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447 RILCE 28.2 (2012): 447-68 ISSN: 0213-2370 JUAN LUIS HERNÁNDEZ MIRÓN Facultad de Humanidades Universidad CEU San Pablo P.º Juan XXIII, 6. 28040 Madrid [email protected] Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas RECIBIDO: NOVIEMBRE DE 2009 ACEPTADO: DICIEMBRE DE 2009 Hijo de labradores acomodados, conoció pronto las faenas del campo (no en vano procedía de aquellos burgaleses que bajaron a pelear con el moro y se quedaron luego sobre las tierras antequeranas). Desde muy pequeño corrió con los varea- dores. Vio el paso de las estaciones. Advirtió la rotación de las prosperidades y de las sequías. Subió en el carro de la barcina, trilló en la era, salió con los aceitu- neros en las madrugadas ciegas de invierno. Se sentó con los viejos, creció con los mozos. Se mezcló con mucho terrón craso, con mucho rocío, con algún granizo, con torrentes de sol. Vicente Aleixandre os parece que esta breve y acertada semblanza que del poeta hace otro gran poeta y amigo, Vicente Aleixandre, introducen bien la obra que deseamos analizar, Las cosas del campo. Y ello, porque en tan breves lí- neas se contienen las claves y el sustrato biográfico que explican la actividad poética de José Antonio Muñoz Rojas, centrada en la Naturaleza, especial- mente en su manifestación telúrica intervenida, y a veces no, por la mano del hombre: el campo… y sus cosas. Las cosas del campo está considerada por la crí- tica literaria contemporánea como obra destacada, no solo en la trayectoria li- N

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447RILCE 28.2 (2012): 447-68ISSN: 0213-2370

JUAN LUIS HERNÁNDEZ MIRÓNFacultad de HumanidadesUniversidad CEU San PabloP.º Juan XXIII, 6. 28040 [email protected]

Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas

RECIBIDO: NOVIEMBRE DE 2009ACEPTADO: DICIEMBRE DE 2009

Hijo de labradores acomodados, conoció pronto las faenas del campo (no en vanoprocedía de aquellos burgaleses que bajaron a pelear con el moro y se quedaronluego sobre las tierras antequeranas). Desde muy pequeño corrió con los varea-dores. Vio el paso de las estaciones. Advirtió la rotación de las prosperidades y delas sequías. Subió en el carro de la barcina, trilló en la era, salió con los aceitu-neros en las madrugadas ciegas de invierno. Se sentó con los viejos, creció con losmozos. Se mezcló con mucho terrón craso, con mucho rocío, con algún granizo,con torrentes de sol.

Vicente Aleixandre

os parece que esta breve y acertada semblanza que del poeta hace otrogran poeta y amigo, Vicente Aleixandre, introducen bien la obra quedeseamos analizar, Las cosas del campo. Y ello, porque en tan breves lí-

neas se contienen las claves y el sustrato biográfico que explican la actividadpoética de José Antonio Muñoz Rojas, centrada en la Naturaleza, especial-mente en su manifestación telúrica intervenida, y a veces no, por la mano delhombre: el campo… y sus cosas. Las cosas del campo está considerada por la crí-tica literaria contemporánea como obra destacada, no solo en la trayectoria li-

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teraria de Muñoz Rojas, sino también en el continuum de la tradición literariaque tiene como tema central la Naturaleza.

HISTORIA DEL TEXTO

La fecha de redacción de Las cosas del campo se circunscribe a los últimos añosvividos por el poeta en Andalucía, antes de su etapa madrileña, en concreto,del 30 marzo de 1946 al 21 de mayo de 1947. Siguiendo un proceso de escri-tura habitual en él, la obra fue tomando forma y cuerpo definitivo tras un largoproceso de sedimentación y depuración hasta su constitución definitiva. Nin-guno de los poemas en prosa que configuran la obra había sido publicado conanterioridad en revistas, donde habían visto la luz algunos de sus textos, tantoen prosa como en verso, unas veces por propio deseo del autor y otras para darcumplimiento a los deseos de algunos amigos o editores. La historia del textose ajusta a dos rasgos que parecen presidir la obra del poeta antequerano: re-traimiento y poco interés en publicar.

El manuscrito original permaneció inédito hasta 1950, año en que susamigos malagueños Pepe Salas, Bernabé Fernández Canivell y Alfonso Cana-les le piden un texto para la colección poética “El Arroyo de los Ángeles”, n.º3. La primera edición, con una tirada de 200 ejemplares, es del 5 de diciembrede 1951, y se publica en la Imprenta Dardo, en Málaga. Esta primera ediciónva acompañada de un prólogo del autor, fechado en Casería del Conde, en elaño 1946. El núcleo original de la obra está constituido por cuarenta prosasbreves, sin ninguna estructura.

La segunda edición, aumentada, aparece en 1953, en el volumen 13 deÍnsula. Aparecen entonces ocho capítulos nuevos, suprime el capítulo “Lasamazonas”. Los cuarenta y siete capitulillos presentan una distribución asi-métrica en cuatro apartados (21-8-5-13).

La tercera edición aparece en 1976, en la editorial Destino, en el volu-men 474 de la Colección Áncora y Delfín, por sugerencia de su amiga ElenaQuiroga. Las cosas del campo publicada junto con Las musarañas y a Las som-bras; como afirma Francisco Silvera, vienen a formar una trilogía, “un monu-mento al Humanismo”. Por primera vez aparece “Advertencia en 1975”, enla que el poeta manifiesta aparece su nostalgia ante las transformaciones so-ciales y económicas que provoca la innovación tecnológica. Suman un totalde cuarenta y nueve capítulos, en distribución asimétrica (15-11-10-13). Pre-senta algunas variantes de grafía, con respecto a las ediciones anteriores.

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La cuarta edición se publica en 1999 en la editorial Pre-Textos; incorporala “Nota justificativa de la presente edición” y un capítulo nuevo “La risa deDolores”.

La quinta edición aparece en 1985 en la Colección “Grandes autores es-pañoles del siglo XX” de la editorial Orbis, en Barcelona. Se trata de una fo-toimpresión de la edición de Destino, de 1976.

Y finalmente, en 2006 aparece una edición de lujo que realiza la Funda-ción Caja Madrid, con una tirada muy limitada, de 91 ejemplares. Se trata deuna selección realizada por Manuel Borrás, probablemente sobre la edición de1999.

ESTRUCTURA

En su última edición, Las cosas del campo presenta una arquitectura cuyas par-tes se alzan en un equilibrio de perfección clásica. Se ajusta a lo que pareceser un plan previsto y diseñado por el autor. Cada capitulillo presenta un altogrado de coherencia inventiva, dispositiva y elocutiva; una constitución ar-mónica y equilibrada, que se ha consolidado en sucesivas ediciones. Estamos,en primer lugar, ante un universo coherente en torno a dos núcleos temáti-cos: el campo como espacio cotidiano y arcádico, y el paso del tiempo sobreel campo y las cosas del campo. Núcleos que definen la esencia temático-po-ética de la obra. Ambos son necesarios para definir la poética de Muñoz Ro-jas en Las cosas del campo. El centro neurálgico de la obra, como indica su tí-tulo, es el campo. Este es, como subrayara Álvaro Pombo (1988), el núcleouterino.

La macroestructura textual presenta una dispositio típicamente horaciana,en cuatro partes, respondiendo a una ordenación continuada de los poemas deacuerdo con el ciclo vegetal del campo: primavera, verano, otoño e invierno,si bien no siempre el poeta se atiene al rigor de esa estructura.

Subrayan la arquitectura equilibrada y armónica otros rasgos, como: laordenación de los poemas de acuerdo con el ciclo vegetal del campo; el pro-fundo lirismo que traspasa la simple descripción de lo contemplado hasta pe-netrar en el alma y espíritu de las cosas del campo; una sencillez aparente, puesese hondo lirismo responde a una complejidad lírica, estética y emotiva queesconde una técnica y elaboración minuciosas y detalladas. Aunque cada capí-tulo tiene autonomía propia y podría ser considerado en sí mismo indepen-diente, Las cosas del campo no es una sucesión de poemas inconexos sino traba-

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dos, engarzados, perfectamente encadenados unos a otros, con la misma sen-cillez y naturalidad con que transcurre la vida del campo y se suceden las es-taciones.

Estamos, por lo tanto, ante un poemario congruente, único y cerrado,tanto en el conjunto de la obra como en cada una de las partes en que se con-figura.

GÉNERO LITERARIO

Adscribimos Las cosas del campo al género literario del poema en prosa, en la lí-nea de las investigaciones realizadas por Peter Johonson, Jesse Fernández, ypor Ernesto Mejía Sánchez. Desde que en Sobre lo sublime, Pseudo-Longinoproclamó la emancipación del valor poético respecto de las estructuras retóri-cas de la expresividad hasta que se contemplara la autonomía de la imagina-ción que genera el efecto poético en la Ilustración y el Romanticismo, absolutaya en Himnos a la noche (1800), de Novalis; en Gaspard de la nuit (1842), deAloysius Bertrand; en Le Spleen de Paris (1869), de Baudelaire; y en las traduc-ciones en prosa de poemas en verso (Edda escandinavos, Ossian), considera-mos que ni la rima ni la medida lo son todo en un poema, y que la poeticidadpuede venir dada por otros elementos, como la elección del tema, el enfoque,las imágenes, la estructura, el lirismo, etc. (García Berrio 131).

En Las cosas del campo no hay acción: un motivo fundamental para que noprime el relato sino el lirismo. No quiere decir que no haya narración, delmismo modo que está presente la descripción.

Los estudios críticos efectuados hasta el momento han oscilado entre laconsideración de Las cosas del campo como poema en prosa o prosa poética.Dentro de la consideración de la crítica a favor del poema en prosa encontra-mos a críticos de la talla de Dámaso Alonso, José Luis Cano (1955, 1960), An-tonio Fernández Spencer (372), Fernando Ortiz (123), Antonio Carvajal (6),José Julio Cabanillas (43), o Francisco Díaz de Castro (21).

Han sido ambiguos en sus declaraciones: Emilia Velasco, quien lo definecomo “prosa, siempre poética” (10); Antonio Gómez Yebra, que habla de “pro-sas poéticas”, con obras de calado distinto: Historias de familia o Dejado ir; yRafael Ballesteros, Julio Neira y Francisco Ruiz Noguera, quienes en “Intro-ducción” a José Antonio Muñoz Rojas. Textos poéticos (1929-2005), dentro de laantología poética recogen textos de Las cosas del campo y luego los califican deprosa poética y no libros de poemas.

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Estamos totalmente en desacuerdo con las afirmaciones de Benigno LeónFelipe al definir la obra como una colección de prosas con apariencia de poe-mas, en las que prima lo narrativo y recordatorio (León Felipe 21); y nos pre-guntamos: ¿ni siquiera prosa poética? ¿Tan solo advierte en él derivaciones po-emáticas? Nos da la impresión de que en este caso el crítico ha hecho, cuandomenos, una lectura muy desatenta de Las cosas del campo, porque nosotros, trasmuchas lecturas muy atentas, no encontramos en la obra apenas nada que pu-diéramos calificar como autobiografismo. En Las cosas del campo se aprecia unaelaboración lírica que supera el mero biografismo. Se observa una distancia en-tre lo que pudiera ser un libro de memorias, que recoge hechos más o menosanecdóticos, y el mundo lírico que caracteriza la obra. Aunque Las cosas delcampo se alza como fiel a la experiencia biográfica del poeta, no podría ser deotro modo, parte de ella con el fin de recrearla poéticamente, y no de levantaracta de la misma. En él hay, en efecto, afirmación de vida, de la vida del campoy de los seres y cosas que lo habitan, pero evocados lírica, no notarialmente. Esde ese fondo de donde nacen sus mejores poemas, en verso y en prosa.

Y también estamos en desacuerdo con quienes como Felipe Pedraza yMilagros Rodríguez Cáceres lo han definido confusamente como esbozos decuentos a través de los cuales el autor traza, mediante esquemáticos apuntes ypinceladas, breves cuadros del mundo rural y de sus gentes (302).

Las cosas del campo es un poemario en prosa. La obra se encuadra biendentro de la tendencia del autor de liberar el verso de cualquier normativa delos moldes establecidos, siendo este un principio que rige su producción enprosa y en verso. Cristóbal Cuevas afirmó: “El poeta domina, pues, su verso,liberándolo de toda normativa demasiado tiránica. Lo moldea, regulariza o al-tera, lo alarga o acorta, lo hace saltar o discurrir sereno, lo modula o contra-puntea en procura de precisos efectos estilísticos” (114).

Siendo José Antonio Muñoz Rojas un excelente conocedor de la métricaclásica, su prosa discurre por los mismos caminos en temática y estilo. Es ilus-trativo en este sentido el poema dedicado a Leopoldo Panero, en Memoria fiel.Se le pueden aplicar a ambos modos de expresión la misma categorización deetapas. Pertenecen, asimismo, a este género literario las prosas de reconcen-trada poesía que integran Las musarañas y Las sombras, con las que apareció laobra en su tercera edición.

Responde Las cosas del campo, como subrayó Aleixandre en 1955, a la ne-cesidad de la lírica de entonces de expresar la realidad humana a través de lanarración, recibiendo, de este modo, un ensanchamiento, una bocanada de

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aire que el lector, sin duda, percibe tras la lectura de la primera composiciónde la obra.

La obra se adecúa a los criterios establecidos por Suzanne Bernard, en Lepoème en prose de Baudelaire jusqu’à nos jours, para definir este género: autono-mía, brevedad, intencionalidad, gratuidad. Las cosas del campo posee unidad po-emática de sentido, con alto grado de cohesión, que reside fundamentalmenteen dos aspectos: en la unidad temática y en el jubiloso sentimiento lírico dequien se goza y recrea “ensimismado” en la contemplación de la Naturaleza.La obra es reflejo del entrelazamiento y compenetración entre el campo-tie-rra y el espíritu en la voz poética. Contribuye a este aspecto también la es-tructura cerrada y la equilibrada distribución de las composiciones.

Aun siendo el criterio de la brevedad uno de los que ha suscitado polé-mica entre los críticos –ya que fue negada esa condición a obras que sí fueronasí consideradas: Los cantos de Maldoror, de Lautréamont; Le Spleen de Paris deBaudelaire; Pasión de la tierra, de Vicente Aleixandre; Ocnos, de Luis Cernuda;Crimen, de Agustín Espinosa; o Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez–, es esteun rasgo del poema en prosa subrayado con anterioridad por Poe, quien se re-firió a la imposibilidad de que existiera un poema largo, y con posterioridadpor Michel Beaujour, quien afirmó que la brevedad viene determinada por lacreencia de que la verdadera poesía consiste en una descarga emocional decorta duración, requisito pero no garantía de poeticidad (Beaujour 42), o porJohn Simon (664), para quien no debe sobrepasar las tres o cuatro páginas(medida determinada por la intensidad poética), y por Bernard, para quien elpoema en prosa ha de evitar digresiones morales, desarrollos explicativos, etc.,que irían en detrimento de la unidad de sentido que lo caracteriza (17). Asi-mismo, Luis Cernuda se ha pronunciado sobre la brevedad como requisito ne-cesario del poema en prosa (259).

En este sentido, Las cosas del campo está integrada por cincuenta textosbreves, cada uno de los cuales constituye un poema en prosa. Parece que elpoeta hubiera querido captar, como si de un haiku se tratara, la instantaneidadde cada movimiento del campo, su expresión esencial, despojándolo de adhe-rencias y elementos anecdóticos a través de la depuración del lenguaje. Pareceperseguir Muñoz Rojas la captación de lo que Hopkins denominaba el “ins-cape” frente al “landscape” (Gardner 11), que más que simples descripcionesfísicas, estamos ante cuadros e imágenes interiores del campo, que se proyec-tan en el alma del poeta, insertándose así en la tradición clásica de Virgilio,Horacio, Fray Luis de León, Antonio Machado, etc.

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Nos detenemos ahora en el autor. Para estudiar la estimación que debía re-cibir la obra, tanto Maurice Chapelan como Suzanne Bernard (12) han aludidoa la intencionalidad del autor de organizar la materia en poema. También LuisCernuda señaló que no es posible hablar de poesía en prosa hasta que su autor nodé “indicio suficiente de que intenta escribirla” (257). Benigno León Felipeafirmó que, si no existiera la intencionalidad explícita, bastaría la implícita, evi-denciada de dos formas diversas: por la presencia de textos en prosa insertos enpoemarios en verso, o de textos breves en prosa pero de marcado tono lírico (20).

Como testimonio de esta voluntad implícita aducimos dos afirmacionesdel poeta. La primera la hallamos en Prólogo a Las cosas del campo:

Yo me estremezco andando estas realengas, cruzando estas lindes, aso-mándome a estas herrizas. Me siento extrañamente eterno. Me hundo enel campo y gusto en mi espíritu tanta amargura suelta, tanta dulzura re-cogida en estos anuales surcos y sementeras. Año tras año, sol a sol, surcoa surco, se va el hombre atando a la tierra, enterrándose en ella. Anda-mos sobre sus sudores, sobre sus ilusiones y sobre sus huesos. Por esotiemblo algo cuando voy por estos campos, por eso canto. Y tengo miedode no poder acabar una vez comenzado. Empiece por donde empiece, noacabaré. Se me quedará la canción a medio camino, entre los labios. Perola tierra la seguirá cantando. La oirán las alondras, los alcaravanes. Algúnmatutero a deshora por la veredilla, algún extraviado entre los olivos, al-gunos amantes que busquen la complicidad de la noche y la dureza de latierra para darle lo suyo al amor. ¡Oh canción tan inútil y tan necesariacomo esta enorme y anual cosecha de florecillas ignoradas. (10-11)

En una conferencia pronunciada por José Antonio Muñoz Rojas en la Dipu-tación Provincial de Málaga el 28 de noviembre de 1986, afirmaba que en Lascosas del campo “la carga poética nutre los aspectos descriptivos”; aunque el au-tor ahí se vale de la designación más extendida del término de “prosa poética”(Cuevas 50), no parece relevante tanto la terminología como la consideraciónlírica de la misma. No podemos prescindir del intensísimo lirismo poético quenutre la obra ni de la presencia del hablante lírico que ase con sus manos lahermosura y temblor cotidianos del campo.

Por lo que respecta a la gratuidad, Las cosas del campo no desarrolla ideaso acciones, sino que se propone al lector como intemporal, sin ningún delibe-rado deseo de progreso hacia ninguna meta concreta

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EL ESPACIO EN LAS COSAS DEL CAMPO

El espacio y el tiempo son aspectos nucleares que definen la poética de JoséAntonio Muñoz Rojas en Las cosas del campo.

El campo andaluz es el sustrato y espacio vital que provoca la génesis dela obra. Las cosas del campo está escrita en el campo y desde el campo. Su Ante-quera natal: (castillo de Cauche, cortijo de La Alhajuela, donde transcurrensus veranos) ha marcado la vida, personalidad y obra literaria del poeta. Desdesu regreso de Cambridge hasta 1951, José Antonio Muñoz Rojas residió al-ternativamente entre Málaga y Antequera. El interés del poeta por la Natura-leza es en él una constante obsesiva; son muy frecuentes las anotaciones sobreel campo en Dejado ir.

Estamos ante un campo concreto, perceptible por las cinco vías senso-riales, propio de un poeta andaluz y labrador que conoce bien las tradicionesde la Andalucía dura del campo, las labores y faenas de la tierra labrada.

La Casería del Conde no solo es escenario de la composición de la obray fondo temático, sino fuente de inspiración y materia poética central, en-marcada en una dilatada tradición sobre el tratamiento de la Naturaleza: elhuerto de Virgilio; o la villa Sabina horaciana; o la granja La Flecha, de FrayLuis de León y, posteriormente, de Unamuno; el “paraíso cerrado” de Sotode Rojas… Feliz Arcadia donde reposa el poeta en el retiro de la Naturaleza,como si de un tópico de resonancias renacentistas o del Beatus ille horaciano(Epodos, II) se tratara.

Muñoz Rojas no medita sobre un campo abstracto. Las descripcionesrompen con parte de la tradición literaria, con la Naturaleza idealizada de lapoesía pastoril y con la representación estilizada renacentista. El campo en Lascosas del campo no está formado por entes quintaesenciados, como lo estuvieraen Garcilaso, sino, a semejanza con Fray Luis, por un campo ante cuya bellezanatural el sentir arrebatado del poeta se vierte en exclamaciones que expresanel arrobamiento contemplativo luisiano. Es un campo ajeno a la magnificen-cia de la Naturaleza barroca y a los exotismos de los escenarios románticos;quebranta la grandilocuencia del estilo de un Ramón de Campoamor o de Nú-ñez de Arce. Tampoco estamos ante la Naturaleza civilizada y domesticada delos paraísos artificiales ni de los bellos jardines versallescos (cuna del exotismode un Rubén Darío).

Comparte la atracción por el paisaje del 98 y recupera su protagonismoen la obra literaria. En Las cosas del campo no es el paisaje un simple fondo cuya

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función se limita a dar perspectiva a la figura humana. El campo y sus cosasocupan el interés y la atención del poeta. Muñoz Rojas consolida la inversióndel papel que el paisaje alcanza en la literatura del siglo XX, desde que con elnovecentismo dejara de ser un escenario para el desarrollo de las pasiones hu-manas para cobrar importancia en sí mismo. Del mismo modo que Machadoen Campos de Castilla rescata, mediante la peripateia, el primer plano para lasencinas, los olmos, en Las cosas del campo rescata el poema los jaramagos y lasgayombas, las zanjas y las lindes, las lomas y los cerros, los alberos y los cu-driales, los polvillares, la flor de abril y la aceituna de agosto, etc. (Litvak 145).

Aunque Reyes Vila-Belda en su estudio Antonio Machado, poeta de lo ni-mio. Alteración de la perspectiva, sostiene que los escritores del 98 le otorgarontanta primacía al paisaje que llegó a desaparecer la figura humana (127), y apesar de que en varios de los poemas de Las cosas del campo no aparezca nin-guna, no se confirma esta tesis sino la de E. Inman Fox en La invención de Es-paña. Nacionalismo liberal e identidad nacional, relativa a que la diferencia entreel paisaje del 98 y el novecentista estribaría en que aquellos buscan más suesencia y el impacto en la mentalidad de los habitantes (172).

El sentimiento del campo en Muñoz Rojas está en consonancia con la re-presentación de Machado y Azorín: el interés por la configuración geológica;la conmoción que la configuración del terreno tiene en la historia y la per-cepción o representación estética de la misma.

La visión de Andalucía que proyecta nuestro poeta es visible en algunosde sus ensayos, como “La dulce y agria Andalucía” (1952), “Notas sobre la An-dalucía de don Juan Valera” (1956) y “Las puertas de Andalucía” (Muñoz Ro-jas 1996).

Encontramos en Las cosas del campo una concepción castellana, sobria, atri-buible a un dato histórico: al hecho de que en Andalucía la gente vive más entorno a las ciudades y, en cambio, asiste al campo solo para laborarlo. Partimospara sostener esta tesis de la definición que el poeta hace de sí mismo como“agricultor que escribe”. “Creo que este tirón del campo labrador, no solo de lanaturaleza paisaje, ha sido con lo religioso, un fuerte conformador de mi vida”(Muñoz Rojas 1994, 115). Como el poeta confiesa en la entrevista que le ha-cen Julio Martínez Mesanza y Luis Alberto de Cuenca en 1996, la Andalucíadonde ha nacido y crecido es una Andalucía intermedia, entre Granada y Sevi-lla, mucho más sobria que la Andalucía pintoresca de la Campiña Baja; una An-dalucía a la que le sobran tópicos y abalorios y en la que no deja de estar pre-sente la “Andalucía doliente, la Andalucía triste, la Andalucía agria” (16 y 19).

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La visión de Andalucía es popular y personal. Es la Andalucía de PedroEspinosa, la de Estébanez Calderón, la de la poesía popular andaluza anterioral neopopularismo en la que entronca su maestro Antonio Machado, y la deBécquer. No hay propiamente tristeza en Las cosas del campo, pero sí nostalgiaal contemplar los efectos del paso del tiempo sobre el campo:

Hay muchos cortijos abandonados cayéndose. El campo se ha quedadomás solo, las yerbas ignoradas tienen nombre para los yerbicidas impla-cables, abejas y abejarucos se refugian donde pueden contra enemigoscomunes, las herrizas son más que nunca lugares donde la hermosura seacoge y la libertad reina, los chaparros, ya encinas, esperan estremeci-dos a la primavera. Golondrinas, vencejos y tórtolas siguen tornando yanidan en olivos apartados o techos de cortijo en abandono. (Muñoz Ro-jas 1999, II)

No sobresalen en Las cosas del campo otras facetas de Andalucía (la marismeña,la salinera, la flamenca), sino que halla protagonismo a la Andalucía del olivar,que “se presta menos a la estampa y a la copla” (Muñoz Rojas 1952, 201), enla línea de Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Luis Cer-nuda, Federico García Lorca, Miguel Hernández, José Moreno Villa, EmilioPrados, Manuel Altolaguirre o Pablo García Baena.

Estamos ante un campo concreto, descrito sin referencias concretas: nohay topónimos ni orónimos, etc. Es un campo abstraído a lo local. Al evitartoda referencia a esta condición, el poeta eleva a universal este fragmento ru-ral. Selecciona lo que conserva un carácter más natural, los menos intervenidopor hombre: la vegetación asilvestrada, la fauna, especialmente aérea, los fe-nómenos atmosféricos (el solano, las heladas, etc.). Algunas que son fruto dela intervención del hombre (los trigos, los instrumentos de laboreo, las acei-tunerías…). Y personas concretas (Miguelillo, Nicolás, Narciso…).

Tampoco hay pintoresquismo ni costumbrismo (gastronómico, folclórico,de vestimenta) ni animales domésticos, ni personajes pintorescos, prototipos.En los oficios no intervienen las máquinas, solo de modo directo el hombre: labarcina, segadores, el talador, los aceituneros. Solo un par de veces menciona elbraván.

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RECREACIÓN Y EVOCACIÓN: PAISAJE DEL ALMA

En Las cosas del campo, Muñoz Rojas sigue la línea poética imprimida por Ma-chado en Campos de Castilla. Estamos ante un paisaje amorosamente contem-plado. Tanto para Machado como para el poeta antequerano las cosas se pre-sentan en su estado natural sin que hayan sido trabajadas. Para ambos la po-esía es un hondo sentir que brota del contacto directo con los elementos te-lúricos. Ambos subrayan la emoción que provoca la contemplación de la Na-turaleza.

Sin embargo, se pueden observar algunas diferencias. Machado evoca elpaisaje descubierto en su etapa soriana, cuando ha regresado a un paisaje su-puestamente más propio, el de Baeza; el paisaje soriano desplaza al andaluz.En cambio, Muñoz Rojas, ante la contemplación de otros paisajes, estos nodesplazan su campo antequerano.

En Machado no observamos la vividura y posesión del campo que con-templamos en el poeta antequerano, que se siente parte del campo: él mismoes campo. Por otro lado, Machado contempla el campo desde fuera, mientrasque Muñoz Rojas está dentro del paisaje; es un elemento más del campo. Es-tamos ante una visión emotiva del campo.

En Machado predomina el matiz de un capo recordado, mientras que enMuñoz Rojas el campo es vivenciado e interpretado líricamente a través de lacontemplación diaria. José Antonio tamiza y criba los paisajes y vivencias conlos ojos del amor. La contemplación del campo es amorosa. Entronca conGarcilaso, Bécquer, Salinas y Machado.

El poeta da a conocer el campo en el diálogo amoroso y confiado, con unerotismo libre y natural, espontáneo, virginal y edénico. Como manifestaraFernando Ortiz, este rasgo puede ser atribuido a los poetas andaluces del 27,que habían leído la poesía de los antepasados árabes.

Frente a la Generación del 27, José Antonio Muñoz Rojas no presentatratamiento distante sino íntimo y tierno, que se ubica dentro del humanismopetrarquista que convierte el campo (= mujer) en el objeto de adoración delpoeta hasta elevar su alma, desde las cualidades físicas y espirituales del seramado (= campo) hasta Dios. Tiene su fuente en Garcilaso, en los metafísicosingleses, en Gerard Manley Hopkins, y quizá en la huella que el erotismo dejóen el modernismo, en el sensualismo de Rubén Darío, y este a su vez en el 27.

Tanto para Machado como para Muñoz Rojas las cosas se presentan en suestado natural sin que hayan sido trabajadas. Para ambos la poesía es un hondo

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sentir que brota del contacto directo con los elementos telúricos. Subrayan laemoción que provocan. La percepción de su hermosura nace de una intuicióndirecta y profunda; es auténtica.

También recupera Muñoz Rojas la nota machadiana de la temporalidadal descubrir las posibilidades líricas de lo vivido, del recuerdo.

CAMPO HUMANIZADO

José Antonio Muñoz Rojas en Las cosas del campo deja ecos de su yo esencial, endos acepciones: a) la vivencia del campo es el modo por el que el poeta seasoma a la interioridad de su alma; y b) el campo se funde con la vivencia delamor humano y divino.

Vengo de gentes que durante siglos han nacido en la ciudad, han respi-rado su aire, han levantado a espaldas de estos cerros sus moradas, hancultivado sus tierras y hoy son un polvo con la suya. No quisiera que nin-gún rincón de ella, ningún testimonio de su pequeña grande historia mefuera ajena. Andar sus calles o asomarse a su vega es encontrarme a mímismo, no sólo el niño que fui, sino a tantas gentes como han proyectadoaquí sus vidas, a tantos lugares como me han conformado en el que soy.Con los años se van viendo más claros estos accidentes del vivir y se vasabiendo algo de lo que se es, por lo que fueron los nuestros. (Muñoz Ro-jas 1977, 3-4)

El campo no pierde su naturaleza; la mirada del poeta es realista. Tanto Ma-chado como Muñoz Rojas manifiestan interés no por la humanidad en abs-tracto sino por el hombre concreto, contemplado en y desde el campo y en con-tacto con él. No hay personajes, ni prototipos sino personas. Aparecen refe-rencias a los oficios del campo (los aceituneros, taladores, labradores y sega-dores, paveros o barcinadores, etc.); los hombres individualizados; las figurashumanas destacan siempre sobre un fondo de paisaje de campo que se con-vierte en lugar de encuentro y de diálogo con el poeta y otras con el campo.

El poeta se muestra excelente psicólogo; presenta con pinceladas magis-trales y diminutas, entre líneas, un retrato profundo, insinúa matices y sugerirlo apenas entredicho y musitado, hasta convertirse los retratos en un cabal tra-sunto de la personalidad del retratado.

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CAMPO HONDAMENTE SENTIDO

José Antonio Muñoz Rojas en Las cosas del campo se muestra como un poetaromántico que vuelca en su alma la Naturaleza contemplada y a la inversa, elalma andaluza del poeta se ve a sí misma en el campo, lo contempla virginal yprorrumpe en cántico.

Sabe interpretar la emoción del paisaje. Las cosas del mundo exterior, delcampo y de sus cosas, ejercen una función íntima respecto a los estados senti-mentales del poeta, hasta conformar campo y alma un tejido único, en el quese encierran el temblor y lo inefable.

José Antonio Muñoz Rojas se suma a la estrecha red de parentescos es-pirituales de la línea romántica andaluza que se inicia tras la muerte del máslírico de los poetas andaluces, Gustavo Adolfo Bécquer, y que prosigue con elnacimiento, cinco años más tarde, de Antonio Machado, quien junto a JuanRamón Jiménez, recorrerá el camino trazado (Cano 1955).

El lirismo oscila entre dos ejes, aparentemente antagónicos y contra-puestos: la embriaguez, exultación y perturbación positiva del ánimo del poetaincontenible ante la sacudida del campo; y la serenidad y claridad ante su con-templación novedosa. Dos ritmos interiores que aúnan el asombro y la sor-presa: el eco de la concepción juanramoniana de la poesía como esencia, ca-mino de eternidad, hallazgo y misterio, encanto. Todo ello visible tanto en losvocablos llenos de connotaciones afectivas (“purísimo temblor”, “temblorlleno de gracia”, “estremecimiento”, “delicia” “temblar”, “estremecerse”)como a través de la evocación y remembranza de las cosas del campo:

Y este manzano joven, aún sin hoja, que de pronto se ha puesto a dar flory que parece un candelabro de flores, y que nos ha detenido hoy largo ratoen nuestro paseo haciendo que nos preguntemos, cómo es posible tantahermosura en tan poco lugar. (Muñoz Rojas 1999, 24)

El poeta vuelve al campo en todo momento; así, en las hermosísimas páginasescritas por José Antonio sobre Manolo Altolaguirre con motivo del centena-rio de su nacimiento, repara en el texto que escribió tras la muerte del poetamalagueño en 1959 y se encuentra “con la eterna intemporalidad de los he-chos” (Muñoz Rojas 2005); de nuevo, observamos al poeta involucrando todasu vida, los recuerdos y olvidos ligados a la figura de Altolaguirre con las co-sas del campo; llama la atención que ante un motivo tan ajeno, sea tal el amor

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y la identificación con el campo que el poeta no pueda sino volver reiterada-mente a su pasión; ante la hermosísima y sentidísima elegía por la muerte desu amigo, el poeta siente que el campo todo, en todas sus manifestaciones, hamuerto porque ha muerto un poeta.

Como Machado, José Antonio Muñoz Rojas no heredó del Romanti-cismo los ademanes desesperados ni el retoricismo, sino el acento melancó-lico y nostálgico. La realidad exterior (el campo), percibida por los sentidos,penetra hondamente sentida en la imaginación e inteligencia del poeta: remitea una experiencia interior mediante la fusión de sujeto y objeto, del yo con lootro.

TRASCENDENCIA Y TIEMPO EN LAS COSAS DEL CAMPO

José Antonio Muñoz Rojas es prototipo del poeta arraigado, que, como afirmaCristóbal Cuevas, “hace de la poesía el vehículo de realización de un plan pro-videncial, convirtiéndola casi en un rito salvífico” (1989, 96). Y es un poeta re-ligioso. Si en Machado lo religioso fue una “veta de agua subterránea, quebrotó a veces” (Marías 320), en Muñoz Rojas es permanente. Como él mismoha confesado, el trasfondo religioso que, iniciado en la casa (se refiere a la dela abuela materna) y continuado en el colegio “ha sido irradicable”, “ha con-tinuado, con todas nuestras vacilaciones, repulsas y alejamientos” (Muñoz Ro-jas 1994, 89), late en Las cosas del campo, en la que un Dios, no lejano, cercanoal poeta, cotidiano, contempla amorosamente las cosas del campo. Se refleja enlos siguientes aspectos: hondo sentido de lo divino; la presencia de un Diosprovidente y cercano; la reconciliación entre creencia y creación, por influen-cia de Maritain, que se traduce en su concepción de la misión del poeta: refle-jar y devolver a Dios la belleza (Muñoz Rojas 1943, 115).

En Las cosas del campo no hay panteísmo (Alcaide de la Vega 22), sino queestamos más bien ante un poemario intimista, en que la cosmovisión delmundo aparece impregnada de espiritualidad. Se ubica, por tanto, dentro de lacorriente rehumanizadora de la inmediata preguerra. Predomina en la obra eltono elegíaco, epifánico, y sin embargo gozoso. Se presenta un campo mís-tico, casi eterno, inmortalizado por un poeta que se recrea con gozo ante laperfección (Cuenca y Martínez Mensanza 1996). La visión del campo, aundesde una perspectiva temporal, adquiere dimensiones edénicas, intempora-les. Capta el poeta el instante huidizo, fija la emoción del tiempo y la fundecon la perfección interior, como hicieran humanistas antequeranos, como Juan

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de Vilches o Pedro Espinosa. De ahí que el poeta vaya más allá de lo que per-ciben los sentidos, desvelando el misterio escondido, la presencia del Creador.

A lo largo del poemario se observa una actitud de éxtasis en la contem-plación de la belleza, de acción de gracias a Dios. Depura el campo de lo quees anecdótico o banal hasta entonar un himno a la tierra y recrearla de nuevo.Aparecen en Las cosas del campo referencias a la poda en la Naturaleza y en laGracia, para perfeccionamiento del objeto amado. El amor al campo despiertala añoranza de lo eterno y el recuerdo de Dios.

Junto a la afirmación gozosa de la realidad, abunda en la obra la termi-nología religiosa, que encuentra su fuente en la poesía arábigo-andaluza, ensan Juan de la Cruz, en santa Teresa de Jesús y en fray Luis de León.

Las cosas del campo está escrita desde la emoción del tiempo, desde la in-tuición vivida y temporal del poeta. El mismo poeta confiesa que “apenas haypoesía que no trate del tema del tiempo” (Muñoz Rojas 1951). Se sitúa así nue-vamente entroncado en la tradición literaria del profesor de Retórica Juan deMairena, Jorge Manrique, el romancero, Bécquer y el Siglo de Oro.

En este sentido, Las cosas del campo presenta un tono meditativo, propio dela preocupación por el tiempo, del tópico de tempus irreparabile fugit, visibleen dos aspectos: a) en la nostalgia por las cosas y faenas que el progreso ha he-cho desaparecer; y b), en la dificultad para describir lo que la Naturaleza ofrececomo fuente estética: problema del escritor.

En Las cosas del campo vemos el paso de las estaciones; descripciones delos efectos destructivos del tiempo sobre las cosas; el entrecruzamiento deltiempo individual con el colectivo de la historia. De las tres parcelas tempo-rales, el poeta se siente seguro propietario del pasado porque, aunque con-templado desde el presente actual, es tiempo inexistente, es un tiempo del quese guardan en la memoria las experiencias vividas, de ahí que permanezca vivaen el poeta la tendencia a recuperar no el tiempo pasado, ya irrecuperable, sinolas sensaciones percibidas y vividas.

LA POÉTICA DE LAS COSAS DEL CAMPO

Formulamos a continuación algunos principios que presiden la poética de Lascosas del campo, fijándonos en dos dimensiones esenciales: su concepción delpoeta y de la poesía, y los principios que nutren la obra misma. Las fuentesque hemos trabajo residen en afirmaciones diseminadas a lo largo de su obra:“Al poeta que lo parta un rayo”; “Testimonio”; “Sombra del paraíso”; “A cielo

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raso”; “Gerard Manley Hopkins”; “Carta al Padre Alfonso Querejazu sobre laPerfección Cristiana” y Dejado ir.

Muñoz Rojas, siguiendo la concepción maritainiana, concibe al poetacomo ser herido por el rayo; sostiene la idea creadora como rayo intuitivo quesacude al artista y provoca la idea original. Rayo de belleza que estremece alpoeta y le otorga un carácter casi místico, por seguir en ella, la llamada de laperfección (Muñoz Rojas 2005, 61), trazando un paralelismo magistral entrela perfección cristiana y la artística.

En segundo lugar, el universo cósmico y telúrico de Las cosas del campo seadapta bien a la concepción de obra poética. La poesía es un derivado telú-rico, una planta de excepción que hunde sus raíces en la tierra (Muñoz Ro-jas 1935b). Hay buena poesía si es buena la tierra que la produce. La poesíaes un don procedente de lo alto que ha sido regalado por la mano de Diospara tender un puente al mundo, intraducible en palabras, que conduce “a máshondos adentros” (Muñoz Rojas 1936, 109). No percibe el lector la oscuri-dad sino la luminosidad de las cosas del campo, que le llevan a la trascen-dencia.

Nunca se tuvo una conciencia tan grande de esto como en el romanticismo,ni la tuvo, sobre todo, el mismo poeta: recoger el temblor del universo, ha-blar por los hombres, darles lengua y voz. (Muñoz Rojas 1944, 459)

El poeta es un zahorí de la hermosura de lo creado, su voz y su lengua. Losojos del poeta, como ladrones, le han robado a la Naturaleza la permanencia.El poeta es un custodio del campo, que no deja escapar la ocasión del gozo yla delicia, y que en busca de tanta maravilla acude con los sentidos, renuncia ala palabra, nombrando sin nombrar, sugiriendo.

Las cosas del campo recrea el tema de la Naturaleza. El punto de partidason los materiales virginales, puros, que la Casería del Conde y su campo leofrecen. La vía: la contemplación amorosa y deleitosa de la sustancia poética.Y el punto final: “el goce y razón de la realidad” que proporciona toda verda-dera poesía.

Concibe la labor del poeta como la de un hacedor de la palabra, que que-branta el estado natural de las cosas para recuperar su belleza originaria, edé-nica. El hallazgo poético, facturado con los cinco sentidos, “alertas cazadoresde lo bello” y “la hacienda del espíritu”, pues la belleza del campo, atrapadapor lo sentidos, no queda depositada ahí, circula hacia los adentros.

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Son muy frecuentes las reflexiones del poeta sobre el misterio y el oficiode la escritura. Muchas de ellas las encontramos en anotaciones de Dejado ir;y de ellas se deduce el carácter agónico, de lucha permanente con la palabraque tiene para él el hecho de escribir, tanto que:

Escribir es morir, si alguien no esperala palabra, y la entiende y la hace suya.

(Oscuridad adentro; Cuevas 426)

La palabra, como instrumento de representación y de ocultación, “se nos diopara expresarnos y no hace más que taparnos”, de ahí que una tarea perma-nente del laboreo del poeta sea la de domeñar la palabra.

Recogemos a continuación algún testimonio más de ese permanente la-boreo del poeta, de ese intento constante de domeñar la palabra que, cual ca-ballo desbocado, se le resiste. El 29 de agosto de 1982, en la Casería, el poetaparece encontrarse revuelto y aturdido en sus adentros y siente ansias de es-cribir, y, aunque la palabra se le resiste, escribe, y le sale este destrabado y al-borotado apunte, en que los sentidos se confunden en hermosas sinestesias:

Quiero escribir, quiero soltar aguas, heces, estiércoles, rezagos, amonto-namientos. Quiero no perder este hilo que me ata, quiero que la palabrano me abandone, que la llame y venga, que esté ahí siempre, para siem-pre dispuesta a la llamada, se presente sin llamarla, agua y atanor, vino ycopa, orza y aceite. Y pan, siempre pan. Pan, palabra pan. Sí, aquí que-riendo que la palabra cruja, que gima, que cante, que llore, que tiemble,que sea, sin poder en lucha con ella misma, sin ella la voz, nada, ella nadasin la voz. Y aquí estoy revolcándome en el estiércol, muladar de mi vida,humus creadores de la corrupción, calor del seno, o aquel calor tras el cualvamos, a veces remansando en la ternura, a veces roto y redivivo en la lu-cha, y uno queriendo sin lograr, temblando sin crear, vibrando sin son.Caballo suelto, mi caballo ¿por qué campos vas, tú palabra, mi caballo? Ydudo si es por estos yermos de aquí dentro, resonando en el vacío de aquídentro, bodega de oscuridad en la que no se sabe lo que sus tinajas con-tienen si contienen. O por fuera palabra caballo, qué hermosura, y ésta esverdad porque los ojos la tocan, la ven las manos, la palpan los olfatos, eshermosura desleída y no perecedera, porque cuando lo es, lo es para siem-pre, cuando es en principio nunca cesa. (Muñoz Rojas 1995, 256-57)

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Adopta José Antonio Muñoz Rojas el principio eliotiano “Humility is en-dless” (Four Quartets): “sin humildad no hay comienzo de perfección” y ex-clama:

¿Quién pone puertas a este campo? ¿Y quién menos llamado a ello queyo? Aquí andamos buscando algo, y como aquella buena mujer que decíaque cuando llegara el momento de hallarse delante de Dios y Dios le pre-guntara: ‘¿Qué has hecho, mujer?, sólo podría decirle: ‘Se me ha pasadola vida perdiendo cosas. Todo se me ha perdido. Y se me ha ido el tiempobuscándolo. Señor, no he hecho otra cosa que buscar lo que se me ha per-dido’. Así nosotros andamos permanentemente buscando lo que se nosha perdido. Lo que se nos ha perdido y está en nosotros mismos. El que-rer lo bueno está en nosotros. Lo que pasa es que está en lo oscuro denosotros, que sólo con una luz que no es nuestra podemos encontrarlo.(Muñoz Rojas 2005a, 70)

LENGUA Y ESTILO

Las cosas del campo es un libro delicioso, cuyo valor poético no depende exclu-sivamente de la estructura material del texto ni de los recursos que en ella seactivan, sino que se encuentra en el espacio poético creado, en el que el po-eta, a través de leves apuntes sensuales, de insinuaciones y elipsis, mediante elacierto en la elección y disposición de los vocablos, nos ofrece una verdaderapoesía, de interioridad humana densa, impregnada de osadías líricas, de unaexpresión sencilla, misteriosamente clara, voluntariamente pobre y desasida,directa y enteriza.

No percibimos en ella una intencionada voluntad de estilo. Más que eldominador de una técnica determinante de un clima expresivo, es el creador deese clima. Crea el poeta antequerano la belleza de sus líricos paisajes y en supoesía sobresalen, por encima del hallazgo de la imagen poética, los estadosnaturales a los que el poeta se entrega, con el fin de que lo contemplado nopierda nada del temblor que en su ánimo provoca.

Las cosas del campo es un libro diáfano, de corte clasicista, de sencilla her-mosura, cuyo natural fluir es el fruto de la poda del poeta que ha trabajado unestilo sin ropajes externos. La obra mantiene la sencillez, la naturalidad y es-pontaneidad del lenguaje conversacional.

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La sencillez expresiva no parece estar reñida con el estilo cuidado queofrece, aun cuando a veces hay descuidos gramaticales, derivados sin duda desu máxima concentración en el qué decir más que en cómo decirlo. El poeta se-lecciona, tamiza, criba y matiza de manera constante y sostenida.

Parece regirse Muñoz Rojas por el principio luisiano de respetar la formadel decir, de que las palabras y las cosas que se dicen sean conformes a su pro-pia naturaleza, que lo humilde se diga con llaneza y lo grande con estilo máslevantado, de manera que la palabra poética “nombre” la realidad contemplada.

Otro de los grandes logros poéticos de Las cosas del campo viene dado porlo que denominamos la estética de la sugerencia: el poeta insinúa, deja entre-ver y sugiere sin apenas nombrarlo ni decirlo, siguiendo el principio juanra-moniano: “la perfección de la forma artística no está en su exaltación, sino ensu desaparición”.

Desde el punto de vista léxico sobresale el placer idiomático con que elautor saborea voces tomadas del ámbito rural, en el que abunda la nomen-clatura específica referente a la geología, a la flora y a la fauna (Senabre1999).

Habla el mismo lenguaje llano del pueblo para atraer la atención del lec-tor. Proliferan las sonoras palabras populares. Huye del vocablo gastado. Ycrea vocablos nuevos, consciente de que el poeta ha de saber acuñar palabrasverdaderas.

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