Las Tribulaciones Anales de Una Adolescente Alemana Original

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Las tribulaciones anales de una adolescente alemana Poco es presumible de mis años mozos; yo no fui otra cosa que un gañán infecto. Agrio, descortés, aficionado a los eructos en la sobremesa -que agravaba justificando en las normas árabes de cortesía- y a los monólogos escatológicos, hice padecer mucho a mi madre, quien no aprobaba eso de llamar "mierda" a la mierda. La enervaban mis tics nerviosos, mi indolencia ante los estudios y mi mal disimulada compulsión por las chaquetas. Fue el hermano de ella -un médico con menos telarañas y más metrópolis- que tuvo la consideración de notificarme que el pene no se llamaba "pichirrín", como se referían mis padres al Gran Órgano Tiránico causante de todos los males de este mundo. También hay que comprender que mi madre emigró de un caserío tropical a una escuela de monjas en el corazón del barroco poblano. Durante lustros, su entendimiento estuvo fundamentado, entre otras lecturas, en el Selecciones del Reader's Digest -dispositivo ideológico del mormonismo- y en plena cuarentena seguía denominando "clirotis" al clítoris . Creía con fervor que mi sociopatía iba a resolverse con manuales de autoayuda, que mi desde entonces frustrada libido iba a sublimarse en "algo bueno y sano", que mi expresión ceñuda iba a suavizarse si en vez de encerrarme a recorrer los horrores forestales de Algernon Blackwood, bajaba al cuarto de televisión a leer Atrévete a ser tú mismo, de No Tengo Ni Puta Idea de Quién Sea el Autor. Mi

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Reseña por Daniel Carpinteyro de la novela "Zonas Húmedas", de Charlotte Roche

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Las tribulaciones anales de una adolescente alemanaPoco es presumible de mis aos mozos; yo no fui otra cosa que un gan infecto. Agrio, descorts, aficionado a los eructos en la sobremesa -que agravaba justificando en las normas rabes de cortesa- y a los monlogos escatolgicos, hice padecer mucho a mi madre, quien no aprobaba eso de llamar "mierda" a la mierda. La enervaban mis tics nerviosos, mi indolencia ante los estudios y mi mal disimulada compulsin por las chaquetas. Fue el hermano de ella -un mdico con menos telaraas y ms metrpolis- que tuvo la consideracin de notificarme que el pene no se llamaba "pichirrn", como se referan mis padres al Gran rgano Tirnico causante de todos los males de este mundo. Tambin hay que comprender que mi madre emigr de un casero tropical a una escuela de monjas en el corazn del barroco poblano. Durante lustros, su entendimiento estuvo fundamentado, entre otras lecturas, en el Selecciones del Reader's Digest -dispositivo ideolgico del mormonismo- y en plena cuarentena segua denominando "clirotis" al cltoris . Crea con fervor que mi sociopata iba a resolverse con manuales de autoayuda, que mi desde entonces frustrada libido iba a sublimarse en "algo bueno y sano", que mi expresin ceuda iba a suavizarse si en vez de encerrarme a recorrer los horrores forestales de Algernon Blackwood, bajaba al cuarto de televisin a leer Atrvete a ser t mismo, de No Tengo Ni Puta Idea de Quin Sea el Autor. Mi hermana y yo veamos videos de exprimir granos, y alguna vez descubrimos, divertidos, que el olor del hongo que llevbamos meses combatiendo en la oreja de nuestro samoyedo era similar al aroma de cierta crema irlandesa de licor con que de vez en cuando acompabamos el postre. Este parecido nos proporcion muchas carcajadas, a pesar de que nuestra madre ya no pudo volver a probar la delicada crema irlandesa, por lo intolerable que encontraba la asociacin olfativa. Creo adems -siguiendo a escritores ms autorizados- que la repugnancia o el deleite ante ciertos estmulos surge de un condicionamiento social. Durante mis aos de profesor de preparatoria me toc a escuchar a muchas seoritas acaudaladas y esmeradamente maquilladas gritar "Qu asco!" cada cinco minutos, tal vez en el entendido de que "una seorita decente" debe pblicamente alardear de un asco casi universal ante todos los objetos que no estn compuestos de azcar y ante todos los procesos corporales que a su juicio no han sido lo suficientemente disimulados. No quiero caer en reduccionismos, pero las pelculas de hadas y princesas no hacen ms que reforzar esta negacin del mundo como es, mundo donde las tacitas de t coexisten con las fosas spticas, donde los encajes y lacitos para engalanar muecas algn da pueden ir a dar al bote de basura junto con gasas sanguinolentas y pulpas desgarradas. Mi madre, en su cruzada por el respeto al asco de quienes "estaban bien de la cabeza", tras no pocos pellizcones, chancletazos, y varios meses de prohibirme compartir la mesa con la familia, intent hacerme entender "por las buenas", y me regal un Manual de Buenos Modales (no el de Carreo, sino de una Mara del Pilar Nosqucosa), escrito con seguridad por alguna otra seora bienpensante que guardaba para las visitas la vajilla de gala en una repisa de puertas transparentes junto al comedor. Gente verdaderamente YOLO. Lo le como una obra cmica, como una oda a la solemne mojigatera y an lo desempolvo de vez en cuando para solaz de mis invitados ms irreverentes. Uno de los apartados, dedicado a las lecturas, inicia con una sentencia de este calibre:"Los libros son como los amigos. Mientras que algunos nos pueden abrir las puertas del mundo y regalarnos los ms nobles consejos y principios, otros pueden llegar a envenenarnos y distraernos del sendero de la virtud". (Cito de memoria)No s qu tan virtuoso sea revolver las deyecciones de Carreo con las de (Hace falta un muchacho), y ofrecerlos sobre la escena versallesca de un platn de porcelana, a modo de consejo de lectura, pero eso no es aqu lo que estamos discutiendo. El sendero de la virtud, como todo mundo sabe, consiste en tener siempre limpia una vajilla de gala para las visitas, la sala bien barrida, conversaciones sosas en la sobremesa y los edredones impolutos de fluidos corporales. El sendero de la virtud es dormir siempre con un ojo abierto al qu dirn y en deferencia a dicho sacramento, ahogar desde su nacimiento cualquier agitacin emancipadora. Tal es el tipo de doctrinas que promueve esta ralea de Manuales, y sospecho que, entre quienes se los toman en serio, ms de uno experimenta a la larga escisiones tan dramticas que termina entregando las riendas de su vida a un grupo de autoayuda o las nalgas a los gendarmes de algn psiquitrico. Y he aqu que al leer la inquietante novela Zonas hmedas, de Charlotte Roche, no he parado de imaginar los pucheros que hara, entre interjecciones de espanto, la autora del susodicho Manual. Tal vez sacara una conclusin como sta:" No es en la mansin de la literatura sino en el resguardo de los venenos donde ha de alojarse la escritura de la seorita Roche- y entindase que el ttulo de "seorita" lo empleo como licencia de lenguaje-; es entre ellos que impera, soberana, muy por encima de los pedestales del Sarin y el Gas VX. Mantngase a distancia prudente de todo ser humano, especialmente de los jvenes, cuyas almas quedaran al instante contaminadas por la potente neurotoxicidad de tan infame escritura, salpicada en cada una de sus clusulas por las audacias ms malevolentes y oprobiosas que pueda fermentar una mente enferma".Y tal vez, luego de pensar "Mi vida!", respondera Miln Kundera desde La insoportable levedad del ser:"Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. No pretender usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafsico. El momento de la defecacin es una demostracin cotidiana de lo inaceptable de la Creacin. Una de dos: o la mierda es aceptable (y entonces no cerremos la puerta del water!) o hemos sido creados de un modo inaceptable. De eso se desprende que el ideal esttico del acuerdo categrico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal esttico se llama kitsch.Es una palabra alemana que naci en medio del sentimental siglo diecinueve y se extendi despus a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dej borroso su original sentido metafsico, es decir: el kitsch es la negacin absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable." (p. 254)En alemn escribe Charlotte Roche (el ttulo original de la novela es Feuchtgebiete), y desde esa lengua de speras guturaciones ha ensamblado una potente ojiva contra el kitsch, desde donde las vsceras, las secreciones y la sexualidad ms peculiar reclaman su lugar en la Bildungsroman (novela de aprendizaje).Helen , la protagonista, es una chica de dieciocho aos que desea reunir -as sea por la fuerza- a sus padres divorciados, as como atraer la atencin que ellos siempre le han escatimado. Es una muchacha exploradora y su cuerpo, geografa de sus expediciones. Una noche, mientras se depila la zona anal, se pasa a infligir un corte, que ante la presin de unas almorranas prolapsadas no tarda en complicarse y demandar atencin clnica. Esto le provee de una prdida y de una ganancia: no podr seguir manteniendo relaciones anales con sus novios y amigos, pero el internamiento hospitalario tal vez -y slo tal vez- suscite el inters de sus padres, a quienes espera llegar a tener juntos en su cuarto de hospital. La misin se antoja difcil, pues los seores se han distanciado entre s y descuidado a la hija. Durante su convalecencia, Helen nos dar acceso a sus memorias, entre las que se incluye una morbosa fascinacin con las texturas vegetales, la cotidiana degustacin de sus propias secreciones y las de sus amantes, una amplia gama de extraos rituales erticos y la srdida relacin que mantiene con el padre vagamente perverso y la madre hipcrita. Mientras tanto, deber encarar dolorosas cirugas anales, incisiones cuneiformes, grapas, filtraciones fecales intermitentes, extensos tiempos muertos en las posiciones ms incmodas. El nico aliado que tendr es el enfermero Robin, quien tras acceder a fotografiarle unos planos de detalle del rea lesionada -transformndose as en un Otro que auxilia a Helen en el refinamiento de la configuracin de su imagen corporal-, tejer con ella una amistad no desprovista de tensin sexual.Ideal para comentarse durante el desayuno familiar matutino, Zonas hmedas abre numerosos guios intertextuales a otras obras controversiales de la literatura ertica: mucho de Crash, de J.G. Ballard se trasluce en el trabajo de Roche, as como referencias a Historia del Ojo -otra redoma en estante de los venenos suculentos-, de Georges Bataille. Damas y caballeros, bienvenidos a la pica de los esfnteres. A los que no salgan corriendo, se les solicita relajarse y mantener los ojos dentro de las rbitas: Charlotte Roche no les desgarrar nada que ustedes no autoricen por escrito.

Lecturas recomendadas: Roch, Charlotte: Zonas hmedas (2009)206 pginas. Anagrama: Espaa

Kundera, Miln: La insoportable levedad del ser (1990)320 pginas. Coleccin andanzas, Tusquets editores: Mxico