LAS INFANCIAS DE BAÏBARS
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ESMERALDA DE LUIS
Un recorrido por algunos de sus vestigios
e - LIBROS | COLECCIÓN VIAJES
LAS INFANCIAS DE BAÏBARS
Edición y traducción: Esmeralda de Luis
Narraciones populares
“La epopeya de Baïbars”
E-LIBROS
COLECCIÓN VIAJES
Centro Europeo para la Difusión de las Ciencias Sociales
Archivo de la Frontera
La epopeya de Baïbars Infancias de Baïbars
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Del “Roman de Baïbars”
I -Las infancias de Baïbars Capítulo 21
21 – Las maquinaciones del Cadí del rey
Edición y traducción para www.archivodelafrontera.com
Colección: E-Libros – La Conjura de Campanella
Fecha de Publicación: 09/07/2007
Número de páginas: 10
El Archivo de la Frontera es un proyecto del Centro Europeo para la
Difusión de las Ciencias Sociales (CEDCS), bajo la dirección del Dr. Emilio
Sola.
www.cedcs.org
Colección: Clásicos Mínimos
Fecha de Publicación: 12-08-2016
Número de páginas: 15
I.S.B.N. 978-84-690-5859-6
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21 – “LAS MAQUINACIONES DEL
CADÍ DEL REY”
Escuchad ahora lo que les sucedió a los basureros: Corrieron sin parar
a la mansión del Cadí del rey, en donde entraron derramando llantos y
lamentos, y profiriendo abominables maldiciones. El cadí aún no había
salido de casa para ir al Consejo del rey.
- ¿Qué pasa en esta desgraciada mañana? –exclamó-. ¿Qué sucede,
hijos míos?
- Han matado a tu compañero Butros de Acre, y a Hanna y a Yoryos, y a Mitri –dijeron entre
sollozos.
Al oír esto, el Cadí creyó estar escuchando las trompetas del Juicio Final.
- ¿Quién ha tenido la audacia de matarles? –tronó el Cadí.
- Baïbars, el protegido de Najm El-Dîn Al-Bunduqdârî.
- ¡Que Dios maldiga a ese canalla! ¡Ni un mes hace que lleva en El Cairo y ya estaba tardando en
mostrar sus bravuconadas! ¡Ah! ¡Así que ese quiere enfrentarse a mí, matar a mis protegidos y
masacrar a mis leales! Eh, hijos míos, ¿aún están los cadáveres en el zoco?
- Sí –respondieron.
- Pues bien, vamos a la mezquita de al lado, traed los ataúdes, metedlos dentro y presentaos así
delante del Consejo. Yo os ayudaré. Vosotros os vais a repartir el trabajo de esta manera: unos vais
a depositar la denuncia, y los otros haréis de testigos. ¡Yo estaré en el Consejo ante vosotros, y sé
muy bien lo que tengo que hacer con ese maldito tipejo, ese esclavo facineroso de Baïbars!
Se levantó sin más demora, montó en su mula, se llevó con él a su fámulo, el Hâŷ Mansur
y se dirigió hacia el Consejo. Se presentó ante el rey, besó el suelo y dijo:
- ¡Saludos a toda la Comunidad de los Creyentes!
- Buenos días, buenos días, cadí –respondió el rey.
Otros dicen que lo que le respondió fue:
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- ¡Pues que la Comunidad te los devuelva! –es decir: “yo te devuelvo el saludo, porque yo no lo
quiero”.
Luego, el rey Sâleh le dijo:
- Solo dios, el Eterno, juzgará a los prevaricadores. Él es el Señor de los mundos, y todo proviene
del orden establecido por Dios. ¿No es eso cierto, cadí?
- Por supuesto, no cabe la menor duda, oh poderoso rey.
- Dime, cadí, ¿qué nuevas nos trae el día de hoy?
- No sé; yo sólo he oído hablar de una riña, pero aún no he hecho ninguna investigación al respecto.
Aunque supongo que pronto sabremos de qué se trata
- Siéntate, cadí –dijo el rey-; por la Gloria de Dios, el asunto ya se habrá resuelto.
El cadí se sentó en su sitio.
- Haŷ Shâhîn –prosiguió el rey.
- Sí –respondió el Haŷ Shâhîn.
- Hermano, ¿Crees que El Altísimo permitiría que dieras a los enemigos de la religión autoridad
sobre los musulmanes? Dios te pediría cuentas de ello, Shâhîn. ¿Piensas que el mundo ha sido
dejado a su abandono y que tú puedes hacer y deshacer en él sin que se sepa? Shâhîn, por la gloria
de la majestad divina, todo lo que tú has atado, Dios lo desatará. Shâhîn; al que ante una discordia
acabada, vuelve a incitar a ella, que Dios le maldiga. Hay un decreto dado por la divina
Providencia: triunfará quien triunfe, y perderá quien pierda. Por la gloria de Dios, que tú tienes
una brillante carrera ante ti –gloria a Dios que te ha concedido su protección.
- Sí, Señor.
Asentía el visir a cada una de estas sentencias; aunque cada uno de los miembros del
Consejo no alcanzaba a comprender el sentido oculto de las mismas; pues el rey se expresaba con
frases incoherentes que apuntaban, tanto al cadí, como al visir, y nadie conocía la clave. Y es que
el rey, Dios lo tenga en Su misericordia, poseía el don de la clarividencia; era uno de los iniciado
de alto rango que percibía la realidad oculta. Podía ver ciertas cosas, pero no podía hablar de ellas,
a pesar de todo su poder; ya que el designo de Dios tenía que cumplirse. Y por eso, algunos de los
Notables de su reino le odiaban y, al no querer reconocer su verdadera naturaleza, le trataban de
loco. Otros, decían que se expresaba mediante símbolos que sólo podrían comprender aquellos
cuyo corazón hubiera sido iniciado. Y estos últimos eran los que le querían de verdad.
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Apenas había terminado su discurso el rey Sâleh, cuando los agentes de la recogida de
basuras llegaron a la sala de audiencias con los ataúdes a hombros, y entraron.
- ¡Oh, Dios Eterno! –dijo el rey Sâleh-, ¡gloria al que hace suceder las dinastías! ¡gloria al que no
tiene principio ni fin! Oh, Haŷ Shâhîn, estoy viendo a gente que traen ataúdes al salón del Consejo.
¡Esperemos que no hayan tomado este lugar por un mausoleo! Hermano, muéstrales el camino de
la Qarafa1. ¡Dios mío, dios mío, qué cosa tan extraña! ¿Pero se puede saber qué pasa?
Los basureros depositaron los ataúdes y besaron el suelo ante el rey.
- Decidme, buenas gentes, ¿qué hacen aquí estos ataúdes? –preguntó el rey.
- Señor, en ellos van el agha de la basura, Solimán Agha y sus lugartenientes, Musa Agha, Issa
Agha y el Haŷ Jaddûr, criminalmente asesinados. ¡A ti te corresponde juzgar, oh rey todopoderoso!
- ¿Cómo ha sucedido y quién los ha matado? Que Dios, el Protector, nos ampare.
- Señor, los ha matado un mameluco llamado Baïbars, protegido de Najm El-Dîn El-Bunduqdârî.
- ¡Por El que todo lo ve! ¡Qué hecho tan extraordinario! Y qué es lo que ha pasado, ¿por qué les
ha matado?
- Porque el mameluco estaba borracho, y al ver a una joven, descendiente del Profeta, le ha cortado
el paso, para llevársela al cuartel y, en su borrachera, violarla. Nuestro agha, que pasaba por allí,
fue testigo de estos hechos. Entonces, la joven se puso al amparo y pidió la protección de nuestro
agha, que le dijo al mameluco:
- Hijo mío, déjala tranquila, aquí no estamos en Damasco, sino en El Cairo, la capital del sultán,
en donde la fe del Islam se aplica con todo rigor.
- Entonces, el Baïbars ese, injurió al agha, e incluso te insultó a ti; luego, sin mediar más palabras,
se abalanzó sobre él con una lett en la mano, y le partió la cabeza de un golpe. Después, se fue
hasta donde estaban los compañeros del agha y mató a cuatro, mientras los demás se daban a la
fuga.
- Está bien, id a ver al Cadí para que examine la denuncia.
- ¿Tenéis testigos? –preguntó el Cadí.
- Sí.
1 Qarafa: La gran necrópolis o cementerio de El Cairo.
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- Hace que comparezcan uno por uno para que hagan su declaración y sepamos todo lo que hay de
este asunto.
Y el narrador continuó así:
Los basureros habían disfrazado a una veintena de colegas suyos, haciendo que se tocaran
con turbantes verdes, a la manera de los descendientes del Profeta. Al verles, se habría dicho que
“estas gentes son de la casa del Profeta de Dios”. Pero toda esta farsa era una maquinación urdida
por el Cadí.
Se puso a interrogarles, uno tras otro, y todo hicieron la misma declaración. Entonces, se
irguió cuan alto era, y haciendo temblar su turbante, exclamó:
- ¡Qué desgracia para la religión! ¡Qué infortunio para el Islam! ¡La corrupción ha aparecido entre
los creyentes! Ese Baïbars debe ser condenado a muerte conforme a las cuatro escuelas legales,
pues hay que tener en cuenta que, en primer lugar, él estaba borracho; en segundo lugar, ha
atentado contra el honor de una familia, y por último, ha matado a cuatro personas por pura maldad
y sin motivo.
- Un poco de paciencia, Cadí, que Dios te juzgue –interrumpió El-Sâleh-. De entrada veamos
primero como se ha desarrollado todo este asunto. ¡Cómo pretendes matarlo si ni siquiera está
presente! ¡Citémosle para que venga aquí! Vas demasiado rápido en tu afán, Cadí, ¡no se hace un
buen trabajo precipitándose de este modo! Saber contenerse es señal de inteligencia. Antes de
nada, mandemos a buscarle, interroguémosle y escuchemos lo que tenga que decir.
- Sí, es justo como tú dices, oh, comendador de los creyentes –añadió el muftí.
- Visir –prosiguió el rey, volviéndose hacia Najm El-Dîn-, ¿es verdad que ese muchacho, Baïbars,
es tu protegido?
- Sí, sin duda alguna.
- ¿Es cierto que bebe y muestra una mala conducta?
- ¡Perdóname, Señor! ¡Lo juro por mi cabeza! Es justo todo lo contrario; le veo recitar asiduamente
el Corán; es un joven bien educado; pasa las noches rezando y no falta a ninguna de las cinco
plegarias de rigor.
- Dios castigará a los prevaricadores. Él es el Señor de los Mundos –dijo el rey-. ¿Y se halla ahora
en tu casa?
- No lo sé.
Entonces el rey se volvió hacia uno de los oficiales del Consejo y le dijo:
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- Vete al palacio de Najm El-Dîn y tráemele, con la bendición de Dios.
El oficial se marchó; encontró a Baïbars sentado tranquilamente, y le dijo:
- Hola, muchacho, ¿eres tú Baïbars?
- Sí, ciertamente.
- Ven conmigo, te lo ruego, ¡y no opongas resistencia! Su Majestad el rey El-Sâleh te ha mandado
llamar.
- Escucho y obedezco –respondió Baïbars-, que se echó el manto sobre los hombros y subió a la
ciudadela.
Estaba seguro de que los agentes de la basura habían presentado una denuncia, pero esto
no le inquietaba lo más mínimo, pues su posición era sólida, gracias al atestado que se había
levantado en el momento y lugar de los hechos y a las fetuas.
Baïbars entró en la sala del Consejo, besó el suelo, invocó a Dios a favor del rey y le saludó
con los más gráciles modales; luego, después de haber pedido permiso, se sentó en el suelo,
recogiendo las rodillas debajo de él, tal y como exige la cortesía, y recitó una década de El Corán,
conforme a las siete lecturas. Todos quedaron prendados de su bella dicción, de su conocimiento
de las reglas de recitación y de su correcta pronunciación. Inmediatamente después recitó la fâtiha,
dedicándosela, tanto a los que estaban allí presentes, como al Señor de los enviados; luego se
levantó, besó el suelo de nuevo y, con los brazos cruzados respetuosamente, esperó a que se le
interrogara.
- ¡Dios castigará a los opresores! ¡Shâhîn! Un hombre que hubiera bebido ¿sería capaz de recitar
el Corán de esta manera, respetando todas las reglas? ¡Por la Majestad del Señor, Shâhîn, gloria al
Señor, que le ha dotado de esta voz! Dime, mi buen muchacho, ¿eres tú Baïbars?
- Sí, ciertamente.
- ¿Y es verdad que hoy has matado al agha de las basuras y a cuatro de sus subordinados?
Mientras tanto, Najm El-Dîn El-Bunduqdârî, le hacía señales para que negara todo y
pretendiera no saber nada de ese asunto. Pero Baïbars respondió:
- Sí, oh rey, yo les he matado, ¡y que la maldición de Dios se abata sobre los mentirosos!
- Por el honor de Dios ¡venganza! –gritó entonces el Cadí-. La causa queda lista para sentencia
desde el momento en que hay una confesión. ¡Tiene que ser condenado a muerte!
- ¡Venga, Cadí, cállate! –respondió el rey-. Escuchemos primero su versión de los hechos.
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- Y bien, Baïbars, dinos: ¿Los mataste con premeditación y alevosía, sin que mediera causa alguna?
¿o bien te dieron algún motivo para actuar así?
- Perdóname, Señor –exclamó de nuevo Baïbars-. ¿Cómo habría podido yo matar a unos
musulmanes premeditadamente y sin motivo, siendo yo mismo un musulmán? Dios no querría que
yo quebrantara la ley y destruyese sin causa ni razón lo que Él ha creado. No, oh, rey, yo estaba
en el zoco, sentado en la tienda del cadí Yahya, cuando vi de lejos al agha de las basuras que se
disponía a secuestrar a una hija de la Casa del Profeta, con la intención de cometer una mala acción
sobre su persona. La muchacha pidió ayuda, pero nadie podía salvarla del agha. Entonces, la joven
se llegó hasta donde estaba yo y me dijo:
- Imploro el socorro del Profeta de Dios, y me pongo bajo tu protección.
- Desde ese momento, yo me encontraba en la obligación de defenderla. En primer lugar, porque
se había puesto bajo mi protección en nombre del Profeta de Dios, y en segundo, porque había
conmovido mi celo y mi deseo de proteger su honor. Así que rechacé entregarla a su acosador, y
le aparté hasta tres veces de ella; pero el agha no quiso escuchar nada de nada. Entonces, levantó
su espada contra mí e intentó matarme. Quería apresarme a mí también y llevarnos a los dos,
porque estaba borracho. Yo me defendí, y no pudiendo usar mejores vías1, tuve que matarle. Pero
de pronto, sus compañeros se abalanzaron sobre mí para matarme y así vengar a su jefe. Yo me
defendí y, de no haber vertido en el acto la sangre de esos cuatro, no se habrían ido de allí sin antes
haberme dado muerte. Eso es todo lo que he hecho. No he omitido nada, y no he dicho más que la
verdad. Ahora, a ti te toca decidir.
- Sólo Dios es Eterno –dijo el rey-. Y bien, Cadí, me parece que esto cambia todo.
- ¡Ni hablar, Señor! ¡Este pequeño canalla niega los hechos, pero su declaración no es de recibo,
desde el momento en que los testigos han testimoniado en su contra!
Ni siquiera había acabado de hablar el Cadí, cuando se oyeron cómo se elevaban unos
gritos por todas partes y un gran tumulto invadió el palacio.
- Dios mío, Dios mío, y ahora qué es lo que pasa –preguntó el rey.
- Señor –le respondieron-, es la gente del zoco y el cadí Yahya, el de la tienda en la que se hallaba
Baïbars.
- Hacedles entrar. ¡Este es la hora de la verdad! ¡La hora en la que la verdad se manifestará!
1 Es decir: “sin tener que recurrir a la violencia”. Se trata de una cita coránica.
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Hicieron pasar a una delegación, compuesta por algunos ancianos y por el cadí Yahya.
Avanzaron hasta el rey y besaron el suelo. Todos eran gente piadosa y respetable.
- Si Dios quiere, espero que traigáis buenas nuevas. ¿Qué significa todo esta aventura? ¡Saludos,
cadí Yahya! Por Dios, que te he echado de menos, ¡no te he visto desde hace mucho tiempo! Habla,
con la bendición de Dios.
- Señor –dijo el cadí Yahya-, he oído que los agentes de la basura habían puesto una denuncia y
lanzado acusaciones calumniosas contra Baïbars. Todos nosotros estábamos presentes en el
momento de los hechos, y hemos venido para tener nuestra conciencia tranquila y dar testimonio
de lo que hemos visto.
- ¿Y qué es lo que habéis visto?
Hicieron sus declaraciones, que coincidían punto por punto con las de Baïbars.
- ¡Esos testimonios no valen nada! –Dijo el Cadí-. Es posible que Baïbars haya sobornado a esa
gente; además, ¡nuestros testigos se presentaron los primeros!
Y el Cadí comenzó a alborotar al Consejo.
- ¡Cómo –gritó el Cadí-, debería escuchar a una pandilla de falsos testigos proferir tales mentiras,
sin temor “al que hace salir a los muertos de sus tumbas”! ¡Por la muy Santa Ciencia, como no se
escuchen mis palabras, montaré en mi mula y abandonaré para siempre esta ciudad!
Pero al punto, otro tumulto se formó de repente a la entrada del palacio, y desde allí se
elevaban grandes gritos.
- Cállate un poco, Cadí –le dijo el rey-. ¡Parece que hoy estemos ante el fin del mundo! Espera un
poco, y veamos lo que pasa. ¡Ah, qué alaridos, qué muchedumbre! Pero ¿qué pasa, Haŷ Shâhîn?
- Por tu preciosa vida, no tengo ni idea –respondió este último.
- ¡Pues ve a ver qué es todo ese griterío!
Y el narrador continuó de esta manera:
Se trataba del padre de la joven, descendiente del Profeta. Se había enterado de que Baïbars
había sido acusado, y precipitándose ante los descendientes del Profeta les contó todo el asunto.
- Venid enseguida –les dijo-, y ayudemos al que ha salvado mi honor y el vuestro.
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Así que los descendientes del Profeta se presentaron de inmediato en casa del síndico, le
pusieron al corriente, y después toda la comunidad se dirigió hacia la ciudadela, entrando a la
fuerza a la sala del Consejo.
- ¡Venganza, por el honor de Dios! –gritaba la muchedumbre-. ¡Cómo, oh, rey, pueden verse tales
cosas bajo tu reinado! ¿Que se secuestre a las hijas descendientes del Profeta, y que el honor de
las familias quede a merced del primero que llegue?
- Dios castigará a los opresores –respondió el rey-. ¿Qué sucede? ¿Quién ha atentado contra el
honor de vuestras familias?
- ¡El agha de las basuras! –respondieron-. ¡Iba borracho y atacó a la muchacha!
- Escucha bien esto, Cadí (¡que Dios te vuelva sordo!) Aun admitiendo que Baïbars hubiera
sobornado a los testigos: ¿habría sobornado también al que plantea la queja? ¿y tú crees que éste
se dejaría corromper?
Y, en el acto, el rey apartó a Baïbars de la acusación e hizo que ésta recayera sobre el agha
de las basuras. La intriga había fracasado.
- Pero, por otra parte –dijo el Cadí-, ¿qué le obligaba a Baïbars a actuar de ese modo y atentar
contra la vida de otros? Concedamos que es inocente, por el juramento de fe de los testigos y del
querellante principal; sin embargo ¿es que Baïbars es gobernador o visir, para poder matar al agha
de la basura? Incluso admitamos que lo haya matado legítimamente como castigo por su falta;
¿pero y los otros cuatro? ¿acaso no eran musulmanes? Y además esos no habían cometido falta
alguna, ni atentado contra el honor de las familias. Entonces, ¿qué motivo tenía Baïbars para
matarles? Legalmente, debe ser castigado con la pena de muerte por haber vertido su sangre.
Y de inmediato el Cadí interpuso una segunda querella contra Baïbars pues quería
inculparle. Pero entonces, Baïbars tomó la palabra.
- He matado a los compañeros del agha de la basura –dijo-, porque eran agentes infiltrados entre
los musulmanes. En realidad se trataba de cristianos, tal y como lo atestiguan este atestado y estas
cuatro fetuas.
Baïbars presentó los documentos, el Cadí los leyó, y comprobó que consistían en un
atestado legal y debidamente cumplimentado, acompañado por cuatro fetuas, redactadas por los
imames en base a las declaraciones de los testigos bajo juramento; constatando la gente del tribunal
y del cadí instructor, que en verdad se trataba de cristianos, incircuncisos, y con las cruces tatuadas
en el pecho; que además no habían cesado de causar quebrantos a los habitantes de la ciudad; pues
esos cristianos eran enemigos de la religión, y que Baïbars, al desenmascararlos y ejecutarlos,
había cometido un acción digna de elogio.
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Ante esta lectura, el Cadí estuvo a punto de morir de la rabieta; él no había podido engañar
a la ley.
- ¡Bien; pues que Dios condene a esos canallas –exclamó el Cadí-. Y ya que el asunto se presenta
de este modo, consentimos en que Baïbars ha cometido una buena acción. Les ha matado como
castigo a su crimen. ¡Que Dios no les conceda misericordia alguna!
- Pero, dime Cadí –dijo El-Sâleh-, ese agha de la basura, ¿no fuiste tú el que le otorgó ese cargo?
- Sí, desde luego, poderoso rey, ¿pero cómo iba yo a saber que era un maldito cristiano? La ley
sólo juzga a quien se manifiesta en su contra, y ese agha siempre me había parecido un hombre
piadoso y de moralidad comprobada, y yo me dije: “hay que confiarle ese cargo, porque velará por
la recogida de la basura y los desperdicios, así la ciudad quedará limpia de suciedad y bien barrida,
porque la limpieza forma parte de la fe”; así que entonces le dije: “Ve y aplícate bien en tu trabajo,
contrata a un equipo que quede bajo tus órdenes y que vigile la ciudad; pero coge a gente piadosa
y honrada”. Es todo lo que, oh rey, puedo decirte. Yo no le volví a ver después de esa conversación,
¡que Dios le maldiga!
- Examinad los cuerpos –dijo entonces el rey-, para que veamos si todo esto es cierto.
Los examinaron y vieron que ninguno había sido circuncidado, y que todos llevaban
tatuadas cruces en el pecho; olieron el cuerpo del agha y notaron que había bebido. Hecho este
examen fueron a decírselo al rey.
- Pero veamos –dijo el rey dirigiéndose al Cadí-, y esos testigos tuyos ¿cómo es que hicieron tales
acusaciones?
- Señor –dijo Baïbars-, ¡los que han testificado contra mí, te lo juro por mi cabeza, tampoco son
musulmanes! Pues “la comunidad de Mohammad (que la oración y la paz de Dios sea sobre él)
jamás se prestaría a decir tales mentiras”
- ¡Ay de ti, granuja! –gritó el Cadí-. ¿Cómo te atreves a decir algo así? ¡Esos son auténticos y
buenos musulmanes! Ya es bastante con que sean falsos testigos; ¿vas tú también a acusarles de
ser unos infieles?
- ¡Claro que sí. Son unos infieles! –dijo Baïbars-, y yo tengo la prueba. Seguro que esos son unos
impostores, y son parte de la banda del agha de la basura. Han testificado contra mí en su propio
interés.
El rey ordenó que les hicieran confesar, pero ellos se negaron. Les examinaron, y resultó
que todos eran cristianos. Entonces escogieron el castigo más leve y les dieron unos bastonazos;
así que finalmente el Cadí admitió que todos eran cristianos. Si Baïbars hubiera conocido la
verdadera identidad del Cadí, también le habría denunciado, pero sólo el agha y el Cadí eran
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partícipes de ese secreto, y el resto de la banda nada conocía de la verdadera personalidad del Cadí;
sólo sabían que éste era el que le había dado el cargo al Agha.
Entonces el rey ordenó al agha de la policía que detuviera a todos los vigilantes de la basura
–y eran nada más y nada menos que mil- y que los examinaran. Entonces vieron que todos eran
cristianos, y les condenaron a muerte.
- Visir –dijo el rey a Shâhîn-, este Baïbars es un sabio administrador, pues nada más llegar al Cairo,
ha hecho reinar la paz en la ciudad. ¡Que Dios le proteja! Llegará lejos. Ya ha librado a la
comunidad de Muhammad de la rapacidad de esos malditos cristianos. Tiene que ser nombrado
agha de las basuras y que reciba los emolumentos estipulados. Lo merece más que cualquier otro.
- Señor, desde luego que es digno de ello –respondió Shâhîn, que además había cobrado gran
afecto por Baïbars.
Entonces, el rey hizo que trajeran el qafatan aghasi1 y lo arrojó a los hombros de Baïbars,
confiándole así oficialmente la función de Agha de las basuras.
- ¡Que Dios te conceda prosperidad! –exclamaron los asistentes al acto, incluido el Cadí, que
añadió:
- Él es digno del cargo, es mi hijo bien amado, gracias a él, el día del Juicio Final, no llevaré el
peso de ese miserable sobre mi conciencia.
El sultán despidió a los descendientes del Profeta y a su síndico; así como a la gente del
zoco. El cadí Yahya estaba a punto de abandonar la sala del Consejo, cuando el rey le detuvo:
- Y bien, cadí Yahya, me han dicho que Baïbars va todos los días a pasar un rato contigo, en tu
tienda. También me han dicho que encuentras agradable su compañía y que le has tomado como
hijo adoptivo. Cuida bien de él, por consideración a mí. Y ahora, me gustaría pedirte que hicieras
unas velas para los Santos Lugares.
El cadí Yahya besó el suelo ante el rey y le respondió:
- Escucho y obedezco.
No se atrevía a decirle que Aïbak el Turcomano le había despojado de esas funciones, pues
Aïbak estaba allí presente.
1 Ropaje de ceremonia, símbolo de la autoridad con la que se iba a investir a Baïbars.
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Mientras tanto, Baïbars había sido confirmado en su cargo y el jefe de los escribanos había
inscrito su nombre en el registro de dignatarios. Pero Baïbars había escuchado las palabras del cadí
Yahya, y entonces él también se fue a besar el suelo ante el rey diciéndole:
- Señor, mi padre no se atreve a informar a Tu Majestad lo que le ha pasado. Pero, yo, me he
enterado de todo esto antes de conocerle y antes de que hubiéramos establecido entre él y yo el
pacto de Dios. El cadí Yahya era el encargado de fundir la cera para las velas de los Santos Lugares.
Ese era el cargo que había heredado de su padre y éste de sus ancestros; pero en la actualidad, lo
ha perdido. Ruego a nuestro Señor, el Sultán, que en su bondad, le devuelva ese cargo.
- Pues claro que sí –dijo el rey-, ese cargo es suyo, pues ha pertenecido a la familia Shammaa de
generación en generación. ¿Quién se lo ha arrebatado, haŷ Shâhîn?
- Señor, ha sido el comandante en jefe de los ejércitos del reino, el emir Aïbak el Turcomano.
- ¡No, no, haŷ Shâhîn, devolvedle al cadí Yahya su cargo! ¿Por qué has hecho algo así, hermano?
¡Temo los lamentos de los inocentes! Por la gloria del Señor, ¿vamos a expoliar a la gente? ¿Por
qué eres tan codicioso, Aïbak? ¿No tienes miedo de que se quejen a Dios de tus obras? –Y recitó
estos versos:
Nuestros gritos y lamentos te parecen ridículos;
mas ¿no sabes, insensato, que nuestras quejas llegan a lo más alto?
Son flechas en la noche que no fallan el blanco,
son flechas de muerte y fatal es su objetivo.
El Señor a su antojo puede detener su trazo;
pero las soltará en el momento que fije Su decreto.
- Señor –respondió Aïbak-, yo escuchar que él hacer cera podrida y no trabajo bueno. Pero yo
decir es mejor el honor para mí, yo no codicioso, yo no dinero. Yo querer mejor honor.
- ¿Cuánto tiempo hace que él te despojó del cargo? –preguntó el rey-. Verificadlo en el registro de
dignatarios.
Así se hizo y vieron que hacía ya veinte años.
- ¿Y cuánto le aportaba ese cargo al año al cadí Yahya? –preguntó el rey de nuevo.
- Diez bolsas al año, Señor –le respondieron al rey.
- Por la Majestad del Señor, Aïbak, vas a reembolsarle al instante esa suma.
Aïbak estuvo a punto de caerse redondo ante la enormidad del desembolso. Y desde ese
momento, odió a Baïbars y se convirtió en su enemigo.
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- Mirar tú bien a ese –dijo al Cadí-, mira qué hacer ese Baïbars. ¡Puaf! Dios maldiga a ese puto
maricón. ¿De dónde salir?
Entre tanto, Aïbak hizo venir a su tesorero al Consejo y el mismo día, reembolsó doscientas
bolsas al cadí Yahya, que se las embolsó. El rey hizo que redactaran un firman a modo de recibo;
el cadí Yahya lo agarró y dejó el Consejo bailando de alegría. Después de ese día, siempre que se
levantaba por la noche para hacer sus plegarias, suplicaba a Dios que hiciera que Baïbars alcanzara
siempre nuevas dignidades y que su prestigio fuera en aumento, pues a él le debía su fortuna.
Pero volvamos al rey. Éste le dijo a Baïbars:
- Vete ahora y ocúpate de tu trabajo; contrata a tus ayudantes, pero escógelos de entre los piadosos
y de buenas costumbres.
De modo que Baïbars se fue del Consejo y volvió al palacio de Najm El-Dîn El-
Bunduqdârî. Éste último, una vez acabada la reunión del Consejo regresó a su casa, fue al
encuentro de Baïbars y besándole en la frente le dijo:
- Oh, hijo mío, que Dios guarde esa preciosa joya que ocultabas dentro de ti y que hoy se nos ha
manifestado en todo su esplendor. Si Dios quiere, tú conocerás un gran futuro. Pero ese cargo de
Agha de las basuras no te conviene. No he podido decirlo en el momento, porque era algo que
parecía complacerle a nuestro señor el Sultán. Pero busca a alguien que se ocupe de ese trabajo y
contrátalo a tus órdenes para que ocupe tu plaza como suplente. Tú mantendrás la dignidad del
cargo, así como su tratamiento.
- Confío en tu sabio consejo –respondió Baïbars.
Ahora bien, Baïbars ya se había informado acerca de un hombre que vivía en el barrio. Se
trataba de un hombre, ya entrado en años, piadoso y de buenas costumbres; pero el pobre había
caído en la miseria, y eso a pesar de proceder de una familia acomodada. Baïbars mandó a buscarle
y le confió el puesto de Agha de las basuras, como suplente suyo. Le recomendó encarecidamente
que no perjudicara a nadie y que reclutara un cuerpo de vigilantes de la basura, mirando que fuera
gente honesta y no sintieran inclinación por los abusos. El otro prometió entusiasmado cumplir
con lo propuesto por Baïbars; se fue al cuartel del anterior Agha de las basuras, con la autorización
de Baïbars, y comenzó a alistar a sus ayudantes, bajo la supervisión de éste. Y esto es todo lo que
se refiere a Baïbars de momento.
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Aquí la narración continúa en el próximo capítulo titulado
“La partida de ajedrez”
Tras el incidente con el Agha de los basureros, Baïbars, tras salir victorioso
del juicio en el que le quiere inculpar el Cadí, es nombrado Agha de la Voirie.
Su fama se va extendiendo y el gran visir del rey, el Haŷ Shahîn, invita a cenar
a su casa a Najm el-Dîn, y a su protegido Baïbars. Allí, tras encontrarse de
nuevo con los mamelucos Edamor y Qalaûn, Baïbars traba amistad con el
primer visir Shahîn, que le pone a prueba mediante una serie de partidas de
ajedrez…
Próximamente en www.archivodelafrontera.com
22.- “La partida de ajedrez”