Las historias de cada quien

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Libro de minificción infantil y juvenil.

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JMOS

LAS HISTORIAS DE CADA QUIEN

JOSÉ MANUEL ORTIZ SOTO

ILUSTRACIONES

DE

NATACHA AMAYA REBOLLEDO

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JMOS

ÍNDICE

PRESENTACIÓN……………………………5

VOCACIÓN……………………………….7

MUÑECO DE SAL…………………………..9

ANDREI………………………………….11

UN DÍA DE TRABAJO CON PAPÁ…………12

BARQUITOS DE PAPEL……………………13

VACACIONES……………………………15

CHARLA CON UN CUERVO……………….16

¡BOLITA POR FAVOR!...........................17

COMPOSICIÓN………………………….19

REGALO DE CUMPLEAÑOS……………….20

JOAQUÍN EL PESCADOR………………….21

TEMPORADA DE LLUVIAS…………………22

CASA DE MUÑECAS……………………..23

UN JUEGO NUEVO……………………….24

LOS BUENOS DÍAS……………………….25

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NARCISO EL MENTIROSO…………………26

UN CUENTO JOVEN……………………...27

TRAVESURAS……………………………..28

… Y ESTE CUENTO SE ACABÓ……………29

LA BRUJA CHUPADEDO………………….30

BOSQUE DE CONCRETO…………..……...31

DULCE MIRADA………………………….32

SAFARI…………………………………..33

UN MAL NEGOCIO………………………34

RENCORES……………………………….35

LA FOTO DEL RECUERDO………………….36

MANOS DE ESTÓMAGO………………….37

LAS PREGUNTAS DE MARCIA…………….39

LA LIBRETA ROJA…………………………41

ALERGIA ESPACIAL………………………43

BICHO…………………………………..44

SEMBLANZAS…………………………….46

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PRESENTACIÓN

Un año más de andar por aquí… Y otro libro para festejar a los lectores, que sin ellos

estas páginas estarían escritas en blanco. Las Historias de cada quien fueron

publicadas en el blog para niños de 0 a 100 años, Un pingüino rojo…

—No existen pingüinos rojos, son negros con blanco y medio cafecitos —

protesta Chivo.

Los demás niños lo miran, sorprendidos de su sapiencia. Sólo Camano, que

gusta de llevarle a todo mundo la contra, manifiesta:

—¿Y qué? En los cuentos todo se vale.

—¡Sí! —dicen unos.

—¡Ah! —dicen otros.

—Pues a mí se me hace muy jalado de los pelos que exista un pingüino rojo, ¡y

que viva en el desierto! —se defiende Chivo.

—¡Es verdad! —dicen unos.

—¡Ummm! —dicen otros.

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Y allí está el grupo de amigos dividido en dos bandos: cada uno con un punto

de vista, que defienden, olvidando que se reunieron para oír al contador de

historias.

—¡Chicos! —interviene Leopold—. ¿No quieren saber qué sigue?

—¡Sí! —gritan todos a coro.

—Bien. Entonces guarden silencio y escuchen el resto de la historia…*

Nota para los pequeños lectores: en Las Historias de cada quien se vale

cambiar el nombre de los personajes y poner el suyo y el de sus amigos. Porque,

¿quién nunca ha soñado tener una aventura como las que, por fortuna, tienen los

personajes de los libros? Yo sí, y seguro ustedes también.

México, D. F., 27 de enero de 2016.

*Tomado de El pingüino rojo

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VOCACIÓN

Me despertó el gorjeo de los cientos, quizá miles, de pájaros en mi habitación.

Cuando abrí los ojos, me di cuenta que no había pasado la noche en mi cama, sino

sobre la mesa de la biblioteca del abuelo José. Los enormes estantes de madera

estaban vacíos y los libros revoloteaban por el lugar, tratando de alcanzar la puerta

y las ventanas. Quise impedirlo, pero la voz risueña del abuelo —muerto años atrás—

me detuvo: «Déjalos que se vayan, hijo, ya volverán al anochecer».

Entonces supe que yo quería ser escritor.

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MUÑECO DE SAL

El era un muñeco de sal.

Cuando nació, su madre le dijo:

—El mar, los ríos, el agua de la lluvia… son muy hermosos, pero debes evitarlos.

Si te mojas, te deshaces.

El abrió sus enormes ojos anaranjados, llenos de espanto.

Un día, El camina por la calle y ve tirado un pedazo de cielo, lo pisa y el pie

desaparece.

Olvidó ponerse sus botas impermeables.

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ANDREI

¡Estoy harto! Mamá y papá entran a mi habitación como si yo no existiera. «Disculpa,

pensé que no estabas», «No te enojes, no lo vuelvo a hacer», «¡Qué sensible

andas!»… Y luego está mi hermanita, para quien cada habitación es la suya. No

aguanto a mi familia. Desde que nadie usa las puertas en esta casa, somos otros.

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UN DÍA DE TRABAJO CON PAPÁ

Me despertó la voz fuerte de papá. Estoy emocionada. Hoy comienzan las

vacaciones. Mi corazón retumba como si anduviera salta y salta dentro del pecho.

La casa huele toda a café y a pan recién horneado. A mí no me gusta el

café, pero me encanta sentarme en las piernas de papá para que me convide de

sus alimentos.

Mientras caminamos, papá me dice que puedo preguntarle todo lo que yo

quiera.

―Papi… ¿somos gigantes?

―¿De dónde sacaste semejante idea, chiquitina? ―Esparce las nubes, limpia

los anillos de Saturno, agrega un poco de color naranja al Sol—. En esta tierra no hay

gigantes.

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BARQUITOS DE PAPEL

A Noecilla le aburre mucho la escuela. En lugar de atender a las lecciones, hace

bolitas de papel que arroja a sus compañeros de clase.

El día de nuestra historia, un fuerte aguacero suspendió el recreo. Para ocupar

el tiempo, Noecilla se propuso escribir mil veces su nombre. Pero el ánimo apenas le

alcanzó para llenar una hoja de libreta.

«¡Sería feliz si pudiera correr bajo la lluvia o sapotear en el lodo».

Suspira, recuerda una conversación que tuvo con su amigo Marco, el Pata de

perro —duro de cabeza como ella, pero también ligero de imaginación—: «Cuando

no tengo nada mejor que hacer, construyo barquitos de papel y me voy de

aventura».

Cuando reinicia la clase, la maestra Yola se sorprende de no ver a Noecilla. En

su butaca sólo hay una libreta a la que faltan hojas, y en el piso un río de lluvia

caudaloso que escapa bajo la puerta del salón.

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VACACIONES

Vinimos a visitar el pueblo donde nacieron nuestros padres. Al vernos, la vieja casa

de papá Fabián brinca de alegría, se sacude el polvo, se limpia las telarañas y, en

cosa de nada, rejuvenece al menos cien años. «¡Tengan cuidado, esa casa está

embrujada!», nos advierte un señor desde la esquina. No entiendo su recelo,

cuando eres niño pocas cosas importan.

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CHARLA CON UN CUERVO

―¡No existen cuervos blancos!

El cuervo mira con simpatía a la chiquilla.

―Que yo sepa, tampoco existen niñas azules.

La niña mira sus manos y sus brazos, pensativa.

―Ufff… Entonces ninguno de los dos existe.

―Es posible —concede el cuervo.

Un poco más tarde, cada uno despierta por su lado: sólo son un cuervo rojo y

una niña morada.

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¡BOLITA POR FAVOR!

Un estruendo de vidrios rotos atrae a la dueña de la casa hasta la ventana que da

al jardín. Entre cortinas y trozos de vidrio, un maltrecho balón de fútbol trata de

pasar desapercibido. Del otro lado de la verja, la calle luce extrañamente vacía.

—¡Mira nomás el desastre que hiciste! —La mujer encara al balón, harto

molesta.

El balón se apura a decirle que él es el menos culpable de tan bochornoso

accidente, pudo haberse ponchado y ¡adiós vida efímera de pelota! Que para

aclarar las cosas, mejor hablara con el Chueco Soto, un chiquillo poseedor de dos

pies izquierdos, quien de seguir así nunca llegaría a la Selección Nacional de Fútbol,

como era su sueño.

«Si pudiera hablar con él, quien quita y a usted sí le haga caso, doña…».

La mujer —que no está de ánimo para tratar de descifrar los pensamientos de un

balón rompe vidrios—, propina al intruso una patada que lo regresa a la calle.

—¡Gracias! —grita una vocecita del otro lado de la verja.

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COMPOSICIÓN

No es cómodo vivir en un zapato, aunque éste sea la bota abandonada de un

gigante. Si Amadea no se había mudado a un hotel, era por el alto costo de la

renta. Además, en su trabajo de mensajera debía recorrer a diario grandes

distancias, y es de sobra conocido que a los zapatos les gusta mucho caminar. Por

vanidad juvenil, ella habría preferido habitar un tenis deportivo de última

generación —veloz, bello, aerodinámico; la envidia de todos—, pero en sus estudios

de música requería de la intimidad y el aislamiento que le brindaba la vieja bota del

gigante.

Muchos años después, ya célebre compositora, Amadea recrearía aquella

etapa de su vida en el singular Concierto del zapato viejo y las cebollas.

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REGALO DE CUMPLEAÑOS

Cuando llamaron a la puerta, los ojos de mamá brillaban.

—Asómate a ver quién es. —La sonrisa que acompañó sus palabras me dijo

que traía algo entre manos.

—¡Es un señor con una cajota! —grité desde la puerta, emocionado.

Eran unas alas azules y enormes, de tan suavecitas daban ganas de pasarse

todo el día acariciándolas.

—Son para ti, póntelas. —Me enseñó a sujetarlas a mi espalda y brazos—. Al

principio te serán algo incómodas, pero con el tiempo se ajustarán a tu cuerpo.

Algunas bromas y raspones acompañaron mi aprendizaje. Para levantar el

vuelo debía recorrer muchos metros; y no hablemos de las incontables vueltas en

círculo que daba antes de aterrizar. Aunque siempre quedaba, como último

recurso, el cordel que me unía a la mano de mamá y que, a veces, me hacía sentir

un papalote.

Hoy, luego de verme volar sin protección, mamá me dio un largo y sentido

abrazo.

—¡Te extrañaré! —repetía con voz temblorosa mientras yo subía más y más en

el cielo.

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JOAQUÍN EL PESCADOR

Desde el vitral de la vieja casona, un chiquillo en pantalones cortos otea el cielo

azul, estampado con un sol fuerte y luminoso. Es un día espléndido, de esos que la

gente no desaprovecha y sale a pasear como si fuera el último. Joaquín escruta el

horizonte. A esta hora los parques han sido tomados por las familias del pueblo en

día de campo; a las charcas del río les falta espacio para poder albergar a tanto

bañista.

«¡Hola, Joaquín!», «¡Ya bájate de ahí!», «¡Vente al río con nosotros!», le gritan

desde la calle Hugo, Toño y Rocío.

Pero los días de luz en aquel pueblo son escasos y breves. En un parpadeo, el

sol se difumina; de los cerros bajan grandes nubarrones envueltos en oscuridad.

Joaquín no se asusta. Esa es la señal para que salga del vitral y capture con sus

manos las nubes gordas y negras, iguales a aquellas que un día hicieron de su

pueblo tierra de fantasmas.

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TEMPORADA DE LLUVIAS

para Javier Perucho, amigo de sirenas

Javo danza abrazado a la lluvia.

―¡No sé cómo puede gustarte un día así! ―refunfuña tía Isabel desde su

refugio en el portal.

—¡Me encanta!

Y recuerda aquella vez que, náufrago en el vientre materno, una voz

melodiosa clamaba en la distancia: «Ven, ven Javito, acá estarás seguro…».

Desde entonces, Javo sabe que con las lluvias vuelven al río sus amigas las

sirenas; es suyo ese rumor de agua embravecida que se escucha por las noches

bajo el puente de piedra.

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CASA DE MUÑECAS

Tengo dos nietas, y a las dos las quiero tanto. Camila vive en la mitad derecha y

Sofía en la mitad izquierda. Cada mañana, mientras voy por la casa de aquí para

allá, las oigo conversar:

—¿Cómo amaneciste, prima?

—Muy bien, prima, ¿y tú?

—¡Mejor que nunca!

—¡Me da mucho gusto!

Y por ese rumbo sus charlas siempre.

Cuando el reloj cucú me dice que ya es hora, que debo ir a trabajar, las dos

niñas salen de mi corazón y me despiden con un beso.

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UN JUEGO NUEVO

—Mi abuelo es un caballo —dice la pequeña Ixchel, montada sobre mis hombros.

Austin, su pequeño hermano, me mira intrigado. Le sonrío. Él ladra, trata de

morder mis piernas.

—¡Chiquillo grosero! —relincho, y escapo al galope por la habitación.

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LOS BUENOS DÍAS

—¡Abuelo, levántate! ¡Ya se despertó el sol!

Salgo lentamente de la cama y me desperezo. A cada paso, dejo un rastro

de sueño camino a la ventana.

La madrugada bosteza, pálida y nublada, en el jardín.

—Está bien, hijita, vayamos a jugar.

Tomados de la mano, agitamos nuestras alas.

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NARCISO EL MENTIROSO

Yo no era como ustedes me ven hoy. Un día que salí de casa muy temprano me

encontré con una brujita que barría la calle con su escoba. «Buenos días señora», le

di mi saludo. Ella me contestó con un hechizo.

Desde entonces, dejé de ser un niño hermoso y me convertí en el sapo más

guapo de esta charca.

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UN CUENTO JOVEN

El joven cuento no se decide: contarle a su anfitriona la historia de un zombi recién

salido de la tumba o aquella de un fantasma que habita un castillo medieval

tenebroso…

La chamaca, que se muere de sueño, dice «colorín colorado» y se queda

profundamente dormida.

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TRAVESURAS

La casa era una enorme regadera: mamá iba de aquí para allá atrapando agua

con cuanto recipiente tuviera a la mano. Pero no se daba abasto. Por la ventana

asomaba un día seco y caluroso.

—¿Alguien me podría explicar qué está pasando? —se lamentaba—. ¡Quizá

debiera llamar a los bomberos!

Desde el timón de un barco de papel, Noecilla la tranquilizó:

―Mamá: sólo es una nubecita que invité a jugar.

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… Y ESTE CUENTO SE ACABÓ…

El hechicero me mira desde el abismo de sus grandes ojos negros. Cuando levanta

su varita mágica, dispuesto a ejecutar el conjuro, ya me siento convertido en un

animal horroroso. Todo mi cuerpo tiembla, hace un ruido de castañuelas que

estremece la noche…

—Lalito, ¿te gustó el cuento? —dice mamá, sacándome de mis cavilaciones;

cierra el libro.

—Sí… —respiro aliviado, mientras el hechicero se desvanece de mi

imaginación.

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LA BRUJA CHUPADEDO

Había una vez una bruja que no podía dormir y el doctor le recetó chuparse el dedo

gordo de la mano izquierda, hasta caer rendida de sueño. Pero chupar su dedo

gordo —viejo, torcido y arrugado— le provocaba cólicos y horrendas pesadillas. Por

consejo de un vecino, probó con el rabo de un alicante: los labios se le llenaron de

granos rojos, verdes y amarillos. En su desesperación, la bruja experimentó con la

pata de un gato negro, el ala de un pájaro carpintero, la oreja derecha de un

murciélago y hasta con el espolón de un gallo que cantaba al mediodía, pero sin

mejor resultado. Luego de muchos meses de mal dormir, los poderes mágicos de la

bruja comenzaron a fallar. Sus pócimas no volvieron a ser lo que eran. Cuando un

conjuro se le resistía, Chupadedos se desesperaba y daba brincos de niño

berrinchudo, se tiraba al piso y pataleaba, inconsolable. La única forma de

tranquilizarla era que alguien le hiciera cariñitos.

«¡La bruja esté hechizada!», corría el rumor de boca en boca entre la gente.

En la acera de enfrente, bajo un árbol jorobado, por las noches se escuchaba

el canto de un sapo, que en su croar parecía decir: «Chupadedo, chupadedo,

cruza la calle y ven a darme un beso…».

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BOSQUE DE CONCRETO

Ni en sus sueños más locos había visto caminar a un árbol. Por eso, el guardia se

llevó el silbato a los labios y le marcó el alto.

—¿Por qué me detienes? —dijo el árbol, sorprendido.

—Por… ¡por alterar el orden! —respondió el guardia; en realidad, no se le

ocurrió decir otra cosa.

—¿El orden de quién?

—¿Cómo de quién?… De la naturaleza, por supuesto.

El viento, y un acceso de risa apenas contenido, estremecieron al árbol

viajero, que cubrió la banqueta con una alfombra de hojas.

—Y también por tirar basura en la vía pública —agregó el guardia, muy serio.

El árbol viajero —que se negó a tomar la infracción porque no tenía manos—

regresó a su jardinera. Esta noche preguntaría a los pájaros cómo poder volar.

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DULCE MIRADA

El gato de mi prima Tonia tiene la mirada dulce y empalagosa. El chisme corrió entre

los chicos de la cuadra y, en muy poco tiempo, «Dulce» se ha puesto de moda.

—No sé de dónde la sacó —dice siempre mi prima al ejército de niños en su

puerta. Luego baja la voz y les confiesa que si lo consienten con historias y leyendas,

el gato es capaz de cambiar el sabor de sus miradas.

Aunque es de mala educación chuparse los dedos, a mí me gusta que el

gato de Tonia mire mis manos con sabor a chirimoya.

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SAFARI

El jardín de la casa de la abuela es una selva inexplorada. Almuerzo deprisa y le

digo que saldré a tomar el sol.

La abuela me mira con sus ojos de rendija, que cuando los cierra se pierden

en algún rincón de su cara, blanca y arrugada. A veces creo que tiene parecido

con esa raza de perros arrugados, y me gana la risa.

―Nada más no te alejes —autoriza la abuela con su vocecita de

caleidoscopio—. Y cuídate la ropa, ya sabes cómo se pone tu madre cuando te

ensucias.

Salgo al jardín y el perro del vecino viene corriendo a mi encuentro.

—Estoy listo —me dice, agita el trocito de rabo que le queda de su encuentro

con un tigre de Bengala, según me contó en otra ocasión.

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UN MAL NEGOCIO

El ratón levantó con cuidado una esquina de la almohada y extrajo el diente que

había debajo.

—¡Sí! ¡Uno más para mi colección! —se dijo, emocionado.

—¿Y mi moneda? —exigió Raquelina muy seria, sentada en el borde de la

cama, la mano extendida.

Sin soltar su trofeo, el ratón volteó al revés y al derecho cada una de las bolsas

de su pantalón y de su saco.

―No tengo ni un quinto. Este trueque jamás ha sido un buen negocio, te lo

aseguro.

—Lo siento. Las reglas dicen que yo te doy mi diente y tú me dejas una

moneda.

—Está bien, pero… ¡al rato te pago!

Al ver al ratón escapar a toda velocidad con su muela, Raquelina siente más

y más grande el hueco que aquel diente de leche ha dejado en su corazón.

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RENCORES

―Lo siento, pero yo no cuento historias de princesas ni de brujas.

Me miró decepcionada.

Era un momento difícil para ambos: yo un sujeto rencoroso hasta la médula de

los huesos; ella una pequeña que deseaba oír un cuento rosita antes de dormir.

Sin dar del todo mi brazo a torcer, comencé a croar:

―Hubo una vez una hermosa ranita en una charca…

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LA FOTO DEL RECUERDO

—¿Tú eres Santa? —preguntó el chiquillo sentado en las piernas del hombre

regordete.

—La verdad, no. A mí me pagan por estar aquí fingiendo.

—Lo sabía. No por nada soy el Niño Dios.

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MANOS DE ESTÓMAGO

con amor para mi hija Ireri, ella sabe por qué

La primera vez que alguien le dijo «niña manos de estómago», le pareció gracioso.

Entonces era muy pequeña y, por accidente, había roto un juguete de su hermana.

Alejandra nada sabía de anatomía humana o animal, pero le sobraba imaginación

para verse con otro par de manos en la panza. Cuando iba al circo o al teatro, las

oía aplaudir; si al caminar tropezaba, una fuerza emanada desde sus entrañas

trataba de evitar la caída. Durante las comidas creía verlas, canto con canto,

haciendo un cuenco para recibir en él los alimentos. Otras veces, cuando no tenía

apetito, las manos entrelazaban sus dedos y se negaban a comer. Si le dolía la

panza suponía que sus manos de estómago estaban empuñadas, cerradas en su

berrinche. Pero esta mañana, cuando sus dos manos principales, las torácicas,

comenzaron a arquearse y a vomitar la cena, Alejandra cerró los ojos y no quiso

imaginar nada, nada más.

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LAS PREGUNTAS DE MARCIA

―¿Adónde va la gente cuando muere? ―pregunta Marcia con su vocecita que

todo lo encanta.

El tiempo se detiene en el reloj.

Las dos gemelas sueltan una sonrisita como de pájaro que pía en la imagen

congelada del televisor.

El diario de papá se vuelve un pergamino amarillento y polvoroso, lleno de

símbolos indescifrables.

El diccionario salta de las manos de mamá y flota cual satélites en el vacío de

la sala.

El gato, Azul, que ronronea en el respaldo del sillón, se sumerge en un sueño

profundo de ratones.

Solamente la abuela María, a quien los años han vuelto dura de orejas y corta

de ojos, sigue teje que teje como si nada sucediera.

Marcia deja los lápices y la libreta en la mesa y va a sentarse al lado de la

tejedora.

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―Lo volviste a hacer, niñita ―desaprueba la abuela María, mirándola por

encima de los antejos―. ¿Cuál era la pregunta?

―Que adónde va la gente cuando se muere…

La abuela suspende el tejido y extiende su mano al frente, la desliza de

izquierda a derecha y luego de regreso, como si corriera una cortina invisible. La

pared del frente desaparece y el horizonte entre cómodo en la casa.

―Cuando alguien muere, el cuerpo regresa a la tierra y se convierte en árbol,

flor, pasto, arbusto… aquello que más le gustaba en vida. Mientras que el alma,

intangible, se convierte en nube. Los dos se rencuentran cada vez que llueve.

―¡Guao, abuelita! ¡Tú sí sabes mucho! ―dice Marcia, emocionada.

―Anda, brujita, deja de hacer travesuras y regresa el tiempo a tu familia.

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LA LIBRETA ROJA

para Dianita y sus rudezas de colegio

A la hora del recreo, Dianita se apartaba del barullo de los juegos para escribir en

una libretita roja, que siempre tenía con ella. Mudos testigos, los pájaros, los árboles,

los insectos. También algunos ojos curiosos que se preguntaban qué tanto apuntaba

allí Dianita la Rara.

―A lo mejor escribe historias que le cuentan los bichos ―se burlaba Hugo, un

chiquillo con sonrisa de ángel travieso—. Y yo voy a descubrirlo, ya verán.

A partir de ese día, la pelota de Hugo, las canicas de Hugo, la mochila de

Hugo…, hasta la sonrisa de Hugo se cruzaban en el camino de Diana. Si a Diana se

le antojaba una paleta o una torta, encontraba a Hugo formado delante de ella.

Tantas coincidencias propagaron el rumor de que Dianita la Rara y Hugo el Dientón

eran novios. Hasta hubo testigos que afirmaron haberlos visto besarse, caminar

tomados de la mano a la salida del colegio o compartir un cono de helado en una

banca del parque.

Al oír tantas mentiras, Diana se ponía más roja que las pastas de su querida

libreta.

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Un día, el balón de Hugo rodó muy, muy cerca de Diana.

―¡Bolita! ―le dijo Hugo acercándose, las manos abiertas en cruz como si se

dispusiera a parar el penalti que le daría el campeonato.

―Ahí te va. —Diana se puso de pie y, sin tomar vuelo, soltar su libreta, pateó el

balón con tanta fuerza que éste dio en el pecho de Hugo, tirándolo de pompas.

Las carcajadas de los curiosos se dejaron escuchar estrepitosamente.

―¿Por qué lo hiciste? ―protestó Hugo, sobándose el pecho, desconcertado.

―Para que no andes diciendo que soy tu novia.

Antes de que la campana anunciara el final del recreo, Diana escribió en su

libreta roja: «¡Pobre Hugo! ¡Le di un pelotazo! Aunque me gusta mucho y sí quiero

darle un beso, tengo miedo de que mi mamá se entere y me regañe!».

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ALERGIA ESPACIAL

—Fernando: tienes alergia —me dijo el doctor, muy serio.

A mis ocho años, yo no sé qué es eso, pero tiene nombre como de materia de

la escuela. Hasta me parece oír a la maestra Ceci: «Chicos, abran su libro

de Alergia en la página veintisiete». ¡Ay, Diosito, se me enchina la piel nada más de

pensarlo! Preferiría que esa palabra fuera el nombre de un cómic. Qué tal Las

aventuras de Alergia, la capitana del espacio. Suena bien. La imagino pilotear su

nave más allá de las estrellas: bonita, alta, de ojos grandes y atentos… como mi

mamá. Alergia acaba de llegar a un planeta recién descubierto. «Hola, amigos del

planeta 9, soy la Capitana Alergia y vengo desde la Tierra». Unos hombrecitos

morado con gris le dan la bienvenida y la invitan a quedarse para siempre con ellos;

le prometen que la llevarán a explorar galaxias lejanas…

—Fernando: tienes alergia —repite el doctor.

―¿Y eso qué es? ―pregunto al fin.

―¿Cómo te lo digo?... Alergia es la respuesta de tu cuerpo a algo que no le

gusta, por eso protesta…

―Ah, entonces tengo alergia a portarme bien, porque sólo me siento a gusto

cuando juego y hago travesuras.

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BICHO

Bicho entró a su nuevo hogar acompañado de un olor bastante desagradable. Los

meses que pasó en las calles de la ciudad hicieron de él un vagabundo en toda la

extensión de la palabra. El papá de Aranza María estaba por decirle a su hija que

sacara inmediatamente a ese animal de la casa, pero de entre la madeja de pelos

enredados y apestosos ―semejante a un trapeador― asomó una miradita tierna y

frágil, que le acarició el corazón.

—Está bien. Pero el bicho se queda a dormir en el patio hasta que el

veterinario lo revise y lo deje presentable.

La palabra «bicho» hizo mucha gracia a Aranza María, que decidió bautizar

con ese nombre a su mascota. Además, no se le ocurría otro nombre mejor.

La vida de Aranza María —y la de cada habitante de la casa— cambió con

la llegada de Bicho: tenía que sacarlo a pasear mañana y tarde, levantar su

excremento en el parque, darle de comer, bañarlo y desenredarle el pelo, jugar con

él… Y también encubrir sus travesuras, como mordisquear la lapicera de su hermana

o los zapatos de mamá, acostarse en las chamarras de papá…

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—¿Por qué no puedes ser un perro normal? —le dijo Aranza María a su

mascota una ocasión que, por causa del tronido de unos cohetes, Bicho se orinó en

la sala—. Un perro normal se metería al baño, se sentaría al excusado y… ¡Ay! ¡Qué

cosas me haces decir, Bichito!

Bicho agitó el rabo y le sonrió; le encantaban las ocurrencias de su pequeña

amiga.

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NATACHA AMAYA REBOLLEDO (11 de octubre de 1988 Valencia, Carabobo, Venezuela).

Licenciada en Educación, mención Artes Plásticas. Dibujante e ilustradora. Se desempeña

como docente para la Universidad de Carabobo y Arturo Michelena, en la ciudad de

Valencia, Venezuela. Ingresa a la universidad de Carabobo en el 2005 y se licencia como

docente en la mención de Artes Plásticas en año 2010. Desde la fecha ha participado en

convocatorias y concursos de artes

plásticas a través del dibujo como

expresión; tales como el concurso

universitario Elsa Gramko y el

seminario Transdiciplinario Bordes

de la Universidad de los Andes. A

partir el 2011 comienza a trabajar

en la Universidad Arturo Michelena

impartiendo las cátedras de Dibujo

Anatómico e Ilustración. A su vez

en la Universidad de Carabobo

trabaja como docente de la

asignatura Recursos y Medios

Audiovisuales. El amor por el libro

como objeto y la buena literatura, hacen que incursione en el campo de la producción

editorial independiente y la ilustración de cuentos cortos, minificciones, poemarios entre

otros. Actualmente sigue su labor docente aunado a la experimentación en mundo de las

artes gráficas, sobre todo en técnicas como la xilografía y la punta seca.

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JOSÉ MANUEL ORTIZ SOTO (Jerécuaro, Guanajuato, 1965). Es médico cirujano egresado de

la UNAM, con especialización en Pediatría y Cirugía Pediátrica. Ha publicado los libros de

poesía Réplica de viaje, poemario (2006) y Ángeles de barro (2011); de minificción, Cuatro

caminos (2014) y Las metamorfosis de Diana/Fábulas para leer en el naufragio (2015);

antologa El libro de los seres no

imaginarios. Minibichario (2012) y

junto con Fernando Sánchez Clelo,

Alebrije de palabras: Escritores

mexicanos en breve (2013);

participa en las antologías Cien

fictimínimos. Microrrelatario de

Ficticia (2012), I Antología Triple C

Microrrelatos reunidos (Argentina,

2012), De antología, la logia del

microrrelato (España, 2013) y

Texturas linguales I. Antología de

minificciones (2013), entre otras.

Es tallerista en la Marina de

Ficticia y miembro del comité

editorial de la revista especializada

en microrrelato Internacional

Microcuentista. Administra los blogs Ángeles de barro, Cuervos para tus ojos, Un pingüino

rojo y coordina la Antología Virtual de Minificción Mexicana.

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