Lanata, Jorge - La Guerra de Las Piedras

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    Jorge Lanata

    LA GUERRA DE LAS PIEDRAS

    Ediciones P/L@

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    Jorge Lanata

    1988 - Editorial/12

    Este y los dems libros de Jorge Lanataestn disponibles en forma gratuita y solidaria

    en el Tnel del tiempo del sitio

    http://www.data54.com/Tunel/Libros.asp

    Reedicin y diseo: P/L@ - 2000

    Para leer por e@mail

    http://es.egroups/group/paraleer

    e@mail: [email protected]

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    tren que recorri todo el pas con una muestra de artesanas latinoamerica-nas y una biblioteca circulante. Al ao siguiente ingres en el informativo deLR3 Radio Belgrano y realiz notas de investigacin para el programa SinAnestesia mientras colaboraba en las revistas Humor, El Periodistay ElPorteo.

    Fund la Cooperativa de Periodistas Independientes, que compr elmensuario El Porteo, en 1985, y lo design como jefe de redaccin de larevista.

    En mayo de 1987, a los 26 aos, fund el diario Pgina/12donde sedesempeo como Director Periodstico, hasta marzo de 1994, colaborando

    como columnista hasta diciembre de 1995. En el ao 1997 recibi el diplomaal mrito otorgado por la fundacin Konex por su labor en la direccin perio-dstica durante la dcada 1987/1997.

    En 1987 public El Nuevo Periodismo, como recopilador y al ao si-guiente La Guerra de las Piezas, crnica del enfrentamiento rabe- israelen la Franja de Gaza.

    En 1990 condujo Hora 25 por FM Rock and Pop, ciclo que dur tresaos. Luego publica Polaroids-cuentos- e Historia de Teller -novela.

    Desde 1994 condujo el programa Rompe/Cabezas por FM Rock and Pop,hasta diciembre de 1996 (Martn Fierro como mejor programa periodstico enradio en 1995). Public regularmente en diversos medios extranjeros (MiamiHerald, El Espectador-de Colombia-, entre otros). Ese mismo ao public,

    junto al periodista estadounidense, Joe Godman, el libro Cortinas de Humo,una investigacin periodstica sobre los atentados a instituciones judas enBuenos Aires.

    Desde enero de 1996 conduce y produce Da D, programa periodsticoemitido por Amrica TV(reconocido con varios premios Martn Fierro al mejorprograma periodstico en televisin y por la labor periodstica a Jorge Lanata).

    En diciembre de 1997 publica como edicin de autor Vuelta de Pgina,una recopilacin de notas y editoriales escritas a lo largo de su carrera perio-dstica.

    Desde ese mismo ao se desempea como Director Periodstico de la revis-ta semanal Veintitres anteriormente llamada XXI y Veintidos.Ha sido invitado a dar conferencias sobre su especialidad a todas las Uni-

    versidades nacionales y privadas argentinas y en varias del exterior (Salamanca,Complutense de Madrid, Sao Paulo, Columbia, Santiago de Chile, Bogot,Montevideo, Sociedad Interamericana de Prensa, etc).

    Actualmente trabaja en la realizacin de un libro sobre historia argentina,y participa del desarrollo de portal alternativo de noticias en Internet llamadoData54.com que alberga las pginas web de su revista y su programa de TV.

    Jorge Lanatanaci el 12 de septiembre de 1960en la ciudad de Mar del Plata, provincia de BuenosAires. Comenz su carrera a los 14 aos escribiendoinformativos en LRA 1 Radio Nacional. Ese mismoao fue Segundo Premio Municipal de Ensayo con untrabajo sobre El tema social en el cine argentino,

    y nominado como uno de los jvenes del ao por laAsociacin de Intercambio Cultural Argentino-Israe-l. Entre 1974 y 1977 produjo programas periodsti-cos y musicales en Radio Nacional de Buenos Aires ylas emisiones del interior de la cadena LRA. Colaboren informativos de otras emisoras: Radio Rivadavia,Radio Splendid.

    En 1982 dirigi el Tren Cultural de la OEA, unproyecto de intercambio cultural consistente en un

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    A Ernesto TiffenbergA Celsa Garbarz

    y a los israeles que,en condiciones por dems adversas,

    luchan por la paz.

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    Indice

    La lnea verde /6

    Los sonidos del silencio /16

    La guerra y la paz /25

    El vendedor de naranjas /33

    Blanco sobre negro /45

    Pesquisa del grupo de psiclogos... /47

    Un pjaro negro /52

    El da de la tierra /66

    La guerra de las piedras /74

    Anexo /79

    Bibliografa /85

    Mapa de los territorios ocupados /86

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    LA LINEA VERDE

    El micro va hacia ninguna parte. Cruza un puente atoda velocidad y despus retoma la entrada al aeropuer-to de Londres. Alguien dice que, como argentinos y sinvisa, no podemos pisar suelo britnico. Es lo mas pare-cido a una explicacin hasta que el micro se detiene conun ronquido frente a una oficina de seguridad del aero-puerto. Los veinte argentinos que viajamos a Tel Aviv va

    Londres y Amsterdam formamos una fila que evita cui-dadosamente pisar la raya amarilla anterior al detectorde metales.

    -No se puede ir al free-shop! -se lamenta con deses-peracin de dme dos una docente cincuentona.

    Un empleado del aeropuerto gua a la comitiva hastalas oficinas de EL AL, la lnea area israel. Nueva fila enun local atestado. Faltan dos horas, pero desdeAmsterdam nos advierten: la revisacin es larga y com-plicada, habr que esperar.

    Una mujer de traje sastre me seala otro mostrador.La foto de su credencial -que la lleva en el pecho- esidntica a su cara: puede olvidarse con facilidad, peroda a la vez la impresin de ser una persona conocida.Un rostro comn, es eso. La mujer ensaya su sonrisanmero treinta y seis, y luego endurece la voz:

    -Profesin?-Periodista.

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    -Adnde viaja?-Tel Aviv, Gaza y Cisjordania.-Estuvo alguna vez?

    -No.-Conoce gente en Israel?-No.-Dnde va a parar?- Imagino que en un hotel, algunos das en un kibutz.-Cmo parar en un kibutz si no conoce a nadie?Pregunta rpido y espera respuestas rpidas. En ese

    ping pong el interlocutor se transforma en culpable deinmediato.

    -Viaj invitado por el MAPAM, el partido socialista is-rael.

    -Quin lo invit?-El MAPAM -digo, mirndola a los ojos y con cierta

    molestia.-Tiene credenciales de su peridico?Extiendo la credencial, enredada en el pasaporte y los

    pasajes. La mira con detenimiento. Pienso en pedirle per-miso para fumar, pero prendo un cigarrillo con pequeavergenza. Un compaero se le acerca y cambian unpar de palabras en hebreo.

    -El MAPAM -digo, con tono de disculpame dio unalista de gente a entrevistar en Israel. Quiere verla?

    -S, por favor -y ensaya la sonrisa treinta y siete.-Es esta.-Va a ver a toda esta gente?-Voy a tratar.-Cunto tiempo se va a quedar?

    -Treinta das..-Hizo usted su equipaje?-Que?-Si arm usted su valija.-Nnno... sss. S, la arm yo.-La revis antes de cerrarla?

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    -S, la revis.-Lleva paquetes o regalos para alguna persona en

    Israel?

    -No -miento. Llevaba algunos sobres y una bolsa conun mecano.

    La mujer rebota la credencial sobre su palma y ex-tiende una mirada insoportable.

    -Ha visitado algn pas rabe?-No.-Permtame de nuevo la lista.

    Se aleja con el papel. A los diez minutos regresa.-Hablamos con el seor Vctor Blit en TelAviv. Acaba

    de confirmarnos que lo esperan esta tarde en el aero-puerto. Muchas gracias.

    -Ya dej de ser culpable? -le pregunto, y la mujersonre sin contestar.

    Un grupo de jvenes argentinos discute en la sala deespera. Un adolescente rubio con camisa a cuadros en-hebra un discurso a favor de las medidas de seguridad.

    -Y las bombas en los aviones, eh? -remata una frase.Algunos se contentan con la explicacin. Al rato, el

    grupo deber bajar a la pista. Ah esta todo el equipajeen el suelo.

    Hay que reconocerlo. Abrir las valijas, revisar si nohay nada extrao, volver a cerrarlas y avisar. En el actosern precintadas Security, afirma una pequea cal-comana amarilla que ser pegada sobre los bolsos.

    Todas las bocinas suenan a la vez y el ruido es el deuna bandada de gansos que se queja con desespera-

    cin. La autopista que comunica Tel Aviv con el kibutzRamot Menashe est definitivamente embotellada. Loshombres que se desploman en el respaldo del asiento yeligen encender la radio del auto parecen habituados aeste trnsito de las siete de la tarde. En media hora es-tarn en casa y podrn consagrarse a la televisin, en el

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    pas de mayor porcentaje de videocaseteras por habi-tante. Un 65 por ciento de los israeles enlata su progra-ma favorito o consume films a los pocos meses de estre-

    narse en el mercado.Celso, un brasilero del movimiento Paz Ahora que ser

    mi traductor por veinticinco das me mira con reproba-cin:

    -El cinto.-Qu?-La fita, el cinto. Que te pongas el cinto. Son cien d-

    lares de multa.Voy a escuchar esa advertencia durante toda la esta-

    da. Inspectores municipales atisban desde los sitios msinslitos de la ruta, y hace aos que es obligacin usarel cinturn de seguridad. Mi reaccin inmediata es deltodo argentino: cruzo el cinturn sobre el brazo, sinabrocharlo. As es ms fcil.

    -Todo el cinto -dice Celso, y los dos nos remos.La fila avanza con dificultad. El mar es un borde ver-

    de y lejano a la izquierda de la autopista, que en el otrocarril est desierta. Un par de camiones del ejercito cru-zan a toda velocidad y son devorados por la entrada a laciudad.

    Adelante, en el camino, un grupo de soldados haceauto stop.

    Un Mazda se detiene y los soldados entran acomo-dando el cao de las ametralladoras UZI. Despus elauto vuelve a la fila. Lleva en la luneta trasera una cal-comana: El pueblo contra la prensa enemiga, dice.

    Una mujer de edad indefinida y piernas jvenes se

    apoya contra un farol de alumbrado en un desvo. La filaavanza con indiferencia. La mujer ajusta sus medias ymasca chicle esperando que el tiempo pase de una vez.

    -Quers ir a Tel Baruj? -bromea Celso, y luego expli-ca- es ac en el desvo, en el basurero. Ah estn lasputas. All... Y cruza el brazo hacia el mar, sealando.

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    -Ah las contrats, pero dnde...? -pregunto perse-guido por la horizontalidad.

    -En el auto, cogen en el auto. Ves esos coches? Son

    de... de los... macrs, cmo les dicen ustedes?-Fiolos, vividores.-Eso, fiolos -deletrea- se quedan a un costado y las

    vigilan de cerca.El nudo del trnsito comienza a desatarse y los co-

    ches -en su mayora europeos, con placas amarillas- sedisputan metro a metro el pavimento.

    -Qu es ese nmero adelante de la chapa?-El ao, el modelo del auto. Lo pusieron hace poco.

    Sabes que pas? Desde que el ao aparece en la placa,aument la venta de coches nuevos.

    Ms de la mitad de los israeles tiene automvil. Unochenta por ciento posee telfono y todos ganan ms desetecientos dlares al mes. En el caso de los rabes lasdiferencias resultan abismales: un diez por ciento tieneauto, y el salario -por el mismo trabajo- es de cientosetenta dlares en la franja de Gaza y de doscientos d-lares si es en territorio de Israel.

    -Esos son colonos -dice Celso sealando una camio-neta, despus se arrepiente- bah, colonos. Son conquis-tadores.

    La mayora de los partidos de derecha comenzaron acolonizar las tierras ocupadas a los palestinos en 1970,tres aos despus de la guerra. Las facilidades econ-micas y las lneas de crdito fueron tan estimulantesque muchos prefirieron dejar la ciudad y volver a empe-zar en los territorios.

    Algunas de las villas de los colonos estn cubiertaspor alambre de pas. Y en general se ubican cerca deldestacamento militar. Recin una semana ms tarde veresa escena pattica: un grupo de jvenes tomando sol enuna pileta, a metros de un alambrado de seguridad, recos-tados con la boca abierta a la sed, como si nada existiera.

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    -Ah se ve claro, mir -seala Celso.-Qu? -pregunto, mientras el sol se desmaya defini-

    tivamente sobre la tierra.

    -La lnea verde. Mir: hasta all, donde se ven los r-boles, la forestacin, es israel. Pasando, son territoriosocupados. Son aquellos color ceniza, alcanzs a ver?

    A los cuarenta y cinco minutos de viaje, un cartel afir-ma Ramot Menash 15. En el auto la radio insiste conuna cortina musical.

    -This is the voice of peace (esta es la Voz de la Paz).

    Es la nica radio que transmite en ingls -el resto lohace en hebreo- y est ubicada fuera del territorio conti-nental. La Voz de la Paz es un barco.

    Un locutor asegura que el da terminar nublado yque por la maana bajar la temperatura. Otro agreganoticias: hubo disturbios en Ramallah, hay ocho rabesdetenidos, entre ellos el presidente del Colegio de Abo-gados local. Ya han pasado tres meses de la guerra delas piedras. Los detenidos llegan a tres mil, y los muer-tos son ms de ochenta. El JeruPalem Post que compren el aeropuerto asegura en su primera plana que pocopuede esperarse de la visita de Shultz. El ministro israe-l de Justicia -dice el diario en un recuadro- ha afirmadoen Estados Unidos: Los rabes son mentirosos de naci-miento. En unos das ser el primer ministro ItzhakShamir quien viaje a Washington. Los norteamericanosregalan dos mil quinientos millones de dlares al ao aIsrael a modo de subsidio, y la colonia juda de NuevaYork est preocupada por la imagen internacional delpas. La preocupacin se extiende a Henry Kissinger, pero

    por razones diversas: el New York Times acaba de publi-car un memorndum confidencial en el que el ex secre-tario de Estado aconseja a Julius Berman, ex presidentede las Organizaciones Judas Norteamericanas. Comoprimera medida -dice Kissinger- hay que sacar a la tele-visin, al estilo de Sudfrica. Hay que terminar con los

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    disturbios lo ms rpido posible y en forma enrgica ybrutal.

    Ayer, despus de dos semanas de silencio, Kissinger

    habl para el Washington Post. No desminti el conteni-do del memo, pero expres su indignacin, esas noti-cias no tendran que haber sido filtradas a la prensa.

    Celso estaciona el Ford Fiesta e informa que en el ki-butz no se puede andar en auto, a menos que se trate deuna emergencia. A esta hora todos estn en el comedor.

    Hay saludos amables y algunas preguntas. Antes de

    acomodar el equipaje pasamos por la casa de los chicos.All viven los nios desde los seis meses. Todos juntos,cuidados a la maana por sus maestros y a la nocheseguros por un control electrnico: un micrfono per-manente detecta cuando alguno de los nios llora y acudealguno de los integrantes del kibutz, que se turnan en laguardia.

    Al otro da tendrn escuela -o jardn- por la maana ya la tarde, de cuatro a ocho, estarn con sus padres. Loskibutzim representan el tres por ciento del pas: la uto-pa socialista de montar una economa cooperativa, enla que no circula dinero, en la que se comparten la cul-tura y los bienes. Cada kibutz es una pequea ciudadcon su fbrica, cultivos, lavaderos, comedor, biblioteca

    y escuela secundaria.Ocupar un cuarto que dej un joven que presta ser-

    vicio militar en los territorios.En la cena alguien comenta que a comienzos de los

    sesenta, Jean Paul Sartre visit, el kibutz.-Sabs qu dijo?

    -No.-Tengan cuidado, porque los humanos van a arrui-narlo.

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    Alguien est tirando la puerta abajo. Son las seis ytreinta de la maana y Celso grita del otro lado que pa-sar a las siete para ir a la ciudad. Hace fro, y me

    neurotiza esta tranquilidad.Abro lo que qued de la puerta: la maana es absolu-

    tamente verde. A lo lejos se escucha el ronroneo de untractor. Peleo para despegar Nescaf de una lata y luegointento un brebaje.

    No tengo una radio y, aunque la tuviera, no entende-ra una palabra. Leo Semana, un hebdomadario israel

    que se edita en castellano: El jefe del Comando Centralorden la suspensin por dos meses del servicio activode un soldado que mat a una joven palestina de 25aos en Al Ram, en las afueras de Jerusaln. La mujermuri cuando un grupo de soldados abri fuego contraun grupo de jvenes que apedreaba un vehculo del ejr-cito(...) El soldado habra perdido el control al verse se-parado de sus compaeros en las calles del pueblo, yaque haba corrido en persecucin de uno de los jvenesque se meti en una casa vecina donde la vctima estabatendiendo ropa. Algunas personas presentes afirmaronque logr atrapar al muchacho que haba tirado las pie-dras y que fue durante el forcejeo con la mujer, que in-tervino para que lo dejara marchar, cuando la hiri mor-talmente de un balazo en el pecho(...) Radio Israel anun-ci que como gesto de buena voluntad las autoridadesisraeles le permitirn a los familiares de la vctima, que-darse en el pas, a pesar de que no tienen permiso oficialde residencia en la zona.

    -Pasemos antes por la escola -dice Celso. Es profesor

    de Actualidad, una materia similar a Educacin Cvicao ERSA de los colegios argentinos. Tendr licencia du-rante estas semanas -se la otorg la asamblea del kibutz,pero hay cosas que arreglar.

    Los adolescentes -casi todos nacidos en el kibutz- vi-ven en un campus a metros del colegio. Chicos y chi-

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    cas pueden compartir la habitacin sin problemas, ohasta que descubran los conflictos del matrimonio.

    Ahora todos estn ordenando los cuartos, por los que

    parece haber pasado un ejrcito de ocupacin.Viven el conflicto de los territorios con gran contra-

    diccin: sus amigos de fuera del kibutz son terminan-tes, quieren acabar con los rabes y rpido. Ellos pro-vienen de padres pacifistas y progresistas, pero entran ysalen a diario a la otra sociedad.

    -Este es el nico lugar donde, en la Universidad, los

    alumnos son ms reaccionarios que los profesores -ca-vila Celso con una sonrisa.

    Hablamos con algunos del TZAHAL (Ejrcito de De-fensa de Israel): deben servir durante tres aos y luegosern convocados un mes por ao durante toda la vida,hasta los cincuenta.

    -Nos educaron para ser los mejores -dice uno-, devolverlas tierras ocupadas sera reconocer un error colectivo.

    En el kibutz se discute si se debe permitir que loschicos sean reclutados para los territorios, o si toda lacomunidad debe oponerse. Hace una semana hubo unaasamblea para discutir este punto y todava resuenanlos del conflicto. La mayora sostuvo que se debe ir, paradar el ejemplo. Un pequeo grupo se opuso, asegurandoque este razonamiento era infantil, y fueron acusadosde sudacas.

    Todos los sudamericanos son iguales, grit alguiencon tono acusador, y la discusin cambi de eje y devolumen. Habr otra asamblea esta semana.

    El grupo opositor no se amilan: hace tres das que

    en carteles con la lista de los palestinos asesinados du-rante la revuelta. En el cartel figuran el nombre y laedad y al lado el nombre de un adolescente del kibutz dela misma edad, que podra haber muerto.

    La mujer de Celso cruza por el frente de la secundariacon sus dos hijos de la mano. Va hacia la casa de los

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    chicos. Se integra a la discusin con un gesto de aburri-miento.

    -Algn da van a terminar de reprimir -le digo.

    -Algn da van a terminar de tirar piedras -me dice, yretoma su camino.

    Un aleteo pesado cruza el cielo y se mezcla en la copade los pinos que rodean el colegio. Uno de los adolescen-tes seala hacia arriba, usando la mano como visera:

    -Qu son? -pregunto.-Cigeas.

    Todos miramos al cielo con asombro. Las cigeas sebambolean como si el aire apenas pudiera sostenerlas.Vuelan bajo, y cuando parecen a punto de toparse conel techo de tejas, pegan un salto al cielo y superan elobstculo con facilidad.

    Todos miramos las cigeas. Los adolescentes son-ren y chistan hacia el cielo y vuelven a ser nios.

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    LOS SONIDOS DEL SILENCIO

    La mancha blanca y caf que se aparece en la banquina

    fue un perro. Es el tercer animal muerto que veo en me-nos de diez kilmetros, desde la salida del kibutz.

    -Viste eso?-Qu? -pregunta Celso mientras se tambalea para

    sintonizar la radio.-Ese perro est muerto.-No.

    -Est la ruta llena -exagero.-Hay paro de basureros, debe ser por eso.Celso me hace seas pidiendo silencio. La radio escu-

    pe un informativo. Miro por la ventana hacia la autopis-ta mientras el locutor deletrea frases incomprensibles.

    -Qu dice?-Anoche... par...Me resigno a la espera.-Anoche, en la Universidad, un tipo... un abogado

    palestino dio una charla sobre el conflicto y lo detuvo lapolica a la salida. Hay que ser filhos da puta, no? Lodejan bla, bla, bla que d la conferencia y despus, aden-tro. Y diz tambein que... le van a dar seis meses de arresto

    administrativo, sin juizo.. Un cartel asegura que esta-mos por llegar a Tel Aviv. Nos detiene un semforo en uncruce de rutas, mientras una camioneta toca bocina coninsistencia.

    -Vermelho! -grita Celso y se pierde en una letana deinsultos- hay que ser pelotudo!

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    La camioneta ahora prende las luces delanteras, ha-ciendo un guio. El semforo salta al verde. El vehculose adelanta y el conductor saca la cabeza por la ventani-

    lla para gritar un insulto. No me hace falta hablar he-breo para adivinar que acaba de acordarse de nuestrasfamilias. Celso est turbado.

    -Qu dijo?-Te traduzco todo? Vajan a joder a su pas, filhos da

    puta. Es el cartel. Yo te dije que no pusiramos el cartel.El cartel de Foreing Press (Prensa Extranjera) est en

    el parabrisas derecho y en la luneta del Ford. Es unagran fotocopia en ingls y en rabe, imprescindible paraentrar a los territorios. Manejamos un auto israel -conplaca amarilla, la de los palestinos es azul- Y sin cartelnos convertiramos en un blanco mvil.

    Al final de la autopista, la ciudad que engulle la fila deautomviles con fruicin, es Tel Aviv. Los coches avan-zan con dificultad por los canales de este estmago grisperla con destine al centro.

    -Ruta turstica -advierte Celso con irona y toma undesvo que nos lleva al centro por la costanera.

    En un espacio de diez cuadras se ordenan los hotelesde cien dlares por da.

    Parejas de ancianos norteamericanos recorren elboulevard vencidos ante el verde del Mediterrneo.

    Flccidos y con paso nervioso los ancianos deCleveland o de Queens disparan histricos el botn desu Kodak Pocket, y creen por un momento que la inmor-talidad es posible. Al medioda podrn desplomarse en

    el lobby del Sheraton a rumiar su jugo de tomate y es-cribirn lneas breves pero esperanzadas en las postalesde 0,50.

    -Its nice.-Charlie... avisa la mujer al hombre con cuello de ga-

    llo viejo y vencido.

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    El motivo del llamado podr ser una palmera, un teji-do o simplemente el cielo.

    Charlie mirar con la lentitud de una tortuga, enarcara

    las cejas expresando sorpresa y agradecer luego al Se-or haber comprado un rollo nuevo para la Instamatic.

    -Los chicos deben ver esto -dir Charlie con generosi-dad, seguro de que en la vida siempre llega el momentode la recompensa.

    La guerra no existe en los hoteles. Es a lo sumo unacomplicacin de horarios, un cambio de ruta, un aste-

    risco en el programa. La guerra se evita volviendo tem-prano de Jerusaln, caminando en fila y prestando aten-cin a las rdenes del gua. Gracias a Dios no hay ra-bes en Tel Aviv, en esta ciudad donde doscientos milrabes forman parte del circuito de trabajo.

    No hay rabes en la ciudad que se ve. Estn comolavaplatos detrs de los mostradores, limpian los localescuando las puertas estn cerradas. Algunos cambian sunombre por uno israel, y balbucean el hebreo con difi-cultad: saben que slo as podrn conseguir un trabajode doce horas que les permita cobrar en efectivo al finalde la jornada.

    La avenida Dizengoff, a cuatro cuadras de la costa,bien puede ser la avenida Santa Fe de Buenos Aires o laGran Va madrilea. Vidrieras, fiebre de consumo, auto-mviles en doble fila con esposas ansiosas que volvernen cinco minutos, shoppings, jovencitas que se pavo-nean deseadas como fetiches.

    La gente que camina devorando vidrieras aprendi aquel hebreo, pero le canta a sus hijos canciones de cuna

    en ingls o ruso, y quiz suee en idish. El servicio mili-tar parece haberse convertido en la nica experienciacomn de esta sociedad que se maquilla a la europea.La guerra, entonces, slo aparece en los bares cuandolos adolescentes llegan vestidos de fajina y ordenan suametralladora sobre la mesa. Piden una hamburguesa y

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    revisan el seguro. No hay accidentes. De haberlos, slocon dos UZI destrabadas, que cayeran al suelo por ca-sualidad, podra haber mas de quince muertos. Nunca

    ha ocurrido. Las meseras ondulan por el local, toman elpedido y le dan la espalda a la metralleta, seducidas porla costumbre.

    El cuarenta por ciento de estos jvenes ve con simpa-ta al Gush Emunim (Bloque de la Fe, una organizacinultraderechista y racista); slo un 23% adhiere a ShalomAjshav (Paz Ahora) y un 49% cree -segn una encuesta

    preparada por la Dra. Mina Tzemaj para el Comit JudoNorteamericano- que los rabes mienten cuando hablande lograr una paz genuina. Una cuarta parte de estos

    jvenes ha pensado en irse del pas.Pero ahora, cuando desenvuelven su hamburguesa

    Mac Davis y miran alrededor buscando un premio -pue-den ganar desde una bolsa de papas fritas hasta unamotocicleta- slo piensan que esto es Occidente y queesa nia, la mesera del buzo gris, quiz quiera pasar lanoche con un patriota.

    Raspo mi tarjeta de premio y gano una Mac Davis depollo. Es tonto, pero me alegra; nunca he ganado nadani en una kermesse escolar.

    -Israel es as -asegura Celso- es el pas de las grandesoportunidades.

    Lo insulto y le ofrezco la mitad. Despus caminamoshasta el Ministerio de Defensa. El trmite para acre-ditarse y trabajar en los territorios es relativamente sim-ple. De all a la Oficina de Censura Militar.

    -Pero ah dice Club de la Prensa.

    -Si, es ac.-No puede ser. Debe ser al lado.-Es ac. Los periodistas y la censura funcionan en el

    mismo edificio.No puede negarse el costado prctico. Llegamos reso-

    plando al cuarto piso, y un teniente nos saluda en me-

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    Jorge Lanata

    dio de un bostezo. Murmura ante los formularios, lossella e imparte instrucciones. Pregunta si quiero reco-rrer alguna zona con una patrulla israel. Decimos que

    no, que tal vez, que ms adelante. Es mejor entrar solosa las ciudades rabes.

    -No me quiero sentir un conquistador -dice Celso, quesufri seis meses de prisin militar por haber publicadosu diario de guerra en la Folha de Sao Paulo, mientrascumpla el servicio en Hebrn.

    A esta oficina acuden los editores de todos los diarios.

    La censura funciona por un acuerdo previo, y cualquiernoticia referida a los territorios ocupados debe ser revi-sada antes de su publicacin. En el caso de las fotogra-fas, los reporteros deben copiar contactos antes de supublicacin. En la planta baja del edificio hay un res-taurante, y all los corresponsales extranjeros matan eltiempo jugando a las cartas y contando hazaas. Aqu laguerra es simplemente una aventura individual.

    Al otro lado de la calle est el edificio del MAPAM. Alldebo pasar en limpio una larga lista de entrevistas conpolticos, intelectuales y periodistas.

    En el tercer piso me encuentro con Latif Dori. Dirigela Comisin Arabe del partido.

    Dori ser nuestro contacto con palestinos de los terri-torios. Los rabes guardan confianza y respeto hacia este

    judo iraqu que desde hace aos trabaja a favor de la paz.-No, no tuve sorpresas con la revuelta -asegura-. S

    me sorprendi que hubiera tardado tanto. Los que lle-van la bandera de la revuelta son los jvenes que nacie-

    ron durante la ocupacin, los Shaba. Ellos no tienennada que perder. Slo las cadenas.La historia que detalla Latif mientras insiste en invi-

    tar caramelos de menta, no ha pasado por el tamiz de lacensura. La solidaridad se ha reforzado en los territo-rios: los propietarios dejaron de cobrar los alquileres,

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    La Guerra de las Piedras

    los comerciantes olvidaron las deudas y muchos hom-bres de negocios locales aseguran que la revuelta lesdevolvi el orgullo nacional.

    La guerra de las piedras ya lleva cien muertos, masde tres meses de huelga general y once comunicados dela Comisin Nacional de la Revuelta, que son cumplidosal pie de la letra.

    En este tercer piso del centro de Tel Aviv, la guerracomienza a dibujarse como un espejo roto. Latif aseguraque el conflicto comenz el 9 de diciembre, con un cho-

    que circunstancial entre un camin del ejrcito israel yun automvil que transportaba trabajadores palestinos.Esa fue la gota que se extendi como una mancha deaceite. En las prximas semanas, en Gaza, tratar dereconstruir el comienzo de la guerra de las piedras. Celsose preocupa por la suerte del abogado detenido anocheen la Universidad. Dori devuelve un gesto de resigna-cin y ensaya una respuesta:

    -Se mantienen las mismas leyes del mandato britni-co. Pueden detener sin juicio previo, y lo hacen en canti-dad. En la primera sesin de la Knesset, al fundarse elEstado, Beguin dijo, refirindose a esa legislacin -quel mismo haba sufrido- que se trataba de leyes nazis.

    El resto del dilogo se pierde en consultas prcticas:ser difcil dormir en Gaza, hay un hotel pero nadie pue-de garantizarnos un mnimo de seguridad. Es mejor en-trar por la maana y salir a la media tarde. Salimos dela oficina con una pequea lista de telfonos y una citaretrasada.

    Abraham Allon, funcionario de la Histadrut es quien

    espera en un restaurante de la calle Dizengoff. Lleva folle-tos de la central sindical y habla castellano con fluidez.-Argentino?-Usted tambin?Allon dedica una introduccin de quince minutos a

    detallar los logros de su central sindical, controlada por

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    los laboristas y uno de los holdings empresarios msimportantes del pas. Un par de preguntas respecto delos territorios lo desilusionan:

    -Usted quera hablar con los rabes? Mire, nosotrosno vamos a arrodillarnos ante chicos de trece aos quenos tiren piedras.

    Los dos terminamos el postre con ansiedad y, por l-timo, intercambiamos tarjetas y sonrisas congeladas.

    Miles de bocinas se lamentan por la agona de la tar-

    de. Slo en esta pequea y lujosa ciudad de Tel Aviv eltiempo parece guardar algn sentido: los comercios ce-rrarn a las siete. En miles de kilmetros a la redonda eltiempo es tan slo un accidente menor: los rabes aguar-daron quinientos aos para librarse de los turcos y los

    judos ortodoxos confiaron durante algunos miles queiban a llegar a la tierra prometida. Sin embargo el tiem-po de Tel Aviv responde a las rdenes inmediatas delpavimento y la histeria. National Car Rental ha pegadoen las puertas de los autos de alquiler: If I can, you cantoo. Si yo pude, t puedes.

    Quizs el autor de la campaa desconociera que esta-ba dando en el clavo de una sociedad audiovisual dondetres millones seiscientos mil israeles instantneos, de-bieron sobrevivir a su pasado y construir una nueva iden-tidad en base a dos presiones: la secular y la militar. If Ican, you can too.

    Las diferencias culturales y sociales -el pasado, ensuma- subsiste y configura una divisin que se extiendea la poltica. La aparicin de los judos orientales-sefa-

    rades- como factor de poder hizo eclosin en las eleccio-nes de 1981. Los israeles instantneos del Este (Asia,Africa del Norte y Medio Oriente) comenzaron a imponersu voz sobre los ashquenaces (o judos de origen euro-peo y americano).

    El electorado inclin entonces definitivamente la ba-

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    La Guerra de las Piedras

    lanza hacia la derecha, como culminacin de un proce-so que haba comenzado en 1973 con la inclusin de mi-litares extrapartidarios en la poltica. Este proceso -que

    se inici con la candidatura de Itzjak Rabin, actual mi-nistro de Defensa y comandante en jefe en 1967 duran-te la guerra de anexin de los territorios palestinos; y lade Ariel Sharon, por parte del Likud, actual ministro deIndustria y Comercio, hroe de la campaa de Egiptoen el 73 y responsable directo de la guerra del Lbano ylas matanzas de Sabra y Shatila- ve ahora su poca do-

    rada con las encuestas a favor de la mano dura. Todoslos centros universitarios -a excepcin del de Beer-Sheva-estn dominados por el Likud y por el ultrade-rechistapartido Renacimiento. El Rabino Kahana, partidario deltransfer -operacin que implicara transferir a todos losrabes a Jordania, como hicieron los soviticos con lospolacos, o los nazis con los judos antes de la solucinfinal- ha dejado de ser un marginal.

    Un 45% de la poblacin aprueba la idea, y un setentapor ciento usara un arma atmica si eso terminara deuna buena vez con el conflicto.

    Rabin se ha convertido este mes en el ministro mspopular: un 54 por ciento del pblico apoya a este inte-grante del gabinete que hace una semana asegurara enWashington: Los rabes son mentirosos de nacimiento.

    La noche se ha declarado en Tel Aviv y decenas depunks empiezan a recorrer las calles, sonmbulos comotiburones. Algunos llevan largos bastones blancos en lamano. Son idnticos a los que usan los soldados en losterritorios.

    Condenados a ser espejo, los punks gastan la nocheen algn pub hasta que vuelven a escaparse de la ma-drugada.

    Camino al kibutz tropezamos con otros dos perrosmuertos en la ruta, y vuelvo a preguntar.

    -La gente -dice Celso con cansancio- manejan rpido...

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    -Y?-Y no les ven cruzar.La comida del kibutz es insoportable y esa noche rom-

    pemos una regla de la pequea comunidad de RamotMenash: compramos un par de pizzas y cenamos conCelso y su mujer. A la sobremesa se agrega una hija delkibutz que presta el servicio militar, y un exiliado ar-gent ino .

    Alguien comenta con naturalidad que esa tarde ungrupo de civiles tir una granada de humo dentro de un

    micro con trabajadores rabes. Los dems reciben lanoticia con el rictus de la fatalidad. La chica -vestida deropa de fajina- se molesta cuando le hago preguntas.Despus estalla en un monlogo:

    -Sabs qu es lo que ms me jode? La mirada de losrabes. Cuando entramos a la ciudad, el micro nuestropasa despacio entre filas de rabes que ahora, con elparo general, se sientan en la puerta y ven pasar el tiem-po. Me destrozan esas miradas de odio.

    Accidentalmente surge el tema del Holocausto. Haceunas semanas termin en la ciudad el juicio a JohnDemaniuk, un oficial de las SS. Fue transmitido a todoel pas por televisin cultural. Uno de los testigos -exprisioneros de Demaniuk en el campo de concentracinde Treblinka- se convirti en el shock del juicio.

    Su hija, entre el pblico, nunca le haba escuchadohablar del Holocausto. No saba que su padre haba sidoprisionero. En su declaracin, el testigo le pidi discul-pas pblicas y confes que haba sido usado en el cam-po como homosexual.

    Durante el relato lloraba, y volva al lenguaje de suinfancia.En Ranot Menash pas algo similar. Una mujer ma-

    yor, fundadora del kibutz, recibi hace poco una meda-lla al valor del gobierno polaco. Solo en ese momentosupieron que la mujer haba estado en un campo de con-

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    centracin. Nunca, durante cuarenta anos, haba ha-blado del tema.

    Alguien enciende la televisin. El noticiero de las nue-

    ve da comienzo con una noticia sobre Irlanda. Las c-maras muestran como dos policas mueren en manosde simpatizantes del IRA.

    -Por favor, cambien eso. Es horrible -dice la chica, yrompe en llanto.

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    LA GUERRA Y LA PAZ

    -Adnde quieren ir? -pregunta la mujer de Celso conindignacin.

    -A dar una volta pe las cidades rabes.

    La mujer resopla y decide irse a dormir. El ambientees tenso, y resulta fcil adivinar que la discusin segui-r apenas me vaya, Celso se re divertido y cmplice.

    -Aguarda aqu un memento -dice, y se dirige al dor-mitorio.

    El living es pequeo, y est abarrotado de muebles.Sobre el televisor, una foto de la pareja oficia de testigode cargo. Los dos sonren a la cmara con menos kilos yms sueos.

    Doy vueltas en crculo y alcanzo a ver el interior de lahabitacin en diagonal.

    Celso revuelve un estante repleto de sbanas y ropa

    vieja. Hace equilibrio con un slo pie sobre la cama.-Ac esta -murmura con la mano extendida hacia el

    fondo del armario.Al cerrar la puerta de la habitacin, lleva en la mano

    un recorte envuelto en papel celofn. Lo desdobla y ex-tiende sobre la mesa:

    -Este es o artigo que te dije, el que sali en la Folha deSao Paulo. Por esto me dieron seis meses. Tom, llevalo.

    Lo dice, pero las manos no se deciden a entregarla.Recorre con la vista un texto que habr ledo una y otravez en los ltimos aos, hasta que qued pegoteado ensu memoria. Vuelve a doblarlo en silencio, como si se

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    tratara de un rito y luego salgo camino de mi habitacinen el kibutz.

    En el cuarto de enfrente hay msica y la luz se cuela

    por la ventana como una acusacin. Uno de mis vecinossale maana hacia los territorios. Se llama Shlomo ytiene 19 aos. Alguien me lo present ayer, y cambia-mos un par de palabras en ingls. Masca chicle y tienela mirada como un desafo. Ahora, detrs de la ventana,su grupo llena de alcohol la despedida.

    Se escuchan risas, y pienso que siempre me gust ver

    las fiestas desde afuera.El perro de al lado pasa una mala noche, y a cada risa

    se le agrega un ladrido de protesta.

    Segundo cuaderno. EXTERIOR. Domingo 15 de agostode 1982. Folha de S. Paulo dice la hoja que comienzo aleer sin quitar el celofn Diario de un soldado enCisjordania

    Ariel G., israel, sionista, miembro de Paz Ahora, re-gistr en un diario personal la opresin de la poblacinrabe en los territorios ocupados.

    12 de mayoSon las ocho de la maana y estamos apurados. Moshe

    y yo tenemos que presentarnos a Motti, el dueo delauto, porque teme perder el helicptero y no poder ir alfestival de Bar Kochba. Durante el viaje conversamossobre la situacin en los territorios ocupados y Moshequeda exaltado. Yo me senta mal, pero an crea quefinalmente iba a terminar en el valle del Jordn hacien-

    do guardia de frontera. Al llegar al campamento descu-br que mi destine final era Hebrn. Y desde ese momen-to mi corazn no tuvo sosiego. Estoy en un batalln deveteranos, habituados a servir en los territorios y nadieparece demasiado preocupado. Un da fcil: algn ejer-cicio y, al atardecer, un debate con el gobernador militar

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    de la regin. El asegura que, ahora que estamos en elejrcito, no hay ninguna diferencia entre nosotros, sol-dados, y los colonos.

    No existe ms Gush Emunim o Paz Ahora. Debemoscumplir rdenes, proteger a los habitantes judos y evi-tar conflictos con los rabes. Tirar slo a las piernas, yeso en caso de que se est en peligro vital. Est prohibi-do disparar a voluntad a no ser, claro, contra terroristasdurante un ataque. A mi parecer las rdenes del ejrcitoson morales y justas. Mi curiosidad radica en saber cmo

    podrn mantenerse en la realidad, cuando necesitamoscontener a 340 mil rabes.

    13 de mayoMis dudas tuvieron respuesta a las seis de la maa-

    na, cuando salimos a patrullar una pequea villa llama-da Daaria. A las siete comenz el festival. Unas nias detrece y catorce aos, alumnas de un colegio cercano,tiraron piedras contra un mnibus de judos. Justo enese momento pas la patrulla. Cuando llegu la confu-sin era general. Fue decretado el estado de emergenciaen todo el sitio.

    Es increble cmo tres soldados pueden limpiar unaciudad y cerrar la calle principal en menos de una hora,sin usar violencia. Las personas estaban asustadas yobedecan sin protestar Era una pena ver las verdurastan bonitas y frescas, listas para ser vendidas, de nuevodentro de los cajones, sabiendo que iban a echarse aperder. Toda la aldea estaba en movimiento y el pnicose generalizaba. Todo por esas nias... que locura. Lo

    peor estaba por llegar: sacar a todos los nios de la es-cuela y mandarlos a casa. Para controlar a cien nias deocho a diez aos llegaron unos 30 soldados armadoshasta los dientes.

    La escena me recuerda, de algn modo, imgenes dela Alemania nazi. Comienzo a pensar alguna excusa para

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    dar a mi comandante: no aguanto todo esto. Gracias aDios, todo transcurre en forma pacfica. La ciudad es-taba cerrada, la poblacin acept todo y los soldados procu-

    raron no crear problemas adicionales. Todo sin violencia.

    14 de mayoMedia noche, hora de salir a patrullar. Vamos a hacer

    detenciones nocturnas. No entend lo que eso queradecir. En el campamento de Hebrn hay una prisin conms de cien detenidos. No parecen nada peligrosos. Vi-

    ven casi en libertad y podran fugarse, si quisieran. Unfuncionario del gobierno militar nos informa que sere-mos siete en el auto, con equipo completo y que los pri-sioneros irn acostados en el piso, bajo nuestras botas.

    Le dije que no pensaba llevar a nadie bajo mis pies. Ello entendi Y acept que llevramos otro coche. Llegan-do al lugar -una villa miserable llamada El Aroub-co-mienza el verdadero terror. A las cuatro de la maanagolpeamos en una casa y le pedimos al morador que noslleve donde el muhtar, el responsable de la villa.

    En cualquier otro sitio del pas esto sera ilegal: el ejr-cito no puede detener sin la polica. Es posible sentir elterror en medio de la aldea. La mitad de los habitantesespa por la ventana para saber quienes sern detenidospor provocacin. El muhtar, con lgrimas en los ojos,nos conduce donde viven aquellos que irn presos. Mequedo en el auto. No quiero participar. Traen a dos jve-nes. Las madres lloran, los abuelos se lamentan, la des-esperacin es general. Todo es hecho sin violencia, perocreo que es por mi causa: anoto todo lo que sucede. Uno

    de los dos presos est sin camisa bajo un fro intenso.Anoto el nombre de los prisioneros. Procurbamos untercero pero el muhtar no lo conoce. Son dos primos,miembros de la familia de Ibrahim Juabra. Despus lepasar los nombres a Ruth Gabizn, de la Liga por losDerechos del Hombre.

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    15 de mayoMi Dios, recibimos orden de detener a cualquier nio

    que tire piedras. Todos los soldados de la patrulla se

    rehusan a cumplir esa orden. Hasta el oficial reconocique se trataba de una orden ridcula. Por primera vezdije claramente que no cumplira una orden. Tengo lacerteza que, de ahora en ms, mi situacin va a empeo-rar. Fue decretado el cierre total de Daaria. Todo porculpa de unas nias:.. qu miedo pueden tener los Ge-nerales de ellas?

    16 de mayoPatrullamos dentro de Hebron. Es posible percibir el

    miedo y el odio que provoca nuestra presencia: El pro-blema central son los colonos judos que vuelven aqu.

    Se pasean armados, como los dueos del lugar. Qui-siera ver a estos arrogantes si no estuviera aqu el ejr-

    cito. Entr en Beit Hadassa. El lugar es bonito y los delGush Emunim viven con todas las comodidades -lavarropas, heladera, televisor, calefaccin- La situacinest tranquila y yo, por consecuencia, tambin.

    17 de mayoAcompao a un grupo de jvenes en visita a Hebrn.

    Todo listo para el mayor lavado de cerebro. Fueron aBeit Hadassa, y la tumba de Abraham. All escucharonun discurso de una mujer del Gush Emunim que se con-sideraba una gran herona. Lo absurdo es que la visitaes promovida por el Ministerio de Educacin. Todo estquieto, a costa de algunas ciudades que permanecencerradas. El toque de queda es mantenido con mano de

    hierro por el gobierno militar, Y la poblacin no puedellegar hasta el centro de las ciudades.

    Los funcionarios del gobierno militar son los peores.Son arbitrarios, deshumanos, violentos. Ayer uno de ellosdio una patada en la cabeza de un tractorista que pascon su tractor por el centro de la ciudad.

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    18 de mayoEstuve nuevamente en Daaria y slo ahora percib el

    pavor de los habitantes. Los seis das que toque de que-

    da tuvieron su efecto. Los nios huyen de nosotros.Hay aqu un grupo de soldados que se comporta como

    animales. Una irona: un comerciante israel, al volantede un Volvo blanco, me pregunta porque la ciudad deKhalkhul est cerrada. Est preocupado porque susempleados no llegan al trabajo y esto le perjudica. Cun-to humanismo, no?

    19 de mayoReabren las escuelas en Daaria, pero contina el to-

    que de queda. A la noche vamos a la tumba de Abraham:un grupo del Gush Emunim trat de entrar a una partedel templo prohibida para los no musulmanes.

    20 de mayoLas piedras volaron nuevamente en Daaria.

    21 de mayoLos conscriptos continan prendiendo el fuego y los

    reservistas seguimos apagndolo.Los conscriptos encajan las rdenes por igual: no dis-

    tinguen nios, viejos o mujeres.Los colonos continan con la provocacin.

    22 de mayoDe a poco me voy convirtiendo en el muro de los la-

    mentos de los soldados. Me buscan para contarme que

    estn angustiados. Ellos saben y aprueban mi decisinde escribir un diario y denunciar las arbitrariedades pre-senciadas.

    23 de mayoHoy fui preso.

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    Dejo que el recorte se caiga al lado de la cama y mirola ventana. Son las cinco. Ya no se escucha msica en eldepartamento de enfrente. Hace fro. Al rato, la tos

    asmtica de un escape se estaciona y se escucha unllamado.

    - Shlomo!Despus, un bocinazo. Dos voces jvenes cambian un

    saludo. Se escucha una risa, mientras el escape del au-tomvil regula con dificultad. Cinco y diez. Mi vecinocree que marcha a la guerra. Me pregunto si sentir odio,

    o si se trata solamente de una aventura.Ya no escucho el traqueteo del coche, pero se que ahora

    estarn llegando a la autopista, que mi vecino tiene elsueo pegado a los ojos, que quiz encienda un cigarri-llo y se sienta un hombre. Me engao pensando que sialguien, ahora, lo sacudiera preguntndole si sabe loque hace, mi vecino no tendra respuestas.

    Esta tarde comenzar su guerra de jvenes contranios.

    Tengo fro. La maana es cruel y celeste. En un parde horas Celso derribar la puerta. Este medioda ire-mos a Gaza.

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    EL VENDEDOR DE NARANJAS

    El hombre que maneja la niveladora de terreno, mirael bandern azul con ansiedad. Tiene las manos al vo-lante, y un cigarrillo apagado en la boca. El sol brilla con

    desenfado y entonces el hombre se seca una gota que lebaila en la frente, y vuelve a mirar al bandern. Ahoraest a quinientos metros. Hace seis meses que, junto auna cuadrilla, el hombre trabaja para ensanchar la rutaa Gaza.

    Ha visto pasar camiones de soldados, mviles de latelevisin, micros con colonos.

    Sin embargo, todas las maanas desde las cinco, conla exactitud del destino, el hombre se sube a su nivela-dora de terreno, espera que la cuadrilla baldee la ban-quina de pavimento caliente y luego descuenta los me-tros hasta el bandern.

    A veces lleva consigo una pequea radio japonesa quehace equilibrio cerca de la caja de cambios. Hoy el hom-

    bre escuch que suman mas de dos mil los detenidos.Se han expulsado a diecisiete personas, y se han des-

    truido y bloqueado trescientas casas.-En comparacin a las veinte por ao de la ltima

    dcada.El hombre escucha al locutor y cae en la cuenta de

    que est escuchando La Voz de la Paz. Entonces cambia

    la estacin y prende el cigarrillo, que le lleva a la bocaun gusto a pasto seco. Slo cuando vuelve la vista albandern azul recompone su sonrisa.

    A la maana, mientras desayuna con la cuadrilla alcostado de las obras, ve pasar los taxmetros de Gazarepletos de palestinos que viajan hasta Tel Aviv.

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    Jorge Lanata

    Hace ya ms de un mes que el ejrcito ha cerrado eltrnsito a los mnibus locales. Los taxistas adhieren ala huelga de los territorios, pero llevan a los trabajado-

    res como contribucin. Se apian de a ocho en cadaautomvil. Todos tienen permiso del gobierno militar parasalir a trabajar, de otro modo no podran hacerlo. Peroson tan slo unos miles, contra los ciento cuarenta milque trabajaban antes de la revuelta. A las siete, los cho-feres los aguardan en las afueras de la capital y retor-nan a Gaza, la ciudad ms superpoblada de la regin.

    Desde 1967, a pocos kilmetros del bandern azul, se haexpulsado de sus tierras a 650 mil rabes para permitirla instalacin de 2.700 israeles en los asentamientos.

    Camino a la Franja de Gaza, puede verse a los colo-nos prisioneros de su propia trampa. Casas de cons-truccin slida rodeadas de alambre de pas, vecinasdel destacamento militar.

    El hombre de la niveladora es uno de esos colonos.Cada maana emprende su conquista machacando breacaliente sobre esta ruta que conduce al infierno.

    El auto se zambulle en una estacin de servicio a doskilmetros del puesto militar.

    Este lugar es el lmite. Hay que llenar el tanque y tele-fonear a los lugares necesarios. Veinte cuadras ms ade-lante no habr nafta ni comunicacin. La maniobra decerco sobre Gaza se va cerrando hace semanas, en laciudad no se despacha combustible y las lneas telefni-cas estn bloqueadas. Al lado de la estacin hay un pe-queo autoservicio. El ambiente que se vive dentro essimilar al de un da de campo. Algunos jvenes de fajina,

    familias, nios que vuelcan una y otra vez su vaso deCoca-Cola sobre la mesa..-Los periodistas ya se fueron -informa en ingls la

    cajera- ahora van todos juntos y temprano, desde quepas aquello con los alemanes, a la tarde va a salir otratanda.

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    La Guerra de las Piedras

    Hace diez das, dos corresponsales de la TV alemanafueron apedreados en el centro de Gaza. El Volvo que lostransportaba qued hecho pedazos. Ya casi no hay re-

    porteros en los territorios; a mediados de marzo la noti-cia de la revuelta se ha ido diluyendo hacia las pginasde clasificados y avisos de remates. Slo insisten la NBC

    y la CBS -dos cadenas de televisin norteamericana- yalgunos cronistas de la prensa francesa y espaola.

    Desde que salimos del kibutz, Celso monologa tratan-do de convencerse:

    -Por qu no ir, eh? Por qu tenemos que tener mie-do, eh? Si no vamos a atacar a nadie, no? Yo acreditoque tenemos que entrar.

    La mujer nos escucha discutir refugiada detrs de lacalculadora. Creo que no entiende castellano, y menosel curioso portuol que ambos ensayamos. Slo agregacuando salimos del local:

    -Si todos los das matamos cuatro o cinco rabes, den-tro de poco vamos a terminar con el problema. Pongaeso en su diario. Ponga que no se puede vivir ac sintomar posicin.

    El soldado ve el cartel de prensa y hace seas paraque sigamos. Un campamento militar se levanta a la izquier-da de la ruta, o mejor se hunde, bajo terraplenes de dosmetros que slo dejan ver los techos de algunas carpas.

    La entrada a la ciudad est colmada de silencio. Raci-mos de chicos juegan en las veredas de tierra, en estaciudad donde el setenta por ciento tiene menos de dieci-siete aos.

    Algunas mujeres lavan la ropa en las terrazas. Aqu

    tambin, como en la mayora de las aldeas rabes, lascasas son verdes o celestes. Es su color de suerte.Celso maneja como si atravesara una cristalera. A

    las pocas cuadras nos hemos convertido en el espect-culo de la entrada a la ciudad. Nadie nos saca la vista deencima.

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    Un grupo de nios corre detrs del auto, hasta que unose acerca a mi ventanilla y pone los dedos en V. Hago lomismo y el chico sonre y corre a contarlo a sus amigos.

    Doy un largo soplido y pienso que el idioma es unabarrera menor. Sin embargo, por razones explicables oinexplicables, tengo miedo.

    Un camin del ACNUR (Comit de la ONU para Refu-giados, los nicos, fuera de los periodistas, que perma-necen en la ciudad junto a los rabes) se nos adelanta yle preguntamos el camino al centro. Nos advierten que

    no vayamos por las calles laterales. Dejamos el auto enla calle principal, un boulevard que llega hasta el mar, ycaminamos hasta la plaza.

    Toda la ciudad escucha una sola radio, cada casa seha convertido en un pequeo eco. La radio se llama Vozde Jerusaln para la liberacin de la tierra y del hom-bre. Hace una semana cambi de frecuencia: de 630kilohertz a 702, perseguida por las interferencias. Haceuna semana, toda la ciudad barri el dial para volver aencontrarla.

    La radio da instrucciones sobre la revuelta. Hoy loscomercios abrieron de ocho a once. En pocos minutoscomenzar su seccin ms popular: la de los mensajespersonales. Aldeas olvidadas, barrios de Jerusaln yCisjordania pasan sus noticias cotidianas a travs delos llamados a la radio.

    Hussein Wahidi, nuestro contacto en Gaza, sali tem-prano hacia Jerusaln.

    Volver a la noche, antes del toque de queda. Su mu-jer nos invita un caf espeso y lleno de borra. La conver-

    sacin se quiebra cuando pregunto por el Jihad.-Ahora... -dice la mujer apartando la taza estamostodos juntos, cruzando el mismo ro.

    S que Wahidi es un hombre cercano a la OLP, y queel Jihad islmico est a kilmetros de su posicin. Sinembargo, el remolino de la revuelta ha forzado a todos a

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    subir al mismo barco. La fuerza de los fundamentalistas-vinculados al ultraderechista Gyatoilah Jomeini, de Irn-ha crecido desmesuradamente en Gaza, al amparo del

    aislamiento y la pobreza. En 1978, el gobierno militarisrael favoreci la instalacin del Colegio islmico, comoparte de una estrategia de doble filo: si aumentaba lainfluencia de los fanticos religiosos, disminuira la dela OLP. Ahora el Colegio tiene 4.600 alumnos y se haconvertido en el centro de la clera de Al.

    Hace diez aos, haba en Gaza setenta mezquitas, aho-

    ra hay ciento ochenta. Las tiendas que venden licor ocassettes con msica moderna son invadidas por los j-venes militantes del Jihad, y tambin las fiestas de ca-samiento al estilo occidental. Los grupos de mani-festantes irrumpen entonando cnticos religiosos y obli-gan a los novios a suspender el festejo.

    Desde el 9 de diciembre, da de comienzo de la guerrade las piedras, fuerzas contradictorias entre los palestinosluchan por su espacio de poder. Los treinta das queantecedieron a la formacin del Comit Unificado de laRevuelta, desbordaron cualquier control sectorial. Na-die manej durante el primer mes el estallido de los te-rritorios. Despus los cuatro sectores en pugna (pro

    jordanos, en general las autoridades administrativas,golpistas moderados y ultras, y fundamentalistas), co-incidieron en un rumbo comn: huelga general sin usode armas.

    La mujer vuelve del escritorio con un volante, que leeen voz alta:

    Toma las armas y golpea al enemigo sionista. No im-

    porta cmo y cundo mueras. Lo importante es la causapor la que sacrificas tu vida. Ahora es el momento deliberar a nuestra tierra.

    Hace tres das el Jihad tir este volante en la ciudad.Hussein pas la noche sin dormir.

    Daba vueltas y vueltas en la cama, estaba indignado.

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    Hemos insistido en todas las reuniones del Comit en elerror poltico que significa usar la violencia armada enlos territorios. Pero hay tierra frtil para eso. En la lti-

    ma reunin me dijeron... saben qu me dijeron? Cuan-do el enemigo golpea y mata a nuestras mujeres, no hacediferencias.

    Ya es medioda, y el sol es una inmensa moneda dora-da. En el patio de Wahidi escucho por primera vez unmoazn. No haba visto los altoparlantes en la ciudad,pero sin duda estn y ahora suenan todos a la vez. Al-

    guien pega un grito descarnado y musical. Parece unlargo lamento:

    -Al acwa -me dicen que dice-Al es el ms grandeEl lamento se extiende en una oracin. Las mezquitas

    convocan al rezo. Este grito que se enhebra en todas lascalles de Gaza tiene la antigedad de una piedra.

    -Al es el ms grande -dice la letana.Hombres y mujeres salen de sus casas a rezar.Hay un jeep del ejrcito en el boulevard. Uno de los

    soldados juega con el seguro de su metralleta. Lo destrabauna y otra vez. Quiz quiera perderle miedo a la muerte.Otro limpia con cuidado el borde de sus lentes. El con-ductor se reclina con la espalda pegada al asiento, y estnervioso.

    Al pasar los saludamos, y los tres nos responden acoro. Ahora miran el desfile callejero: decenas de rabesarrastran los pies por el boulevard a la salida de la mez-quita. En una casa vecina vuelve a encenderse la radio.El chofer enciende la del jeep y busca una sintona: se

    detiene en un tema de los Rolling Stones.El otro soldado ya no juega con el seguro. Lo ha quita-do. Un chico de cinco o seis aos pasa dando un grito ypega tres manotazos en el jeep. Despus se pierde enuna esquina cercana. El otro soldado se calza los lentes,

    y mira el reloj.

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    Una ventana se abre en un primer piso cercano.-Vamos a tirarlos al mar! -grita en hebreo.Otro nio rasca un manotn de tierra con la mano y

    lo incrusta en el parabrisas.El soldado de lentes toma al chico de la camisa y lo

    arrastra hacia el coche.Una mujer interviene. Comienza una discusin a la

    que se suman otras mujeres y algunos jvenes. El nioya tiene las manos contra el capot, mientras, lo palpande armas mecnicamente.

    Alguien tira la primera piedra. A la primera le sucedeotra, y otra, y otra ms.

    El chofer pide auxilio por la radio del auto, y en se-gundos aparece un camin con ms de veinte soldados.A esa altura el revuelo es general.

    Mujeres y soldados se disputan a los detenidos. Elgrupo se transforma en un gran nudo. Una rfaga deametralladora lo desata.

    Los gritos se multiplican, y algunas mujeres se apar-tan hasta la vereda. Hay por lo menos tres heridos. Par-te de la patrulla sube al jeep a perseguir a tres jvenesque corren por una calle lateral. Otros apalean a los de-tenidos hasta que los suben al camin.

    El soldado de lentes camina tenso hacia el cordn delboulevard. Un chico de unos quince aos yace de espal-das, con la camisa fuera del pantaln. El soldado pegaun grito y le ordena que se levante. La cara del chico si-gue contra la zanja. Un nuevo grito. Despus acerca elcao de la UZI y presiona sobre la espalda. Un grito ms.Entonces mueve el cuerpo con el pie. El chico est muerto.

    El camin ya volvi por ms detenidos. Tres soldadosse acercan a la fila de diez rabes que apoya las manossobre la persiana de un comercio cerrado. En media horaestarn en Ansar 2 o en la Base de Investigaciones Fara.Una mujer se acerca llorando y pide por su hijo. Pocosminutos despus la calle estar desierta.

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    Esta maana no estaba el vendedor de naranjas. Supuesto en el mercado era simplemente un hueco, y en-tonces Mohammed Al Ayad sinti que un escalofro le

    recorra la columna como una araa. El vendedor denaranjas siempre estaba.

    Mohammed miro en torno del mercado, atestado demujeres cargadas con bolsas, y despus recorri los pues-tos uno por uno. Una parte del engranaje haba fallado.

    Una vez por semana repitiendo un paso de comedia,Mohammed Al Ayad se acercaba al vendedor de naran-

    jas y cambiaban un dilogo circunstancial. A veces to-maba una naranja redonda y brillosa como un deseo, yla pesaba rebotndola en la mano. El vendedor casi nun-ca lo miraba. Diriga los ojos pequeos hacia el piso ylos costados, hablaba en voz demasiado alta, como siadivinara que lo estaban escuchando. Muhammed en-cargaba un kilo y preguntaba por ensima vez si las na-ranjas provenan de Jaffa.

    Despus dejaba un papel en la mano del vendedor ycaminaba hasta su casa, en las afueras de Gaza, tra-gando el polvo seco del medioda. Pero esta maana elvendedor no estaba. Mohammed mir el reloj de la in-tendencia. En una hora todo el pueblo volvera al parogeneral. As lo haba anunciado la radio de la OLP desdeBagdad, en sus transmisiones desde la maana. Eligiel camino mas largo para volver a su casa, y a las pocascuadras sinti deseos de volver al mercado: quiz el ven-dedor hubiera aparecido.

    En ese momento se palp el bolsillo del pantaln, y sedetuvo dando un largo respiro.

    Su mano tocaba un papel doblado en cuatro que semezclaba con unos pocos billetes y algunas monedas.El papel indicaba cinco nombres. Los cinco nombres que,por semana, deba proporcionar al vendedor de naran-

    jas. Arranc el papel del bolsillo y se lo llev a la boca.Comenz a masticarlo con lentitud. Sinti cmo la tinta

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    se le pegaba a la lengua, se mezclaba en su saliva y lle-gaba a la garganta agria y reseca. El papel navegaba ca-mino al estmago cuando Mohammed cay en cuenta de

    que estaba paralizado contra una pared. Mir alrededor:nadie lo haba visto. Despus encendi un cigarrillo.

    Todo aquello le pareca un mal sueo. Muchas no-ches haba pensado en distintos finales para ese juego.Nunca, sin embargo, haba imaginado que el vendedorde naranjas poda desaparecer. Quiz no era una malaseal. Mohammed Al Ayad mir el sol hasta que tuvo

    que cerrar los ojos, y en ese memento se sinti libre.Una voz, de repente, comenz a golpearle la memoria.Cada vez que esa voz lo asaltaba poda recordar las pau-sas, las palabras exactas, los silencios.

    -Nadie te dice que est mal que seas... nacionalista.Al contrario. (En ese momento la voz se sonrea) noso-tros tambin lo somos. Slo tenemos problemas con elterrorismo. (En ese momento haba un largo silencio enel que la voz tamborileaba los dedos sobre la mesa) Ne-cesitamos gente que... coopere. Otro cigarrillo?

    La voz desencadenaba una avalancha de recuerdos.Al Ayad record entonces cada centmetro de su celdaen Ansar. El sol barriendo lentamente el piso por lasmaanas, y la humedad mortal de la noche. Fue al ter-cer da cuando lo visitaron dos agentes de Shin Beth, elservicio de seguridad israel. La primera vez lo descon-centraron: los dos agentes le juraron que confiaban ensu inocencia. La segunda vez la voz habl. Durante unasemana las visitas se espaciaron, y Muhammed Al Ayadsupo que haba llegado su lmite. Sera solo por seis

    meses.No, ellos se comunicaran con l. No, no conocera elnombre de su contacto.

    Seria un vendedor de naranjas del mercado. Todaslas semanas deba entregarle cinco nombres. Gente vin-culada con la OLP, parientes, amigos, estudiantes,

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    Mohammed Al Ayad escuchaba, e hizo una cuenta: a losseis meses habra denunciado a trescientas personas.No, no hacan falta los nombres exactos.

    Alguna referencia, la direccin aproximada, algn datofamiliar. Ellos haran el resto. Otro cigarrillo? La opera-cin se llamaba Sombrero con pjaros. Eso era todo loque tenia que saber. Si, no era el nico. Ya haba mu-chos como l. Los primeros cinco fueron de su barrio.Despus intuy que no poda encerrarse en una mismazona. La primera vez escucho el camin del ejercito

    derrapando en una esquina, algunos gritos, una puertaque se quebraba tras una patada. El estmago le salto ala boca y corri al bao a vomitar. Despus se mir alespejo, con los ojos enrojecidos y una sonrisa: estabavivo. El resto fue fcil: recorra la ciudad a pie y trababaconversacin con los vecinos. Los lunes llegaba al mer-cado por su provisin de naranjas de Jaffa.

    A la tercer semana encontr una metralleta detrs desu puerta. Era obvio que el Shin Beth la haba dejado.Pens que quiz las cosas se complicaran un poco.

    Desarm la UZI pieza por pieza: necesitaba conocerlay mitigar su miedo. Dio vueltas en crculo en su habita-cin, observando cada detalle. Todo estaba en su lugar.Cmo habran entrado? Mohamed Al Ayad se lamenten silencio por la falta de seguridad. Pero quin, enestos tiempos, estaba seguro? Despus ocult el armabajo la cama y confeccion la lista siguiente. Ahora, mien-tras marchaba hacia su casa, el recuerdo del arma letranquiliz los pasos. Su barrio estaba extraamentedesierto. Slo un par de chicos en bicicleta cruzaban la

    calle en diagonal. Se desplom en su cama como unamarioneta y mantuvo la vista fija en el techo durante unlargo rato. Su mano derecha rascaba el piso para acari-ciar el cao de la UZI.

    El vendedor de naranjas haba fallado.El reloj indicaba el medioda del 26 de marzo, cuando

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    Mohammed Al Ayad escuch una piedra que rebotabacontra su ventana. El ruido le sacudi la pierna, y des-pus levant la cabeza tratando de adivinar lo que pasa-

    ba. Una nueva piedra rompi el cristal de la cocina, yentonces el hombre se incorporo y camin con sigilo haciala ventana, con el cuerpo doblado y el arma en la mano.Dio un profundo respire y abri. Un grupo de cuarenta,cincuenta personas o quiz mil, gritaba desde la vereda,lanzando piedras. El grupo era slo una mancha multi-color que no alcanzaba a distinguir cuando advirti que

    la puerta ceda a su espalda. El piso de madera se la-mentaba en un crujido, y toda la habitacin temblabacomo si fuera a caer. Un pie atraves la puerta con se-quedad y entonces Mohammed Al Ayad dispar una r-faga, a la que precedi un silencio. El corazn iba a sal-tarle del pecho en un segundo ms. Decenas de brazos

    jvenes lo desarmaron y fueron empujndolo hacia laplanta baja. Una mujer le tir del pelo hasta arrancarleun mechn. Gritaba un nombre que Mohammed Al Ayadno poda comprender. Entre la confusin, vio un niomuerto al pie de la escalera, y entonces supo que esenio estaba detrs de su puerta. Un grupo vaci alcohol

    y ramas dentro de la habitacin, que comenz a arder.Mohammed Al Ayad sinti entonces que su cuerpo erade trapo, y que la multitud le arrancaba jirones. Lo arras-traron hacia una esquina en la que se recortaban dospostes de luz. Un sacudn lo subi hasta el poste en elque ondeaba la bandera palestina. Cuando la cuerda lerode el cuello ya no escuchaba los gritos. Slo pudogirar su cabeza a la derecha y ver el cuerpo inerte del

    vendedor de naranjas.Despus, muri.Ese da, el lunes 21 de marzo de 1988 el ejercito re-

    cin entr a Gaza por la noche.

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    Son las ocho de la noche y Gaza es ahora tierra denadie. En un rato los jeeps del ejercito comenzarn aturnarse para recorrer una y otra vez, como sonmbu-

    los, la extensin del boulevard. Quiz el ejrcito allanealgunas casas antes de la madrugada pero todava lanoche es una tregua confusa. Hussein Wahidi no havuelto, tal vez pase la noche en Jerusaln.

    Las casas de las afueras son las ms verdes bajo laluna llena. Al costado de la ruta, el regimiento de infan-tera protegida por el terrapln parece un enorme crter

    iluminado.Por la maana un soldado me explic orgulloso el sen-

    tido de esta pared de tierra de dos metros.-Es para evitar los coches-bomba -me dijo.-Ya nos pas en el Lbano -agreg.De seguro a esta hora el soldado engulle su cena con

    fruicin.A esta hora el odio parece clausurado. La muerte, sin

    embargo, salta en esta tierra con la destreza de un gato:un seguro mal puesto, un grupo de colonos dispuesto aprovocar, una y mil piedras, un grito, y esta paz sersolamente un entreacto.

    Celso recorre en silencio el camino de vuelta a Tel Aviv.Hemos hablado durante todo el da hasta por los codos:entre nosotros, con otros, por separado. Tal vez sea me-

    jor callarse. Parece tener la vista pegada al camino. Uncamin nos encandila y rompe el encanto trgico de estesilencio. Entonces Celso dice, sin mirarme, a s mismo,a nadie:

    -Cmo se puede convivir con esto?

    Abro la ventanilla y dejo fue el viento de la noche mepegue en la cara.

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    BLANCO SOBRE NEGRO

    El hombre que me invita caf fue tapa del New Yorktimes. Se llama Mark Cuefen y es el director del Al-Hamishmmar, el peridico del MAPM. Cuando se retira-ban las tropas israeles del Sina, este hombre lleg en

    un micro hasta los puestos de control y desafi la cen-sura militar.

    -Este alambre es el lmite de la libertad de prensa -dijo el hombre sealando un fardo de pas que le impe-da la entrada.

    Ese da su foto dio la vuelta al mundo. Al otro da unagran mancha blanca cruzaba las pginas del Al-Hamishmmar, las radios israeles interrumpieron sutransmisin y la TV oscureci la pantalla por varios mi-nutos. Horas ms tarde el ejrcito abra la frontera. Hoyrelata una estadstica con dejo de tristeza: el 52 % de lapoblacin se relaciona con hostilidad o sospecha haciala prensa, ya que nunca informa sobre hechos positi-

    vos. La prdica del Likud y sectores del laborismo con-tra la prensa ha cado en suelo frtil. Como en 1982Ariel Sharn -entonces ministro de Defensa- puede lla-mar veneno a los editores sin que nadie se sorprenda yentre cabeceos de aprobacin. Los psiclogos aseguranque el fenmeno tiene su lugar en el diccionario: se lla-ma disonancia cognitiva, el individuo se niega a aceptar

    lo que ve.Tambin los psiclogos parecen preocuparle a la cen-sura militar. Hace unos das el peridico de Guefen pu-blic un informe reservado del ejrcito israel, informan-do sobre una cuenta regresiva: segn los psiquiatrasmilitares, el lmite para permanecer en los territorios es

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    de treinta y cinco das; luego comienzan a observarse enlos soldados problemas psiquitricos y explosionesdescontroladas.

    El informe debi pasar por las tachaduras de la cen-sura militar y por los blancos de Guefen. Se public enla pgina cinco del peridico con frases interrumpidas yrenglones en blanco: El ttulo era Balance del ejrcito ydel alma.

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    PESQUISA DEL GRUPO

    DE PSICOLOGOS DEL EJERCITO

    LOGRADA ENTRE SOLDADOS Y CO-

    MANDANTES DE LOS TERRITORIOS

    La encuesta fue encomendada por los comandantesregionales (Sur y Central). Se presentaron preguntasgrupales y personales. Los comandantes haban antici-pado que el servicio en los territorios enferma al ejrcito.

    Segn los psiclogos por motivos poco claros resolviel ejrcito no aceptar todos los resultados. Los psiclo-

    gos llegaron a las compaas en el frente en el tiempo enque se enfrentaban situaciones nuevas y difciles: pie-dras, ccteles, molotov y manifestaciones violentas, juntoa una discusin p+blica en los medios masivos y polti-cos-sociales. No hay dudas sobre el hecho de que estoinfluenci el sentimiento de los soldados y los coman-dantes, y los dividi entre el uso de la fuerza y el respeto

    por los derechos humanos. Los psiclogos, en su mayorparte reservistas, encontraron una situacin de violen-cia que no haban imaginado la utilizacin de fuerza, yla represin sobre los presos hasta quebrar sus huesos.Se golpearon transentes no relacionados, nios, muje-res y ancianos. Debe comprenderse que la poltica utili-zada fue entendida por los soldados y comandantes como

    necesaria para detener los disturbios.El objetivo era mantener abiertas las calles principa-

    les y normalizar la vida en los territorios. Es importanteverificar como se desenvuelve la situacin psicolgicaen estas compaas del ejrcito, con la seguridad de quela gran mayora de soldados y comandantes acuerdan

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    en que slo la fuerza decisoria del ejrcito podr devol-ver la tranquilidad a los territorios. Esta poltica es acep-tada por comandantes de distintas posiciones y gradua-

    cin como la nica aceptable. Se lleg a la conclusin,que a pesar del sentimiento de fuerza no hay pruebas deesa fuerza en la realidad tiene que ver con la forma decomprender el conflicto por parte de los soldados, lo quedebe significar una alarma en la visin de los coman-dantes.

    La confianza de los soldados en sus superiores no ha

    bajado durante la revuelta el precio que puede pagar elejercito por participar contra una poblacin civil.

    Este modo de pensar fue tomado de los entrenamien-tos y del tiempo de enfrentamiento en la frontera, y de laorden de no disparar.

    Se observaron tambin distintas formas de comporta-miento en los soldados durante la actividad diurna. Haydudas expresas sobre si este comportamiento no sertrasladado luego a la vida civil de los soldados. Otra di-ficultad se presenta en la falta de motivacin hallada enlos soldados de la reserva para servir en los territoriosluego de utilizar una fuerza que aparece ante el soldadocomo excesiva o contraria a su visin del mundo y a sueducacin. El problema es mayor cuando se trata de loscomandantes, que adems de tener que impartir esasrdenes, deben exigir su cumplimiento.

    En relacin al comportamiento de los soldados en losterritorios los psiclogos no encuentran definiciones con-cretas que globalicen la situacin; en la mayora de loscasos los soldados observan un comportamiento razo-

    nable sobre la poblacin local, pero temen lo que puedasuceder en el futuro. Los soldados que se exceden en eluso de la fuerza no han sido en general preparados parapresiones de este tipo. Un soldado que desconfa de susamigos y comandantes, y se siente a gusto en esta si-tuacin, es tomado en el grupo como un estorbo, por eso

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    preparan ahora los soldados con anterioridad a su tras-lado a los territorios.

    Los oficiales de menor graduacin se sienten ahora

    apoyados por sus superiores los soldados sienten queson acusados de excesos por una parte de la poblacin,

    y de blandura por la otra parte; esto provoca que se sien-tan incomprendidos los psiclogos y los comandantes elproceso de radicalizacin en lo que significa odio haciael rabe.

    Esta radicalizacin se observa fundamentalmente en

    los soldados ms jvenes y despolitizados, la juventudse derechiza, el conflicto entre el ejrcito y la poblacines destructivo en todas las formas. Los psiclogos ase-guran que entre los comandantes hay una sensacin deinseguridad, y cada uno debe encontrarse a s mismo enese marco de inestabilidad y de necesaria seguridad delas rdenes.

    De hecho, en lo cotidiano se duda constantemente: siusar la fuerza contra las mujeres, cundo sacar a la gentede sus casas, si invadir los campamentos, cmo contro-lar a los soldados para evitar los excesos. Los soldadoscreen que el ejrcito tiene la fuerza para resolver cual-quier problema, pero los comandantes tienen una ideapoltica ms amplia. La gran mayora de los oficiales creeque la solucin es poltica y no militar. Concretamente,exigen encontrar una nueva poltica para los territorios.

    La poltica de garrotes acarrear en el futuro proble-mas para los soldados y los comandantes con la polticadel garrote para los habitantes de los territorios y parala imagen internacional del ejrcito es mucho peor Ven-

    cer, retirarse o mantener la posicin son conceptosinexistentes en la ocupacin prolongada y bajo conflic-to, y los soldados deben recrearlos para resguardar suego y lograr un balance ante el ejrcito descontrolado dela fuerza. El ejrcito debe encontrar respuestas para estanueva situacin y los problemas psicolgicos que aca-

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    rrea. Debe reencauzarse la verticalidad y la comunica-cin en la cadena de mandos. El ejrcito y los responsa-bles polticos deben atender el estudio y las propuestas

    del grupo, los comandantes deben ser ms receptivospara comprender que muchos soldados no estn capa-citados para enfrentar esta situacin y deben retirarlosdel frente para que su contacto con otros soldados nogeneralice el conflicto.

    Sera interesante observar una nueva pesquisa en losprximos das.

    Doa Mara del Carmen Lpez, mi abuela, lleg alpuerto de Buenos Aires a principios del siglo a bordo deun barco de inmigrantes. Tena trece, o catorce aos, yla juventud le quemaba en el cuerpo. Traa consigo al-gunas direcciones de parientes, una valija modesta, uncuadro de Alfonso XIII -rey de Espaa- y un libro Guade la juventud, editado en Madrid pocos aos antes, en1886. Traa tambin dos inmensos ojos verdes que seemocionaban con facilidad. Doa Carmen no saba leerni escribir, apenas dibujaba su firma con trabajo. Sinembargo, aquel libro la acompa durante ochenta aosen su casa de Sarand. Quiz fuera un regalo apresura-do, antes de la partida. Quiz se lo leyeran. Cuando des-cubr aquel libro revolviendo armarios, ya era tarde parapreguntarle. El tiempo haba mascado, amarillento, losbordes de aquel libro donde el padre Toms Pndola conaprobacin de la autoridad eclesistica, aconsejaba alos jvenes sobre la vida religiosa.

    Al salir el joven de la escuela y entrar en la sociedad

    moderna, se encuentra con un enemigo para combatir -aseguraba el padre Pndola- ese enemigo es el raciona-lismo, que intentar sumergirlo en la duda.

    Le por completo aquel libro en una larga noche de1975, sometido a la sonrisa y a la incredulidad. La edi-cin finalizaba con una lista de Mximas importantes,

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    que debe tener en cuenta el joven para evitar muchosmales. Una de ellas qued impregnada en mi memoria:Aljate del amor y de las novelas: han conducido a mu-

    chos al suicidio. Vive, pues, amado mo -finalizaba lacuriosa lista- con temor de Dios, y sers dichoso en tumuerte, dichoso en la eternidad.

    Imagin aquella noche en el mar, las semanas quetranscurran lentas en aquel barco, y el rostro de miabuela mirando a la nada, escuchando de boca de algu-na compaera aquellos consejos sobre Dios.

    Aquel libro y la voz de un cura de Avellaneda, fueronmis nicos contactos con la religin.

    La voz que deca detrs del enrejado del confesiona-rio:

    -Hijo mo, haz cruzado la calle solo?-Si padre.-Cada vez que cruzas la calle sin permiso, el Seor

    recibe un latigazo en la espalda por tu culpa.Yo tena ocho aos y un traje blanco que aguardaba

    mi primera comunin.Estos dos recuerdos me saltan encima cuando el Ford

    gira veloz por un camino de montaa y aparece esa ciu-dad en medio de una inmensa olla dorada.

    -Jerusaln -anuncia Celso, parodiando a un gua deturismo.

    Dicen que en aquella ciudad, ah abajo, se guarda elsecreto de la vida y de la muerte.

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    UN PAJARO NEGRO

    Hay que decirlo enseguida. Jerusaln se ha converti-do en el sitio ms apropiado para perder la fe en Dios yen los hombres.

    Jerusaln es una conciencia. Dentro de ella an per-manece envasada la locura de la inmortalidad.

    MANUEL VICENT

    Dios tiene tres propietarios. Los judos han proclama-do aqu el centro espiritual de su pueblo, desde que elrey David nombrara a Jerusaln capital de la Tierra deIsrael, en el ao 1.000 antes de Cristo. Para los catlicosste es el sitio de la crucifixin y sepultura de Jess.Para los rabes, sta es la tercera ciudad santa y el lu-gar desde donde el profeta Mahoma ascendi al cielo.

    En esta ciudad no existen dudas, y Descartes hubierasido echado a la estufa antes de hacer sus preguntasmolestas. Cuatrocientos veintiocho mil personas se le-vantan aqu, cada maana, convencidas de que se en-cuentran en lo cierto.

    Desde el pequeo barrio de Mea Shearim, algunosmiles de judos ortodoxos dictan las pautas de vida paratodo el Estado de Israel. El pasado sbado 23 de junio,en un accidente automovilstico, murieron 22 nios en

    Petaj Tikva. Itzjak Peretz, rabino y ministro del Interiordel pas, no dud en asegurar:-Tenemos una Tor que nos ensea cosas muy cla-

    ras: si se transgrede el descanso del sbado, en el Esta-do de Israel ocurrirn desgracias.

    Hace unas semanas el tribunal municipal de primera

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    instancia declar caducas las ordenanzas que limitanlos espectculos en sbado, y esta ciudad se convirtien un torbellino.

    -En sbado -habra asegurado Dios alguna vez- no sedebe manejar, ni trabajar, y menos an asistir al cine.

    -No creo que Dios haya mencionado lo del cine -ledigo a Celso.

    -Sos un pagano hijo de puta -me responde.Hace ms de quince aos que la militancia religiosa

    ha dejado de resistir en el Mea Shearim y ha comenzado

    a presionar sobre el cuerpo social. As, en todo el pas, eltransporte se paraliza los sbados. Todos los restauran-tes siguen las reglas de la comida casher, y nadie vendecerdo. Con los aos el Partido Religioso Nacional -queconserva, inexplicablemente, un ala moderada y progre-sista- junto a la ultraortodoxia religiosa pudo imponerla ley que limita el aborto, la prohibicin de la venta depan en el Pesaj, la prohibicin de venta de trigo del aosabtico, la cra y comercializacin de cerdo, modific laley de anatoma y patologa de manera de impedir eltransplante de rganos y logr aumentos presupuesta-rios para su red de enseanza independiente, junto ala excepcin del servicio militar para sus aclitos.

    Tambin detuvieron la construccin de un estadiodeportivo en la ciudad. El proyecto quem las manos delprimer ministro Shamir hasta que dio con un vericuetolegal: pas el expediente a una comisin nombrada alefecto, que an estudia la forma de dejar la propuestaen el olvido.

    Fue tambin Shamir quien sali a calmar los nimossabticos:-El sbado debe tener en Israel un carcter judo es-

    pecial -asegur- de manera que todo el que llegue a unaaldea o a una ciudad, sienta a cada paso que es sbado.

    Los rabinos que tambin dictaminan en materia de

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    medicina, de inmigracin -diciendo quin es judo y quienno- y que bautizaron a la guerra del Lbano como gue-rra preceptual, para luego santificar los territorios ocu-

    pados, han declarado ayer que la decisin de abrir lassalas de cine los sbados es helenizante

    Once ultraortodoxos fueron arrestados anoche duranteuna manifestacin en la calle Bar Ilan, y el ambientepuede tensarse esta maana.

    Hombres con levita y sombrero caminan por las callesde Jerusaln convencidos de que el tiempo es un acci-

    dente menor. Todos parecen tener la misma edad.Los nios tambin son adustos, y se visten de abueli-

    tos. Todas las mujeres estn embarazadas, y llevan ade-ms su carrito con un nio pequeo, que en pocos aosms podr envejecer de negro.

    Parece por lo menos triste tener a Dios de tu lado.Un periodista francs me cuenta que hace unas ho-

    ras, en el norte de la ciudad, apedrearon a una mujerpor llevar pantalones. Nos advierte que slo manejemospor la zona turstica 1os sbados, y que quitemos el car-tel de prensa del automvil. Dios nunca tuvo un buenconcepto de 1os periodistas.

    Al medioda, frente a la ciudad rabe de Jerusaln -ocu-pada por el ejrcito israel en 1967- slo estn abiertaslas farmacias. La Orden ha emanado obviamente del Co-mit de Huelga, y de seguro slo las farmacias han abiertoen toda la extensin de los territorios.

    El barrio rabe es un hervidero. Est rodeado por unagran muralla que est all desde el comienzo de los tiem-pos. Ahora algunos soldados mascan chicle y se abu-

    rren con el dedo en el gatillo. En los ltimos meses se hareducido el turismo. Hoy hay tan slo algunos microscon mujeres alemanas embolsadas en pantalones inmen-sos que portan cmaras de video. Caminan como patosdetrs del gua. Les han asegurado que los rabes ma-tan por la espalda, como si se tratara de una costumbre

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    folklrica, y entonces se dan vuelta azoradas cada cincopasos, con la respiracin acelerada y el miedo en losojos. La gua da indicaciones gentiles pero metlicas

    desde un megfono, y las seoras reconstruyen la vidade Cristo caminando por la Va Dolorosa.

    En uno de los extremos de la ciudad rabe se ubica lamezquita de Omar. Una de las mujeres la seala en elplano pero la gua insiste en tomar otro camino. Es me-

    jor no entrar. Las mujeres obedecen con docilidad.

    -Por qu no? -responda con una pregunta a otrapregunta el ministro Ariel Sharon.

    Una semana despus de iniciada la revuelta en losterritorios, el ministro de Industria y Comercio -antesde Defensa- compraba una casa en el barrio rabe de

    Jerusaln. Lleg rodeado de fotgrafos y policas. Losmovimientos pacifistas hicieron esa misma noche unamanifestacin de protesta contra lo que considerabanuna provocacin. Sharon no se haba inmutado por eldesastre de la guerra del Lbano, bautizada por l mis-mo como Operacin Paz para la Galilea, Y no iba apreocuparse por unos cuantos protestones.

    Desde aquella semana -a fines de diciembre- hastahoy, ha ido a su nueva casa una sola vez. Entonces,ms de cuarenta guardias del ejrcito debieron subir alas azoteas, entrar a los patios de las casas vecinas, ce-rrar las calles.

    Doce oficiales de la polica israel gastan ahora el tiem-po en tandas de doce horas, cuidando esta casa vaca.

    -Contra la pared, muestren los documentos y cierren

    la boca -grit el soldado.Los dos rabes obedecieron. Es viernes al medioda,en la calle Iafo, del barrio judo.

    -Los documentos, dije! -insiste el soldado mientrasaplasta con un manotazo a uno de los rabes contra elmuro.

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    -Vos tambin! -advierte al otro, mientras le azuza lascostillas con la culata del fusil.

    Algunos israeles detienen su marcha y asisten a la

    escena como si se tratara de un sueo.-Documentos! Y no te muevas! -vuelve a gritar.Un israel se acerca moviendo la cabeza.-Estn locos? Revisen los documentos y prtense

    como personas...El soldado echa espuma.-Pedazo de OLP, no me vas a decir cmo hacer el tra-

    bajo!-A m no me vas a gritar