Lecc 5 San AgustíN Concilios..

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San Agustín . Concilios: Éfeso. .. 5 1 Apuntes didácticos de Religión para Secundaria San Agustin, Ob. de Hipona y Dr. de la Iglesia Nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, al norte de Africa. El padre de Agustín. Patricio, era un pagano de temperamento violento; pero, gra- cias al ejemplo de Mónica, su esposa, se bautizó poco antes de morir. Aunque Agustín ingresó en el catecumenado desde la infancia, no recibió el bautismo, de acuer- do con las costumbres de la época. En su juventud se dejó arrastrar por los malos ejemplos y, hasta los 32 años, llevó una vida licenciosa, aferrado a la he- rejía maniquea. de ello habla en sus “Confesiones”, que comprenden la descripción de su conversión y la muerte de Mónica, su madre. Dicha obra fue escrita para mostrar la misericordia de Dios hacia un gran pecador, que por esta gracia, llegó a ser también, y en mayor medida, un gran santo. Mó- nica había enseñado a orar a su hijo desde niño, y le había instruido en la fe, de modo que el mismo Agustín que cayó gravemente enfermo, pidió que le fuese conferido el bautismo y Mónica hizo todos los preparativos para que los recibiera; pero la sa- lud del joven mejoró y el bautismo fue diferido. El santo condenó más tarde, con mucha razón, la costumbre de diferir el bautismo por miedo de pecar después de haberlo recibido. A raíz del saqueo de Roma por Alarico, el año 410, los paganos renovaron sus ataques contra el cristianismo, atribuyéndole todas las calami- dades del Imperio. Para responder a esos ataques, San Agustín escribió su gran obra “La Ciudad de Dios”. Esta obra, es después de “Las Confesiones”, la obra más conocida del santo. Ella es no sólo una respuesta a los paganos, sino trata toda una filoso- fía de la historia providencial del mundo. Luego de “Las Confesiones” escribió también “Las Retracta- ciones”, donde expuso con la misma sinceridad los errores que había cometido en sus juicios. Murió el 28 de agosto de 430, a los 72 años de edad, de los cuales había pasado casi 40 consagra- do al servicio de Dios. San Agustín es uno de los gi- gantes de la Iglesia. Su vida ha interesado a las ge- neraciones futuras durante mil seiscientos años. Mónica la madre de Agustín La Iglesia venera a Santa Mónica, santa esposa y viuda, no sólo por darle vida corporal a uno de los más importantes doctores de la Iglesia, San Agustín, sino también porque fue el principal ins- trumento del que Dios se valió para darle a éste el don de la Fe. El gran obispo San Ambrosio, quien se había hecho muy amigo de Agustín y su madre, tuvo también un papel muy importante en la conversión del futuro santo.

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La vida de san Agustín transcurrió entre el declive y la definitiva caída del Imperio. La Nochevieja del año 406, una horda de godos, hunos y vándalos cruzaron el helado Rhin, deslizándose por la Galia y cruzando los Pirineos llegaron a Hispania. En el año 410 la propia Roma fue saqueada por las fuerzas del godo Alarico.

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S a n A g u s t í n . C o n c i l i o s : É f e s o. . .5

1Apuntes didácticos de Religión para Secundaria

San Agustin, Ob. de Hipona y Dr. de la Iglesia

Nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, al norte de Africa. El padre de Agustín. Patricio, era un pagano de temperamento violento; pero, gra-cias al ejemplo de Mónica, su esposa, se bautizó poco antes de morir.

Aunque Agustín ingresó en el catecumenado desde la infancia, no recibió el bautismo, de acuer-do con las costumbres de la época. En su juventud se dejó arrastrar por los malos ejemplos y, hasta los 32 años, llevó una vida licenciosa, aferrado a la he-rejía maniquea. de ello habla en sus “Confesiones”, que comprenden la descripción de su conversión y la muerte de Mónica, su madre. Dicha obra fue escrita para mostrar la misericordia de Dios hacia un gran pecador, que por esta gracia, llegó a ser también, y en mayor medida, un gran santo. Mó-nica había enseñado a orar a su hijo desde niño, y le había instruido en la fe, de modo que el mismo Agustín que cayó gravemente enfermo, pidió que le fuese conferido el bautismo y Mónica hizo todos los preparativos para que los recibiera; pero la sa-lud del joven mejoró y el bautismo fue diferido. El santo condenó más tarde, con mucha razón, la costumbre de diferir el bautismo por miedo de pecar después de haberlo recibido.

A raíz del saqueo de Roma por Alarico, el año 410, los paganos renovaron sus ataques contra

el cristianismo, atribuyéndole todas las calami-dades del Imperio. Para responder a esos ataques, San Agustín escribió su gran obra “La Ciudad de Dios”. Esta obra, es después de “Las Confesiones”, la obra más conocida del santo. Ella es no sólo una respuesta a los paganos, sino trata toda una filoso-fía de la historia providencial del mundo. Luego de “Las Confesiones” escribió también “Las Retracta-ciones”, donde expuso con la misma sinceridad los errores que había cometido en sus juicios.

Murió el 28 de agosto de 430, a los 72 años de edad, de los cuales había pasado casi 40 consagra-do al servicio de Dios. San Agustín es uno de los gi-gantes de la Iglesia. Su vida ha interesado a las ge-neraciones futuras durante mil seiscientos años.

Mónica la madre de AgustínLa Iglesia venera a Santa Mónica, santa esposa

y viuda, no sólo por darle vida corporal a uno de los más importantes doctores de la Iglesia, San Agustín, sino también porque fue el principal ins-trumento del que Dios se valió para darle a éste el don de la Fe.

El gran obispo San Ambrosio, quien se había hecho muy

amigo de Agustín y su madre, tuvo también un papel muy importante en la

conversión del futuro santo.

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Agustín tenía 17 años y estudiaba retórica. Dos años más tarde, Mónica tuvo la pena de saber que su hijo llevaba una vida disoluta y había abrazado la herejía maniquea. Por esta razón y como mane-ra de motivarlo al arrepentimiento, Mónica le cerró las puertas de su casa durante algún tiempo. Una visión hizo a la santa tratar menos severamente a Agustín. Soñó que se hallaba en el bosque, lloran-do la caída de Agustín, cuando se le acercó un per-sonaje resplandeciente que le preguntó la causa de su pena. Este, después de escucharla y secarle las lágrimas, le dijo: “Tu hijo está contigo”. Cuando Mó-nica contó a Agustín el sueño, el joven respondió que Mónica no tenía más que renunciar al cristia-nismo para estar con él; pero la santa respondió: “No se me dijo que yo estaba contigo, sino que tú estabas conmigo”. El gran obispo San Ambrosio, quien se había hecho muy amigo de Agustín y su madre, tuvo también un papel muy importante en la conversión del futuro santo. Finalmente, en agosto del año 386,

Agustín anunció su completa conversión al ca-tolicismo. El santo ha dejado en sus “Confesiones”

algunas de las conversaciones espirituales y filo-sóficas en que pasó el tiempo de preparación para el bautismo. San Ambrosio bautizó a Agustín en la Pascua del año 387.

Los fieles se encomiendan, desde hace muchos siglos, a las oraciones de Santa Mónica, ya que ésta es patrona de las mujeres casadas y modelo de las madres cristianas.

Hay una oración, tan apropiada hoy como en-tonces y que nació de su alma apasionada y en continua búsqueda y que expresa su permanente actitud: “Mi corazón no descansará hasta que no descanse en Ti”.

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A mediados del siglo IV d. C., el imperio romano había alcanzado la cima de su expansión e influen-cia. Fue en la ciudad llamada Tagaste, donde nació san Agustín el 13 de noviembre del año 354.

La vida de san Agustín transcurrió entre el decli-ve y la definitiva caída del Imperio. La Nochevieja del año 406, una horda de godos, hunos y vándalos cruzaron el helado Rhin, deslizándose por la Galia y cruzando los Pirineos llegaron a Hispania. En el año 410 la propia Roma fue saqueada por las fuerzas del godo Alarico.

Mientras todo esto ocurría, avanzaba el sistema de comunicaciones: caminos rectos y vías maríti-mas seguras (al menos durante los meses de vera-no), junto con una lengua común, el latín, que per-mitía que las noticias y las instrucciones viajaran rápidamente.

La comunicación entre Roma y el norte de África era relativamente sencilla; viajar desde el puerto ro-mano de Ostia hasta Cartago era cuestión de días.

San Agustín fue tanto estudiante como maestro en Cartago, y los viajes de idea y vuelta a Ostia (aun-que con cinco años de diferencia) serían los únicos viajes marítimos de su vida.

Desde la resurrección de Jesucristo habían pasado ya tres siglos. Cuando san Agustín nació, en e

año 354 d.C. , el cristianismo ya se había desarro-

llado. Los principales apóstoles de la Iglesia, Pedro y Pablo, se habían dado cuenta de que la nueva fe debía separarse de su contexto judío para compro-meterse con todas las naciones y culturas. (El con-cilio de Jerusalén fue determinante).

El título “cristiano”comenzó a usarse como sobre-nombre para aquellos que seguían a Cristo. Se re-unían para “partir el pan” en sus casas el “día del Se-ñor”, que era domingo, el día de la Resurrección de Jesús y el primer día de la semana. Compartían una comida común, conocida como ágape o fiesta del amor; que tenía lugar por la noche y en la que to-dos eran bien recibidos, tanto ricos como pobres.

La “fracción del pan” era distinta a una comida. En ella se repetía formalmente lo que hizo Jesús en su última cena y pronto se convirtió en la más distin-guida eucaristía (acción de gracias).

Los primeros cristianos iniciaban a los nuevos miembros con el bautismo en el agua después de una formación cuidada y a veces prolongada.

El primer siglo del cristianismo vio cómo la misión de la Iglesia se extendía desde Jerusalén a Roma. A lo largo del siglo II (entre el año 150 y el 250) se ex-perimentó cómo la Iglesia se enfrentaba a distintos retos y a potenciales reveses.Este período contem-pló también el nacimiento del monacato.

En los primeros siglos aparecieron importantes teólogos. Conocidos más tarde como padres de la

La vida de san Agustín transcurrió entre el de-clive y la definitiva caída del Imperio. La No-chevieja del año 406, una horda de godos, hunos y vándalos cruzaron el helado Rhin, deslizándose por la Galia y cruzando los Pirineos llegaron a Hispania. En el año 410 la propia Roma fue sa-queada por las fuerzas del godo Alarico.

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Iglesia, ayudaron a establecer la doctrina de La Igle-sia y a proteger el cristianismo de herejías como el gnosticismo. Así Ireneo, Tertuliano, Orígenes, Cle-mente de Alejandría y Cipriano de Cartago.

Las persecuciones de los primeros siglos dieron paso a un período de relativa paz a comienzos del siglo IV. En el año 315 Constantino proclamó la libertad religiosa. A los cristianos se les permitía rendir culto libremente a Dios y se les devolvieron todas las propiedades que se les habían confiscado o destruido en la persecución desde el año 303.

San Agustín cuando tenía 43 años y era obispo de Hipona, contó la historia de su vida en sus Con-fesiones.

En sus Confesiones, san Agustín recuerda algu-nos acontecimientos de sus años de adolescente.

Además de Cicerón, san Agustín conoció los tra-bajos de Terencio y Virgilio, Ovidio, Séneca y Juve-

nal. Disfrutaba mucho con la literatura latina.

Cuando tenía 15 años, sus padres decidieron en-viarle a la “Universidad de Cartago”. Durante un año sus padres estuvieron reuniendo el dinero. Al final de su adolescencia, cuando estudiaba en Cartago, san Agustín se hizo maniqueo. La secta maniquea era una distorsión del cristianismo que creía que el mal era un poder tangible con el que luchar y al que vencer. Pero san Agustín, después de reflexio-

nar sobre ello, llegó a la conclusión de que el mal es una distorsión del bien.

En el año 380, con 17 años, san Agustín llegó a Cartago, la capital de África, la “Alejandría de Oc-cidente”, con un puerto que atraía a comerciantes y viajeros de todos los lugares del mundo. Junto con el comercio, habían llegado muchas formas de codicia, superstición, y para san Agustín supondría una universidad de la vida.

Cartago vivía inmerso en los excesos del paganis-mo. La diosa madre era Celeste, la “Reina del cielo”

Puede haber sido en la iglesia donde san Agustín conoció a la mujer que sería su compañera durante quince años y con la que tuvo un hijo. No se sabe si se conocieron en Tagaste o en Cartago. Llamaron a su hijo Adeodato, nombre que significa “dado por Dios”.

Cuando su hijo Adeodato tenía 16 años, padre e hijo trabajaron juntos en un libro titulado Sobre el maestro. En él exploraban las complejidades del aprendizaje y el lenguaje humanos, los símbolos, los signos y la memoria.

Cuando san Agustín llevaba en Cartago dos años, leyó el Hortensio, escrito por el más grande de to-dos los oradores romanos, Cicerón (106-43 a.C.). La obra de Cicerón puso a san Agustín en busca de sus raíces espirituales. San Agustín identificó inmedia-tamente la “sabiduría” con el Dios cristiano de su infancia, y se dedicó a buscar a este Dios leyendo la Biblia.

San Ambrosio cuyo nombre significa “Inmortal” es uno de los más famosos doctores que la Iglesia de occidente tuvo en la antigüedad junto con San Agustín, San Jerónimo y San León.

Cuando apenas tenía 30 años fue nombrado go-bernador de todo el norte de Italia, con residencia en Milán, y posteriormente, fue elegido Obispo de esta ciudad por clamor popular. San Ambrosio se

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negó a aceptar el cargo pues no era sacerdote, pero se hicieron memoriales y el Emperador mandó un decreto señalando que el santo debía aceptar ese cargo. Desde entonces se dedicó por horas y días a estudiar las Sagradas Escrituras hasta llegar a com-prenderla maravillosamente.

San Ambrosio componía hermosos cantos y los enseñaba al pueblo; además, escribió muy bellos libros explicando la Biblia, y aconsejando métodos prácticos para progresar en la santidad. Especial-mente famoso se hizo un tratado que compuso acerca de la virginidad y de la pureza. Además de su sabiduría para escribir, tenía el don de la diplo-macia siendo llamado muchas veces por el alto go-bierno como embajador del país para obtener tra-tados de paz cuando se suscitaba algún conflicto.

San Ambrosio falleció el viernes santo del año 397, a la edad de 57 años.

Los maniqueos

Los maniqueos recibieron este nombre de su fun-dador: Mani (c.216-276), un supuesto “Apóstol de Jesucristo”. Mani había recibido su revelación inspirada en Mesopotamia, donde fue persegui-do y ejecutado por el gobierno persa en el año 276 d.C. Afirmaba que su mensaje era la única revelación de la naturaleza de Dios, de la hu-manidad y del universo. Según Mani, la luz y la oscuridad son dos principios iguales y opuestos de bien y mal. Están en eterno conflicto entre ellos, y ninguno puede ganar jamás.

Según Mani, los grandes maestros espirituales, como Jesús y Buda (y el propio Mani), habían sido enviados para ayudar a los seres humanos a liberar su chispa divina y a escapar hacia la luz pura. Al hacerlo, podían alcanzar la unión con Dios. Este Dios no era el mismo “dios” del Anti-guo Testamento, que había creado el mundo y había dicho que “era bueno”. No permitía que en

su versión de la Biblia hubiera ninguna referen-cia al Antiguo Testamento porque, para Mani, en Jesús no se cumplían las promesas del Antiguo Testamento, sino que era un símbolo crucificado de la humanidad.

El maniqueismo era una forma tardía del gnosti-cismo (gnosis significa “conocimiento” secreto).Las formas más estrictas de maniqueísmo impli-caban negación de sí mismo, ayuno y celibato, y todo esto permitía que la gente pudiera ser miembro de “los elegidos”. Pero tamtién podían unirse a un nivel más bajo de compromiso, como “oyente”.

San Ambrosio

San Ambrosio (c.339-397) nació en el seno de una noble familia romana y recibió una educa-ción clásica. San Agustín tenía un gran respeto por el carácter, la elocuencia y el intelecto de san Ambrosio. La síntesis que hizo san Ambrosio del cristianismo y el pensamiento platónico, y su capacidad para interpretar el Antiguo Testa-mento de forma alegórica, fueron factores clave en la conversión de san Agustín a la fe cristia-na tal como la practicaba la Iglesia católica. En

san Ambrosio, san Agustín en-contró a alguien con quien podía comunicarse a su mismo nivel intelectual, con-firmando su re-chazo a los mani-queos y abriendo el camino para su vuelta a la fe cristiana y a la

Iglesia católica de su infancia.

San Ambrosio y otras personas pertenecientes a su círculo estaban fuertemente influenciadas

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por los escritos de Plotino, el padre del Neopla-tonismo. San Ambrosio había enseñado a san Agustín a comprender el Antiguo Testamento en términos alegóricos.

Un día san Agustín recibió la visita de un cristiano africano, Ponticiano, que se sor-prendió al encontrar al profesor de retórica leyendo las cartas de san Pablo. Ponticiano contó a san Agustín y a su amigo Alipio la historia de Antonio de Egipto, que había lle-vado una vida de suprema santidad como eremita en el desierto. A san Agustín le invadió un gran sentimiento de vergüenza. ¡Cuán lejos estaba de este tipo de devoción a Dios!. Era aún esclavo de la autoindulgen-cia y de la lujuria.Yendo con Alipio a un jardín, sufría una ago-nía en su interior. Sentía que su voluntad “le enfrentaba a sí mismo contra sí mismo”. ¿Por qué no podía simplemente desear y hacer lo mejor?. En el jardín, mientras lloraba bajo una higuera, san Agustín oyó la voz de un niño en algún lugar cercano. Estaba cantan-do la rima de una canción: Tolle, lege; tolle, lege (“toma y lee, toma y lee”). Apresurán-dose a entrar en casa, san Agustín tomó la copia de las cartas de san Pablo que había estado leyendo antes y la abrió al azar. Su mirada se detuvo sobre unas palabras de la Carta a los romanos, capítulo 13, que fueron las que cambiaron su vida.“Acepta a todo el que sea débil en la fe” y se las aplicó a sí mismo. Alipio y san Agus-tín fueron a buscar a Mónica, para decirle que sus oraciones habían sido escuchadas, y para compartir su alegría.

San Agustín también trató sobre el proble-ma del mal. Afirmó que el mal es de hecho la falta de algo que una cosa o ser debe tener.

La producción de escritos de san Agustín es notoria. Escribió unos cinco millones de pa-labras entre libros, panfletos y sermones. Su duda, pudo conseguirlo porque le ayudaban secretarios, una práctica que habría comen-zado mientras ejercía como maestro de re-

tórica en Milán y que seguramente continuó cuando era obispo y predicaba en su dióce-sis.

Contra los donatistas

En la primavera del 397, la lucha contra los donatistas en Cartago había llegado a su punto más álgido. Después de los mani-queos, los donatistas eran el segundo ma-yor desafío en la polémica carrera de san Agustín.

Los donatistas eran cristianos celosa y apa-sionadamente comprometidos que rompie-ron con la Iglesia católica del norte de África entre el año 308 y el 311. La causa de la división fue un desacuerdo en la elección de un nuevo obispo de Cartago, pero en reali-dad se remonta a los años 303 y 304, cuan-do la Iglesia sufrió una cruel persecución por órdenes de los emperadores Diocleciano y Maximiano.

Los donatistas se identificaban con los már-tires. Eran muy críticos con sus compañeros cristianos (católicos) que habían colaborado con los perseguidoes entregando la traditio, es decir, que habían entregado copias de las Escrituras para que fueran confiscadas o destruidas.

Cuando llegó el momento de elegir obispo, estos cristianos radicales rechazaron al can-didato católico, Cecilio, porque uno de los obispos que le consagraba (Félix de Abthug-ni) era sospecho de haber entregado las Escrituras durante la gran persecución del 250. En cambio eligieron a su propio obis-po, Mayorino. Y fue el sucesor de Mayorino, Donato, el que eligieron las autoridades y otros oponentes para denominar el nuevo movimiento. Los donatistas se referían a sí mismos sencillamente como cristianos. La división o “cisma”, entre cristianos católi-cos y donatistas duró unos cien años, hasta que los vándalos invadieron el norte de Áfri-ca a principios del siglo V.

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Al convertirse al cristianismo, san Agustín había renunciado a la lujuria, la codicia y la ambición; ¡pero aún le turbaban los sueños!. Culpaba de ello a sus experiencias pasadas que habían llenado “las grandes salas de la

memoria”, sobre las cuales su subconsciente no tenía ningún control.

San Agustín era un gran observador, y trató de disciplinar la mirada lujuriosa de su ju-ventud y cambiarla por un aprecio del mun-do natural. Para él la “luz interior” era lo más importante, y parece haber tenido cui-dado con dar rienda suelta a sus sentidos. Los aromas no le atraían, pero encontraba que cierta música era encantadora, espe-cialmente la que le recordaba a su iglesia de Milán. En cuanto a las ambiciones terrena-les, san Agustín había renunciado a una ca-rrera “de éxito”; pero ahora era una persona principal, incluso distinguida, por propio de-recho. Admitía que la vanidad era el pecado más duro de evitar, que sólo podía vencerse con la gracia.

“Si hablas, habla por amor; si corriges, corri-ge por amor; si perdonas, perdona por amor; que en el fondo de tu corazón habita la raíz del amor, pues de esa raíz sólo pueden bro-tar cosas buenas”. (San Agustín, “Sermones sobre la primera carta de Juan”).

Aunque san Agustín había derrotado a los donatistas en el debate, la herejía continuó abriéndose camino en la Iglesia africana du-rante toda su vida.

CONTROVERSIA CONTRA PELA-GIO

San Agustín leyó la obra de Pelagio, Natu-raleza, en el año 415, y advirtió inmediata-mente el peligro de creer que los humanos podían alcanzar la vida feliz por sus propios medios. Para él, esto era una amenaza para

la verdadera comprensión de la naturaleza humana, la gracia divina y la necesidad de la salvación mediante la muerte y resurrección de Cristo.

Cuando Alarico tomó Roma en el año 410, dos de los refugiados que huyeron por el mar hacia África fueron el monje inglés lla-mado Pelagio y su ayudante Celestio.Pelagio negaba que el pecado original fue-ra heredado de Adán o que la muerte fuera consecuencia de la desobediencia de Adán.

Según Pelagio, Dios no predestina a nadie a la salvación o a la condenación, aunque, como es omnisciente, sabe quién creerá y quién rechazará su gracia. Dios perdona a todos los que tienen fe en él, y, una vez per-donados los humanos pueden llevar vidas agradables a Dios.

Los argumentos de san Agustín contra el pe-lagianismo le llevaron a ahondar en la natu-raleza del pecado. Coincidía con Pelagio en que era posible que un ser humano llevara una vida sin pecado, pero se valió de las Es-crituras y de la experiencia para demostrar que eso no había pasado nunca, excepto en el caso de Jesús.

Para san Agustín, el pecado de Adán fue una catástrofe que dejó a la raza humana espiri-tualmente muerta. Desde su punto de vista, toda la raza humana estaba “en Adán”, y por tanto era corrupta e incapaz de bondad. Pelagio, en claro contraste, creía que Dios había creado a los hombres con una bue-na naturaleza, libres de pecado. El pecado, cuando tenía lugar, era simplemente un acto individual o un accidente.Para san Agustín, la intervención de la gracia de Dios era la única esperanza de santidad, de ahí la oración que tanto ofendía a Pela-gio: “En ninguna parte pongo mi confianza, Señor, sino en la inmensidad de tu miseri-cordia. Damelo lo que me pides y pídeme lo que quieras” (Confesiones X,29,40).

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CONTRA LOS ARRIANOS

Otra herejía que interesó a san Agustín fue el arrianismo, que tomó su nombre de Arrio (†336), presbítero de Alejandría a comien-zos del siglo IV.

El concilio de Nicea estuvo de acuerdo en que el Señor Jesucristo es una misma sus-tancia con el Padre desde la eternidad, como se atestigua en el evangelio de Juan (Jn.1,1-3.14). La regla nicena fue confirmada en el concilio de Constantinopla en el año 381.

Las Confesiones es una de las obras más importantes de san Agustín. Pero la obra apologética más elaborada de san Agustín, fue La ciudad de Dios. Es también una de las obras maestras de la literatura cristiana. La comenzó en el 412 y la terminó en el 427, aunque en este intervalo fueron publicadas otras obras.

Como monje san Agustín escribió algunas de las reglas monásticas del Occidente me-dieval.La reflexión sobre su juventud a mediados de sus 40 años resultó ser una de las pri-meras autobiografías de la literatura cristia-na. Durante 40 años (386-430), san Agustín también fue un prolífico escritor de cartas, y hasta ahora se han descubierto unas 300. Como sacerdote y luego obispo, san Agustín escribió unos 400 sermones que, junto con las cartas, reflejan no sólo la vida de san Agustín y sus enseñanzas, sino también el mundo en que vivió y trabajó.

San Agustín murió en el año 430.Durante los últimos 34 años fue obispo de Hipona, un puerto que ahora es Annaba, en Argelia.

San Agustín es recordado en la mente po-pular por su dramática conversión a la fe cristiana. Junto con Saulo en el camino de Damasco, la voz de niño que decía: “Toma y lee, toma y lee”, que san Agustín escuchó en un jardín, ha pasado a la memoria de la

Iglesia como un ejemplo clásico de una con-versión individual a Dios.

Agustín escribió y distribuyó docenas de li-bros profundamente influyentes y cientos de cartas. Además, casi 400 de sus sermones fueron recibidos por los taquígrafos que le ayudaban. El resultado es de más de cinco millones de palabras, mucho mayor que el de cualquier otro autor de la Antigüedad: dos de sus obras, las Confesiones y La ciu-dad de Dios, deben contarse entre las me-jores obras de todos los tiempos del mundo literario.

EL SER HUMANO Y L A FELICIDAD

EL ser humano en busca de la fe l ic idadA pesar de ese hor izonte negro, Dios no ha ret i rado su mano hacia e l ser humano y propone el mandamiento que resume toda la Ley : Amor a Dios y a l prój imo. Se s igue luchando por hacer un mun-do mejor. E l ser humano busca afano -samente la fe l ic idad. S i se cumple ese mandamiento se está más cerca de la fe -l ic idad.

“. . . 3 6 M a e s t r o, ¿ c u á l e s e l m a n d a m i e n t o m a y o r d e l a Le y ? 3 7 É l l e d i j o : ` A m a rá s a l S e ñ o r, t u D i o s, co n t o d o t u co ra z ó n , co n t o d a t u a l m a y co n t o d a t u m e n t e. 3 8 E s t e e s e l m a y o r y e l p r i m e r m a n d a m i e n t o. 3 9 E l s e g u n d o e s s e m e j a n t e a é s t e : A m a rá s a t u p r ó j i m o co m o a t i m i s m o. 4 0 D e e s t o s d o s m a n d a m i e n t o s p e n d e n t o d a l a Le y y l o s Pr o f e t a s. . .” (Mt . 22 ,36-40) .

FELICIDAD

Toda la v ida del ser humano es un bus-car la fe l ic idad. ¿Dónde está la c lave de la misma?. Y s i hay a lgo indiscut ible en la h istor ia de la humanidad es e l hecho de la muer te. En ese caminar buscando lo mejor, la fe l ic idad, todos un día mo -

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9Cuadernillo 4º 2008-2009 3º eso © CyC

r i remos. ¿Qué ocurre, entonces? . Las ce -lebraciones de Todos los Santos y de los Fie les di funtos, que s in duda conocéis y que tan expres ivamente aúna la l i turgia de la Ig les ia , son ocas ión pr iv i legiada para renovar e l gozo de la esperanza que Cr isto -muer to y resucitado para nuestra sa lvación- nos asegura a los hombres de hoy, igual que a los pr imeros oyentes de estas palabras de san Agust ín que ofre -cemos aquí . Porque e l corazón del hom-bre, que busca la plenitud, es e l mismo ayer, hoy y s iempre.

Todo hombre dice : «Quiero v iv i r » , y no hay ninguno que quiera la muer te. Y aunque nadie quiere mor ir, todos son arrojados a la muer te. Por v iv i r, e l ser humano hace cuanto puede: come, bebe, duerme, navega, marcha, corre, abre los ojos. Quiere v iv i r. Con f recuencia sa le v ic tor ioso de numerosos pel igros : sobre -v ive. A medida que un año desaparece, otro l lega; y desde e l momento en que l lega, ya no puedes impedir que se te escape. E l problema de la muer te, ¿qué hay más a l lá? , es a lgo que a todos los seres cuest iona, preocupa. Se crea o no, todos nos preguntamos por e l más a l lá . Estamos ante una pregunta “existencia l ” por antonomasia . En esa búsqueda de la fe l ic idad, muchas personas buscan a Dios.

Hay preguntas cuya respuesta encontra-mos en la c iencia .

Hay otras cuest iones cuya respuesta buscamos en la Rel igión. Las respuestas que responden a las cau-sas de los hechos y que se pueden de -mostrar t ienen que ver muy direc tamen-te con la c iencia y la técnica .

En cambio, las respuestas que se ref ie -ren a l sent ido, suelen tener que ver con la re l igión.

En esa búsqueda de la fe l ic idad y del

sent ido a la ex istencia , las personas a lo largo de la h istor ia han apor tado so -luciones y respuestas de di ferentes for-mas. En todo momento se ha recurr ido a una Real idad Super ior o M ister io. Esta real idad que podemos intuir, pero no abarcar totalmente, para los cr ist ianos es DIOS, para los musulmanes es ALÁ, para los judíos es EL SEÑOR, para e l h in-duismo es BRAHMAN, para e l budismo es DHAMARK AYA. E l ans ia de Dios está en e l corazón de todo ser humano.

“Nos hiciste,Señor, para tí, y nues-tro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. . .”(S. Agustín) .L as grandes rel igiones ¿qué dicen?

H induismoBudismoIslamismo

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¿Es feliz Dios?¿Llora, sufre, ríe?¿Es Dios, fuente de felici-dad?

Imaginemos a nuestros se-res queridos, a todos los conocidos que nos hayan hecho bien y que ya no están con nosotros. Ima-ginemos que están junto a Dios, rebosantes de felici-dad. Ese es el Paraíso en el que creen los cristianos: un lugar junto con Dios, en donde no hay dolor, ni llan-to, ni egoísmo, ni mal; en todo es felicidad. Imagine-mos que nosotros estamos también ahí. Junto a ellos. Eso es el Cielo.

“Nos hiciste, Señor, para Tí y nuestro corazón está in-quieto hasta que descanse en Tí”

Hagamos, aquí en la Tierra, ese Paraíso. Que seamos contagio de felicidad. Son-

reír, pronunciar palabras amables, regalar caricias; vivamos conscientes de los otros. Todos necesitamos unos de otros.

APORTACIÓN DE L ASRELIGIONES

L as grandes rel igiones, ¿qué dicen?

H i n d u i s m o ( r e l i g i ó n q u e l l e g a a l a I n d i a h a c i a e l 1 . 5 0 0 a . C . ) , d i c e G a n d h i q u e “e s u n a b ú s -q u e d a d e l a v e r d a d . E s l a r e l i g i ó n d e l a v e r d a d . . .” L a v e r d a d e s D i o s . E l h i n d u í s m o s e c a r a c t e -r i z a p o r l a f l e x i b i l i d a d y t o l e r a n c i a . Pa r a e l H i n d u i s m o s e c o n s i g u e l a f e l i c i d a d p o r m e d i o d e l a r e n u n c i a y e l r e c o g i m i e n t o. S i n c o n c i e n c i a , s i n s e n t i m i e n t o, s i n p e r s o n a l i d a d , e n p e r f e c t a u n i d a d c o n e l t o d o, e l s e r h u m a n o e v i t a l a s c i r c u n s t a n c i a s n e g a t i v a s d e l a e x i s t e n c i a . E l q u e n o l l e g u e a e s a u n i d a d , d e b e r á r e n a c e r d e s p u é s d e l a m u e r t e . L a e t e r n i d a d , e s p e r a d a o n o, n o e s u n e n c u e n t r o e n e l a m o r, n o e s u n a e x p a n s i ó n d e l a p e r s o n a , s i n o u n a d i s o l u c i ó n d e l a p e r s o n a l i d a d , q u e d e s a p a r e c e e n e l t o d o. Pa r a e l H i n d u í s m o e s p o s i b l e s e g u i r u n c a m i n o e q u i v o c a d o, s i n q u e e s t e c a m i n o i m p l i q u e i n g r a t i t u d o v i o l a c i ó n d e l a m o r. A s í , n o e x i s t e e n e l H i n d u í s m o u n a n o c i ó n c l a r a d e p e c a d o.

B u d i s m o n a c e h a c i a e l a ñ o 5 0 0 a . C . p o r m e d i o d e S i d h a r t a G a u t a m a , ( B u d a , e l i l u m i n a d o ) . L o q u e l i b e r a a l s e r h u m a n o n o e s l a e x t r e m a n e g a c i ó n d e s í m i s m o, s i n o e l e q u i l i b r i o q u e c o n d u c e a l a s e r e n i d a d y l a p a z . E l B u d i s m o b u s c a u n a l i b e r a c i ó n p o r l a s p r o p i a s f u e r z a s . L a m e t a c o n s i s t e e n e s c a p a r a l d o l o r.

E l B u d i s m o n o h a b l a d e D i o s ; n i a f i r m a n i n i e g a n a d a s o b r e D i o s . E l a r r e p e n t i m i e n t o, t a l c o m o n o s o t r o s l o e n t e n d e m o s , e s d e c i r, c o m o c o n c i e n c i a d e h a b e r r e a l i z a d o a l g o m a l , q u e d a e x c l u í d o e n e l B u d i s m o

I s l a m i s m o , n a c e e n e l 6 0 0 d . C . e n t r e l a s t r i b u s á r a b e s q u e h a b í a n v i v i d o e n e l p o l i t e í s -m o. M a h o m a e s e l P r o f e t a . E l l i b r o s a g r a d o e s e l C o r á n , q u e s e c o n s i d e r a c o m o l i t e r a l m e n t e d i c t a d o p o r D i o s .L a p r á c t i c a d e e s t a r e l i g i ó n s e r e s u m e e n e s t o s c i n c o p r e c e p t o s : R e c o n o c e r a A l á c o m o ú n i c o D i o s . R e c i t a r c i n c o v e c e s a l d í a u n a o r a c i ó n m i r a n d o h a c i a L a M e c a . D a r l i m o s n a a l o s p o b r e s . Ay u n a r d u r a n t e e l m e s d e R a m a d á n . H a c e r a l m e n o s u n a v e z e n l a v i d a , u n a p e r e g r i n a c i ó n a L a M e c a . A l l í e s t á l a K a a b a o c a s a d e D i o s , q u e s e g ú n l a t r a d i c i ó n f u e c o n s t r u i d a p o r A b r a h á n y s u h i j o I s m a e l , d e q u i e n e s l o s á r a b e s s e s i e n t e n d e s c e n d i e n t e s .

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Apuntes de Religión para Secundaria

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a p u n t e s

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Desde Jerusalén, después de la muerte y resu-rrección de Jesucristo, el cristianismo se fue convir-tiendo poco a poco en la religión que se irá exten-diendo por el Imperio Romano y más allá.

La Iglesia católica romana se verá más en la Eu-ropa occidental, y la Iglesia ortodoxa oriental, en el Imperio de Bizancio, con capital en Constantinopla (hoy Turquía con capital en Estambul).

Durante mil años estas iglesias estuvieron uni-das. El griego y el latín eran las lenguas de ambas iglesias. Compartían una misma doctrina, un mis-mo culto.

Las diferencias no tenían mayor importancia.Lo más importante era el problema de la autoridad.

Por una parte los patriarcas de Oriente creían en la pentarquía, es decir, en cinco antiguas diócesis que eran: Roma, Constanti-nopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Reconocían al Papa como el obispo de ma-yor importancia, pero no tenían intención de garanti-zarle la supremacía absoluta en la Iglesia. La creencia en el Dios trino, formó la base de su cosmovisión. El culto a la Virgen María, a los santos y a objetos sagrados como iconos y reliquias, así como prácticas religiosas como asistir a misa, observar los ayunos y celebrar los días festivos, ayudo a definir el sentido de la identidad cul-tural de los bizantinos.

CONSTANTINOPLA, LA “ROMA DE ORIENTE”

Constantino decidió fundar una capital admi-nistrativa o “Nueva Roma” en el lugar donde había estado la antigua ciudad de Bizancio. Bizancio era insignificante antes de que Cons-tantino la eligiera como “Nueva Roma”, pero añadió o puso todos los ingredientes necesa-rios para una ciudad romana moderna: amplias avenidas flanqueadas por columnatas, plazas o foros, baños públicos, un hipódromo, un pa-lacio y varias iglesias cristianas nuevas, inclu-yendo las dos basílicas centrales, Hagia Sophia (Santa Sabiduría) y Santa Irene. Constantinopla representaba un nexo entre todos los territorios del mundo romano.

CONSTANTINO. SU CONVERSIÓNSe dice que la conversión de Constantino tuvo

lugar en el Puente Milvio, a las afueras de Roma, y su victoria sobre Majencio en el 312.El narrador Lactancia, cuenta que antes del 324 Constantino siguiendo instrucciones que

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había recibido en un sueño la noche anterior, pidió a sus tropas que inscribieran el cristomo-nograma (chi-rho), que representaba las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego, en sus lanzas.Tras esta batalla y victoria continuó derrotando a sus rivales y hacia el año 324 se había conver-tido en el único emperador de todo el Imperio romano. Fue bautizado en el año 337 y ente-rrado en un mausoleo que había construído en Constatinopla.

La cristianización del Imperio romano continuó tras la muerte de Constantino. Los domingos y los días festivos cristianos importantes fue-ron declarados vacaciones, con la prohibición de celebrar procesos judiciales o llevar a cabo transacciones de negocios en esos días. A fina-les del siglo IV se endurecieron las leyes que prohibían los sacrificios paganos al tiempo que ordenaban la clausura de sus templos. Cada vez más, todos los ciudadanos no ortodoxos, inclu-yendo paganos, judíos y cristianos herejes, se convirtieron en ciudadanos de segunda clase a lo largo de todo el Imperio.

El imperio de Constantino se dividió en los te-rritorios del este y del oeste bajo el reinado de sus hijos. Mientras los godos, vándalos y hunos invadían los Balcanes y la Europa occidental, los cristianos de estas regiones acudían cada vez más a Roma y Constantinopla en busca de protección.

Los emperadores de los siglos V, VI y VII em-plearon mucha energía tratando de solucionar cismas. Sólo cuando a mediados del siglo VII, se abandonaron los esfuerzos después de que la mayor parte del Próximo Oriente cayera bajo dominio árabe.

En el siglo IV el problema fue la disputa refe-rente a la Trinidad.En el siglo V, la discusión giró sobre Jesucris-to en la forma en que dos naturalezas, divina y la humana, se unían en su persona. La Iglesia oriental asiria o “nestoriana”, que aún existe en ciertos lugares de Irán, Irak y el norte de Siria,

permanece hoy separada de la corriente prin-cipal del cristianismo ortodoxo por las irregu-laridades que sus miembros percibieron en la organización del tercer concilio ecuménico, el de Éfeso (431).Las Iglesias llamadas monofisitas comenzaron a formarse tras el concilio de Calcedonia (451) cuando obispos de Egipto, Palestina y Siria, principalmente, se vieron incapaces de aceptar las formulaciones en él realizadas.

El reinado del emperador Justiniano I (527-565) representó el último intento de reunificación política de las mitades oriental y occidental del Imperio romano. Con sus reconquistas del nor-te de África, Italia e incluso una pequeña parte de España, Justiniano pretendía recuperar los territorios que habían estado bajo jurisdicción romana.

LA EDAD DE “HIERRO” BIZANTINAPoco después de la muerte de Justiniano, los territorios que con tanto trabajo había recon-quistado comenzaron a derrumbarse.La primera zona que se perdió fue Italia, cuan-do los lombardos la invadieron por el norte en el año 568.Los visigodos comenzaron en España una con-traofensiva, y a finales del siglo VI ya habían recuperado todos los territorios que habían perdido frente a los bizantinos.

Un acontecimiento catastrófico para los bizan-tinos en términos simbólicos fue la pérdida de la reliquia de la verdadera cruz, cuando los per-sas tomaron Jerusalén en el 614.

El nacimiento del islam después del 632 repre-senta uno de los acontecimientos más notables de la historia del mundo. Su rápida difusión cambió por completo el aspecto de la cuenca mediterránea y lo que quedaba del Imperio ro-mano.

ICONOCLASTIAA principios del siglo VIII, una combinación de invasiones de los musulmanes y desastres na-turales ayudó a crear un caos y una inseguri-

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dad aún mayores en el mundo bizantino.Los historiadores han discutido mucho tiempo sobre la posible razón que tuvo León III (717-741) para decidir introducir la iconoclastia (lite-ralmente, la destrucción de iconos e imágenes), la norma de destruir todos los iconos sagrados en las iglesias y prohibir su veneración.Es probable que el contacto en esta época con musulmanes, judíos y una secta herética llamada paulicianos contribuyera a la creencia de que el arte religioso contravenía el segun-do mandamiento de Dios recogido en Éxodo 20,4-5.

La restauración de las imágenes sagradas en el Imperio bizantino tuvo lugar en marzo de 843; se celebra en la Iglesia ortodoxa como el “triunfo de la ortodoxia” el primer domingo de cuaresma.Los argumentos en defensa de los iconos se expresaron en el llamado Synodikon, que pro-clamaba no sólo la validez, sino incluso la ne-cesidad de las imágenes en el culto cristiano.

SEPARACIÓN ENTRE ORIENTE Y OCCI-DENTE

Los desacuerdos doctrinales, tales como la controversia por los iconos en los siglos VIII y IX, provocaron otro malentendido y descon-fianza.

A finales del siglo IX, surge el tema del Filioque Una breve cláusula que significaba “y el Hijo”.Los patriarcas bizantinos, comenzando por Focio (858-867 y 878-886), atacaron la doctri-na de la “doble procesión”, llegando incluso a excomulgar al Papa en el sínodo local en Cons-tantinopla.

CISMA ENTRE CONSTANTINOPLA Y ROMALa tensión entre el papado romano y los pa-triarcados orientales siguió creciendo a lo lar-go de los siglos X y XI. Las diferencias entre las dos tradiciones religiosas, por pequeñas que fueran, parecían muy importantes en el ámbi-to de la vida cotidiana de la Iglesia. Por ejem-plo, la griega siempre había permitido que los sacerdotes se casaran, mientras que los latinos exigían el celibato. Las iglesias ortodoxas so-lían utilizar pan con levadura en la eucaristía, mientras que los latinos usaban obleas sin le-vadura. Pero el problema más importante era el del primado papal: aunque los patriarcas ortodoxos orientales aceptaban que el Papa tuviera poder absoluto sobre toda la Iglesia occidental, no podían admitir que tuviera au-toridad alguna sobre sus asuntos.Lo que acabó por decidir la separación fue otro

importante acontecimiento de la historia del cristianismo: las cuatro cruzadas, que tuvieron lugar entre 1095 y 1204.

La exaltación del obispo de Roma a la dignidad de “primado” de la Iglesia, en su condición de sucesor de san Pedro, la “piedra” sobre la que Jesús edificó su Iglesia (Mt.16,18), causó gran

resentimiento en Oriente, donde existían otros primados, como los patriarcas de Jerusalén, Antioquía, Alejandría y la ciudad imperial de Constantinopla. Estos jerarcas no se conside-raban subordinados a la jurisdicción de Roma. Por otra parte, los griegos alegaban que Occi-dente, con la adición del filioque -es decir, la declaración de que el Espíritu Santo proviene tanto del Padre como del Hijo-, se había apar-tado de la tradición común. Lo cierto es que la cláusula del filioque se había añadido en Oc-cidente al credo de Nicea a título meramente aclaratorio, sin el menor ánimo de modificar la fe de la Iglesia. La herida que se abrió entre ambos extremos de la cristiandad siguió abier-ta durante siglos. En 2001 el papa Juan Pablo II en su visita a Oriente, pidió disculpas en nom-bre de Occidente.

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LOS SIETE CONCILIOS ECUMÉNICOS

A principios del siglo IV se desarrolló una con-troversia sobre la relación exacta entre Cristo el Hijo con Dios el Padre, que dio comienzo a un gran período de discusiones sobre la Trinidad.Constantino I presidió el primer concilio ecu-ménico celebrado en Nicea, en el año 325, en respuesta a las enseñanzas de un sacerdote alejandrino llamado Arrio. Arrio enseñó que Cristo el Hijo era inferior a Dios Padre.En el concilio de Nicea, los obispos reunidos idearon una fórmula para expresar la divinidad de Cristo y su unidad con Dios. Se tomó pres-tado de la filosofía griega un nuevo término, homoousios, que puede traducirse como “de igual esencia” para expresar la unidad indiso-luble entre el Padre y el Hijo. El creo niceno enfatiza el ser coeterno e increado de Cristo Palabra: “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdade-ro de Dios verdadero, engendrado, no creado, homoousios del Padre”.

CONCILIO DE CONSTANTINOPLA

El concilio de Constantinopla. El problema co-menzó cuando Nestorio, un monje antioqueno nombrado obispo de Constantinopla en el año 428, predicó contra el uso del término Theo-tokos, término que decía que la Virgen María “da luz a Dios”, argumentando que dio a luz a Cristo encarnado, no a Dios. Mientras que Nestorio deseaba mantener la doble naturale-za de Cristo, salvaguardando su verdadera hu-manidad, Cirilo comenzó desde la posición de la unidad, argumentando que las naturalezas divina y humana son inseparables en el Hijo de Dios. Pasajes como “la Palabra se hizo carne” (Jn.1,14) y “yo y el Padre somos una sola cosa (Jn.10,30) justifican la idea de que la Virgen María o Theotokos, dio verdaderamente a luz a Dios.El emperador Teosodio II convocó el tercer con-cilio ecuménico, celebrado en Éfeso en el año 431, con el fin de resolver la disputa. Cirilo y los alejandrinos dominaban el concilio, que de-puso a Nestorio y mantuvo el título Theotokos para la Virgen María.

Para los cristianos bizantinos, el período de los siete concilios ecuménicos (325-787) represen-tó la edad de oro de la teología ortodoxa,en la que se formuló completamente la doctrina tri-nitaria y cristológica.Tras la restauración de los iconos en el año 843, conocida como el “triunfo de la ortodoxia” en la Iglesia bizantina, surgieron diferencias doctri-nales entre el patriarcado de Constantinopla y el papado de Roma. Estas diferencias conduje-

ron a un completo cisma, que se inició formal-mente en 1054.

Las Iglesias de Occidente (algunas) habían in-sertado una pequeña inclusión, Filioque (“y el Hijo”), tras la afirmación del credo niceno-constantinopolitano sobre el Espíritu Santo, “que procede del Padre”. A medida que las acti-tudes referentes al Filioque comenzaban a en-durecerse en Oriente y Occidente a partir de mediados del siglo IX, los teólogos bizantinos, tales como el patriarca Focio, escribieron tra-tados explicando la importancia doctrinal del tema.

Los bizantinos objetaban a la adición del Filio-que por dos motivos:a) Porque representaba una novedad que no había sido aceptada por la Iglesia en su con-junto.b) Porque tal afirmación es falsa, pues el Espíri-tu Santo sólo procede del Padre.

Constantinopla, la capital del Imperio bizanti-no, fue tomada finalmente por los turcos oto-manos el 29 de mayo de 1453. La noche antes de este ataque, los ciudadanos cristianos de la ciudad, incluyendo tanto a griegos como a la-tinos, se reunieron en la gran iglesia de Hagia Sophia para asistir a un último servicio.La fe ortodoxa y su Iglesia no dejaron de existir a partir de 1453. Los sultanes turcos de Cons-tantinopla fueron tolerantes con las creencias cristianas de sus súbditos griegos durante los siglos de gobierno otomano. De acuerdo con las primeras tradiciones del islam, los cristia-nos se consideraban como “la gente del Libro”, compartiendo con musulmanes y judíos la he-rencia de un Antiguo Testamento común. Los musulmanes veneraban también a Jesucristo como profeta, aunque no podían compartir la creencia de los cristianos ortodoxos referente a su estatus como Mesías e Hijo de Dios.

Los cristianos ortodoxos orientales se encuen-tran fundamentalmente en Constantinopla y Grecia, así como en las Iglesias de habla eslava de Europa oriental, incluyendo Rusia, Bulgaria, Rumania, la antigua Yugoslavia, incluyendo es-pecialmente Serbia y partes de Ucrania.

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Un rasgo importante en la supervivencia de las Iglesias ortodoxas es la preservación de los an-tiguos servicios litúrgicos, doctrina y espiritua-lidad monástica.

En contraste con la revisión radical del culto cristiano en Occidente, las Iglesias ortodoxas han conservado y siguen utilizando los textos litúrgicos que fueron compilados casi en su to-talidad por la Iglesia universal durante los si-glos IV y V.

Muchos cristianos actualmente, incluyendo los que tienen un pasado protestante, valoran la contribución de la Iglesia ortodoxa a la preser-vación de su temprana tradición cristiana.

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