incomprensible en un pensador de la claridad de ideas a

que nos tenía acostumbrados. Tradicionalmente, además, se ha mantenido que la idea de infinito

proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito; Descartes invierte esta relación afirmando

que la noción de finitud, de limitación, presupone la idea de infinitud: ésta no deriva, pues, de aquélla; no

es facticia.

b) La contingencia del yo. En esta prueba, Descartes llega a Dios como causa de su ser imperfecto y finito:

Si yo reflexiono sobre el modo cómo adquiero conciencia y certeza de mi existencia, me percato de que

tengo conocimiento de mi ser porque dudo y pienso. Pero por el hecho de que dudo, yo existo como un

ser imperfecto y limitado, en cuanto que el conocer es una perfección mayor que el dudar. Por

consiguiente, yo no puedo ser la causa de mi ser (el yo es un ser contingente, pues no es por sí mismo,

sino por otro), porque, si lo hubiera sido me habría dado todas las perfecciones y sería perfecto. Así pues,

la causa de mi ser imperfecto es un ser que tiene en sí mismo todas las perfecciones y es, por este hecho,

causa de sí mismo y, por tanto, existe necesariamente (Dios no puede no existir, es un ser necesario).

Además de producirme, ese ser perfecto es el que me conserva, “pues del hecho de que seamos ahora

no se sigue que debamos también seguir siendo en el momento siguiente a menos que alguna causa, a

saber, la misma que nos produjo, nos reproduzca continuamente”.

En este argumento parece contradecirse otra tesis de Descartes según la cual sólo se necesita que Dios

haya creado el mundo, y no que lo conserve.

c) Argumento ontológico.

Es la prueba más conocida de Descartes. El esquema de la demostración es el siguiente: la existencia es

una perfección, Dios tiene todas las perfecciones, luego Dios tiene la existencia. Basta tener la idea del

Ser perfectísimo ─dice Descartes, renovando el argumento ontológico de san Anselmo de Canterbury

(siglo XI)─ para afirmar que existe, en cuanto la perfección de la existencia está incluida en el concepto

de Ser perfectísimo. Así pues, no podemos pensar a Dios como Ser perfectísimo sin pensarlo como

necesariamente existente.

Es evidente que esta prueba se diferencia de las dos precedentes porque considera la idea de Dios no en

relación con el hombre y su limitación, sino en sí misma, y en cuanto esencia de Dios.

La veracidad divina

La existencia de Dios tiene una función considerable en la metafísica cartesiana. Dios permite ir

más allá del pensar. Si la filosofía cartesiana no pudiera ir más allá del pensar desembocaría en el idealismo

y el solipsismo: el hombre es un ser vuelto sobre sí mismo que no conoce directamente sino su propio

pensamiento. Precisamos de una garantía ajena que nos permita salvar este solipsismo, salir del ámbito del

“yo pienso”. La respuesta de Descartes es que, dado que Dios es la perfección absoluta, además del

predicado de la existencia, le convienen los atributos de veracidad y de bondad. Y como Dios es bueno y

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verdadero no puede haberle dado al hombre facultades cognoscitivas que le engañen ni permitir que un genio

maligno lo conduzca al error; Dios no puede permitir que yo me engañe cuando concibo algo de modo claro

y distinto, ya que ello sería contrario a su infinitud perfecta y a sus infinitas perfecciones (omnisciencia,

omnipotencia, bondad, veracidad, etc.). Así, Dios se convierte en garantía del conocimiento (de la verdad) y,

como vamos a ver a continuación, en el puente entre el “yo pienso” (res cogitans) y el mundo de las cosas

(res extensa), en la superación de los confines del yo.

Sólo ahora queda definitivamente fundado el criterio de certeza: no es posible que me equivoque en las cosas

que me parecen evidentes porque el error provendría de Dios. La veracidad divina garantiza el criterio de

certeza: es cierto o evidente todo lo que concibamos con claridad y distinción.

Ahora bien, dicho esto, podemos preguntarnos cómo se concilia entonces el error que muchas veces

cometemos con la veracidad divina. Descartes responde a este problema examinando el mecanismo

psicológico del error y afirma que, de las tres clases de ideas (adventicias, las que derivan de los sentidos;

ficticias, las elaboradas por nosotros sobre las anteriores; e innatas, las elaboradas por el entendimiento sin

ayuda de los sentidos), Dios sólo garantiza la infalibilidad de las ideas innatas y que, por lo tanto, los

conocimientos verdaderos son los deducidos de los principios evidentes e innatos, que se presentan como

claros y distintos. En definitiva, nos equivocamos cuando, olvidándonos de las reglas del método, dejamos

de juzgar con ideas claras y distintas, dando entrada a cosas extrañas y a la intervención de la libertad, la cual

le impulsa a juzgar lo que no es racionalmente evidente. Por tanto, la causa del error no es ni Dios ni el

entendimiento, sino el abuso de la libertad.

La idea de sustancia extensa. La física: mecanicismo y determinismo

La duda le permitió a Descartes afirmar la existencia de una primera sustancia, el yo pensante.

Por su parte, el pensamiento descubre una segunda sustancia, Dios, ser con todas las perfecciones, entre ellas

la veracidad. ¿Y el mundo exterior, y mi propio cuerpo? ¿Puedo hablar de él con certeza? Vamos a verlo

Con Dios, como garante del criterio de evidencia, Descartes probará la existencia de las cosas externas al

pensamiento, es decir, las cosas materiales, el mundo. La argumentación cartesiana al respecto es muy

sencilla: La argumentación cartesiana es muy sencilla: “Encuentro en mí ciertas actividades y facultades,

como poder cambiar de posición, y el movimiento local en general, que clara y distintamente indican la

existencia de algo que es distinto del pensamiento”, es decir, aparte del pensamiento, existe también una

sustancia material o corpórea.

Ahora bien, ¿qué es lo que concibe el pensamiento como esencial a esa sustancia material o corpórea? Para

Descartes lo esencial a la sustancia corpórea es la extensión. Así, de la misma forma que no se puede

imaginar un sujeto que no piense, no se puede concebir un cuerpo sin extensión en longitud, anchura y

profundidad. La sustancia corpórea es, pues, una res extensa, caracterizada por dos notas: la posibilidad de

adoptar distintas formas o figuras y la posibilidad de que pueda moverse. Así pues, extensión con figura y

movimiento. De esta forma, reduce el mundo a una estructura matemático –geométrica.

Debe quedar muy claro que el camino seguido por Descartes para probar la existencia de las cosas materiales

es del yo pienso a Dios y de Dios a las cosas materiales y externas al yo pienso. Mi yo tiene plena conciencia

de la diferencia entre la idea del yo pensante y la idea de cuerpo extenso. Tiene la idea clara y distinta del yo

pensante y no extenso y, por otro lado, posee la idea clara y distinta del cuerpo extenso y no pensante. Del yo

pensante no puedo dudar; del cuerpo, sí. Pero, si yo tengo una idea clara y distinta de cuerpo extenso

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─incluido mi propio cuerpo─ y existe un Dios bondadoso y veraz, este Dios, que me creó racional, no puede

permitir que me engañe cuando hago uso adecuado de mi razón. Así, Dios me garantiza que la grandísima

inclinación o tendencia natural humana a creer en la existencia de las cosas extensas no es engañadora.

Así pues, el mundo corpóreo, del que los sentidos me dan testimonio existe. Pero yo no debo considerar lo

que la el mundo material es para mis sentidos (color, olor, sonido…), sino lo que es para mi entendimiento, y

para mi entendimiento sólo es extensión. De esta manera, al igual que Galileo, Descartes diferencia en el

mundo corpóreo las cualidades primarias y las secundarias. Color, olor, sonido… son cualidades secundarias,

intelectualmente inconcebibles, lo único que la razón concibe y establece como atributo fundamental de la

sustancia corpórea, es la extensión, forma y movimiento (cualidades primarias). (En las Meditaciones

metafísicas, Descartes pone el ejemplo de la cera: la cera es percibida de modo diferente dependiendo de que

esté fría o caliente, por lo que sólo conozco verdaderamente la cera cuando capto intelectualmente la

sustancia cera y lo único que puedo afirmar con propiedad es que tiene extensión, forma y movimiento).

Además, Dios sólo me garantiza la existencia de las cosas extensas, porque son éstas las que concibo de

modo claro y distinto (evidente).

La reducción de lo material a extensión es el fundamento del riguroso mecanicismo que domina toda la

física cartesiana. Todo el mundo es extenso (no hay vacío) y mecánico, y en la mecánica misma todo es

geométrico. El mundo es concebido por Descartes según el modelo de la máquina: todo ─incluidos los seres

vivos, que son máquinas muy complejas─, se reduce a materia y movimiento. Descartes no quiere más

elementos, para explicar los fenómenos y sus relaciones, que la materia y el movimiento, pues ambos son

reductibles a matemática. Todo está regido por leyes mecánicas, no hay, por tanto, libertad, ni azar. Por eso

se dice que la física de Descartes es también determinista.

Desde estos principios metafísicos, Descartes deduce las leyes fundamentales de su física:

1. Ley de inercia: “Cada cosa permanece siempre en el mismo estado en que se encuentra (salvo choque o

impulso de una cosa externa): lo que está en movimiento tiende a permanecer en movimiento; lo que

está parado, tiende a permanecer parado”.

2. Ley de dirección del movimiento. “Todo cuerpo en movimiento tiende a moverse en línea recta” Esta

ley acaba con la concepción antigua (sostenida incluso por el propio Galileo), de que el movimiento más

perfecto es el circular.

3. Ley del choque: “Cuando un cuerpo choca con uno más fuerte no pierde nada de su movimiento; pero

cuando choca con uno menos fuerte, pierde la misma cantidad que transmite al otro”. La idea central de

esta ley es la de que la cantidad de movimiento permanece constante en el cosmos (una ley aceptada por

la física a partir de entonces); no obstante, como podemos observar, Descartes la formula de un modo

erróneo.

El problema de la física cartesiana es que en su afán de ceñirse rigurosamente al método deductivo

desemboca en un exceso de geometrismo al concebir la materia y el movimiento. Gottfried W. Leibniz

(1646-1716), también filósofo racionalista, corregirá a Descartes en el sentido de que no es la cantidad de

movimiento la que permanece constante, sino la fuerza, la energía. Descartes no admite la noción de fuerza,

por ejemplo, porque no es geométricamente representable. Rechaza, por tanto, toda idea de dinamismo o

energía y reduce la física a simple mecánica racional, en su versión estricta de cinemática (parte de la

mecánica que estudia el movimiento, abstrayéndolo de las fuerzas que lo producen), excluyendo la dinámica

(parte de la mecánica que trata de las leyes del movimiento en relación con las fuerzas que lo producen).

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La idea de sustancia

A partir del innatismo de las ideas y el carácter matemático de su relación, Descartes elabora una

metafísica basada en el concepto de sustancia, la primera idea innata de la que se deriva todo el sistema por

un estricto proceso deductivo.

Descartes define la sustancia como “una cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra para

existir”. La sustancia es entendida, por tanto, como aquello que existe por sí y es el soporte de los accidentes

(colores, sabores, olores…); es el elemento permanente o estable de la realidad y, además, procede de la

misma naturaleza del entendimiento: es una idea innata (afirmación fundamental del racionalismo moderno),

y no puede proceder de la experiencia sensible.

Ahora bien, si tomamos la definición de sustancia en sentido estricto, la única sustancia existente sería la

divina, sustancia infinita e inmaterial. Pero Descartes argumenta que sustancia es un término análogo y que

no debe ser aplicado del mismo modo a Dios que a las otras sustancias, las criaturas. Por tanto, dice que

podemos llamar también sustancia a aquellas “cosas que sólo necesitan del concurso de Dios para existir”,

esto es, podemos llamar también sustancias a las dos sustancias finitas: al “yo” o res cogitans y a las cosas

materiales o res extensa. (Análogo es aquel término que se aplica a varias cosas en un sentido ni

completamente igual ni completamente diferente).

La sustancia divina constituye el fundamento del sistema. Dios desempeña tres funciones esenciales: Dios es

garantía última de conocimiento verdadero, es lo que da existencia al mundo y al propio sujeto y es el origen

del movimiento. En esta última función, Descartes plantea que Dios creó la extensión con una determinada

cantidad de reposo y de movimiento, pero una vez creado el universo, Dios no interfiere en la máquina que

construyó. Descartes compara su función con la de un relojero que construye y pone en funcionamiento el

universo, al que compara con la máquina más precisa que se conoce en la época: el reloj.

Las otras dos sustancias son explicadas por Descartes desde los conceptos de atributo y modo. El atributo

de la sustancia inmaterial es el pensamiento, y sus modos las distintas maneras de manifestarse a la actividad

mental: querer, dudar, imaginar…El atributo fundamental de la sustancia material es la extensión, y sus

modos son la figura y el movimiento. Las dos sustancias conforman la realidad. Este dualismo ontológico

implica un dualismo antropológico: el ser humano está compuesto por el pensamiento, es decir, el alma y

por la extensión, el cuerpo.

Descartes garantiza con esta concepción dualista la autonomía del alma respecto del cuerpo. La nueva

ciencia concibe el mundo según el modelo de la máquina, mecanicismo que lleva a su extremo Descartes,

que llega a definir a los animales como autómatas. Pero la distinción entre sustancia pensante y extensa le

permite afirmar que, si bien el mundo material funciona de forma matemática, mecanicista, y, por lo tanto,

determinista, estas consideraciones no afectan al pensamiento que es inmaterial e independiente de lo

corpóreo, así el hombre mantiene su libertad. Pero la independencia entra ambas sustancias establece, al

tiempo, el problema de las relaciones alma-cuerpo, que Descartes resuelve hablando de la glándula pineal,

que se encuentra en el medio del cerebro, lugar de encuentro entre ambas sustancias.