Lanzamiento de un libro honesto

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Lanzamiento de un libro honesto Por: Julián Mauricio Carreño Neira Antaño las comunidades, familias, tribus y naciones solían plasmar su historia por medio de ideogramas, pictogramas, mitos, entre otros, que se transmitían de generación en generación. Más tarde, con tinta y pergamino en mano, se escribieron reflexiones filosóficas, narraciones literarias, observaciones astronómicas, descubrimientos anatómicos, entre otros, que se sintetizaron en rollos prolijos, con el fin de que no fueran evaporados y olvidados con el paso de los años y los siglos -difícil olvidar el libro de Umberto Eco, El nombre de la rosa, que retrata la historia de un largo, tedioso y criminal oscurantismo, y en el que aparecen esos incontables rollos de pergamino meticulosamente ocultados cuando de reflexión crítica se trataba-; luego vino la imprenta y con ella revoluciones trascendentales y fundacionales como la francesa; hoy en día nos encontramos en un contexto digitalizado que permite contar con espacios inconmensurables de información y la generación potencial de una sociedad del conocimiento inexistente todavía. Paradójicamente, cada vez somos más ahistóricos, olvidamos nuestro pasado a golpe de un presentismo peligroso, por lo que éste, tal y como si fuera un volcán que ha acumulado energía por mucho tiempo, estallara repentina y violentamente, recordándonos que él está, aunque no lo queramos mirar de frente. Así mismo, son pocas las familias -tal y como éstas se han constituido en la versión latinoamericana- que se atreven a escribir, a plasmar, o contar sus orígenes, pese a que no comprender ni conocer dicha historia nos puede conducir hacia el inevitable destino de repetirla. Yo hago parte de una familia inusual en este sentido, pues desde sus diversas y complejas ramificaciones, ha habido una

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Lanzamiento de un libro honesto

Por: Julián Mauricio Carreño Neira

Antaño las comunidades, familias, tribus y naciones solían plasmar su historia por medio de ideogramas, pictogramas, mitos, entre otros, que se transmitían de generación en generación. Más tarde, con tinta y pergamino en mano, se escribieron reflexiones filosóficas, narraciones literarias, observaciones astronómicas, descubrimientos anatómicos, entre otros, que se sintetizaron en rollos prolijos, con el fin de que no fueran evaporados y olvidados con el paso de los años y los siglos -difícil olvidar el libro de Umberto Eco, El nombre de la rosa, que retrata la historia de un largo, tedioso y criminal oscurantismo, y en el que aparecen esos incontables rollos de pergamino meticulosamente ocultados cuando de reflexión crítica se trataba-; luego vino la imprenta y con ella revoluciones trascendentales y fundacionales como la francesa; hoy en día nos encontramos en un contexto digitalizado que permite contar con espacios inconmensurables de información y la generación potencial de una sociedad del conocimiento inexistente todavía. Paradójicamente, cada vez somos más ahistóricos, olvidamos nuestro pasado a golpe de un presentismo peligroso, por lo que éste, tal y como si fuera un volcán que ha acumulado energía por mucho tiempo, estallara repentina y violentamente, recordándonos que él está, aunque no lo queramos mirar de frente. Así mismo, son pocas las familias -tal y como éstas se han constituido en la versión latinoamericana- que se atreven a escribir, a plasmar, o contar sus orígenes, pese a que no comprender ni conocer dicha historia nos puede conducir hacia el inevitable destino de repetirla.

Yo hago parte de una familia inusual en este sentido, pues desde sus diversas y complejas ramificaciones, ha habido una preocupación por la escritura de la historia. Desde los ancestros que llegaron de otras latitudes a estas tierras, hasta las sinergias de culturas que tarde o temprano han desembocado en lo que somos; para la muestra, el legado de los apellidos que tengo: los de acepción extranjera son Mutis, Foster, Harker; los de procedencia mágico-realista y macondiana son D’ardoine y Patiño, los autóctonos con sabor a tierra colombiana son Garzón, Torres, Carreño, entre otros.

He leído en este trasegar la historia de mi abuelo Temístocles Carreño, he incursionado en la historia de los Mutis, conocí a Xavier Carreño por medio de la Balada de la Cárcel de Reading de Oscar Wilde, obra que tradujo y con la que creo se identificó mucho e influenció quizás en el trágico destino de su suicidio; seguro hay mucho más, pero debo decirlo, porque así lo siento hoy después de su lectura, que el libro escrito por mi abuela Eugenia D’ardoine y mi tío José David Carreño, es uno de los textos más honestos, desde el punto de vista transgeneracional, que haya conocido hasta ahora.

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Impresiones del diálogo propuesto

Antes del tan ansiado día, le comuniqué a mi compañera afectiva Carolina Torres, que tenía muchas expectativas con el lanzamiento de este libro, pues sentí desde un comienzo que contar esta historia era abrir un océano de aristas por las que se podían colar heridas, dolores, miedos, secretos, rabias, etcétera. Además, todavía no salgo del asombro literario, y quería corroborar que el apellido de mi abuela en realidad fue ficcionalmente creado, una historia espectacular, inteligentemente transgredida, pero, debo ser franco como mi abuela y José David en el libro, con tintes perversos.

Este diálogo es un diálogo transgeneracional. Sentarnos a conversar del pasado cercano o remoto es reavivar nuestro presente más profundo; en cierto sentido, quienes estuvimos en el diálogo propuesto reavivamos los ancestros que están vivos en nosotros, aunque cada uno lo hizo desde su propio yo íntimo -Estamos tan atravesados por esta historia, que enfermedades como el alcoholismo y muchas mentales que intuyo, virtudes como la inteligencia artística, política y cultural; nuestros propios deseos y aptitudes, todas cursan inexorablemente por nuestro destino-. Nunca he podido salirme de la idea de que somos el producto de una invención literaria en uno de nuestros apellidos y asociar esto a algunas de las imaginaciones quijotescas de mi papá Gabriel Eduardo Carreño, imaginaciones que tanto admiré, pero que en ocasiones no tanto, al ver con frecuencia en estas ensoñaciones la falta de un polo a tierra.

Por otra parte, me alagó en este sentido ver a la mayoría de los implicados con esta historia y lo que desató en cada uno intervenir acerca de la historia familiar; creo que se generó un encuentro polifónico, donde todos tuvimos voz y en el que hablamos con emoción, una emoción a la que por lo regular no se tiene acceso, pues no se suele ahondar en el inconsciente colectivo, ni se suelen revelar secretos, ni comprender enfermedades físicas y mentales, no se suele hablar sobre suicidios, violencia psicológica, etcétera.

La catarsis y la reconciliación

En definitiva, pienso que lo sucedido en el diálogo propuesto, fue un importante escenario de catarsis. Se trató de una liberación del alma o, para utilizar términos más contemporáneos, de la psiquis. Esta catarsis fue facilitada por la iniciativa de mi tío José David y por el libro no leído para entonces, pero presentido. No obstante lo anterior, es preciso decir que un asunto es la liberación de lo reprimido por medio del lenguaje y la conciencia, y otra la elaboración madura y articulada de lo sucedido para la restauración de las relaciones humanas, de manera que éstas puedan ser escaladas a ser ese lugar en el que la comunidad afectiva tiene lugar. Pienso entonces que si bien tuvimos un espacio de expresión inédito -no recuerdo en mi vida algo similar- está por venir, en los senderos de las presencias-ausencias, el paciente, quizás lento, pero persistente proceso de tejer las

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relaciones quebradas inconscientemente por nuestros ancestros. Hablo a partir de ahora desde mi lugar generacional y la lucha contra el retorno de lo reprimido.

Ese día hice un ejercicio que considero auténtico porque me surgió y fue espontáneo. Es por esta razón que confío en lo que hice. Le pedí disculpas a mi tío Javier Carreño por los malos pensamientos y sentimientos que haya tenido por fuerza de lo sucedido en la biografía que compartieron mi papá y él; una historia que estuvo cargada de licor, complicidades instauradas, secretos, así como de decisiones implícitas que, sin ellos saberlo, afectarían nuestras vidas. Lo hice porque como a mis demás tíos, a él lo amo también. Recuerdo como si fuera ayer los libros de Lawrence Durrell que compartió conmigo cuando comenzó mi fiebre por la literatura, los desayunos que acompañé a preparar algún domingo de descanso en el Polo Club; en fin, muchos recuerdos más. Ahora, no eximo -y esta es la oportunidad para decirlo- a mi tío de sus responsabilidades en los niveles que a él le corresponden.

Lo anterior me hace pensar en lo siguiente: la expresión de una personalidad madura consiste, a mi modo de ver, en reconocer los errores propios y aprender, aprender porque el universo no castiga, al parecer lo que genera son aprendizajes. Retomando una canción de Jorge Drexler alusiva a la física cuántica, Todo se transforma, nada se pierde todo se transforma. Así, la energía desplegada por la física, la biología y, en niveles más inmateriales, por nuestra mente, se libera en conexiones kármicas incontables, en las que se presentan relaciones de composición y se dan situaciones de descomposición que se reciclan y coordinan con otras posibilidades. Esto quiere decir que el amor del universo es tan grande que nos invita a aprender, el castigo parece ser un invento humano rentable para la acumulación del capital y el sistema productivo en el que se encausan todas las acciones consideradas como buenas y/o malas.

Reitero a mi tío que le pido disculpas por los pensamientos o sentimientos malos que haya tenido, sin eximir a mi tío de ninguna responsabilidad; el mío fue un acto espiritual que buscó limpiar el corazón de emociones negativas; suficiente con las que tengo que cargar a mis 34 años; larga historia hay de odios y rencores, así que detrás de la catarsis realizada, tío Javier, existe la posibilidad de acabar con la soberbia, de abrirnos y querernos, así las distancias sean muchas, éstas no deberían estar mediadas por corazones agobiados, sino por el natural proceso de las distancias inevitables trazadas por el destino de cada cual. Quiero decir, además, que lo mío fue un acto de valentía, pues como alcancé a comentarle a mi mamá Yaneth Neira, ella ha sido, entre la figura paterna y materna, el referente más fuerte que tengo y siempre he confiado en su versión de los hechos, aunque como todas las versiones debe tener sus matices.

Intersecciones transgeneracionales

En 1999 yo estudiaba el último año en la Escuela Pedagógica Experimental, EPE. Haber estudiado allí desde muy temprana edad hasta los 17 años fue un privilegio que pocas

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personas tienen. Me encontraba en el 13A, el salón era una cabaña fría pero bonita. Yo tenía el pelo largo, jugaba mucho al fútbol, leía literatura y filosofía, amaba a Pink Floyd Y comenzó una cierta pasión por la antropología cuando estaba en boga los libros de Carlos Castañeda y sus viajes al interior del peyote. En medio de este contexto, conozco a Jessica Mutis, una muchacha que acababa de entrar a la EPE y de la que pronto me hice amigo. Si bien éramos y seguimos siendo bien distintos, la visité varias veces a su casa ubicada en el Polo Club, pues la nuestra también quedaba en este barrio.

Una noche, estaba en su casa y me quedé a cenar. En la cena estaba Jessica y su madre Lucía y su padre Manuel Mutis. Conversamos de inmediato sobre mi familia, quizás por la motivación de que yo me llamara Julián Carreño. Por fuerza de la curiosidad, Manuel me preguntó cómo se llamaba mi papá. Yo le dije que se llamaba Gabriel Carreño. Me preguntó por otros apellidos. Yo le dije D’ardoine. Él quedó estupefacto y sorprendido. Yo le pregunté por qué estaba sorprendido y él me dijo que ya me contaría en los próximos días. A mí me generó mucha inquietud y la socialicé con mi papá, quien también quedó sorprendido y me dijo que él era su medio hermano, hijo de Isolde Foster, una de las esposas de mi abuelo Temis.

Allí se empezó a tejer una buena relación, que desembocó en compartires, desde la música de Shubert, conversaciones con Manuel sobre Carlos Castañeda (él tenía en su biblioteca prácticamente todos sus libros, desde Las enseñanzas de don Juan hasta Relatos de poder o Viajes a Ixtlán), hasta algunas navidades que pasamos con ellos. Desde entonces, comencé a ver a Jessica, más que como una amiga, como una prima más de mi familia. Después, mi papá y mi hermano Diego Carreño se encontraron con Isolde y parece que ella observó a mi papá con algo de desdén. Querida ancestra, te perdono en este instante, aunque sin disculpas no es posible el perdón, por los maltratos emprendidos contra mis tíos y te agradezco por la crianza de mi papá.

Este episodio de nuestra vida refleja la fuerza de lo transgeneracional; es la metáfora perfecta en torno a cómo nos habita el pasado. Para mí este hecho evidencia que tarde o temprano, en esta vida o en la otra, existen conexiones portentosas entre los seres presenciales y ausentes y que, como se expresa en la película V de Venganza, Dios no sabe jugar a los dados.

A todos los personajes del libro, vivos y muertos, gracias por revelarnos este libro, a través de mi abuela Eugenia y mi tío José David, sé que hubo una fuerza sanadora detrás, la cual se tradujo en la escritura de un libro honesto; sé también que quizás algunos de los ancestros no se encontraban tranquilos con la revelación de verdades necesarias y lo siento por ellos.

De las otras intervenciones

Escuché cada una de las intervenciones con mucha emoción y con mucho respeto. Gracias a cada uno de mis tíos y tías, hermanos y hermanas, primos y primas, abuela, por haber

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compartido sus generosas palabras. Hoy les quiero extender un abrazo cargado de amor y colmado de cariño. Estará en mi memoria lo que cada uno(a) dijo. Después de este encuentro leí el libro con la sorpresa de que muchas de las intervenciones hacían alusión al mismo. Se les ama y se les quiere un montón. José David y Abuela Eugenia: vendrán algunos diálogos póstumos. Ustedes decidieron abrir las puertas de esta historia; algunas cargas tendrán ustedes por haberlo hecho. Gracias por este libro. Que la vida los llene de mucha felicidad.