Lacarrieu, M. Antropología de la ciudad

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Revista Nueva Antropologia Universidad Nacional Autónoma de México [email protected] ISSN (Versión impresa): 0185-0636 MÉXICO 2007 Mónica Lacarrieu UNA ANTROPOLOGÍA DE LAS CIUDADES Y LA CIUDAD DE LOS ANTROPÓLOGOS Revista Nueva Antropología, mayo, año/vol. XX, número 067 Universidad Nacional Autónoma de México Distrito Federal, México pp. 13-39 Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal Universidad Autónoma del Estado de México httpliredalyc.uaemex.mx

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Estudio sobre cómo realizar etnografías urbanas

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  • Revista Nueva Antropologia Universidad Nacional Autnoma de Mxico [email protected]

    ISSN (Versin impresa): 0185-0636 MXICO

    2007 Mnica Lacarrieu

    UNA ANTROPOLOGA DE LAS CIUDADES Y LA CIUDAD DE LOS ANTROPLOGOS

    Revista Nueva Antropologa, mayo, ao/vol. XX, nmero 067 Universidad Nacional Autnoma de Mxico

    Distrito Federal, Mxico pp. 13-39

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina y el Caribe, Espaa y Portugal

    Universidad Autnoma del Estado de Mxico

    httpliredalyc.uaemex.mx

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    Esta obra forma parte del acervo de la Biblioteca Jurdica Virtual del Instituto de investigaciones Jurdicas de la UNAM

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    UNA ANTROPOLOGA DE LAS CIUDADES Y LA CIUDAD DE LOS ANTROPLOGOS

    Mnica Lacarrieu*

    INTRODUCCIN

    Hace unos das me diriga hacia mi casa en un taxi en la ciudad de Bue- nos Aires. El conductor me pregun-

    t si tenia trabajo, y al responderle afirma- tivamente, se mostr sorprendido. Sin embargo, llevado por su curiosidad, reinci- di en una nueva pregunta, inquiriendo a qu me dedico. Al responderle que era an- troploga, su asombro fue aun ms elocuen- te. As, luego de pensar unos segundos, el taxista intent demostrar su conocimiento acerca del tema dicindome: "Ah... a los

    * Investigadora independiente CONICET, profesora de la Universidad de Buenos Aires. Instituto de Ciencias Antropolgicas, UBA.

    animales?" Una vez ms, me enfrent al agobio de procurar encontrar alguna forma de definir y dar cuenta del quehacer de un antroplogo y casi desist, salvo por la ne-cesidad que sent de aclarar que "no a los animales", sino "a los humanos".

    Es probable que este dilogo pueda ser reproducido por muchos de los que nos he-mos dedicado a esta disciplina, an residien-do en diferentes lugares del mundo. Sin embargo, el sentido que adquiere para quie-nes trabajamos con problemticas vincula-das a las ciudades, es indudablemente diferente. Los antroplogos estamos mar-cados por el preconeepto que nos naturali-za como investigadores de lo arqueolgico y/o de lo tnico. Aun en trabajos de campo en barrios de Buenos Aires, me he visto

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    enfrentada a ese estereotipo, en un claro desajuste entre lo que efectivamente la gente ve en mi prctica y aquello que trae consi-go, previamente a mi existencia. As, en re-petidas ocasiones, en los aos en que trabajaba en "conventillos" del barrio de La Boca, en Buenos Aires, entrevistando fami-lias de sectores populares y representantes de asociaciones vecinales, cuando me autoidentificaba como antroploga, natural-mente me asociaban con "Ah, estudias pie-dras?" o "Tiene que ver con los indios, no?"

    El prejuicio consensuado acerca de nues-tra disciplina se ha visto fortalecido por las imgenes flmicas por slo tomar un ejemplo. No slo Indiana Jones es un per-sonaje ilustrativo de esta estereotipacin, sino incluso pelculas mucho ms intelec-tuales, como la espaola "Solos en la ma-drugada", en la que el protagonista inicia una relacin secundaria con una antroplo-ga, a la cual se muestra en todo su exotis-mo: no slo es mujer, sino mujer "liberada" y muy viajera, pues trabaja con indios en el Paraguay, una imagen muy distinta de la de otras mujeres que tambin participan del film. En este sentido, pareciera que el an-troplogo "debe" estudiar sujetos exticos, pero tambin "debe" parecrseles, cum-pliendo con ese physique du rol supuesta-mente caracterstico.

    Aunque las ciudades, se han convertido desde fines de los aos ochenta, y sobre todo desde los noventa en un problema social (Bourdieu y Wacquant 1995: 178-179), no obstante, trabajar o estudiar asun-tos urbanos no parece poder encuadrarse en el modelo ideal de lo que se considera un objeto antropolgico. Las ciudades del pre-sente se han vuelto, segn estos autores, un "problema socialmente producido dentro de

    y mediante un trabajo colectivo de cons-truccin de la realidad social"', disponible para su aceptacin, discusin, investigacin y publicacin por parte de las ms diversas disciplinas del campo acadmico, sin restar importancia a otro tipo de figuras pblicas e instituciones, quienes tambin han apro-bado su legitimidad.

    Efectivamente, la expansin de la trama urbana y sus problemas en un mundo cada vez ms globalizado, ya son una regin aca-dmica legitimada. No obstante, no parece existir una disciplina que porte la visin le-gtima y legitimada sobre la misma, sino diferentes mbitos del campo social que actan transdisciplinariamente. En este con-texto, sin embargo, a la antropologa se le sigue demandando por su pertinencia res-pecto del tratamiento sobre los problemas urbanos (cfr. De la Pradelle, 2000). Qu puede hacer diferente un antroplogo, en la ciudad, que no haga un socilogo? Parece ser la pregunta que desde mediados del si-glo xx, hasta la actualidad, se reitera con cierta insistencia. Es esta visin la que ha llevado a especialistas como Garca Canclini (1995) a renegar de la "vieja" polmica aso-ciada con la rivalidad sociologa versus an-tropologa. En otras palabras, los cambios urbanos estaran dirimiendo en forma auto-mtica la disputa acadmica, en tanto que la problemtica urbana sera en el cruce de distintas disciplinas. Sin embargo, como dice De la Pradelle (2000), nadie espera que quien trabaja en antropologa rural o quien lo hace en torno de cuestiones tnicos, deba expli-car qu es lo que hace y si es legtimo o no. En esta perspectiva, en tiempos en que las ciudades se han vuelto lugares estratgicos

    Subrayado del autor.

  • Una antropologa de las ciudades y la ciudad de los antroplogos 1 5

    en mltiples sentidos, ms que nunca se hace imprescindible debatir los porqus de este objeto aparentemente no etnologizable.

    Este texto pretende trascender la visin del inventario cronolgico respecto del de-sarrollo de la antropologa urbana. Aunque dicha cronologa estar presente, me intere-sa focal izar en los principios vectores de este campo y en los problemas para el desarrollo de dichos principios. En ese sentido, el art-culo ser construido en un contrapunto ne-cesario entre la antropologa como disciplina y la antropologa urbana como campo espe-cfico en el interior de la misma.

    Aunque dichos principios y problema.s sern trabajados en forma simultnea para fines de la presentacin, ofrezco aqu al lec-tor Uflesquerna sinttico de los mismos (ver tabla 1). En primera instancia listo los dile-mas que, a rasgos generales, subyacen a la problemtica de la antropologa y especifi-camente a su traslado a las ciudades. As mismo, listo las presuntas salidas a dichos dilemas, en algunos casos tambin hoy cues-tionadas, y, en otros, como producto del contexto contemporneo, consensuadas si bien discutibles.

    En segunda instancia, el asunto que ms me preocupa dirimir es el de la problemti-ca del recorte del objeto, en su vinculacin con los presupuestos terico-metodolgicos que han marcado a fuego a la antropologa en general sobre los cuales en la actuali-dad se ha reflexionado crticamente. Esta

    cuestin no slo permitir desentraar si estamos ante un tema de escala del objeto, sino, y como considero, del objeto en s mismo_ La pregunta fundamental es: cmo pensar lo urbano en trminos de "objeto etnologizable" sin contribuir al fortaleci-miento de preconceptos fuertemente esta-blecidos? (ver tabla 2).

    En cualquiera de estos posibles recortes de objetos antropologizables, que pueden ser estudiados en ia ciudad, subyace inevi-tablemente el problema del mtodo, as como del traslado de categoras centrales inherentes a ste. El enfoque metodolgico de la antropologa est imbuido de ciertos presupuestos bsicos que, sin duda, son traspasables allende las fronteras de lo leja-no, y cuya praxis est asentada en el trabajo de campo: I) si apelamos al determinismo territorial, resulta adecuado el campo como "prctica espacial" (Clifford, 1999), tal corno fuera constituido en los orgenes de la antropologa; 2) la posibilidad de desa-rrollar ciertas tcnicas de campo, mediante las relaciones cara-cara, es altamente pro-bable en los miniterritorios/microculturas mencionadas. Sin embargo, estos presu-puestos encuentran sentido debido al tras-lado de esas categoras analticas que han sido operativas para los fines de la antropo-loga clsica: centralmente, la categora de cultura, que es el lugar terico de la praxis. o sea del trabajo de campo; pero tambin otras, como las de "tribu" y "ritual".

    Tabla I. Dilemas y soluciones en la antropologa de las ciudades DILEMAS

    Antropologa de lo lejano Antropologa "en" las ciudades "Cultura urbana" La dimensin economicista

    SOL UCEONES Antropologa de lo proximo Antropologa "de" las ciudades Multicuturalidad urbana La dimensin de la simblica urbana

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    Tabla 2, Tipos de determinismo epistemolgco en el estudio de las ciudades

    DETERMINISMO TERRITORIAL DETERMINISMO CULTURAL Lo espacial/territorial como demarcador

    y condicin neutra de la existencia de un objeto delimitado factible de antropolo-gizacin: la conformacin de la "aldea".

    Una visin ecologista segn la cual las reas de la ciudad "crecen" naturalmen-te, compiten entre ellas y condicionan el asentamiento de determinado tipo de po-t/acin en un lugar y no en otm.

    n La bsqueda de mini-territorios: barrios, villas de emergencia, asentamientos cla-ramente diferenciados de otros por un espacio caracterstico y diverso.

    Lo cultural constituido en trminos de territorialidad, centralidad e integracin: la conformacin del "fragmento" con "carcter" cultural.

    La bsqueda de la "cultura pequea": "comunidades" caracterizadas por rela-ciones sociales homogneas y estables ("espacios de interconocimiento" y "co-municacin autntica" (De La Pradelle, 2000), por ejemplo, barrios o mini-cul-turas con caractersticas de afinidad, como jvenes).

    La "cultura urbana" como suma de microculturas definidas por una "identi-dad" esencial y totalizadora.

    En la dcada de 1990 emergieron reas transdiseiplinares como los estudios cul-turales que, en relacin con la problem-tica urbana, han coincidido con el lugar crucial tornado por las ciudades. Sin ern-bargo, la antropologa. dedicada a estos te-mas no se ha extinguido. Estos cambios propios de las "tribus acadmicas" no han opacado esa demanda que se hace a los an-troplogos dedicados a la antropologa de las ciudades, concentrada en la pregunta: cmo superar la idea/visin del "enclave"? La respuesta ha venido de la mano de una nueva categora: lo local, aunada a la reformulacin de principios inetodolgicos ligados al trabajo de campo (cfr. dem). No obstante, aun con estos cambios, la prcti-ca antropolgica encuentra dificultades para operativizar estos nuevos conceptos y, en lnea con esto, se vuelve al problema del recorte del objeto.

    Con el fin de analizar los problemas men-cionados, apelaremos a las diversas tenden-cias actuales que, vinculadas a la cuestin urbana, continuarn siendo relevantes para la antropologa en un futuro cercano.

    "ESTN EN NUESTRAS CASAS": ANTROPLOGOS Y "OTROS" EN LAS CIUDADES

    En un mundo como el actual, sumido en masacres, intentos de "nuevas colonizacio-nes", atentados, epidemias, desplazamien-tos violentos de migrantes, revueltas de jvenes residentes de las periferias urbanas de las grandes capitales y fortalecidas (multi)culturalidades en disputa por el es-pacio pblico, es evidente que la antropo-loga debera encontrarse en el centro de las miradas. Ms an, los recientes aconteci-

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    mientos, algunos ms alejados en el tiem-po, como la cada de las Torres Gemelas en Manhattan el 11 de septiembre de 2001, y otros aun cotidianos, como la denominada "Guerra a/en Irak", demuestran el papel crucial y de especial relevancia que debiera adquirir la antropologa dedicada a las ciu-dades,

    Como seala Althabe (1999), hasta hace muy poco tiempo, en pases europeos como la Francia que l analiz, la "antropologa de lo lejano" ha sido el campo legitimado de nuestra disciplina. En la medida en que, como deca Lvi-Strauss (citado en ibdem: 13), "slo en el marco de una distancia mxima...es posible producir un conoci-miento desde adentro..-Cuando el antrop-logo aborda un universo social del que es actor, es incapaz de liberarse de la compli-cidad que lo liga a sus interlocutores". Afir-maciones como sta han desprestigiado el papel que la antropologa puede jugar en el seno de la "proximidad" que, en lneas ge-nerales, se encuentra en las ciudades. Pero ese sello distintivo de "lo lejano" ha estado vinculado a un contexto de colonizacin, en el que las ciencias sociales, en particular la antropologa, no slo se repartieron los objetos de estudio, sino al que contribuye-ron activamente.

    Al da de hoy, hay un consenso generali-zado acerca de cul es el nudo problemti-co de la antropologa: en trminos de Kilani (citado por Signorelli, 1999: 28), en el "cen-tro de su proyecto... est el problema del estatus del otro, de su diferencia y de su semejanza", o sea, la diversidad cultural. Sin embargo, entre fines de siglo xtx y hasta me-diados del xx, la produccin del otro era el producto de esa antropologa de "lo leja-no", negando diversos otros que comenza-ban a activarse como resultado de la

    industrializacin y el urbanismo. Varios as-pectos han confluido hacia una antropolo-ga de "lo lejano": el contexto histrico especifico, la ubicacin del "otro" entre los nativos alejados, en lugares factibles de ser delimitados como "aldeas", como el "cam-po" en el que reconstruir la "cultura" y, en consecuencia, llevar a cabo un trabajo etnogrfico vinculado al "estar all" (Geertz, 1989). Estas condiciones han contribuido en la recreacin de una antropologa fun-cional al sistema colonial, y ms reciente-mente en una "antropologa del rescate", necesariamente vinculada a culturas diferen-tes en riesgo de desaparicin en este sen-tido, lo urbano y los urbanos, al menos hasta ahora, no comportaran ese riesgo.

    No obstante, dicha antropologa de "lo lejano" se ha constituido desde una antro-pologa de "lo prximo". Como bien sea-la Ral Nieto (1993: 138), "...la mirada antropolgica es, entre otras cosas, una mi-rada que se fragua al calor de sociedades europeas industriales; no slo eso, la antro-pologa como disciplina es genuinamente un producto de las sociedades urbanas...", en la medida en que las instituciones, desde las cuales los primeros antroplogos traba-jaban, se ubicaban en las grandes metrpo-lis. El autor mencionado refiere a cierto "urbano-centrismo" que caracteriz a la antropologa de esa poca, pero que no sir-vi a los fines de construir la diferencia cul-tural de sus ciudades o de otras ciudades. Ese origen urbano, mirando lo no-urbano, cargado de una visin urbana occidental, fue la que activ la produccin del "otro" allen-de las fronteras de lo urbano.

    Hoy "lo lejano y lo prximo" parecen estar ms cerca, perdiendo esa cualidad de exotismo que se le atribuy a lo lejano. Aunque el cosmopolitanismo es el rasgo que

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    caracteriza a lo urbano desde que las ciuda-des existen ms all de que las ciudades modernas en tanto reflejos de la nacin, durante buena parte del siglo xx, contribu-yeron a dar un tratamiento de la diversidad en pos de su integracin, la antropologa fuertemente marcada por el problema de la diferencia y la "otredad", coloca a sta en lugares no-urbanos. Pero eso fue en el pa-sado; en la actualidad, las diferencias cul-turales son parte inherente de las ciudades y, en este sentido, la antropologa y los an-troplogos conviven dia a da con ellas. En ocasin de los ataques a las Torres Geme-las el 11 de septiembre de 2001, limberto Eco seal: "El problema que la antropolo-ga cultural no resolvi es qu hacer cuan-do el integrante de una cultura, cu.yos principios aprendimos quizs a respetar, viene a vivir a nuestra casa" (Eco, 2001: 5). En la misma perspectiva, ha sido Rgis Debray (2003) quien ha recalcado: "...Nuestros suburbios, despus de todo, le rezan a Al". Aunque la diversidad cultural urbana no slo se limita a quienes "le rezan a Al", los sucesos que nos tienen en vilo ponen al descubierto que el "otro" "est all" y "est aqu", y tambin "en trnsito" entre ambos lugares; es decir, circulando como dira Clifford (1999: 45) o conformando "historias de interseccin" que mayormen-te tienen lugar en las ciudades. Y esta nue-va situacin no es slo un producto de la globalizacin.

    Los "otros" estn "en nuestra casa", y en ese sentido llegan y se asientan en nuestras ciudades, nuestras periferias, los espacios pblicos, los diferentes barrios y casas. En pases como Francia, esta "nueva familiari-dad" ha conllevado a la necesidad de supe-rar la disociacin entre la antropologa de lo lejano y la antropologa de lo prximo

    (Althabe, 1999). No obstante, el movimien-to que lleva, al menos desde los aos ochen-ta en ese pas, de la una hacia la otra, est produciendo una antropologa que, aunque asentada en las ciudades, lo hace fabrican-do "enclaves" alejados dentro de las mis-mas; es decir, en las periferias la prctica antropolgica est activando "otros", defi-nidos fundamentalmente con relacin a sus componentes etnoculturaies (a los que sue-le sumarse la condicin de pobreza). Es esa "nueva diversidad" que permite recrear una "nueva distancia" necesaria a los fines de resolver los problemas marcados por E,co, una vez que los otros lejanos estn "en nues-tra casa", legitimando esa tendencia de lo lejano hacia lo prximo, no obstante sin resolver, y contribuyendo a fortalecer, por el contrario, los problemas que en los lti-mos meses han mediatizado a multitudes ju-veniles habitantes de las banlieues francesas.

    El problema de "lo lejano y lo prximo" en Amrica Latina es, sin duda, de otro or-den. Lo "lejano" ha estado construido no tanto desde la distancia mxima/mnima vinculada a la visin sobre el "otro", sino atravesado por la condicin socioeconmica y cultural de los grupos sociales estudiados. La inmigracin del. campo a la ciudad fue el factor de mayor incidencia hacia la dcada de 1930 y, en adelante, en el desarrollo de las ciencias sociales en el mbito urbano. En ese sentido, el problema de la pobreza y el origen de asentamientos populares dio lugar a diversas teoras sobre la marginali-dad urbana (desde enfoques vinculados al desarrollismo, hasta los que respondieron al marxismo)2. En este contexto, la antropo-loga an se encontraba pendiente de los

    Para profundizar en este tema ver Martha Schteingart (2001).

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    estudios de "comunidades" fuertemente vin-culadas al espacio de lo rural, en ocasiones en estrecha conversacin con los socilo-gos urbanos contemporneos como ha sido el caso de Redfield, que se aboc al anlisis sobre la "sociedad folk" en dilogo constante con Wirth (1962) quien trabaj sobre el "urbanismo como modo de vida". Pero incluso sin "antropologa urbana", lo "lejano", para estos antroplogos, no est en otros continentes sino en espacios cons-truidos en ti-anca dicotoma con lo urbano, pero que se ubican en las vecindades de las ciudades.

    An influenciados por enfoques concep-tuales prevalecientes en los pases europeos (como el funcionalismo) o en Estados Uni-dos (como el culturalismo), el "otro" es pro-ducido y activado en sus propios pases (aun cuando se trate de indios a campesinos), y definido por ese especial inters que ha ca-racterizado a nuestra disciplina, centrado en "las minoras desposedas y dominadas de todos los tipos..." (Durham, 1997: 18). Es indudable que se impone una cercana en-tre antroplogo y sujetos, que trastoca la relacin inetodolgica y conceptual propia de la poca. Cuando los antroplogos deci-den emprender el camino hacia las ciuda-des -hacia mediados del siglo xx -, lo "lejano" se reproduce -adentro" de las ciu-dades, en las periferias y acotando al "otro-en trminos de su posicin socioeconmica los pobres, los marginales, los villeros, los favelados. O bien, en relacin con gru-pos reducidos definidos por una cantidad determinada de rasgos culturales comparti-dos --el Ja.ST:i

    iits ilTatiVa es-el de Oscar Lewis (1972) y su modelo sobre la "culturn o subcultura de la pobreza".

    Por otro lado, en contextos locales como el argentino, una vez institucionalizada la

    carrera de antropologa (hacia los aos cin-cuenta), las problemticas estudiadas estu-vieron fuertemente condicionadas por las coyunturas polticas: en los setenta en un recorte temporal arbitrario, el retorno de Juan Domingo Pern al pas, incidi en el fortalecimiento de una antropologa urba-na-militante dedicada a los sectores popu-lares, fundamentalmente los "villeros-. A partir del golpe de Estado de 1976, la an-tropologa urbana "desapareci- y proba-blemente es una "desaparecida" ms en un pas en el que desaparecieron 30,000 per-sonas (hombres y mujeres), retornando ese sector de la disciplina que trabaja poblacio-nes indgenas con enfoques funcionalistas

    hertneneticos. Slo una vez reinstaurada la democracia, en 1983, la antropologa ur-bana reaparece con contundencia, pero nue-vamente retomando investigaciones entre las poblaciones ms desfavoreci das, central-mente en las villas de emergencia.

    LA "ANTROPOLOGA URBANA" ES UNA "ANTROPOLOGA DE LAS CIUDADES"?

    La institucionalizacin de la "antropologa urbana" es la consecuencia --como ha se-alado Hannerz (1986)-- de hechos exter-nos a la disciplina, como los desplazamientos de poblaciones del campo a las ciudades y los efectos de la Segunda Guerra Mundial que demandaron de la antropologa una mayor aplicacin, as como nuevos estudios dirigidos a sociedades tradicionales campe-sinas, desde las cuales se aceit el camino hacia las llamadas, en primer trmino, "so-ciedades complejas". Hannerz apoy esta visin acerca del surgimiento de esta espe-cializacin, en que "a menudo dedicaron poco tiempo a ponderar qu es urbano en la

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    antropologa urbana y qu es antropolgico en ella" (ibid: 13). Sin embargo, la falta de reflexin terica que, por otro lado, ha re-dundado en la carencia de teora, a decir de muchos especialistas (cfr. Safa, 1993), con-trasta con una nueva organizacin del cam-po antropolgico que, desde la segunda guerra, establece un "proceso de diferencia-cin histrica" de la disciplina (Llobera, 1980: 9).

    Aunque la llegada de los antroplogos a las ciudades ha sido anterior a la institucio-nalizacin oficial de la especialidad', es posible corroborar que desde la Segunda Guerra se instituyen una serie de especiali-zaciones, entre las cuales surge la antropo-loga urbana. Aun con la magnitud de las transformaciones que, desde fa dcada de 1980, han encamado en las ciudades con-temporneas, en muchas de nuestras insti-tuciones todava permanece esta divisin que, sin duda, conlleva presupuestos y has-ta sesgos de suma importancia en la defini-cin especializada. En el caso local, especficamente en la Universidad de Bue-nos Aires, en el instituto de Ciencias An-tropolgicas y dentro de la seccin de antropologa social, los investigadores e in-vestigaciones son acotados a una serie de especialidades que responden a la clasifi-cacin de mediados de siglo xx: antropolo-ga y educacin, antropologa y salud, antropologa rural y antropologa urbana son slo algunos de los espacios que configu-ran a la disciplina. Dicha catalogacin, en

    Los antroplogos ya estaban en las ciudades en los anos cuarenta y mayoritariamente a partir de los cin-cuenta; sin embargo, entre las primeras publicaciones de antropologa urbana, se ubican el libro que compil Elizabeth Eddy (1968) y la revista denominada Urban Anthropology (1972) de Nueva York.

    lo que refiere a la antropologa urbana, com-porta al menos dos aspectos que condicio-nan su definicin. Por un lado, el carcter territorial que parece determinar su clasifi-cacin y anclar la misma a procesos sociourbanos propios del pasado: 1) la fronterizacin de lo urbano por oposicin a lo rural ntese que tambin suele haber otra "celda" denominada antropologa ru-ral, en la que juega el espacio como con-dicin sine qua non, neutra, del cual se desprenden comportamientos y valores pe-culiares a cada uno 4. Resulta llamativo que esta separacin subsista en pocas como la actual, en que debido a nuevas formas de urbanizacin han surgido especulaciones tericas que necesariamente deben repen-sar conjuntamente lo urbano-rural. Es expl-cito el desajuste entre la institucionalizacin de las especializaciones y la problematiza-cin terica y emprica, a la cual dichas es-pecializaciones estn abocadas. En los institutos, departamentos, entre las "tribus acadmicas" y en sus derivados, como las revistas especializadas en antropologa so-cial, suele reproducirse esa separacin, elu-diendo los cruces que en la prctica son cada vez ms evidentes-`; 2) una consecuencia del

    A principios de siglo XX, el reparto de objetos de estudio entre las ciencias sociales, pero tambin la posi-bilidad de encontrar an lmites y paisajes contrastantes entre el campo y la ciudad, llev a formulaciones teri-cas que, desde diferentes perspectivas, tendieron a estu-diar y analizar eneapsuladamente cada mbito y las relaciones sociales, velando en cierta forma las influen-cias recprocas que necesariamente haba entre lo rural y lo urbano (las tendencias analticas de la Escuela Socio-lgica de Chicago dan cuenta de ello; sin embargo, tam-bin los trabajos posteriores de orientacin marxista sobre la cuestin urbana, como ha sido el caso de Manuel Castells).

    s Aun cuando los textos que se publican en revistas de las universidades son expresin acabada de tos cruces

  • Una antropologa de las ciudades y la ciudad de los antroplogos 2 I

    aspecto anterior es la delimitacin cerrada de la urbe como objeto de estudio de la de-nominada antropologa urbana. Es la terri-torialidad cualificada como urbana, tanto en trminos geogrficos como socioculturales, la realidad emprica y terica aparentemen-te asible en su totalidad, la que contribuye en su catalogacin. Es as que este condi-cionamiento fue crucial no sc:ilo en perspec-tivas ecologistas (corno la de Robert Park de la Escuela Sociolgica de Chicago), en las culturalistas (como la atribuida a Louis Wirth de la misma corriente), sino tambin en las marxistas como la desplegada por Castells en los aos setenta, quien a pesar de distanciarse de la idea del espacio como "pgina en blanco", incluso de la visin culturalistab, acaba definiendo lo urbano desde la perspectiva economicista que vuel-ve a delimitar taxativamente el espacio te-rritorial de la ciudad'.

    y problematizaciones atravesadas, las mismas siguen or-ganizndose con frecuencia con base en dossiers que con-vocan desde la especialidad delimitada. Algo similar puede observarse en la eleccin de los jurados de tesis que presentan problemas urbanos eminentemente vincu-lados al rea de lo mal (por ejemplo el problema de las "urbanizaciones privadas" asentadas en las periferias ale-jadas). Recientemente, me ha tocado dirigir una de estas tesis, y a la hora de la defensa escogimos un antroplogo del "cubculo" vecino (de antropologa rural), sin embar-go, debiendo justificamos incluso a nosotras mismas, yo como directora, y la tesista en tanto tal las razones que hacan valedera la presencia de alguien vinculado a temas "campesinos".

    Vale la pena recordar que es a Castelts (ver 1995, 1999) a quien se debe una cri,ica contundente a la no-cin de "cultura urbana", desde la cual reprueba la Coy-mulacin terica sobre el "urbanismo como modo de vida" de Louis Wirth.

    ' Cabe acotar que los autores y escuelas tericas que mencionamos, an cuando provienen de disciplinas afi-nes como la sociologia, han sido y son antecedentes di-rectos de la antropologa de los investigadores de esta espec i al idacl

    Por otro lado, es en este tipo de llegada de los antroplogos sobre las ciudades, y en la institucionalizacin especializada de reas, que radica el clsico dilema al que la mayor parte de los investigadores dedica-dos a la temtica hacen referencia: el deba-te interno que ha cristalizado entre antropologa en la ciudad y antropologa de la ciudad. Es probable que, como ha sea-lado Hannerz (1986: 15), el dilema irresuel-to encuentre arraigo en una doble pregunta, escasamente reflexionada: "cul es la con-tribucin de la antropologa a los estudios urbanos?" y su reverso, "cul es la contri-bucin cle los estudios urbanos a la antro-pologa?"

    La concepcin e institucionalizacin de la antropologa urbana habla de una aproxi-macin a la temtica que pone en la ciudad una "nueva sede" en pos del hallazgo de objetos recortables para la disciplina (en tanto las "antiguas sedes" parecen extinguir-se). En este sentido, los primeros estudios, e incluso algunos recientes, colocan en la ciudad la idea de "escenario" antes que de "foco de atencin" (ibid.: 13). En este posi-cionamiento coadyuvan la cristalizacin de la especialidad institucionalizada, en la cual suelen incorporarse trabajos de todo tipo, siempre y cuando sean ubicables en la ciu-dad, pero tambin los enfoques, problemas y mtodos que se han extrapolado de los estudios realizados en "sociedades tradicio-nales". En tanto la ciudad no es la variable fundamental, los antroplogos buscan fen-menos que no son especificamente urbanos pero que s se localizan en las urbes. Como seala Hannerz (idem), la etnicidad y la pobreza, agregaramos los jvenes, la edu-cacin, los hospitales, entre otros, no son prima facie "problemas urbanos", sino te-mticas posibles de ser recortadas como

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    objetos de estudio, y que tanto pueden ubi-carse en las ciudades como en otros esce-narios. Indudablemente esos mismos fenmenos podran convertirse en "urba-nos" si en los estudios planteados fueran atravesados por procesos y situaciones que hacen a lo urbano por ejemplo, la cues-tin de la migracin puede volverse un pro-blema urbano si es analizada en funcin de procesos de segregacin urbana, o en rela-cin con espacios locales, en los que su si-tuacin social y cultural depende de su posicin en la ciudad y en su articulacin con el resto de los ciudadanos. Como ya hemos planteado, esta mezcla confusa de temas analizados en la ciudad es consecuen-cia directa del intento forzado de recortar terica y metodolgicamente "casos", "co-munidades" o "culturas" que permitan re-crear la totalidad homognea, en la que el trabajo de campo se vuelva viable.

    Hace escasos aos, Garca Canclini (1995: 76) dijo que "La polmica acerca de si se puede hacer antropologa en la ciudad o debe hacerse antropologa de la ciudad, supona la existencia de una urbe territorialmente delimitada, cuya realidad era abarcabie"; como si la disyuntiva se re-solviera en la expansin, diseminacin y globalizacin que en la contemporaneidad caracteriza a las ciudades. Si fuera as, en principio, hubiera desaparecido el rtulo acadmico e institucionalizado: antropolo-ga urbana. Evidentemente, la discusin acerca de los "estudios de caso" parece ha-berse agotado y, en ese sentido, un segmen-to del problema planteado ms arriba, ya estara resuelto. Sin embargo, las profun-das transformaciones que ha sufrido el mun-do, especficamente algunas ciudades en los ltimos aos, son slo una realidad empri-ca que efectivamente complejiza la selec-

    cin de temticas, los mecanismos de tra-bajo, las modalidades de abordaje, las vi-siones conceptuales, pero no elimina el dilema mismo.

    Optar por la "antropologa de la ciudad" no implica slo pensar en una antropologa que se ocupa de analizar las estructuras macrosociales y que, por ende, evita los es-tudios tradicionales de "comunidad". Efec-tivamente, esa s es una falsa opcin reproductora de la vieja rivalidad entre so-ciologa y antropologa. El 'de" apela a la necesidad de problematizar y valga la re-dundancia "problemas urbanos". Este asunto es tan imprescindible en la visin de la ciudad delimitada como en la ciudad de-nominada global; apunta a pensar y repen-sar los fenmenos y situaciones que acontecen en las ciudades, atravesados por el eje de lo problemticamente urbano, a su vez penetrado por la multidimensionalidad y la lgica de la multiplicidad de actores. En este sentido, dejar morir el dilema -- aunque la "antropologa de la ciudad" no sea la solucin completa, habilitar un es-pacio de multiplicidad de ternas ubicados en las urbes a estudiar por mltiples cam-pos disciplinares porque ya hace bastan-te Marc Aug (1995) ha dicho que hoy el mundo puede convertirse en una ciudadB, no hace ms que fortalecer la pregunta por la pertinencia de la mirada antropolgica en relacin con los problemas de las urbes.

    Espccfficamente, reflexiona sobre la ciudad en el contexto del mundo contemporneo, preguntndose: "es la ciudad un mundo?, o e] mundo se convierte en una ciudad?" bid.: 27).

  • Una antropologa de las ciudades y la ciudad de los antroplogos 23

    LA(S) CIUDAD(ES) Y LA DIVERSIDAD CULTURAL

    Hace unos aos, en uno de sus tantos regre-sos a Buenos Aires, Nstor Garca Canclini (1997) plante una doble transicin --as la denomin, traducida en un primer pa-saje de las ciudades a las megaciudades, pero, en lo que nos interesa para este tpi-co, un pasaje de la "cultura urbana" a la "multiculturalidad urbana". Justific este segundo movimiento en trminos tericos aunque el recorte que, en ese sentido, rea-liza no proviene de la antropologa - plan-teando que "la discusin que haba hasta hace quince o veinte aos sobre qu es lo especfico de nuestra cultura urbana, en obras corno las de flenry Lefebre, ahora debe colocarse de otro modo. Pareciera que en la actualidad la bsqueda no es entender qu es lo especfico de la cultura urbana, qu la diferencia de la cultura rural, sino cmo se da la multiculturalidad, la coexis-tencia de mltiples culturas en un espacio que llamamos todava urbano" (ibid: 77). En este pasaje, casi monocorde, el autor ol-vida que la heterogeneidad es un aspecto crucial de la ciudad desde sus orgenes y que, en todo caso, la nocin de "cultura ur-bana" responde al tratamiento que, en con-sonancia con el modelo nacional y el proceso de industrializacin, decidi darse a la diversidad en pos de su regulacin.

    Efectivamente, las cosas as planteadas constituyen el meollo de un problema vasto y complejo que ha pi:raleado la discusin antropolgica desde sus inicios, pero tam-bin los estudios urbanos y las ciudades desde sus orgenes. Nos referirnos a la ten-sin entre lo homogneo-heterogneo/lo universal-particular. En un anlisis minucio-so que ierome Monnet (1996) ha realizado

    acerca de las ciudades modernas y del ori-gen y resignificacin del modernismo res-pecto de lo urbano, entre uno de los aspectos que marca como cruciales para entender este tipo de ciudades, se encuentra el cosmopo-litanismo, es decir, el problema que trae la diferencia cultural como tradicin urbana y la solucin que desde el modernismo se ha pretendido dar a la coexistencia de la diver-sidad. La cuestin de la heterogeneidad, como ha sealado Signorelli (1999), ha es-tado en constante "copresencia y tensin" con la homogeneidad en tanto esta rela-cin paradjica es inherente a las socieda-des humanas; sin embargo, en tanto la extrema diferenciacin parece ser el rasgo central de las ciudades aquello que las diferencia de otros espacios, ste ha sido el problema que ha desvelado a estudiosos y planificadores urbanos. En este sentido, ms que un pasaje o transicin de un estado a otro, observamos que la tensin es una propiedad insoslayable de las ciudades, slo que depende del contexto histrico-social, as como de la dominancia y legitimacin de cierto tipo de conocimiento acadmico, en qu grado de esa tensin deba ubicarse el asunto.

    La ciudad moderna contiene la hete-rogeneidad en su mxima expresin, sin embargo conducida hacia su propia unifor-mizacin/integracin. Esa "urbanidad" hace a la forma de convivencia y experien-cia con el otro que, por otro lado, en los primeros aos del siglo xx y aun despus, est fuertemente marcada por la llegada de la inmigracin. Muchas de nuestras ciuda-des, como sucede en el ejemplo paradigm-tico de Buenos Aires, han protagonizado este modelo de integracin bajo la forma de asimilacin de las diferencias culturales en esta ciudad el famoso "crisol de ra-

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    zas". En este contexto, las formulaciones provenientes en su mayora de la sociolo-ga urbana, ms all del enfoque utilizado y de aceptar la heterogeneidad como un ras-go propio de las urbes, tienden a pensamien-tos de homogeneizacin.

    De ms est decir que la antropologa lle-ga a las ciudades con cierta demora y con sus propios sesgos provenientes de las "so-ciedades simpks". La tradicin la persigue y, en ese sentido, se ancla de sus presupues-tos terico-metodolgicos tambin presen-tes en algunos de los antecedentes sociolgicos --como la escuela de Chicago. El culturalismo norte-americano y el funcio-nali smo dominante entre los britnicos de los primeros aos y hasta la mitad del siglo xx constituyen los cimientos de la antropo-loga que entra a las ciudades sobre los aos cuarenta y cincuenta. De la primera corrien-te se traslada la visin de la cultura corno nica y peculiar, creando el concepto de "subcultura" aparentemente moldeable a los fenmenos urbanos, mientras de la segun-da la concepcin de comunidades que ac-tan en forma funcional y equilibrada., o sea cohesionadas y autocontenidas socialmen-te. Entre los "estudios de casos" ms famo-sos se ubican los de Oscar Lewis

  • Una antropologa de las ciudades y la ciudad de los antroplogos 25

    gonista en el seno de los estudios antropo-lgicos urbanos --es de notar que estos tiempos no transcurren simultneamente en todos los contextos locales. La ciudad es susceptible de seguir dividindose en ml-tiples fragmentos (barrios, villas, bandas, etc.), pero ya no analizables desde la pers-pectiva culturalista o funcionalista, sino rea-lizando dese,ripciones "densas" y empricas de cada "caso", precedidas, en general, de un encuadre "totar de lo urbano, en cuyo seno se ubica el "caso", que apunta a dar cuenta de los procesos macroestructurales. La reaparicin, ms temprana en algunos lugares que en otros, del concepto de cultu-ra incluso retomado por otras disciplinas, pero bajo su reformulacin en la cual jue-gan un papel fundamental la influencia gramsciarta y los primeros estudios cultu-rales, en los que Raymond Williams tiene una presencia de relevancia, se observa. en un escenario en el que la antropologa aspira a superar el empirismo y Jos enfo-ques descriptivos. Este movimiento que Krotz (1993: 26) ha denominado, para el caso mexicano, como el "estudio de la cul-tura "adjetivada", tiende a bajar la cultura a realidades delimitadas, sn embargo analizables en sus procesos micro y macroestructurales. Entre ellas se ubicar la visin de la "cultura urbana", bajo la idea de una posible sociabilidad especificamen-te urbana que, como sealara Garca Canclini en el caso de Le febre, tiende a tras-cender la idea del "enclave" en la visin total de una realidad urbana en su conjunto, tan riesgosa en cuanto a perspectiva, como ta de la "subcultura" ya planteada (cfr. Garca Canclini, 1997).

    Hacia los aos ochenta, el relativismo pa-rece retornar. Las reivindicaciones cultura-les de minoras en Estados Unidos dieron

    fugar al multiculturalismo. Sin embargo, ste finalmente ser coincidente con una tendencia hacia la diversidad cultural cons-truida desde el prisma globalizaclor de la diferencia, en pleno contexto de globaliza-cin agudizada. La acelemcin y el incre-mento de flujos migratorios que circulan por el mundo, pero centralmente de ciudad en ciudad aunque sobre todo entre "ciuda-des estratgicas" o de ciudades de menor porte hacia otras "estratgicas", conflui-rn en la "multiculturalidad urbana", extra-polando con escasa reflexin terica la categora del multiculturalismo de las mi-norias hacia las poblaciones urbanas. Na-die podr negar que efectivamente las personas circulan ms, y que estos movi-mientos son mayoritariamente urbano-urba-no, es decir que el sentido de dispora se fortalece tomando un papel crucial en las conformaciones urbanas. Tampoco es posi-ble eludir que el carcter migratorio ha cam-biado en lo sustancial: los inmigrantes son parte indispensable de las ciudades actua-les, y al mismo tiempo, muchas veces, es-tn en condicin de"poblaciones flotantes" que slo se asientan en forma temporal. Como hemos dicho, los "otros" lejanos hoy estn ms prximos, o sea "en nuestra casa", y esto sin duda precisa de un tratamiento particularizado. Para el caso de la antropo-loga, aquello que puede parecer una ven-taja, en realidad puede convertirse en el riesgo de recaer en viejas trampas: la reali-dad emprica ofrece el escenario propicio al encuentro de microculturas definidas por su carcter etnocuttural. Y en lo que se re-fiere a las ciudades, promueve una nueva adjetivacin la de la "multiculturalidad urbana" en vez de la "cultura urbana" que traslada formulaciones propias de la biblio-grafa especializada en las minoras (ver

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    Juliano, 2000127-38), con algunas pincela-das reflexivas sobre el papel de la diversi-dad cultural en la posible "estetizacin" urbana (cfr. Zukin, 1995; Amendola, 2000), en el "dar vida" a los lugares de las urbes (cfr. Castells, 2000), al mismo tiempo que en los procesos de segregacin de los cua-les son objeto. Es evidente que la "crisis de la integracin" que tanto promovieran los estados-nacin modernos, contribuye a la extincin de cierta convivencia urbana, en la disminucin de la urbanidad en tanto "cul-tura urbana".

    Mientras lo homogneo/heterogneo es parte medular de las ciudades, la antropolo-ga, por razones ms que obvias, ha tendido a quedarse del lado de lo heterogneo, ms aun en el escenario actual, en el que, como hemos visto, la diversidad cultural es el eje que atraviesa muchas de las retricas y prc-ticas institucionales y sociales. El problema de un "multiculturalismo mal negociado" (Amendola, 2000) que mayoritariamente se observa en las ciudades actuales, es parte de la realidad social observable, producto de procesos histricos que tendieron a produ-cir as imilac ioni smo o segregacionismo. Ante el atentado en el metro londinense, Ralf Dahrenclorf (2005) seal:

    Sentados o, lo que es ms probable, parados en el "tubo" (como llamamos cariosamente al subte londinense) no cesamos de asombrar-nos por la naturalidad con que madres judas, hombres musulmanes, chicos de las Indias Occidentales, empresarios sudasiticos y muchos otros usuarios soportan las mismas condiciones estresantes y procuran aliviadas tratndose con urbanidad.

    Y agreg que fueron esas normas de ur-banidad las que permitieron que una vez

    ocurrido el atentado, la sociedad diera mues-tras de solidaridad y ayuda. Una coopera-cin propia de un "arreglo convivencias" asociado al espacio pblico, no obstante ajeno al orden de lo privado. La metrpolis multicultural, en este caso, es el producto de un principio de regulacin de la diversi-dad, a travs del formato multicultural segregacionista, arreglado mediante el aprendizaje y socializacin de normas de urbanidad las que permitieron vivir con aparentes modales a los habitantes urbanos de la ciudad moderna, tendientes a vivir la diferencia en estado de indiferencia. Slo que ese arreglo convivencia' y previsible, propio del espacio pblico, es el resultado de un acuerdo monolgico, en el que pre-valece la mayoritaria cultura nacional, y en el que la expresin de la diversidad y los posibles quiebres y conflictos deben ser re-cluidos al mbito de lo privado. Esta es una de las formas de control de la diversidad, que se plasma en una ciudad optimizada en su multiculturalidacl, y prevista, entonces, como la ciudad que, a pesar de todo, que-dar ajena del terror contemporneo.

    En ese sentido, el problema no radica slo en lo observable, es decir, en lo que es el entorno cotidiano de quienes habitamos en ciudades, o en el tratamiento poltico dado al problema de la "mezcla urbana", sino en cul ser el lugar y cmo enfrentar el desafio representado por esos "otros" que, aunque prximos, estn en el "aqu" que la antropologa se neg a ver por mucho tiem-po. La otra cuestin es que ese "otro", o el problema de la diversidad, no necesariamen-te es un recorte de orden exclusivamente cultural Los "en nuestra casa", en las ciu-dades latinoamericanas incluye, pero tam-bin excede, el nivel de los "otros" definidos en razn de criterios culturales. En ese sen-

  • Una antropologa de las ciudades y la ciudad de los antroplogos 27

    tido, cabe a la antropologa repensar la pro-blemtica con un encuadre que, aunque cul-tural, involucre otras dimensiones referidas a lo socioeconmico.

    "LUGARES COMUNES": LA ESTEREOTIPACIN DE LO URBANO EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIN AGUDIZADA

    Hace algunos aos, cuando la globalizacin se haba puesto de moda y llenaba espacios en la bibliografa de las ciencias sociales, pero tambin en los medios de connutica-cin, entre los polticos de turno e incluso entre los habitantes de las diversas ciuda-des, escrib un texto que luego se transbr-fri en un artculo publicado (Lacarrieu, 2000). Estaba realmente sorprendida por la sobresaturacin de informacin sobre las ciudades y la globalizacin, o su reverso, si bien una vez pasado el tiempo era posible concluir que ms que informacin o re-flexiones se trataba de ensayos impresionis-tas. Como antroploga, no encontraba un lugar dentro de esas apreciaciones y espe-culaciones, y creo que la antmpologia como disciplina estaba en el "ojo del huracn", tal vez no por sentirse interpelada como puede suceder frente a la euforia del muhiculturalismo--, sirio porque se trata-ba de trabajos que sobrevolaban la realidad, inwntando dar cuenta de ella entre la sor-presa de lo nuevo, que no era tan nuevo, y la necesidad de hacerse cargo de un con-texto que se observaba novedoso y coloca-ba en jaque las categoras y enfoques hasta ese momento slidos. Hoy mismo presien-to que esta forma de acercarse a la proble-mtica suscit la conformacin de "la ciudad sin cuerpo y sin cuerpos" una

    metfora que tomo prestada de Pitiai (1999), y que encuentro sumamente apropiada .

    La globalizacin la "nueva globaliza-cin" de los aos noventa se haba con-vertido en el disparador, ya sea por el camino de la crisis y/o muerte de las ciuda-des o bien por el del triunfo de las urbes, que convirti en protagonista a lo urbano en su conjunto. La ciudad fue objeto crucial de los grandes relatos tericos sobre la mo-dernidad-posmodernidad, asimismo, de las transformaciones que acapararon la aten-cin del mundo y, desde ya, de los especia-listas sobre la globalizacin. El ingreso a una nueva "civilizacin global" se conside-r la causa y el efecto de la reubicacin de las ciudades en su pertenencia al mundo; de hecho, as fue planteado por el secreta-rio de la Cumbre de las Naciones Unidas Habitat II que se desarroll en Estambul en 1996. Cuando apenas haban transcurrido 3 aos de dicha cumbre, Pillai (ibid.: 149) coincida con estas apreciaciones, diciendo: "existe actualmente un abundante cuerpo de literatura que trata la transformacin de las ciudades atrapadas en los espasmos de la globalizacin econmica y cultural". En un contexto de relativo optimismo respecto de la homogeneizacin globalizadora, la antro-pologa, dedicada desde siempre a proce-sos microlocales, se mova incmoda entre aguas desconocidas, al mismo tiempo en que su lugar como disciplina contempor-nea era duramente cuestionado. Mientras lo homogneo era el espacio legitimado y do-minante en la produccin de conocimiento, lo local era estigmatizado en tono funda-mentalista --en ese sentido, la pertinencia de nuestra disciplina era nuevamente dis-cutida, y las ciudades se convirtieron en las vedettes de la globalizacin, en tanto espacios privilegiados para observar las

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    transformaciones en su conjunto y, en bue-na medida, porque al mismo tiempo se au-guraba el fin de los estados-nacin,

    Aunque autores como Castas (cfr.1995: 483-486) colocaban el nfasis en las ciuda-des respecto de encontrar un lugar claro en la economa informacional, su discusin discurra entre el "espacio de flujos" y el tono fundamentalista y reactivo de ciertas "tribus", que en confrontacin con aqul, se autoafirmaban en su identidad. Extrapo-lado a las ciencias sociales, parecan ganar terreno las apreciaciones generalistas fren-te a las ms particularistas. En relacin con el problema de las ciudades, esta cuestin no slo pona en escena el viejo debate en-tre pensamientos abstractos sobre la ciudad y el anlisis empiristas, sino que la predo-minancia de cierto encuadre fue llevando a un consenso acadmico desde el cual se construy un nico modelo de ciudad posi-ble.

    La ciudad que se desintegra y la que se expande, como hemos dicho, responden a dos vas posibles que primaron y probable-mente an prevalenan en las formulacio-nes sociales dos visiones que responden a la denominada "crisis de la forma urbis" y a la "urbanizacin fuera del urbanismo" (ex-presin de Shilling (1993), citado en Giglia, 2001: 22). Tanto por un camino como por el otro, y an con el terreno ganado por las pinceladas impresionistas, en tanto como hemos visto en la introduccin las ciuda-des pasaron a ser el problema social por excelencia, simultneamente a que cada una y todas las disciplinas disputaban un lugar en ese mundo analtico, autores como Garca Canclini (1995: 57) se preguntaban:

    cmo estudiar la problemtica urbana con los actuales instrumentos de las ciencias so-

    ciales?, qu disciplina es ms pertinente para conocer los nuevos procesos culturales urba-nos: la sociologa, la antropologa o los estu-dios comunicacionales?

    Algunas pginas ms adelante se respon-da en cierta sintona con las apreciacio-nes ms generalistas y, por tanto, ms abarcadoras----:

    la crisis de la ciudad es homloga a la crisis de la antropologa. Quizs por eso la desinte-gracin de la ciudad exaspera y cambia de semblante los problemas antropolgicos... Ahora pensamos que lo que ocurre en la ciu-dad es sedimentacin de un conjunto multideterminado de procesos globales inter-nos y externos, que ninguna disciplina puede estudiar sola (ibid: 76).

    Ms all de acordar con la complemen-tariedad de enfoques qu debiera haber en relacin con todos los problemas sociales y no slo con las ciudades, discutimos con la "herida de muerte" dada a la disciplina, ya que si bien en este caso Garca Canclini le otorga un nuevo rol al antroplogo urbano, el de dedicarse a la alteridad en la ciudad globalizada, otras perspectivas de la poca no dejaron espacio para estudios microana-lticos, que es lo mismo que no dejar espa-cio a la antropologa claro est, sin entender por micro volver a la "aldea".

    Resulta comprensible que las perspecti-vas economicistas --fundamentalmente la vinculada a la de la "ciudad global", de gran impacto hasta la actualidad apostaran por racionalizaciones globalizantes. Y de hecho vale acotar que, hacia los aos noventa incluso con anterioridad, la hegemo-na de la perspectiva economicista y sus efectos sobre los procesos urbanos que so-

  • Una antropologa de las ciudades y la ciudad de los antroplogos 29

    bre los aos sesenta haban dominado el es-cenario de las ciencias sociales, en concor-dancia con la crisis del concepto de cultura, estaban dando paso al regreso de enfoques simblicos en clara connivencia con el retomo de la categora de cultura refortnu-lada, con lo que la ciudad comenz a ser analizada desde diferentes miradas. No obs-tante, algunos fenmenos e.specificos que comienzan a gestarse en las metrpolis, de la mano de procesos sociopoliticos y eco-nmicos ---- desde la globalizacin agudi-zada hasta los modelos neoliberales particularizados y con potentes efectos en Latinoamrica, tales corno la aparicin de los shopping inalls, los multicines, las ur-banizaciones privadas y cerradas, entre otros, fueron conduciendo hacia una mi-rada francamente estereotipada que, en aquel trabajo de rni autoria ya mencionado, caracterizaba como de "vuelo rasante sobre las ciudades". Una mirada que contribua en la reproduccin de ciudades por todas partes e iguales entre s, es decir, que me-diante la enumeracin de una suma de "lugares comunes" ayudaron en el fortale-cimiento de "una-la ciudad" (tal vez la "no-ciudad" en simbiosis con Jos "no

    -Jugares" de Auge), cuyo prototipo paradigmtico visuaiizable en la prctica era Los Angeles. Me congratula encontrar en Pillai (1999) una visin similar, cuando refiere que estas perspectivas se fundaron ms en "jergas acadmicas" que en observaciones concre-tas o descripciones etnogrficas, las que pro-bablemente hubieran mostrado muchas otras ciudades interna y externamente. Tam-bin me complace su parecer cuando da cuenta de los "estereotipos intelectuales" que condujeron por el camino de la "estig-matizacin de lo urbano", discutiendo in-cluso las conclusiones de los especialistas

    que hablan de ciudades y de fenmenos particulares bien concretos, como si hubie-ran "estado all", como si los "hubieran ob-servado", sin embargo, reinventados desde la visin uniforme que sobrevuela "la ciu-dad" (por caso, la declinacin del espacio pblico urbano ha sido uno de esos temas que ms concitaron atencin; sin embargo, ms all de las transformaciones que efec-tivamente se han materializado en esos es-cenarios urbanos, la reduccin de su apropiacin es relativizable segn cada con-texto local). En un reverso del itinerario seguido por la antropologa clsica, los urbanlogos de estas pocas tendieron a mimetizarse con las caractersticas de la glo-balizacin que deban analizar, creando, como ya mencionamos, un men de "luga-res comunes" incuestionables, entre los cua-les plante: I) la ciudad es el mundo o el mundo es la ciudad; 2) la ciudad est en to-das partes; 3) "ciudades adjetivadas": en busca de la mejor denominacin; 4) la ciu-dad prototipica: Los Angeles; 5) entre el "efecto empequeecimiento y el efecto di-latacin"; 6) red de redes: la "ciudad simu-lacro"; 7) los "des" se generalizan: desurbanizacin, desterritorializacin, descentramiento, desespacializacin, deslocalizacin, desocializacin, y por con-traposicin algunos "re" retornan en segun-do plano; 8) las "parejas" tambin regresan: global-local, tradicional-moderno, pblico-privado. Y finalizaba el texto preguntndo-me: y... "Ja antropologa dnde est'?"

    El retorno de lo simblico-cultural bajo diferentes facetas la perspectiva de los imaginarios urbanos (ampliar con Arman-do Silva, 2000), la nueva dimensin estti-ca urbana, la ciudad vista desde el consumo cultural, en un primer momento no alcan-z para visibilizar "el ocultamiento de las

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    ciudades concretas y de los cuerpos que las habitan" (Pillai, 1999: 157), que apunta este autor

    no slo aporta poco para la comprensin de cmo nuevas formas de territorialidad y de comunicacin afectan a la constitucin de identidades urbanas, sino que, insisto, esta re-trica es peligrosa en trminos polticos e in-telectuales. Este es un tipo de discurso que afirma sentidos nostlgicos, despliega prepo-tencia intelectual; refuerza estigmas de cla-se, homogeneiza y apolitiza situaciones de exilio y, finalmente, despus de todo, ello, nos devuelve meramente a lugares comunes.

    Para Pillai, las jergas acadmicas que contribuyeron a esa serie de "mitos" funda-dores de la "ciudad" de la globalizacin, ocultan y estigmatizan. Pero asimismo, como lo plantearan Fiori et al. (2000), con-tribuyeron al pensamiento e imagen de "la ciudad de pensamiento nico", modelada con base en el modelo glohalizador y al planeamiento urbano denominado estrat-gico.

    Los aos cercanos al fin de siglo y los primeros de este nuevo siglo permitieron recrear el escenario para relativizar la he-gemona de lo homogneo por sobre lo he-terogneo, y aunque los particularismos emergieron tanto en la versin de "polticas de la identidad" como en la versin globa-lizada de la diversidad cultural, lo observa-ble, lo concreto, los fenmenos y situaciones vividas por nosotros mismos como pobla-ciones, llevaron a la reemergenca del pa-pel de lo que se dar en llamar "lo local". Por efecto de la reproductibilidad, caracte-rstica al fin de la globalizacin en esta eta-pa, tambin ciertos procesos producidos por planes y proyectos de gobiernos y mercado

    han sido tratados con cierta uniformidad; sin embargo, aun as este cambio de mirada ha permitido reconocer asuntos que tocan a la ciudad como "cuerpo" y "a los cuerpos" de sus habitantes. Los procesos de gentrifi-cation (cfr. Zukin, 1996) y suburbanizacin que en Amrica Latina demoran su llegada en las ciudades europeas y americanas ya haban sido analizados previamente, las nuevas relaciones Estado-mercado en los planes estratgicos y las nuevas "polticas de lugares" en pos del reposicionamiento de las urbes (cfr. Delgado Ruiz, 1998), el lugar de la cultura y la naturaleza como es-trategias de desarrollo urbano, comienzan a replantear la necesidad de mirar hacia "la produccin de lo local" (Appadurai, 2001) aunque, como se ve, de un "local relativa-mente globalizado".

    La vuelta de to simblico y de lo local en la nueva experiencia del habitar la ciu-dad, sin embargo, tampoco ha alcanzado, o al menos no completamente, para resolver la pertinencia de una antropologa de las ciudades. La visin "encapsulada" parece persistir como problema en sociedades ur-banas, que parecen fortalecer la idea de la "cpsula" en los propios modos de vivir los lugares de las ciudades.

    LA RELATIVIZACIN DEL FRAGMENTO! FRAGMENTACIN, CONSECUENCIA DE LA PRODUCCIN DE LO LOCAL

    Castells (1999: 437-438), a fines del siglo xx, planteaba que el "rasgo distintivo de las megaciudades es el estar conectadas globalmente y desconectadas localmente, tanto fisica como socialmente". La visin del "fragmento" urbano fue creciendo al mismo tiempo que la de la "ciudad global";

  • Una antropologa (le las ciudades y la ciudad de los antroplogos,

    sin embargo, sobre fines de los aos noven-ta, la relevancia conceptual y emprica de la fragmentacin urbana se fue consolidan-do al mismo tiempo en que la perspectiva homogeneizante decreci en legitimidad.

    El diseo del "fragmento" y la nocin derivada del mismo, se asienta negativamen-te desde la reapropiacin de categoras como "tribus urbanas", asi como desde el "proyecto -urbano" dominante desde los aos ochenta. La instrumentacin poltica de estos planes, que suelen llamarse estra-tgicos y que sin duda DO han cen-ado del mismo modo en todas las ciudades en que se implementaron, es interpretado desde las ciencias sociales como producto del ingre-so de la lgica privada en la transforrnacin urbana, resultando en

    una sociedad en archipilago [que} produce un entrelazamiento de diferentes espacios y otorga una visibilidad acrecentada a las dife-rencias, los repliegues y los comunitarismos de todo tipo, lo que pone en peligro las for-mas de urbanizacin pasadas ampliamente construidas sobre la existencia de un espacio pblico (Prvot Shapira, 200 I 40).

    Ntese que esta apreciacin se apoya en la visin prevaleciente acerca de la deca-dencia del espacio pblico, propia de un modelo globalizante agudizado. Y algunos autores an van ms all con esta concep-tualizacin: "La nocin expresa una diso-CiaCin social de las partes relacin con un conjunto urbano..." (Navez-Bouchani-ne, citado en idern). La lgica de separa-cin se asienta en fenmenos urbanos, y en algunas ciudades ha impactado protimda-mente. Tal es d caso de BuenosAires, don-de, por ejemplo, las urbanizaciones cerradas que emergieron en la dcada de 1990 en la

    periferia del Gran Buenos Aires, han lleva-do a apreciaciones de este orden de he-cho, Prvot Shapira concluye que Buenos Aires ha sufrido cambios que llevan a decir que es una "ciudad fragmentada", sobre todo si miramos los procesos histricos que la conformaron en torno de una "gran ho-mogeneidad dentro de la heterogeneidad" (ibid: 47).

    No obstante, estas apreciaciones, muy vinculadas a "realidades concretas" que parecen dividir a las ciudades de hoy entre minitenitorios, se fortalecen al mismo tiem-po en que la bibliografa ms general ha vellido reflexionando sobre el problema de lo "local". En este sentido, Hannerz (1998: 47) ha expresado que en este nuevo con-texto los "sentidos de los lugares" han cam-biado, reapropindose de las palabras de Giddens:

    En condiciones de modernidad, el lugar se vuelve cada vez ms fantasmagrico; es de-cir, las influencias sociales procedentes de lu-gares muy distantes penetran y dan forrna a lo local (...1 la -forma visible" de lo local en-cubre las relaciones que desde la distancia determinan su naturaleza.

    La "produccin de lo local" "como algo primariamente relacional y contextual, en vez de algo espacial o una mera cuestin de escala" (Appadurai, 2001: 187), es induda-ble que conceptualmente puede contribuir a la superacin del "lugar antropolgico" en las ciudades. Sin embargo, paradjica-mente, en tanto como hemos sealadolos fenmenos que van ernergiendo apun-tan a constituirse en la forma de "enclaves", la antropologa sigue corriendo el riesgo de perseguir "aldeas y aldeanos" y de con stru i r

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    interpretaciones urbanas desde "archipila-gos de islas",

    Resulta tentador recrear el "laboratorio urbano" en un "barrio cerrado", por tomar slo uno de los tantos casos posibles. Una de las ltimas investigaciones"' que hemos realizado se ha centrado en urbanizaciones cerradas del conurbano bonaerense, y efec-tivamente hemos tenido que esforzarnos para no reproducir la idea de la cultura autocontenida, as corno la del "campo" como prctica espacial. Ingresar en uno de estos barrios facilita la extrapolacin de la visin de "enclave", ya que la propia forma

    , del espacio delimita y contiene, con lo que como antroplogos podemos quedar atra-pados en la idea de "comunidad". Esta vi-sin plasmarla, en lo que a anlisis se refiere, una suma de subculturas equivalentes pero distantes entre s, que sin embargo anulara la posibilidad de reflejar conflictos hacia dentro y hacia fuera. Asimismo, metodo-lgicamente esta concepcin sera extrapo-lable a la praxis del trabajo de campo. Enfatizar el recorte de la unidad barrial lle-vara a caracterizarla de acuerdo a un modo de vida e incluso a una identidad a la cual responden los habitantes; por el contrario, repensar los procesos y situaciones urbanas desde la dinmica e intercambio entre dife-rentes actores penetrados por la historia lo-cal y por las influencias de otros lugares, reposicionar el papel del barrio a una ms

    Se trata de la investigacin local que se realiz como parte del Proyecto "Habiter quelle ville? Situations d'hornognisation residentielle et (re)dfirntion de l'urbainet de l'urbanit dans les Arneriques" (2001-2003), directora: Guenola Capron (Universidad de Ibulouse, PUCA); coordinacin equipo urbanizaciones cerradas Buenos Aires: Mnica Lacarrieu; equipo de trabajo: Florencia Girola, Martn Lapo, Ana Maria Murgida y Lucila Salieras.

    de las condiciones que intervienen en esa dinmica local. En este sentido, lo "local" ofrece la oportunidad para que el antrop-logo pueda superar la nocin de "comuni-dad", en tanto producto de una serie de operaciones de localizacin que no respon-den necesariamente al lugar geogrfico/te-rritorial o a la cultura autocontenida, sino a una "forma de articulacin especifica de los lugares" (Faret, 2001, traduccin ma), dada por la produccin y localizacin de sujetos locales.

    De este modo, aunque los procesos de transformacin puedan desarrollarse en lu-gares concretos y fuertemente limitados, entre ellos es posible leer tramas, redes, puntos de articulacin, en sntesis un "sis-tema de lugares " (idem, traduccin ma) que se han querido equivalentes, aunque sin duda no logran coexistir sin tensin y desjerarquizadamente.

    HACIA UNAANTROPOLOGA DE. LAS CIUDADES EN EL PRESENTE Y EN EL FUTURO

    La visin vinculada a la "crisis de la ciu-dad" en ocasiones traducida en la expre-sin "ciudades en crisis" (Monnet, 1996: 221, traduccin ma) ha prevalecido para interpretar los males de las ciudades actua-les; sin embargo, est en continuidad con un pensamiento que, desde la llegada de la industrializacin a las mismas, ha tendido a ver en lo urbano el sentido de lo anmalo; en consecuencia, de lo patolgico expresa-do como catstrofe o como enfermedad. La conversin de la ciudad controlable en una ciudad que crece con exageracin, re-cibiendo extranjeros an inadaptados, hasta a veces con comportamientos "desviantes",

  • Una antropotogia de las ciudades y la ciudad de los antroplogos 33

    supone la bsqueda permanente de solucio-nes que, tanto desde el planeamiento como desde las ciencias sociales, procuran con-jurar dichos males. El planeannento urba-no funcionalista, propio de la ciudad moderna, es un ejemplo de ello, en la bs-queda de equilibrio, orden y regulacin de la diferencia sociocultural. Aun as, la idea de "crisis" penetra de tal modo la categora terica y emprica de la ciudad, que la mis-ma llega hasta la dcada de 1990, o en otras palabras hasta fines del siglo x.x, como un sentimiento de falla que la globalizacin tiende a agudizar. Algunas expresiones re-cogidas en esa dcada sobre la ciudad de Mxico, pero que hemos tambin rastreado en otras urbes, como San Pablo o la misma Buenos Aires, dan cuenta de ello. En pala-bras del escritor Pacheco (en Gmez, 1996), quien se refiere a la experiencia apocalptica que muchas personas tienen viviendo en la ciudad de Mxico:

    lo apasionante y lo terrible de vivir hoy en la ciudad de Mxico es la sensacin de que so-mos los habitantes de Pompeya. Cmo va a acabar esta eiudad?.._ [y se pregunta si termi-nar] asfixindonos o con una rebelin de los excluidos.

    Graficando una apologa del catastrofis-mo en lo que denomin una "ciudad pos-apocalptica".

    Ese sentimiento patolgico, al mismo tiempo que parece ser una caracterstica in-herente a lo urbano, entendindose desde all su persistencia, tambin es el indicador objetivo y objetivante de ciudades afecta-das en sus servicios, infraestructura y defi-ciente calidad de vida. La ciudad produce "crisis" y sta es producto de exceso y pr-dida en forma simultnea. Esta visin que

    tan fuertemente ha penetrado el discurso sobre las ciudades, ha llevado en la prcti-ca al problema de la seguridad-inseguridad corno una consecuencia ineludible de aqu-lla, un binomio que se construye sobre da-tos estadsticos y como indicador objetivo de esa "crisis". Pero la produccin de segu-ridad-inseguridad resulta asimismo de la construccin de un imaginario global que, a su vez, promueve salidas extremas siem-pre vinculadas a ese mbito basta con pensar en la poltica de "tolerancia cero" que Giuliani, el ex alcalde de la ciudad de Nueva York, con tanto xito ha sabido di-fundir y vender en los diversos pases de Amrica Latina. No obstante, hasta aqu la problemtica parece resolverse entre sumas y restas ms seguridad, menos criminali-dad, y sobre todo conduce a pensar la "crisis urbana" --que no slo abarca la se-guridad-inseguridad, como el aspecto crucial desde el cual se construye y delimi-ta el espacio urbano. Estas aparentes nue-vas tendencias que se observan en relacin con las ciudades contemporneas, han lle-vado a Garca Canclini (2003) a polarizar las "ciudades paranoicas" respecto de las "ciudades sexy", coiocariclo en las prime-ras la crisis por excelencia, mientras en las segundas la posibilidad de reversin de la crisis, con consecuencias polticas y' prcti-cas vinculadas al "fragmento".

    Las prcticas y discursos sobre el encie-rro recorren un amplio espectro de situacio-nes propias de la contemporaneidad. Desde el atentado a las Torres Gemelas, la posibi-lidad de cierre y de sentirse encerrado no slo es parte de los imaginarios y prcticas de ciertos sectores en determinados espa-cios de las ciudades, sino que ha dejado a la vista de todos que incluso una ciudad pue-de fronterizarse al grado de encerrar a sus

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    residentes y extraos entre los muros de la propia urbe. Hace apenas unos aos, un re-sidente de la colonia Polanco en el DF nos planteaba:

    ...no nos copen, nosotros vivimos aqu, en-tonces la gente que viene aqu debera pen-sar de la misma manera que cuando yo voy a algn pueblo, si no me comporto con la mo-ralidad del pueblo pues el pueblo se enoja conmigo... [y continuaba] ...haba uno que deca: es que yo cerraba y peda pasaporte... vamos a crear el estado nico de Polanco.

    Esta expresin testimonial pareca la re-presentacin de un sueo delirante que, sin embargo, poco tiempo despus, se ha vuel-to la salida aparentemente ms perfecta a toda amenaza de peligro posible. La mira-da puesta en el encierro y "autoaislamiento" por va de la comunidad que, de acuerdo a Vargas-Cetina (2003) se vuelve una cate-gora auto-explicable, trasciende la mera cuestin de la "crisis", la seguridad-insegu-ridad, la fragmentacin urbana y la gestin del espacio fsico. Asocindonos a la visin de Reguillo (1998), y superando la visin institucionalizada, postulamos que ms im-portante que la "crisis" es el miedo, visuali-zado como una construccin simblica y social que genera una "geografa simbli-ca" desde la cual se legitiman ciertos usos espaciales, prescribindose otros. En este sentido, la antropologa del presente y des-de ya del futuro, tiene mucho que decir, y sobre todo que ir ms all de la visin frag-mentara, que es fuertemente territorial, y repensar hasta la idea de comunidad en tr-minos de sus contenidos antes que de sus lmites.

    El "no nos copen" es la traduccin lite-ral de "no queremos convivir con extraos,

    no deseamos hablar con extraos, no que-remos rozarnos con extraos". La expecta-tiva de un encuentro con extraos basado en el desencuentro (Bauman, 2002) aparen-temente se hace posible en las imaginadas comunidades, en los shopping malls, en los lugares inhspitos; no obstante, la concre-cin de lugares purificados, donde la rela-cin con el otro no debe ni siquiera negociarse, encuentra sus lmites en la mis-ma medida en que el espacio pblico no ha muerto, y aqullos que hoy habitan en sus "comunidades cercadas" diariamente fre-cuentan los centros de las ciudades, donde el otro tiene existencia en toda su contun-dencia basta con observar la poscrisis de 2001 en Buenos Aires, donde las rejas, los muros, los "cercos vivos", los vidrios pola-rizados, no alcanzan para ser interpelados, incluso corporalmente, por quienes se han apropiado del espacio pblico y lo confron-tan desde la realidad miserable hasta ese mo-mento ensombrecida.

    El mito del "urbanismo afinitario" (Donzelot, 2004), basado en la solidaridad comunitaria y en la construccin de una identidad de "nosotros", conlleva un "ritual de purificacin", en el que supuestamente se anula la diferencia, no hay negociacin, ni siquiera pacto o arreglo social necesario. Sin embargo, ni la tecnologa ni aun el ma-yor repliegue en el mbito de lo privado pueden evitar que el espacio de lo pblico an subsista y que los otros sean algo ms que objetos de la "multiculturalidad", ya que estn all para ser vistos, para tocarnos y enfrentarnos corporeizando el conflicto en-carnado en los cuerpos vivos de unos y otros.

    La carga simblica que contienen los miedos globales y locales que operan fuer-temente sobre nuestras experiencias y vi-

  • Una antropologia de las ciudades y la ciudad de los antroplogos 35

    vencias urbanas --en la forma de "miedo en y a la ciudad" (Reguillo, 1998), es motivo ms que fundamental para que la an-tropologa contempornea de las ciudades encuentre su propio sentido de existencia. Ms aun, es la aprehensin y nuevas for-mas de gestin pblico/privada de la alteridad, la razn de mayor relevancia para que nuestra disciplina dedicada hoy a las ciudades profundice sobre la otredad, o ms bien sobre el "encuentro con/desde la di-versidad" (al decir de Bauman [20021 con extraos) en un contexto de aparente anu-lacin del otro. Este es uno de los tantos nichos que cada vez con mas frecuencia in-terpelan el compromiso de una antropolo-ga de las ciudades, en tanto son mbitos privilegiados los espacios pblicos urbanos, en los que tiene lugar una proporcin vasta de los problemas e intereses actuales.

    OTRA VEZ DIGO: Y._ LA ANTROPOLOGA DNDE EST?

    En las sociedades contemporneas, las ciu-dades y no la ciudad, n tampoco todas las ciudades, sino sobre todo aqullas que son consideradas "grandes ciudades" y "ciu-dades estratgicas" han alcanzado el gra-do de legitimidad que, como hemos visto, las convierte en problemas sociales funda-mentales. Las ciudades claro que algu-nas ms que otras estn en nuestras pantallas, ya sea en eventos como los feste-jos de fin de milenio, como en las masivas marchas por la paz que han acontecido en los inicios de la guerralinvasin a Irak, efl 1OS atentados en Nueva York, Madrid y Lon-dres; en fin, en estos y otros acontecimien-tos que globalizan el mundo urbano occidental, muchas ms veces de las que su-

    ponemos, entremezclado con el oriental. En consecuencia, este punto resulta, a esta al-tura, verdaderamente incuestionable. Las ciudades no han muerto ni parecen estar heridas de muerte, sino muy por el contra-rio reviven en fiestas, manifestaciones, tra-gedias y movimientos sociales diversos.

    En este sentido, la antropologa como otras disciplinas vinculadas a la problem-tica, posee un lugar de competencia para su anlisis. Pero y... dnde est la antropolo-ga? An debe rendir prueba de su idonei-dad para operar sobre la problemtica urbana? Debe rendir examen de SU perti-nencia en el recotte del objeto urbano'?

    Acordamos con De la Pradelle (2000), en que no se trata de repensar el retorno cr-tico a las prcticas antropolgicas clsicas ni de perseguir hasta el hartazgo el intento de reencuentro de objetos "etnologizables" en el corazn mismo de las ciudades. Coin-cidimos, como tambin lo planteara Garca Canclini (1995), en que el problema no ra-dica necesariamente en la escala o dimen-sin del objeto, ni siquiera en el contenido y calidad de ese objeto. Sin embargo, la cuestin de la escala y dimensin del obje-to sera incomprensible sin su par metodo-lgico, es decir el de la praxis del trabajo de campo, desarrollando en esos trminos una metodologa clsica sin reflexin teri-ca. Como hemos visto, la construccin de "lo local- excede al espacio territorial y a la determinacin cultural e identitaria esencial, remitiendo a situaciones y procesos ms am-plios pero tambin acotados, relacionales y contextuales. Cul es el lugar de la antro-pologa cuando los "sentidos del lugar" ya no son los mismos, ya no son sitios espec-ficos, sino la confluencia conflictiva de "his-torias de interseccin y multilocales'"?

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    Estos problemas an subsistentes, pue-den resolverse como ha sealado Garca Canclini (1995) con la recurrencia a "nuestra destreza para ser especialistas en la alteridad"? Es en la perspectiva de "ciu-dades riulticulturales" (Borja y Castells, 2000), como especializaciones urbanas de ciudades globales, que la antropologa pue-de escapar de la escala y dimensin del ob-jeto, asimismo del trabajo de campo en tanto "residencia localizada"? (Clifford, 1999: 34).

    Como hemos sealado, la diversidad es un asunto inherente a las sociedades, espe-cficamente a las urbanas. Y en todo caso lo que se modifica, de acuerdo al contexto his-trico especfico, es el tratamiento que se le ha dado a dicha diversidad. En el pasado, lo urbano debi ser la "cuna de la integra-cin de las diferencias" aun en su diversi-dad; en la actualidad, el peso de la balanza parece haberse corrido hacia la multiculturalidad urbana, en una posicin ms relativista que, en connivencia con la teora y diseo del "fragmento", compor-tan el riesgo de una vuelta a la antropologa del "caso" o de los "casos". El problema del "otro" es obviamente el eje problemti-co que atraviesa a la disciplina y; en ese sen-tido, es tambin cuestin del antroplogo de las ciudades, sin embargo, siempre y cuando ese asunto implique "produccin de lo urbano", y slo es "urbano para el antro-plogo lo que es producido como tal por los diferentes actores para los cuales, por diversas cuestiones, la ciudad est en cues-tin" (De la Pradelle, 2000). En este senti-do, la diversidad y la competencia de nuestra disciplina para relacionarse con esta proble-mtica, coloca a la antropologa en un lu-gar de excelencia para dar "cuerpo" y problematizar las "mltiples ciudades" y, en

    su interior, a mltiples y conflictivos acto-res sociales comprometidos en su confor-macin. Como he resaltado antes en relacin con una antropologa del presente y del fu-turo, vinculada a asuntos de la contempora-neidad de alta repercusin mundial (como la construccin social y simblica del mie-do urbano, amn del lugar problemtico de los espacios pblicos), los antroplogos es-tamos ms para el anlisis de las nuevas formas de gestin pblica/privada de la alteridad, manifiesta en la produccin de lo urbano y distante de la idea de "multiculturalidad", que para delimitar su campo al estudio de la gestin del espacio urbano en el sentido ms territorial y urba-nstico de la cuestin.

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