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LAS MOCEDADES DE ALLENDE Fausto MARIN-TAMAYO VA PARA TRES SIGLOS que se escucha el metálico tintinear de las espuelas españolas en la soleada casona de esta Nueva España. El tiempo cierra, alucinado, las páginas ya empolva- das de los años, sellando la agonizante historia colonial con el lacre sangre de las venas indias, y entrega al hombre su última hoja en blanco para que en ella inscriba el paso de las horas nuevas. En el presente año de 1790, la transformación del con- quistador es completa. Lejos están ya bélicas epopeyas, olvi- dadas viejas correrías, ausentes agotadoras marchas, perdido el sabor de los combates. En el ambiente no se sienten eflu- vios de pólvora, ni se deja oír el silbar de las espadas ni el estruendo de los cañones. En el paladar de estos descendientes de quienes se forja- ron en la enorme fragua del Nuevo Mundo, ya no queda, en la agonía del siglo xvín, sino un sabor a vino añejo, a rancio licor libado en las solemnidades conmemorativas: un recuerdo más nebuloso cuanto más apartado. Sí, el conquistador ha mudado de ropaje, de armas, aun de mentalidad y expresión. Sólo el pueblo, el eterno pueblo, es el mismo. Digiere las ideas con pesadez, casi por necesi- dad, pero los sentimientos, hechos deseos, habrán de manifes- tarse libres, violentados por la panorámica de agreste poesía que le rodea. Ahora, en el aldabazo del xvín, lo imperativo es vivir. Vi- vir aspirando por todas las ventosas de la epidermis el máximo de favores permitido, según el medio y las circunstancias. La soleada casona se está empolvando. . . EN UN LUGAR D E L A NUEVA ESPAÑA Aun cuando la antigua villa de San Miguel el Grande —mi- lagro surgido del rosario angélico de fray Juan de San Mi-

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LAS MOCEDADES DE ALLENDE

Fausto MARIN-TAMAYO

V A P A R A T R E S SIGLOS que se escucha el metálico t int inear de

las espuelas españolas en l a soleada casona de esta N u e v a España. E l t i empo cierra, a luc inado , las páginas ya empolva­das de los años, sel lando l a agonizante h is tor ia c o l o n i a l con

el lacre sangre de las venas indias , y entrega a l hombre su úl t ima hoja en blanco p a r a que e n e l la inscr iba el paso de

las horas nuevas. E n el presente año de 1790, l a transformación d e l con­

quis tador es completa . Le jos están ya bélicas epopeyas, o l v i ­dadas viejas correrías, ausentes agotadoras marchas, p e r d i d o el sabor de los combates. E n el ambiente no se sienten e f lu­vios de pólvora, n i se deja oír el s i lbar de las espadas ni el

estruendo de los cañones. E n el pa ladar de estos descendientes de quienes se forja­

r o n en la enorme fragua d e l N u e v o M u n d o , ya no queda,

en l a agonía d e l siglo xvín, sino u n sabor a v i n o añejo, a

ranc io l i cor l i b a d o en las solemnidades conmemorativas: u n recuerdo más nebuloso cuanto más apartado.

Sí, e l conquis tador ha m u d a d o de ropaje, de armas, aun

de m e n t a l i d a d y expresión. Sólo el p u e b l o , el eterno pueblo,

es e l mismo. D i g i e r e las ideas con pesadez, casi p o r necesi­

d a d , pero los sentimientos, hechos deseos, habrán de manifes­tarse libres, violentados p o r l a panorámica de agreste poesía

que le rodea. A h o r a , en e l aldabazo de l xvín, l o impera t ivo es vivir. V i ­

v i r aspirando p o r todas las ventosas de l a epidermis el máximo

de favores p e r m i t i d o , según e l m e d i o y las circunstancias. L a soleada casona se está e m p o l v a n d o . . .

E N U N L U G A R D E L A N U E V A E S P A Ñ A

A u n cuando l a ant igua v i l l a de San M i g u e l e l G r a n d e —mi­

lagro surgido d e l rosario angélico de fray J u a n de San M i -

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g u e l — no uniese al nombre de su p r i m i t i v o pat rono el de aquel m o z o que en la p i l a baut i smal (un 25 de enero de 1769) reci­b i ó como h u m a n o dis t in t ivo el de Ignacio José de Jesús Pedro R e g a l a d o de A l l e n d e y U n z a g a , l a identif icación entre hombre y c i u d a d sería en tal grado manif iesta , que nos saltaría al paso e n e l p r i m e r intento por adentrarnos en l a encruci jada de sus calles apacibles.

T r a s p o n e d el l ímite de l a población; descended con el agua d e l m a n a n t i a l de l C h o r r o , acompañando su al iento a l margen de los breves canales abiertos a l v iento de l a cur ios idad; v o l ­v e d l a m i r a d a hacia l a verde arboleda d e l jardín central , del p a t i o anchuroso, de la calle estremecida de h o s p i t a l i d a d y bue­n a cr ianza; a b r i d e l oído a l susurro de las voces de sus mora­dores; contened el r i t m o del andar ante l a arqui tec tura colo­n i a l , j u g a n d o a los naipes con los ases d e l t r i u n f o estampados e n N u e s t r a Señora de l a Sa lud , en e l convento de l a Concep­ción, en el templo de San Francisco, en el O r a t o r i o de San F e l i p e N e r i ; adelantad curiosa l a nar iz en l a residencia de los Condes de l a C a n a l y Casa de L o j a ; no os detengáis frente a l a p a r r o q u i a gótica, huésped extraño en l a c i u d a d barroca; r e u n i d todas estas impresiones, dándoles u n sentido único, y c o n el corazón vuelto- a l pasado descubriréis l a presencia de u n "a lgo ' ' p r i v a d o de adjetivos, sí, pero de tan evidente sus­tanc ia como si se mantuviese en p i e : es l a imagen v iva e i n ­corpórea que trasciende y p a r t i c i p a de l v igor común de San M i g u e l y d e l héroe que d i o m a g n i t u d n a c i o n a l a l solar antes sólo apartado, angostado p o r l a demarcación de las formas materiales que lo circunscribían.

E L " D E " D E A L L E N D E

N i grandezas, n i rancio l ina je . N i s iquiera u n a hidalguía anticipándose a l patronímico. Senci l lamente, su padre se l la ­m a d a D o m i n g o Narc i so de A l l e n d e . E l de es pecadi l lo venia l , pues D o m i n g o Narc iso era u n emigrado honradote , de estruc­tura m o r a l ta l lada en u n a pieza, que acostumbraba examinar los r incones oscuros de l a conciencia , exponiéndolos a la luz de l a i n d u l g e n c i a d i v i n a , de l a m i s m a m a n e r a que u n a larga práctica le permit ió disponer, correcta y rápidamente, los sa-

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eos de granos en las bodegas por las que paseó su j u v e n t u d ,

a l lá en l a Península.

A D o m i n g o Narc iso le nació en las entendederas obsesio­

n a n t e idea: enriquecer. L o a b l e enfermedad de l a que se em­

p e ñ ó en ser paciente inveterado; regodeándose en e l la , l legó

a l convencimiento de que n a d a mejor para lograr lo que atra­

vesar el charco, dar con su cuerpo en América y l lenarse los

bols i l los con l a p l a t a de l N u e v o M u n d o .

D e cómo logró colocarse en u n o de los navios que, salvo

imprevistas y u n tanto periódicas contingencias, hacían l a tra­

vesía de los i n n u m e r a b l e s nudos marinos que separaban a l a

metrópol i de su co lonia , no hay constancia. E l caso es que

arr ibó a Veracruz , donde ahuyentó el mareo con l a perspec­

t i v a h e n c h i d a de azules augurios, escuchó porteña misa con

l a devoción de q u i e n siente, a l f i n , que l a t ierra está f i rme

bajo el calzado, y se incluyó en l a l ista de los pasajeros que

habrían de trasladarse a l a capi ta l de l V i r r e i n a t o .

Te Teum en C a t e d r a l y c o m i d a en casa de algún paisano

ricachón, que en España fuera dependiente y en América es pa­

trón, lo que n o le i m p i d e hacer pucheros de nostálgico mo­

queo. D e sobremesa, e l consejo: " C o m p a t r i o t a , n i lo piense,

vayase a a l g u n a intendenc ia ; l a competencia es poca y m u c h a

l a o p o r t u n i d a d . J o v e n como es, será suyo el mañana, con lo

que quiero decir que l a p la ta . Y si l a ambición apremia , n o

faltará mujer de b u e n físico y mejor herencia. ¡Hala, y a po­

n e r en alto e l p e n d ó n de las Cast i l las !"

R á p i d a ojeada a l a carta política; epístolas testimoniales

de intachable conducta; préstamos signados por la b u e n a vo­

l u n t a d y el interés a l tanto p o r ciento; muchas ansias, escaso

equipaje y u n n o m b r e de v i l l a como p u n t o t e r m i n a l .

L l e g a d a a San M i g u e l el G r a n d e . M i r a d a s de curiosos, sa­

ludos corteses, u n cochero empolvado y maldic iente . E n l a

hospedería (por mientras, D o m i n g o Narc iso , que ya verás

l a tuya) reposa los huesos. R o s a r i o en San Francisco, café y

v is i ta de cortesía a l señor cura, con el que charla de tantos

asuntos, que e l párroco ya a d i v i n a e l cúmulo de servicios que

su gentileza tendrá que b r i n d a r a l tozudo visitante.

D o m i n g o N a r c i s o no hace esperar lo que l a v o l u n t a d re­

clama. Interviene de transador en operaciones de compra-

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venta de numerosos productos de l a región, y como deja sa­

tisfechos p o r igual a hacendados y mayoristas, las monedas le

l l e g a n sin riesgo part icu lar .

U n día, los habitantes de San M i g u e l son testigos de que

u n nuevo comercio abre puertas en a m p l i o local , y con tal

fecha el dueño recibe tratamiento de don. Seguro que fué en­

tonces cuando se agregó el de.

D o n D o m i n g o Narc iso de A l l e n d e prospera. Su físico tam­

bién a u m e n t a de v o l u m e n . L o s préstamos h a n sido saldados,

y, a su vez, a l i m e n t a en su favor deudas que le d a n tono de

m a y o r prestancia. H a l legado el m o m e n t o de matr imoniarse ,

c o n lo que adquirirá, ante ojos ajenos y propios, la p lena con­

firmación de señorío, in terpretando el término a l a l igera,

v e r d a d es (pero en América estas libertades de expresión

ref lejan el trasfondo de o r g u l l o rac ia l que i m p e r a entre los

peninsulares) .

N o se le van los años en busca de novia . Desde que llegó

a l lugar le h a impres ionado u n talle quebradizo que denuncia

armonías escondidas. Su dueña, l a doña, y m u y doña, María

A n a U n z a g a , lo es también de u n o de los apell idos mejor coti­

zados de la v i l l a , y de bienes raíces que aumentan las cual ida­

des, de suyo sobresalientes, de l a dama.

H a y petición de m a n o , vía señor cura, y pronto las cam­

panas tocan a boda. L o s nuevos esposos pract ican sus deberes

tan a conciencia, que en once años reciben la bendición de

siete vastagos.

H O R A S T E M P R A N A S

L a casona de los A l l e n d e —dos pisos en esquina, balcones

a l vuelo , recios muros y altas puertas— d a al jardín p r i n c i p a l .

S ímbolo de fortaleza, no es de dudarse que inf luyera con su

robusta, cot id iana presencia, e n el ánimo de los siete niños

que se cobi jaban a l amparo de su techumbre t ranqui l i zadora .

E n t r e chispas de la lámpara vot iva del hogar, entre disci­

p l inas cerebrales y entre manifestaciones religiosas de los san­

tuarios sanmiguelenses, los años pr imeros de Ignacio bogaron

en u n m a r de cálidas sensaciones.

(Paréntesis luctuoso: Ignacio quedó huérfano en p lena n i -

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ñez, u n i e n d o su párvulo d o l o r a l de sus hermanos José María y

D o m i n g o , y a l de las pequeñas Francisca, María A n a , Josefa

y M a n u e l a . Digamos, en marco negro, que a l dejar este val le

de lágrimas, doña María A n a U n z a g a abandonaba, no sólo sus

siete vastagos —cuyas edades f luctuaban entre los seis y los

diecisiete años, siendo Ignacio el tercero—, sino asimismo u n a

n a d a despreciable for tuna. Agreguemos a su m e m o r i a l a de D o ­

m i n g o N a r c i s o de A l l e n d e , empeñoso y recto, de q u i e n si las

malas habladurías aseguran que unió sus destinos a los de

María A n a p r e n d a d o p o r i g u a l de virtudes y dineros, los es­

casos testimonios que se nos h a n legado demuestran que vivió

apegado a las estrictas normas que regían a l t r a d i c i o n a l hogar

americano: d i s c i p l i n a y m o r a l , y con el lo queda d icho todo.

V e r d a d es q u e p o r causa de muerte, en edad p r e m a t u r a , no

influyó con indelebles caracteres en el destino de los que lle­

v a r o n con sano o r g u l l o e l legado de su ape l l ido . V e r d a d , igual­

mente, que ambos dejaron p o r más preciada herencia las dotes

sanguíneas q u e ref lejaron las cualidades ancestrales.)

Ignacio y sus hermanos se adentraron en el c a m i n i l l o de la

vicia a l re la t ivo cu idado de D o m i n g o B e r r i o , p r o c l a m a d o in

articulo mortis a d m i n i s t r a d o r de los bienes de l m a t r i m o n i o

A l l e n d e - U n z a g a , consistentes, de manera p r i n c i p a l , en las ha­

ciendas de San José de la T r e s q u i l a y M a n a n t i a l e s y en el esta­

b l e c i m i e n t o comerc ia l que en v i d a regenteó clon D o m i n g o

Narc iso .

M a d u r o , discreto si es posible, amante de los negocios arries­

gados y de más problemático r e n d i m i e n t o , aunque, eso sí,

opt imis ta e infat igable , en pocos años B e r r i o compromete el

p a t r i m o n i o de los A l l e n d e , a l grado de que después los varo­

nes se verán precisados a gastar sus energías en empresas que

les p e r m i t a n sobrellevar el estilo de v i d a a que se acostum­

braron, y las mujeres a empeñar mejores argumentos en l a no

menos difícil tarea de atrapar a algún sanmiguelense ricachón

y de b u e n a sangre.

Antes, parte de la i n f a n c i a y de l a p u b e r t a d , l a h a n de pa­

sar v igi lados espir i tualmente p o r su tío materno, d o n José

María U n z a g a , de desarrol lado sentido educativo, mientras

B e r r i o c u m p l e con lo que él l l a m a deber de a d m i n i s t r a d o r de

bienes mundanales , y si se da el gusto de sancionar ciertos

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actos de los pequeños, lo hace con u n dejo ta l de dulce com­placencia , que no causa m u c h a m e l l a en los tempranos carac­teres.

Parejo a tan s ingular orden corre l a savia de l intelecto. S o n los cr iol los los que r o m p e n lanzas en los pechos de l a ig­noranc ia , p o n i e n d o de manif ies to su v i v a intel igencia , con encajes de sátira d i s t in t iva , dentro de las paredes de la R e a l y P o n t i f i c i a U n i v e r s i d a d , en los corredores de San Nicolás O b i s p o , en los patios de San Ildefonso, ante e l portón severo de San Francisco de Sales, colegio éste que floreció con el v i ­gor de Indias, teniendo su v i d a c o l o r i d a expresión de v a n i d a d q u e e x h i b i e r o n p o r i g u a l maestros y discípulos, u n o de los cuales, seguramente, llevó el n o m b r e de Ignacio de A l l e n d e .

Y se dice "seguramente" , p o r q u e no hay pruebas documen­tales de su paso p o r l a institución, lo que ha dado motivos p a r a conjeturar que tal vez asistiera a l colegio de San I lde­fonso de la c i u d a d de México , hipótesis esta últ ima basada e n el hecho de que, en aque l la época, las más dist inguidas fami l ias de San M i g u e l e l G r a n d e enviaban a tal p lante l a los hi jos varones, con lo que lograban satisfacer humanos orgul los y meter u n tanto de c u l t u r a en l a mente de sus herederos, que se contagiaban del ambiente heterogéneo de l a capi ta l .

L o que sí salta a l a vista es que el joven Ignacio concurrió a cua lquiera de los dos centros citados, p o r lo menos durante e l t iempo necesario p a r a a d q u i r i r los conocimientos, ante todo l i terarios , que son perceptibles en su correspondencia par t i cu­l a r y en los testimonios de quienes le t rataron personalmente. A favor de los que se i n c l i n a n a creer que fue a l u m n o del de San Francisco de Sales existe la no t i c ia de que, por aquel en­tonces, fungían como maestros en él dos de los Unzaga .

Y mientras D o m i n g o B e r r i o emprende malamente negocios propios con dineros ajenos, Ignacio ve que los días son horas y las horas minutos , y a l ienta l a ilusión de que l a mocedad l o puede todo, hasta volver a v i v i r los años perdidos.

I C O N O G R A F Í A

C o m o expresión física, Ignacio de A l l e n d e podría haber r i v a l i z a d o con los más gal lardos caballeros y miembros de l a

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m i l i c i a c o l o n i a l , y de hecho así fué. A l t o de porte, hercúlea y s imétricamente p r o p o r c i o n a d a l a complexión, animoso y f i r m e el andar , e l joven c r i o l l o parecía nac ido p a r a l u c i r , en e l f u t u r o , e l l l a m a t i v o u n i f o r m e de l p r o v i n c i a l de Dragones de l a R e i n a . Faz expresiva, las líneas firmes de las cejas le prestaban u n interesante medio marco que subrayaba l a defi­n i d a intención de l a m i r a d a . E l r u b i o y crespo pelo, de breve corte, saltaba sobre el centro de l a frente en f i g u r a de i n c i ­p iente óvalo que hacía en los parietales u n a c lara entrada, descendiendo a las sienes, donde daban p r i n c i p i o las rotundas pat i l las que le eran tan características. E l mentón robusto y l a parte super ior de l lab io , afeitados cuidadosamente.

L a boca, de l a que fluía p a r t i c u l a r voz ceceante, mostraba u n aire de desdén, mezclado con el tolerante de los hombres de suf ic iencia . L a nariz , por otra parte, era u n objeto de part icu­l a r i m p o r t a n c i a en el orden de su estética. Allá, en años idos, debió ser lo que, s in perder l a m a s c u l i n i d a d de su s ignif icado, se l l a m a u n a nar iz clásica; después, el ca l i f i ca t ivo h a de tro­carse contundentemente . E l m o t i v o de l a transformación se debió a que Ignacio, ya en p l e n a j u v e n t u d , coleando u n toro de sangre b r a v a en el quebrado terreno de l a hac ienda " C a ­ñada de l a V i r g e n " , dio con su h u m a n i d a d en l a d u r a t ierra d e l campo, sufr iendo su apéndice nasal conmoción tal , que desde entonces lució doble fractura. Pecul iar idades del ser A l l e n d e .

E L N I Ñ O I N D A L E C I O

Mozas v i e n e n y mozas v a n ; tras ellas, los ojos de Ignacio José de Jesús Pedro Rega lado de A l l e n d e y U n z a g a .

P o r los caminos de las iglesias, e l revuelo de faldas esconde l a enagua a l m i d o n a d a y el t o b i l l o , b lanco de tanto h u i r de l sol , y así m a r c h a la espontánea procesión de las niñas b ien , de las zagalas m a l , de las indef in idas intermedias . N o es ex­traño que el galán suspire por desentrañar e l mister io de la l ínea p u r a que sólo a d i v i n a sobre l a p u n t a de l a zapat i l la , s iguiendo el arranque del cuel lo redondo, las manos recatadas que se o b s t i n a n en permanecer cerradas sobre e l l i b r o y los hombros de f i n a curvatura .

Y de este coro de vírgenes, que evi tan hab lar de matr imo-

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n i o por no l l a m a r a l a m a l a suerte, l a v i l l a de San M i g u e l no estaba, n i con m u c h o , m a l surt ida . L a prueba se encontraba, s i n i r más lejos, en aque l la A n t o n i a H e r r e r a nac ida bajo el c ie lo placentero de l lugar .

L a A n t o n i a y e l Ignacio sopesaron sus posibi l idades de cr iol los enamorados en l a balanza de l ensueño. Después, el porqué la n iña H e r r e r a n o exigió de l joven A l l e n d e a m p l i a satisfacción a l " q u é dirán" , es cuestión de escaso va lor histó­r ico . L a consecuencia se l lamó Indalecio , y se le llevó a l a p i l a baut i smal s in mayores tapujos. C o n los años, Indalec io llegó a significarse entre los pr imeros mártires de la Independencia sacrificados en A c a t i t a de B a j a n .

A n t o n i o H e r r e r a n o le i b a a la zaga a Ignacio en casa y ascendencia. L o s H e r r e r a p u d i e r o n l l a m a r a l orden a l A l l e n ­de, pero no lo h i c i e r o n . Se supone que achacaron lo inevi table a l a inexper ienc ia , lo consumado a l a juventud, y acordaron que e l t i empo v i n i e r a a corregir lo que el t iempo había des­arreglado.

L a A n t o n i a siguió siendo la A n t o n i a . C o n los años hasta tuvo p o r ofensa e l oírse l l a m a r "señora" . Pecados de j u v e n t u d n o h a n de amargar l a madurez. P u d o vanagloriarse de ser " u n a gran y b u e n a a m i g a " de aquel que u n día, u n día y a lejano, estuvo e n u n triz de l l evar la a l altar.

D R A G O N E S

Corre 1795. E l 9 de octubre queda const i tuido en San M i g u e l el G r a n d e e l R e g i m i e n t o P r o v i n c i a l de l a R e i n a , pre­v i a sanción real a l acuerdo de l quincuagésimotercer virrey, d o n M i g u e l de l a G r ú a T a l a m a n c a , Marqués de Branci for te , el s ic i l iano que tenía p o r máximo blasón ser m i e m b r o de la casa de los Príncipes de C a r i n i , y p o r superior u t i l i d a d estar u n i d o en m a t r i m o n i o a doña María A n t o n i a G o d o y Álvarez, h e r m a n a de l Pr íncipe de l a Paz, transformado en dic tador de l a España que se d e r r u m b a b a .

E l pomposo B r a n c h o r te no se daba menos humos que u n monarca , y en alucinación tal velaba noche y día por el acrecentamiento de su p a r t i c u l a r for tuna , con lo que v i o en la creación y restablecimiento de los cuerpos mil i tares de pro-

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v i n c i a —disueltos por su antecesor e l segundo C o n d e de R e v i -l l ag igedo— u n mot ivo más de enriquecer. M e d i a n t e los oficios de Francisco Pérez Soñanes, conde de C o n t r a m i n a , "se hizo gra t i f i car p o r l a concesión de todos los empleos, entonces m u y apetecidos, de estos cuerpos".

L o s A l l e n d e , casi e x t i n g u i d o el p a t r i m o n i o en las manos de D o m i n g o B e r r i o , habían in tervenido en el desarrollo de nuevos negocios, m u y p r i n c i p a l m e n t e de haciendas, y logrado obtener u n cap i ta l que les permitía satisfacer su economía. E n l a consti tución del R e g i m i e n t o v i e r o n u n m e d i o de aumentar su prest ig io y asegurar u n sueldo que n o era de despreciarse. H o m b r e s recios, de innato d o n de m a n d o , a u n a r o n a estas ca­racterísticas, necesarias a l ejercicio de l a m i l i c i a , u n a bolsa de o r o que amparó eficazmente su s o l i c i t u d de ingreso, y el mis­m o día en que se estableció l a corporación o b t u v i e r o n sus despachos de oficiales: José María de capitán, y D o m i n g o e Ignac io de tenientes.

P a r a complementar l a invasión de los A l l e n d e en el cuerpo castrense, M a n u e l a , l a ben jamina , casó con el teniente coronel J u a n Mar ía Lanzagor ta , acción que ya n o p u d o ser i m i t a d a p o r Mar ía A n a n i p o r Josefa, pues con anter ior idad habían contra ído m a t r i m o n i o con sendos lugareños, si algo cerrados de l a m o l l e r a , no de los bols i l los , s iguiendo el e jemplo de Francisca , esposa, t iempo atrás, del español D o m i n g o Bucé.

L O S A M I G O S D E L R E G I M I E N T O

A l frente d e l f lamante R e g i m i e n t o de Dragones de l a R e i ­n a se encuentra Narc i so Mar ía L o r e t o , conde de l a C a n a l , especie de patr iarca de l a v i l l a , de a m p l i a autor idad m o r a l . D e las arcas de su antepasado M a n u e l T o m á s sal ieron los dineros necesarios para edif icar l a c a p i l l a de l a V i r g e n de L o ­reto, y él n o era menos m u n i f i c e n t e en obras de car idad, s iempre dispuesto a socorrer al necesitado y endi lgar le u n b u e n consejo, l o que p r u e b a que tomaba m u y en serio sus funcio­nes samaritanas.

A b a j o de su escala jerárquica , e l h i j o tercero de s ignif icada f a m i l i a de l lugar , de nombre J u a n A l d a m a Rivadeneyra , ha­b ía ingresado en el cuerpo a l a par que Ignacio de A l l e n d e ,

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si b i e n con e l grado de alférez. C i n c o años menor , siente, con in tens idad m a y o r que cuantos se prec iaban de relacionarse c o n el teniente, e l h i p n o t i s m o que de éste emana con ef luvios naturales. E l trato de l cuarte l —prolongado en felices tertu­l ias— canal iza e l m u t u o y p r i m e r afecto.

Desde entonces, A l d a m a encuentra en A l l e n d e l a fuente de su ideal v i r i l ; p o r su parte, A l d a m a fue e l amigo que l a v i d a b r i n d a rara vez: supo dar s in esperar nada; lo que recibió, lo fue bajo el i m p u l s o que preparaba u n a retr ibución. R i ó en las horas alegres, alentó las amargas, manten iendo l a ilusión de l a camaradería a l a b r i r los caminos más recónditos de su a lma . P r o n t a l a bolsa, presta l a espada, también en el orden mater ia l lució l a grandeza de sus sentimientos.

E l trato d i a r i o une a A l l e n d e con otro joven de inc ier ta apostura, reservado y eficiente, grave y dec idido . L a amistad se b r i n d a l lanamente , f ranqueando barreras m u y cortas para tan largas piernas, a l a vez que se ident i f i ca con el e jercicio d e l valor . H o m b r e de escasa br i l lantez m u n d a n a , José M a ­r i a n o J iménez encerraba en su pecho americano u n corazón tan grande como el cielo sugerente del nuevo continente . C a ­l lado , mas n o tac i turno ; severo, pero n u n c a despótico; idea­l ista s in exaltaciones románticas, este teniente J iménez , de v a r o n i l i n t e g r i d a d , espera aún que la h is tor ia de su p a t r i a le dedique u n capítulo íntegro: e l que escribió su espada y f i rmó su fe.

E n f u n d a d o s en e l v i v o paño de sus uni formes , los tres jó­venes proyectaban hazañas en el desborde de l a fantasía. L a rea l idad superó todo lo soñado. E n t r e tanto. . .

C A L M A V I E J A , C A L M A A Ñ E J A

L a calma, puede decirse, es g e n e r a l . . . "Una vez h u b o tan grande pelea, que e l sol se cubrió de flechas". . . C a l m a vie ja , calma añeja , apaciblemente sobrellevada, in ter iormente des­preciada. E l cañón resuena sólo en ocasiones de festividades cronológicas. Ignacio de A l l e n d e l a contempla con rebelde ánimo. ¡Él que es todo energías, músculos, alientos! Sus des­ahogos consisten en cabalgar p o r los l lanos cercanos de San M i g u e l e l G r a n d e , hasta que l a m o n t u r a está p o r reventar y

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e l sudor le e m p a p a cuerpo y ánimos. Allá , en el campo, e l j ine te abraza a l viento, bebe el sol y p o r los poros de l a p i e l r esp i ra l a t i e r ra hecha p o l v o . ¡Si fuera posible h u n d i r l a carne e n las aguas internacionales de l a v io lenc ia , cr ispando e l puño ante los ojos d e l destino!

V i g o r y arro jo t ienen otras periódicas f iguras. S i A l l e n d e va en ca l idad de i n v i t a d o a las haciendas, donde se d i sputan su presencia, a n u n c i a diversión a manos llenas, a u n cuando los esparcimientos le l leven a peligrosos extremos, pues en n o escasas oportuniades sorprende a sus amigos dentro de las es­tancias, i n t r o d u c i e n d o l a a larma e n f o r m a de u n bravo becerro que , a l decir d e l sanmiguelense Arteaga , "ocasionaba u n gran m o v i m i e n t o , con especialidad entre las señoras, que se subían a l estrado, se separaban, se reían o l l o r a b a n también, según las impresiones que cada cua l recibía, y esto era lo que entre­tenía a A l l e n d e , si b i e n siempre con el cu idado de i m p e d i r q u e persona a l g u n a fuese golpeada y de echar fuera a l becerro luego que el riesgo comenzara a ser de a l g u n a consideración".

P o r las noches —noches de San M i g u e l — , el teniente de dragones pasea p o r las calles m a l a lumbradas . Su espíritu e n desazón f luctúa entre l a ilusión n a c i d a a l calor de l a v i d a de las armas y el canto germinado en l a cercanía de l a mujer , mientras tras los ventanales u n a fe m e ni na emoción p r e l u d i a , envuelve y luego deja escapar e l rondeo impuesto p o r A l l e n d e .

C A M I N O S D E L L U V I A

Aquí y al lá deja prendidas cuentas d e l col lar anecdótico. U n a noche l i b r a de m o r i r chamuscado a u n comerciante, vie jo y avaro, a q u i e n sorprende el i n c e n d i o de su estanco cuando dormía en l a trastienda. A l l e n d e arriesga su v i d a derr ibando l a p u e r t a y rescatándolo espectacularmente de l a hornaza.

E n otra ocasión, se enfrenta a cuatro gañanes armados, cargando contra ellos con tal denuedo que les hace poner pies en polvorosa , no s in antes p r o p i n a r a dos de ellos d u r a felpa. L a celada le había sido tendida p o r u n hermano de la bel la sobr ina d e l C o n d e de l a C a n a l , c o n f i a n d o en que, merced a los oficios de los bribones a sueldo, terminaría e l ocasional y fugaz romance i n i c i a d o entre el teniente y l a hermosa dama.

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A l l e n d e d i o p o r c o n c l u i d a la aventura ob l igando a l autor de l f rustrado asalto a pedir le h u m i l l a n t e perdón.

Pero si u n i d i l i o se malogra , otro aparece en lontananza , cargado de prometedores frutos. A l iniciarse l a época de l luv ias y anticipándose al grueso de las aguas torrenciales, numerosas fami l ias sanmiguelenses se afanaban en preparar los enseres necesarios p a r a su a n u a l temporada en las haciendas cercanas. Entonces, e l teniente A l l e n d e era uno de los pocos que i b a y re tornaba s in más ambajes que las alforjas de caballería con­t e n i e n d o munic iones de a rma y boca, y, sin que* le i m p o r t a r a agua y granizo, v iento y fango, cabalgaba despreocupado por veredas que sólo arrieros avezados en el of ic io recorrían a l i m p u l s o de l a necesidad.

L l e v a d a p o r u n a causa urgente, cierta tarde cerrada por negros nubarrones , emprendió l a r u t a de regreso, desde l a ha­c ienda de los M a l o , u n a señorita que respondía a l n o m b r e de G u a d a l u p e . L a acompañaban dos caporales. I b a n sobre los lomos de las bestias, cuando al entrar en los límites de breve arboleda se m i r a r o n asombrados en las p u p i l a s fieras de tres tipos cuyas cataduras no eran precisamente para i n f u n d i r con­f ianza, y m u c h o menos si se veía l a acerada la rgura de los puñales que, como a l descuido, mostraban en las diestras ca­llosas y amenazadoras.

—¡Jesús, Mar ía y José ! ¡Parecen bandoleros! —Y no es m e n t i r a —fué la respuesta—: ¿Quieren, pues, en­

tregarnos cuanto l leven de valor? —Salvo l a señorita, lo demás no vale u n ochavo. —Buena parece l a p a l o m a , pero cuando hay hambre y l lue­

ve a cántaros, los apetitos de l amor salen sobrando. P o r lo tanto, n o hay más que desmontar y dejarnos las cabalgaduras.

— M i r e n que la niña n o podrá llegar p o r su pie hasta San M i g u e l .

E l diálogo, sostenido más o menos en los términos apunta­dos, es cortado por seca detonación, p r o l o n g a d a en el trágico anunc io de u n a ba la que vue la l i m p i a m e n t e e l sombrero se­gundos antes f i r m e sobre e l cráneo del más parlanchín de los bribones, a l a vez que u n a voz conocida viene de m u y cerca:

—¡Dejen esas bestias! ¡Ya los meteré en orden ! ¡Diablo! ¡Si es e l mismísimo Ignacio de A l l e n d e , que ca-

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sualmente pasa r u m b o a l a hac ienda de los M a l o ! E n u n dos p o r tres los alados pies t ransportan a los p i l los fuera de l a arboleda , y m u y p r o n t o se p i e r d e n en el b a r r i a l , dejando atrás sus n a d a loables intenciones.

E l galano saludo del teniente responde a las frases agrade­cidas que f l u y e n de los labios de G u a d a l u p e . A f i n de evitarle u n n u e v o m a l encuentro, se presta a escoltarla hasta la v i l l a .

Parece inút i l aclarar que, a l despedirse ante el portón de l a casa de G u a d a l u p e , e l t ratamiento de usted se ha transfor­m a d o e n u n tú que se e n u n c i a con parpadeo de voces, y que las manos de l a joven p r o l o n g a n su languidez, más t iempo de l o q u e la cortesía permite , en las d e l teniente, dando margen a q u e u n a c i ta se concierte con breves, intencionadas palabras.

Pasa u n año y vuelve l a época de l luvias , pero ahora l a se­ñor i ta G u a d a l u p e no acepta l a invitación que se le hace para i r a l a hac ienda de los M a l o , senci l lamente porque prepara u n ropón de crist ianar.

E l l a lo quiere hembra , pero cuando le nace varón no l a enfurruña l a desilusión, y le e n d i l g a su p r o p i o nombre . A l m o m e n t o de baut izar lo , u n curioso está seguro de oírla m u r ­m u r a r : " ¡ B u e n a la he hecho! ¡Si a l menos llegaras a seme­jarte a tu padre , ange l i to ! "

L a b i o s profetices, si es que los oídos no engañaron al escan­d a l i z a d o feligrés: G u a d a l u p e A l l e n d e , años más tarde, v i n o a servir de capitán en la p r i m e r a compañía de l Escuadrón de Independenc ia , durante l a guerra méxico-norteamericana, y se destacó p o r su p a r t i c u l a r arrojo , siendo citado como e jemplo de v a l o r en e l campo de bata l la . E n t r e sus hazañas se cuenta l a de haber alanceado yanquis en las calles de la Santísima y M i r a d o r e s , de P u e b l a , y en los m o l i n o s de A t l i x c o y L a G a -larza .

G u a d a l u p e portó orgul loso e l a p e l l i d o A l l e n d e , perdonan­do, en loor a su progeni tor , e l que sólo le diera u n a cuna de trastienda. L a g l o r i a vela humanas debi l idades.

C H A R R O Y T O R E R O

A l e n t a m o s ya u n fugaz a n t i c i p o de l centauro que en tardes lejanas largó a paseo mel indres y seguridades para estrechar

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l a diestra a l dios de las correrías, u n tanto demoníacas, p o r las que se f u g a n los negros humores de l a i n a c t i v i d a d . E n estas líneas nos disponemos a salir a l paso d e l A l l e n d e auténtico que es el charro, a l i g u a l que lo es e l torero.

E l p r i m e r o sustenta l a be l la tradición que encuentra m u y escasas semejanzas en lo redondo del p laneta , y cuyas carac­terísticas son u n conjunto de virtuosismos que, en resumen, m o t i v a n l a conjugación airosa de l h o m b r e y d e l bruto , y que se d e n o m i n a el charro mexicano.

P o r lo que toca a su parte, e l torero contiene en su castiza acepción u n a s u t i l sugerencia, en l a que l a fiereza de l a n i m a l y e l d o n de m a n d o y temple de l h o m b r e que le presta al ien­tos representan la más objetiva, co lor ida , a f iebrada fiesta de l va lor .

A l l e n d e m u d a con a m p l i a satisfacción el u n i f o r m e galo­neado p o r e l atavío de l charro y, cuando menos los domingos, pasea a l r i t m o de los remos del bruto de g r a n alzada que con e l cuel lo erguido , las grupas relucientes, las crines cepilladas, hace sonar sus herrados cascos en el empedrado de la calle p r i n c i p a l de San M i g u e l el G r a n d e . T a m b i é n l a mangana es en sus manos u n a for ja de siluetas y arabescos de fugaces vidas, y en el coleadero —puños de acero y rabos de h ierro— el charro pone de manif iesto u n a cuasi-profesión en l a que se doctora sólo e l a l u m n o constante y entusiasta que auna a la perseverancia los dones particulares de destreza, competencia y p e r i c i a .

M u c h o s f u e r o n los malos golpes sufridos en el aprendizaje; muchos y seguidos, hasta que únicamente sobrevinieron aque­l los en los que las causas accidentales in te rv ienen con el sello de inevitables . E n t r e contusiones y abiertas heridas, vergüen­zas y rabietas, Ignacio logró a l f i n alcanzar l a b o r l a de maestro de charrería.

D e ahí a significarse en el dramático arte de Cuchares , sólo había u n paso, y lo d i o sin prevenciones mayores. L a r g a r el ro jo trapo ante los cuernos sobrecogedores de los toros de san­gre asesina fue sólo asunto de perseverante entusiasmo. E n encierros improvisados p o r los hacendados del Ba j ío , en for­males corridas de fest ividad p o p u l a r , en los extensos l lanos de la región y a u n en patios y corrales, aque l teniente se trans-

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f o r m a b a en e l torero tras el c u a l i b a n los vítores entusiastas d e l espectador.

C u a n d o l a gesta de 1810 se inició, l a N u e v a España perdió u n representativo de la v i r i l i d a d charra y torera, pero e l Mé­x i c o naciente ganó u n paladín de su l iber tad .

I A L E L U Y A !

¡San M i g u e l , espada del cielo, pa t rono y amigo! ¡Aleluya! D u r a n t e veinte días, cuyo eje es e l 29 de septiembre, l a

v i l l a parece u n a enorme feria . T r a s las procesiones, misas, rosarios, sermones y bendiciones, los festejos de sabor pagano, sobresaliendo las corridas en que se l i d i a b a n "los toros más famosos por su b r a v u r a , y en e l úl t imo día toreaban de las personas decentes o notables todas las que querían, repartién­dose las comisiones con arreglo a su inte l igencia o h u m o r , p o r l o que había capitán, toreros, locos, lazadores y picadores, ha­ciéndose con este m o t i v o mayor l a concurrencia . . . , siendo capitán, como debe suponerse, d o n Ignacio A l l e n d e " .

C i e r t a vez —seguimos siempre e l test imonio del historiógra­fo loca l B e n i t o A b a d Arteaga— en que a l inquie to A l l e n d e tocó en suerte matar a u n toro, se p r o d u j o u n hecho que los espectadores e x p l i c a r o n como u n a demostración de l a i n t u i ­ción de l a bestia que olfateaba en Ignacio a l temible adver­sario que, más tarde o más temprano, habría de dar con su pel le jo en el destazadero.

Q u e era u n toro de bandera nadie lo dudaba a l verle em­bestir con el m á x i m o de su p o d e r a los de a caballo, hacer con bríos p o r e l capote, mostrar l i m p i a acometida a l a inc i ta­c ión de los bander i l leros , a u n q u e "esquivaba de a lguna ma­nera l a presencia de A l l e n d e , que lo l l a m a b a para matar lo , pues sólo daba el p r i m e r bote y no el segundo, que es en el que hace lance e l torero" .

E l público, entre el que sobresalía el elemento femenino, pr incipió a tomar l a cosa a chunga, con la consiguiente re­acción de A l l e n d e que n o encontraba o p o r t u n i d a d de perf i ­larse y h u n d i r el acero en l a cruz de l sagaz bruto . L o s gritos de " ¡ S e te irá v i v o a l c o r r a l ! " y " ¡ A r r i b a el torito v iva les ! " encendieron el án imo d e l m i l i t a r , sobre todo cuando el cu a-

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drúpedo eludió decididamente todo encuentro y, v o l v i e n d o el r a b o , pref ir ió beber los vientos de l a distancia . L o s espectado­res t u v i e r o n l a h u m o r a d a de correr apuestas, en mayoría favo­rables a l b i cho , sobre su inc ier to f i n .

Secamente, Ignacio d i o orden imper iosa a jinetes e in fan­tes p a r a que redujeran, dentro de u n círculo de carne prote­g i d a p o r los chuzos de los picadores, el espacio en que se mo­vía l a res, y él entró en el círculo, seguro de que ya nada le impedir ía sa l i r airoso de l lance. — A u n paso de l b u r e l , largó l a siniestra hasta tomarle u n cuerno , tendió l a espada y, tras l a m a n o derecha armada, llevó e l peso de su robusta h u m a n i d a d . E l estoconazo fue f u l m i ­nante . E l a n i m a l , her ido de muerte , de jó escapar por el ho­cico u n a bocanada de negra sangre, dobló los remos y se des­p l o m ó a l a sombra de su v i c t i m a r i o .

T r a s e l estupor general, el públ ico desgranó en h o n o r de Ignac io de A l l e n d e l a más estruendosa de las ovaciones escu­chadas en aque l lugar de l a N u e v a España que amparaba la presencia emocionada de San M i g u e l .

D O N F É L I X

E l 31 de mayo de 1798, en l a v i l l a de O r i z a b a , e l enrique­c i d o Branc i for te entrega el v i r r e i n a t o a d o n M i g u e l José de A r a n z a , tras lo cual se dir ige a Veracruz , donde embarca cuerpo y f o r t u n a a bordo del navio de guerra Monarca, encubriendo c o n exagerada verborrea los cuidados que le asaltan a la not i ­c ia de que l a escuadra inglesa asedia las costas, como parte de la p u g n a entre l a Isla y España.

Y mientras Branci for te teme, en al ta mar , por arcones y pel le jo , A r a n z a asciende hasta l a c i u d a d de México donde se le t r i b u t a n recepciones propias de su invest idura . D e primeras providencias disuelve el cantón de tropas que Branci for te re­unió en l a Intendencia de Veracruz , a l i n i c i o de l a cont ienda anglo-española —cantón a l que no asistió el R e g i m i e n t o de Dragones de la R e i n a p o r considerarse innecesaria su presen­cia—, y m o d i f i c a el sistema m i l i t a r entonces en vigor . C r e a brigadas que, estratégicamente situadas, agrupan a diversos cuerpos cuya pasada fa l ta de coordinación redundó en per jui -

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ció de l a efect ividad general de l e jérci to co lon ia l que operaba e n l a N u e v a España.

Para asumir l a je fatura de l a importante Décima B r i g a d a de San L u i s Potosí, designa a Fé l ix Mar ía C a l l e j a y de l R e y (ojos desnudos de sent imiento, cejas espesas y sentenciosas,

p e l o ralo u n t a d o a l cráneo, tan f i rme como larga l a nar iz , la­bios finos y crueles, mentón voluntar ioso , mej i l las exangües) . Es e l hombre que en e l f u t u r o estará a u n paso de desbaratar los mejores planes emancipadores de los mejores hijos d e l Mé­x i c o naciente, cuando^ merced a sus dotes de estratega y a su carácter obst inado, ac l imatado en la fórmula de que e l f i n jus t i f i ca los medios, l leve a cabo u n a serie de bri l lantes accio­nes s in las cuales l a independenc ia de l país se habría ant ic i ­p a d o en años a su consumación.

P o r lo p r o n t o , Fé l ix Mar ía está plácidamente repat ingado en el sillón de br igadier . C o m o el campo de jurisdicción se mueve hasta más allá de San M i g u e l e l G r a n d e , tiene frecuen­tes entrevistas con l a o f i c i a l i d a d de los Dragones de l a R e i n a y, p o r lo tanto, con Ignacio de A l l e n d e , a q u i e n C a l l e j a m i r a complacientemente, s impat izando con sus vir i les expansiones.

Parece n a t u r a l que el superior jerárquico vaya aficionán­dose a l joven c r i o l l o que idea novedosas evoluciones mi l i tares y hace h o n o r a l u n i f o r m e , y que con especial acento est imule cualidades y just iprecie vir tudes , distinguiéndolo con comi­siones delicadas en e l terreno generalmente anodino de l a t r a n q u i l i d a d novohispánica. Así, lo coloca a i frente de l a com­pañía de granaderos que tiene p o r misión bat i r en los alrede­dores de l a c i u d a d potos ina a l conocido bandolero y h a b i l i ­doso contrabandista "Máscara de O r o " , con el resultado f i n a l de que, si b i e n el redomado picaro n o pierde l a epidermis en las balas que le envían los hombres de A l l e n d e , se ve pre­cisado a abandonar l a comarca, l i b r a n d o a sus moradores de su constante pesadi l la .

C O S A S D E L T I E M P O

E n las noches que suceden a los días de forzosos descansos, cuando las comisiones de l cuartel escasean y los negocios están m u y lejos de e x i g i r mayores preocupaciones, a l a b u r r i m i e n t o

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se le engaña con el correr de los naipes: tresil lo, albures o m a l i l l a , las horas se d i l u y e n en u n tinte de interés b r i n d a d o p o r las apuestas, n u n c a superiores a lo que el sentido de la amistad permite . E n San M i g u e l el G r a n d e , los hermanos A l l e n d e gustan de reunirse con J u a n , Ignacio, M a n u e l , Jus­to y B e n i t o A l d a m a (muerto éste antes de que concluyera e l 1800), y las partidas se organizan pretextando m i l formas de solaz.

C o m o también se sorbe chocolate, los clérigos concluyen p o r convertirse en asiduos asistentes, demostrando cuan fácil es barajar las cartas y exponer algunos reales a l a suerte de l cabal lo de espadas o a l a de l rey de oros. H a s t a el padre M a ­n u e l C a s t i b l a n q u i —charla animosa y talento despejado— ol ­v i d a sus funciones de presbítero de l O r a t o r i o de Fil ipenses y espía d e l Santo O f i c i o p a r a encabezar e l g r u p o de los hombres de sotana.

E n otras ocasiones, los amigos m u e v e n sus entusiasmos a l b r i l l a r de las navajas ceñidas en los espolones de los gallos de pelea que, de feria en fer ia , atraen l a cur ios idad y la p la ta e n vibrantes palenques.

Y , dado que l a amistad sabe cabalgar p o r los mismos en­demoniados caminos —veredas de p o l v o y p i e d r a — de la N u e ­v a España, e l teniente A l l e n d e l a l l eva consigo doquiera tras­l a d a su recia constitución, hospedándola con a m p l i t u d en la austera Querétaro, cuyo corregidor d o n M i g u e l Domínguez es su anfitr ión. Ignacio se complace sobremanera en presentar sus respetos a l a C o r r e g i d o r a , doña Josefa, augusta dama con q u i e n pasa largas horas de felices charlas, s in que enfríe u n ápice ta l correspondencia afectuosa e l que no se efectúe el ma­t r i m o n i o que el m i l i t e pensó real izar , allá p o r los treinta años, c o n u n a de las hijas de los Corregidores .

C o n j u n t a m e n t e a l a de los Domínguez, A l l e n d e abunda en i n t i m i d a d e s en la levítica c i u d a d : los hermanos González, E p i g m e n i o y Emeter io , destacados comerciantes; José Ignacio Vil laseñor Cervantes, efusivo y cortés; J u a n N e p o m u c e n o M i e r y A l t a m i r a n o , doctor en leyes, y otros más que f o r m a n inter­m i n a b l e l is ta . A todos t iende l a diestra cuando el h u m o r o l a obl igación d e l servicio l o l l e v a n a Querétaro, donde no son escasas las ocasiones de e x h i b i r l a entereza.

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U n a de ellas, en f o r m a sucinta, ha u n siglo se puso en t inta y p a p e l , y por su sabor la transcr ibimos: "Sucedió que, habien­d o dado o r d e n las autoridades de Ouerétaro de que a las ora­ciones de la noche se disolviera el comercio conocido con el n o m b r e de bara t i l lo , y no quer iendo retirarse las gentes que a él concurrían, fue necesario que el regidor comisionado p i ­diese a u x i l i o de tropas armadas, pero lejos de ser obedecidos a pesar de esta fuerza, l a plebe comenzó a insolentarse y en este conf l ic to se le fue a avisar a A l l e n d e , que estaba a l a sazón e n e l cuarte l . M o n t a d o en el acto m i s m o a caballo, se pre­sentó en el lugar de l a escena, y aunque ya se había trabado l a l u c h a entre paisanos y soldados, él comenzó a repart i r c in­tarazos, hac iendo entender que las autoridades debían ser obe­decidas, y antes de m e d i a hora se restableció completamente e l o r d e n . "

U N B A I L E I N C O N C L U S O

E n otra estancia i n c i d e n t a l en Ouerétaro, l a o f i c i a l i d a d de l R e g i m i e n t o de Dragones de l a R e i n a corre invitación a la so­c iedad d e l lugar para u n bai le que amenizará l a p r o p i a banda de l a corporación. P o r su parte, los oficiales de l R e g i m i e n t o de l a c i u d a d n o se muestran m u y satisfechos. Celosa r i v a l i d a d es mani f ies ta , y en el aire f lo tan ant ic ipos de cont ienda.

E l ba i le se i n i c i a . M e d i a n o c h e . D e improviso , u n puñe­tazo que se estrella en u n mentón es l a señal que o r i g i n a gene­r a l t u m u l t o . Numerosos mi l i tares y civiles queretanos que se h a n f i l t r a d o a l salón, encuentran a l a p r i m e r a o p o r t u n i d a d u n pretexto p a r a desahogar pasadas emulaciones. L o s de San M i g u e l e l G r a n d e , poco dispuestos a dejarse e x h i b i r ante las damas ahí reunidas , responden airados.

U n músico de l R e g i m i e n t o , cortado en m i t a d de l a inspi ­ración armónica p o r l a acción terminante de certero bofetón, sale con l igereza a l a calle y va en busca de A l l e n d e , a q u i e n sabe dónde encontrar, y como horas antes el teniente recorría las calles vestido de charro y u n a nueva aventura amorosa le impedía trocar l a típica vest imenta p o r l a de o f i c ia l de l ejér­cito, su l legada a l lugar d e l bai le , convert ido en campo de p u g i l a t o , n o pasa advert ida. Pero a las estentóreas l lamadas

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de orden hechas a sus amigos, pronto éstos lo rodean, depo­n i e n d o belicosidades. Sobreviene u n intervalo . R e p o s a n los puños, pero no así las cuerdas vocales, distendidas a l son de mutuas recr iminaciones . U n a procaz i n j u r i a vuelve a encen­der l a hoguera . L o s dos bandos empeñan honores en l a for­taleza de los brazos.

A l l e n d e requiere u n a espada; con el p l a n o de l a ho ja gol­pea pechos y espaldas, logrando separar a los grupos conten­dientes, mas a lgu ien arroja a l piso los candelabros que i l u m i ­n a n la sala, de jando que l a oscuridad aumente l a confusión. A

tientas, el teniente toma u n candelabro, enciende las velas y se p lanta , f i rme , s in soltar e l acero, bajo el arco de l d i n t e l , i n t i m i d a n d o a t irios y troyanos con la amenaza de arrojarse resueltamente, s in temor a her ir , a l sitio donde l a b u l l a le i n d i q u e que el p le i to continúa.

L a grave f i g u r a obtiene mágico resultado. E l teatral gesto hace enmudecer a los presentes. V u e l v e n las luces a lanzar destellos, entre tanto el salón se desaloja en orden, tras de q u e la o f i c i a l i d a d de los Dragones de l a R e i n a sale hac ia su cuarte l p r o v i s i o n a l y los rijosos queretaños se disuelven r u m b o a sus d o m i c i l i o s .

E L C U R A D E S A N F E L I P E

Año de gracia de 1800. E n San L u i s Potosí es grande el entusiasmo que p r o v o c a n los preparativos que habrán de cu l ­m i n a r con l a bendición de l Santuario de G u a d a l u p e . E l día 10

de octubre, e l cura párroco de San Fe l ipe Torresmochas , i n v i ­tado especialmente a l a suntuosa ceremonia, canta l a p r i m e r a misa . P o r cuarenta y ocho horas más prosiguen los oficios, y e l día trece, d o m i n g o , comienza l a fer ia p o p u l a r .

L a c o r r i d a de toros l leva a l improvisado coso a u n a m u l t i ­t u d sedienta de emociones. E n el palco de honor , e l inten­dente potosino, V icente Bernabeau, los miembros de l A y u n t a ­miento , los comisionados, e l comandante C a l l e j a y e l cura de San Fe l ipe , c o n sus cuarenta y siete años de talentosa v i d a a cuestas.

A l l legar l a i m p a c i e n c i a a l c l imax , como a p u n t a C a s t i l l o de León, "se da l a señal p a r a que empiece l a l i d i a y por p r i -

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m e r a vez en San L u i s Potosí (lo que causa sensación) se hace u n despejo m i l i t a r p o r tropas de l ejército. E jecuta l a manio­b r a l a p r i m e r a compañía de l R e g i m i e n t o de l a R e i n a , a las órdenes de u n apuesto teniente l l amado Ignacio de A l l e n d e , a q u i e n le asiste como o f i c i a l de órdenes e l subteniente M i g u e l González Núñez" .

E l p u e b l o , que no esperaba semejante aper i t ivo p r e l i m i n a r a l a corr ida , se enciende e n el pasmo. Sólo fa l ta que resuene e l cañón p a r a dar real impresión de antic ipos de combate.

E l cura de San F e l i p e Torresmochas n o puede sustraerse de l a admiración general , e inquiere , interesado, e l nombre del teniente que comanda l a compañía.

—Ignacio de A l l e n d e . U n a vez oído, no lo olvidará. E l t i empo ya c a m i n a hacia

e l sesquicentenario d e l amanecer que unió sus vidas para la i n m o r t a l i d a d .

A q u e l clérigo, que tenía a l a diestra a l feroz C a l l e j a , se l l a m a b a M i g u e l H i d a l g o y C o s t i l l a .

R O N D A L A M U E R T E

D e p r o n t o e l velero que l leva de t i m o n e l a A l l e n d e da i m ­previsto bandazo y a p u n t o está de zozobrar. E n los pr imeros días de l mes de octubre de 1801, u n a desastrada caída d e l caba­l l o pone a Ignacio de A l l e n d e a l borde de l a muerte , y seguro es que fue entonces cuando sufrió l a f rac tura de l a nar iz . Des­vanecido a consecuencia de l pel igroso golpe que recibe, se le conduce v io lentamente a su casa de San M i g u e l e l G r a n d e , donde los galenos menean l a cabeza.

E l día 9 siente que se le va l a v i d a . A c a r i c i a la frente de su h i j o Indalec io , y tras de rec ib i r los reconfortables sacra­mentos de l a religión, sol ic i ta l a presencia de l escribano José Cayetano de L u n a .

R á p i d a corre la p l u m a sobre el b lanco pape l , y registra l a que se considera postrera v o l u n t a d de A l l e n d e ; ésta se ex­presa en benef ic io de l entrañable hermano José María , q u i e n promete, a su vez, amparar a Indalec io y c u m p l i r con todos los pormenores que su m e m o r i a le recuerde que merecen pos­t u m o interés.

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Ignacio f i r m a el testamento y, legalizado el severo trámite, se recuesta en e l lecho c u a n largo es, conf iando en que los pecados m u n d a n o s no le cerrarán del todo la puerta de l cielo.

Mas l a parca ha de esperar todavía u n a década para l levar a término su obra. Las reservas de v igor que a l ientan en la hercúlea estructura de A l l e n d e ahuyentan sombrías perspec­tivas de entierro, y m u y pronto l a crisis es suplantada p o r la gracia de l a convalecencia.

Poco t iempo después, Ignacio, en contra de médicas o p i ­niones, m o n t a su corcel favor i to , ga lopa y encabeza luc idas paradas. A h o r a sabe que su v i d a anterior, pese a l o r o p e l de que la rodeó, carecía de u n a alta f i n a l i d a d . C u a n d o m a d u r e n tales pensamientos principiará l a búsqueda del gran idea l .

Mient ras tanto, el 10 de a b r i l de 1802 contrae m a t r i m o n i o , en el Santuario de A t o t o n i l c o , con María de l a L u z A g u s t i n a de las Fuentes, joven v i u d a de B e n i t o M a n u e l A l d a m a , y en e l l a encuentra amor t r a n q u i l o , exper iencia hogareña y u n a segunda madre para Indalec io . N i n g u n a encendida pasión le h a m o v i d o a su encuentro; sólo apacibles corrientes de i n t e l i ­gencia y cariño, y " fue público en esta c i u d a d , dice u n cronista de San M i g u e l , que amó t iernamente a su esposa, de l a que n o tuvo sucesión, y que aunque siempre alegre y sociable, por­que éste era su carácter, le guardó f i d e l i d a d y n o volvió a dar qué decir, n i a u n después que enviudó, al año o dos años, como tampoco en lo sucesivo, n o obstante l a l iber tad , el t i empo y l a ocasión que p o r todas partes le b r i n d a b a n " .

U n alto en el oasis. Eso h a sido el t iempo t ranscurr ido en l a sedante compañía de Mar ía de l a L u z . U n alto en el que el hombre se está encontrando a sí a l refle jar su neta fisonomía en el agua c lara del reposo. C u a n d o , a l f ina l izar 1804, mur ió su esposa, A l l e n d e dejó de ser e l D o n J u a n arrogante para convertirse en u n h o m b r e m a d u r o .

Respetando e l doloroso sent imiento que le embarga, deja correr e l t i empo s in c u b r i r los trámites que le harían en­trar en posesión de los bienes heredados, mediante legítima testamentación, a l deceso de su mujer . Su cuñado, el doctor V i c t o r i n o de las Fuentes, abre u n l i t i g i o con l a esperanza de hacer suya l a herencia , que representaba treinta o cuarenta m i l pesos en bienes raíces.

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L a a c t i t u d jurídica y m o r a l que asume frente a su cuñado, se deja ver, diáfanamente, en las siguientes l íneas:

S e ñ o r d o n V i c t o r i n o de las F u e n t e s . T u casa , y m a r z o 3 de 1 8 0 5 .

E s t i m a d o h e r m a n o ; y m u y s e ñ o r m í o : L a d e f e n s a q u e h e h e c h o d e l t e s t a m e n t o de m i esposa es p a r a

l l e n a r c o m o d e b o m i s o b l i g a c i o n e s y m i h o n o r , y c o m o sé q u e n a d a he h e c h o n i d i c h o de e l l a q u e n o sea v e r d a d y j u s t i c i a , e l í n t i m o c o n v e n c i m i e n t o q u e tengo de esto m e h a c e e s p e r a r l a v i c t o r i a . Des ­canso e n e l t e s t i m o n i o de m i c o n c i e n c i a y e n l a i n t e g r i d a d d e l j u e z q u e nos j u z g a . E n tales c i r c u n s t a n c i a s , n o p u e d o creer p o r p o s i ­b l e q u e h a y a de ser c o n d e n a d o e n l o q u e y o c a b a l m e n t e sé q u e n a d a d e b o . N o p o d r é d i s p u t a r c o n t i g o e n a l t o , p o r q u e carezco d e las luces q u e a t i te s o b r a n , y así n o e x t r a ñ e s q u e r e h u s e contes tar te p o r car tas e n e l a s u n t o , p e r o n i t a m p o c o p o d r é h a c e r l o e n l o v e r b a l , p u e s así m e n o s m e e m b a r a z a r á s c o n t u p e r s u a s i ó n y t e rg iversac ión d e p a l a b r a s , q u e yo n o p u e d o p r o f e r i r s i n o c o n s i n c e r i d a d y s i n e s t u d i o o c o m p o s t u r a s .

Y a d i m o s t e s t i m o n i o de n u e s t r a a r m o n í a y d i s p o s i c i ó n c r i s t i a n a c o m p r o m e t i e n d o n u e s t r o s d e r e c h o s a l f a l l o d e u n e x c e l e n t e j u e z . ¿ Q u é nos res ta , p u e s , q u e a g u a r d a r s i n o s u s e n t e n c i a , y c o n f o r ­m a r n o s c o n l a q u e d i s p o n g a l a P r o v i d e n c i a , q u e será l o q u e m á s nos c o n v e n g a ? P r o t e s t o q u e a p e s a r de esta c o n t i e n d a , m i corazón n o l a s i e n t e a ú n . T e a m o e n l o m u y de veras ; v i v o e n p o s i t i v o s deseos d e q u e acabe este p l e i t o p r o n t o p a r a r e f r e n d a r n u e s t r a a n t i g u a a m i s t a d y h a c e r t e c reer c o n todos m i s serv ic ios q u e s i n n o v e d a d es t o d o t u y o t u a p a s i o n a d o h e r m a n o y s e r v i d o r q . t. m . b .

I g n a c i o d e A l l e n d e .

L a sentencia favorece a Ignacio, y a u n así se abstiene de meter en sus bols i l los l a apetecida suma. C o n los años, quienes l a d i s f r u t a r o n fueron los mismos famil iares de María de l a L u z .

A L L E N D E A N T E E L D E S T I N O

Desde enero de 1803 u n nuevo v i r rey gobernaba a l a N u e v a España : d o n José de I turr igaray. A los dos años de su v i r re i ­nato, y como consecuencia de l a a l ianza establecida entre Napoleón y e l rey de España, Car los I V , Inglaterra abrió la guerra con recios golpes que coronó l a estruendosa v ic tor ia de T r a f a l g a r , donde quedó destruido el poderío nava l de los al iados continentales , a l par que las doradas esperanzas de i n ­v a d i r l a i n q u e b r a n t a b l e G r a n Bretaña . P a r a España s ignif i -

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caba la pérdida de u n efectivo contacto con sus posesiones de U l t r a m a r . E l océano estaba en posesión de l a Isla.

A n t e e l temor de que los ingleses p u d i e r a n apoderarse de algunos puntos en las extensas costas de l a N u e v a España, par t i cu larmente de l G o l f o , el V i r r e y l l a m a a acantonamiento .

Las tropas v a n l legando a México, y antes de sal ir a los campamentos de Ja lapa , O r i z a b a , Córdoba, Perote, C h a l c h i -comula , A c a t z i n g o y P a l m a r , f o r m a n campamento, d e l 11 a l 17

de marzo d e l 1806, y pract ican simulacros en el e j ido de L a A c o r d a d a .

Has ta octubre permanecerá A l l e n d e en l a capi ta l d e l V i r r e i ­nato, en espera de rec ib i r l a orden que le lleve a E l P a l m a r . Son, pues, cerca de siete meses que el teniente, v i u d o y gal lardo, no desaprovecha para darse a conocer en la Cor te c o l o n i a l , frecuentar las pr inc ipales reuniones sociales, estrechar relaciones con diversos miembros de l a m i l i c i a y a b r i r e l espí­r i t u a las nuevas voces que le salen a l paso.

E n u n in terva lo de su estancia en México, semanas antes de que las ideas de renovación polít ica se i n f i l t r e n en su mente y escriba las pr imeras cartas en que h a b l a de independenc ia , sol ici ta y obtiene l i cenc ia para i r a San M i g u e l e l G r a n d e a l arreglo de negocios part iculares .

D E C L I N A L A T A R D E . A l l e n d e traslada su h u m a n i d a d en los lomos de u n a yegua, l l evando por más preciado bagaje pen­samientos encontrados. Sobre e l fondo de calidez i n t e r i o r los recuerdos saltan en desborde, como si emanaran de t u r b u ­lenta cascada. P o r su m e m o r i a desf i lan las imágenes tem­pranas de l a madre muer ta , d e l padre muerto , de l a esposa muerta . Pero i n fanc ia , puber tad , adolescencia y j u v e n t u d no se h a n sucedido inút i lmente en los caminos del ser. C a d a u n a de esas etapas, v iv idas con la in tens idad que sólo puede dar u n a despierta in te l igenc ia y u n a sens ib i l idad agudizada, le l leva , insensible, necesariamente, a u n a madurez que no le es dable aún entender, y ante l a cual lo pasado habrá sido nube pasajera. L o efectivo, lo i n m o r t a l , se centrará en el t i empo y en el espacio, i n f i n i t o e l uno , i l i m i t a d o el otro.